Enfermería

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Estoy solo en la enfermería, sentado en la cama. Cierzo se ha ido al despertarse y todavía no ha vuelto. Los enfermeros y ayudantes me dejan en paz, pero no dejo de sentirme observando y franqueado. Desde el último incidente no me quitan el ojo de encima.

Tomo aire profundamente, como si mi cuerpo se hubiese olvidado de respirar durante unos segundos, y no dejo de mirar a la ventana del fondo de la sala; una pequeña y rectangular. La miro desde hace mucho. Posiblemente desde el principio. Miro como entra la luz en un franja estrecha y me da la sensación de que se va alejando. Es como mirar desde una fosa: ves la luz al fondo pero no llega a alumbrar del todo, porque estás hundido en la tierra.

Pronto podré marcharme. Probablemente ya pueda hacerlo si insisto, pero ni siquiera tengo ganas de eso. Mientras esté aquí tendré algo por lo que esperar. Tampoco sé cómo será en cuanto tenga que salir de aquí. Tengo una constante sensación de pérdida de equilibrio y sólo me levanto para ir al baño.
Me froto la quijada contra el hombro un momento, rascándome. No sé cuánto llevo sin afeitarme.

*existe en la enfermría*

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Tenía que reconocer, aunque solo fuera para mí mismo, que la oportunidad de salir de la enfermería y dejar atrás aquel aire enrarecido de vez en cuando era lo único que impedía que no fuera yo el que hiciera un intento de acabar con mi vida. Por extraño que pudiera sonar, echaba de menos el ejercicio, que me habría permitido deshacerme de toda aquella tensión. Sin embargo, no parecía buena idea dejar a Gerald solo tanto tiempo, visto cómo reaccionaba.

Volví a entrar en la enfermería con rostro pétreo y aparté una cortina para llegar hasta su camilla. Por supuesto, seguía allí tirado, como un fardo, como lo estaría una víctima de un horrdte. Por una vez, no ocupé mi asiento, sino que me quedé de pie donde estaba. Sentía que si me sentaba tendría ganas de destrozar lo primero que se pusiera a mi alcance.

-Buenos días -mascullé, con uno tono que dejaba claro que no estaba de acuerdo con mis propias palabras-. ¿Necesitas algo?

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Me giro cuando escucho a Cierzo hablarme y lo miro un momento, bajando pronto la mirada. Su compañía me agarra un poco a la tierra y no deja que me quede estancado mirando a la ventana sin enterarme de que pasa el tiempo, pero no me gusta que me vea de esta forma.

Frunzo un poco el ceño, dándolo como respuesta, sin ganas de hacer mucho más. Pero acabo aclarándome la garganta.

—¿Qué tal... por el palacio? Te pasa el día aquí recluido —Le comento. No porque quiera saber lo bien que están todos, no porque quiero escuchar sobre lo bueno de la rutirna. Al menos le debo algunas palabras. Bastante me avergüenza estar aquí tumbado como para enmudecerme.

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Al menos respondía, y era algo que agradecerle. Porque bien podía haberse limitado a un hermetismo mudo, y eso me habría hecho querer matarlo yo mismo. O, al menos, esa era la impresión que tenía al respecto en mi cabeza.

Inspiré hondo, tratando de hacerlo en silencio.

-Es un coñazo -respondí, despectivo-. No hay ninguna novedad con respecto a nada, ni actividad de ningún tipo. Tampoco es que hubiera mucho de interés que yo pudiera hacer en cualquier otro sitio.

Quizás romper algo en la sala de entrenamiento, pero eso no tenía por qué decirlo.

-Esperaré a que salgas de aquí y entonces eso cambie.

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Ya. Es típico de él aburrise en cualquier parte cuando no hay nada que lo haga gruñir un poco y le obligue a levantarse del comedor. No se había aburrido tanto durante el viaje que hicimos juntos. Fue una buena época.
Por un parte me alivia saber que todo es igual de monótono que siempre. No sé si alivio es la palaabra, porque no llega a ser reconfortante, pero parece que me da algo de tiempo. Tiempo para qué, me pregunto.

