Río

Sin apartar la mirada de ella, la escuchó con atención, de pronto más serio que antes. Él tampoco tenía claro si, cuando Brontë terminase, se dedicaría a la lucha o no. Había probado otras cosas, seguía probándolas —de hecho, ahora mismo debería estar probándolas—, pero dudaba que quisiese dedicarse a eso toda su vida. Aquello no le reportaba, a fin de cuentas, la misma emoción que un encargo de espionaje, o que un combate. Pero, por otro lado, no quería dedicar su vida a atacar a gente bajo las órdenes de quien fuese que se lo pidiese. Ni tampoco quería permanecer toda su vida en una eterna lucha.

—Si hay algo que te apasione, supongo que podrías. —Le sonrió—. Aunque, si me paro a pensarlo, yo tampoco estoy seguro de qué haría. Sé qué no quiero hacer, pero solo eso.

Desvió un segundo la vista al mar. Madame Desmarilles. Quería hablar de la mujer con Alehyss, pero a la vez, entendía que era un tema delicado que era mejor no tratar si no sabías cómo tratarlo. Y él no creía que supiese tratarlo: tenía la sensación de que siempre metía la pata cuando la mencionaba.

—Supongo que sí. —La miró de nuevo—. Aunque no creo que eso sea... Eterno.

Se encogió de hombros.

Algo que me apasione...
Eso suena de lo más triste. Porque por mucho que lo piense no logro encontrar algo que me apasione.
Me gusta el sexo. Pero la prostitución no me llama tanto.
Me siento un poco triste, viendo así las cosas.

-Nada me apasiona -declaro, sin más-. O no lo he encontrado. No soy una mujer de pasiones, de todos modos-. Nunca lo he sido. Es un hecho.

Su comentario me hace tensarme un instante. Lo miro de reojo, callando un segundo para pensar.
Pero no hay mucho que pensar.

-Tiene principio determinado pero no tiene fin deterninado. No puedo decir, tampoco, que "no será eterno" -explico con una sonrisa mordaz.

Quizás ella muera pronto. Supongo que eso me liberaría. O que no necesitase más de mí.
También puede pasar que yo muera, supongo.

La observó en silencio, escuchándola con atención.
También ahora podía entender lo que sentía, y compartirlo. Y en relación a eso sus circunstancias no jugaban un papel relevante. Si él no era capaz de encontrar algo que le apasionase no era, sin duda, por su pasado.

—Cuando lo encuentres, seguro que no tendrás problema para... Convertirlo en tu trabajo. —Ladeó la cabeza—. Yo tampoco tengo nada que me apasione y que pueda convertir en un trabajo, aunque dudo que eso pueda consolar a alguien.

Sonrió, aunque no tardó mucho en borrar un poco el gesto, transformándolo en una débil curvatura. Desvió de nuevo la mirada al agua. Suspiró.

—Se me da muy mal hablar de esas cosas —admitió, volviendo a mirarla—. Madame, tu lealtad a ella... Siempre que digo algo siento que estoy metiendo la pata.

Se encogió de hombros.
Luego, con cuidado, acercó la mano derecha al hombro derecho de la muchacha, intentando rozar algún mechón.

—Lo recordaba más corto...

Niego un par de veces. Tampoco es eso. Es que no soy capaz de imaginarme a mí dedicándome a un trabajo cualquiera, como alguien cualquiera. Creo que no me ha llegado ese momento.
Primero debo sobrevivir.

-Me gusta luchar -admito-. No me gusta matar, pero sí lo que puedo conseguir luchando. Creo que incluso sin Brontë lo haría. Quizás me hiciese mercenaria. No me gusta obedecer ciegamente como hice en el pasado, pero ayudar a imponer el orden... no me desagrada del todo. No es que tenga complejo de heroína, de todos modos-. Me encojo de hombros.

En cuanto a Madame, es sencillo. No pienso en ello más de lo necesario. No hay más que hacerle de momento.

