Mazmorras

Sus palabras me hacen sonreír, interesada. No le basta con el poder que le da ser el sumo mandatario de Caligo. Aren anhela más poder, por supuesto. No puede esperarse menos de él. Aunque, por lo que sé, no es el único líder al que Brontë puede beneficiar. Sin ir más lejos, hay ubo cuya carrera política prosperaría notablemente de conseguir grandes logros... Y yo misma espero conseguir mucho dd Brontë. Aunque si las cosas se tuercen estaré del lado del que gane, aunque no sea este. No es nada personal.
Si se aprovecha el caos para hacer una campaña que publicite a Brontë y todo se guía en la dirección adecuada, el mundo cambiará. Estoy segura. Ya esta cambiando ahora mismo, hacia su destrucción.

-Estoy segura de que sabrás proceder -respondo, calma, y mientras hablo el agua de mi ropa se evapora lentamente.

Mi rostro se vuelve todavía más triunfal a sus palabras. No es más que un caprichoso. A estas altura, no creo que cambia. Siempre lo ha tenido todo permitido, al fin y al cabo. Él dictaba las normas.

-No tengo intención de insultarte, Ferenc -me disculpo, con imitado tono suave-. Sabes que en el fondo te tengo en alta estima.

Sostengo su mirada firme, oscura, enrevesada, caótica casi, que me resulta tan reveladora como de costumbre. Se asemeja a la que le vi cuando reaparecí, hace tantos años. Sin embargo, entonces no era el momento de hablar de ella. Y tampoco lo es ahora.
Asiento, elegante, llevando un mechón de pelo blanco tras las orejas.

-Sabré comportarme -aseguro, con un deje burlón en la sonrisa, pero comedida en el hablar. No busco enemistarme con él un día como hoy.

Aparentemente, el asunto de Ventus marcha bien. Alehyss estará contenta, sin duda, pero necesito que trabaje más para mí. Espero que sus amiguitos no sean un aliciente para rebelarse, porque no me apetece empezar a castigarla a estas alturas.

-Tranquilo. No esto no se repetirá -siseo, con una sonrisa fría, que no va dirigida a él.

No ha sido más que un error, y la gebte lista aprende a no equivocarse dos veces. Y si saco algo en claro de aquí, hasta podré considerarlo una victoria.

Su despedida me resulta de lo más desagradable, y mi sonrisa transmite esa intención. Se la dedico.

-Había escuchado que los hombres envejecían más rápido -comento, ladina-. Pero no sabía que la diferencia era tan grande. Mañana estaré como nueva -replico, más seria, pero un gesto de burla acude a mis labios-. No soy como Flavia.

Un último silencio. Una mirada. ds
Necesito descansar.

*se desvanece*

La recuperación de la mujer respecto a cómo había llegado trajo consigo una mayor frecuencia de su tono ladino, sus burlas comedidas y sus sonrisas ladinas. Eso lograba calmar el genio del hombre de alguna forma. Así pues, en lugar de responder a sus comentarios se limitó a tomar aire y casi disfrutar de ellos. De sus gestos más que de sus palabras.

Cuando la mujer respondió a su burla, él volvía a darle la espalda, soportando su respuesta e ignorando sus palabras. Él seguiría siendo siempre más joven que ella, por mucho que la mujer se empecinase. Aunque a veces incluso él se sentía capaz de conquistar incluso lo imposible.

No esperó su último comentario, sin embargo. Con lo que ladeó ligeramente la cabeza al momento que ella desaparecía y en su rostro se perfiló una media sonrisa cómplice y maliciosa.

Estoy en cuclillas en la mazmorra donde me han dejado. Me he sentido hasta importante, paseándome con la vista al frente, escoltado y con las manos a la espalda. Hago formas con el dedo sobre un trozo de musgo del suelo, para pasar el rato. Ya me he pasado la tarde haciendo ejercicio o peseando por la celda. Si al menos hubiese cogido mi pelota, tendría algo para pasar mejor el tiempo.

Estoy bastante relajado y un poco ansioso. Los días se me harán eternos aquí dentro, estoy deseando marcharme. Si Cierzo no me hubiese dicho que vendría conmigo, me habría dado lo mismo estar aquí diez que quince días.

Busco con la mirada alguna rata a mi alrededor con la que poder por lo menos distraerme de forma distinta. ¿Qué habrá sido de mi arma? Espero que me la devuelvan cuando me marche.

El líder Darvenwish esperó a que el sol cayese para aparecer en las mazmorras, dentro de la celda donde habían dejado al chrysos del ataque. Si hubiera aparecido tras la rejas el chico se habría sentido a salvo dentro de su propia cárcel, pero el hecho de generar la invasión de entrada, le aseguraba una mayor disposición por su parte para escucharlo.

