Río

Apreté sus manos ligeramente cuando me las cogió. Ella era mucho más fuerte que yo, y yo siempre intentaba protegerla. Si al final era ella la heroína y yo el mendrugo. No sabía cómo podía abrir la boca a veces. Si no fuera por que me conocía, llegaría a pensar que era un poco estúpido.

-Me hubiese gustado que estuvieras allí -murmuré-. Tú no habrías abofeteado a Alehyss Lester, ni amenazado con matar a un niño, ni te hubieras lanzado al fuego...-. Suspiré-. Tuve suerte... Pero hice más bien poco. Y lo poco que hice al final sirvió de menos. Pero aprenderé de esta.

Me encogí de hombros, desanimado.

Tragué saliva. De nuevo, no sabía qué decirle. A mí no me hubiese gustado ir. No demasiado. Sí me hubiese gustado salvar a Silvanus, pero, por cómo describía la misión, dudaba que hubiese sido de mi agrado. Tal vez no hubiese pegado a nadie ni me hubiese lanzado al fuego, pero no creía que hubiese actuado con entereza durante toda la misión.

—Seguro que hiciste más de lo que crees... —susurré—. Y seguro que no fue todo por la suerte.

Suspiré.

Mi mirada buscó algún brillo con la esperanza de que se tratase de sus ojos. Ella, al menos, podía verme. Y en ese momento la envidiaba muchísimo, aunque la envidia fuese innoble.

-¿Puedo dormir contigo? -susurré, casi suplicante, cansado.

El viaje había sido muy duro, y la misión otro tanto. Incluso sin apenas heridas se había hecho cuesta arriba. Había visto a mis compañeros inconscientes parte del camino de vuelta. Tenía que aprender a defender más a la gente.

Bajé la cabeza, nerviosa de pronto, cuando escuché su pregunta. Ahora mismo no tenía ningunas ganas de dormir, ni tampoco estaba segura de que quisiese dormir con él. Pero también me seguía dando pena.

Suspiré.

—Sí, claro... —Alcé la vista—. Podemos dormir juntos.

Tragué saliva.

Carraspeé, intranquilo. Seguí sus manos con las mías, ascendiendo por sus brazos hasta llegar a tocar sus hombros. Por fin había ubicado perfectamente su cabeza.
Me acerqué a ella con cautela con intención de depositar un beso en su frente. Lo cierto es que estaba cansado... Más que lo que pudiera imaginar. Pero al mismo tiempo no me apetecía dormir. Seguro que tendría pesadillas tras pensar en todo aquello.

-Donde tú quieras -murmuré-. Si es que quieres dormir. Es pronto para ti.

Quizás ella no tuviese sueño. Por raro que pareciese había oído que los caeruleus dormían por el día.

Bajé la vista cuando Rick se acercó a mí y entrecerré los ojos cuando me besó la frente. Luego parpadeé, sin saber, de nuevo, qué decir o hacer. No sabía dónde podíamos dormir, ni si quería que fuésemos ya a dormir (en cuyo caso yo cogería un libro y leería mientras él dormía) ni nada por el estilo.

—Me desperté hace un rato, así que no tengo mucho sueño —admití finalmente—. Pero podemos ir a dentro ya, si quieres. Supongo que podemos dormir en la sala común.

El sofá de aquella sala no era demasiado cómodo, pero no creía que hubiese una opción mejor.

Fruncí el ceño, tratando de ganar algo de seguridad, aunque me notaba bastante debilitado.

-Pu-puedo acompañarte mientras haces algo... Estabas dando un paseo, ¿no? O quizás...

¿Qué podría hacer yo que sirviese de algo a Inger?

-Podría enseñarte canciones de mi pueblo, aunque no... O... ¿Sabes algún cuento de esos que lees? Que a mí de pequeño siempre me contaban los mismos...

Era difícil no pensar en el abandonado cuerpo de Prosper, pero quizás así... Estando con ella, aunque no durmiese, me distraería. Tampoco quería amargarle la noche.

