Sala de entrenamiento

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He hecho el circuito completo dos veces, y de nuevo estoy con las flexiones para terminar la segunda. No estoy agotada, pero ciertamente mis músculos ya empiezan a dar la nota. Respiro hondo, descansando sobre mis rodillas en el descanso entre la primera y la segunda serie pasa un hombre maduro, saludando.

- Buenas tardes.- Saludo de vuelta, siguiéndole un tanto con la mirada. Es nuevo, o al menos, no le he visto antes. Pero mis diez segundos de descanso se me acaban, y continúo con mis ejercicios.

Cuando termino, hago una pequeña rutina de vuelta a la normalidad, estirando. Me centro sobre todo en las piernas, extendiéndolas primero de manera frontal e inclinando el tronco hacia delante, para luego alternar los lados y contar hasta cincuenta lentamente. Como también me noto algo de cansancio muscular en la tripa, en la misma estera en la que me he entrenado, hago el puente para estirar esa zona.

Respiro hondo, satisfecha. Por otra parte, siento que habría podido hacer más, mucho más. Me siento con las piernas cruzadas a lo indio, alcanzando la mano para beber agua del pequeño odre que traigo conmigo siempre que entreno. La gente en la sala ha cambiado, tal vez esté más vacía que de costumbre, con lo que miro a quien me ha saludado al pasar.

Anda haciendo dominadas, ejercicio que no me gusta mucho porque mis alas tienden a abrírseme para equilibrarme, y mis compañeros me acusaban de tramposa. Me doy cuenta de que llevo demasiado rato mirándole cuando una pequeña gota de sudor me roza el rabillo del ojo. No quiero tampoco resultar incómoda para él, así que al poco continúo paseando la mirada. De estar al aire libre, me hubiese refrescado echándome el resto de agua del recipiente, pero aquí me contento con quitarme el sudor de encima con una toalla que me facilita alguien del servicio.

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Continúo con el ejercicio durante un buen rato y, cuando me aburro de él -ya notando algo de sudor en la espalda- hago fuerza en el abdomen para alzar una de mis piernas y engancharla en la barra. Luego la otra y, cuando ya mis rodillas dobladas me sujetan firmemente en el aire, suelto las mano y me quedo boca abajo.
En el instante que dedico a relajar la espalda y respirar veo como la mujer aether me mira y le dedico una sonrisa divertida. Luego vuelvo a centrarme en mi cuerpo para empezar a hacer abdominales, flexionando el tronco hacia arriba contra la gravedad. Le dedico otro buen rato al ejercicio. Debo recuperar un poco de estos días de sedentarismo.

Ya bastante más sudado, dejo los abdominales cuando creo que ya he estado el tiempo suficiente y, con un profundo suspiro vuelvo a agarrarme con las manos a la barra, para dejar que mis piernas vayan hacia atrás y rotar sobre mí mismo en una voltereta antes de soltarme y dejarme caer al suelo flexionando levemente las rodillas para no hacerme daño. Estiro los brazos casi desperezándome para liberarme de toda la tensión del ejercicio mientras soplo con fuerza desde el estómago. Muevo el cuello de un lado a otro, tratando de solventar cualquier molestia y me acerco a la katana para in planteándome practicar con ella.

Agarró la vaina por la mitad, más o menos, y retiro el arma de ésta con un tirón limpio. Abro la mano para dejar caer la vaina en el lugar donde estaba apoyada y muevo la katana desde mi muñeca derecha para soltar la articulación y familiarizarme de nuevo con su peso. Hago un par de movimientos de ataque generales, cortes a una o dos manos, cambios de objetivo, rotaciones... Cosas básicas para mentalizarme con el arma y disponerme a utilizarla. Me giro entonces para ver que la aether sigue en el mismo sitio. Tras mirarma unos segundos me fijo en que tiene un sable corto y miro mi espada antes de moverla de nuevo en un círculo seco con la muñeca. Luego la apunto a ella para indicar que es con la que hablo.

—¿Entrenas con espada, señorita? —Pregunto con una media sonrisa divertida.

