Mazmorras

El líder apareció en las mazmorras, donde identificó que el foco de los enemigos estaba, con mucho, más desarrollado. En cuanto apareció hizo salir de sí otra onda de choque oscura para acabar con todo rastro de esporas que hubiese a su alrededor y volvió a sacar su látigo.

Tras unos susurros siseantes y unos cuantos golpes medidos de su látigo, hizo surgir un oscuro baslisco que no dudó en colarse por una de las calles de las mazmorras llevando oscuridad absoluta y destrucción a cuantos hongos se le ponían cerca. Aquel conjuro recorrería los pasadizos acabando con la infección a su paso.

Así mismo, dibujó un símbolo en el aire para emitir más conjuros a su paso para acabar con los niños a medio formar o con los nidos de hongo que iba vislumbrando.

Pudo sentir que la líder chrysos se encontraba también luchando en las mazmorras junto a otros guerreros. Con suerte no tardarían en reunirse.

En cuanto el basilisco volvió junto a él, el líder supo que las zonas de alrededor estaban limpias, con lo que la gigantesca serpiente desapareció en una nube de niebla oscura. Durante el combate se había cubierto con una barrera de oscuridad para evitar que los destellos de la chrysos importunasen su vista. Ahora que todo había acabado, el líder se acercó a los presentes limpiándose una de las solapas de su chaqueta.

—Evitar destrozos... ¿no? —Comentó, irónico, al echar un ojo al trabajo que habían hecho todas esas chispas eléctricas por aquella zona. Miró a los guerreros.

—Que suerte habéis tenido... —Comentó con una sonrisa algo más satisfecha. Dio cuenta de que, además de los muchacho, la pequeña parvus también correteaba cerca todavía.

—An, pequeña... —Pero antes de decir mucho más dio cuenta de un detalle que le provocó un escalofrío y apagó ligeramente su sonrisa. Aquella curva maldita, símbolo de desgracia y vergüenza. Sin embargo, ella no parecía extraña, no parecía tan... diferente.
Respiró profundamente, alzando el mentón y dedicó una mirada al flamma y otra al caeruleus. Al joven de su raza le clavó la vista durante unos instantes y luego, finalmente, se dio la vuelta para marchar.

—Habrá que discutir al respecto de lo ocurrido, líder Twinkle —Y desapareció del lugar.

Me aparezco en las mazmorras, lugar con más posibilidades de estar vacío. La capa negra que me cubre está empapada, como el resto de mi ropa, mi piel, mi cabello. Pese a eso, he agradecido que en las cercanías del palacio la tormenta fuese más calma. Con el rostro cubierto, todavía, me apoyo contra una de las paredes, evitando jadear, anque con el rostro sutilmentre contraído. Mi diestra palpa el vientre, arrugando las prendas que lo cubren, es una especie de espasmo, con las uñas sin pintar por una vez.
No hay olor penetrante a perfume. No hay un aura de ostentoso poder. Llegue a pensar que tendría que detenerme antes de llegar a Brontë, pero por suerte no ha sido así.

Poco a poco recobro el aliento, logrando recuperar mi estoicismo al mismo tiempo. Aunque me siento débil, también soy consciende de que él me ha percibido. Supongo que vendrá a saludar. No es el momento más adecuado, y tal vez precisamente por eso venga.

Bajo las botas embarradas noto los pies húmedos y fríos. Exhibo una sonrisa amarga, separándome un poco de la pared. Vaya unos recuerdos más tiernos me vienen a la mente.

El líder Darvenwish no tardó en aparecerse en las mazmorras, a unos metros de la mujer, con loa brazos cruzados y la cabeza ligeramente alzada, en la sombra intermedia entre dos haces de luz lunar y de soportales que entraban por los pequeños ventanucos delante y detrás de él.