Estaba hastiado y aquella distracción le parecía enormemente molesta para todas las demás cosas que debía atender. Para él, aquello no se salía de una disputa entre guerreros; una de tantas. Y puesto que ninguno había ignorado la normal de no luchar dentro del palacio -que parecía haber calado perfectamente en los guerreros tras cortarla de raíz- no le parecía un hecho mucho más resaltable. Que la disputa constase de una guerra fría en lugar de un concurso de puños tampoco le parecía algo tan urgente. Sin embargo, eso de que los guerreros se dedicasen a matarse entre ellos y no a prepararse y servir a Brontë resultaba de lo más incómodo. Él no era el líder principal del muchacho, pero el hecho de proceder de su ejército lo hacía responsable de sus actos en cierto modo, pues no podía permitir tal muestra de incontinencia en un guerrero que afirmaba pertenecer o haber pertenecido a sus filas.

Así como apareció, dio un par de pasos, exasperado, como si llevase ya un buen rato allí dando vueltas y explicándole la situación.

—Veamos, muchacho, eres un buen guerrero, lo reconozco. No dudas en el ataque, no te acobardas ante el hecho de ensartar a una persona, tienes suficiente sangre fría para controlar una situación en estado enajenado... Son grandes cualidades. Si las hubieras empleado contra un enemigo común, la gente te habría tomado por un héroe; pero la hipocresía moral nos impulsa a tratarte prácticamente como un desertor o maníaco por tratarse de otro guerrero. Incluso los más nobles que consideran rastrero atacar a un enemigo distraído y de espaldas, lo toman como un acto aceptable si se trata de un "malvado". Sinceramente, poco me importa el por qué de tus actos, pero si las piezas que forman un ejército se dedican a aniquilarse internamente y no unirse contra su adversario, resulta un problema, ¿no crees? —Su tono era irónico, pero sobre todo molesto. Igual de molesto que como cuando uno de sus sirvientes se confundía al traerle el desayuno.

Se llevó la mano al cinto sin dar más rodeos, dejando caer el largo del látigo mientras lo sostenía con la diestra.

—Lo que no voy a permitir es que un hombre que afirma pertenecer a mí ejército no sepa controlar sus impulsos básicos y desestabilice la fuerza del ejército en el que se encuentra. No pienso tolerar una deshonra sobre las capacidades tácticas del mejor ejército sobre la faz de Mithos y mucho menos que parezca debilitado por soldados inestables. Y si no puedes solucionar eso a fuerza de voluntad o disciplina, que sea a fuerza de dolor —Casi gruñó, sin perder su elegancia pese a todo. Lo bueno de todo aquello es que el individuo en cuestión era un extranjero en su país, lo que reforzaba su praxis de impedirles acceder a puestos de poder y quitaba responsabilidad a los caeruleus sobre el errado sujeto.

—Ahora, pórtate como un hombre y quítate la camisa —Siseó con desagrado, dando un latigazo al suelo al darse la vuelta para tomar distancia.

Levanto la cabeza al momento, sorprendido por la presencia que acaba de aparecer frente a mí y, como un resorte, me pongo en pie y firme, con el pecho agitado por la impresión. El líder Darvenwish en persona viniendo a mi mazmorra. Siento muchas cosas ahora mismo: admiración e incredulidad -incluso orgullo- porque se presente frente a mí, humillación porque me vea en esta situación, impactado -¿asustado?- por su presencia imponente tan próxima, que me cuesta diferenciar en las sombras. Su facilidad para entrar aquí me hace sentir bastante vulnerable.

El principio de su discurso me resulta extraño ya que su actitud y su tono son claramente de reprimenda por mis actos, pero aún así parece halagarme, algo que me hace sentir un tanto violento y humillado. No me muevo, no dejo de mirar al frente y no digo una sola palabra. No ha dado permiso ni para que le salude.

Pronto llega la reprimenda de verdad y sus palabras y gestos no hacen más que ponerme ligeramente nervioso. Al ver de refilón, como deja caer el látigo, reprimo fuertemente cualquier gesto de perturbación y trato de olvidarlo, mirando al frente.

Su última orden me hace sentir el estómago mareado y el golpe del látigo en el suelo me hace recorrer un horrible escalofrío por el cuerpo. Tomo aire rápidamente, dos o tres veces, con el pulso acelerado, en el sitio. Entonces me giro, sintiendo una horripilante desnudez y desprotección ansioda. Me llevo las manos a los botones, desabrochándolos con la velocidad que mi mente me lo permite -consciente de que empeorará cuanto más tarde-. Siento las manos vacilar un poco y las piernas algo más endebles. He recibido algún castigo antes, pero la presión psíquica que este hombre ejerce sobre mí me hace empezar a sudar. Tomo aire con fuerza y e saco la camisa de los hombros, dejándola caer.