Suelto una risa amarga, casi burlándome, al escucharlo.

—Dudo que cambie mucho si es por mí. Al salir de aquí tendré que buscarme algo mejor que hacer —Le digo. Sus palabras son encantadoras, pero no las veo factibles.

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Masqué un momento el silencio, sin responder. No tenía sentido de otra manera, pero yo no había aceptado aquella posibilidad. Aunque fuera la más evidente. Apreté la mandíbula, sombrío. Reclamar otra cosa sería absurdo y egoísta.

-Así que vas a marcharte -gruñí finalmente, sin mirarlo.

Me preguntaba adónde, si es que él lo sabía. No tenía muchas opciones que a mí se me ocurrieran. Fier se había marchado a su casa y no había vuelto a dar señales de vida. Lo mismo había pasado con Lluvia, y con tantos otros, suponía. Heridos de guerra que se retiraban y rehacían su vida en otra parte.

En el caso de Gerald, no lo había pensado.

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Vuelvo fruncir el ceño. No sé si me he hecho a la idea porque no sé qué haré entonces y escucharlo a él decirlo lo vuelve más incómodo. Más terrorífico podría decir. Y ahora no podría acompañarme.

—Aquí ya no soy útil y no quiero que me vean así. Me repatea la idea de ser el desgraciado que tiene que empezar de cero mientras los demás cuchichean —Le confieso con el ceño algo más apretado y la vista fija en las sábanas.

Me acabo recostando del todo y llevando el brazo sobre los ojos, dejando salir un suspiro pesado. Se me contrae un poco el gesto, como si la postura hubiese dejado un hueco para que volviese la agonía.

—Yo no soy como tú, Cierzo. No puedo soportar estas cosas... —La voz se me entrecorta un poco y hago un esfuerzo para controlar la respiración, tomando bocanadas amplias y fuertes. Cuando me calmo por fin, separo el brazo y hago una última inspiración profunda. Aspirando con fuerza al final.

—Ya he caído bastante bajo. Al menos sin esa cosa podré pensar con más claridad —Suelo repetírmelo para buscar algo a lo que amarrarme, aunque no sé si es del todo cierto. Sea como sea, nunca será suficiente.

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No pretendía escoger por él, y sabía que lo que decía tenía cierto sentido, pero también que lo estaba enfocando desde el punto de vista equivocado. Suspiré y me froté los ojos con cansancio, a sabiendas, antes de hablar, de que no iba a escucharme.

-Si eres útil o no es algo que deberías investigar antes de darlo por hecho -repliqué-. Nadie ha dicho que debas irte más que tú. Y, por más que te cueste aceptarlo, no eres tan importante para todo el mundo como para que pasen el día cuchicheando. He oído hablar mucho del chico muerto, pero solo a ti te importa tanto tu brazo. Otros tienen preocupaciones propias.

Apreté los dientes. La situación no era la misma. Mis alas no eran algo que faltase, eran algo que resaltaba mi condición allá donde iba. Y había sido así toda mi vida, así que no había tenido ocasión de comprobar cómo sería mi vida sin esa tara. Eliminarlas, por otra parte, solo hacía que las preguntas no llegasen hasta que quienes me veían conocían mi genética. Las retrasaba, sin llegar a eliminarlas.

-Tampoco lo has intentado -le recriminé, de todas formas.

Negué a su último comentario.

-Ahora es otra cosa, pero sigue habiendo algo que te impide pensar con claridad. Has renunciado a todo tu amor propio.

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Escucho un momento, pero pronto empiezo a moverla cabeza, incómodo, hasta convertirlo en una negación. Cada palabra que decía empeoraba el dolor de cabeza creciente.