Pudo contemplar su aspecto, aceptable y casi cuidado para un plebeyo cualquiera, pero pueril y descuidado para una mujer como ella. Reparó en cada detalle: Las botas burdas y manchadas, al igual que el bajo de sus ropas, en degradado hasta sus rodillas; un vestido simple y vacío, arrugado, húmedo, al igual que la capa que la cubría. El pelo revuelto, descolocado; la piel apagada, las manos y la cara faltas de adorno o decoro, el frío calando hasta el fondo de sus huesos y estremeciendo su carne a pesar de poner su empeño en mantener su postura orgullosa. A pesar de mirarla con total claridad, más que verla la sentía. Entornó los ojos ligeramente, con una carencia de sonrisa. A pesar de todo aquello seguía teniendo un encanto arrebatador. O quizás era sólo a sus ojos.

—Un aspecto demasiado débil —Anotó con tono casi sentencioso, sin moverse de donde estaba ni prestarle ayuda en sus movimientos. Su comentario cargaba mucha información, tanto dada como demandada. Un reproche, una mofa, un recordatorio, una pregunta, una advertencia, una intranquilidad...

Lo veo aparecer. Imponente, como siempre, por supuesto. Seguramente hoy más que de costumbre, incluso, aunque solo sea para que yo parezca más pequeña a sus ojos. Y, por desgracia, el orgullo acumulado por años hace que ese tipo de niñerías lleguen a molestarme, viniendo de él. Somos así de estúpidos los dos.

Ante sus palabras no puedo hacer más que bajarme la capucha, descubriendo mi rostro, austero, y con él mi sonrisa retórica, retadora. Estoy débil, sí. Más de lo que he estado en mucho tiempo. Y apenas puedo contener la hemorragia del vientre con la poca energía que me queda. Pero si fuese a morir aquí por no dejar de sonreír con orgullo, lo haría, antes que mostrarme moralmente débil ante el pequeño Aren, que siempre se creyó tan grande por haber recibido todo hecho.

-No te esperaba en las mazmorras, Arencín -siseo, mintiendo-. ¿Acaso te han castigado?

Consigo que la voz suene tan altanera como deseo. Ahora mismo quiero ir a mi cuarto a descansar un poco, aunque suene muy a plebeyo para mí. Y quitarme estos trapos húmedos de encima.

El líder Darvenwish permaneció en silencio frente a sus palabras, sin cambiar de posición. Con él presente, ella actuaría de forma todavía más perjudicial para sí. Era estúpida por no ceder ni siquiera en un momento como ése, pensó, y evitó escuchar el pensamiento que le decía que él habría hecho lo mismo. De todas formas, ella no iba a morir por aquello, por muy crudo que pareciese. Sin embargo, aquella zona.

El líder frunció el ceño y desapareció para aparecer junto a ella, sosteniendo su cintura por la espalda con la izquierda y  apoyando la derecha en su vientre de forma que su magia fuese curando sus heridas desde el interior. Él miraba al frente.

—Recuerda que no estás sólo a disposición de tus propios intereses —La miró de refilón, sin soltarla. —No creo que te convenga dejar las cosas en manos de tu suerte. Y menos las mías —Si la dejaba actuar a sus anchas por sus tierras y le ofrecía privilegios incluso internacionales no era precisamente por el aprecio que le tuviese. Tenían muchas cuestiones que compartir y, a pesar de los largos periodos en los que cada uno se desintoxicaba del otro, los negocios siempre se mantenían al día.

Aquella situación, no podía evitarlo, una parte de sí agradecía que ella fuese vulnerable en los aspectos que le llevaban a esa tesitura. Él se sentía grande, poderoso, protector sobre ella. No era que nunca se hubiese sentido así con la mujer, pero aquel momento era como corroborar sus pensamientos, darle la razón a él.

En cuanto la herida fue teniendo mejor aspecto, él se separó ligeramente para mirarla a la cara, todavía sin soltar su vientre ni retirar el brillo mágico.

—Eres terca, mujer. Ni siquiera si pronuncio la pregunta vas a decirme nada —Afirmó, mirándola con severidad. Lo sabía, simplemente. —Sabes que no puede dejarme indiferente —Reclamó apretando las comisuras y clavando sus dilatadas pupilas en las de ella. —por los intereses de mi posición —Añadió con un tono más comedido. Un añadido que colgaba, argumentando, excusando su frase anterior.

