Pasillos

Zacharyas recorría los pasillos con aire soñador. Había acabado de ayudar en una zona de palacio y se dirigía a otra para lo mismo. Sin embargo, por el camino se cruzó al aether, Cierzo. Nada más verlo se detuvo en mitad del pasillo para, inmóvil, curioso, abstraído, seguir su trayectoria con el rostro y los ojos, mirándolo fijamente. Sus alas ya no estaban. Parecía más tranquilo, más relajado.
Zacharyas se preguntó cuánto habría dolido una mutilación como aquella. Lo frustraba la idea de no haber podido ser él su ejecutor, d eno haberla podido ver, siquiera.

Carraspeó, de pronto, volviendo en sí.

-Buenas tardes -saludó vagamente.

En dirección contraria se acercaba, por el pasillo, una figura oscura de aspecto fúnebre. Había muchas figuras de aspecto fúnebre por el palacio en los últimos días, pero aquella era especial y perfectamente reconocible. Avanzaba hacia mí, mirándome sin apartar la vista. ¿No le habían enseñado que no estaba bien mirar tan fijamente a la gente, o algo así? Aunque, con lo abstraído que parecía, se diría que más bien no...

Cuando me saludó me pregunté si no sería que tenía algo que decirme. Aunque me extrañaba un tanto. ¿Qué iba a tener que decirme el fantasmita? Más bien, parecía una excusa torpe por su mirada fija.

-Buenas tardes -saludé a mi vez al fantasmita.

Últimamente llovía bastante, pensó Zacharyas. Desde aquel día, recordaba, llovía...
Sonrió al ver cómo el aether se dirigía hacia él. Aunque, durante un segundo, el caeruleus se preguntó si podría seguir haciéndose llamar aether entonces. ¿Cómo se movería por su continente? Aunque... Bien pensado... ¿Cómo lo hacía antes?

-¿Ha supuesto el ataque algún tipo de pérdida para ti? -inquirió, curioso, acercándose con pasos lentos, casi arrastrando los pies, a Cierzo.

Contempló sus hombros un momento más, antes de volver a mirarlo a los ojos. Zacharyas se sentía bastante seguro, en aquella ocasión.

Por algún motivo, no parecía el mismo hombrecillo nervioso que era habitual. ¿Qué le había pasado? ¿Había hecho ejercicios de autoayuda? Parecía mucho más seguro, y su pregunta me pareció incluso demasiado directa. No era que yo en concreto estuviera muy afectado, pero según a quién, probablemente le habría dolido un comentario así.

Pensé en Gerald y aquellas chicas, Tuli y Felhlo, y pensé también en la niña de alas pardas. Después, lentamente, negué con la cabeza.

-No me ha costado más que un leve susto y una venda al cuello -respondí, preguntándome qué le imprtaría a él eso. Tampoco es que yo tuviera mucho que perder-. ¿Qué hay de ti?

Por preguntar, por saber. Tal vez no era solo desmembrar gente su afición, sino también ver a extraños hongos ahogándola.

Al parecer, el mundo se había portado bien con Cierzo en aquella ocasión. Quizás ya había sido suficientemente castigado por tener un cuerpo deforme, y el resto de su vida estuviese destinada a ser hermosa y feliz. Pero Zacharyas, macabro, no pudo evitar sonreír para sí, casi burlón. Al fin y al cabo, el destino no existía.

-Yo me encuentro bien -respondió el mago, extendiendo la mano y bajando la vista para contemplarla, recordando el abultado vientre de la parvus que había palpado con ella-. Nada importante me ha sido arrebatado -siseó, esbozando una sonrisa.

Asentí, serio, sin entender muy bien de qué hablaba. El fantasmita era un tipo muy raro, y en aquella ocasión parecía especialmente feliz. Lo cual solo conseguía hacerlo parecer más siniestro. Miré un momento su mano, como si fuera a responder a las preguntas, pero apenas fue un momento. Tampoco era santo de mi devoción. ¿Qué podían arrebatarle? ¿Las orejas? Él sabría.

-Me alegra oírlo -contesté, sin excesivo entusiasmo. Pero, al fin y al cabo, cuantos más guerreros estuvieran en condiciones, más fácil sería la recuperación de aquel golpe-. Hacen falta manos hábiles y cabezas centradas para arreglar todo esto -. Hice un gesto, señalando a mi alrededor.

