Enfermería

Es un cobarde. Solo los cobardes se escapan de esa forma.
Vale. Vete. Márchate. Te irá mejor lejos. Yo lucharé en tu nombre. Ya no puedes empuñar una espada, ¿no? ¿Qué pintas aquí? Inútil. ¿Un lisiado en un ejército?
¿Un lisiado en...?

El segundo se me hace eterno. Frunzo un poco el ceño y arrugo la nariz. Vaya marica te has puesto, Gerald. ¿Es que era la mano de darle a la polla? Sí, ¿no? Te faltará testosterona, entonces. Iré a llamar a Des, que para eso tiene pinta de servir.

¿Pensarlo un poco? Por favor.
¿Ni siquiera tienes el valor para irte? Anda ya. Quítate esa máscara de lobo y sal de mi vista, corderito. El Gerald que yo conozco...
El Gerald que yo conozco le metería una espada por el culo al que tuviese los huevos de meterse con él, aunque tuviese que empuñarla con la polla. Te faltarán manos, pero siempre te han sobrado huevos.

-Es que tiene razón -respondo, por inercia, con tono apagado, inexpresivo. Quiero decir-. Si no haces mucho aquí, ¿qué vas a hacer en otro sitio? ¿Sabes cocinar? ¿Limpiar?-. Niego-. Venga ya. Eres un guerrero. Eso no te lo quita nadie.

Resoplo. Estoy tan tranquila que creo que no lo he asimilado.

Mi padre. También yo pensé en él. Me sorprende que recuerde algo que le habré dicho alguna vez, de casualidad. Es algo de mi familia, un detalle sutil que no menciono mucho. No es nada relevante, la verdad.
Mi padre es cojo. ¿Y qué? Simplemente no puede saltar demasiado, ni correr, porque su pierna funciona mal.
¿Y qué?

¿Qué pasa con eso?

-Mi padre estaba en el ejército -admito, seria-. Luego tuvo que dejarlo por su lesión. Tenía una mujer en casa, tres hijos y otro en camino. Se hizo profesor para enseñar lo que sabía, que no es poco, pese a su lesión. Tuvo una hija-. Me tiembla un poco la voz. Hace más de dos años que no lo veo-. Le gustaba su trabajo, pero nunca me pareció infeliz por haberlo cambiado por otro. Siempre me pareció que yo, y mis hermanos, éramos suficientes-. Ladeo un poco la cabeza y estrecho los ojos. Termino por bajar la vista-. Pero no eres de los que se conforman con un puñado de críos. Así que no puedo verte en mi padre, lo siento. Pero, si hay algo que tenéis en común, eso es que ninguno de los dos necesita estar en perfectas condiciones para enseñar a un puñado de imbéciles cómo se lucha.

La diferencia es que él no cambió de camino y se resignó. Aunque, bien pensado, no sé cuánto tardó en asimilar lo de su pierna. Lecciones de lucha lo he visto dar unas cuantas.

No. No lo habría hecho, seguramente, si hubiese podido evitarlo. Hubiese seguido luchando. Y quizás yo no hubiese nacido. O sí. ¿Quién sabe? Las cosas deben juzgarse después de que hayan pasado. No es que planificar esté mal, pero eso de planificar tu depresión me parece excesivo e innecesario.

Dejo ir un jadeo, y al hacerlo bajo la vista. Me arde la garganta, como si todo lo que quiero gritar lo estuviese gritando por dentro.
Pero, por otra parte, sus palabras no dejan de ser ciertas. No el cómo las dice, pero sí el concepto. ¿Qué le voy a decir? ¿Que es mentira? ¿Que sí tiene brazo?
Quizás no soy la que anima, sino la que tiembla. Quizás por eso no dejaron que viniese antes.

-Sí que puedes serlo -murmuro, volviendo a mirarlo-. Podrás serlo. Podrás empuñar una espada. Pero no si te rindes ahora...

Aprieto los labios. Vaya palabrería. No es, para nada, lo que yo diría. No parece que sea yo quien habla.
¿Cuándo me volví tan... así?

Tiene que haber algo. Algo imposible que yo pueda hacer, que pueda decir.
Piensa, Frikka, por tu madre.

La verdad es que da la sensación de que no pueda quejarse. Y claro que puede. Vaya putada le ha caído...
Yo venía a una cosa, pero al final parece que era para sermonearlo. Y no era para sermonearlo.
Será que no está la cosa para frivolidades...
No está la cosa para frivolidades.