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Estaba ya más descansada, pensando en ir disponiendo de irme a darme una buena y relajante ducha para estudiar acto seguido; cuando le veo con acero en mano. Definitivamente, llama mi atención. Es una katana, fina y ligera dentro de lo que cabe - que no cabe mucho. Me llama la manera en la que mueve y rota tanto la espada como su propio brazo. A veces tratándolos de manera independiente, a veces como si fueran tan sólo una extensión el uno de la otra. A punto estoy de ensimismarme, cuando alza la voz.

- No-. Murmuro, lenta y casi ronroneante, saliendo de mi mente con lentitud. La brillante puntiagudez, apuntándome a mi, me hace sorprenderme por leves milisegundos. Entrecierro los ojos, alcanzando a acariciar la funda de mi falcata con la yema de los dedos-. Yo combato con ella.

Su media sonrisa divertida me hace pensar que no quiere precisamente mantener una charla sobre tecnicismos. Sin descruzar las piernas me pongo en pie, habiendo tomado mi arma por la empuñadura. Respiro hondo, sólo porque quiero entrar en mi nirvana mental. No puedo resistirme a un buen duelo, aunque sea de entrenamiento. Jamás he podido hacerlo. Ni querido tampoco. Desenvaino con el suave susurro de sabor a metal que produce mi hoja contra el cuero endurecido, dejando caer la funda. Quito mi trenza para situarla a mi espalda, donde menos me moleste.

De tres elásticos pasos, me acerco a él, ladeando la cabeza a un lado y a otro para destensar los músculos, crujiendo apenas las vértebras de la base del cuello. Mi sonrisa se agranda, parece el típico hombre a quien le gusta verse pinchado en una batalla. Alzo la punta curvada de mi arma, y acaricio la suya para provocar otro susurro de metal.

- No me apunte con ella si no pretende demostrarme cómo la usa-. Murmuro, bajando por su filo apenas un tercio con la misma suavidad de terciopelo con la que le estoy siendo tan abiertamente descarada. La impaciencia nunca ha sido mi debilidad, y por un buen duelo puedo esperar.

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Cuando responde por completo a mi pregunta amplio la sonrisa. Me gusta que la gente se tome en serio un combate. Veo como se levanta, con tranquilidad pero ya sin romper la ligera tensión que ha comenzado en el momento en que ha pronunciado su "No".

Desenfunda su arma y puedo ver que se trata de una falcata con lo que no es del todo un sable. Sin dejar de mirar a la aether a los ojos, la estudio con calma. Corta y algo más rígida que un sable normal. Ventaja para mí en distancia y en inercia de corte, pero tendré que tener cuidado de no bloquear sus golpes en seco para no cargarme la katana.

Muevo ligeramente la muñeca para sentir el tacto de su arma en mi acero de forma suave y sentir si existe presión para controlar el centro de ataque por su parte. Sus palabras y determinación hacen que parezca que sabe usar esa arma, pero sigo sin fiarme de lo aparente. La empuñadura es de mano única, poco pesada. Llevo la izquierda a la parte inferior de la empuñadura de la katana, manteniendo la punta de mi arma en el centro, en apenas una leve presión sobre su arma que intenta apartar, casi como una caricia intuída, su muñeca hacia la derecha.

—El arrojo no demuestra demasiado en palabras —Comento con su misma suavidad, con la emoción creo que compartida por poner a prueba tal momento. Silencio de tensión en unos segundos en los que mi respiración se vuelve inaudible. Y en un abrir y cerrar de ojos muevo la muñeca izquierda apenas en un gesto hacia su derecha para empujar su espada hacia ese lado a modo de finta y, acto seguido, dejar resvalar la hoja hacia abajo sobre su falcata -aprovechando la fuerza que ella ejerce a la defensiva y que la guardia de su arma es ligeramente más alta que la mía a causa de la longitud de la misma- para pasar mi espada bajo la suya continuando con el movimiento de muñeca que ha iniciado la acción y apenas levantar los brazos unos diez centímetros para que me permitan la inercia suficiente de un corte que se dirije en diagonal a su cuello, más seco de lo que sería natural para que, en caso de algún fallo o contrariedad, poder evitar rebanarle el cuello.

