Pasillos

Me mantengo inmóvil, callada, pensando, mientras ella habla, claramente agradada por la situación. Personalmente, lo entiendo. yo también disfrutaría ahora mismo, de ser ella, aunque considero que de una manera diferente. Pero, al fin y al cabo, no somos iguales. De serlo, no estaría a sus órdenes, como poco más que una esclava si ella lo desease. Aunque no es en la peor situación que he estado. Supongo que todo tiene sus partes buenas.

La veo volverse para marcharme y siento cómo mi cuerpo se tensa. Incluso entreabro los labios, dispuesta a llamarla, quedándome a medio camino. Antes de que pueda, siquiera, pensar en acabar la acción ella se detiene, mirándome de nuevo.
¿Cómo no lo vi venir? Si era obvio...

-Lo cierto es que tengo una pregunta -murmuro, con tacto, manteniéndome respetuosa en todo momento, sin alzar el tono ni separar los ojos de ella-. Quisiera saber qué relación hay entre lo que haya en ese maletín, que es importante para usted, y la organización para la que trabajé.

La respuesta que me da no me resulta convincente. En absoluto. Pero no puedo hacer mucho más. Sé lo que pasaría si insistiese, si exigiese que me respondiese y, francamente, no me encuentro de humor para ponerme a discutir algo en cuando ya sé de antemano que no tengo ninguna posibilidad, en absoluto, de salir ganando.

-Buenas tardes -respondo, viéndola desaparecer.

Suspiro, echando un vistazo a mi alrededor. Los pasillos me dan una impresión extraña, pero no acabo de encontrar el motivo.
Será el cansancio.

Apoyada en las muletas, sigo atravesando los pasillos.

*se va*

La puta peor fecha del año. Y digo lo de puta porque es lo que sobra en días como hoy. Pero no solo son ellas las malas, para nada. Creo que el Día de los Enamorados, el día de "acércame un cubo y apártate, anda" es una fecha que debería dejar de existir por el bien de la humanidad, pero a la humanidad no le gusta seguir los consejos de Frikka, así que seguirá viviendo días como este cada año hasta que aprenda lo que es la diabetes.

Mascullo, quejándome, por los pasillos.

*camina*

Me vuelvo hacia Buscador con mala cara, aunque el hecho de que me llame así me hace esbozar una pequeña sonrisa, casi halagada. Al principio me caía un poco mal, pero tengo debilidad por ese tipo de comportamientos...

Niego, lentamente, y termino por sonreír. Este tipo es un rarito, y seguro que no tiene temas románticos en mente ni un día como hoy.

-No, se siente. Hace ya tiempo que no la veo. Pero si necesitas algo me aburro la hostia, así que si quieres te echo una mano -me ofrezco, doblando el brazo para sacar bíceps.

FdR: No ha encontrado al mejor para desaburrirse XDU

...

Frunzo el ceño, viéndolo marchar. Boqueo, un instante, pero no me sale ninguna maldición ocurrente a tiempo, de modo que, finalmente, cierro la boca y callo, por una vez. Haré el esfuerzo por hoy, porque estoy asqueada de este día, pero yo no soy la recadera de nadie.

Joder... Bien que podría haber querido entrenar. Aunque claro... Aquí nadie mueve el culo. Son todos unos vagos.
Maldita sea...

Me llevo las manos a la nuca, entrecerrando los párpados y abriendo mucho la boca, en un bostezo. A lo mejor si la encuentro a ella me entretiene un rato...

*se va por ahí*

Atravieso los pasillos con lentitud. Me noto sudar. Me duelen los brazos, las piernas, las rodillas... Todo me empieza a dar vueltas y la vista se me nubla. El corazón parece latir más fuerte, aunque a una velocidad normal. Los ojos me arden. La frente me arde.
Jadeo.

Una pierna me falla.
Me caigo.

He conseguido levantarme, no sé bien cómo. Pero estoy de pie.

Hurgo en mi bolsillo. Me queda tan poca medicina... Una, dos, tres, cua... No soy capaz de contar, pero necesito más.