El calor de su magia se extiende oscuro por mi cuerpo, y enseguida noto cómo la herida se cierra y la sangre deja de fluir. Yo misma hubiese podido hacerlo perfectamente en una situación diferente, pero he tenido cosas más importantes que regenerar con el añadido de la magia necesaria para regresar hasta aquí. Ha sido un viaje accidentado. Supe, antes de partir, que sería desagradable, pero no esperaba este tipo de problemas.

Aunque escucho sus palabras desafiante, altiva, con la barbilla alzada, pese a mi aspecto menos señorial, menos imponente, quedando más patente por la falta de tacones la diferencia de alturas entre ambos, mi diestra se desliza sobre su mano, por encima de mi vientre, en una especie de caricia ladina, empalagosa, casi burlona. No la retiro, no obstante. Por los viejos tiempos, por llamarlo así.

-Las cosas no salieron según lo esperado -murmuro, arrogante, y con un gesto de mi mano el cabello comienza a secarse, recuperando volumen y brillo. El aspecto no ha de ser descuidado-. No planeo morirme pronto. Aunque he de admitir que la situación ahí afuera no me favoreció. El mundo parece estar llegando a su fin -comento, más seria, haciendo referencia a lo que he podido ver al salir de Brontë, llevando al mismo tiempo el tema a uno diferente, más alejado de mi situación y mis intenciones.

Para cuando se aproximó, me sentía notablemente mejor. había llegado a temer que me viese sudar, en aquella tesitura, como a una principiante herida, pero su magia había impedido aquello. Incluso me sentía más alta sin serlo, y era reconfortante.

-Estos asuntos no tienen nada que ver contigo, Gran Darvenwish -susurré, desafiante, con una sonrisa entretenida. ¿Y no era acaso mentira, de alguna forma? Y, pese a todo, su preocupación, por mal justificada que pareciese luego, me arrancó una suave carcajada-. Sigues siendo un niño, solo preocupado porque su preciado juguete se rompa -siseé, sin embargo, casi como incitándolo a decir lo contrario, con cierta crueldad.

¿Y no había sido así siempre? Solo quería las cosas para jugar con ellas, sentirse poderoso, y usarlas a su antojo.
No. No era así. Lo conocía bien.

El hombre no dijo nada a las primeras palabras de la mujer, pero sí relajó ligeramente el gesto frente a su comentario final, desviando un poco su desagrado hacia el tema preocupante en los últimos días. Su humor también había empeorado a causa de eso, pues Caligo había tenido grandes destrozos en su ausencia y eso lo irritaba en gran medida. Gruñó suavemente con una sonrisa áspera que pronto desapareció.

—Sí. Mithos parece estar cobrando su venganza. Si sirviese para levantar a esos carcamales de sus sillas para algo más que para esconderse bajo sus camas... —Pronunció irritado. Todos dejaban el trabajo sucio a Brontë y al ejército en el que nadie creía y ahora tiene que salvar sus nobles traseros, pensó. Y seguían sin siquiera atreverse a prestar atención a los problemas que acontecían.

La miró de nuevo, frunciendo el ceño, dándose cuenta de que se había dejado llevar por la irritación para ponerse a pensar en otros temas, y apretó la mano que rodeaba todavía su cintura para alertarla. Aquello siempre se le había dado bien, aprovechar los momentos en que su cabeza se encontraba dividida a causa de sus responsabilidades para eludir temas propios.

—Lo que tiene que ver conmigo no se limita a un pequeño círculo. Si uno de los mejores espías de mi gobierno se ve envuelto en temas perjudiciales, acabará repercutiendo en mi propio beneficio —Aclaró con frialdad, entornando algo más los ojos. Dijera lo que ella dijera, esta vez se sentía él el más coherente, el que tenía la madurez suficiente para los sermones. Era el continuo bucle de sus vidas.

