Mazmorras

Mis tacones repican en la piedra, provocando un hermoso eco en el silencio en el que siempre está sumido este lugar. Ciertamente, prefiero las mazmorras silenciosas que las llenas de los gritos de energúmenos enloquecidos. Los que aquí se encuentres quizás estén locos también, pero al menos rigen su comportamiento por una desesperada calma, mucho más agradable de tratar que la locura ruidosa y molesta.

La oscuridad no es problema alguno para mí. Más bien, lo contrario. Quizás por eso encuentro cierto placer en los lugares como este, aunque una mujer de mi nivel no debería admitir jamás algo como eso. No es un lugar en el que me guste estar, aunque creo, sinceramente, que sería difícil que yo me encontrase encerrada en un sitio como este. No es algo que sea de mi nivel.

Me dirijo hasta la celda adecuada sin titubear, con una sonrisa segura, altiva, en los labios. Contemplo su interior como si se tratase de una escena hermosa. Espero que no me tenga mucha inquina.

-Tengo un trabajo para ti... -siseo, con un leve deje musical al final de mi frase.

Los ojos de las chrysos se iluminan mucho, de pronto. Ello, lejos de hacerme cerrar los ojos con desagrado, hace que mi sonrisa crezca. Me gusta ver que no ha perdido esa habilidad suya para rebelarse. Una pena que no le vaya a servir de nada conmigo.
Espero que haya aprendido algo en todo este tiempo.

-Deja que te lo cuente en un lugar más aislado.

A un gesto de mi mano, la puerta se abre. Inmóvil, aguardo a que la joven abandone su encierro para llevármela.

*Madame y Ale se desvanecen*

Aunque no tuvo tiempo de reaccionar antes de que el suelo se desvaneciese bajo sus pies, sí retrocedió, asustada, y esta vez sin poder ocultarlo, cuando volvió a tocar tierra. Algo mareada por la impresión, trastabilló un par de pasos hasta dar con su espalda en unos barrotes, que se le clavaron dolorosamente.

De nuevo, dio un respingo y se giró. Aunque su intención primera era volver a girarse para tener a la chrysos rubia vigilada, lo que vio más allá de los barrotes la dejó congelada en el sitio. Aquel pequeño momento de quietud bastó para que recuperara la calma. Parpadeó, sorprendida, y agarró uno de los barrotes, mirando fijamente al otro lado.

Era... Bocanegra. O eso parecía. En realidad, tenía un aspecto tan extraño que Cora no habría podido jurar si realmente era ella. Sin embargo, viendo una nueva luz de esperanza en el horizonte, se convenció a sí misma de que lo era.

-¡¿Qué coño haces ahí, merluza?! -le espetó.

Una vez han aparecido en las mazmorras, Fera suelta a la pequeña y se echa un poco hacia atrás. Por el momento, pretende limitarse a observar. Porque, por lo que ha visto y sabe hasta el momento, la escena promete ser interesante.

Hace ya algún tiempo que recibió el mensaje de Alehyss. Hace algún tiempo, también, que ha hablado con la líder piscis y se ha puesto al corriente de la situación de la prisionera. Después de todo, no le gusta no saber lo que pasa en su casa. Pero, ante un caso tan particular, ha decidido esperar. Quizá ahora sea el momento de poner las cosas a punto.

A la exclamación de la niña, se limita a sonreír.

La niña no sabía muy bien qué reacción había esperado de la capitana, pero sabía que no era esa. Frunciendo el ceño, entre incómoda y asustada, se aferró a los barrotes para soltarse de ella. Bocanegra se resistía a dejarla ir, y su aire desesperado ponía muy nerviosa a la chrysos, haciéndola tensarse ella también. Al final, acabó por librarse de su agarre y retrocedió un poco, frotándose las mejillas.

-Vale, vale, que te alegras de verme, ya lo he captado -murmuró, molesta.

El revuelo general de Bocanegra, junto con la sensación de no estar entendiendo nada de lo que pasaba a su alrededor, la hacía sentirse perdida. Había estado buscando a la piscis para conseguir ayuda, pero parecía evidente que era ella quien la necesitaba.