El líder perforó con la mirada la nuca del chrysos mientras este hacía lo que le ordenaba, sintiendo incluso que iba demasiado despacio para la poca paciencia con la que se había levantado.

Así como la camisa empezó a resbalar por su espalda, el líder soltó el primer centelleante latigazo al muchacho, seguido después por los sucesivos, apenas sin pausa entre ellos. Quería rematar aquello rápidamente y continuar con sus asuntos. Cuatro, cinco... Desquitó algo de su molestia en la agresividad de su muñeca, aprovechando que hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de aquella sensación.

Acabó por relajarse y olvidar la molestia, centrándose simplemente en la satisfacción del gesto. Tomó aire con relajación, ya cuando el muchacho flaqueaba con las manos sobre la piedra.

Entonces se detuvo, pero no por considerarlo oportuno, sino por algo que llamó su atención. Entornó los ojos y desapareció para aparecer justo tras la espalda del chrysos e hizo desaparecer toda luz del lugar para poder observar con la mayor claridad posible.

—Así que esta es tu maldición... —Concluyó con gran interés. El líder pudo observar como las marcas, aparentemente las de un artítstico dibujo tribal, serpenteaban por la espalda del muchacho, sobre la piel, pero también bajo ella. Con la empuñadura del látigo, hizo hueco en una de las heridas donde la piel había sido separada y observó bajo ésta con cuidado. Los dibujos discurrían como cadenas dentro de su carne y, también en la superficie del cuerpo, parecían estrangular el cuerpo del hombre para evitar deshaderirse de él. El líder abrió algo más los ojos, abrumado por tal visión, casi escalofriante.

—Semejante desprecio fuiste capaz de generar. Sin duda sabes sacar lo peor de las personas. Es una gran habilidad, pero bastante peligrosa —El líder extendió la mano sobre el muchacho y realizó un hechizo que lo ayudase a refrenar los efectos abrasadores de aquella oscura magia. También cerró parcialmente las heridas producidas, lo suficiente para que no necesitasen atención médica ni pusieran su vida en peligro, pero dejándolas patentes sobre su piel para que no se perdiese detalle de las dolorosas consecuencias.

—Parece que tu partida ha de ser urgente. Algunos te llamarán incluso afortunado —Aclaró, alejándose ya del hombre y enroscando el látigo con calma para abandonar la estancia. En cuanto desapareció, la luz volvió al lugar.

Sin previo aviso -y antes de lo esperado- llega el primer latigazo que trato de soportar sin levantar la voz. Es un dolor tremendamente irritante; agudo, persistente, ardiente. Desesperante. Sin embargo, a cada nuevo golpe la cose se vuelve más complicada. No puedo evitar soltar sonido ahogados en la garganta, apretando los puños, los ojos, la mandíbula y todo el cuerpo en realidad.

Apenas al empezar me veo obligado a adelantar una pierna tras un golpe para evitar caer de bruces. Siento la espalda arder desesperadamente y una sensación húmeda por todo el cuerpo que aventuro será tanto sangre como sudor. Las piernas empiezan a fallarme por culpa de la debilidad y acabo apoyándome contra la pared con las palmas de las manos.

Llegao un momento, ni siquiera los dientes apretados impiden que salgan de mí gritos o sonidos a causa del dolor cada vez más insoportable. Trato de tomar bocanadas de aire mientras me siento temblar al completo.

Parece no acabar nunca por mucho que lo deseé y sólo puedo tratar de pensar en otra cosa, sin mucho éxito. Finalmente se detiene y la sensación es tan agradable al sentir que no volverá a golpear que no soy consciente de que el terrible dolor sigue hasta unos segundos más tarde. Las rodillas de flaquean, pero no quiero dejarme caer con lo que acabo apoyándolas también contra el muro. Al dolor del látigo se suma el del tatuaje, que parece estrangularme -sobre todo en las heridas-.

Lo siento tras de mí, muy cerca y temo lo peor. Mantengo el cuerpo casi totalmente pegado al muro, soportándome de pie como puedo mientras está presente y respirando de forma entrecortada.

Cuando me toca la espalda suelto un fuerte gruñido y aprieto los dedos contra las piedras. Me habla, pero no estoy en las mejores condiciones para entenderlo. Se refiere al tatuaje, de todos modos.