Las palabras de ella lo hicieron levantar el mentón con aire más amenazador y retirar su mano -escapando de la de ella- cuando todavía quedaba la cicatriz exterior de la herida. Siguió sin soltar su cintura, que ahora sostenía con fuerza.

—Agradece que no busque uno nuevo y acabe por tirar el viejo a la basura —Amenazó. Su mirada era cortante. Quizá menos cortante, quizá todo lo cortante y amenazadora que lograba serlo para ella.

Acabó por soltarla, relajando un poco la mirada y colocándose las solapas de la levita. Luego le dio la espalda. No por tener intención de irse, sino como un simple gesto.

—Ya he estado negociando demasiado con Ventus anticipadamente. Creo que es hora de que te pronuncies decididamente o el destino de esos críos quedará al mejor postor —Aclaró sin ganas de llevar más allá sus favores. Bastantes problemas tenía en aquellos momentos como para mantener más cabos sueltos.

Respondo a su comentario con una sonrisa burlona. Opino, a ese respecto, lo mismo que él. Solo que a mí no me importa dónde tengan o dejen de tener sus ancianos traseros los de arriba, siempre y cuando yo pueda, de algún modo, salir ganando. La información siempre se vende, y en momentos como ahora hay mucha que está empezando a subir de precio. Aunque el hecho de que tenga otras cosas rondando mi cabeza, preocupándome, puede hacer que acabe cometiendo un error. Mi estado actual no es más que un aviso de que debo mantener la cabeza fría y seguir actuando como hasta ahora, sin perder los papeles, pese al otro problema.

-El caos está cundiendo de manera deliciosa -comento, casi divertida, dando mi propia perspectiva del mundo-. Sinceramente, esto os viene bien a vosotros. Antes erais poco más que locos, pero es la oportunidad de que este proyecto florezca. Sinceramente, estando como están todos ahora mismo, dudo que pueda haber alguien que reacciones antes que vosotros. Si jugáis bien vuestras bazas, podréis obtener un poder considerable. Ha llegado a mis oídos que la gente de Fulmen empieza a hablar de Brontë, como recordando de pronto que existe. Quizás daría una buena imagen que los guerreros colaborasen con el pueblo, que está débil. Hay que saber aprovecharse de las desgracias.

No espero darle mucha información nueva, pero me gusta compartir con él mi opinión, aunque sea por encima. No cabe duda de que, de todos modos, esta puede ser una buena oportunidad para Brontë. Aunque los más viles querrán darle la vuelta y echar la culpa al ejército de todo lo que está sucediendo. Si se actúa suficientemente rápido podrá evitarse.

De pronto soy "uno de los mejores espías de su gobierno". Por supuesto, eso es cierto. Mi red de espionaje es amplia y discreta, bastante eficiente. Sin embargo, ese hecho no evita que sonría, entretenida, con deleite, casi burlona, clavando los ojos en los suyos, que no han cambiado prácticamente en todos estos años, siempre tan miaquiavélicos.

-No me cabe la menor duda de que tu "propio beneficio" te preocupa -me burlo, permitiéndome el propasarme, cuando muchos otros hubiesen sido castigados por menos.

Al ponerse serio, me tenso un instante. No me encuentro tan en forma como para enfrentarme a él, como para pretender que puedo alzarme sobre él, aunque sea mentira. Aunque, una vez más, la sonrisa, ladina, acude a mis labios, más melosa incluso.

-Vivo con miedo a que eso suceda -respondo, sin más, con un tono difícil de diferenciar, oscuro, despreocupado, que se aproxima a la ironía sin llegar a serla.

Él se vuelve y yo aprovecho para alisar mi ropa, aunque es tan andrajosa que no consigo demasiado. Estar así, frente a él, casi resulta humillante, por lo que decido ignorarlo. Es lo que soy, al fin y al cabo. De no haber llegad a donde estoy, de seguir donde empecé, esta sería mi indumentaria, y Desmarais el nombre de un pobre diablo, al que se lo robé.
Asiento, más calmada, respetuosa, ante sus palabras.