FdR:

Spoiler:

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Su único comentario sólo provoca que alce mi ceja ligeramente. Quiero ver lo que tiene para mí, y la leve tensión del ambiente me cosquillea en la base de las alas. El silencio me agrada, me mantiene cálida y recordando que esto es tan sólo un... "entrenamiento". Gracias a que él ha mantenido cierta suave presión para adivinar cuándo aplico yo si habría de aplicarla para atacarle -cosa que no hice-, sé cuándo él mueve su muñeca y siento su ataque venir, antes de concebirlo con la mente. El mundo a nuestro alrededor comienza a ralentizarse a mis ojos.

Aferro con firmeza la empuñadura, permitiendo con poca resistencia que su hoja resbale sobre la mía. Tal y como auguro mentalmente, su hoja resbala en media finta bajo la mía, para liberarse y tener espacio para un ataque. Sus brazos alzándose confirman esa teoría. En cuestión de milisegundos y gracias a los largos entrenamientos con padre en mi juventud, concibo dos soluciones para la hoja que se adviene con un ataque directo. Una, simplemente deslizarme a un lado, dos, contrarrestarla con mi falcata.

Aún a riesgo de que en una pelea real me hubiese llevado un tajo en el antebrazo si hubiese calculado mal, alzo inmediatamente mi hoja. Confío en mis capacidades de sobra, pero no sé hasta qué punto pretende él mantener el ataque. Así que, en lugar de recibirle filo contra filo, giro mi hoja para que choquen en llano si han de chocar para no dañársela, y con la palma de la mano apoyada en el plano de la punta curvada, rechazo su ataque. Por encima de ambas espadas, le sonrío, con la ceja aún alzada.

Con la punta de los pies, giro hacia mi derecha para librarme de su presión. Chirrían un tanto ambas, pero no me importa, no es mi filo. De manera fluida, nunca bajo mi espada, y para cuando vuelvo a enfrentarme a él mi punta sigue en guardia. ¿Es esto algún tipo de juego para él? ¿Me tratará como una damisela? Si así va a ser, me abstendré de atacarle, pues.

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Al no ofrecer la resistencia del medio, la estrategia cambia de sentido y pone de manifiesto mis movimientos haciendo que le sea sencillo defenderse del corte. Sonrío cuando se aparta, haciendo resbalar el filo sobre el suyo manteniendo la presión -más mental que física pues la física la he reducido para acompasarme a la suya- hasta que mi arma vuelve a mi guardia anterior, volviendo a rozar apenas la suya. Ahora sé que actúa a la defensiva.

Mantengo de nuevo la tensión y el silencio sin cambiar el gesto y, nuevamente, repito exactamente el ataque de antes. Instantáneo, con la misma presión y la misma intención, pero ahora sabiendo cómo reacciona ante él. No es de extrañar que un espadachín ataque dos veces de la misma forma, pues muchos suelen tener un punto fijo donde ven la posibilidad de ataque y lo intentan al menos dos o tres veces para cerciorarse de que el otro está en guardia o de que, efectivamente, no pueden atacar por ahí. Sin embargo, en el momento en que la katana empieza a resbalar igual que antes, muevo la muñeca hacia arriba y doy un fuerte golpe seco sobre su falcata, con la hoja en llano. Al mismo tiempo, doy un fuerte pisotón en el suelo (FdR: fujikomi XD) que me ayuda en el impulso del movimiento y el cuerpo, haciendo que la punta amenace directamente la boca de su estómago.

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No parece verse afectado por mi defensa, manteniendo el mismo gesto y variando bien poco su postura corporal. Que esté desnudo de cintura para arriba, por su modo de combate, no me va a dar ventaja alguna. Pero, me permite contemplarle, que igualmente es un aliciente al combate y aprendizaje sobre el mismo. Sin embargo, cuando le veo concatenar los mismos movimientos seguidos por segunda vez, entrecierro los ojos. No comprendo el por qué querría repetir una estrategia, y esa incomprensión me pone sobreaviso. Algo pasará, sólo que no puedo aventurar el qué.

