Río

Lyam apretó la mandíbula y se alejó de ella, dándole la espalda. Frunció más el ceño.

—¡Bueno! En Ignis, y en Aqua, y en ¿estamos también en Ventus? —La miró por encima del hombro. La flamma lo miraba desconcertada—. ¿Y en Hummus? Sí, supongo que sí que estamos. Estamos en todas partes, ¿no? Investigando todo lo que ocurre, ¡metiendo las narices en todo lo que parece raro! ¡En lo interesante, mejor dicho!

Volvió la vista al frente. Un pequeño chispazo recorrió su rostro. De pronto, estaba furioso. O, mejor dicho, de pronto daba muestras de estarlo. Desde que habían vuelto de la misión había estado enfadado con ella, con ella y con toda la organización, pero hasta entonces había evitado hablar del tema, pensar en la misión, escondiendo todo aquello. De alguna forma, era gratificante poder mostrarse cómo realmente se sentía.

—Fuimos de misión, a salvar a Silvanus. Te hablé de él, imagino que sabes quién es. —Se dio la vuelta—. Allí vi al parvus que enviaste la última vez. No recuerdo su nombre, pero no tiene demasiada importancia —Dio un par de pasos hacia ella. Torció una sonrisa—. El caso es que, después, al ir en busca de Silvanus, nos topamos con un sitio bajo tierra, un lugar repleto de esclavos. —Clavó sus ojos en los de ella. Un nuevo chispazo recorrió su rostro—. Y yo me dije: ¡vaya, es curioso que nadie me dijese nada! A fin de cuentas, nosotros nos dedicamos a hablar con toda esa gente. Nosotros siempre sabemos qué se esconde en las ciudades. Recuerdo que me pareció extraño. —Frunció el ceño y rió entre dientes. Negó con la cabeza—. ¡Mithos, aquello no tenía sentido! ¿Cómo no ibas a saber tú, tú y todos los de arriba, lo que había ahí abajo? —Suspiró—. No tenía sentido, pero durante un rato pensé que podía ser posible.

Miró a la flamma, que se había cruzado de brazos y que había fruncido el ceño. Imaginaba que ya sabía de qué le estaba hablando.

—Todo se fue al traste cuando ese hombre, no sé cómo se llama, imagino que tú sí, apareció y habló. Entonces me di cuenta de que ese hombre decía cosas muy parecidas a las que tú dices. —Alzó el mentón—. Así que dime: ¿quiénes son? ¿Somos sus aliados? ¿Trabajamos con ellos? ¿Es una parte de la banda que no conozco? Ya que estamos, podías explicarme por qué no tenía constancia de nada de esto. Sería agradable.

El parvus de Ignis viene a mi mente... Lo recuerdo bien. Estaba siendo escoltado por varios guardas ignitas cuando nos encontramos a Prosper... Así que lo conocen...

Mientras escucho la voz de Lyam, imágenes de la misión van apareciendo en miente: los esclavos, Flastio, Masslow, la muerte de Prosper, el extraño flamma... Y a cada nueva palabra que dice más crece la especie de angustia que siento.

Lyam... ¿O mejor Lloyd? No podía ser otro, pero... ¿Tenías que ser tú?
La persona a la que busco...

Dena alzó las cejas, sorprendida tanto por la actitud del chico como por sus palabras. No sabía que se había ido de misión; no sabía que había estado allí. No se lo había contado.

Cruzó los brazos y alzó el mentón, desafiante. Pese a su tono de voz, el chico no parecía amenazador. Parecía, más bien, confuso y desesperado. No paraba de moverse, levantando y bajando los brazos, y varios chispazos recorrían su rostro, demostrando lo intranquilo que estaba. Seguía igual que cuando era un quinceañero.

Frunció el ceño.

—Primero cálmate. Siéntate —dijo, seria. Se acercó a él y colocó una mano en su hombro, instándole a sentarse. El chrysos se zafó vehementemente de ella, pero la flamma insistió hasta que Lyam acabó cediendo.