Termino por sentarme en la silla. La verdad es que, ahora que lo pienso, estoy algo cansada.

-Mira, tienes razón -termino por decir-. No es agradable. Es una putada, una mierda-. Esbozo una sonrisa cansada, dolida, pero no con él-. Así que grita y cabréate, rompe cosas...-. Me encojo de hombros. Debí haberle traído algo que romper-. Te sentará bien romper cosas. Cuando te quieras dar cuenta, serán narices.

Y culos.
Es decir, patearlos. Eso puede hacerlo.

Me relaja un poco esa respuesta. No sabría decir por qué. Quizás me recuerda que seguía frustrado cuando yo no estaba aquí. Bueno, eso no me relaja.
Lo que me relaja es que me lo cuente. Que me lo diga, porque estoy aquí ahora.

Alzo las cejas cuando lo miro, para luego fruncirlas. Un...

-Un kanabo-. Hago memoria-. ¿Eso no es como un martillo?- Algo así me suena... Su risa me arranca una sonrisa, también-. .Pero ya hace de tu cumpleaños -añado-. Y yo que te iba a traer una birra y me creía original... Solo hubiese quedado mal.

La verdad es que parece una broma de mal gusto...

¡Eso es! En cuanto veo en mi cabeza de qué se trata me doy cuenta, y es gracioso, pero no río hasta que él lo ha hecho. Me da algo de reparo joderla ahora.

-¿Y esa mierda de dónde...?-. Un sorteo. A mí nunca me toca nada. No es que tuviese algo que hacer con eso, pero él tampoco parece el candidato apropiado para llevarlo-. Puedes darle a Cierzo en la cabeza con él cuando te moleste -termino por proponer, satisfecha con la idea-. A mí no -añado-. Mis ideas valen demasiado.

Pero entonces se acaba la risa, y no abandono la sonrisa, pero sí que la reduzco un poco. Dejo que se tome un par de segundos para sí. La verdad es que no parezco ser de las que ayuden, pero creo que no le viene mal la compañía. Y así Cierzo descansa algo.

-Tampoco te creas. Bueno, fue mi cumpleaños -confieso, desviando la vista, exagerando el gesto para hacerlo cómico, como si me avergonzase-. Ben me regaló un pito. Ya sabes-. Un silbato, bueno-. Un pito-. Venga ya, ese chiste no va a colar-. Y ha venido el líder piscis. Pero eso no lo he hecho yo tampoco...-. Tuerzo la sonrisa-. Es que sin ti no soy nada, eh -le digo, burlona, aunque no es que haya sido muy intenso.

FdR- Una gota de lluvia mojando mi cara.

Felicidades pocas, pero mantengo la sonrisa e incluso asiento. Que no se diga que no hay voluntad.

-Veintiuno -le respondo, sacando un poco de pecho. Sacando un poco de... Da igual-. ¿Cuántos te dije que tenía el día que nos conocimos? -pregunto entonces, divertida. Fue como hace cien millones de años-. En la biblioteca, ¿te acuerdas? ¿Dije treinta o...?-. Por más que haga memoria, no logro recordarlo

Estoy a punto de decir que no quiero que me eche "una mano como a esas guarras tuyas", pero lo irónico de la situación no es gracioso. Aunque lo sería en un libro.
Por suerte, la conversación jocosa logra recuperarse.

-Un pito de madera es todo lo que me hace falta-. Hecho a mano. Mejor no digo eso. Su comentario sobre los líderes me hace esbozar una mueca. Luego me acerco a la cama, aún sentada, echándome hacia adelante-. ¿Y ha venido la guarra esa? ¿Ya sabes? Des. Estaba algo celosa de que se me hubiese adelantado -le "confieso", entre él y yo.

Demasiados, sí. Fue un juego divertido. Yo no sabía que eras un cabrón, tú no sabías que era una idiota. O quizás sí. Suele verse de lejos. Aunque y pensaba que no, hace tiempo.

-No he cambiado tanto, ¿no? -inquiero, entretenida. No he crecido, ni me ha crecido nada.

Me llevo una mano al pendiente, un momento.
Quizás un poco, eh. Un poco sí que hemos cambiado todos.

Tuerzo la sonrisa. No he traído el susodicho pito conmigo, pero ya se lo enseñaré alguna vez. Puede que para él no tenga más, pero para mí es importante. Fue un día importante.

