Pasillos

Una voz me distrajo de mi cancioncilla, y cuando me giré, una enorme sonrisa se extendió por mi cara. Extendí una mano, saludándolo con ella. En seguida, estaba a mi lado, y agarré un pliegue de su capa, tirando más de él y apoyando la cabeza contra su mano, que me acariciaba el pelo.

-Chiquillo -lo llamé, contenta-. Qué bien.

Volví la mirada hacia fuera, con aire un poco ausente. Estaba pesada, pero bien. Y, ahora, mejor.

Tras acariciar su cráneo, Zacharyas alzó la mano de la cabeza de la parvus, levantando la vista para contemplar, como ella, el exterior. Lo escudriñó con aire ausente, contemplando las gotas que caían del cielo. ¿Sería, pensó, posible acaso que, algún día, viese una lluvia como aquella que fuese sangre, en vez de agua? Una hermosa lluvia que cubriría a todos, sin excepción, impregnando, pegajosa y caliente, los cuerpos.

-¿Qué observas? -inquirió, tratando de ver más allá, algo que no pudiese encontrar en aquel enorme campo que se abría, gracias a la oscuridad, para sus ojos oscuros.

Levanté el labio inferior y sorbí de nuevo por la nariz. Una vez más, me la froté.

Desvié de nuevo la vista al chiquillo, con una sonrisa cariñosa. Me encogí de hombros, tras lo cual solté una pequeña risita.

-El negro. La lluvia. No sé -declaré, divertida-. Al farol le cuesta la ventana. Brilla y ciega.

Apreté el puño en torno al pliegue de su ropa y tiré un poco más de él, acercándolo más a la ventana. Luego, apoyé la cabeza en él, con un suspiro satisfecho. Cerré un momento los ojos, pero pronto volví a abrirlos, alzando la cabeza para mirarlo.

-Das calorcito -informé.

Zacharyas la contempló, algo ausente, sonriendo mientras ella hablaba, aunque sin prestar demasiada atención a sus palabras. Sus pensamientos se hallaban en otro lugar, lejos de allí, divagando sobre temas que poco tenían que ver con la situación en la que se encontraban. Volvió en sí al sentir el contacto de la cabeza de la pequeña parvus contra su cuerpo, gesto que hizo que el mago bajase la vista para mirarla, encontrando sus ojos.

Las palabras de la parvus arrancaron una sonrisa al macabro Zacharyas, que se acuclilló con lentitud, envolviento a la muchacha con una capa, atrayéndola hacia sí con los brazos, una vez hubo encontrado una posición con el suficiente equilibrio como para aguantar en ella un buen rato.
El dolor que sentía en el gemelo lo reconfortó.

Cuando se agachó, envolviéndome, tardé un momento en decidirme a soltar mi propio vientre y volverme hacia él. Me recoloqué en la ventana, arropándome con la manta que él ofrecía y echándome hacia él, abrazándolo. Olía a calidez y a él, y eso me relajaba.

Le cogí un mechón de pelo y di un par de tirones, antes de comenzar a enredarlo y desenredarlo alrededor de mis dedos. Le dediqué una sonrisa y, acercándome un poco más, le di un beso en la mejilla. Luego le solté el pelo y me incorporé un poco. Con un dedo, comencé a repasar sus rasgos.

Zacharyas disfrutó del contacto de la chica, cerrando un instante los ojos, notando el calor de su cuerpo contra el propio, atravesando la ropa. Luego abrió los párpados, atrapando la mano de la parvus que recorría su rostro con la suya, mucho más grande, apretánola un instante con cariño.
La mano libre, temblorosa, tímida, alcanzó, como alguna otra vez, el vientre de la parvus, que pudo notar más redondeado.
Una sonrisa extraña asomó a los labios del mago, que palpó con curiosidad la barriga de Ayne.

-¿Cómo estáis...? -inquirió, centrando los ojos en aquel punto del cuerpo de la parvus, alzándolos apenas un instante a los de ella.