Zacharyas asintió, dándole la razón. Desde luego, todo aquello era necesario para arreglar las cosas. Quizás él no fuese la "cabeza más centrada" de Brontë, como Cierzo las había llamado, pero sabía que aquel paso, la reconstrucción, el arreglo, también era importante. Si algo no se reconstruía, no podía volverse a destruir. O, dicho de otro modo, los muertos no sufrían.

-Trabajo en ello... -. Carraspeó- cuanto puedo-. Su mirada oscura se volvió un instante hacia la ventana, a través de la que se seguía viendo aquella lluvia incesante. ¿Acaso la tragedia había sido tal que el cielo aún lloraba? Aquella humedad haría que los cadáveres se pudriesen antes-. Es una pena que sucedan cosas como esta... -susurró, ausente, bajando la voz.

Aunque gracias a aquello había visto a dos líderes en acción...

No me imaginaba a aquel hombre haciendo trabajos manuales, por algún motivo. Ni siquiera lo recordaba luchando en la misión, aunque tampoco había tenido mucho tiempo de fijarme en lo que hacía o dejaba de hacer. Aún así, evidentemente, no puse pegas a sus palabras.

-Creo que todos estamos haciendo lo que podemos -contesté-. Supongo que también es parte de nuestro trabajo, al fin y al cabo.

Su murmullo me pareció hasta extraño. ¿Le parecían malas aquella clase de cosas? ¿A él? Viendo sus extraños intereses, se me hacía difícil entenderlo. Aunque, bien pensado, no dejaba de ser una persona.

-Esto nos demuestra que aún tenemos mucho por hacer para servir a Brontë -respondí-. Tendremos que seguir adelante.

Zacharyas caminó un poco más, rebasando a Cierzo para poder, de reojo, ladeando ligeramente la cara, contemplar su espalda. Sin embargo, debido a la ropa le era imposible ver nada. A sus ojos, en aquel momento, no parecía más que una persona normal y corriente. Una persona, sin embargo, cuya raza no era clara. Quizás flamma fuese lo más plausible...
¿Sería quizás, pensó, posible que, juntando a personas de todas las razas se construyese una que no fuese de ninguna y a la vez de todas? Zacharyas no podía saber aquello, sin embargo...

Carraspeó mientras su rostro se ensombrecía un poco.

-Deberíamos volver al trabajo -murmuró, con voz seca-. Si estamos inmóviles pareceremos débiles.

Zacharyas no quería más ataques como aquel. No hasta que la pequeña parvus estuviese a salvo. No hasta entonces...

Pronto se hizo demasiado evidente su interés por mis alas. Solo que ya no había alas por las que interesarse, ni para él ni para ninguno de los otros miles de curiosos que había tenido que aguantar a lo largo de mi vida. Mis disculpas, fantasmita.

Asentí sin dudar cuando habló de volver al trabajo. Ya nos habíamos detenido bastante. Mejor que cada uno siguiera su camino.

-Sí, sería lo mejor -asentí-. Hasta la próxima.

Y, tras un gesto de despedida, seguí mi camino por el pasillo. El caeruleus, por su parte, hizo lo mismo.

*Se van*

Salto de un lugar a otro. Necesito mejorar. Acabo por subirme a una ventana y echar un vistazo hacia el exterior. Negro. No es momento de entrenar por fuera, por lo que seguiré por dentro. Doy un salto a una de las paredes y luego a la contigua.
A continuación, fijo mi mirada en una lámpara de hierro, grande y pesada y me abalanzo sobre ella para coger impulso y caer al suelo apoyando una rodilla en él.

No debo parar.
No debo descansar.
Incesantemente entrenaré hasta que el destino de las condiciones propicias para el combate.


*brinca y se va*

Atravesaba los pasillos con gesto alegre. Todo estaba mucho mejor ahora, y era momento de volver a ponerse en marcha. Además, las heridas de mis manos estaban prácticamente curadas, quedando apenas alguna costra, de modo que podría reiniciar mi entrenamiento sin dudarlo. Las doncellas no se iban a rescatar solas, al fin y al cabo.

Acababa de dar de comer a Telma, que no quería salir de los establos por la lluvia. Llevaba tiempo sin ver a Lea por allí. Quizás se hubiese enfadado con Tel, que a veces podía ser algo caprichosa. O tal vez yo había hecho algo malo, aunque no me sonaba. A veces las mujeres eran tan complicadas que, de todos modos, todo podía ser.