Al sentir como la reacción se detiene y las heridas sanan un poco siento creo que el mayor alivio de mi vida y dejo de preocuparme por la saliva que se me cae de las comisuras.

En cuanto se aleja, dejándome todavía enormemente dolorido, hace alusión a que podré salir pronto y, ahora mismo, no me preoduce ningún tipo de alivio o satisfacción.

Cuando desaparece puedo sentir que estoy solo nuevamente y por fin me dejo resbalar por la pared hasta caer de rodillas en el suelo, con la cabeza apoyada contra la pared. Tengo convulsiones y aprieto los dientes y los ojos, soportando el dolor, mientras intento calmarme y esperar a que vaya pasando.

Apenas he dormido alguna cabezada de un par de minutos cuando el cansancio me hacían rendirme al dolor y malestar general. Llevo ya algunas horas en la misma postura: de cara a la pared, de rodillas, agarrándolas con las manos y apoyando la cabeza en la piedra mientras tiemblo a ratos debido a los grados de fiebre. De vez en cuando aprieto la cabeza contra la piedra o le doy ligeros golpes para distraer la mente. Tras duros intentos, he llegado a la conclusión de que es la mejor forma y postura para soportar el dolor irritante.

Han venido por la mañana un par de chicos del servicio junto con dos guardias para limpiarme las heridas. Limpiármelas sin más, expresamente. Con lo que, colocarme la camisa sobre los hombros ha sido una odisea a mayores.

Creo escuchar mi nombre un momento y levanto la cabeza, sintiendo picor en los ojos a causa de la falta de descanso y la tensión general. No sé quién es o si lo he soñado.

Entonces me preguntan si duele y doy por hecho que realmente hay alguien ahí. Me giro ligeramente para ver de quien se trata, cansado, y enciendo los ojos para distinguirlo bien.

—Ah, el fantasmita. ¿Qué tal? —Pregunto con la voz pesada y dolorida, haciendo algún sonido quejicoso. Luego hago el esfuerzo de girarme más hacia él. —Lo justo —Aclaro, sonriendo de medio lado. ¿Qué le voy a decir? No está entre mis gustos llorar a nadie cuando me hago daño.

—¿Qué quieres? —Pregunto como si estuviese en la sala común, leyendo.

Escucho al tío susurrar como si estuviera relamiéndose y me quedo callado, ya sin ningún amago de sonrisa, algo molesto por su actitud.

Vuelve a hablar, de nuevo con ese tono de baboso y, a pesar de que su propiesta suena bien, se me quitan las ganas al verlo ahí encaramado entre los barrotes a media luz.

—No te preocupes, gracias —En cuanto recuperase algo de fuerza, podría hacérmelo yo solo. Echo un último vistazo al tipo antes de volver a darle la espalda. Se me hace bastante asqueroso, la verdad. El fantasmita tenía pinta de raro, pero no esperaba que fuese uno de esos salidos que se tocan con bragas sucias o cosas raras...

Asiento levemente a su proposición, aunque pienso ignorarla. No me apetece demasiado tener compañía ahora mismo. No esta compañía al menos.

Tengo las piernas entumecidas con lo que hago un esfuerzo para cambiar de posición y tumbarme boca abajo. Parece que vaya a descoserme como un muñeco de trapo de un momento a otro. Sin duda, ahora mismo no tengo gana alguna de hacer estupideces. Para que digan que el castigo físico no es efectivo, joder...

Dejo salir el aire con calma. El frío de la piedra contrasta el calor que siento latir en la espalda. Sigo teblando un poco por la fiebre y siento un frío desagradable, pero esto me hace sentir algo mejor.

Me mantengo en la postura que llevo tomado desde hace dos días. Es definitivamente la mejor. Me permite concentrarme con cierta facilidad sin cansarme demasiado y sin que la espalda tenga que hacer ningún tipo de postura molesta.

No soy muy consciente del tiempo aquí dentro, y menos en esta posición, por eso me gusta. Con los ojos cerrados y la frente sobre la piedra fría tengo largos estados de duermevela donde mis pensamientos se mezclan con sueños cortos y no llego a diferenciar bien unos de los otros. Me ayuda a olvidarme de las molestias y el escozor y es lo más entretenido que hay aquí. No sé si es meditar exactamente, pero se le parece.

Estoy en uno de estos largos estados cuando escucho mi nombre y tardo unos segundos en corroborar que no forma parte de algún sueño transitorio. Cuando presto atención me doy cuenta de que es una voz conocida y sonrío de medio lado, sin moverme del sitio.