Tomaré una. Luego iré a dormir.
Todo irá mejor mañana.

*se va*

El chrysos avanzaba por los pasillos, sonriente y con un par de libros en las manos. Detrás suya, a un par de pasos de él, escuchaba una voz aguda que no paraba de hablar de otro libro, uno por el que el chico no tenía ningún tipo de interés, mientras le pedía que, por favor, la detuviese si hablaba demasiado, todo ello aderezado con unos cuantos tartamudeos y un par de lo siento, siento si hablo mucho, lo siento.
Lyam se había encontrado con Inger en la biblioteca, en la puerta, y ambos habían decidido que podían estar juntos hasta que sus caminos se desviasen. La caeruleus había empezado a hablar de su fantástico libro poco después de que empezasen a caminar, y el chrysos había decidido no interrumpirla porque, aparte de que no sabía muy bien qué decirle, le parecía hasta gracioso todo el entusiasmo con el que la chica hablaba, como si acabase de encontrar algo maravilloso, una joya única que el mundo debería conocer.

Ambos giraron al llegar al final del pasillo, y el chico la miró de reojo.

A un par de pasos de Lyam, caminaba con mucho entusiasmo, moviendo mucho los brazos, abriendo mucho los ojos, alzando y bajando el tono de voz y hablando muy rápido, apenas dejando espacio para que el chico respondiese. Acababa de leerme un libro fantástico, un libro fantástico que me había indignado y encantado a la vez, e inconscientemente había decidido que el chrysos sería mis oídos mientras me recobrabra de la lectura. El final del libro, uno de fantastasía, con muchos magos, dragones, princesas, elfos y sirenas, me había dejado en una especie de estado de shock, de incredulidad, como si me acabasen de dar una bofetada en mitad de palacio, sin aviso y sin motivo. Porque, no, no. El libro no podía terminar de aquella forma, y a la vez tenía que terminar de aquella forma, era lo lógico y coherente. Pero no. No podía. Me negaba. No podía ser. El autor debió de haberse confundido, debió haberlo escrito estando muy triste y debió haber decidido que aquello era lo correcto, pero no. No lo era. Y a la vez sí. Pero no.
No.

—Es que... ¡No! Pero a la vez ¡sí! Eh... Eh... O sea. Es que. A ver. —Fruncí el ceño—. Tiene todo el sentido del mundo, ¡¡pero!! —Giré a la izquierda y negué con la cabeza—. ¡No puede ser! Y a la vez sí. Y es que me encanta, me encanta, pero a la vez no me encanta. Y está muy bien escrito, y los personajes son geniales. ¡Y la historia! ¡La historia es genial! Pero. Es que. —Miré su espalda—. ¿Por qué? En serio, no. Es cruel y despiadado, y cruel otra vez. —Crucé los brazos—. ¡Pero a la vez es fantástico! Y deberías leerlo y, eh. Oh... Perdona si hablo mucho, interrumpeme si quieres. Quiero decir... No quiero molestarte, y llevo mucho tiempo hablando de lo mismo, pero es que creo que no puedo parar, pero —Me pasé una mano por la nuca—. Interrumpeme si te molesto, o sea, no me va a importar, porque entiendo que no quieras escucharme, aunque el libro es genial y deberías leerlo, pero entiendo que puede ser molesto. Y... Eh... Si te molesto sólo dímelo, y me callaré y no diré nada y no te molestaré y podremos caminar en silencio que parece que es lo que te gust... ¡Quiero decir! Que es más cómodo y relajado, pero es que el libro es ¡genial! En serio. Y...

Y seguí hablando.

Atravieso el pasillo con calma. Aunque la pierna izquierda va inmovilizada y no toca el suelo, me duele a cada paso, como si sí lo hiciese, y es un engorro. Me siento muy fuera de mí, deseando tomar un calmante y meterme en cama, pero es que últimamente estoy siendo bastante inservible.