Me encogí de hombros. Tampoco estaba haciendo nada especial; sólo paseaba sin rumbo, así que dudaba que el flamma quisiese realmente acompañarme. Especialmente si teníamos en cuenta que no sabía qué decir la mayoría de las veces. No obstante, tampoco tenía interés en aprender las canciones de su pueblo. Ya me había cantado algunas, y no eran precisamente la clase de canciones que a mí me gustaban. Ni tampoco su voz era maravillosa.

—Como tú quieras... —Lo miré—. Antes estaba paseando, pero no iba a ningún sitio en particular. —Me encogí de hombros—. Si quieres contarme un cuento, puedes.

Esbocé una sonrisa triste.

-¿Te he hablado alguna vez de mi hermana? -dije de pronto, como su hubiese caído en la cuenta de que tenía una de repente-. Creo que os llevaríais bien. Es una niña muy buena... Y ella sabía muchos más cuentos que yo.

Recordarla sí me hacía sentirme algo mejor. En casa no pasaban cosas malas, ni nadie moría... Como mucho alguna regañina y ya estaba...

Fruncí levemente el ceño, pensativa, intentando hacer memoria. No recordaba que me hubiese hablado nunca de su hermana. Ni tan siquiera sabía que tuviese una. Aunque tal vez sí que me había hablado de ella y yo me había olvidado. No estaba segura.

—Creo que no. O al menos a mí no me suena.

Lo miré durante unos segundos. Luego me alejé un poco y me senté en el suelo.

—Me he sentado en el suelo —informé, por si se preguntaba dónde estaba.

Así que nunca había mencionado a mi hermana... Normal, al fin y al cabo. Era un hermano mayor orgulloso y no quería que llegasen historias sobre ella a oídos de hombres indignos.

-Es más pequeña que yo, aunque ahora será toda una señorita... Llevo mucho sin verla ya. Es pelirroja, como tú, aunque más como marrón... Se llama Nadia.

Escucho a Inger moverse. Entonces ella me aclara que se ha sentado. Pensativo, me hurgo en los bolsillos hasta dar con algo frío. Lo tengo.
Me acerco a ella y me acuclillo, ofreciéndole el puño cerrado en el que guardo algo.

-Toma -digo de pronto, mirando muy serio su sombra.

Curvé ligeramente los labios. Me imaginaba a una niña bastante mona, pequeña, enérgica y muy sonriente. Seguro que era simpática.

—Seguro que es muy maja. —Ensanché la sonrisa—. Yo también tengo un hermano. Ya te hablé de él algún día, no sé si te acuerdas o no.

Recordaba que le había contado algunas cosas sobre Simon, pero no sabía si se acordaba o no. Tampoco sabía si realmente le interesaba, así que no dije nada más. Desde el suelo, observé cómo hurgaba en sus bolsillos, preguntándome qué buscaría. Cuando se acercó y me tendió una pequeña piedra, fruncí levemente el ceño. Luego negué con la cabeza.

—No... Gracias, pero quédatela tú. Yo no la quiero —respondí, seria.

Recordaba algo sobre su hermano, así que asentí, aunque también creía recordar que no se parecía demasiado a ella. Ni a mí. Quizás su hermano me odiase sin saberlo.

Cuando ella rechazó el trozo de metal enseguida comprendí que a las mujeres no les gustaban esas cosas. Quizás debía convertirlo en un colgante u otra cosa bonita, así que lo guardé de nuevo, decidido a hacer algo así. Luego suspiré y dibujé una triste sonrisa.

-Estoy algo cansado. Creo que me iré a dormir.

No quería obligarla a irse a dormir tan pronto, pero en algún momento del diálogo ambos decidimos partir en la misma dirección.

*se van*

Lyam caminaba por el río con los ojos ligeramente iluminados y atento a cualquier tipo de movimiento. Había llegado hacía un buen rato, antes de la hora a la que habían quedado, y, tras permanecer unos segundos quieto, observando el agua, había comenzado a dar vueltas, tratando de calmarse. Estaba extrañamente nervioso.

La flamma había dicho que quedarían por la noche, alrededor de la una y media, pero todavía no había aparecido. Y aquello lo preocupaba. El chrysos se preguntaba si la flamma había tenido algún problema, algo que le impidiese estar ahí a la hora fijada. Aquello sería desagradable, pero teniendo en cuenta dónde se reunían, no extraño: tras el secuestro de Silvanus, en teoría, habían reforzado la seguridad, así que debía ser complicado colarse en Brontë. O, al menos, eso creía. Por suerte para él, no había tenido que comprobar la eficacia de la seguridad de Brontë, así que no podía saberlo con seguridad.