De pie, lo observó, planteándose qué decirle. Lyam la miraba con el mentón alzado, desafiante. Varias chipas seguían recorriendo su rostro. Dena suspiró.

—Si hubiese sabido que ibas a ir hasta allí, te hubiese dado información... —murmuró. No mentía. Hubiese hecho todo lo posible para que no se acercase al lugar, pero, en caso de que aquello fuese imposible, se la hubiese dado—. Los esclavos que viste son niños secuestrados... La mayoría son niños abandonados, aunque no todos. —Carraspeó—. Tienes suerte de haber salido vivo de allí. Tú y los demás, realmente... —Chasqueó la lengua—. Es un sitio peligroso. —Lo miró—. No es parte de nuestra organización, pero nosotros somos conscientes de su existencia... De todas formas, no es algo sobre lo que debas preocuparte.

Se acercó al chrysos.

Conforme la flamma hablaba, Lyam sentía que iba perdiendo fuerzas, que se desinflaba. Lentamente, fue bajando el mentón, hasta que sólo pudo observar el suelo. El flequillo le cubría ahora el rostro, y las chispas que surcaban su rostro se repetían con menor intensidad en sus manos.

Cuando Dena terminó de hablar, el chrysos tragó saliva, como si estuviese digiriendo lo que acababa de escuchar. Se sentía extraño. La flamma acaba de confirmar sus sospechas, no le había contado nada inesperado, y aún así no podía evitar notar una angustia recorriendo sus entrañas, clavándose en su pecho. No era una sensación agradable.

—No salimos todos vivos... —murmuró—. Nuestro guía, un flamma llamado Prosper, murió. —Alzó la cabeza y miró a la flamma. Frunció el ceño—. Fue una prueba del flamma que secuestró a Silvanus. Nos había rodeado, a mí y a dos compañeros más, con fuego, y teníamos que matar a alguien para poder salir de él. —Apartó la vista—. Todo se complicó y al final yo decidí matar al guía. —Observó el suelo—. Un hordett le había quitado el alma, así que supuse que era la mejor opción...

Realmente, en la misión no se había parado a pensar aquello. Todo había sucedido tan rápido que no le había dado tiempo a plantearse nada. Simplemente, al ver el cadáver en el suelo, clavó la daga.

Dena observó al chrysos en silencio, escuchando sus palabras con atención. No había pensado que alguien hubiese muerto. Ni se le había pasado por la cabeza, por peligroso que fuese aquel lugar.

—Imagino, entonces, que no me has escrito porque estabas molesto por lo sucedido en la misión.

El chrysos asintió. Dena suspiró. Al igual que él, también había perdido el poco arrojo que había mostrado durante la conversación.

—Lamento lo del guía —confesó, avanzando hacia él. Parpadeó. Luego apoyó una mano en el hombro izquierdo del chrysos—. Y no haberte dicho lo que pasaba en Ignis. Pero la próxima vez que te enfades, no dejes de responder a las cartas. No te conviene hacerlo. Y a mí me preocupa no saber nada de ti.

De soslayo, Lyam miró la mano de la flamma, en silencio, atento a sus palabras. Luego apartó la mirada y movió el brazo, zafándose de ella. Volvió a tragar saliva, notando de nuevo cierto nerviosismo, y observó el horizonte.

—No voy a responder a nada más —murmuró. Miró a Dena, que lo observaba con la confusión reflejada en el rostro—. Lo dejo. No quiero seguir con... esto. —Frunció el ceño—. Sea lo que sea esto.

