Sala de entrenamiento

Había dejado a Telma jugando en los establos un buen rato para tener un poco de tiempo que dedicar a mi cuerpo. Lo cierto es que desde que había vuelto, poco a poco, a mi nobleza, no había recuperado por completo mis hábitos ejercitales. De modo que había elegido aquel día para volver a entrenar mis músculos.

La sala de entrenamiento estaba vacía, de modo que yo la llenaría con mi poder y fuerza. Incluso me había atado una cinta a la frente para recoger todo aquel sudor heroico que brotaría de mis poros con el noble ejercicio.

Empezaría con unas flexiones. Mis brazos iban a perder volumen. No quería imaginar lo mal que podría quedar mi heroico tatuaje en un brazo flojo.

*se queda*

Llevaba un tiempo dándole vueltas a aquel novedoso asunto. Desde su charla con Alehyss, no pensaba en nada que no tuviera relación con aquel misterioso encargo.

Hasta tal punto era así que, cuando entró en la sala de entrenamiento (por supuesto, para mantenerse en forma para el encargo) y encontró allí a Rick, se sintió culpable. Hacía algún tiempo que había apartado aquel proyecto de sus hazañas... Tal vez debería retomarlo.

Saludó al flamma con una inclinación de cabeza y procedió a calentar los músculos.

Me detuve en una de mis muchas flexiones, en lo alto, por supuesto, y lancé una rápida mirada al claritas que acababa de entrar. Un poco de viril compañía nunca venía mal. El olor del sudor de otros hombres mientras entrenaban todos juntos era de las cosas más nobles que había tenido el placer de sentir nunca.

-¡Anda, Corbin! -exclamé, contento, poniéndome de pie rápidamente y estirando los brazos un poco-. Veo que también has decidido venir a poner a punto tus músculos. No es por presumir, pero creo que si quieres ganar al maestro en flexiones vas a tener que entrenar un poco antes.

Solté un par de carcajadas, alegre. Llevaba unos días menos preocupado que de costumbre, aunque por mi cabeza también pasaban ciertas cosas... Pero no cosas que debiesen preocupar a dos fuertes machos como nosotros.

-¿Alguna novedad en tu vida, amigo? -inquirí, sonriente, mientras me sentaba en el suelo y comenzaba una serie de abdominales.

FdR- INGER. HA LLEGADO INGER.

Corbin pronto pudo comprobar dos cosas: que Rick estaba de buen humor y que tenía ganas de conversar. Lo miró un momento sin excesiva seriedad, escuchándolo al tiempo que comenzaba sus ejercicios de calentamiento.

-Hola, Rick -se limitó a decir.

Tras poner a punto sus articulaciones y músculos, comenzó con movimientos básicos de puños y patadas, aún sin ponerse los puños. Apenas había empezado cuando Rick volvió a hablar.

-Me han propuesto un encargo -comentó-. Aún no tengo detalles, pero debo ponerme a punto.

Corbin debía de estar celoso de mis habilidades, porque su respuesta fue muy seca. Aunque no me extrañaba. El muchacho no estaba mal, incluso podría agradarme si hubiese sido una mujer, pero yo... Rick Dehnel era un mito del sexo y del valor, del ejercicio y del poder.

-¿Un encargo? -inquirí, de buen humor, entre abdominal y abdominal. Qué picaruelo... Me recordaba a cuando las viudas me encargaban que fuese a sus hogares a hacerles algunos... Trabajos -. ¿Quién es la afortunada?

La verdad es que yo también tenía que ponerme a punto en ese aspecto... El ejercicio me haría estar como un poderoso paladín enamprado y atractivamente sexy...

Corbin tomó un maniquí como objeto de entrenamiento. Normalmente un tronco serviría, pero teniendo un muñeco podía precisar mejor dónde debía dar los golpes. Comenzó por movimientos únicos, limitándose a fijar la atención en un punto específico y golpearlo.

Frunció el ceño a las palabras de Rick, preguntándose a qué se refería. Pensó que debía estar interesado en el contratante, pero él no sabía de quién se trataba. Por otra parte, Rick no tenía por qué saber si era un hombre o una mujer, y se preguntó por qué lo habría dado por supuesto. Automáticamente, su cabeza lo relacionó con su informante, y sin detenerse a pensar en que el flamma tampoco tenía por qué saber si era hombre o mujer, respondió con cierta seguridad.

-Alehyss Lester.

Me detuve de pronto, paralizado, volviendo rígidamente la cara hacia el claritas. Sus palabras todavía resonorizaban en mis oídos como el eco de una malvada maldición. ¿Acaso no había confundido sus palabras y querido decir otra cosa? Llevaba tanto sin ver a la chrysos que había llegado a pensar que ya no se encontraba en el palacio, que al fin había recibido su merecido, pero...