-Tranquilo. Es un tema complicado. No aspiro a cambiarlo, ahora mismo. Creo que me sigue beneficiando, pese a todo.

Esa es la expresión... "Pese a todo."

Es entonces cuando veo que acerca su mano. La sigo con la mirada, sin hacer ningún gesto cuando me toca el pelo. Acabo, sin embargo, por torcer una sonrisa.

-Bueno, el tiempo pasa, lo quieras o no. No me lo voy a dejar crecer como antes -indico.

Llegué a creer que sí al principio. Ahora, sin embargo, ya he tomado la decisión. Es un corte con mi vida pasada. Me lo recordará, de alguna forma.

Sonrió ampliamente, bajando un segundo la vista.

—Eso suena interesante —murmuró. La miró de nuevo—. De hecho, lo seguro que es más interesante que cocinar, o cortar patatas o fregar platos. —Ladeó la cabeza a la derecha. Rió entre dientes—. De pequeño jugaba a ser un justiciero, uno bastante malo por todos los golpes que me acabaron dando. —Negó con suavidad—. Es gracioso, teniendo en cuenta todo lo que vino después, pero creo que mi yo de trece años sí tenía complejo de héroe.

Rió de nuevo. Luego suspiró.
Menuda tontería. ¿Y por qué se lo contaba? No lo sabía. Simplemente le había salido decirlo, como si fuese lo más natural del mundo, sin un motivo concreto.

A pesar de la curiosidad que le despertaba el tema de Madame, de cómo la lealtad de la muchacha a la mujer podía resultarle beneficioso a Alehyss, no preguntó nada cuando la chrysos terminó de hablar, sino que se limitó a asentir, curvando un poco los labios. Sí habló, sin embargo, cuando la muchacha mencionó que no tenía pensado cortarse el pelo. Entonces el chrysos ensanchó la sonrisa, y apartando la mano, murmuró:

—Te queda bien. —Parpadeó—. Es muy irrelevante, pero me gusta más así que largo o corto como antes.

La miró.

Cocinar.
No puedo evitar una sonrisa. Desde luego esas cosas que dice no me atraen especialmente. Creo que no me dedicaría a ellas nunca, aunque por experiencia ya puedo decir que muchas veces la vida sorprende a uno.

-Muchos niños tienen complejo de héroe-. Me encojo de hombros. Incluso yo lo he tenido, supongo. Era en lo que me apoyaba cuando estaba con Jager, al principio, supongo-. Supongo que es lo habitual. Al menos creías en la justicia, de alguna forma.

Me llevo una mano al pelo, arqueando levemente las cejas, sosteniendo un mechón.

-Gracias-. Me lo echo hacia atrás con un gesto efímero-. Mi pelo... Era mi orgullo -. Dejo ir una risa, cínica-. No me ha venido mal recortarlo, supongo.

"Y el pelo también." Eso debería decir en estos casos, supongo.

Negó suavemente.

—Sigo creyendo en la justicia. —Sonrió—. Un poco, al menos. —Alzó un segundo las cejas—. Aunque no lo parezca.

Aquella era una de sus grandes diferencias con Dena. Donde ella no veía más que injusticias, él podía llegar a ver soluciones, soluciones no tan radicales como las de la flamma, que siempre había abogado por la destrucción y posterior construcción.

—Supongo que el pelo así es más cómodo que el largo. —La miró—. Menos molesto, al menos. —Calló unos segundos. Luego, en un murmullo, añadió—: ¿Por qué era tu orgullo? ¿Porque era largo y bonito? —Sonrió de nuevo—. ¿E implica tu corte de pelo que tu orgullo también se ha visto recortado? —Bajó de nuevo el tono de voz—. A mí nunca me pareciste desagradablemente orgullosa; algo prepotente sí, pero nunca hasta el punto de ser desagradable.

Ladeó la cabeza.