—¡No lo entiendes! No se trata de si les importa o no, es esa forma de mirar a los heridos... —No va a negarme algo como eso cuando sé qué se piensa al ver a un impedido. — Bah, no intentes convencerme de que será levantarme, entrenar un poco y entonces mi vida volverá a ser la de siempre. No, no es así como funciona —Replico, irritado.

Cuando dice que no lo he intentado lo miro condesagrado. Luego suelto una carcajada áspera y desagradable.

—Mi amor propio... No sé cómo voy a tener amor propio estando mutilado e indefenso. Perdona que no me sienta enormemente orgulloso de haber perdido gran parte de mis habilidades y llevar las camisas a medio llenar. Le quitaré importancia y me lavaré las manos. Oh, es ceirto. No puedo —. Escupo, rabioso, dejando de mirarle. Me parece increíble que venga a decirme estas cosas.

FdR: naaaadie me compreeeeeeeennnddeee~~
FdR2: pausa XD

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Enarqué una ceja, sintiendo cómo empezaba a hervir por dentro.

-Ah, entiendo. Con que ese es el problema. ¿Quieres hablar de lo que se siente cuando te miran como a un impedido? ¿Quieres explicármelo a mí? ¿O prefieres que hablemos de cómo miran a un impedido cuando el que te mira considera que no es una pérdida por la que merezca la pena preocuparse? ¿Qué parte prefieres contarme, la de cómo te miran cuando aún no eres un impedido o cuando ya lo eres? Siento más curiosidad por la primera. Me suena más ajena, me pregunto por qué. Por cierto, solo por curiosidad, ¿desde cuándo te importa a ti cómo te mira nadie? -ladré, mientras notaba desatarse mi impaciencia.

Le lancé una mirada furibunda, una mirada venenosa. Empezaba a tener ganas de deshacerle la cara a puñetazos, y cada vez me era más difícil convencerme de que eso no le limpiaría los oídos.

-¿Ahora te dedicas a tergiversar lo que digo? ¿O es que no te has molestado ni en escucharme? -bufé, ya visiblemente alterado-. No, tu vida nunca volverá a ser la misma. No, no tiene que ser un motivo de orgullo. Sería ridículo que fuera un motivo de orgullo, Mithos. Tampoco es una bandera de victimismo que ondear. Es parte de tu identidad. Te guste o no, lo será para siempre. Da igual que te escondas en el fondo de una cueva, seguirá siéndolo. Da igual que te mueras, a tu cadáver le seguirá faltando un brazo. Y lo único que puedes hacer es demostrar, a ti, a quien te mire, a quien quieras, porque eso solo te importa a ti, que tú no eres la falta de tu brazo, que es un rasgo en el que ni siquiera vale la pena fijarse y que significas algo diferente. Pero si lo que quieres es ser un inútil sin habilidades, un mutilado al que miran como a un mutilado, adelante, atorméntate, escúdate en ello y finge que solo te queda llorar, cobarde.

FdR- Más pause

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Frunzo más el ceño, ya definitivamente encendido y niego con la cabeza, levantando más el tono. Inconscientemente noto como la atención de la sala va recayendo en la discusión.

—¡Tú puedes usar magia, Cierzo! No has perdido eso. Puedes luchar sin problema como siempre lo has hecho, con lo que no eres ningún tipo de impedido en un palacio de guerreros. ¿Me lo dices por que no puedes volar? ¡Bueno! Bienvenido al resto de personas de Mithos. Dime alguna raza a la que le falten brazos, porque me encantaría que me explicasen su forma de combate. Sería bonito que esto se limitase a una cuestión de quedar bien delante de la corte —. Ladro.