-¡¿Esa Lester?! -exclamé, poniéndome en pie y acercándome al claritas-. ¿También tú has caído en sus artimañas de seducción y aceptado su...?

Alehyss Lester... Era atractiva, lo admitía, aunque ¿cómo sino iba a ser una puta como era?
Bajé la vista, contrariado.

Corbin decidió detenerse al ver acercarse a su compañero. De nuevo, frunció el ceño, contrariado, y dio un último golpe al muñeco antes de volverse hacia Rick.

Recordó entonces que aquellos dos no tenían muy buena relación. Aún recordaba la expresión de la chica cuando había nombrado al flamma en su presencia. Aún así, aquella reacción le parecía excesiva.

-¿Cuál es el problema? -preguntó, con algo de cautela en la voz-. No parecía una mala oferta. Claro que aún no tengo los detalles, pero...

Oh, por Mithos... No pude evitar que una de mis caballerosas manos acabase sobre mi rostro, con pesar. La arrastré por la cara, estirando los párpados y aplastando las mejillas a su paso. Aquel hombre era tan temerario como poco preparado para la vida.

-Seguramente te deje satisfecho -comenté, con desagrado, casi... ¿se dice irúnico?

Satisfecho, casi seguro, pero sin una moneda en el bolsillo. No conozco esa faceta de Alehyss Lester, pero tiene pinta de ser de las caras... La maldita Lester, aprovechándose de mi buen amigo Corbin. Menuda arpía.

-Amigo mío... Si tan vacío te sientes, yo puedo llevarte junto a otras mujeres que prestan servicios similares, pero de manera mucho más agradable -ofrecí, sincero, poniendo una mano sobre su hombro y mirándolo a los ojos-. Quizás entonces te replantees las cosas.

Corbin frunció el ceño, entre incómodo y confuso. No entendía muy bien el por qué de aquella forma de hablar, ni qué quería decir el flamma exactamente. ¿Dejarlo satisfecho? Pues claro que un buen encargo lo dejaría satisfecho. Para eso iba, ¿no? Para sentirse realizado.

Negó con la cabeza cuando Rick ofreció otras opciones, firme en su convicción.

-Te lo agradezco, Rick, pero no creo que sea necesario -repuse-. Además, creo que no me has entendido. Nosotros prestamos el servicio. No necesito a otra compañera. Tengo curiosidad por la forma de trabajar de Alehyss.

Aquella maldita Lester había cautivado el corazón de Corbin por completo... ¡O por lo menos su dragón! Muchos hombres, menos nobles y poderosos, se dejaban llevar muchas veces por cosas inapropiadas que no eran dignas de llamarse sentimientos.

-Desde luego, parece una chica flexible -murmuré, frustrado, pensando en lo ágil que parecía la maldita chrysos-... Y fogosa... Pero no sé qué atributos veis en esa individua cautivahombres -confesé, bajando el tono y clavando mis nobles ojos en Corbin.

Esa clase de mujeres venenosas tenían habilidades secretas creadas solo para ganar dinero. Dinero sucio. Con sus cuerpos.
Maldita sea... ¡Esas mujeres ensuciaban el buen nombre de las damas de verdad!

Corbin contuvo un suspiro de cansancio. De hecho, se decidió a contener cualquier gesto exasperado. A fin de cuentas, Rick parecía de verdad no entenderlo, y no tenía ganas de enemistarse con el flamma. Lo intentó, pero tampoco tenía demasiadas ganas de sonreír. Así que, simplemente, se encogió de hombros.

-Es digna guerrera de Brontë -expuso con tono convencido-. Sus habilidades en combate son excepcionales, y sabe desenvolverse en el campo de batalla con ingenio. Me parecen cualidades muy loables. Las que cualquiera esperaría de una buena compañera.

Recordaba perfectamente aquel combate en el lago, y esperaba ver más en aquella misión. Y, por supuesto, tenía intención de mantenerse a la altura.

Me detuve, estrupeciacto, al escuchar las palabras del claritas. y lo peor de todo no era que enalzase tanto a la maldita ojos de asesina, sino que... mirase donde mirase... no era capaz de encontrar demasiadas pegas a aquello que decía.
Sí, Alehyss Lester, la maldita chrysos, era una persona insensible con una moral poco buena, pero... Había visto su actuación en la misión... Había luchado con arrojo, fuesen los que fuesen sus motivos para salvar a Silvanus... Había intentado proteger a Massen Dew... Y lo que había gritado no había sido muy de nobles, y no lo recordaba muy bien, pero también había hecho cosas bu...

¡Maldición! ¡No, no y no!
Fruncí el ceño, tenso.

-Supongo que son buenos patributos. Y admito que también es hermosa, a su cruel y malvada manera -murmuré, de mal humor.