Eso es sorprendente, lo admito. Yo no tengo muy claro qué pienso de la justicia. Decir que creo en ella, sin más... Creo que eso sería un tanto optimista.

-Supongo que puede resultar beneficioso creer en algo como eso -comento, más hablando sola que para él, encogiéndome de hombros con simpleza.

Y volver al pelo es más cómodo, aunque también es un tema menos importante. Solo es importante porque yo le he dado importancia al generar posibles comparaciones.

-Es más cómodo -admito, con un asentimiento-. Pero el largo solía gustarme. Formaba parte de mi aspecto, y me enorgullecía de él, sin más. Pero he aprendido a apreciar lo que tengo ahora-. De nuevo tomo un mechón. Ladeo la cabeza a sus comentarios. Me da igual que intente suavizarlo. No es verdad. Eso o él no ha conocido la verdad, al orgullo de verdad-. Lo soy, de alguna forma. Aunque hay gente con gustos extraños.

Desvío la vista hacia Palacio.
Hace frío. Se hace tarde.

Se encogió de hombros.

—Lo es. Yo creo que lo es. No creo en muchas cosas, si soy sincero, pero sí en la justicia. —La miró—. Y también en que la gente es buena y todo ese rollo. —Negó suavemente, dejando ir una suave risa que sonaba más como una exhalación—. Supongo que eso me hace quedar como un idiota. O un iluso. O ambas.

Desvió de nuevo la mirada al agua. No tenía claro por qué le contaba esas cosas. No tenía motivo para contárselas, a fin de cuentas. Resultaba extraño.

—No he dicho que no lo fueses. —Sonrió—. Solo que no llegaba al punto de ser desagradable. Aunque, bien pensado, yo suelo ser muy desagradable, así que igual por eso no me he dado cuenta de hasta qué punto lo resultabas ser tú.

Sonrió.

Dejo ir una única risa, jocosa. No le puedo quitar la razón en eso.

-Un poco-. Asiento-. Eso de creer en la justicia, las personas buenas y esas cosas le pega más a otras personas por aquí. A ti te esperaba más enfadado con esas ideas. Pero lo respeto -me limito a decir al final.

Supongo que yo también creo en algunas cosas, pero no en esas. No diría que esos son mis valores, si tuviese que elegir uno.
Creo en mí. En mis intereses. Y en algunas cosas más.

-Yo creo que depende de con qué ojos mires -concedo-. Tampoco yo considero que resulte desagradable, necesariamente. Me gusta cómo soy, aunque tenga mis fallos. Si no me gustase cómo soy sería de otra forma.

No todo es perfecto, pero las cosas se pueden mejorar. Intento mejorar, a mi manera, aunque a veces el orgullo me haya hecho reacia a ello.
Creo que he cambiado en estos años.

Sonrió ampliamente, encogiéndose de hombros, al escucharla reír.
¿Qué podía decir? Entendía que se riese. Y entendía que resultaba extraño que precisamente él creyese en esas ideas. Pese a todo, no se consideraba una persona extremadamente optimista, por contradictorio que pudiese sonar.

—Creo que la gente en el fondo es buena, pero que el mundo la corrompe. —Volvió la vista al lago—. No sé. Y la justicia... No creo en Mithos, pero sí, huh, cómo decirlo. —Se llevó una mano al cuello—. No creo en Mithos, pero sí quiero creer que al final las personas tiene un final justo si se esfuerzan por conseguirlo. Supongo que es más cómodo que no creer en nada. Pero no me considero optimista. —Rió—. Y por lo general estoy enfadado con el mundo, pero extrañamente sigo creyendo en esas cosas. —Suspiró—. Mi madre sí era muy optimista, y creía en todo esto y en más cosas. Supongo que al final siempre se te pega algo.

Alzó las cejas, sonriendo de nuevo, aunque no tardó en apartar la mirada.
Su madre no había tenido un final feliz, pero evitaba pensar en ello. No quería echar por tierra sus pocas creencias.