Hablando de mujeres y de tiempo... A la que hacía más tiempo que no veía era a Inger. Y haber hablado de chicas con Lyam la noche anterior había reforzado mi pensamiento en ella. Tenía que buscarla de algún modo. Ya habíamos pasado demasiado tiempo separados.

Pero en aquel momento era tiempo de comer, de modo que me dirigí al comedor.

*se va*

Zacharyas abandonó el comedor y comenzó a atravesar los pasillos con aire entristecido. Siempre le habían gustado aquellas cosas con las que se obsesionaba: el dolor, la sangre, la vida y la muerte, la oscuridad, las tinieblas, la muerte... Y, sin embargo, recientemente se sentía extraño en respecto a aquello. Seguía disfrutándolo, pero tras aquella sensación agradable había una especie de ansiedad, de culpa, y no era capaz de encontrarle sentido.

Ni siquiera, pensó, su padre lo había conseguido tras haberle inculcado una buena moral durante toda su vida. Y, de todos modos, por algo como aquello...
Zacharyas encontraba dificultades para entenderlo.

*camina*

Aguardé un rato, pensando en cosas nobles, hasta que lo vi salir. Yo me había esforzado mucho para enseñarle lo que era correcto, pero él quería dejar mi repuntación por los suelos, como si no fuese más que un bufón que tenía demasiado tiempo libre. Y las cosas no funcionaban así. ¡Lyam! ¡Lyam sabía amar mejor que aquel maldito bastardo larguirucho!

-¡Tú! -lo acusé, señalándolo con la diestra cuando salió-. ¿Qué hacías en el comedor?

Sonreí. No había que asustarlo antes de tiempo. Quizás tuviese una explicación decente. Eso esperaba yo. Porque hacía mucho tiempo que no veía a la pequeña Ayne acompañada, y aquello estaba muy mal.
Mis esfuerzos en vano...

Zacharyas esbozó una sonrisa al ver a Rick Dehnel, deteniéndose a saludarlo. Llevaba tiempo sin toparse con el extraño flamma, pero no podía evitar alegrarse de encontrarlo en buen estado. Parecía, también, que no había sufrido demasiados daños durante el ataque. Tenía algún resto de heridas en la cara, pero el caeruleus sabía identificar cuáles eran graves y cuáles no, y aquellas no se lo parecieron.
Una pena, pensó, que no hubiese perdido un ojo por accidente.

-Buenas tardes, Dehnel -saludó. Luego, ante su pregunta, lo miró, contrariado, frunciendo un poco el ceño-. Es algo pronto para mí... -murmuró-, pero dado que me desperté, decidí ir a comer algo.

Fruncí el ceño. La verdad era que aquello también sonaba creíble, aunque al haberme ocultado datos no sabía si confiar en él. De todos modos, no debía dejar que se me viese la incomodidad o no podría sonsacarle nada. La gente complicada, como él, a veces era difícil... ¡Pero nada se escapaba al inteligente Rick Dehnel!

-Las últimas veces que vi a la pequeña parvus estaba sola -. Quizás tirando por esos caminos hallase una respuesta más satisfactoria. No podía permitir que mi gran capacidad emparejadora fracase. Ya me había llegado con Lyam rechazado mis recomendaciones-. ¿Acaso os habéis enfadado?

Incluso recordaba vagamente aquella noche que la parvus había dormido conmigo en los establos. La había visto como enferma y había tenido que prestarle el calor de Telma. ¿Dónde estaba él entonces?
Dejándome quedar mal...

Zacharyas se extrañó por lo directo que estaba siendo Rick Dehnel. Aunque no tardó en darse cuenta de algo. La experiencia le decía que siempre que Rick Dehnel hablaba de aquel modo, como si estuviese pensando algo secreto y ocultándolo muy mal, era porque tramaba algo. Y, aunque el mago no quería ser desagradable con el flamma, esperaba que no fuese así. Ya bastantes problemas le había dado anteriormente, molestándolo.
Aún así sonrió, incómodo.

-Para nada -respondió, carraspeando tras hablar-. La vi incluso el día del ataque y se encuentra perfectamente.

Perfectamente con un bebé vivo en las entrañas, pensó, pero no lo mencionó. Suponía que aquella información no debía ser divulgada de ningún modo, aunque por motivos naturales acabaría siendo de dominio público. Aquel tipo de cosas, por lo que el caeruleus sabía, no podían ocultarse eternamente.