Llevaba siete años trabajando para la misma organización, obedeciendo las órdenes primero de un extraño y luego de la flamma, y estaba cansado. Ya lo estaba antes de volver de la misión, pero el rescate lo había intensificado todo. Nunca se había cuestionado lo que Dena le decía, y nunca se había planteado qué hacían exactamente con toda la información que él y otros de menor rango que ella recogían. Cualquiera podía decirle que era evidente qué hacían, que si no lo veía era simplemente porque no quería, y probablemente tuviesen razón. Pero él, hasta el momento del rescate, hasta que vio a los esclavos de aquel hombre, no se había parado a pensar en aquello, no había comprendido completamente qué hacía aquella organización. Y ahora que lo entendía, no veía en ella nada por lo que quedarse.

Dena frunció el ceño, confusa. No entendía lo que le estaba diciendo.

—¿Qué?

¿Se iba? ¿Lo dejaba? No podía dejarlo. No podía dejarlos. No podía dejarla a ella, ni a todos los demás. Aquello no estaba en sus planes. Nunca hablaron de dejarlo, de rendirse. Su futuro estaba allí, en la organización. ¿Qué pensaba hacer si se iba? ¿Acaso se lo había planteado? ¿Adónde pensaba ir? ¿Dónde pensaba esconderse?

No podía dejarlo.

—No puedes hacer eso —gruñó—. No puedes. ¿Tienes idea de lo que puede pasar si te vas? ¿Y adónde irás? ¿Qué harás? —Lo miró—. Lloyd, no puedes irte. —Negó con la cabeza—. Por Mithos, ni tan siquiera tienes casa, ¿de qué demonios estás hablando?

La respuesta de la flamma no le cogió por sorpresa. Ya había supuesto, en las diferentes veces que había imaginado aquel escenario, que diría algo así.

—Voy a hacerlo. —La miró, serio—. Tengo pensado qué hacer. Y es... sencillo. —Curvó ligeramente los labios—. Es una buena idea, sé que es una buena idea. Tiene una parte arriesgada, pero es... —Frunció el ceño—. Sé que es buena.

Realmente no estaba convencido del todo de aquello, pero no quería que la flamma lo supiese. Creía que era buena idea, pero lo que había pensado tenía demasiados riesgos. No sabía cómo funcionaría, ni qué ocurriría, y por eso no estaba seguro de que saliese bien.

—Podemos quedarnos aquí... —comenzó a explicar. Se puso en pie. Dena lo miraba atónita—. Confesamos lo que sabemos. Ayudamos al ejército de Brontë y... ¡ya está! —Se acercó a ella—. Es lo mejor que podemos hacer. —Curvó ligeramente los labios—. Salimos de esa organización y ayudamos a algo que realmente es bueno. Sería más de lo que hizo cualquiera del barrio, viviremos mejor que cualquiera de ellos. Seremos útiles para algo, para algo bueno. —La miró—. Hagámoslo. Ven conmigo.

Conforme el chrysos hablaba, Dena se iba encogiendo más sobre sí misma, apartándose de él, todavía atónita por sus palabras. No podía creerse lo que le estaba diciendo, lo que le estaba proponiendo. Pensó que no podía hablar en serio, pero había algo en su tono de voz, en su forma de mirar, que parecía ilusionado, como si siguiese siendo el chiquillo con el que había huido hacía siete años de la capital, incapaz de comprender cómo funcionaba el mundo.

—¿Confesar? ¿Irnos? —repitió. El chrysos asintió; ella negó—. ¿Y qué pasa con todos los demás? ¿Qué pasa con todas las personas que tengo a mi cargo? —Frunció el ceño—. ¿Y qué pasa con todo lo que he conseguido en este tiempo? ¿Pretendes que lo deje, que confiese así porque sí?

Se acercó a él.