Una voz me saca de mis pensamientos. Hace mucho que no me la encuentro, pero es obvio quién es. Inger Nielsen. No solo por la propia voz. Una de las veces que la vi también hablaba de cuentos, y semejantes. Aunque no de manera tan efusiva.
Quizás esté con Dehnel. Supongo que tendrá la suficiente confianza con él como para hablar de esa manera.
De todos modos, tengo que ir en esa dirección si quiero ir a la biblioteca. No me apetece cruzarme a Dehnel. Espero que sea rápido.

Y entonces, admito, me sorprende ver a Lyam. Tanto que me encuentro detenida, frunciendo el ceño un instante, como contrariada por haberme equivocado.

-Buenas noches -saludo, tras un instante, mirándola a ella, luego a él y, por último, a Inger de nuevo.

¿Interrumpo algo? Se los ve relajados.
Iré cuanto antes a la biblioteca. No me interesa participar en una conversación sobre un libro de caballeros.

El chrysos esbozó una sonrisa casi burlona. A pesar de que intentaba no reírse de la caeruleus, por eso de la educación y porque realmente la muchacha no le caía mal, la chica se lo estaba poniendo bastante complicado. La casi pasión con la que hablaba, el hecho de que no terminase casi ninguna frase y lo mucho que se contradecía a sí misma le parecía gracioso, divertido. Era como escuchar hablar a una niña pequeña, a una de como mucho diez años, que acababa de descubrir un gran secreto y que necesitaba, debía, contárselo inmediatamente a sus padres.

—Te entiendo, te entiendo —murmuró, aunque realmente no entendía a la muchacha. Tal vez porque él no sentía tanto amor por la lectura, o porque era capaz de discernir entre ficción y realidad, entre cosas realmente importantes y cosas que no te estaban ocurriendo a ti, no podía entender el entusiasmo de la chica. Le parecía surrealista, cómico, irreal incluso. No comprendía por qué montaba de aquello semejante drama, y tal vez por eso le hacía gracia.

Su expresión cambió cuando en mitad del pasillo apareció Alehyss, Alehyss Lester, Alehyss la que se había ido de misión y que había vuelto... ¿cuándo? El chrysos alzó primero las cejas, sorprendido por su presencia, y luego las bajó, frunciendo el ceño, confuso por el hecho de que la chica llevase muletas y porque parecía que no había llegado ahora mismo a Brontë. Parpadeó. ¿Qué le había pasado, cuándo había llegado?

—Hola —dijo, todavía perplejo. Miró de reojo a la caeruleus, luego volvió la vista a la chrysos y dio un paso hacia ella. Había un pequeño rastro de preocupación en su mirada—. ¿Có... Cómo estás? ¿Qué...?

Frunció de nuevo el ceño, pero se calló.
No sabía qué decirle.

Concentrada en mi perorata, tardé un poco más que el chrysos en darme cuenta de que había aparecido alguien en los pasillos, y di un par de pasos más antes de percatarme de que mi acompañante se había quedado quieto, quedandome a un par de pasitos de chocar contra su espalda. Confusa, fruncí un poco el ceño y me coloqué a su lado, preguntándome por qué nos habíamos detenido. Al hacerlo, descubrí que en el pasillo estaba ahora Alehyss Lester, la chrysos a la que Rick odiaba, así que me callé, notando cómo se me enrojecían las mejillas.

—Bu... Buenas noches —balbuceé, bajando la vista al suelo.

Apenas había hablando un par de veces con la chrysos, y siempre me había impuesto bastante respeto. Parecía tan seria y segura de sí misma, y también tan fuerte. Me pregunté por qué llevaba muletas, qué le había pasado, pero no dije nada y en su lugar, bajé la vista al sueli. No obstante, a diferencia de mí, el chrysos sí parecía tener más confianza con Alehyss. De reojo, lo miré, y luego alcé un poco la vista para mirarla a ella, antes de volver a contar baldosas.
Esperaba que sus heridas no fuesen graves, que las muletas fuesen por un esguince o algo semejante, pero aquello me parecía un poco improbable.

