Sala de entrenamiento

A Zacharyas le pareció una joven que quería demostrarse de lo que era capaz, pero no supo si sería capaz de matar llegado el momento. Le pareció una pena que muchas veces se perdieran esos ánimos de haer las cosas por asuntos morales, pero tampoco era asunto suyo.

Echó la cabeza hacia atrás y escuchó su cuello crujir. Luego la miró, relajado.

- Prefiero el dolor sin más que la batalla...

No sonreía. Adoptó algo más de tensión y dejó salir una mano del resguardo que le daba su capa. Frunció ligeramente el ceño y las ojeras, junto con la sombra que creaba el pelo y el color de sus ojos volvieron su mirada más amenazante.

- Âchnam- siseo serio, sombrío de pronto.

La bola de oscuridad iba dirigida al hueco existente entre la cabeza y el hombro de la muchacha. No pretendía darle. Le caía bien.

- El respeto cada uno se lo gana a su manera - dijo con la mirada perdida.

Entonces sonrió de nuevo, casi alegre, y bajó el brazo.

El hechizo pasó rozándome una oreja y haciendo que se moviera levemente mi melena, y fue a estallar contra la armadura que tenía detrás. Mientras esta se tambaleaba, yo me hice a un lado, para verla caer al suelo junto a mí. Permanecí en silencio durante el estruendo, y tras unos segundos de denso silencio me eché a reír de forma un tanto estridente.

- Qué malo, Zacharyas -sonreí de medio lado-. Imagina que me hubieses dado. Aunque bueno, sería dolor sin batalla, ¿no? -volví a reír, incapaz de contenerme. Interrumpiendo mi risa de forma totalmente cortante, eché a correr hacia él, y una vez estuve cerca, di un puñetazo al aire de forma que mi mano quedó a milímetros de su cuerpo.

Al momento siguiente me di la vuelta y comencé a avanzar por la habitación en una especie de danza a saltitos, muerta de risa. Pero qué divertido. Si todos mis días en Brontë iban a ser así, me lo iba a pasar realmente bien. Giré sobre mis talones de forma brusca para mirarlo de nuevo.

- Entonces tendré que buscar la forma de ganarme un respeto -decidí, tensando el cuerpo para intentar parecer más alta. Lo cual, como sabía de sobra, no era la forma adecuada de ganar el respeto de nadie para mí-. Tú aprenderás a respetarme. Y no serás el único. Ya lo verás.

La reacción de Stalon fue inesperada, pero no hizo ningún gesto de sorpresa. Simplemente lo anotó como un rasgo más de la forma de ser de la chica. En cuanto a sus palabras...

Imaginó que le daba y que ella caía al suelo... Quizás en la cara, contundente... Pero hubiera preferido darle en el ojo, o arrancar su oreja y verla sangrar y sollozar mientras se retorcía en el suelo. Clemencia, sufrimiento, dolor... Y sangre. Todas estas cosas se arremolinaron en su cabeza y sus pupilas se hicieron más finas. Notó una gota de sudor cayendo por u lateral de su cara. Su ritmo cardíaco se había acelerado un poco.

Y entonces ella hizo como que lo atacaba, y se sintió bien, aunque el golpe no lo alcanzó. En su rostro se dibujó una amplia sonrisa de deleite que casi parecía una mueca enfermiza.

- Claro... -. Asintió.

Detrás de mí estaba la armadura que mi nuevo amigo había tirado. Me giré y di una patada al yelmo, como quien chuta un balón. Miré al techo. Qué alto...

- En fin, Zacharyas -comenté, acercándome a él de nuevo. Tomé su mano entre mas mías y jugueteé con sus dedos-. ¿Por qué no me llevas a otro sitio? Tú conoces esto, ¿verdad? Enséñame más sitios.

Solté su mano y recogí mi guadaña, que guardé de nuevo en su funda.

- Ya vendremos aquí más veces. Pero ahora quiero moverme un poco y conocer esto. Vamos, guíame -lo animé, agarrando su manga y tirando de él para que avanzara hacia la puerta.

Zacharyas se relajó un poco al notar el despreocupado estado de ánimo de Stalon. No debía excitarse por algo así en ese momento o sucederían cosas terribles, y él no había ido a ese lugar a que sucedieran cosas terribles.

El contraste del tamaño de sus manos le llamó la atención. Era cierto que las suyas eran bastante grandes, pero las de ella, pequeñas, hacían que parecieran más inmensas todavía.