—¿Y luego qué? ¿Confesamos y qué? ¿Qué les contarás? ¿Qué les has estado mintiendo a todos, que has estado sirviendo a otra organización, a una completamente opuesta a esta? —Clavó los ojos en los suyos. En ellos se podía ver un brillo de cólera—. ¿Qué crees que harán? ¿Qué te comprenderán, que te darán un par de palmaditas en la espalda y un reconfortante abrazo? ¡Oh, pobre, Lyam! No sabía lo que hacía. El pobre, huérfano tan joven, viviendo solo en las calles, ¿qué iba a hacer? No tenía otra opción. No te preocupes, muchacho, todo se solucionará. —Hablaba con un tono más grave, que, aunque teatral, resultaba bastante sangrante—. Gracias por confiar en nosotros. —Lo miró. Con su tono habitual, continuó—. Las cosas no funcionan así. La gente no perdona porque sí. La gente no se preocupa por los que son como tú y yo. —Frunció el ceño—. Deberías saberlo.

Esperaba que sus palabras sirviesen para hacerle entrar en razón. No podía dejarlo.

En los escenarios que había imaginado, la flamma reaccionaba de diferente manera a su proposición. En algunos, en los más optimistas, asentía, de la misma forma que él había asentido siete años atrás, y ambos confesaban; en otros se negaba, furiosa, a aceptar lo que decía y al final ella huía por un lado y él se iba por otro. El escenario final parecía haberse decantado por la segunda opción.

—Dena, te lo pido por favor, ven conmigo —murmuró, ignorando todas las palabras de la flamma, acercándose a ella, casi desesperado—. ¡Que les den a los demás! No me importan. —Clavó sus ojos en los de ella—. Pero tú ven. Porque yo voy a dejarlo, y voy a confesar.

Dena negó con la cabeza, vehementemente, y se alejó de él, retrocediendo. Tenía el ceño fruncido y los labios le temblaban.

—No —repitió. Negó de nuevo con la cabeza—. No. No voy a dejarlo. —Tragó saliva—. Y si tú lo dejas, te aseguro que estarás metido en un buen lío.

Lo miró. El chrysos apretó la mandíbula. De nuevo, pequeños chispazos recorrían su rostro.

—Si te vas, yo también confesaré —murmuró ella—. Y... Y entonces será mejor que salga bien tu gran idea.

Lyam asintió, intentando parecer sereno a pesar de los chispazos que recorrían su piel. Parpadeó varias veces.

—Bien. —La miró. Dena había bajado la vista y permanecía en silencio. Lyam tragó saliva. Tras unos segundos en silencio, añadió—: Ten cuidado entonces.

—Ten cuidado tú también.

La flamma lo miró una última vez. Luego, lentamente, abandonó el lugar, perdiéndose en la oscuridad. El chrysos no se quedó para ver cómo se iba.

*se va todo el mundo*

fdr. que yo quiero dormir :_D

Parece que la búsqueda, pese a ser infructuosa, está animando un poco a Rick, que ha olvidado sus penas en pos de su objetivo. Realmente, es simple a más no poder, pero yo lo agradezco. No tengo ninguna gana de soportarlo en plena depresión.

Avanzamos, pues, por la orilla del río. Trato de situarme tan cerca de la orilla como puedo, pues así consigo vigilar también un poco el otro lado del río, aunque sea por encima. Trato de fijarme en cada detalle sospechoso, en cada sombra, pero la verdad es que no la veo por ninguna parte. De vez en cuando, la llamo.

Rick me acompaña, también inmerso en la búsqueda. Es curioso, y cada vez me siento más intranquila; ¿le habrá pasado realmente algo?

Caminamos durante un buen rato. Pese a mi mala visíón, trataba de fijarme en todo, y no dejaba de llamar a la bismonte cada cierto tiempo. Pero el tiempo pasaba y no parecía haber señales de ella por ninguna parte. De hecho, los alrededores de Brontë eran enormes. Quizás ni siquiera hubiese pasado por allí, si la desaparición no había sido causada por alguna clase de contrabandista.

Llevábamos ya bastante tiempo cuando me detuve, volviéndome hacia la flamma.

-Es tarde -le dije-. Quizás deberías ir a descansar. Con esta luz buscarla es demasiado difícil.