Le estaba permitiendo de nuevo deslizarse por mi hoja, cuando su empuñadura reacciona de manera diferente. Me fijo inmediatamente en sus muñecas, y es entonces cuando da un fuerte golpe seco hacia arriba. Desvía entonces mis defensas posibles -al menos en el terreno técnico de la esgrima- desviando la hoja de mi falcata. Oigo el pisotón, y casi puedo jurar que siento cómo la inercia se clava en la boca de mi estómago.

Mis alas me duelen, pero he logrado controlar el movimiento hacia atrás acto reflejo al que me querían llevar. He perdido un asalto, pero lo he hecho con dignidad al menos. Deslumbrada, se me escapa una pequeña risa, y toco la punta de su katana con mi mano desnuda, la izquierda. Bajo la derecha, no pretendo atacarle, al menos no inmediatamente. Continúo con la mirada la línea que forma el arma con sus brazos, y no me detengo hasta que no le miro a los ojos. No estoy acostumbrada a hacerlo -menos aún con desconocidos de quienes ni me sé el nombre- pero con los ojos le muestro lo maravillada que su ataque me ha dejado. Por un segundo, me desvío hacia su clavícula. Parte de su piel es tejido cicatrizal. Enseguida me recupero de vislumbrarle eso, sacudiendo la cabeza levemente.

- Enséñeme eso, por favor-. Pido, con suavidad-. Más lento.

Y me pongo en guardia para que me enseñe.

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Sea porque la reacción de defensa inconsciente es la misma, sea porque la acción desconcierta al adversario, la repetición del juego de muñecas es una buena estrategia en combate. En este caso, la milésima parálisis de duda que sufre al no saber si repetiré el ataque tal como parece o no, por su desconfianza hacia mí como espadachín, hace que consiga el penetrar el hueco que busco. No hace falta fuerza ni violencia, pues la muestra de la dirección y el movimiento es suficiente para un entrenamiento aunque su reacción es adecuada tanto por inercia propia como por seguridad.

Recupero mi postura, ya sin ofrecer tensión de ningún tipo y mostrando una sonrisa menos retórica. Hago una ligera reverencia con la cabeza, casi a modo de presentación. "Esto es lo que han visto y de lo que soy capaz". La esgrima, el combate; son mi arte y mi pasión y, aunque sufro reteniendo los cortes al igual que si cortase bruscamente mi respiración, siempre es mejor que dar palos al aire.

Se coloca de nuevo en guardia con su petición en ristre y sonrío dejando escapar un poco el aire por la nariz.

—Es diferente de tu forma de luchar. Es un juego de muñecas —Mantengo mi arma enfrentada con la suya y, moviendo apenas la mano izquierda hacia arriba para elevar mi katana respecto a su falcata, doy el mismo golpe seco sobre su arma con la hoja de la mía -ahora a cámara lenta-, metiendo las muñecas hacia adentro y haciendo un movimiento firme con el cuerpo para no perder impulso. El golpe es mucho menos severo, pero igual de firme y la punta de la katana vuelve inmediatamente a la altura de la guardia, también por el control de muñeca.

—Es bastante técnico, pero puedes dar un buen mamporro a un arma sin tantos tecnicismos —Bromeo volviendo a mirarla tras haber centrado mi vista en las armas y el gesto.

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Su sonrisa un tanto más relajada, y su cuerpo imitando sus pensamientos de pequeño descanso, me dan lo que quiero ver. Por un día no pasaré sin ir a la cama sin saber nada más sobre lo bueno que podría ser un duelo. Y tengo un plus, que he aprendido una nueva técnica. No es que me vaya a ser muy útil por el tipo de forma que tiene mi arma, pero siempre menos es nada. Conforme repite la acción mucho más lenta, habla y explica levemente. Asiento.