—Todo depende de cómo lo mires. Seguro que cualquier otra persona diría que eres simpatíquisima, y que otra diría que eres desagradable. Conmigo lo mismo, supongo, aunque no creo que a nadie se le ocurra llamarme simpático. —Torció una sonrisa—. No suelo esforzarme por serlo.

La miró.

El mundo corrompe a la gente... Es una forma de verlo. Sin embargo discrepo con lo otro. Con lo de que la gente es buena en el fondo.
No existe la bondad. Esa es mi opinión.

-Yo no creo en eso que llamas bondad. Solo en los intereses personales. Incluso si eres agradable con todos lo haces porque quieres saciar tus intereses de altruismo y santidad-. Dirijo la vista al cielo un momento, pensativa-. Tampoco creo que la gente sea mala. Solo que es egoísta, en mayor o menor medida según la persona-. Dejo ir un suspiro. Su optimismo me hace sentir negativa-. Por eso procuro no enfadarme con el mundo, como tú-. Lo miro-. Me enfado con las personas.

Conmigo misma, si hace falta. Y a menudo.

Aprieto suavemente la mandíbula.

-Y, del mismo modo, creo que una persona tendrá el final que tenga, independientemente de lo que se haya esforzado, en función de la suerte, casi siempre. Pero no me molesto en buscarle sentido a eso. No creo que la vida tenga sentido, y no creo que el final de la vida deba tener sentido. En mi humilde opinión somos... ¿Cómo llamarlo? Una casualidad. Casualmente existimos, sin más.

Tuerzo nuevamente la sonrisa. "Simpatiquísima". Dudo que Massen, incluso, dijese eso. Ni Eve... No creo que ni mi propia madre haya pensado eso alguna vez. Me resulta hasta risible, pero no río.

-No me preocupa lo que piense la mayor parte de la gente. Si hay alguien que me considere "simpatiquísima" creo que incluso podría llegar a molestarme que lo dijese muy alto.

No soy mucho de ese tipo de gente, creo. Aunque siempre hay sorpresas.

Sin apartar la mirada de ella, el chrysos la escuchó con atención, sin interrumpirla en ningún momento, guardando un respetuoso silencio hasta las veces en las que sentía que debía aclarar alguna cosa. Cuando Alehyss terminó de hablar, Lyam se tomó unos segundos para reflexionar antes de responder.

—Yo no pongo en duda que la gente sea egoísta. Estoy plenamente convencido de que la gente se mueve por sus intereses. Pero aun así, me resisto a creer que sean malos, y tiendo a pensar que hay un punto bueno en ellos. Si alguien ve a un niño en peligro, generalmente irá a ayudarlo, supongo. Y supongo también que eso puedes interpretarlo como un mero interés personal, porque así se evita luego sentirse mal por lo que ha hecho. —La miró—. Pero, no sé, supongo que interpreto esa ayuda como un rasgo de que x es buena persona.

Se encogió de hombros. Luego suspiró.

—Al final no son más que diferentes formas de ver lo mismo. Aunque he de aclarar que al enfadarme con el mundo también incluía a las personas. —Bajó un segundo la vista—. Me enfado con todo, realmente, cuando me enfado. También conmigo mismo. Pero por lo general... No se me da muy bien mantener el enfado. Al menos no con la gente a la que aprecio minimamente. —Calló un segundo. Luego rió, y entre risas, añadió—: Mithos, parezco un blando.

La miró, sonriendo, llevándose ambas manos al pelo, echándoselo hacia atrás. Suspiró de nuevo.

—Y, sí, bueno, supongo que no somos más que una casualidad. Pero aun así me gusta pensar que si me esfuerzo puedo tener un final feliz. —Se encogió de hombros. Rió de nuevo—. Ahora parezco aún más blando, debería callarme.