-Si no hay inconveniente, me gustaría que todo siga adelante como hablamos. Los de Ventus recibirán, como recompensa adicional, la disolución de una banda de criminales, y podrán echarse las flores. A mí no me interesa ese tipo de fama -comento, atusándome un mechón de pelo, fingidamente distraída-. Los chicos, por otra parte, me serán útiles más allá de lo esperado.

Los ojos me brillan, entretenidos, encantados. La verdad es que lo relacionado con ese tema está marchando muy bien.

Lo que la mujer le aconsejaba no era algo que el hombre no hubiese pensado anteriormente. De hecho, su primera frase le sonó deliciosa a pesar de su revuelto estado de ánimo, pues sabía de buena mano que en tiempos de crisis el vencedor era el que hacía el movimiento adecuado de primero. Por eso la prisa resultaba un arma de doble filo: Si se te adelantaba, serías insignificante; si fallabas siendo el primero, serías destrozado por los perros rabiosos.

—Ya es hora de concienciar a esa panda de infelices. Todos creen que el haber escuchado la llamada los hace conscientes y útiles, pero yo nunca he creído en dioses ni providencias divinas. No consentiré que comentan un error en este punto —Aclaró el líder, más divagando para sí que en respuesta a la mujer. Los continentes estaban revueltos y Brontë comenzaría a ser un hervidero. Sin controlaban la situación y utilizaban Brontë adecuadamente, los continentes se apaciguarían, la confianza volvería y la gente se sentiría segura. No hay mejor medicina para el miedo que dejar claro que otro se hará cargo de los males.

—No suelo consentir que me llamen idiota —Aclaró con el mismo tono, con cierto desagrado. No quiso hacer ningún otro comentario respecto al descaro de la mujer, pues cualquier ofensa o queja que pudiese hacer al respecto en ese estado, sólo le perjudicaría.

Se la quedó mirando ante su respuesta y su tono. Sus ojos eran una mezcla entre desaprobación, irritación, amenaza e incluso cierta inquietud. Quizás algún brillo concreto pudiera descifrar algo más de lo que cargaban, pero él prefería evitar que así fuese. Sabía que ella no le diría nada y menos en ese estado, pues su debilidad ponía en alza todas sus barreras informativas. Acabó por calmar su gesto ligeramente.

—No me queda mucha paciencia estos días. No hagas nada de lo que puedas arrepentirte —Zanjó el tema. No necesitaba asuntos externos de los que preocuparse ahora mismo y también confiaba en las capacidades y decisiones de la mujer. Hasta cierto punto.

Asintió al conocer su respuesta, esperada, por otra parte. Si no la hubiera esperado porque la conocía, no se habría arriesgado a perder su tiempo con Ventus.

—Si tienen algo que ver con eso, espero que al menos te sirvan como escudo la próxima vez —Soltó con tono de alarde, como queriendo dar a entender que se estaba ablandando o que las cosas se le estaba yendo de las manos mientras él continuaba con los cabos atados.
No quiso preguntar más al respecto, no mientras no tuviese que ver con él directamente. Ni siquiera quiso recordar su demanda sobre la chrysos. No tenía tiempo de ocuparse de nadie insignificante. Era una mera muestra de interés, de lealtad podría decirse -la lealtad que ellos se habían labrado y ellos entendían como tal-. Podría incluso prescindir de volver a mencionarla si por él fuera, pero no lo haría. La reclamaría llegado el caso, aunque sólo fuera para ponerla luego en libertad. Era su palabra y su petición, irrevocables, y aquello no podía tomarse a la ligera para un hombre de su posición. Ni siquiera con ella.

—Tómate tu tiempo para descansar. Llegada una edad el cuerpo tarda en superar ciertos daños —Rechinó con una mirada más habitualmente desafiante, girándose de nuevo hacia ella. Él estaba tan perfecto como siempre y ella tan descuidada. De alguna forma, también estaba bien así.