Contemplo concentrada cómo su arma se mueve al son de sus manos y muñecas, el golpe se sucede y aparta mis defensas; dando de manera inmediata la oportunidad para asestar, tan sólo después de un impulso. En cuanto él vuelve a guarda y comenta que es prácticamente puro tecnicismo, asiento.

Ni siquiera lo intento en serio, pero copio los movimientos con mi falcata a menor escala. Tal y como sospechaba, enseguida noto que debo compensar su peso desde mitad de la forja a la punta, con lo que necesito aferrarla con dos manos. No es que sea una desconocida de ello, pero no estoy acostumbrada a hacerlo para asestar un movimiento seriado. Practico un par de veces a dos manos, sólo para cogerle el truco, y asiento para mi misma, ya lo tengo.

- Gracias-. Ante todo, educación, Fier. Le sonrío esta vez más afilada.

Y me toca atacar. Mi especialidad es el ataque rápido -no por nada soy aether-con lo que comienzo con pequeños brincos en el sitio. Mis piernas, la izquierda levemente por delante de la derecha, para así darme más espacio a manejar con la espada en la mano derecha. Me pongo en guardia, esta vez a mi manera. Respiro hondo y me mentalizo para hacerme paso a través de esa larga espada. Decido que atacaré por la izquierda, pero será sólo un juego.

Tomando riesgos innecesarios, me acerco a él en dos saltos. Aprovechándome que él habría de girarse también, hago un ataque simulado a su antebrazo, empezando desde abajo, dando medio giro en el aire para simular que atacaré a la parte baja de su hoja, y finalmente tocándole la piel desnuda justo entre el codo y la muñeca. Por otra parte, tengo que girar la mía de manera antinatural para tocarle con el filo ancho y no con el cortante. Pero no importa. Con la muñeca así girada, retiro y ataco a su bíceps, a su cuádriceps y subo elegantemente para bajar al cuello.

Me duele la muñeca tras haber dado golpes por suaves que puedan haber sido, con lo que me retiro de mi pequeña exhibición para cambiar de mano la falcata y hacerla rotar con suavidad. Se pasará.

Minuto 1.16

Spoiler:

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Tras su agradecimiento me llevo dos dedos a la sien y hago un gesto hacia afuera en respuesta. Pensaba que acabaríamos aquí, pero toma de nuevo posición, esta vez más activa, cambiando el peso de un pie a otro de forma constante para ganar en agilidad de movimientos. Me mantengo quieto frente a ella, con la pierna derecha adelantada y ligeramente flexionada respecto a la izquierda, que se mantiene tensa apoyando el peso en la puntera.

En cuanto se lanza hacia a mí me impulso con mi pierna derecha hacia atrás un par de veces, ganando buena distancia. En cuanto se gira para atacar desde un flanco lateral, muevo la pierna izquierda arañando el sueño en un semicírculo, girando todo mi cuerpo y evitando perder equilibrio y fuerza o llegando a una mala postura por girar de forma extraña.

La distancia que me ofrece mi katana es bastante superior a la de su falcata, con lo que, a pesar de sus rápidos movimientos hacia mis extremidades, me basta con no dejar de anteponer la punta de mi arma a ella para que no pueda acercarse a cortarme, so pena de ensartarse. Igualmente lanza el brazo hacia mi hombro y cuello de modo que levanto mi izquierda para elevar el sable al tiempo que giro las muñecas hacia la zona que ataca para frenar su movimiento continuo apenas un segundo necesario para contraatacar. Al mismo tiempo doy un paso lateral para salir de su trayectoria y acabo el movimiento rotatorio de muñeca haciendo que la espada siga girando en una trayectoria circular hasta acabar sobre su cabeza sin llegar a tocarla.

FdR:

Spoiler:

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He contemplado casi asumiendo mi derrota y muy posible herida en un combate real cómo usando impulsos tácticos esquiva dos de mis ataques fácilmente, girándose a mi paso para bloquearme. Me llama la atención la manera en la que lo hace, porque no parece despegar el pie izquierdo del suelo. También me ha bloqueado el ataque a su cuello, con tan sólo alzar el arma para frenarme. Lo que es más, da un paso adelante y acaba con su espada sin llegar a tocarme, pero claramente amenazando mi supuesta vida sobre mi cabeza.