Se llevó la mano derecha a la cara, cubriéndosela un segundo, todavía riendo. La apartó al instante, y dejó de reír, centrándose de nuevo en la conversación. Al último comentario de la chrysos, respondió con un:

—A mí tampoco me importa demasiado lo que puedan pensar de mí. —Suspiró—. O al menos no me importa lo que piensen la mayoría de las personas

La miró, ladeando un poco la cabeza.

Niego con suavidad cuando ha terminado su intervención.

-No he dicho que la gente sea mala. Solo que considero que no son buenos. Salvar a un niño es instintivo, y salvar a otro ser humano es provocado por la preservación de la especie y la educación recibida-. Así lo considero, bueno. No es que yo tenga la verdad, supongo, pero esa es mi opinión-. No creo que la gente sea buena. Creo que la gente puede hacer cosas buenas.

"Ser" bueno es demasiado... optimista. Idílico, más bien. Creo que es imposible serlo, de alguna forma.

-Yo solo me enfado con la gente que me importa. Los que no me importan reciben desprecio, no enfado -comento, con una sonrisa ladina, entretenida.

Puedo ser muy rencorosa o no serlo. Depende mucho. No creo seguir un patrón.

"Final feliz". No me gusta cómo suena. Porque implica un final. No me gusta pensar en el final. Prefiero luchar contra ello, de momento.
Sé que no se refiere a eso, necesariamente. Pero me suena mal. Siempre me suena mal.

-Eso dependerá de tu esfuerzo, claro-. Asiento-. Esfuerzo, suerte... Y lo que te sirva para contentarte. Si eres muy exigente será más difícil que encuentre lo que busca.

Eso es obvio. Solo he recalcado lo evidente.
Yo no busco el final feliz, de momento. Creo que me queda mucho por recorrer antes de llegar a eso.

Asintió al escuchar sus palabras.

—Es otra forma de verlo, más realista, evidentemente. —Sonrió—. Al menos coincidimos en que la gente no es mala.

No como Dena, ella pensaba justo lo contrario y con eso justificaba sus acciones. Pero aquello era irrelevante para la conversación, así que simplemente decidió ignorar ese pensamiento.

—Desprecio e indiferencia, ¿no? —La miró—. Es lo que se suele dar a la gente que no te importa.

Suspiró. Al escuchar su último comentario, calló un segundo, mirándola en silencio durante un momento. Luego curvó un poco los labios.

—Yo nunca he sido muy exigente. Suelo ser feliz con pocas cosas.

Alzó la vista al cielo, apenas un instante.
Cuando la bajó, clavó sus ojos en los de ella, callado.

Me encojo de hombros con sencillez.

-No puedo pensar que la gente es mala. Una casualidad no es buena o mala... Solo es.

La gente es, sin más. Estamos aquí. Obramos como mejor nos parece, como más nos conviene, como queremos, como nos ordenan, nos enseñan... Pero para ser malos debería existir una maldad.
Y ni siquiera creo que eso exista. No hay bien, o mal... Solo hay cosas que te gustan y te convienen y cosas que no. Pero el bien de uno es el mal de otro, de forma que, considero, solo es un punto de vista.

-Si una persona no te importa no merece tu energía y tu enfado -digo, concordando con sus palabras.

No es muy exigente.
Yo soy muy exigente con algunas cosas. Me crispa que las cosas no sean como las quiero. Sé aceptarlo, de todos modos. Sé vivir con cosas que no me gustan, o que, simplemente, no me gustan lo suficiente. Pero en mi mundo ideal no me conformo.
No sabría explicar qué me haría feliz. No creo que lo sepa. Pero creo que lo más importante debería venir de mí.

-Soy muy exigente -determino, seria-. Necesito satisfacerme a mí misma para que otras cosas tengan la mínima capacidad de satisfacerme.

Por eso me obceco tanto. Hasta que no sienta que he cumplido con mi deber nada me bastará, nada me llenará. Tengo todavía mucho que hacer.
No es que quiera ser perfecta. Quiero, simplemente, no arrepentirme de nada.

Asintió.