Comencé a pegar puñetazos al aire, sin demasiado orden, dejando salir mi furia. Maldita Lester...

Observó a Rick un momento, serio. Al ver que continuaba su entrenamiento, se vio en posición de seguir el suyo propio. De nuevo, se encaró con el muñeco y comenzó a aplicarle movimientos básicos en puntos específicos del cuerpo.

Encogió un hombro ante el comentario de Rick. No esperaba aquellas palabras por su parte, vistos sus sentimientos hacia la chica, pero tampoco le dio mucha importancia. Alehyss seguía los cánones de belleza, así que era un comentario razonable.

-Supongo. No es lo más importante, pero tampoco es mentira -repuso.

Seguía sin entender qué veía todo el mundo en aquel detalle. Sí, tenía entendido que a muchas mujeres les gustaba ser bellas y que se les reconociera aquella cualidad. Tampoco era algo exclusivo de las mujeres, en realidad; muchos hombres se comportaban de la misma manera. Pero, lo viera por donde lo viera, una batalla difícilmente se ganaba por una cara bonita.

Dejé ir un gruñido, pero... Qué demonios. Lo había dicho yo. No tenía nada que repruecharle. Mis palabras nobles no mentían, por poco que me gustase aquella idea. Y la maldita Lester... En... En fin... En fin.

Uno de mis portentosos derechazos rompió el aire como si fuera la malvada mandíbula de algún monstruoso malandrín. Ya no tenía una sonrisa en mis besables labios, sino una expresión seria y dura muy viril.

-Espero que os vaya bien, entonces -gruñí, sin demasiada emoción.

Corbin era mi amigo... Yo debía ayudarlo a abrir los ojos, pero si no era consistente de lo que era Lester en realidad... Además... Bueno... Ella no había sido tan negativa las últimas veces que la había visto. Hasta que la mirase a los ojos de nuevo...

Dio un firme puñetazo al muñeco en la cara, y con el mismo impulso del golpe le lanzó una patada a las costillas. Por el tono de Rick, le parecía evidente que no estaba conforme con la resolución del asunto. Pero, de la misma forma, le parecía evidente que no tenía con qué rebatir sus argumentos. Era lógico, después de todo; eran perfectamente sólidos.

No acababa de entender qué problema se habían encontrado aquellos dos para llevarse tan mal. Sin embargo, tampoco pensaba preguntarlo. Después de todo, nadie tenía por qué darle explicaciones a él, ni tampoco era un asunto que le quitara el sueño. De la misma forma que le incomodaba que Rick tratara de prevenirlo contra la chica, entendía que a él pudiera molestarle que Corbin tratara de hacerle cambiar de opinión respecto a ella. Si ellos habían creado un conflicto, ellos debían resolverlo.

Asintió a las palabras del flamma con un gesto de cabeza.

-Eso espero yo también -expuso-. Y que sea tan enriquecedor como promete.

Asentí, sin más. Lo cierto es que si quería una simple noche de sexo, seguramente la tendría. Alehyss Lester tenía que ser una experta en esa clase de cosas indignas de damas, pero que seguramente ella haría a menudo.
No como yo...
No como...

Sentí que me ruborizaba. Sentía cierto calor en el vientre y aquello era de lo más... vergonzoso. ¡Alguien como yo! ¡La maldita Lester! ¡¿Cómo osaba penetrar en mi mente de aquel modo?! Oh, Mithos... Penetrar como un dragón en una cue...

Cuando me di cuenta, estaba golpeando el aire con furia asesina, descargando toda mi rabia y mi fuerza. ¡Aquello era un error! ¡Lester y yo nunca seríamos compatibles! ¡Aquello tenía que ser una pesadilla! Yo jamás pensaría en ella como una dama... No era más que una...

Gruñí, desesperado, pasando de nuevo a las flexiones, que quemaban más energía. ¡¡¿QUÉ DEMONIOS LE PASABA A RICK DEHNEL?!! Ver-gon-zo-so...

-Creo que iré a ducharme -murmuré, incómodo, sintiendo que dormir sería la mejor opción-. Para dormir...

Corbin observaba a Rick de reojo de vez en cuando, pero por lo demás, seguía concentrado en su entrenamiento. El flamma parecía furioso, pero a Corbin le parecía un buen momento para estarlo. Descargar la ira en un entrenamiento no tenía por qué ser negativo, siempre y cuando uno supiera controlarlo en otra clase de ocasiones.

Permaneció en silencio, mientras combinaba unos golpes tras otros, avanzando poco a poco a técnicas más complejas y de difícil control. Tomó varios muñecos y comenzó a combinar ataques a distintos objetivos. En un momento dado, incluso sacó los puños, empleándose a fondo.

Cuando Rick habló, su primera reacción fue soltar un leve gruñido de asentimiento. Sin dejar los golpes, carraspeó antes de hablar.

