Enfermería

El chrysos caminaba entre la consciencia y la inconsciencia mientras convulsionaba entre chispas que recorrían su cuerpo entero mientras los tatuajes serpenteaban y apretaban su piel. Por su brazo derecho y su pecho empezaba a unificarse la negrura, subiendo por su cuello hacia su boca y cortando de cuando en vez sus gritos agónicos y convirtiéndolo en un horripilante gorgeo.

A causa de los temblores y la electricidad que lo surcaba, uno de los hombres del servicio que lo transportaba se vio azotado por un calambre y soltó la pierna del chrysos dejándola caer como un peso muerto. Frente a los reproches de los demás, aferró de nuevo al hombre hasta llevarlo a una de las camillas del fondo.

No sé dónde estoy, pero la cabeza me estalla y soy incapaz de soltarme. Algo me corta la respiración abrasándome la gargante y las entrañas y siento como si todo mi cuerpo fuese a desmembrarse en cualquier momento. ¿Dónde está mi espda? ¿Seguimos luchando? Los ojos me duelen como si me hubiese clavado un puñal en cada uno. Consigo ver sombras a mi alrededor y, pese a la dificultad para articular palabra, insulto a lo que sea que me rodea para que acabe con esto de una vez.

El médico preparó la sala ante el primer aviso de los informadores y cuanto los guerreros empezaron a llegar los fue distribuyendo por orden de prioridad.

Vio entrar al chrysos y su estado hizo que se alarmase por un instante. Maldecía a todos aquellos que habían dejado permanecer a aquel hombre en Brontë sabiendo que esto pasaría.
Ordenó que lo llevasen a una de las camillas del fondo, las de intervención y ayudó a los auxiliares a mantenerlo atado a la cama hasta que llegasen los líderes con los que poder intervenir.

—No voy a poder atender sólo a esto, muchacho... —Bramó entre diente, maldiciendo su suerte nuevamente. Tendría que dejar aquello en otras manos.

Se acercó a la puerta cuando otro grupo ayudaba a trasladar al enorme flamma y lo dispuso en una nueva camilla.

—Hay que cortar la hemorragia y trasfundirlo, ¡moveos, por Mithos! —Rasgó las ropas del flamma para empezar a tratar la herida. Miró a su alrededor en busca de los demás que llegaban a la enfermería y los miró con furia —¡Los que podáis teneros en pie apartaos y no digáis ni una palabra! —Bramó mientras disponía las manos para aplicar el primer hechizo sanador.

El aether apareció en la enfermería junto a la líder chrysos y ambos se dispusieron a tomar sus lugares en torno a la camilla, como había hecho anteriormente durante los días de teparias con el chrysos.

El aether se puso a la izquierda del paciente y la chrysos frente al aether, a la derecha del muchacho. Abaddom la miró con severidad y determinación, asintiendo. La técnica no estaba perfeccionada y ni siquiera había podido corroborar que funcionase más allá de las pequeñas mejoras del chaval. Sin contar que entonces el hombre estaba en buenas condiciones.

Pero no había tiempo y ya habían agurudo la llegada de ese momento: era probar aquello que malamente habían conseguido elaborar a partir de los escasos escritos que habían traído de lumen, aventurándose a acabar con él, o dejar morir al hombre sin siquiera intentarlo. Ambos apostaban porque aquello, si no lograba serlo para el hombre, al menos era mejor para ciencia.

Abanddom abrió sus imponentes alas y depositó el cuaderno abierto en la mesita auxiliar de la camilla, luego impuso sus manos y comenzó a recitar un conjuto mientras éstas se iluminaban.

Él serviría de guía por ahora, impulsando aquel mal del cuerpo del muchacho hacia su punto de inicio en el brazo izquierdo y lo iría recolectando en un recipiente mágico que tampoco sabían si conseguiría contenerlo. Fera se encargaría de servir como canalizador desde los tobillos del muchacho, dando fuerza al conjuro aprovechando que su magia era de la misma naturaleza que la del chrysos y así podría ayudarlo mejor a expulsar la maldición. Además aquel estratégico punto le permitiría controlar el pulso y la situación del hombre por si la cosa se complicaba y debían de parar para estabilizarlo.