—Es una buena forma de verlo.

Le sonrió.
Él, por algún motivo, rehusaba de pensar de aquella forma. No le importaba el motivo por el que la gente caía en el altruismo, le importaba ese altruismo. Que fuese por motivos puramente egoístas importaba. No a él, al menos.

Volvió a asentir al escuchar su respuesta. La gente que no te interesaba no merecía ni tu atención, en eso estaban de acuerdo. Suponía que todo el mundo lo estaría, de todas formas: era lo lógico.

—Pareces exigente. —La miró—. Con todo, en general. —Sonrió—. Pero con lo de que no soy exigente no hablaba de mí exactamente, sino que, más bien, quería decir que suelo conformarme con poco. Supongo que eso de haber sido pobre influye, pero a nivel material suelo conformarme casi con cualquier cosa. A nivel personal... —Se encogió de hombros— No sabría decirte. Y en cuanto a mí mismo, no diría que me exijo demasiado, pero tampoco suelo dejarme completamente tirado. Sí es cierto que suelo esforzarme para caerle bien a la gente que me cae bien, por ejemplo.

Se encogió de hombros.

"Conformarse." Es una palabra que odio. Por todo lo que implica. Si te conformas significa que dejas de aspirar a más, pero que podrías. Te conformas con algo que es mediocre. Y yo odio conformarme.

-Soy exigente conmigo misma y con lo que me interesa. Pero no soy exigente en todo -explico, negando un momento-. A nivel material no soy exigente. No soy materialista. Pero con las personas soy exigente porque las personas pueden ser importantes-. Más que un objeto, desde luego, o que una casa. De todas formas, más conmigo que con el resto. Un error me cuesta perdonármelo. Pero a él, por ejemplo, le he perdonado varias cosas ya. La gente no es perfecta, y eso es asunto de esas personas. Yo me esfuerzo por mejorar yo. Me exijo a mí-. De todas formas, considero que para uno mismo lo más importante ha de ser él mismo. Creo que he dicho esto otras veces, antes. Si no vales para ti, no vales para nadie.

Bajo la vista al suelo. Palpo una piedra con el pie, pensativa.
Hace frío.
A estas horas sí.

La escuchó en silencio, atento. Entendía lo que decía. Podría llegar a compartirlo, tal vez en el futuro, pero de momento él no le exigía demasiado a la gente con la que se codeaba. La mayoría de la gente no dejaba de serle indiferente, a fin de cuentas. Aunque a la gente que le importaba sí solía decirle lo que podía llegar a molestarle, a fin de mejorar la relación. Eso, no obstante, no podía considerarse como exigencia.

—Entiendo lo que dices —murmuro, mirándola. Sonrió—. Pero ser tan exigente con uno mismo no creo que sea del todo bueno. Tampoco malo, claro, pero... —Se encogió de hombros—. La perfección no existe, al fin y al cabo.

Suspiró.
Al igual que ella, bajó un segundo la vista al suelo, en silencio.

Ese detalle que siempre resulta confuso, incluso para mí, es la clave. Es el error más común, en el que más se incurre.

-No quiero la perfección. Acepto las imperfecciones de la gente, y también las mías, aunque pueda llegar a no parecerlo-. Peino un mechón tras mi oreja derecha, con dos dedos, recorriendo su forma irregular y su leve punta, tan extraña-. Solo lo doy todo por corregir los errores. No me molestan las imperfecciones, pero odio los reproches. Me esfuerzo para evitar los reproches que me importan. Me da igual que un desconocido me reproche que soy desagradable cuando esa persona no me importan, pero si hago mal mi trabajo, por ejemplo, si es un reproche justificado, entonces me gusta enmendarme-. Aprieto suavemente la mandíbula, presionando las muelas-. No quiero ser perfecta. Quiero arrepentirme lo menos posible, nada más.