—Hola, enana. ¿Qué haces aquí? —Pregunto, con un tono que intenta ser alegre pero suena con la voz áspera que se me queda de no usarla demasiado y dormir poco y con la boca abierta.

Escucho como deja algo en el suelo y luego me informa de lo que se trata. Vaya, entre Cierzo y ella van a hacerme una despensa. Carraspeo un poco y levanto la cabeza, apoyando las palmas en la pared para erguirme con cuidado. Luego me giro al fin para acercarme a ella.

Miro la botella un momento y me siento, también con cierto cuidado, cruzando las piernas. Cojo la botella y la abro sin miramientos para darle un buen trago. Aquí el agua viene con la comida. Suelto un suspiro de satisfacción tras haber bebido.

—Gracias —Comento con la misma sonrisa entretenida. Parece bastante amargada. Vuelvo a carraspear un momento para quitarme el tono de muerto, bastante son las ojeras.

—No deberías bajar aquí, ¿no crees? Van a dejar de fiarse de ti —Comento, bromeando un poco. Aunque para muchos no será una broma.

Río ligeramente por su comentario. Eso es cierto, pero una cosa es que te llamen guarra y otra que crean que vas a degollarlos por la noche. Me encojo de hombros y bebo un poco más.

—No pareces muy contenta igualmente —Le comento. No sé si tiene cosas que decirme o que preguntarme o si simplemente todo le parece demasiado mal, pero no tiene cara de venir por pasar el rato.

El comentario de la cerveza sonaba mejor cuando estábamos en el comedor. Aun así sonrío divertido y bebo una vez más.

—Entonces estoy a favor de tus perradas —Apoyo, haciendo un gesto hacia ella con la botella. Por decir algo. Me quedo en silencio entonces.

Apoyo la cerveza junto a mí y la miro algo más serio.

—Ya me has dado la cerveza y sigues aquí. Tienes algo ahí dentro, ¿no? —Hago un gesto con la cabeza hacia ella, dando a entender que hablo de que tiene algo que decir.

La miro levantarse con cierta curiosidad. En principio no creo que vaya a marcharse, pero por un momento llego a pensarlo. Finalmense se queda contra los barrotes y habla y mi gesto cambia de curioso a serio, casi resignado a escuchar algo como eso.

No la corto antes de que acabe y añade una última frase muy poco sorpresiva.

—Estoy bien —Sentencio en un principio, sin ninguna duda de ello. —Y tú también —Remarco, mirándola con algo de ceño.

—La compasión es repugnante. Sé consciente de tus errores, pero no te lamentes de ellos —Dejo de mirarla un momento para ponerme en pie con cierta incomodidad. Cuando estoy del todo erguido, agarro los barrotes a los lados de sus manos.

—Tú eres una niñata ignorante y yo un rastrero innoble. ¿No te gusta escuchar eso? Cámbialo. Pero no lo lamentes —Reafirmo, mirándola fijamente, con reproche en la voz. Suspiro con cierta fuerza, algo exasperado.

—No sé a qué le has estado dando vueltas ahí dentro, pero te ahorraré comeduras de cabeza. No soy un tipo limpio, no considero la moral humana como algo importante dentro de un campo de batalla. No me arrepiento de matar personas y, lo más importante, suelo hacer de mi vida el campo en sí mismo —Entorno los ojos ligeramente por un momento. —Para tranquilizarte, diré que no es una práctica habitual en mí ir atacando a personas por motivos sin importancia, pero sí tengo impulsos muy desagradables al respecto —Aclaro. Luego me detengo, suena todo bastante catastrófico. Que desagradable.

—Tengo muchísimas cosas buenas también. Pero estás encoñada, Frikka, así que piénsa bien en quién tienes delante —Finalizo, con una media sonrisa casi nostálgica.

Alzo las cejas con cierta incredulidad ante sus risas. Aparentarlo es el principio, a ver si llegas al final. No digo nada, sin embargo. Tendrá tiempo a replantearse las cosas cuando un golem vaya a aplastarla o algo así. No digo nada de todas formas.

Esbozo una media sonrisa tirante cuando dice que no compartirá sus increíbles conclusiones conmigo y separo las manos de los barrotes para alzarlas. Luego me doy la vuelta y recojo la cerveza con un poco menos de estilo del que me gustaría debido a las heridas de la espalda. Si es cree una astuta detective le cuesta un poco ver las evidencias. Echo a andar sin ganas, dándole otro trago.

A su despedida tampoco digo nada, sino que alzo la cerveza un poco, como gesto de adiós. Primero es una entrometida y luego no quiere escucharme. Está bien, está bien. Me pregunto si se habría puesto así de habérmela tirado.