—¡A mi cadaver ya no le van a hacer falta ninguno de ellos! —Repito, rabioso —¡No, no! ¡Esto no es parte de mi identidad! ¿Qué pasa si no es cierto? ¿Qué pasa si ese brazo fuera todo lo que importa? Lo era, Cierzo, maldita sea. No he hecho nada más en toda mi maldita vida. No he tenido familia, ni amigos, ni aficiones, ni metas más allá de ese brazo y esa espada. Toda una vida dedicada en total exclusiva a ello; era de lo único que me sentía orgulloso. Deseaba ¡morir! empuñando una hoja que se llevase a todos los infelices que osasen desafiarme. Demostraría a todo Mithos mis capacidades —Aprieto más la sábana y tiro de ella. Rápidamente vuelvo a calvar la vista en él —No puedes venir y decirme que soy más que eso, porque no lo soy, nunca he hecho absolutamente nada para serlo, porque no quería ser más que eso. Y lo tenía, l oestaba consiguiendo y entonces todo se ha ido de un plumazo para siempre. ¡Ni siquiera puedes compararlo cuando tú, desde el principio, nunca has tenido nada que perder! —.

Al momento me quedo callado, con una sensación desagradable que parece apartar a la rabia, y se me descompone un poco la cara, dejándome un momento boqueando. Luego aparto la vista hacia el suelo.

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Las uñas estaban empezando a clavárseme en la piel hasta el punto de hacerme sangre. Sin embargo, estaba demasiado concentrado como para sentir el tacto pegajoso.

-¡Ah! ¡Ahí lo tenemos! ¡La explicación que esperaba! Para ti mis alas no significan una mierda porque nunca has tenido unas saliendo de la espalda. ¿Ya no chispeas, luciérnaga? ¿Me estás diciendo que es eso lo que te duele? ¿O es que como nunca he tenido unas buenas capacidades con las armas por la parálisis de la espalda no es importante que sea un inútil con ellas? ¿Es así como funciona? ¡Lo tuyo siempre es más, más importante, más trágico, más incomprensible para todo el mundo! -Ni siquiera estaba parándome a dejarlo terminar de hablar, pero no tenía tiempo para sandeces.

Acabé por lanzarme contra la cama y lo sujeté por el cuello de la camisa, levantándolo del colchón. No era más que un fardo inútil, precisamente porque eso era lo que quería ser. Seguiría siéndolo mientras se empeñase en ello, en ser un imbécil descerebrado y dependiente de un puto trozo de metal. Lancé el puño contra esa cara limpia que llevaba desde hacía tan poco, y aún no había hecho el recorrido completo con el brazo cuando ya pensaba en asestarle el siguiente.

-Deja de fingir que tus problemas son más importantes que los del resto, joder -bramé-. Si ese puto brazo es todo lo que sabías valorar, felicidades, porque te va a tocar aprender a valorar alguna otra cosa.

Lo tiré contra la cama, ya cuando toda mi compostura se había esfumado.

-No soy flamma, y ni lo he sido ni voy a serlo nunca. Soy aether. Aether, aunque no tenga alas, sigo siendo lo que soy. Un impedido, un mutilado, un paria, y nadie me reconoce como lo que soy. Y tú eres un espadachín sin brazo. ¡¿Qué quieres que te diga?! ¿Que aunque no tengas brazo aún tienes espada? No, imbécil, no es tan simple como eso, pero sigues vivo, y yo sigo vivo, y el mundo no se acaba aunque pierdas lo que crees que tu vida significa. ¡¿Siempre te ha parecido muy divertido que sea un amargado, eh?! -Lo zarandeé, absolutamente furioso-. ¡¿Crees que a mí me parece divertido?! ¡¿Crees que alguna vez me ha parecido divertido?! ¡Eres tú el que nunca ha entendido nada!

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Sigo gritando a la vez que él de forma que todo suena más como una jauría casi incomprensible que como una discusión a estas alturas.

Hasta que se abalanza sobre mí y me agagarra para golpearme, haciendo que sienta el cañonazo en plena cara. No tardo en agarrar el brazo que me agarra con mi brazo derecho, sirviéndome de apollo para devolvérsela con un cabezazo. Por haberme pegado y para tratar de apartarlo, ya que ahora sólo se le escucha a él por un momento.