- ¿A dónde quieres ir? -le preguntó, mirándola con casi curiosidad, con la mirada algo perdida.

La verdad es que él llevaba poco más que ella en el lugar, pero no quería sacarla de su error, por lo que le siguió el juego.

Me encogí de hombros, sonriente.

- ¡A todas partes! -exclamé con entusiasmo-. ¿Adónde te gusta ir, Zacharyas? Llévame a donde a ti te guste más. Quiero saber dónde estoy. Sólo eso. Camina conmigo, vamos.

Tiré de él hacia la puerta.

*Salen al pasillo*

Necesito liberar adrenalina. Massen quiere olvidarse de mi y Kettleburn lleva dos días sin aparecer. ¿Donde habrá pasado la noche? bah, da igual.

Me quito la camiseta y comienzo a calentar un poco. No necesito a nadie. Solo a mi mismo.

*se queda entrenando*

Llegué a la sala de entrenamiento con la intención de hacer un poco de ejercicio. La cabeza me iba a estallar de tanto pensar, así que tenía que intentar distraerme. Abrí la puerta muy decidida. Sin embargo, al llegar me encuentro con que está ocupada: Alexander se me ha adelantado. Después de nuestro último encuentro, no me siento preparada para otro enfrentamiento, así que esperando que no me haya visto, vuelvo a cerrar la puerta sin llegar a entrar.

*Se va*

Esty concentrado, pero un ruidito me hace parar en seco y ver hacia la puerta. Veo como aún se está cerrando. Me encojo de hombros y continuo. No quiero enfriarme.

Despues de un rato, decido irme.


*se va*

De nuevo otro dia habia empezado con un buen entrenamiento. Poco después de entrar en la sala me acerqué hasta los escudos y me pregunté por que nunca habia usado uno. Lo coji e hice amago de protegerme con él, pero al instante me dí cuenta de que no podia sujetar mi pico de grandes dimensiones.

Derrepente volví a entender por que nunca habia usado un escudo. Lo dejé allí donde estaban todos los escudos y agarré mi pico con las dos manos poniendome en pose de combate. Mi tecnica no era la mejor de todas y estaba claro que necesitaba un buen entrenamiento si queria llegar a ser fuerte, pero todavia no habia conocido a nadie que pudiese entrenarme, de todas formas yo golpeaba lo mejor que podia practicando dia si y dia también.

De ahí a un rato empecé a sudar y no tuve más remedio que quitarme la camiseta para seguir otra vez entrenando.

-¡Iaah! ¡Auaaah! ¡¡Kkaaah!! gritaba mientras cortaba el aire con mi pico de hierro.

*Se queda*

Al rato me volví a poner la camiseta y me fui a descansar a los dormitorios.

*se va*

Estos días había descuidado un poco mi entrenamiento mas que nada para cargar las pilas y volver a entrenarme al cien por cien. Acabo de terminar un enorme jersey... me ha quedado un poco grande, quizás tenga que reducirle un poco de ancho... bueno, ya lo haré. Ahora iba a entrenar.

*se queda entrenando*

Entro en la sala de entrenamiento movida por la desesperación de no hacer nada: Heylel, Lyam, hasta Jager... ¡¡El propio Silvanus!! Lo que daría por encontrarme con alguien que me hiciera pasar un rato menos aburrido de lo acostumbrado... Pero al no dar con nadie por los pasillos, deduzco que entrenar también es aceptable. Y es entonces cuando me encuentro con alguien, aunque no sea uno de los anteriormente mencionados.

La observo.

Es la mujer con la que Lyam y yo cargamos aquel día, tras el combate contra las bestias. Parece que logró sobrevivir.

- Hola -saludo, sin estar muy segura de si estaré o no interrumpiendo-. Disculpa la intrusión.

Al verla ocupada, decido que no es el momento adecuado para tratar con ella.

*Se va*

Despues de un rato, me voy. Estoy cansada ya.

^se va*

Me tenía que preparar para el torneo. Todavía no sabía muy bien cómo iban a ser las peleas, pero me daba la sensación de que no habría mucho espacio como para que mi arco fuera una ventaja, así que hice lo que tenía que hacer. Entrenar.

Era una noche clara y no muy fría, se notaba que el invierno pasaba, por lo que era una noche perfecta para entrenar. La luna iluminaba el jardín y estuve tentada de practicar unos cuantos movimientos al aire libre, pero después de debatirme internamente, opté por dirigirme a la sala de entrenamiento, que para algo estaba.