Ser noble era saber aceptar ayuda, pero también ser capaz de comprender en qué momento resultabas una carga para los demás.

-Yo seguiré buscando un rato más, pero no quiero que gastes tu tiempo de descanso en dar vueltas sin rumbo conmigo...

Apreté los puños, bajando la vista. Seth no querría algo como aquello, seguro.

No hay manera. No sé qué ha hecho esta pequeña revoltosa, pero no aparece por ninguna parte. La preocupación empieza a invadirme de verdad... ¿Dónde estás, Telma?

Cuando Rick se detiene, hago lo propio. Habla entonces, y por una vez en su vida lo hace con cabeza. Bajo la vista al suelo, abatida. Pese a que realmente estoy cansada, niego su propuesta.

-Ahora no puedo evitar estar preocupada... -reconozco, compungida.

Lo miro entonces, resuelta.

-Creo que te acompañaré un rato más. Si no aparece, ambos deberíamos ir a dormir. Mañana, a la luz del día y descansados, tenemos muchas más posibilidades de encontrarla...

Me lo estoy tomando muy a pecho. Sé que muchos opinarían que demasiado, pero yo creo que, por Telma, vale la pena.

Suspiré, pero terminé por sonreír. Puse una de mis nobles manos en el hombro de Lea, animado.

-Me gusta tu decisión. No todo el mundo es tan resoluto-. Hice una breve pausa, pensando en lo afoturnado que sería Seth, antes de añadir una última palabra a mi discurso-. Gracias.

Continuamos buscando un rato más.
Lea necesitaría descansar, y me encargaría de ello, pero yo no dormiría hasta ver a Telma sana y salva a mi lado. Si no era capaz de proteger ni a mi compañera, al fin y al cabo, no era un guerrero, un Dehnel ni nada.

*se van*

El agua del río fluía lenta, siguiendo su curso, como siempre. Yo, sin embargo, lejos de tener una posición normal, me encontraba tendido boca arriba sobre el césped frío, paralelo al cáduce. No podía evitar sentirme agotado, y estar allí me relajaba. Aquel sonido del agua era hermoso, como un acompañamiento de una bella canción romántica, o algo semejante. Acariciaba los oídos y hacía que me sintiese tranquilo.

Los días recientes habían sido especialmente duros. Mis manos estaban mejor, pues las costras habían sustituido a la carne, y también estaba más descansado, pero seguía agotado. Como todos. Los escombros, las reparaciones... Era un trabajo duro. De todos modos, no había visto rechistar a nadie. Aquello estaba bien. Parecía que, por una vez, todos se comportaban con nobleza.

Una sombra sobre mí me hizo entreabrir los ojos, pero, al hacerlo, no vi nada. Quizás había sido un fantasma, o un sueño, o un malandrín agazapado, preparado para saltar sobre mí. Pero me pesaban tanto los párpados y los cerré de nuevo.
Prefería pensar que era Inger, que venía a escuchar el sonido del agua conmigo...

*se duerme*

Aparece a una cierta distancia, y avanza hacia él con el sigilo y la elegancia de un felino. Con movimientos suaves, se agacha a su lado, pasando una mano por encima de él y apoyándola en la hierba, dejando que el pelo le acaricie la cara. Sonríe, divertida, y se agacha hasta tener los labios a la altura de su oído.

-¿Ya está? -murmura con voz sugerente-. ¿Ya está todo limpio y en orden? ¿Ya has terminado? ¿Ya no hay nada más que hacer?

Antes de retirar los labios, le da un ligerísimo mordisco en el lóbulo. Después, sin más, sin molestarse en separarse, sencillamente desaparece.