Ya está. Estoy más que servida. Suelto todo el aire que guardaba en mi interior y sonrío. Ha estado genial, me parece que ya habían cumplido milenios desde la última vez que alguien luchó así contra mí. Asiento lentamente, apartando la katana de mi cabeza con la mano derecha, dejando siempre abajo la izquierda, puesto que no pretendo atacar. Padre siempre mantiene que, allá a donde vayas habrá alguien mejor. Y, si no es mejor, será diferente. Con lo que la derrota ocasional es la que da el sabor dulce a la o las victorias. Y no se aprende nada más de que los fallos.

Con suavidad, cansada pero esta vez sí que sí saciada por completo de entrenamiento, me acerco deslizándome sobre el suelo para quedarme a tan sólo un paso.

- Gracias de nuevo. Deberíamos repetir algún día, aunque esa katana tuya te dé ventaja táctica-. Extiendo mi mano, seca por el cuero que rodea parcialmente mi empuñadura-. Fier Galatea.

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Finalmente suelta el aire y se pierde totalmente la tensión asumiendo el nuevo jaque. Cuando lleva una mano a apartar mi arma asumo que el entrenamiento ha terminado definitivamente. De un movimiento seco sosteniendo la katana con la derecha, apunto con ella a mi izquierda, a la altura de mi puvis y con el brazo pegado al cuerpo. Mi puño izquierdo se mantiene a la altura de mi cadera, también pegado al cuerpo. Muevo entonces la mano que sostiene el arma en un movimiento fluido de derecha a izquierda, similar al que se efectúa con el arco de un violonchelo, y encajo la punta en el huevo de mi puño izquierdo para guardar el arma como si sostuviese la vaina, pero con cuidado de no cortarme al tener la mano descubierta. Luego simplemente la agarro, sin ningún tipo de acción marcial. Sonrío de nuevo a las palabras de la aether.

—Bueno, diría que estas muñecas mías tienen ventaja táctica —Comento, entre divertido y jactancioso, acompañando el cómico comentario con un gesto de ambas muñecas. Luego respondo a su tendida con un buen apretón de manos, aunque lo suficientemente sutil para una señorita, girando la muñeca para que su mano prone sobre la mia antes de soltarla. —Gerald Browen, un placer —Luego me aparto para ir en busca de mis cosas. Guardo la katana en su funda al fin -sin demasiado cuidado- y me pongo la camisa. —Y la próxima vez pon los pies en la tierra y asegúrate de tu posición —Comento, divertido, mirándola de medio lado mientras me abrocho los botones, referenciando su forma de moverse y atacar sin un objetivo firme adobado con la irónica situación de que es una aether. No pretendo faltar, solo aconsejar de la forma que sé.

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Rio suavemente conforme mueve las muñecas para ejemplificarse, después de todo su despliegue técnico sobre cómo retirarse de una lucha. Sí, no me ha costado aprender que todo lo que hace generalmente es tenso y desde abajo del mango de su arma, al contrario que mi padre y la lucha a la que estoy acostumbrada. Me gusta cómo da su apretón, firme y estable, sólo que su nombre me deja un tanto sorprendida. Él es Gerald, el hombre del que Cierzo me ha hablado. No dejo que mi sorpresa transcienda a mi rostro, sin embargo sí que le contemplo más allá de lo que sería educado, mientras se aleja para tomar sus cosas y recoger.

A su pequeña broma sobre los pies en la tierra, me encojo exageradamente de hombros con una gran sonrisa. Soy aether y él tiene un tipo de lucha bastante poco... Adaptado a mi. Qué le vamos a hacer. Respiro hondo y finalmente decido hacer igual que él: Marcharme.