Me siento algo fuera de lugar, de alguna forma. Por otra parte, tiene sentido. Supongo que incluso mi percepción de la realidad puede haberse visto un poco deformada por motivos objetivos. No debe repetirse.

Lyam está preocupado. Lo veo.
Se queda ahí, balbuceando preocupadamente. Y ella igual, aunque más cortada. Supongo que he roto el momento de relajación y confianza.

-No es nada -zanjo, algo seca, mirando a Inger todavía, aunque mis palabras respondan a Lyam-. Buenas noches.

Tras un par de segundos más, finalmente, vuelvo la vista hacia el chrysos. Me siento hasta desafiante. Supongo que no es mi mejor día.
Nunca lo es.

-Te estuve buscando -declaro, dando por explicado el por qué no nos hemos visto hasta ahora, aunque todavía no haya dicho cuánto llevo aquí.

Lyam frunció aún más el ceño, más confuso que antes. De reojo, miró a la caeruleus, que se había callado como por arte de magia, probablemente porque le daba vergüenza que la chrysos la hubiese escuchado hablando tan entusiastamente, y luego miró de nuevo a Alehyss, preguntándose por qué en lugar de mirarle a él miraba a Inger al hablar.

—¿Te vas ya? —preguntó, incrédulo, dando un nuevo paso hacia ella. ¿Se iba así, sin más? ¿Tanto tiempo esperándola y se iba así? Y ¿cómo que aquello no era nada? Era evidente que era algo, si no no llevaría muletas. Aunque, por otro lado, no le sorprendía que la chrysos respondiese de forma tan evasiva. Siempre lo hacía cuando tenía alguna evidente herida, o cuando la atacaban y acertaban con el golpe.

Cuando la muchacha lo miró finalmente, el chrysos clavó sus ojos en los de ella, y se acercó de nuevo. Y cuando habló, alzó las cejas y parpadeó una vez. Entonces hacía tiempo que había vuelto y, simplemente, no se habían encontrado. Aquello, de alguna forma, le pareció irónico, teniendo en cuenta que él la había estado esperando.

—Estuve aquí. —Frunció el ceño—. No me he ido en ningún momento.

Dio un paso más hacia ella.

Me sentía fuera de lugar, como si no debiese estar ahí a pesar de que yo había estado ahí desde el principio y fuese Alehyss la que acababa de aparecer en medio de los pasillos. Pero aún así, aunque fuese yo la que estuvo hablando con el chrysos desde que salimos de la biblioteca, sentía que estorbaba, molestaba, como si mi presencia no fuese bien recibida. Era una sensación un poco desagradable, especialmente porque tampoco parecía que ninguno de los dos, especialmente él, tuviese demasido interés en incluirme en la conversación.

—Espero que te mejores... —murmuré, mirando a Alehyss. Luego volví a bajar la vista. Aunque parecía que se había dirigido a mí al hablar, yo no le había preguntado nada acerca de sus heridas, así que era lógico suponer que realmente respondía al chico.

Parpadeé. Por lo que decían, parecía una especie de reencuentro, uno no muy bonito y un poco ¿tenso? Ni tan siquiera sabía si esa era la palabra o si sólo a mí me lo parecía. A lo mejor el hecho de parecer un mero testigo, uno que lo era involuntariamente, uno que realmente no quería presentar la escena, hacía que todo aquello me generase cierta tensión, cierto mal ambiente. No lo sabía.

De reojo, miré de nuevo al chico, y luego miré a Alehyss. Ella lo había buscado, él la había esperado. Parecía sacado de cuento, aunque nada en esta situación se asemejase a un cuento. ¿Estarían juntos? ¿O eran sólo amigos? No lo sabía, ni tampoco me interesaba demasiado.
Di un paso hacia atrás. A lo mejor debería irme por otro pasillo. No me sentía cómoda estando allí. No estaba a gusto y, además, me estaban ignorando. O eso parecía.