Cora estaba decepcionada por la facilidad con la que la piscis se arrastraba en busca de ayuda, pero no hizo ningún comentario al respecto. Tratando de poner sus pensamientos en orden, miró primero a la piscis y luego a la chrysos.

-Mira, pelipaja, no sé qué tripa se te ha roto para haber dejado ahí metida a la pescada, ni de qué está hablando ni qué es lo que le pasa, pero más te vale ir explicándote o te haré escupir los dientes -declaró, malhumorada.

Se mantiene al margen un tiempo, observando, analizando la situación. Así pues, la niña es Cora y conoce a Babineaux de primera mano. Interesante. Le gustaría saber cuál es su relación, pero es consciente de que no es el momento de ponerse a contar historias.

En el momento en que la niña reclama su participación, envía un breve mensaje a un miembro del servicio, alguien eficiente y de confianza. Esto, por supuesto, ellas no lo saben, pero tampoco tienen que saberlo. Con total normalidad, sonríe a la pequeña, asintiendo.

-Tranquila, tesoro, cada cosa a su tiempo -murmura con voz tierna.

Ignorando a la niña, avanza entonces hacia la piscis, agachándose a su altura y clavando sus ojos en los suyos. Está muy desmejorada, pero aún así es una auténtica belleza. Con gesto suave, tranquilizador, acaricia su pelo, ignorando el hecho de que está grasiento y enredado, y suelta una pequeña risita.

-Mi querida Cassandra -la llama, con voz melosa-, siento haber tardado tanto en atenderte, pero debes entender que tengo muchos asuntos ocupándome cada día. De todas formas, cielo, no debes preocuparte, porque no me he olvidado de ti -. Mientras habla, sigue acariciándole el pelo, desenredándolo lentamente con los dedos, con paciencia y calma-. He estado pensando mucho en tu situación. Ha debido de ser todo muy duro, ¿no es así, preciosa? Pero ya se ha acabado todo.

En aquel momento, llega junto a ellas un hombre de mediana edad con un bulto envuelto en mantas en brazos. Tras una última caricia, Fera se incorpora y, bajo la mirada atenta de Cora, se acerca al hombre y toma al niño que este trae, sonriéndole con dulzura y acunándolo con mimo.

De nuevo, se acerca a Cassandra, pero esta vez se mantiene a cierta distancia, asegurándose de que la piscis no puede alcanzarla. Abraza a Lyo contra sí, y el pequeño suelta un gorgorito. De nuevo, mira a la encarcelada.

-Es una pena que no hayas podido verlo crecer hasta ahora -afirma, con tono lastimero, al tiempo que pone un dedo con suavidad sobre la naricita del niño-. Pero eso no tiene por qué seguir así, ¿verdad? Lyo se ha portado muy bien mientras esperaba a que su mamá pudiera atenderlo, y tal vez haya llegado el momento de que así sea. ¿A que sí, preciosa?

Fera, mientras habla, sonríe. Su mano juguetea con el niño, acariciándole la cara, pero sus ojos siguen fijos en la madre.

-Claro que, visto como están las cosas, no todo es tan sencillo. Y te prometo, cielo, que he intentado allanarte el camino tanto como he podido. Pero en fin, parece que no todo está bajo mi jurisdicción... así que tendremos que hacer un trato -. De nuevo, aúpa al pequeño en sus brazos-. Es sencillo. Ni siquiera tienes nada que negociar. Y, de hecho, creo que te beneficia bastante. Te diré lo que haremos. Yo te dejaré salir de ahí. Serás tratada de nuevo como una guerrera más en Brontë. Incluso tendrás a tu hijo contigo, y se te permitirá criarlo en el palacio. Lamentablemente, no puedo borrar de un plumazo los daños que has causado, así que tendré que imponerte algo a cambio. Dependerás de Brontë. Estarás a su servicio, a tu gusto o no. Acatarás las órdenes que aquí se te impongan, y cualquier acto más allá del servicio tendrá que recibir la aprobación de tus superiores. Saldarás tu deuda sirviendo al ejército. No suena mal, ¿eh? -Hace una pausa-. Por supuesto, las dos partes del trato están ligadas. Si incumples la tuya, ¿quién sabe?, tal vez tendrías que volver a esta situación... o a una peor -. Por primera vez, Fera vuelve la vista al bebé, haciéndole una pequeña carantoña-. No queremos que le pase nada al pequeño Lyo, ¿verdad que no? Pero en fin -. Suspira, y de nuevo alzó la vista-, todo tiene un precio. ¿Qué me dices, tesoro?