La sensación desagradable empeora cuando empieza a gritar y a agitarme con desesperación. Aprieto mano y dientes haciendo fuerza con la frente sobre él como si eso fuese a hacerle callar. La sensación empeora hasta hacerse insufrible y noto la boca pastosa llena de líquido.

—¡Pues sí, al principio lo era, maldito estúpido! ¡Nadie te mandó ser así, joder! ¡Nadie te mandó ser un imbécil que lo pasase todo por alto! Nunca tendría que haberte conocido porque podría haberme ido de aquí hace mucho y seguir mi vida como hasta entonces. ¡Claro que siempre has sido un aether! Y nunca has necesitado nada para demostrarlo; porque siempre has sido mejor que yo, Cierzo. Pero conseguiste que no te odiase porque aunque lo seas, me haces sentir que no importa... —La voz me suena cada vez más ridícula y ni siquiera quiero levantar la cara y pensar en que alguien me vea bien. Sigo agarrándole del brazo, pero hace rato que no es para apartarlo, sino para que no se vaya. —Te odio por ser tan insistente. ¿No te vas a cansar de ver lo patético que soy...? Tú eres "Cierzo" al que nadie osaría meterse en medio y yo sigo siendo un idiota sin rumbo. Igual que cuando me fui de casa —Llego a temblar mientras mantengo la postura encorbada, impotente por todo lo que pasa a mi alrededor. No soy capaz de crear nada. Sólo destruyo sin tiempo a mirar antes.

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Aflojé ligeramente la mano, aunque sin llegar a soltarlo. Tampoco me soltaba él. Sentía los dedos tirantes por la violencia y la tensión de los músculos, pero era una sensación insignificante. Al menos el momento de alteración parecía estar empezando a disiparse, dejando una respiración entrecortada y un rostro congestionado.

-El único motivo por el que no tienes un rumbo es porque no quieres tenerlo -mascullé, con un tono menos acusatorio, pese a todo-. Porque eres un maldito cobarde que no se atreve a tomar una determinación de verdad y se escuda en lo que le trae la suerte. Te lo repito, Gerald: nadie te ha echado de Brontë, así que no te excuses en ello si vas a marcharte o a quedarte aquí tirado lamentándote de tu vida. Nadie más que tú ha dicho que hayas dejado de ser útil. Y no es necesario que mañana amanezcas dispuesto a enfrentarte al mundo, pero sí que vayas pensando en respirar hondo y empezar a mantenerte en pie. El resto vendrá cuando llegue. Todavía me debes unas cuantas cervezas antes de escabullirte como un gusano.

Lo mantenía sujeto en todo momento, pero no sabía muy bien qué pretendía con ello. Por el momento, estar preparado. Porque en cualquier momento podía empezar a soltar alaridos de nuevo y entonces volvería a zarandearlo, o a golpearlo, o quizás lo clavase contra las sábanas y la camilla para evitar que se moviera. O lo ayudaría a levantarse, o lo mantendría donde pudiera vigilarlo. No sabía cómo responder a lo que me decía. Probablemente mi problema era precisamente que nadie osaba meterse en mi camino, y eso me asqueaba demasiado.

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No sé qué más decirle. No puedo decirle que sí, vale, lo intentaré y pondré empeño, porque no es así. Sigo con ganas de esfumarme y que todo el mundo se olvide de mí. Pero ahora tampoco puedo seguir diciendo que no, porque ya no me queda nada de orgullo que defender en esta conversación.

Cuando afloja, aprieto un poco más su ropa, con apremio. Tiene que sujetarme, porque yo se lo digo. No es algo que pueda elegir ya, porque sino, habérselo pensado antes de meter sus narices en mi vida.