Debían mantener la calma y la sangre fría.

Nos llevan rápidamente a la enfermería, sin apenas mirarnos. Supongo que viendo un plano general no tuvieran mucho tiempo de tomarse las cosas con calma. El vuelo de vuelta bajo el sol había sido demasiado después de haber estado siendo atacado continuamente por toda esa gente, pero alguien tenía que cuidar de si alguien se caía y solo podía ser yo.

El examen médico no me dice nada nuevo, aunque no niego que me tranquiliza saber que ninguno de los golpes ha sido especialmente malo. Aunque sé de sobra que me dolerá por la mañana...

Miro de reojo mientras una enfermera hace lo suyo, notando como si aún me diera el sol del desierto de lleno en la cabeza. Oigo a los encargados de la enfermería gritar órdenes y moverse al rededor de los heridos graves. En una camilla cercana la chica piscis dormía. Lo demás era confuso. Me pregunto qué harán con la puta vieja... Eso me recordó que Rick era el que tenía la botella y desencadenó más recuerdos, como si hubiera pasado hace años.

No dejo de decirle a la enfermera que sólo necesito dormir, que ayude a los que de verdad lo necesitan pero nada, no deja de hacerme beber agua y colocarme mierdas mojadas en el cuello. ¿Pero qué más le da que duerma aquí que en mi cama...?

Hace calor. O yo tengo calor. Acabo recostándome, con los pies aún colgando de la camilla. ¿Cómo voy a dormir con tanto jaleo? Aunque se me cierran los ojos, o puede que se me nuble la vista. Estoy cansado, pero no deja de preocuparme que no se oiga quejarse a ninguno de los heridos. ¿Estará bien todos...? Con los ojos cerrados la cabeza me latía con fuerza y me ardía la piel. La enfermera puso otra toalla húmeda, esta vez en la frente, aunque no podía estar seguro de si me lo estaba imaginando.


*Se queda dormido*

La muchacha llega al pasillo que da a la enfermería y frena algo el paso. Está lleno de gente pero aun así espera poder hacer algo. Consigue entrar para ver un grupo más bien decadente, aunque lo peor parece estar al fondo donde se agrupa la gente. Deshidratación, agotamiento...La misión parece haber sido en Ignis por lo que va cogiendo por el camino.

Busca a algún encargado que parezca algo más relajado para preguntar si puede hacer algo. Un enfermero se acerca y comienza a explicarle la situación aunque muy por encima. Al parecer no necesitan muchas más manos a no ser que sepa algo de magia curativa, a lo que tiene que negar, frustrada, aunque piensa en algo que pudiera hacer para ayudar. Es en ese momento cuando un grito le hiela la sangre. No por el grito, sino por la voz asociada a él. No podía ser. Bueno, en realidad sí pero. ¿Por qué? Se giró para hacer más preguntas pero el enfermero se tuvo que ir sin apenas mirarla.

En ese momento sólo era un estorbo y la duda la corroía. Sentía un hormigueo en la nuca.
Intentó pensar en los libros que había leído pero a parte de la deshidratación pocas cosas de las de ahí podría tratar ella y sólo con tratamientos que cualquiera allí conocía mejor que ella. Se sentía perdida. Se volvió hacia los enfermos menos graves, aún preocupada por lo que había oído, cuando otro grito la hizo volverse. Echó un último vistazo, como si fuese a entender algo sólo por volver a mirar, pero no iba a ver nada nuevo.
Al menos no desde donde estaba.

Decían que la curiosidad mató al gato pero la incertidumbre la iba a matar primero. Tenía que saber quién estaba gritando. No iba a poder ayudar en nada pero... Avanzó con paso firme y el ceño fruncido.
La clave era parecer segura.