Por eso dolieron las palabras de Anthom Que lo dijese de malas formas, con frialdad y dureza, no hace que sus palabras fuesen menos ciertas.
Quizás las expresiones usadas no fuesen las más correctas, pero incluso pese a mis respuestas, igual de tajantes, podía ver mis errores en sus palabras. Y eran errores que todavía no he podido enmendar.

Supongo que necesito tener la situación controlada. No me gustan las sorpresas, y para evitarlas lo mejor es no meterse en problemas.

-Hace frío -atajo de pronto-. Vayamos dentro -propongo entonces-. Puedes quedarte el amuleto mientras no te lo pida. No creo que lo use estos días, de momento -le indico entonces, mirándolo seria.

Como para meterse a nadar. Tengo mucho que entrenar, así que empezaré por otros puntos antes.
Aunque cuando haya entrado más el invierno me apetecerá menos aún. Pero correré el riesgo.

Y de nuevo, volvió a escucharla con atención, sin dejar de mirarla. Parecía que no la había entendido bien antes, pero ahora sí, definitivamente, comprendía lo que quería decirle. Y era una buena filosofía. No buscar la perfección, sino el menor arrepentimiento, el menor número de reproches posibles posible. Eso estaba bien.

—Entiendo. —Le sonrió—. Me parece una buena filosofía. —Rió con suavidad—. Igual te la copio.

A pesar de que se reía, en el fondo sí podía plantearse el imitarla en ese aspecto. No era una mala práctica, a fin de cuentas.

Asintió al escuchar su propuesta. Hacía frío; llevaba un buen tiempo haciendo frío. Y le agradeció que le prestase más tiempo el amuleto: lo usaría, aun a pesar del frío.

Después de que el chrysos recogiese el resto de sus cosas, que ya no estaban tan mojadas como antes, ambos se fueron del río.

*se van*

Por una vez, me permito prescindir del amuleto de Rick. Sé que si lo utilizo en estas condiciones acabaré ahogada de calor. Mientras entreno, prefiero limitarme al calor que me ofrece mi propio cuerpo. Quizá lo utilice una vez haya terminado.

Me he puesto pesos en las piernas para que me suponga un mayor esfuerzo. No son pesos excesivos, pero sí lo suficientemente notables como para que mi cuerpo entienda la diferencia entre llevarlos o no. También llevo los látigos en los muslos, aunque eso es más una cuestión de acostumbrarme a su tacto que de aumentar el esfuerzo. Por último, llevo la espada a la espalda, no menos importante para mejorar mi capacidad de movimiento. He decidido prescindir del coletero y la coraza porque sé que mejoran mis capacidades, y ahora mismo prefiero forzar mis habilidades naturales.

Vilo va delante, y yo corro tras él. Al principio se ha emocionado y me ha hecho pegar una buena carrera, pero ahora avanza a un trote ligero, un ritmo más fácil de seguir. No deja de ser en un contexto un tanto complejo, pero sostenible. Avanzamos junto al río, recorriendo la ribera. El camino es en su mayoría un paseo fácil, pero esa norma no se cumple siempre. En ciertos tramos tengo que enfrentarme a irregularidades del terreno, curvas repentinas y, sobre todo, hielo y nieve. El hielo llega a ser peligroso por lo resbaladizo que resulta, y no puedo sino admirarme de la capacidad de Vilo para moverse sobre él. La nieve, por otra parte, me permite aferrar mejor los pies al suelo, pero los entierra y me obliga a aumentar las zancadas para librarme de ella.

Aguanto el ritmo un tiempo largo, y acabo por sentir cómo aumenta la temperatura de mi cuerpo hasta que apenas siento el frío. También tengo la respiración y las pulsaciones aceleradas, quizás algo más de lo debido, pero sé que si bajo el ritmo será peor, así que me obligo a continuar. Tengo la boca seca, pero carraspeo, trato de tragar saliva, y continúo. Tengo que regular la respiración, centrarme en seguir el ritmo, continuar con Vilo. Él va algo por delante, pero no me permito quedar atrás.