Al poco voy soltando la presión; poco a poco. Me voy recostando con cuidado y notando la almohada fría acomodándose en mi espalda, todavía sin acabar de soltarlo, como si hacerlo fuese algo difícil de asumir. Al final acabo soltando su ropa y notando la tensión acumulada en la mano, entumecida por la postura, cuando ya me he recostado. Estoy obnubilado. El silencio después de los gritos me ha dejado como si fuese muy lijero ahora mismo, aunque todo me pese.

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Ya no dijo más. Se limitó a aferrarme con más fuerza, y respondí de la misma forma. Si eso era lo que lo tranquilizaba, no era un gesto tan complejo. Aunque, a la larga, la postura se hiciese incómoda y me entumeciese el brazo. Era algo por lo que podía pasar. Y no tenía ninguna razón para oponerme.

Al final, sin embargo, acabó por aflojar, y hasta por soltarme. Hice yo lo propio entonces, despacio, como quien trata con un animal en tensión, por si decidía sujetarme de nuevo. Si no lo hacía, aprovecharía para acercar la silla y sentarme, que después de semejante escenita no me vendría mal del todo.

Tampoco estaría de más avisar al servicio de que trajesen algo de comer para Gerald. Tenía la sensación de que no lo hacían por miedo a entrometerse en un asunto con el que, como ya había quedado demostrado, no sabían lidiar. Sin embargo, separarme de Gerald no parecía buena idea en aquel momento, así que preferí mantenerme dentro de su alcance como medida de prevención a nuevos arrebatos.

No parecía tener intención de reaccionar mucho más. Esperé a que se tranquilizara del todo antes de hacer nada más, y al final acabó por dormirse. En aquella tesitura, decidí dejar instrucciones al servicio, ya que no tenía tampoco demasiadas ganas de despertarlo para que comiera. Después me acomodé yo mismo, que también me hacía falta.

*Fin de escena*

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El momento ha llegado. No por nada particular, solo he decidido que el momento ha llegado. Y no sin tiempo. A tomar por culo todo lo demás. Ya me he preocupado bastante. Creo yo que ha sido suficiente, vamos. Si le molesta mi visita, que lo diga él mismo.

Inspiro profundamente y se me mete en la nariz el olor a enfermos. No sé por qué estos sitios siempre huelen así. Será el desinfectante en el aire, o un ambientador que hacen así, porque no es que la de Brontë esté muy llena. Y es una suerte, podría decirse, porque eso es que la gente está bien. Pero vaya putada para Gerald, el único que queda.
Es como que te toque la lotería, pero al revés: tú pagas. Aunque, como en la lotería, creo que Gerald también compró bastantes boletos para esto.
Eso no lo hace justo.

La cama está al fondo, tras una cortina. Parece tan lejos…
He dejado a Thor con Retales para que lo cuide en lo que estoy aquí. No es el lugar más adecuado para sus juegos, y a Gerald tampoco es que le gustase mucho.

Me acerco con pasos cortos, como queriendo dilatar el encuentro. Venía muy segura, pero si pienso en él, en mí y en la enfermería no suele haber buenas respuestas. Todo lo que recuerdo tiene su punto amargo.
Ni siquiera es que me asuste lo que le falta, porque eso lo he asumido bastante bien. Mejor que él, imagino, por el tiempo que he tardado en poder venir a verlo. Y es normal. Es un asunto delicado, difícil, duro…
Es tan duro que pensar que me alegro de que esté bien casi me parece un poco frívolo. Pero es lo que he pensado desde que lo vi tumbado cuando volvió. Pensé que estaba vivo, y que lo demás me daba igual.
Pero a él no. ¿A quién le daría igual algo como eso?

Hace tanto que quiero venir a verlo que ahora parece inapropiado. Es como si te retrasas mucho en felicitar un cumpleaños. En ese caso es mejor callar como una puta. Pero no creo que Gerald esté mucho para putas ahora. Ni para cervezas. Ni para chistes.
¿Y para mí? Quizás me encuentre anodina, innecesaria.