*Se desvanece*

Tumbado, recibía el sol cálido en la cara, como una caricia. Era una hermosa mañana de primavera y yo ya había acabado de arreglar aquellos huecos en su tejado, así que la atractiva Eleine Duglesthip estaría contenta.
Escuché un tintineo. Debía ser ella trayendo limonada o algo semejante para refrescarme. Sentía el cuerpo cansado, pero se estaba bien allí. La hierba era cómoda.
Con suavidad, la mujer dejó la bandeja a mi lado, y al hacerlo pude notar su cabello acariciando mi rostro con suavidad. También su agradable perfume llegó a mi nariz. Pese a que pasaba de los cuarenta, el perfumen era dulce, como el de cualquier muchacha. Me pregunté de qué habría muerto su marido.

"¿Ya está?", preguntó, y no pude sino asentir lentamente, agradecido por el calor que me daba el sol.

"¿Ya está todo en orden? ¿Ya has terminado?" Sus palabras sonaban, hermosas y adultas en mis oídos adolescentes. Apenas podía leer un poco más allá de ellas.

"¿Ya no hay nada más que hacer?", inquirió, seductora, y pude sentir sus labios cálidos y sensuales en mi oreja, pícaros.

-Es usted muy hermosa, señora Duglesthip -murmuré de pronto, seducido por sus caricias y atenciones.

La mujer sonrió y me besó suavemente en los labios. Una mujer como aquella, de todos modos, era excitante aunque el beso pareciese tan puro como aquel.

"Llámame Eleine", dijo, mientras yo sentía cómo sus manos comenzaban a desabrochar mi ropa y sus labios volvían a los míos, con una madurez que nunca me daría una de las chicas de mi edad.
Las de diecisiete solo se preocupaban por cogerse de las manos y ser unas fulanas o ser tan tímidas que ni siquiera pudieras tocarlas. Eleine, sin embargo, era diferente... En cada uno de sus gestos había un saber mayor, una seguridad que no se veía en una mujer cualquiera.

*sueña XD*

"Tonto Rick" murmuró Eleine, acariciándome un hombro con suavidad. Se tumbó a mi lado, entonces, y pude sentir su sensualidad y vulposidad contra mi cuerpo, enorme y viuda como ella era. No hacía sino darme más calor en aquella mañana de primavera, con su pecho luchando contra la prisión de su corsé y sus curvas deseando ser recorridas por manos hábiles. Quizás las mías no lo eran tanto, apenas era un niño para ella, pero podía enseñarme como otras habían hecho. No me importaba aprender... Me gustaba, incluso, si con ello las complacía.

Acaricié su frente con una mano como, seguramente, había hecho su esposo cientos de veces antes de morir. ¿Acaso no estaba yo allí para ello? Luego mis dedos descendieron por su mejilla hasta llegar a sus labios, suaves y femeninos, tan dignos de ser besados como de dejar ser visitados por mi dragón.

-Me alegra que me haya invitado... -susurro, contemplando sus ojos con admiración.

FdR- Las palabras las susurra medio dormido, y la caricia se la da XD Lo demás es su mente

Ya, perfectamente acomodado entre sus brazos, siento como se mueve un poco y siento su sensual movimiento de mano por mi rostro y labios.
Yo trago saliva, tenso. Creo que ahora mismo me he transformado en uno de esos perros que llevan muertos una semana y los puedes coger por el rabo y levantarlos como si fueran una tabla de madera de lo tiesos y tensos que están. Soy un perro muerto.

Entonces mis piernas comienzan a temblar un poco al escuchar sus palabras. No lo entiendo del todo bien, pero supongo que se alegra de qeu haya venido a junto él. ¿Es Rick o el hermano homosexual de Rick? Sea como fuere, es un hombre maravilloso y, si está contento por estar a mi lado y demostrando claramente sus intenciones con su caricia, tomo aliento y con los carrillos hinchados para no respirar y despertarle, me doy la vuelta viendo hacia él y le veo a los ojos. Bueno, párpados. Trago saliva, nervioso. ¿Será esto una violación? No parece estar despierto, pero... ¿No conozco a nadie que hable y acaricie dormido al mismo tiempo. Este es un trolas. Va de duro con Inger y miradle ahora: rendido ante mis encantos. Soy irresistible.
AUtoconvencido de ello, me acerco y le doy un besito rápido y fuigaz en los labios, agudo y corto para luego encoger la cabeza entre los hombros con cara de dolor esperándome un sopapo. He cerrado los ojos por la inercia, pero acabo abriendo uno para valorar la situación.