Bajé la vista a su mano y al bulto que tocaba, mirándolo con gesto serio. Al final, sonreí y lo miré de nuevo.

-Estamos todos bien -expliqué-. Pero él no dice nada.

Era como el chiquillo. No decía, no hacía. Estaba y nada más.

Tomé la muñeca de Zacharyas con ambas manos, moviendo su mano por encima del bulto, guiando caricias. Luego le acaricié a él la mano.

-Te echábamos de menos -afirmé.

Zacharyas mantuvo la sonrisa varios segundos más, tratando de sentir algo a través de aquella carne que envolvía al pequeño humano alojado en el cuerpo de la joven parvus. Luego, al escucharla decir que él no decía nada, su rostro se tornó serio, casi amenazante.
Se sentó en el suelo, acercando el rostro al vientre de la muchacha, enfrentándolo. Pensó en clavar en él su arma, extrayendo del cuerpo de la parvus a aquel ser tan pequeño, preguntándose si hablaría entonces, o seguiría queriendo mantenerse en silencio.

Zacharyas carraspeó.

-Bebé -murmuró, con voz temblorosa, dejando que la mano de Ayne guiase la suya sobre su vientre-. Soy Zacharyas... -. Se sentía extrañamente incómodo, como avergonzado, pero continuó, pese a aquello-. Tienes que hablar... con mamá...

Le sudaban las manos. Tragó, con dificultad, saliva.

Solté una suave risita, y solté una mano de la muñeca del chiquillo para dar yo también unas caricias. Luego me llevé una mano a los labios y miré a Zacharyas, negando con la cabeza.

-Es tranquilito. Yo no, pero él sí -expliqué-. Pero lo tienes que querer igual, ¿eh? Aunque sea como el chiquillo oscuro.

Llevé la mano a su cabeza y la acaricié un par de veces. Luego lo acerqué más, haciéndole apoyar la cabeza contra mí, y le di un beso en la coronilla.

-Quiere mucho a su papá -murmuré, divertida.

Zacharyas se ruborizó un instante, sintiendo su frente contra ella, y el beso de Ayne en su cabeza. Las palabras que ella había dirigido al caeruleus retumbaban entonces en las largas orejas del mismo, que apenas encontró fuerza para, tembloroso, erguirse de nuevo, alternando su oscura mirada entre el vientre de la chica y sus ojos, palideciendo más de lo normal, si aquello fuese posible.

-Papá... -repitió, ausente, recordando por un instante a su padre, al que todavía tenía que ir a visitar desde hacía tiempo. ¿Acaso, pensó Zacharyas, podría verse él de forma semejante al hombre que lo había criado? Luego, con timidez, esbozó una sonrisa insegura-. Yo también... -susurró, con suavidad, colocando de nuevo la mano en el vientre, acariciándolo. Luego su mano ascendió, rozando el tabique de la parvus con el nudillo.

Asentí, contenta. Estaba todo bien. Apreté la mano un momento, en un gesto cariñoso, en su muñeca. Luego lo solté, y cuando me acarició la nariz cerré los ojos, alzando un poco la cara para aumentar el contacto. Volví a frotármela, y luego apoyé ambas manos en sus mejillas.

Lo estudié un momento, seria, y luego sonreí. Entonces apreté un poco sus mejillas, agarrándole la cara con ellas, y me incliné hacia adelante, dándole un beso entusiasta.

Zacharyas cerró los ojos con suavidad, eliminando la vista como sentido, pero sin darle importancia. Correspondió al beso, acariciando su rostro con los dedos, descendiendo hasta el cuello, amenazando un instante con crisparse sobre este, pero, finalmente, relajándose.

Zacharyas nunca antes había imaginado que él mismo pudiese ser llamado de aquella manera. Desde su infancia, jamás se había visto en un futuro como aquel. Y, sin embargo, allí estaba, casi sintiendo vértigo y un agradable mareo en el estómago al planteárselo, sin tener todavida asimilado que aquello fuese cierto. Y, pese a lo extraño que se sentía, era agradable.