¿Habrá venido ya Des? ¿Antes que yo? ¿O también resulta inapropiada?
A cada paso que doy parece que me pesen más los pies y que vaya más despacio, y, sin embargo, se acerca la cortina, y también la cama que hay detrás. Mientras tanto, la fuerza con la que vine se va desvaneciendo, dejándome cada vez más insegura. ¿Y dónde está la ofensa de ayer?

Aprieto los puños cuando ya estoy frente a la tela, muy seria. ¿Y si lo molesto?
¿Y qué? ¿Cuándo te han importado los demás y sus deseos? Eres la pequeña de cinco; puedes ser egoísta, o nadie te dará nada.

Abro un poco la cortina y asomo la cabeza. Ya no hay vuelta atrás.

-He venido a verte –anuncio, con tono algo seco.

Si no quieres, que te jodan.

FdR- Ahora hasta que llegue a casa nada, y pasará un rato, pero ahí queda XD

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De nuevo espero solo en la enfermería, perdido en el estado somnoliento que suelo tener. No me apetece hacer nada nuevo y las horas se pasan más rápido de lo que podría parecer sin hacre nada. Me han dicho que ya puedo ir pensando en marcharme si me encuentro bien ya que no han encontrado ninguna marca que indique algún rastro de la maldición.

Escucho unos pasos cerca, pero no me sorprende. Supongo que Cierzo habrá vuelto, aunque suele venir un poco más tarde. Quizá haya algo que contar. De todos modos no le doy importancia.

Sí me giro algo extrañado cuando la voz que saluda no es la de Cierzo y al mirar hacia las cortinas abro algo más los ojos al encontrarme a Frikka. La verdad es que no me había parado a pensar en que pudiera venir, pero es verdad que debe de hacer bastante que no nos vemos. Me acomodo setado contra la almohada y de nuevo vuelve el recuerdo de que mi imagen es distinta y me siento algo incómodo.

—Hola —Le digo. Pero tampoco es que se me ocurra qué más decirle. Ahora hasta ella parece mucho más grande.

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Primero lo miro a él, luego alrededor. Cierzo no está. Al final no lo avisé de que vendría, porque lo hice en un arrebato de despecho. Esperaba que estuviese aquí para soltarle todo, pero lo cierto es que me alegro, porque ya no me siento capaz de sostener mis propias ideas.
Cuando vuelvo a mirar a Gerald, apenas un par de segundos más tarde, estoy algo más tranquila. Iba a sonreír, pero va y no me sale.

-¿Qué tal? -termino por preguntar, pasando. Supongo que la respuesta no será como para reírse-. Perdón por no haber venido antes. Tenía ganas de verte.

Hablo con tono dócil, como si por alzar la voz fuese a venir alguien a echármelo en cara. "Señorita, aquí hay enfermos."

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La miro un momento, inspeccionándola como si tuviese que diferenciarla algo que haya cambiado en ella, aunque fuese insignificante. Pero no encuentro nada y no sé muy bien como me sienta eso.

Me encojo de hombros cuando pregunta. No es tenga una respuesta clara para eso. Luego asiento cuando me dice lo demás.

—Ya... Bueno, no es tenga mucho que contarte. No hago mucho más que dormir —Le comento, echando un ojo distraído alrededor, como buscando algo que mencionar.

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Responde.
No es que sea la respuesta más increíble del mundo, pero el caso es que eso me da algo más de fuerza. Que no es que yo esté convaleciente, ni nada parecido, así que no hay por qué exagerar, Fifi.
Ahora le tienes que quitar esa mueca de la cara.

Me acerco al asiento, pero me detengo antes de sentarme. Creo que eso le quitaría dinamismo a la situación. La apagaría un poco más. Y no queremos eso.

-Con este tiempo que hace, cualquiera quiere más que dormir -comienzo, con una mueca-. Y yo a estas horas... Hoy me he desvelado, ya ves, que yo lo de madrugar lo llevo mal-. Tras ese intento por animar el ambiente, consigo una sonrisa suave por mi parte-. ¿Y qué es de Cierzo? ¿Ha ido a cagar?