Es egoísta, pero una parte de mí se alegra cuando dice que soy la segunda. No solo egoísta, también es algo triste el sentirse egoísta por eso.
Y tampoco es que esté diciendo más que un número, la posición que ocupo en sus visitas. Una nota insignificante.

Recuerdo cuando deseaba que me dijeses que era la primera. Quizás era mucha responsabilidad para una canija. Solo me estabas haciendo un favor.

-No sé qué suele ser lo nuestro -reconozco, y de hecho no tengo muy claro de qué habla. Ese hecho, si lo pienso, lo hace más verdad-. Pero me alegra llevarle "la delantera" -bromeo, alzando las cejas de forma cómica.

Qué malo.

Me fijo en él, como si acabase de verlo por primera vez. Extiendo el brazo hacia él, acercando la mano a su cara.

-Pareces otro -murmuro, evaluándolo-. Al menos con las rayas negras no te veía esa cara -comento, pero el intento de burla se trunca, porque uso un tono relajado, sin malicia.

Hago amago de ir a apartar la oreja cuando acerca la mano, pero se lo permito. Le concederé ese honor. A estas alturas no puedo mentir y decir que que no me toque, porque ha estado metiendo sus narices en sitios más oscuros.
¿A qué viene eso?

La sonrisa se me congela un momento; se borra mínimamente, como en un espasmo. Pero no es tan sorprendente, ¿no? Es lo que debería esperar. Si esa zorra le importase más que yo podría empezar por indignarme.
Pero sé que las cosas no funcionan así. No se trata de quién mola más, aunque esa sea yo.

Siempre que llega este momento parece que las palabras se pronuncian en voz más baja, con un rastro de aire al final, como con nostalgia. En esos momentos siempre me doy cuenta de que estaba más lejos de él hace un par de minutos, siempre me paro a mirarlo y me digo que tiene algo especial que me llama. Que quizás sea esa sonrisa prepotente que parece ser simplemente la forma de su boca. Y en esos momentos pienso que está cerca, como ahora.
Quizás es cuando pienso que hace mucho que nadie me toca.
Pero es mentira, porque Ben me abrazó hace nada.
Pero no puedo sacarme esa idea de la cabeza, por un instante. Y, tan pronto como llega, otro pensamiento se opone a ella, y simplemente queda en una pausa algo extraña y una sensación incómoda en el estómago.

-Entonces tendré que mantener mi posición de alguna forma -le digo, torciendo la sonrisa-. Nunca se me han dado bien las carreras de fondo, pero tengo menos peso en la proa.

No creo que tenga mucho que ver, pero bueno.

"Ser otro". Eso me arranca una mirada de curiosidad. Termino por alcanzar la cara, y dibujo con un dedo el pómulo, llegando a la sien. Le acomodo un par de mechones con un gesto descuidado y retiro el brazo.

Mala hierba...

-Habrá que ver. Pero por ahora solo pareces un poco más pálido-. Más demacrado. Más cansado-. Diría que el que te la echó se arrepentirá cuando tenga el nabo ese en el culo.

Y sigue con eso. Menuda tonta que es.

—De todas formas no creo que ahora tengas mucho de lo que celarte. No hay muchas a las que les gusten los mutilados —Le informo. Acabo por apartar la mano de su cabeza para apoyarla en la cama de nuevo, dejando descansar el brazo.

"Un poco más pálido" La verdad es que todavía no me he visto bien delante de un espejo. Lo he ido evitando un poco. Quizá por miedo a ver lo de siempre o algún tipo de rastro.
Muevo la cabeza cuando le mueve el pelo, evitando el cosquilleo que me produce al rozar con los ojos. Cuando aparta la mano me rasco la barba contra el hombro.

—"La" que me la echó ya tuvo su respuesta. En este caso yo fui menos cruel que ella. Aunque no sé si le ha salido mejor o peor de lo que pensaba —Le confirmo.