Para cuando estoy llegando a la desembocadura me duele el pecho, forzado por la carrera, y me pesan las piernas, pero no decaigo. De hecho, contando con que pronto llegaré al final, tomo aire por la nariz, dejo ir un sonoro silbido y acelero de pronto, usando mis fuerzas para echar una última carrera rápida. Porque aún tengo fuerza. Aún tengo fuerza...

Para cuando me detengo, me cuesta respirar. Vilo también jadea, pero es evidente que no está tan cansado como yo. Se acerca al río a beber, y yo tengo que contenerme para no hacer lo mismo. Tengo la garganta tan seca que siento que se me pegará la lengua al paladar. De todas formas, sí me permito echarle algo de agua en la cara, en la nuca y en los brazos, y me enjuago la boca para refrescarla un poco. El agua está helada, y la leve nevada que lleva acompañándonos todo este tiempo no ha hecho sino volverse más fuerte. Creo que ya he entrenado suficiente.

Me permito entonces utilizar el amuleto para abrigarme. Después, saco la espada y vuelvo hacia el palacio en un paseo lento, ignorando la nieve y practicando movimientos con la espada, sin forzar mis energías. Vilo me acompaña, algo por delante, aprovechando para explorar. No me pasa por alto que él también ha bajado el ritmo. Al menos, consuela saber que no me supera por tanto.

*Se va*

Sabía que me estaba arriesgando demasiado. Sabía que cualquier paso en falso podía significar acabar empapada, que un mal cálculo me dejaría helada. Pero, de todas formas, tenía que reconocer que aquello era divertido, prácticamente un juego, y eso me animaba a continuar, casi entre risas, repitiéndolo una vez y otra.

Corría en un trote ligero al lado del río, por el paseo que llevaba hacia el lago. Y, entonces, cuando veía que el terreno me lo permitía, me lanzaba hacia el agua, con ropa y todo, de un salto, sin fijarme siquiera en si habría rocas debajo. Y mejor que no las hubiera, porque si fallaba, podía tener un auténtico problema.

En mitad de mi salto, tan rápida como mis capacidades me lo permitían, conjuraba un benri que me llevase de nuevo al camino, a la orilla. Llegaba a tener el agua debajo, a sentir el frío que emergía de ella, a notar el aire golpeándome en la cara y la gravedad haciéndome caer... antes de aparecer de nuevo en la orilla, perfectamente a salvo. Y, por algún motivo, aquel riesgo que nunca pasaba de la amenaza me provocaba risas, que poco me preocupaba de contener. Tras mi hechizo, recuperaba el ritmo de la carrera, preparándome para el siguiente salto.

*Se va corriendo por el río*

El primer sonido brotó del agua y resonó por todos los exteriores. Pronto, lo que había podido confundirse como un fuerte golpe se fue transformando en el sonido de una estampida, fuertes pisadas que destrozaban la tierra conforme las bestias salían del agua y que llegaban claramente a Palacio. En la orilla del río, dos figuras femeninas movían las manos, marcando la dirección a la que los monstruos, enormes figuras blancas y peludas, se dirigían con pasos lentos, arrastrando sus enormes y deformes brazos por el suelo. Cuando la última de las bestias emergió del mar, las dos figuras se apartaron de la orilla, volviéndose hacia los bosques, iniciando, seguidas de los monstruos, su marcha a Palacio.

Corbin llevaba sus armas encima, pero en el momento en que escuchó el estruendo decidió que era hora de ponerse en marcha. El sonido, claro, venía de más adelante, en la dirección del lago. Mientras avanzaba, Corbin iba poniendo a punto sus manoplas, y encajó en la derecha la daga de fuego. A la cintura llevaba las tres agujas que le había dejado Ally, y en los bolsillos, las tres bolas de humo rojo, así como la piedra de nébula y el imperdible.

Con paso ligero, avanzó hacia lo que le aguardaba.

*se va*