Río

Alzó las cejas, sorprendido.

—¡¿Cinco hermanos?! Mithos, eso... —Frunció el ceño—. Espera. —Miró a la muchacha, sonriendo, divertido—. ¿Has dicho cinco de tus hermanos?

Si la había entendido bien, entonces debía tener más de cinco hermanos. Pero ¿cuántos? El chrysos no podía imaginárselo: si cinco hermanos ya le parecían una barbaridad, más de cinco era un número impensable. ¿Cómo mantenía una familia a tanta gente?

Lyam frunció el ceño.

—¿Con la fiebre se crece? —preguntó. Alzó las cejas—. Vaya. No tenía ni idea. —Parpadeó—. Tampoco sabía que al dormir crecías más rápido. —Torció una sonrisa—. Qué... Idiota.

Negó con la cabeza. En su vida había oído algo semejante, ni tampoco se había molestado en preguntarlo ni en leerlo. Qué idiota debía sonar ahora mismo, pensó.

Suspiró. Luego, al escuchar a Massen, volvió a sonreír.

—Está bien, está bien. No más ofrecimientos.

La miró. Ensanchó la sonrisa.

Lo miré con cierta sorpresa, preguntándome a qué venía tanto aspaviento. Abrí la boca para hablar, y luego la cerré otra vez. Al final, sí acabé respondiendo.

-Eh... sí, cinco -hablé, con cierta duda-. Fue a cinco, creo. Sock, Inma, Solce, Carie y Arennette... -enumeré. Luego lo miré-. Sí, a cinco. ¿Por qué?

Al verlo tan reticente a mis teorías, acabé por encogerme de hombros, algo cohibida. ¿Y si estaba equivocada?

-Bueno, es lo que me decían en casa -expliqué-. A lo mejor era solo una broma, o una forma de consolar al enfermo, pero sí parecíamos todos más altos...

Asentí, conforme. No más ofrecimientos.

Parpadeó. Luego, suavemente, negó con la cabeza, sonriendo.

—Esos son un montón de hermanos. —La miró—. Seguro que tu casa era un lugar divertido. —Rió—. Ni tan siquiera puedo imaginarlo.

Menuda familia. Para él, que era hijo único, aquello era tan... sorprendente. Un hermano, dos incluso era algo que podía esperarse, pero era incapaz de visualizar cómo sería tener tantos hermanos como la piscis. Imaginaba que divertido, como había dicho, pero seguro que también era complicado.

Negó al escuchar sus siguientes palabras.

—Ah, no. Probablemente tengas razón. —Tras unos segundos de duda, añadió—: Si soy sincero, hay un montón de cosas que no sé, como, no sé. —Frunció el ceño, pensativo. Tras un segundo, habló de nuevo—: Los nombres de las bestias, por ejemplo, casi no sé ninguno. Y soy pésimo en matemáticas. —Le sonrió—. Así que seguro que tienes razón.

Negué con la cabeza, riendo.

-Éramos bastantes más -expliqué-. De todas formas, llegado un momento deja de ser divertido para volverse caótico. Parece que no sabes bien a qué atender, y llega a hacerse cansado.

Me encogí de hombros. En realidad, tampoco era que yo fuera una sabia de libro. De hecho, hacía bastante poco que sabía leer, y tampoco era muy buena en nada relacionado con estudiar.

-Bueno, no te creas que yo soy una gran sabia -repliqué-. La mayoría de las cosas que sé son... ¿cómo se llama? ¿Sabiduría popular? Algo así. Vamos, lo que me contase mi abuela.

Tras un par de piedras más, acabé por ponerme en pie y estirarme.

-Creo que al final te voy a hacer caso y todo y voy a ir a por mi ropa -declaré-. Pero por el agua, que se llega antes. Ya hablaremos otro día, ¿vale? ¡Buenas noches!

Me lancé al agua de un salto y eché a nadar corriente arriba. Solo tenía que recoger las cosas y volver a las habitaciones. Se había echo tarde, y tampoco debía estar por ahí a aquellas horas o se me pegarían las sábanas.

*Se va*

El chrysos frunció ligeramente el ceño, perplejo. Bastantes más. Como si cinco no fuese suficiente. ¿Cuántos hermanos tendría la piscis?, se preguntó. ¿Ocho, nueve? ¿Diez? Aquello, pensó, ya sería excesivo. ¿Cómo demonios se mantiene una familia tan grande? Aquello era imposible, un disparate. Normal, pensó, que al final acabase siendo todo caótico.

—No me extraña... —murmuró.

El chrysos sonrió.

—Seguro que lo que sabes es más de lo que yo sé.