Cora, en silencio, contemplaba la situación y empezaba a atar cabos. No entendía al completo la situación, aunque el largo discurso de la chrysos y la situación de la capitana eran bastante elocuentes. Se mantuvo en silencio, escuchando, pasando la mirada de la chrysos a la capitana, y de la capitana al niño.

Lo recordaba. Recordaba sus propias palabras, aunque visto lo visto, casi prefería habérselas comido. No esperaba encontrarse con aquello. Por supuesto, al situación de Bocanegra no tenía por qué ser perfecta, pero no esperaba que fuera peor que la suya propia.

Cuando la piscis se dirigió a ella, confirmando sus sospechas, frunció el ceño y apretó los puños, fulminándola con la mirada.

-El diablo que lo quiso traer al mundo -masculló entre dientes, mirando al niño-. Y la que se nos líe ahora va a ser de colores. No se los puede dejar solos, que no saben divertirse.

Cassandra no duda en aceptar las condiciones, aunque dada la situación, eso es exactamente lo que la líder esperaba. Asiente lentamente con la cabeza, ampliando su sonrisa, y se acerca un poco más a la celda. Al tiempo, hace un gesto a su criado, que se inclina en una reverencia y vuelve por donde ha venido.

Alzando una mano, la chrysos roza apenas la cerradura de la celda que mantiene presa a Cassandra. Con un pequeño chasquido, la cerradura se abre y la puerta comienza a tornarse, dejando libre a la piscis.

Manteniendo la calma, la mujer entrega al niño a su madre, y acaricia la mejilla de esta, mirándola a los ojos. Mantiene en todo momento la sonrisa.

-Espero, por tu propio bien, que no olvides tus deberes, cariño -susurra con voz dulce-. No me apetece tener que vigilarte.

Y, dicho esto, se separa de la chica y se esfuma en el aire.

*Se desvanece*

Por fin estaban a solas, pero Cora no se alegraba. Por una parte, porque Bocanegra no dejaba de llorar, y por otra, porque tanto afecto empezaba a hacerla sentir enferma. Se revolvió hasta separarse de la piscis y conseguir establecer una cierta distancia.

-Frena, frena, sardina, que te me estás acelerando -se quejó, incómoda-. No sé qué te han hecho, pero te han dejado muy rara. Y no me gusta. Tenía entendido que te portabas mejor cuando estabas encerrada.

Volvió a frotarse la nariz, esta vez en un gesto más enérgico, casi enfadado. Después, con su habitual chulería, se cruzó de brazos.

-Sigo siendo la capitana para ti. Y estoy perfectamente, por si no se nota -espetó-. No como tú, pescadilla. Podías haber dado señales de vida, o algo. Pero no, que la capitana Bocanegra se las arregla muy bien sola. Ya se ve. Y encima no se le podrá decir nada, que aún al menos tiene techo, la jodía. La soldadita del ejército. Y con mocosos detrás. Cómo degeneran las cosas -. Escupió en el suelo, con rabia-. El hijo del diablo se fue ya hace algún tiempo. Hay que buscar mejor fortuna, la jodía no viene ella sola. Estuvieron aquí hasta finales de verano, el hijo del diablo y el orejilargo, y todos los demás que quedaban cuando nos echaron de la isla. Ahora han de andar perdíos, y ve tú a contarle a quién por dónde.

Miró de reojo al bebé, aún con ceño.