Relajo algo la expresión. Hoy tengo un día algo arisco. Y esta situación, lo admito, no lo ha mejorado. No obstante, he de evitar ser tan expresiva en esta clase de momentos. Demostrar mal humor es muu negativo, y más delante de terceros.

-Debo escribir una carta -explico, seca, como justificando mi salida de escena. Luego trato de suavizarlo, de rectificar-. Pero no corre prisa.

Ha estado aquí todo el rato. Por supuesto. Fue lo que le pedí. Todavía no me había planteado que no estuviese.
Lo que sí...

-Simplemente no hemos coincidido -concedo. Lo noto acercarse, y ello me hace desviar la vista a la soluble Inger, obligándome a decir algo que haga que note que puedo oírla-. Gracias, Inger. ¿Qué tal has estado?

Eso ha sido artificial. Pero, sinceramente... ¿Qué no lo sería? Apenas la he visto un par de veces y este momento no es, quizás, el mejor para entablar una animada conversación.

Miro de reojo a Lyam.
La verdad es que no sé cómo debo proceder. A estas alturas comprendo que uno de los tres sobra. No es necesariamente Inger. Yo misma puedo considerarme elemento discordante, también.

Parpadeó de nuevo. Parecía (parecía) que la actitud de la chrysos, extrañamente cortante, había cambiado un poco, mostrándose mucho más amable que antes (aunque tampoco demasiado). De alguna forma, aquello le alegraba: no le apetecía lidiar con una Alehyss malhumorada sin motivo aparente.
A pesar de que se preguntó a quién debería escribirle, el chrysos se limitó a asentir.

—Entonces puede esperar, ¿no?

Realmente no necesitaba ninguna respuesta, porque la propia Alehyss ya había dicho que no le corría prisa. De reojo, miró a la caeruleus, que parecía haberse hecho pequeña, muy pequeña, pero no tardó en volver su atención a la chrysos.
Asintió.

—Exacto.

Era irónico que no hubiesen coincidido, pero aquello era precisamente lo que había pasado. Él no se había movido de ahí, y ella lo había buscado, así que, simplemente, no se habían encontrado. Sin más.
Volvió a mirar a la caeruleus, que había retrocedido, pero no le dijo nada, y se limitó a esperar su respuesta. Luego, de reojo, miró de nuevo a Alehyss.

Los dos chrysos hablaban, y yo mientras tanto retrocedía, pensando que así nadie se daría cuenta y que no molestaría, estorbaría más. No me gustaba esa sensación, como si realmente sobrase. Era desagradable. Era evidente que ambos, especialmente él, querían hablar de lo que fuese que hablasen, pero ninguno se iba, ni hacían nada para separar este trío que se había montado sin querer. Simplemente, Lyam no me hablaba, aunque sí me miraba, y ella intentaba incluirme con frases que sonaban artificiales, como si las dijese por educación más que nada.
Suspiré. Estaba incómoda; no molesta ni enfadada, sino, simplemente, incómoda. Y me sentía pequeña al lado de Alehyss, especialmente antes, cuando se mostró tan cortante y cuando me miraba y miraba.

—He estado bien... —murmuré. Era mentira: no había estado precisamente bien, sino lo casi lo contrario, pero no quería dar explicaciones que ninguno de los dos quería escuchar. Me pasé una mano por el cuello—. Y... Eh... Tengo que irme a cenar. —Sonreí—. Bueno, realmente es comer. —Fruncí el ceño—. Llamadlo como queráis.

Ensanché la sonrisa. Ahora me iría y los dejaría solos, y que hablasen y hablasen. A mí ni tan siquiera me interesaba aquello.

—Así que... Eh... Buenas noches. —Moví la mano, en un gesto de despedida—. Buenas noches.

Y me fui.
Yo no era una chica especialmente inteligente, pero entendía cuando alguien sobraba. Y ahora mismo entendía que yo sobraba. Era evidente. Ni tan siquiera era espcialmente amiga de ninguno de los dos.