Aquello, suponía, era cierto. Él no había conocido a su abuela, y su madre siempre había estado demasiado ocupada como para pararse a enseñarle ciertas cosas. Era cierto que su madre le había enseñado a leer y a escribir, e incluso algunas nociones de matemáticas, pero hasta ahí. El resto, que no era demasiado, lo había aprendido él a base de ir leyendo, ya mayor, aprovechando el tiempo en el que no estaba haciendo ningún tipo de encargo.

Lyam miró a la piscis.

—Espero de verdad que no te constipes —murmuró. Curvó los labios—. Buenas noches.

Y observó cómo se sumergía en el agua y comenzaba a nadar. Luego suspiró, cogió una nueva piedra y la arrojó al río; la piedra botó, de nuevo, tres veces antes de hundirse. El chrysos sonrió.

*tras un rato, se va uvu*

Para una nueva carrera acuática, y una vez más ignorando la lluvia, me acerqué a la zona en la que me había encontrado con Lyam la última vez. Sin embargo, al contrario que aquella vez, no dejé el grueso de mi ropa resguardado de la lluvia entre rocas. Aquel día llevaba conmigo mi mochila, y había decidido que debía nadar con ella. Ya que la llevaba en todas mis misiones, era absurdo que la obviara a la hora de entrenar mi natación. Así pues, la ropa debía ir dentro de la misma, y esta a mi espalda.

Me senté a llenar la mochila al borde del río. Me deshice en un momento de zapatos, camiseta y pantalones y, tras asegurarme de que estaba herméticamente cerrada, me la eché a la espalda y me lancé al agua. Aquello me recordaba a mi llegada a Brontë, por el río y con lo puesto. Entonces no me había planteado el dejar atrás la mochila, y tampoco debía hacerlo ahora.

El agua, fresca, me invitaba a seguir su curso en dirección al lago. Eso fue lo que hice. Por supuesto, sería un ejercicio mucho más intenso remontar la corriente, pero eso lo haría a la vuelta, cuando hubiera entrado un poco en calor (o, visto desde otra perspectiva, cuando ya estuviera algo cansada). Por el momento, extendí las membranas al máximo y me zambullí bajo el agua, dejándome guiar por la corriente. A base de brazadas, y tratando de mantenerme bajo el agua tanto tiempo como me era posible, fui ganando velocidad y ritmo hasta llegar a la desembocadura.

*Nada hasta el lago*

He encontrado una piedra tal para ser pateada. Recibe las hostias mejor que yo qué sé qué. Sin embargo, la última patada la lanza al río, y mi desahogo se hunde con ella en sus turbias aguas. Termino por dejar ir un amago de grito ahogado al cielo.
Me cago en la puta, hostia. Que me cague un pájaro, hostia, que es lo que faltaba.

¿Qué pasa, Frikka? En el pueblo se estaba bien porque tenías colegas y entonces podías ser una puta borde si querías, ¿no? Pero aquí eso no pasa.

-Joder... -gruño, sentándome contra un árbol, cruzándome de piedras y de brazos.

Los ojos me arden un poco, pero los Njorthrbiartr no lloran. Son Fenris. Y solo es un momento de frustración. Ya se me pasará. No le daré la satisfacción al tío ese comosellame.

*se queda*

Lluvia paseaba por los exteriores de Palacio con un candil en la mano. Hacía mucho que no salía a pasear, porque hacía mucho que no hacía buen tiempo, y desde luego, hacía muchísimo que no salía por la noche. De hecho, era incapaz de recordar la última vez que había salido de noche a algún sitio. Tal vez por eso, ahora que avanzaba hacia el río, se sentía un poco como una pequeña aventurera, aunque, realmente, no había nada de aventurero en un paseo como aquel, bajo la protección de Brontë y a poca distancia del propio Palacio.

Una sombra moviéndose hizo que la pequeña se detuviese y alzase el candil, iluminando la zona donde creía haber visto a alguien. La pequeña luz del candil fue suficiente para que la aether viese un par de pies humanos, perfectamente calzados. Curiosa, Lluvia se acercó un poco, buscando iluminar el resto del cuerpo de aquella persona. Al hacerlo, la lucecilla le mostró a una joven caeruleus a la que no había visto antes, apoyada contra un árbol; parecía molesta.

Lluvia parpadeó.

—Buenas noches...

En cuanto la luz me da en los ojos los entrecierro, apartando la vista con un bufido. Una está quejándose en la oscuridad y vienen a quitársela, claro. Pero sabes, ¿Lyon? Yo no mando a la gente a la mierda por el simple hecho de aparecer. Yo soy una chica más educ... Que me has tocado los huevos y quiero demostrar que soy mejor que tú, hostia.

-Buenas noches -respondo, seca, sin mirarla directamente para evitar la luz mientras me acostumbro-. Si vienes a practicar un monólogo de chistes búscate otro sitio -gruño, torciendo el gesto. Dudo un momento, y estrecho los ojos algo más para mirarla mejor-. Bueno, no. Cuéntame uno, venga -pido, con tono algo menos agresivo, más bien curioso.