Qué puto morbo.

Sus labios se posaron sobre los míos en un beso tan casto que no pude sino sonreír. Incluso una mujer como ella, al fin y al cabo, una dama de pies a cabeza, tenía por bien aparentar ser más dulce de lo que ambos sabíamos que era. Pero yo no tenía problema con aquello.

-Ambos sabemos que no es la primera vez que hace algo así... No necesita aparentar timidez. Yo no voz a juzgar-dije, con voz seductora, como la que usaba mi padre al contar todas sus historias, antes de buscar sus labios para besarla más prolongadamente, con dulzura y pasión, como debían hacer los caballeros.

Oh, Eleine... ¿Por qué tan dulce y fogosa a la vez? ¿Cómo podría un adolescente resistirse a vos si apenas... si apenas podía resistirme a la imagen de dos laderas imaginando senos en ellas. Y en su caso eran senos auténticos, de verdad, más grandes que cualquier ladera.

FdR- TwT

Una verdadera guerrera de la revolución tiene que mantener entrenado cuerpo y mente para cualquier situación por dura que sea. Porque claro, ¿qué sucede si tras hacer explotar en pedazos el palacio de Lumen hay un profundísimo foso al que tengo que saltar sin ninguna otra opción de huida? Pues claro, que tendré que saber nadar bien, si no la revolución perdería a una importantísima líder.

Así que me acerco al río, me quito la ropa quedándome sólo con las bragas y estiro los brazos, tratando de entrar en calor. No es que me encante nadar. Bueno, no es que me guste en absoluto. ¡Pero una se sacrifica por el bien común y el futuro de la rebelión! trato de auto-animarme, incapaz de dejar de remolonear en la orilla.

Por suerte encuentro una excusa per-fec-ta para continuar fuera del agua: hay más ropa que la mía aquí mismo. Busco con la mirada y distingo con dificultad un par de siluetas encargándose de tareas más... placenteras que unos largos en el agua. Me enfurezco. Yo hace mucho que no cato varón, desde que dejé mi hogar y mis queridos y serviles subordinados. ¡Y si aquí no disfruto yo, no disfruta nadie! ¡La revolución será de todos o no será!

Enciendo un clair ën yäk y les observo, antes de avalanzarme sobre el que tengo más cerca, sacarle la mano del pantalón del otro y tratar de arrastrarle el agua.

-¿Aquí no decís que "o follamos todos o la puta al río"? ¡Pues eso!

La mujer trató de llevar aquello más allá, pero antes de que pudiese, siquiera, proponerle algún tipo de juego más interesante, todo empezó a brillar como si hubiese cien soles. Algo pesado me fue sacado de encima y entonces, percatándome de que aquello no era más que un sueño, abrí los ojos sorprendido. Una mujer claritas a la que jamás había visto parecía estar peleándose con Silvanus. Veloz, lo más rápido que pude, me puse en pie.

-¡¿Qué demonios está pasando?! ¿Os parece entretenido despertar a alguien que duerme plácidamente? -. Por Mithos... Y estropeando un sueño tan hermoso en el que, tras tantos años, volvía a ver a Eleine... Me acerqué hacia ellos para separarlos-. ¡Acaba de haber una masacre! No es el momento de pelearnos entre nosotros.

La violencia siempre venía después de las luchas, por desgracia. Y aquello era terrible. La gente, tras sufrir, no era capaz de mantener la calma.