Lyam suspiró y se pasó las manos por el pelo, echándose el flequillo hacia atrás. Luego chasqueó la lengua y resopló.

*se queda*

Dena había llegado aquella noche al pueblo de paso poco antes de la hora a la que había quedado con el chrysos. A pesar de que en el momento en el que había escrito la carta ya había contado con que podría sufrir algún retraso, no se había imaginado que llegaría tan tarde. Había contado con que llegaría al pueblo temprano, con el tiempo suficiente como para parar a descansar en una posada, no con que llegaría en plena noche. Sin embargo, a pesar del cansancio del viaje, nada más llegar al pueblo buscó el río, que, según lo que sabía, llegaba hasta el palacio, y comenzó a avanzar hacia Brontë. Imaginaba que el chrysos ya estaría en el lugar en el que habían quedado y no quería preocuparle demasiado. A pesar de lo enfadada que estaba con él.

Como había supuesto, el chrysos estaba en el río, dando vueltas, claramente inquieto. Desde lejos, escondida en la oscuridad, lo observó en silencio, fijándose en las vendas que cubrían sus brazos. Se preguntó qué le había pasado.

Avanzó hacia él, haciéndose visible. El chrysos, al oír sus pasos, se giró. Tenía las cejas ligeramente alzadas, pero al verla, relajó la expresión. Hasta suspiró.

—Siento la tardanza —murmuró, apartándose la caperuza—. Llegué más tarde de lo esperado al pueblo. —Curvó ligeramente los labios y lo miró, seria a pesar de la sonrisa—. Me alegra ver que estás aquí.

Se acercó a él y observó, esta vez de cerca, sus brazos. A pesar de que el chrysos no era demasiado alto, la flamma le daba por el pecho. Era bastante pequeña. Y delgada. Tenía, en general, un aspecto bastante frágil.

—¿Qué te ha pasado en los brazos? —inquirió finalmente. Frunció levemente el ceño y alzó la vista.

Atravieso la zona cercana al río con los ojos semiiluminados. De pronto distingo dos figuras en la oscuridad y apago los ojos al instante. Algo huele mal.
Lentamente me acerco a la zona donde habla, cuidando de no romper ninguna pequeña rama a mi paso. Debido a la luz que irradia, puedo reconocer a uno de los dos.

Contengo el aliento. Es Lyam. Y la otra... No la he visto antes.
Mierda...

Lyam torció una sonrisa.

—Lo mismo digo —mintió, apartando la vista.

Carraspeó. A pesar de que era un alivio comprobar que no le había pasado nada, no se alegraba demasiado de verla ahí, en mitad de Palacio. Cualquiera podía acercarse, y verlos y preguntarse qué demonios hacían hablando ahí fuera en vez de dentro, como las personas normales. Y entonces a él le tocaría inventarse algo y desear que la gente le creyese, por rara que fuese la mentira.

Suspiró. Para hacerlo todo más complicado, estaba nervioso. Completamente nervioso. Y eso lo frustraba. Tenía preguntas que hacerle a la flamma, había reflexionado sobre lo que le diría, sobre las explicaciones que le pediría, pero aún así estaba nervioso. De pronto era como si no supiese hablar, como si se hubiese olvidado de todo lo que quería decirle.

—Me quemé entrenando. Nada importante. No te preocupes. —La miró de reojo. Señaló su cuello—. Te has cortado el pelo. —Sonrió—. Te queda bien.

Y apartó la vista. Tenía que pensar cómo decir las cosas que quería decirle.

Dena frunció el ceño y volvió a bajar la vista a los brazos del chico, preocupada a pesar de las palabras del chrysos. Se había imaginado que las vendas eran porque se había hecho algún corte peleando, no que se hubiese quemado. Aunque, teniendo en cuenta la longitud de los vendajes que cubrían sus brazos, aquello tenía sentido.