Suena algo forzado, lo sé, pero nadie dijo que fuese a ser fácil. Si es difícil para mí, más lo será para él...
Y me cuesta, eh.

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Miro a la ventana con el comentario del tiempo. No sé qué tiempo puede estar haciendo, la verdad. Luego miro a los lados con la mención a la hora.

—Ah, pues no sé ni qué hora es. No había pensado en que si estás aquí tiene que estar ya pasada la tarde —Comento. Normalmente los días pasan así de rápido. Vuelvo a encogerme de hombros y me acabo llevando la mano derecha al izquierdo, como si quisiera taparlo del gesto ahora que ella está más cerca.

—Viene y va. Habrá ido a hacer algo útil para variar —Le respondo con la misma desgana de antes. La verdad es que está bien que esté conmigo, pero sigo notándome algo tenso.

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Vaya.
Nada. Ni una sonrisa. No sé qué esperaba, claro. Supongo que a todos nos gustan las cosas fáciles. Pero siempre se dice que las que merecen la pena son las difíciles.

No puedo evitar mirar su brazo, o su falta de brazo, cuando se lleva la diestra a la zona en concreto, aunque intento apartar la vista cuando me doy cuenta. No quería fijarme porque creí que no le gustaría que estuviese mirando como una idiota (ni a el ni a nadie), pero esa sensación de que falta algo es innegable.

-Y... Um...-. Echo un vistazo al techo y a las cortinas, buscando disimular el barrido de los ojos, algo violento. Quizás deba señalar que hay alguna mancha, o así-. ¿Cuándo saldrás a dar una vuelta?-. Vuelvo a mirarlo, interrogante, pero seria-. Cierzo me dijo que ya andabas.

Claro. Porque el problema no está en los pies
Gilipollas, Fif.
Me siento tan torpe como hablase con pies, en vez de lenguas.
Bueno, no sé. Solo tengo una lengua, de todas formas... No podría ser dos pies. En todo caso, uno.

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La miro de nuevo mientras mira alrededor. Hago un gesto cuando menciona lo de salir y me tomo un momento. Al final acabo dejando ir el aire por la nariz con algo de frustración.

—Sí, me han dicho que si me encuentro bien puedo ir pensando en salir de aquí —Acabo diciéndole. Noto la garganta algo irritada y bebo un poco.

—Hum, aunque ya le he dicho a Cierzo que posiblemente me vaya y eso —Hablo con algo más de prisa, acabando por bajar el tono, como si así no fuese a prestar atención a la frase. Todavía no he pensado a dónde ir. Bueno, la verdad es que sí. He pensado en Caligo, aunque sea un poco estúpido. Pero allí igual pueda conseguir un arma que se me ajuste y pagarla con años de servicio. Siendo optimista. También he pensado en la casa de mi hermana pero no quiero que ella tenga que hacerse cargo de mí como tuvo que hacerlo con el viejo. Cierzo me dijo que nadie me había echado de aquí, pero...

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Lo primero es bueno.
Lo segundo, no tanto.

Si se va, ¿de qué sirve que viv...? Bueno, no. Tampoco es así. Eso es un dramático pensamiento demasiado egoísta como para pensarlo entero. Pero la idea me asusta. Me ha invadido un frío gélido nada más escucharlo hablar, con esa frivolidad.
La gente siempre dice las peores cosas de forma frívola. Será porque es incómodo, imagino. Quiero imaginar.

Fuerzo una sonrisa, una suerte de sonrisa, una mueca que raja mi cara. Yo...
No te vayas. Otra vez no. Quédate. Quédate con nosotros.

-Anda-. Qué falsa eres-. ¿Y eso?-. Llora, aunque sea. No, no quiero montar el drama-. ¿A dónde?-. ¿Marcharte y dejarnos?

Cobarde.
Estúpida.

Estoy algo mareada.