“Celarme”. Se me hace extraño que lo exponga de esa forma, porque siempre tiendo a pensar que se trata de otra cosa, pero termina siendo así, en cierta forma. No es que me pase los días sin dormir por pensar en con quién está hablando, realmente, pero me refiero que esa es una definición de celos muy escueta y poco fiable.
La cuestión es que, siendo como es esa Des, por lo que he visto y lo que he inventado de darle vueltas en mi cabeza algunas veces a su “pechona”, parece la típica que por verlo lisiado se enamoraría y empezaría a decir que no puede soportarlo, y que ella tiene que cuidarlo. Luego envolverá su polla entre las tetas y ahí lo habremos perdido. Al principio será grato, como todo. Pero poco a poco Gerald se dará cuenta de que ella es peor de lo que parece. Cuando quiera darse cuenta, la mesilla de su (hipotética) casa tendrá tantas cosas de ella que se considerará que viven juntos, y de pronto a Des le nacerá un anillo del dedo, con un buen pedrusco (aunque falso, que lo que importa es fardar).
Poco a poco las cosas se harán difíciles: un niño, una fijación extraña con que las cortinas sean de terciopelo y después, ¡zas!, arsénico en el café. Gerald no se dará cuenta hasta el final, en su lecho, antes de morir. Y pensará que creía estar enfermo.
Y no podrá avisar a nadie, porque, evidentemente, ella nos sacará a Cierzo y a mí de su vida. Cierzo es complicado, pero algo se le ocurrirá.

No sé si será exactamente así, pero es mi apuesta. No me parece tan improbable.

-A mí ya no me gustabas antes, así que no creo que cambie la cosa –le digo, con una sonrisa mordaz.

Maldita zorra. Ahora me he enfadado.

Cuando dice “la”, “la que me echó”, y no “el”… No solo pienso que no me sorprende (porque, a ver, es Gerald), sino que de repente me doy cuenta de que la historia que he montado en mi cabeza puede tener algo de sentido. Es decir, ¿cuántas zorras habrán querido matarlo antes?
Obviaré preguntar sobre el tema. Ya le preguntaré a Cierzo alguna vez, si me cuadra.
Pero él me dirá “pregúntale a Gerald” muy serio, o algo así, ahora que lo pienso. Es buen apoyo y buen tío, pero discreto.

-Espero que le rajases la cara, o algo así. Nunca he visto a alguien con dos bocas -. He pensado en decir “que le vaciases el útero”, así que puedo estar contenta de haber dicho solo esa sobrada.

Me vuelvo a acomodar en la silla, apoyando la espalda en el respaldo. Supongo que esta es la silla de Cierzo, claro. Es un buen tío. No todos tienen amigos así, eh, Gerry.

La mató. Se me eriza el vello de la nuca al decirlo, pero no hago ningún gesto. No es que esté acostumbrada a la muerte, ni mucho menos, pero tampoco es tan sorprendente. Y más teniendo en cuenta lo que él se llevó a cambio. Ahora ya me quedo sin ganas de preguntar los motivos.

Pronto me despacha con suavidad. Se me hace raro que tenga en cuenta que he venido a verlo tanto como para recalcar que está bien (cosa que he juzgado yo misma, y tenido en cuenta a mi manera). Esbozo una sonrisa y asiento, apoyando las manos sobre mis rodillas.

-Supongo que no hay motivos para que me quede mientras duermes, entonces. Siempre me ha parecido escalofriante esa gente que te mira mientras duermes, ¿sabes?-. Un poco está bien, pero el exceso no hace falta-. En fin, llámame si necesitas algo que Cierzo no pueda darte –añado, tratando de hacer una broma. Y Des, claro. Me pongo en pie.

No me alargo mucho más. Ya sabe que me alegro y todo eso. Lo mejor será que descanse. Ya volveré cuando pueda ser, pero, desde luego, me quedo más tranquila.

*se va y fin de escena*

-¿Cómo has pasado el día?- El turno de noche comienza y hoy me toca la enfermería. No está de más preguntarle al tal Gerald cómo se encuentra y, pese a que he preguntado, sigo con mis tareas. Tampoco voy a sentarme a escuchar su vida.

No tengo muchos recuerdos de este tipo. Sí, es el típico machito de grupo o al menos eso parece. Siempre enganchado en su katana. Tuerzo una sonrisa.

- ¿Cuanto piensas quedarte aquí tirado?- Bromeo agitando mi coleta, entretenido.

Alzo una ceja, ocultando una sonrisa frustrada. ¿Debería enseñarle "eso"?
Me lamo la lengua, indeciso.
Empecemos poco a poco.
-¿Oye puedes caminar, al menos?- Carraspeo.
Dejo mis tareas a un lado y me acerco. - Soy Alexander. Llevo aquí bastante tiempo. Perdona mi fialdad. Hacer amigos nunca ha sido mi fuerte.

-¿Te ves con fuerzas para dar... un paseo?- Le pregunto. - Quizá te interese lo que tengo que enseñarte.
El chaval parece realmente deprimido o afectado.