—Mithos... ¿Estás bien? —Lo miró. Luego, bajando un poco el tono, añadió—. Lloyd, deberías tener más cuidado. Primero latigazos en la espalda, luego quemaduras... —Frunció levemente el ceño—. No me extrañaría que la próxima vez que nos veamos te faltase un dedo. O un ojo.

Suspiró.

fdr. wtf, heylel

Lloyd...

Mis ojos se abren, mostrando mi sorpresa, pero yo sigo inmóvil. Parecen cercanos y ella lo llama Lloyd. Hay muchas más posibilidades de que me hayas mentido a mí y no a ella, eh, "Lyam sin apellido".

No puedo evitar pensar en Nille, que poco tendrá que ver con esto...

Todo está tomando un rumbo desagradable. Lloyd...

Lyam soltó una suave risa y, de reojo, miró a la flamma. Le hacía gracia su repentina preocupación. No había cambiando nada en ese aspecto.

—Que sí, que estoy bien. —Suspiró—. Y los latigazos no fueron culpa mía, ya te lo dije...

La flamma frunció levemente el ceño, disconforme, y él se encogió de hombros. Era cierto. Aquello no había sido culpa suya. Mithos sabía por qué el líder Darvenwish había decidido latigarle.

Cuando Dena volvió a hablar, el chrysos chasqueó la lengua y apartó la mirada. La próxima vez que se viesen esperaba que no fuese en un río, a oscuras. Frunció el ceño.

—Dudo que para la próxima aparezca sin dedos u ojos.

Carraspeó. Francamente, dudaba que hubiese una próxima.

Dena frunció el ceño. Esperaba que para la próxima apareciese con todos sus dedos y ojos, sí, pero visto el historial, no apostaría por ello.

—Eso dices ahora...

Lo miró durante unos segundos. Luego, observó el río, curiosa. Tenía que admitir que era un sitio con cierto encanto. Se alegraba de haberlo escogido para reunirse. Aunque fuese mucho más imprudente que reunirse en el pueblo de al lado.

Avanzó hacia la masa de agua. Antes de mojarse los pies, se detuvo y miró al chrysos por encima del hombro.

—No has respondido a mis cartas. —Apartó la vista—. Quiero una explicación. Sobre eso y sobre todo lo que ha pasado.

No se había ido de Aqua para charlar amigablemente con él. Ahora mismo, más que amiga, era su jefa. Y debía darle respuestas.

Lyam cruzó los brazos en silencio, ignorando el comentario de la flamma. No tenía sentido responder a aquello porque sabía que Dena no le creería y seguiría insistiendo en lo irresponsable que era, como si fuese un crío.

Observó cómo se acercaba al río, sin moverse, y cuando habló, chasqueó la lengua. Cuando quería, la flamma podía ser bastante directa.

Dio un par de pasos hacia delante, acercándose a ella. Frunció el ceño. Le molestaba que ella precisamente le pidiese explicaciones. Él era quién debía exigir respuestas, no ella.

—No. Yo quiero una explicación. —Clavó sus ojos en los de la flamma, que se había vuelto para mirarlo, confusa—. ¿Qué demonios está pasando en Ignis?

Dena frunció el ceño, molesta. ¿Quién era él para pedirle explicaciones? Eso no era parte de su trabajo, sino el de ella. Él era quien recogía información; ella quien hacía preguntas y buscaba explicaciones.

Además, ¿a qué se refería? Lo que la banda hacía en Ignis no tenía que ver con ella, que estaba destinada a otro sitio. Superficialmente, sabía qué estaban haciendo sus compañeros, pero aquello no era algo de lo que el chrysos tuviese que preocuparse. Tampoco era algo que tuviese que saber.

—¿De qué hablas? —gruñó.

Lyam menciona lo de Ignis. Lo que ella pueda responder también me interesa a mí, y a Jager, aunque termina por parecer no saber nada. Es una pena... Ya esperaba jugosa información. Aunque quizás no sea tarde.

Es difícil escucharlos a la perfección. El rumor del río tapa las frases más silenciosas. Sin embargo, el silencio de la noche facilita el espionaje. Y, eh... Tengo buen oído.

Por desgracia, prefería estar espiando otra cosa...