Así que fui a la sala de entrenamientos, saqué unos cuantos sacos que hacían por personas, dejé a Arpa cerca mía apoyada contra la pared y empecé a calentar utilizando mis piernas y puños.

*Se queda dando puñetazos por doquier*

Cuando noté que mi cuerpo ya no daba más de si y una capa de sudor me cubría. Paré. Intenté regular mi respiración sentándome en el suelo, y una vez que lo conseguí, me levanté reticente por el cansancio y recogí los sacos.
Una vez que la sala estuvo más o menos como la encontré, agarré a Arpa, mi carcaj y salí.

*Se va*

Llego, ya comida, a la sala de entrenamiento. La verdad... Si el tal Zacharyas existe y lo que Dehnel dijo a Lyam es cierto, quizás haya un nuevo sospechoso en mi lista y pueda darle un respiro al chrysos. La verdad, me está siendo muy poco conveniente que Lyam coincida tanto con el perfil de la persona a la que busco, porque...

Saco mi arma y la dejo a un lado. Hoy voy a practicar técnica cuerpo a cuerpo.

Caliento un rato: las lesiones son el peor enemigo del guerrero. Luego me pongo a practicar diferentes tipos de patadas y puñetazos contra un saco, aunque especialmente las primeras. Mi fuerza no es demasiado sobrenatural, por lo que mi estilo de combate se basa más bien en la agilidad y las patadas, además de en ataques sorpresa.

Practico también alguna finta. Frunzo el ceño.

- ¡¿POR QUÉ ES TODO TAN JODIDAMENTE DESAGRADABLE?!

Hay que ser profesional, así que simplemente he de dejar mis simpatías al margen.

Entreno un rato, usando el saco más para desahogar tensión que para mejorar mi técnica.

Tras un buen rato, con una fina capa de sudor cubriendo mi cuerpo y la respiración agitada por el irregular ejercicio realizado, abandono la estancia.

*se va*

Desde los pasillos, me pareció oír un ruido proveniente de aquella habitación, así que abrí la puerta de golpe con un grito a modo de saludo, que resonó en la estancia vacía. Miré en derredor, con gesto sorprendido, mientras oía el eco esparcirse por el lugar. Finalmente, me encogí de hombros. Me lo habría imaginado.

Avancé por la sala sin un propósito fijo, hasta quedar situada frente a una especie de maniquí de casi dos metros de alto, hecho de metal. Fruncí el entrecejo con una sonrisa algo malévola y desenvainé a Amatista. Ya que estaba allí, entrenaría hasta destrozar el muñeco antropomorfo.

*Se queda*

Entró en la sala de entrenamiento con la ilusión de observar -y probar- cada arma en solitario, disfrutando de sus diferentes filos y puntas, pero allí había alguien más. Estaba aún a la puerta cuando vio al fondo a la muchacha a la que reconoció como Stalon, que observaba un muñeco mucho más alto que ella. Pensó que la diferencia de estaturas era más que graciosa, y luego pensó en que, como aquella parvus le había caído bien, lo mejor que podía hacer era saludarla.

De hecho, incluso entreabrió los labios, pero entonces decidió que lo mejor que podía hacer no era saludarla como hubiera hecho otro cualquiera. Ella lo entendería si lo hacía de otro modo. Al menos, eso esperaba.

Alzó la diestra apuntando a la espalda de ella.

-Âchnam... -siseó, lanzando el hechizo en dirección a la pequeña.

Comencé mi ataque, sin darme cuenta de que había alguien a mi espalda. Apenas había hecho mi primero movimiento cuando un hechizo me rozo el costado, haciéndome soltar un grito de alarma, y fue a estallar en una de las piernas de mi inerte oponente, que se tambaleó y cayó al suelo en pedazos, demostrando, como yo creía, que estaba hueco.

Con la sorpresa del ataque, solté mi arma y me llevé la mano a las costillas, notando un calor húmedo, probablemente algo de sangre, mojar mi camiseta. Me volví lentamente, sin ninguna expresión en particular, para encarar a mi atacante, y me encontré frente a mí al bueno de Zacharyas, que me observaba desde su posición junto a la puerta.

Tras unos segundos de silencio, brotó de mis labios una sonrisa que, suavemente, se fue ancheando por mi cara. Miré por un momento a mi enemigo de metal, hecho trizas en el suelo, y luego, olvidando completamente la molesta sensación del costado, eché a correr hacia mi amigo, para abrazar sus rodillas.

- ¡Zacharyas! -exclamé, con entusiasmo-. ¡Me has salvado!