*se va*

Todo transcurre de forma un tanto brusca, pero al final el resultado es el deseado. No quería que Inger se sintiese incómoda, pero ella misma decide marcharse. Aunque supongo que la situación se lo ha sugerido.

-Buenas noches y buen provecho -me despido, mirándola un instante, serena.

Es rápida de despachar. Casi hasta me compadezco. No ha hecho nada malo y termina pareciendo una molestia. Espero que sepa entenderlo.

Luego, ya sí, me centro en Lyam.

-¿Te hirieron en el ataque? -ataco, monocorde, en primer lugar, mirándolo seria.

FdR- :_D Me da pena Inger. Que palo en el culo tiene hoy Alehyss.

El chrysos esbozó un amago de sonrisa al escuchar la respuesta de la caeruleus, aunque no tardó en borrarla al escuchar que se iba. Sería hipócrita decir que no quería estar a solas con la chrysos, pero aún así se sentía culpable por haber hecho que la muchacha se fuese. A fin de cuentas, ella no había hecho nada y, bueno, él no había sido muy discreto.

—Qué aproveche —dijo, mirándola. Luego añadió—: Leeré el libro. Y ya nos veremos.

Dibujó una pequeña sonrisa, y observó cómo se iba. Luego suspiró y volvió a mirar a Alehyss. Ya se disculparía con Inger cuando se volviesen a ver.
Le sonrió.

—No, no me hirieron. —Se acercó a la chica y observó sus piernas, borrando la sonrisa—. ¿Es grave?

También él se despide, y entonces ya podemos pasar a una conversación sin terceros. Según parece, él salió mejor parado del ataque que yo. Casi empiezo a desear no haberme quedado.
Su pregunta me hace torcer el gesto un instante. ¿Es grave? No sabría responder. Aunque quiero decir que sí.

-Espero poder recuperar toda la movilidad en un tiempo -respondo, tajante.

Soy mala con la magia, pero sé que hay hechizos que pueden curar esto. No tengo claro que sin ellos pueda volver a moverme como antes.
Supongo que iré a ver a Errst un día de estos.

Esbozó una mueca. Aunque la respuesta de la chrysos no afirmaba ni negaba nada, aquello parecía más grave que superficial. Se preguntó si había ido a la enfermería, y si allí le habían dado algún calmante o algo semejante. La respuesta lógica sería que sí, pero por algún motivo no se imaginaba a Alehyss esperando pacientemente a ser atendida por el médico de Brontë. Todavía recordaba que, después del ataque de los mercenarios, la chrysos había pasado sólo una noche en la enfermería, a pesar de tener evidentes heridas (aunque no tanto como las que tenía ahora).

Se acercó a ella, hasta llegar a casi rozarla.

—¿Has ido a la enfermería? A lo mejor te dan algo que lo cura. —La miró—. Algún hechizo o algo semejante.

¿Cómo había ido la misión? ¿Qué había tenido que hacer? ¿Estaba la caeruleus satisfecha?
Pese a que se preguntaba muchas cosas, no dijo nada y se limitó a observarla.

Contengo las ganas de rotar los ojos. No hay nada más molesto que sentir que la gente cree que no eres capaz de cuidarte sola. Es decir... ¿Acaso cree que me dejaría morir en un rincón antes de ir al médico?
No he ido, es cierto, más que para buscar calmantes. Pero soy consciente de mi situación. No voy a esperar a que la pierna se ponga negra y haya que cortar. Incluso me duele menos estos últimos días.

Apoyo la muleta derecha contra mi torso, discreta. Con un gesto seco y rápido, tomo un pliegue de su camisa, a la altura del cuello. Tiro de él hacia mí, sin cuidado, dado que yo no puedo ascender, para besarlo. Y que se calle. Que no intente darme lecciones.

El contacto es breve, poco más de un segundo. Luego lo empujo con la palma abierta, apartándolo de la misma forma concisa que lo he hecho venir.
Estoy harta de los hombres En general.

-Necesito sentarme -declaro, malhumorada.