El mago apartó con delicadeza de la parvus, besando tras hacerlo su nariz y luego su pómulo izquierdo, descendiendo luego a la línea de su mandíbula para depositar un tercer beso superficial. Pese a lo extraño que era aquel gesto para él, comenzaba a entender cómo funcionaba.

-¿Tiene nombre...? -inquirió, poco seguro, carraspeando al final de su pregunta.

Estaba ahí, y respondíal, y yo jugaba con él. Cuando se separó y se inclinó para un nuevo beso, alcé un poco la nariz, avanzándola. Luego, cuando se desplazó a un lado, adelanté la mejilla para recibirlo, y repetí la misma operación cuando bajó a la mandíbula.

Entonces habló y yo me quedé muy quieta, aún con la mandíbula alzada, mirando a un punto fijo del techo, pensativa. Poco a poco, fui bajando de nuevo la cabeza y me llevé un dedo a los labios, repasándolos con gesto ausente, mientras lo miraba, seria.

Al final, acabé por negar con la cabeza.

-No... -murmuré también.

Zacharyas sonrió, pese a todo. Aquello no era importante, pensaba. Todavía quedaba mucho tiempo, y ella podría pensarlo. No imaginaba cómo funcionaban aquellas cosas. Él nunca había puesto nombre a nada vivo. Los animales tenían su nombre, y las personas, y nunca habían necesitado que él les diese otro.

El mago se acercó de nuevo a la parvus, besando, esta vez, su frente, apartando los mechones del flequillo con las yemas de los dedos, acariciando suavemente la piel, dejando el espacio libre pasa los labios.
Luego descendió, rozando sutilmente el párpado y la piel hasta encontrar de nuevo los labios de Ayne, que pellizcó un instante con los dientes antes de besar, entreabriendo los labios con timidez.

Me dejaba arrullar con gusto, atrayéndolo hacia mí y estirándome hacia él, con lo que el contacto era mayor. Estaba bien. Calentito, arropado, a gusto.

Di un leve respingo cuando me pellizcó, y a continuación solté una risita. Abracé su cabeza, acercándola bien a mí y correspondí con gusto, cerrando los ojos y acariciándolo con los labios, mimosa. Llevé una mano a su pelo y la otra a su mejilla, y la acaricié con el dedo índice hacia abajo, despacio.

Zacharyas sentía la respiración caliente de la parvus contra su boca. Zacharyas deseaba saborear de nuevo la sangre de la parvus, que podía sentir, palpitante, bajo los labios, humedecidos por la saliva de ambos. Aumentó la intensidad de los gestos, siempre en su tímida línea, pero atreviéndose a explorar la boca de la muchacha con cautela, como ella le había enseñado con el paso del tiempo, ansiando en todo momento aquel sabor a sangre que no se atrevía a demandar.
Al notar que la frecuencia de su respiración aumentaba, el caeruleus, nervioso, se apartó de Ayne, con cierta reticencia al cese del contacto en un principio, pero dejando varios centímetros entre ambos finalmente.

Zacharyas carraspeó, incómodo, nervioso. Esbozó, tenso, una sonrisa.

Cuando se alejó mantuve el dedo en su mejilla, haciendo pequeñas caricias, y ladeé la cabeza, un tanto sorprendida. Sonreí, contenta.

-Sabes bien -declaré, divertida.

Mi mano dibujó una línea hacia arriba, hacia el ojo, y luego repasó la ojera con cuidado, antes de bajar por el borde de la nariz. Pronto llegó a la boca y, situándose en el centro de los mismos, hizo presión apenas un momento en ellos. Luego me llevé el dedo a mis propios labios y repetí el gesto.

El pálido caeruleus se sonrojó ligeramente ante aquella declaración, viéndose obligado a secar las palmas de sus manos contra su capa, nervioso. Sin embargo, besó con timidez el dedo que ella le ofrecía antes de que le fuese retirado.