-La puta que parió al diablo, ¿adónde irías tú con un bombo?

FdR. Rol pausado

Con las palabras de Cassandra, el gesto de Cora se volvía cada vez más furibundo. Apretó los puños, comenzando a temblar de rabia.

-Muy bien -dijo-. Muy bien. Que la capitana Bocanegra se pudra en el infierno. Que tú te pudras con ella, y contigo ese trozo de carne. Nosotros seguiremos trabajando como hasta ahora. No nos busques una casa, que ya de eso no nos queda nada. De que la marina nos tomó la isla, nos hemos hecho errantes. Quédate tú con tu ejército y tu honra de soldado. Y que te envenenes tú sola.

Echó a andar hacia la salida, pero se detuvo en mitad del pasillo y se dio la vuelta. Aún tenía el mismo gesto rabioso, pero estaba combinado con una expresión de tristeza.

-Ya le hablaré al hijo del diablo de ese vástago. Ya que él te busque si quiere. Ya que decida escribirte -. Escupió en el suelo-. Yo he terminado mi trabajo. Adiós, Bocanegra.

Y, dicho esto, se marchó a paso rápido.

*Se va*

Zacharyas encontró en las mazmorras un lugar oscuro y húmedo, desagradable para muchos, el perfecto para concentrarse en practicar aquel hechizo. Al fin y al cabo, en un lugar como aquel le rodeaba el dolor y sufrimiento de muchos, de manera que, pensó, podría concentrarse de forma mucho más completa.

Zacharyas tomó asiento contra una esquina y clavó las uñas de su diestra en su antebrazo izquierdo, haciendo pequeñas muescas sangrantes en la piel. Comenzó, entonces, con la práctica de aquel hechizo que tanto le estaba costando.

-Fuuchi -susurró, con el ceño, levemente fruncido.

El invierno hacía que aquel lugar fuese más frío de lo que el caeruleus recordaba. Mientras repetía aquella palabra, una y otra vez, monótono, consiguiendo que a veces una de aquellas líneas negras abandonase alguno de sus dedos, pero sin llegar a lograr jamás que surgiera de varios, no podía imaginar pensar cómo sería pasar allí un invierno entero, sin más alimento que las ratas que corretearían en los rincones ni más líquido que la humedad de las paredes.

*se queda repitiendo el hechizo*

Un lugar húmedo y oscuro. ¿qué había mejor? Un joven casi radiactivo bajó las escaleras y en cuanto lo vio, lanzó un par de puñetazos de esporas por el aire.
Arrancó con fuerza sobrehumana uno de los barrotes de una celda.

Zahcaryas pudo ver en la oscuridad, perfectamente, al individuo que se acercaba. Se levantó, con calma, esbozando una sonrisa. Parecá que aquel individuo buscaba pelea, ¿acaso no era así? Y, en aquel caso, el caeruleus pensó que, sinceramente, debía dársela. No era muy dado a la violencia gratuíta, por mucho que le gustase, pero cuando alguien se la pedía de aquel modo....

-Garves -siseó, apuntando a sus ojos. Luego volvió a hablar-. Âchnam.

Le volaría la cabeza. Lo degollaría. ¿Qué sería mejor?
Oía gritos de terror en los pasillos, por encima de él. No era estúpido. Tenía permiso para matar.

Quedó cegado. - No veo.- Aclaró con voz acaramelada.
Sin embargo, en aquel lugar humedo y frío, podía crecer sin problemas.
El hombre verde creció y creció, taponando la unica salida, dejando al caeruleus completamente encerrado. Ahora ya no era un joven antropomorfo sino una mansa blandita en la que cualquier niño desearía saltar. -Muere. Mithos lo ordena.- El hechizo ofensivo del hombre se hundió en su cuerpo haciendo un agradable "pluf"

¿Se puede saber qué demonios pasa en este maldito palacio? Uno ya no puede ni echarse la resiesta a gusto. Todo parece lleno de ruidos y gritos, fijo que vuelve a haber alguna fiesta. Pero hoy no tengo ganas de unirme, ¡solo quiero dormir!