Lluvia se arrepintió de haberse acercado al escuchar la respuesta de la caeruleus. Parecía, por su forma de hablar, que la muchacha quería estar sola. Lluvia se apresuró a disculparse, arrepentida.

—Lo... Lo siento.

Bajó el candil, y se dio la vuelta, dispuesta a seguir su camino. Sin embargo, antes de que pudiese dar un par de pasos, la caeruleus pareció cambiar de idea. Lluvia la miró de reojo, con las cejas ligeramente alzadas, un poco sorprendida por su petición. Nunca nadie le había pedido que contase un chiste.

Dio media vuelta, acercándose de nuevo a la muchacha.

—Eh... Eran dos... No, tres. Eran tres chicos, uno aether, uno parvus y uno piscis. Y, eh. Iban a tirarse por un puente, y entonces uno... —Frunció el ceño, pensativa—. El aether dijo "allá voy" y se tiró, pero empezó a volar. Y entonces luego le llegó el turno al piscis, que dijo "al agua voy" y se tiró, y al llegar al agua comenzó a bucear. Y entonces le tocaba el turno al parvus, que miró el río, y entonces dijo "AJAJAJAJAJAJA QUÉ BRRRIBONES, YO PORR AHÍ NO VOY, QUE NO PUEDO NADARR NI VOLARR" y entonces se fue por unas escaleras y, eh. Entonces fue más listo.

No tengo las expectativas muy altas cuando empieza a hablar. Y su actitud no ayuda mucho, porque no es que se muestre muy dicharachera. Aunque al final no puedo evitar soltar una risilla por lo bajo. Es que es tan sosa y es tan malo que hasta tiene gracia.

-Yo me sé uno menos malo -informo, asintiendo con sabiduría-. Mira, esto eran un flamma, un chrysos y un caeruleus que estaban presumiendo una noche, y dice el flamma "Yo puedo correr hasta la montaña y volver y no pararme a descansar ni un instante porque soy más resistente que nadie", y entonces suelta el chrysos "JA, vaya presuntuoso. Yo puedo ir y volver tan rápido que aunque salgas antes no habrás llegado aún cuando yo haya vuelto", y entonces el caeruleus dice... Dice "Pues yo puedo ir y volver antes que ninguno de los dos, y además puedo demostrarlo", y entonces con un gesto rápido sopló la vela que había y la apagó, les robó las carteras y se fue.

Ya estaba riéndome un poco, pero termino, literalmente, descojonándome. Hasta me lloran un poco los ojos.
La gracia de la historia está en que eso se lo hizo mi hermano a unos tipos algo primos. Con el dinero me compró un regalo. Estuvo muy bien aquel año...

Lluvia frunció un poco el ceño al escuchar a la caeruleus, que ahora mismo se reía de su propio chiste. A lo mejor era un poco tonta, pero no le encontraba la gracia a aquel chiste. ¿Qué había de gracioso en que alguien le robase a otra persona? Robar era algo malo, eso le habían explicado sus padres. Había pocas cosas peores que el hurto, le habían dicho, de la misma forma que había pocas cosas tan importantes como el dinero. ¿Por qué bromear con algo así?

—Pero... Robar está mal. —Miró a la caeruleus—. Robar no es gracioso, es malo. Pobres flamma y chrysos...

Frunzo el ceño, arrugando la nariz. Aquí tenemos a una mojigata de las grandes. Gracias por darme lecciones de moralidad mientras cuento chistes.

-Solo es un chiste -murmuro, más seria. Pienso un momento y acabo por hablar de nuevo, que tampoco es esto el fin del mundo-. A ver si este te gusta más entonces, doña especial. Vemos... Le pregunta un flamma a un piscis, "Oye, ¿cómo se dice hola enpiscis" y el piscis le responde "Djatu sabbeh", y el flamma, enfadado, le replica "¡Joder, claro que no lo sé, o no te lo habría preguntado!"

La miro, con media sonrisa y las cejas alzadas, desafiante. A ver qué te parece este, eh.

Lluvia bajó la vista. Ya sabía que era un chiste, pero con las cosas malas no se debía bromear; había que tomarselas en serio, o si no la gente creería que no son problemas. Al menos, pensó Lluvia, eso era lo que le habían enseñado a ella.

El siguiente chiste de la caeruleus le hizo curvar los labios, aunque en el fondo no le hizo especial gracia. Pero Lluvia no quería molestar a la guerrera, ni quería que se enfadase.
Ni tampoco que la volviese a llamar doña especial.

—Ese es más gracioso —murmuró. Miró a la caeruleus—. ¿Cómo se llama?