Zacharyas se levantó, tomando la mano de la parvus en el trayecto de su ascenso, dedicándole una sonrisa y un pequeño tirón antes de echar a andar, invitándola a seguirlo, por el pasillo.

La figura alta, desgarbada y oscura torció una esquina. La pequeña y energética, que primero iba detrás, terminó siendo la que arrastraba a la otra, animada, tirando de él con sus pequeñas manos.

*se van*

Corro atravesando los pasillos con el arco y las flechas a la espalda. De camino hacia el exterior, cada dos por tres, lanzo una ojeada a la ventana. Vaya horror... Si es que no deja de llover. No creo que ni con esta capa baste, la verdad... Si al final salgo me voy a empapar... Pero claro... Ahora que ya lo he decidido no puedo echarme atrás sin más o será lo mismo de todos los días... Lo mismo de siempre.
Lanzo un suspiro al aire y continúo avanzando con, más o menos, energía. Bueno, por probar no puede pasar nada malo. Así seguro que tengo cosas interesantes que contarle a Lluvia la próxima vez que vaya a verla. Y Massen se enorgullecerá si se entera. Creo...

*se va*

Salgo del cuarto de las chicas envuelta en la cama y encorvada como un fantasma. Me recuerdo a cierto caeruleus que no soy yo por las formas, pero es que el fresquete que hace lo pide a gritos. Yo soy más de primavera y baños calientes.
En lo que paso por delante de una ventana, bostezo. Entonces veo la nieve y todo cobra sentido. Bueno, a ver, hace frío, sí... Pero...

Doy media vuelta, repentinamente despejada y enérgica, y entro de nuevo en la habitación. Creo que voy a cambiarme de ropa.

*se va*

Un hondo suspiro, menos noble que de costumbre, hizo eco en los pasillos con grandeza. Por suerte no había nadie para oírlo, de modo que incluso podría haberlo repetido de querer, aunque casi prefería no hacerlo.

Me entretuve, apagado, canturreando una cancioncilla que me había enseñado mi madre para aprender uno de los típicos bailes de nuestra familia. Al menos, ya que dormir era complicado, cantar me relajaría un poco.

"Un paso adelante, dos hacia atrás,
das una vuelta, vuelves a empezar.
Acerca la derecha, no llegues a tocar,
das una vuelta, vuelves a empezar."

*se va*

Atravieso los pasillos con pasos lentos. No estoy de muy buen humor, pero tampoco enfadada. Creo que es el cansancio. Espero que no me dure demasiado. Si es el cansancio, en un par de noches debería acabarse. Como mucho.
También puede ser, simplemente, por la misión. Es normal. No ha sido agradable, y el haber hecho esto no implica que Jager y el resto vayan a estar a salvo.

Llevo el maletín bajo el brazo. Me es engorroso transportarlo junto a las muletas, pero sé que no tardará mucho en aparecer. Tengo esa extraña sensación, como premonitoria, a la que comienzo a acostumbrarme poco a poco.

*camina*

La piel del cuello se me pone de gallina. No necesito volverme, escucharla, ni siquiera necesito que ese olor dulzón me penetre hasta alcanzar la pituitaria, para saber quién es. Incluso aunque no hubiese sentido esa especie de hormigueo en la cicatriz lo habría sabido. Incluso si hubiese aparecido disfrazada de otra persona lo habría sabido.
Cuánto tiempo sin verla, Madame Desmarais.

Me vuelvo, encontrándome con su mirada, completamente seria. Las muletas me lo hacen más aparatoso, pero no tardo demasiado.

-Buenas tardes -saludo, educada, serena-. Aquí tiene el paquete que me pidió -indico, directa, sin tocar ningún otro tema antes.

Una pregunta, Madame... ¿Qué hacía algo que usted deseaba en manos de algunos de mis antiguos compañeros? Eso es, quizás, lo que más me escama de todo esto.

La miro, aguardando alguna señal, aunque solo sea para poder irme. Me resulta doloroso permanecer de pie.