-Buenas noches -murmuró, concentrado en sus movimientos pero en tono relativamente calmo.

Corbin era un buen amigo, pero a veces no entendía... ¡Daba igual! ¡Qué osado estaba siendo! Un noble nunca debía... Un hombre como yo no debía hacer cosas como aquella... Pretender que otros lo consolasen... Recibir un abrazo, unas palabras comprensivas... ¡Cuánta autocompasión! No podía permitirme sentir algo como aquello, pero... Qué injusto estaba siendo con mi pobre amigo Corbin, que no había hecho nada malo...

-Buenas noches -le dije, confuso y frustrado.

Abandoné la sala sin más palabras. Había sudado, pero no solo por ele ejercicio. Estaba estresado. Estaba excitado. Quería... ¡Oh, por Mithos!
Rick Dehnel, hijo d Reick Dehnel... A la ducha y a dormir. Te hacía falta eso. Una noche de sueño y estaría como nuevo...
Como nuevo.

*se va*

Tras despedirse, el flamma abandonó la sala. Corbin no le dio demasiada importancia a aquella atropellada despedida. De hecho, agradecía quedarse solo; la hora de entrenamiento no era buen momento para ponerse a conversar.

Cuando el flamma se hubo ido, se distribuyó por la sala con mayor amplitud. No era una habitación pequeña, pero el encontrar a más gente en ella siempre lo había hecho sentirse un poco agobiado. Después de todo, no estaba acostumbrado a entrenar en compañía, a no ser que fuera para enfrentarse a alguien. Ni tampoco los lugares artificiales como aquel eran su fuerte.

Tras un intenso entrenamiento, decidió retirarse. Hizo los estiramientos correspondientes y, satisfecho, abandonó la sala. Esperaba tener noticias de Alehyss pronto.

*Se va*

Decidida, abro la gran puerta de la sala de entrenamiento, pero no percibo ningún olor a sudor. Parece que ha sido limpiada recientemente, y no hay nadie en su interior. Supongo que a estas horas lo más común sería toparse con algún caeruleus, o algo semejante. Pero no hay ni rastro de nadie, de modo que, sin más, cierro la puerta como la he abierto y me interno de nuevo en los pasillos.

No es extraño que Corbin no esté en la sala de entrenamiento. Puede estar ejercitándose en otro lugar, lo que me resultaría de lo más estresante. No me apetece ponerme a recorrer el bosque...
O podría, en el peor de los casos, estar durmiendo.

*se va*

Entré en la sala con paso lento y firme. Había podido escuchar en retumbar de mis zapatos a lo largo del pasillo, y parecía que ahora el sonido ya había cedido un poco. Llevaba a Jaoguín agarrado con fuerza a mis manos, siempre vigilante de que alguien se me acercase.
Avancé sin problemas, adentrándome en la sala y observando con detalle cada uno de los objetos con los que mi vista se tropezaba. Fue entonces cuando me topé con un muñeco de entrenamiento, y entonces sonreí. Todavía recordaba mi último entrenamiento en la sala -hacía demasiado tiempo, en mi opinión- y cómo había atravesado aquella figura con mi tridente. Giré mi cabeza, cambiando de nuevo el centro de mi atención hacia unas dianas antropomórficas que se encontraban al fondo. La puntería era sin duda uno de mis puntos débiles, y sin embargo sentí que hoy no debía ser el día en que la trabajase, qué pocas ganas.
Avancé un poco más. Empecé a mover a Jaoguín bruscamente hacia delante, como si quisiera clavarlo en la persona que estuviese delante mía. Lo repetí una y otra vez, al mismo tiempo que jugaba con los pies para agilizar mis movimientos y convertirlos en uno solo. Para ser una dura luchadora hace falta entrenamiento. Para ser una dura vengadora, todavía más. Se me escapó una sonrisa, y sentí como sangre corría por el filo de Jaoguín, aunque no podía verla.

*entrena y se va*

Entro en la sala de entrenamiento y me quedo en el centro, con los brazos cruzados y golpeando repetida y rítmicamente el suelo con la puntera de mis pies.

Hoy era un día que tenía libre y había decidido aprovecharlo para zanjar un par de temas pendientes.

*se queda*

Zacharyas tenía que ir a un lugar, de modo que, todavía con el libro en la mano, entró en la sala de entrenamiento. Allí estaba la mujer flamma, aguardando, supuso. Algo nervioso, haciendo una pequeña reverencia, carraspeó y saludó.

-Buenas tardes.

La contempló. Pese a que no era joven, tampoco parecía vieja, ni débil. Era un especimen extraño. Zacharyas supo que no podría herirla aunque quisiera, por lo que esperaba que lo que aquella mujer buscase no fuese un enfrentamiento.

FdR- Cutre-post