Bueno, eso está mejor. Asiento, en señal de aprobación. Además, aunque no la veo muy bien por la luz, ya me molesta menos. Es un paso.

-¿Cómo se llama? No sé... -. Me rasco la cabeza-. Los chistes no tien... ¡Hostia! Yo, claro. Me pillas algo espesa -. Me golpeo las mejillas con las palmas abiertas. ¡Despierta!-. Puedes llamarme Njorthrbiartr si eres capaz de pronunciarlo -comienzo, con una sonrisa maligna, pero termino por negar un par de veces-. O Frikka si no das. O El Filo Asesino, si preguntan por ese nombre. No estoy alardeando, hay quien empezó a llamarme así en base a mis habilidades.

Puedo atisbar que solo tiene un ala. Uf... Casi hasta da reparo preguntar, eh.

-¿Y tú quién eres?

Lluvia escuchó con atención a la caeruleus, con una pequeña sonrisa en los labios. Aunque un poco brusca, la muchacha parecía simpática.

—Frikka —repitió. Asintió—. Intentaré aprenderme su apellido, pero no puedo prometer que lo consiga. Es complicado.

Si a la caeruleus le hacía ilusión que se aprendiesen su apellido, Lluvia se lo aprendería. Aunque era un poco complicado, aprendérselo no podía suponer un enorme esfuerzo. También recordaría su mote, aunque ese, a diferencia del apellido, no era para nada difícil de memorizar.

—Yo soy Lluvia Al'Lanster. Encantada de conocerla.

Enarco las cejas, con una sonrisa entretenida. Así que Lluvia. Un nombre extraño. Aunque no tanto para alguien que vive en las nubes. No creo que sea medio aether, pero si llegase a serlo diría que el que decidió qué mitad tenía de cada tenía muy mala leche.
Me recuerda a Cierzo. Sí que hay tendencia, hostia...

-Lluvia Al'Lanster -repito, soltando un silbido-. Suena a nombre alto de esos que le gustan a mi madre. ¿Tienes alguna preferencia? No sería justo no preguntar -inquiero, con una sonrisa un tanto jocosa-. Y déjate de tanto formalismo. Tutea, tutea -indico, agitando una mano delante de la nariz, como si apartase humo-. Aquí todos somos iguales. ¿No va de eso Brontë?

Lluvia negó suavemente.

—Llámeme como desees —respondió, sonriente. Segundos después, recordando la petición de la caeruleus, rectificó—: Quiero decir, llámame como quieras.

Se encogió de hombros. Le costaba un poco tutear a los guerreros. Los veía siempre tan poderosos, tan fuertes, superiores. Y ella siempre se sentía tan pequeña, tan frágil, diminuta en comparación. Era incapaz de verse igual a los guerreros, por mucho que, como bien decía la caeruleus, Brontë fuese de eso.

Asiento, sin darle mucha importancia, con una sonrisa escueta.

-Entonces Lluvia mejor, que así no nos liamos -. Apoyo la mano en el suelo y me pongo de pie, al fin. Se me escapa una sonrisa. Por fin una más baja-. Y dime, Lluvia... ¿Qué haces a estas horas por el río?

Una figura me hace tensarme, y estoy a punto de llevar el arma a la empuñadura de la katana, pero no llego a hacerlo. Por suerte, a estas horas veo bien.
Qué reflejos, joder. Me gusta.

-Buscador -respondo, arrugando la nariz un instante-. Mira tú. Hacía tiempo, eh. ¿Qué hacías? ¿Espiarnos? -inquiero, ladeando la cabeza, seria.

Lluvia asintió, sonriente, y observó cómo Frikka se ponía en pie. Al escuchar la pregunta de la caeruleus, la aether se encogió de hombros.

—Quería dar un paseo... —Alzó la vista al cielo—. Pero es bastante tarde ya...

Alguien se acercó a ellas. Cuando Lluvia se giró, descubrió que se trataba de Follow, el ninja, y sintió como de pronto se sonrojaban sus mejillas. Avergonzada, tímida, bajó la vista al suelo.

—Buenas noches...

Hablar conmigo. Eso me ahorra tener que pedir explicaciones. Veo que mejora con esto de la comunicación. Está bien.

-Puedo imaginar por dónde van los tiros. Podemos hablar ahora, si a ella no le importa -indico, mirando a Lluvia. Parece que se le haya comido la lengua el mecña. No obstante, enseguida reacciona y torpemente se despide. Es hasta maja, la chica-. Bueno... -. Estamos solos. Es momento de enterarse de cosas interesantes. Doy unos pasos hacia el río, echándole un ojo sin mucho entusiasmo, pero no tardo en volverme hacia el rarito de Buscador-. ¿Qué querías decirme?

Yo tengo mis preguntas, pero no me corre prisa. Por una vez.