Lo que desencadenó su ataque lo sorprendió incluso a él. Se quedó observando aquel muñeco caer como embelesado, y ni siquiera cuando se hizo añicos contra el suelo pareció salir de su embelese. Incluso se quedó varios segundos con la vista clavada en algún punto y una especie de mueca que asemejaba una sonrisa cincelada en su rostro pálido de mármol.

Cuando volvió en sí, casi cayó, pues la pequeña acababa de agarrar inesperadamente sus rodillas, haciéndole perder el equilibrio unos segundos.

- Cuanto tiempo -le dijo calmado, sonriente. Observó entonces lo que había causado su hechizo en el cuerpo de ella-. Parece que te he herido... Espera un momento.

Se separó de ella como pudo y le hizo un gesto indicando que volvía enseguida.

*se va*

Zacharyas se separó de mí después de saludarme, para a continuación salir por donde había entrado. Quise decirle que esperase o que me llevara con él, pero lo vi tan decidido que me quedé un momento en el sitio, y cuando quise reaccionar ya era tarde. Hice un puchero y me acuclillé, refunfuñando. ¿Por qué se iba? Sin embargo, su petición y las punzadas que sentía en el costado me animaron a hacerle caso. Me senté en el suelo con las piernas cruzadas y palpé mi herida, de la que manaba cada vez más sangre, mientras esperaba. Saqué la mano de debajo de mi camiseta y lamí la sangre de mis dedos, con aire despreocupado.

Entró de nuevo, portando en las manos lo que había ido a buscar. La visión de la pequeña lamiendo su mano ensangrentada hizo que enseguida sintiera un escalofrío y cierto cosquilleo en la boca del estómago y en la pelvis, pero logró contenerlo. Cerró la puerta a su espalda y se sentó junto a ella.

Mostró lo que traía.

- Con esto podremos solucionar esa hemorragia... -. Carraspeó-. ¿Qué te... parece?

Parecía que seguía viva. No había muerto desangrada. Eso era bueno, sin duda, aunque algo decepcionante.

Lo miré cuando volvió, y le sonreí, pero no me moví de donde estaba. Cuando se sentó y enseñó lo que traía, abrí mucho los ojos y parpadeé, sorprendida. Me levanté y lo abracé.

- Me has salvado otra vez -le dije. Luego me volví a sentar frente a él y me quité la camiseta para poder ver bien la herida. Tras limpiarla un poco, vimos que en realidad no era demasiado grande, aunque sí un poco profunda, y por eso sangraba tanto-. Ayúdame a vendarla -le pedí, lanzando una venda al aire mientras la sujetaba por un extremo para desenrollarla como si fuera una serpentina.

Durante todo el proceso, Zacharyas intentó imaginarse que aquella herida era realmente pintura. Logró ayudar a Stalon a limpiarla, aunque ella hizo principalmente el trabajo, pero cuando ella le pidió que ayudara a vendarla él ya estaba un poco desconcentrado. Llevó dos dedos a la herida y la acarició con mucho cuidado, aprovechando cualquier resto de sangre que pudiera quedar, que ya era poca. Los frotó el uno contra el otro, mirándolos con curiosidad; luego se los llevó a la boca y saboreó aquel tasto metálico. No pudo evitar sonreír.

- Claro. Te ayudo- dijo al fin.

Pasó la venda alrededor del cuerpo de ella, procurando apretar bien la zona herida para cortar cualquier futura hemorragia. Una vez terminó, hizo un nudo y observó su trabajo, algo penoso.

- ¿Crees que aguantará...? -preguntó, algo ausente.

Una vez vendada la herida, me quedé observándola un momento, pensando en la pregunta del chiquillo. Me encogí de hombros y le sonreí muy ampliamente.

- Está perfecta -dije.

Me sequé el sudor de la frente con un suspiro, y me froté un ojo. De pronto, parecía que se me habían ido todas las fuerzas, y empecé a sentir el cuerpo muy pesado. Todo empezó a darme vueltas, mientras notaba como mi cuerpo se inclinaba lentamente hacia un lado, como si me fuera a caer.

Viendo que parecía tambalearse, clavó sus ojos en ella con la mayor preocupación que podía mostrar en una situación tan excitante a nivel de interés. Se preguntó si habría perdido tanta sangre que ya comenzaba a experimentar el común mareo.

Se puso en pie con calma, le dio la espalda y se agachó un poco, ofreciéndole su espalda.

- Sube. Te llevaré a descansar a algún sitio -le dijo con parsimonia.