Busco en mi mapa mental un lugar donde poder estar tranquilo y, oye, las mazmorras parecen un buen lugar, ¿no? De haber alguien por ahí no tendrá tampoco ganas de mucha fiesta. Y podré echar mi ansiada siesta-de-antes-de-cenar.

Desgraciadamente, la puerta parece cubierta de una extraña masa. ¿Qué pasa, hoy el mundo está contra mí? ¿Nadie se encarga de limpiar estos sitios? Por Mithos, un escalofrío de asco me sacude. Furioso le lanzo un flagrare: ¡he elegido este como mi nuevo refugio y ninguna masa amorfa me detendrá!

Los hechizos del caeruleus no parecieron demasiado efectivos, lo que no fue suficiente para borrar su sonrisa. Al contrario. Su corazón bombeaba a mil por hora, nervioso, triunfante, como si llevase toda su vida aguardando a que llegase aquel preciso momento.Morir tampoco asustaba, pensó, al fin y al cabo.

Aquello no era humano. Parecía compuesto de algo... blando, polvoriento. El caeruleus sentía curiosidad, por lo que, nuevamente, lanzó un garves y un âchnam, acercándose un poco para curiosear aquella masa.

Olía a humedad. ¿Qué sería?

La masa enorme no podía atacar así, así que decidió explotar y convertirse no en decenas sino en cientos de jovenes y apuestos muchachos verdes. Atacaron a Narbe y a Zacharyas sin dudarlo. Utilizaron piedras, sillas e incluso alguno se atrevió con esporas asesinas que si no tenían cuidado, acabarían con sus vidas.

Sin duda, las mazmorras era el lugar más peligroso de todo el palacio. Sin duda alguna.




FDR: perdon por la brevedad, pero estoy a mil xDU
PD: morid. morid mucho y muy fuerte.

Había jaleo. Mucho jaleo. Arriba y abajo y delante y detrás. Amatista aún estaba cansada del viaje de los hombres sin cara, pero nosotros teníamos que hacer cosas. Corrimos, y Amatista vino con nosotros. Los tres juntos, bajamos y bajamos hasta lo más oscuro, con ayuda del farol.

Había gente y era mucha gente. Lancé dos terra der a los bichos pequeñitos que estaban en todas partes. Estaba el chiquillo y uno de los rojos, y ahora también estábamos nosotros.

Sospecho, y solo sospecho, que toda la posible calma en las mazmorras acaba de explotar. La cosa-asquerosa ha desaparecido, dejando en su lugar señores verdes, muy enfadados por eso de haber explotado, como es natural. Enfadados y con ganas de guerra, porque se lanzan a por mí como si no hubiera nada mejor que hacer en este sitio. Resiestar, por ejemplo. Dejarme resiestar.

Lanzo flagrares a diestro y siniestro, mientras trato de esquivar sus ataques. No entiendo qué demonios pasa, ni por qué los señores verdes son tan agresivos. Saco mi corvo y ataco a la garganta del que está más cerca. Es entonces cuando la pequeña parvus de la guadaña hace aparición. Bien. Necesito ayuda.

-¡¡Eh, pequeña!!- la saludo, un tanto aliviado por su aparición.

Zacharyas se acercó a los que habían llegado con una sonrisa. Sin embargo, al percatarse de que uno de ellos era Ayne, esta se borró. Las esporas que aquel bicho, fuera por el motivo que fuese, había desprendido habían terminado generando más enemigos, y el ambiente se la hacía pesado y desagradable.

-Tapaos las vías respiratorias -murmuró, al llegar junto a ellos-. El aire es muy pesado...

Él mismo lo hizo, con un trozo de su capa, antes de comenzar a cegar a todo lo que podía con garves. Ya que parecía que su âchnam apenas los hería podría, al menos, según pensó, cegarlos y dejar que el fuego, si funcionaba mejor, acabase con ellos.

No bastaría. Y morir con Stalon allí... Aquello era diferente.

-Deberíamos escapar -siseó, instando a sus compañeros a huir por la puerta.