Aquello era una buena noticia. Parecía que la pequeña parvus también estaba bien. En fin... No había visto su cuerpo en el lago, pero aquello solo significaba, realmente, que no había muerto. ¡Ni siquiera aquello! Quizás había muerto en combate, pero no la habían encontrado porque su cuerpo de parvus era demasiado pequeño para ser hallado. O tal vez aquella especie de niños se la habían comido.
Aunque, al parecer estaba viva, por lo que sonreí y asentí.

Pasé un brazo alrededor del cuello del caeruleus. Con gente tan alta como él y como yo podía hacer esas cosas. Si desease hacerlo con Lyam, por poner el ejemplo de la noche anterior, tendría que encogerme y acabaría con un dolor de espalda. Quizás el chrysos estaba siempre con cara de enfado porque era bajito...
Era una opción.

-Cuéntame. ¿Qué tal el ataque, ya que lo mencionas?

Sí que me sorprendía que Zacharyas siguiese entero. Tenía pinta de ser algo vago. Era la típica persona a la que imaginabas muriendo por no oponer resistencia.

*se van*

FdR- Puyitas para lyam
¿Cómo osa no medir 7 metros?

Al fin, más de media hora después, he conseguido escalar los entramados de este palacio y me encuentro, completamente agotado en frente de la puerta de Aren.

He venido muy despacio, caminando a paso de tortuga. Sin embargo, cuando el dolor fue demasiado fuerte, me ví forzado a utilizar gran cantidad de hechizos de desplazamiento para llegar aquí por lo que ahora estoy no solo cansado físicamente sino que mi nivel mágico ha caído.

-A...Aren...- susurro, cayendo con la cabeza contra su puerta.- Una cama. - Por Mithos.

Ya casi había perdido toda esperanza de que me abriese la puerta. Sin embargo, le había escuchado bien. Me ordenó regresar a este lugar y esto he hecho.
Desde el suelo, cansado y algo asustado por la gravedad de sus palabras, hablo.

-Por supuesto que lo merezco, señor.- Hablo con orgullo y demostrando que soy capaz de soportar cualquier castigo si eso me permite estar a su lado.
Estoy enfadado. Molesto con él. No he hecho nada malo y, si lo he hecho, ya he pagado con creces mi castigo. No quiero que siga con su desprecio hacia mi.
Sé que no debería decir lo que voy a decir y que seguramente me arrepienta de inmediato. Sin embargo, no sé si por el tipo de castigo recibido, de lo más vejante; si porque tengo hambre y frío de esperar en este pasillo de piedra solitaria durante dos horas con el culo al rojo vivo, tengo que decírselo y se lo diré con todo mi orgullo.
-¡¿Y usted?!- Digo clavándole la mirada en sus fríos ojos.- ¿Acaso usted se merece mi compañía? ¿Se merece todo lo que hago por usted? ¡¿Se merece usted mi amor y mi vida!?- chillo mirando al suelo.

Es la primera vez que me revelo contra Aren, pero hoy me ha enfadado mucho. Todo.

Estoy, cuanto menos, al borde de un ataque de ansiedad. El pecho me rebota TAN fuerte que tengo miedo.
Me llevo una mano al pecho y otra a la oreja amputada y lloro en silencio.

FDR: Hola, soy Silvanus y DOS AÑOS DESPUÉS empiezo a ver un poquito la realidad que me rodea. Perdón por ser lentito. o.<)9

Hacía frío y humedad, y desde dentro se notaba poco, pero se notaba. No quería salir porque llovía, y mi nariz también empezaba a llover un poquito. Pero, a la vez, fuera estaría mejor.

Me acomodé en el pasillo, sentada en una ventana, y me abracé la barriga, mirando hacia fuera. Sorbí un poco y me froté la nariz. Sonreí, apoyando la cabeza en el cristal, y bostecé.

-¡Llueve! -canturreé-. ¡Mira cómo llueve! ¡Cómo se moja la gente!

Pero no se veía gente.

Sus pasos se detuvieron en mitad del pasillo cuando pudo ver a la parvus. Una sonrisa atravesó sus labios, y el caeruleus recuperó el ritmo, apurando sus pies hasta llegar junto a la pequeña parvus. Llevaba sin verla desde el ataque.

-Ayne -llamó, con voz ronca, colocando su enorme mano sobre la cabeza de la chica, hundiéndola en su cabello, acariciándola, cuando alcanzó su posición.

Sería tan sencillo empujarla y matarla, pensó el caeruleus. Matarlos a ambos. A ella y al ser que llevaba dentro de ella.
Pero no deseaba matarlos en aquel instante.