Los líderes pronto pudieron sentir la fuerza de aquella maldición en contra de su energía. Pese a sus genuinos poderes, aquella negrura se negaba a abandonar el cuerpo del portador, la sensación era similar a tratar de arrancar la propia carne del individuo si ésta tuviese vida propia para volver a aferrarse al hueso. La sensación era de estar arrancando al chrysos algo que ya formaba parte de su esencia, algo que complicaba enormemente la tarea a los líderes, pues sabían que el cuerpo, la carne y hasta el tuétano del hombre estaban corruptos por aquel mal.

Abaddom logró por fin empezar a acumular aquel mal en el brazo del chrysos que empezó a tumefactarse hasta tener una pelota del tamaño de una cabeza bebé sobre el bíceps. El líder pidió un cuchillo y rápidamente, uno de los ayudantes que ayudaba a mantener quieto al chrysos le dio con la mano titubeante uno de los escalpelos.

El líder trató de profundizar en la piel del joven, pero su piel parecía una especie de coraza de cuero recio e impenetrable y su magia comenzó a oscilar por la fuerza que debía utilizar para abrir una herida en su piel.

Finalmente el bisturí se clavó en el hombro y logró abrir un tajo del que empezó a surgir una sábana de líquido negro que rezumaba por la piel del hombre. El aether se apresuró a coger el recipiente y a introducirlo dentro y dio cuenta de que la sangre oscurecida y putrefacta empezaba a rezumar junto aquella sustancia, tiñendo el brazo y la camilla en un cerco que marcaba el paso de aquella masa negra hacia el recipiente.

El líder continuó con el conjuro y ahora por fin empezaba a salir aquello del cuerpo. En cuanto empezó a abandonar el cuerpo del hombre, la masa oscura pareció percatarse de que algo no iba bien y se aferró con mayor intensidad al cuerpo convulsionante, arrancando un nuevo grito que resaltó entre las quejas agónicas. El líder, de todas formas, no se detuvo y continuó recitando las palabras mágicas que acompañaban su práctica.

Entonces el chrysos abrió los ojos con tanta fuerza que casi parecía que se le saldrían de las cuencas.

—¡¡SÉ QUE ERES TÚ, MIERDA DE CAGADA DE PÁJARO CABRONAZO!! ¡¡DEJA DE DARME POR CULO Y CÓMEME LA POLLA, JODER!! ¡¡CÓRTAME EL CUELLO, SO CABRÓN, NO SOY TU PUTO CONEJO!! — El chrysos trató de escupir a la cara del hombre, pero un nuevo gorgeo lo obligó a luchar por no tragar su pripia legua y saliva, haciendo que esta escapase de su boca como un caramelo a fuego alto.

El hombre no paró de recitar, pero indicó que le colocasen algo en la boca para evitar que el chrysos muriese mordiéndose o tragándose la lengua. Uno de los ayudantes le colocó, con esfuerzo, una correa en torno a la boca, sosteniendo su lengua pegada a la mandíbula. Esto pareció enfurecer más al hombre, que dio un nuevo cúmulo de sacudidas desesperadas.

Aquel jugo negro salía cada vez con menor fuerza y Abaddom se vio obligado a dar un nuevo empujón a aquel parásito desde el pecho del hombre. Esto hizo que se aferrase a su cuello, cortándole la respiración y el hombre llevó una mano rápidamente a la zona, tratando de aliviar la presión.

La situación empezaba a írsele de las manos. Sus alas superiores se separaron un poco de las demás y comenzaron a ejercer influjo sobre el hombre, como apoyo a las manos del hombre. Pensó que eran una suerte de alas a falta de mayor cantidad de manos.

Trató de focalizar en aquella zona para liberar la presión mientras sus manos seguían guiando el flujo hacia el exterior. El chrysos empezaba a perder demasiada sangre por el brazo y las cosa se complicaba algo más.