Me acerco a mis cosas, enfundando mi falcata tan sólo después de acariciar un par de veces su superficie con unas vendas de lino que traje. Tomo el odre, la falcata en mi cinturón y la estera para devolverla, y me giro para despedirle con una última mirada y una sonrisa un tanto más cansada y un tanto más dulce.

*Marcha*

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Mientras ya me estoy atando las correas de la funda al pecho, hago un gesto de cabeza a Fier cuando esta se despide con una sonrisa y sigo recogiendo mis cosas. Una vez tengo todo listo miro a mi alrededor y pienso en la media tarde de hoy para luego reír para mí. Me pregunto si Brontë me deparará esto, servir de maestro de guerra a los pequeños polluelos que vienen a este palacio sin la menos idea de armas. A Fier no se le da mal, pero tampoco bien, aunque siempre es mejor que nada. Por lo menos espero que haya buenos magos.

Suspiro y me paso las manos por el pelo, ahora graso del sudor y el ejercicio. Si les ha llegado el mensaje algo tendrán que tener. Lester y Cierzo parecen tener idea de lucha. Cierzo lo ha corroborado más que Lester, que es pura actitud, pero su arma ya dice mucho de entrenamiento y constancia si se siente segura llevándola. La pajarilla, Lluvia, ni siquiera sabía utilizar su arco. Camino con calma por la sala hasta la salida y miro hacia atrás. Lo cierto es que resultaría entretenido y un buen mantenimiento.

Cruzo la puerta en dirección a los baños.

*se va*

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Llego a la sala de entrenamiento. Llevo ropa cómoda, oscura, flexible. El cuerpo casi está bien del todo. Solo quedan heridas en mi cuello, en mis brazos y en el interior de mi boca. Fuera se percibe, ya sin cubrir, una zona algo más oscura que mi piel, violácea con algún matiz rojo: un hematoma nada envidiable que hiere más mi orgullo que mi cuerpo.
Inspiro profundamente y comienzo con el calentamiento. Primero troto un poco y hago diversos ejercicios suaves de saltos. No es bueno ejercitarse sin un calentamiento previo, pero tampoco tengo mucha paciencia y termino, aunque no sea muy apropiado, pronto con los ejercicios de brazos y piernas. Luego comienzo con un entrenamiento algo más duro.

Dedico un buen rato a una primera parte en la que me dedico a partir de un punto, inmóvil, y esprintar, alcanzando la máxima velocidad que puedo conseguir en el menor tiempo posible. Al llegar a una línea imaginaria, mi objetivo es cambiar de dirección lo más rápido y eficazmente posible, a la carrera.
No es extremadamente difícil, pero en un suelo embarrado como el del otro día, donde la adherencia es mínima la cosa se complica, por lo que me vendrá bien tanto entrenar mi velocidad como el hecho de poder cambiar de rumbo con eficacia.
Cuando me canso, pues esprintar fatiga bastante deprisa en comparación con otras acciones, descanso el cuerpo trotando nuevamente, alternando diversos ejercicios de piernas, como alzar las rodillas o llevar los talones atrás.

Tomo aire. Doy vueltas a los brazos, calentando los hombros. Luego hago lo propio con el cuello, girándolo lentamente, con suavidad. Bajo al suelo y hago algunas flexiones: no demasiadas, pues mi objetivo principal no es aumentar mi fuerza, sino poner en marcha los músculos de los brazos. Una vez los noto seguros, paso a la siguiente parte.
Voy a una esquina y arrastro una de varias colchonetas que tienen. Este suelo es muy incómodo para caídas y para que las articulaciones pisen. Una colchoneta demasiado blanda también lo sería, pero las que escojo parecen adecuadas. Pongo varias seguidas, creando unos seis metros de largo de acolchado.

Dejo la kusarigama en su funda, a un lado, contra la pared. Luego me pongo frente a las colchonetas y cierro los ojos un instante.
Mi especialidad es la agilidad, desde siempre. La gente sobrevalora la fuerza y la resistencia a los golpes, pero para mí nada de eso sirve de nada por sí solo. Si eres fuerte y fallas, mueres. Sin embargo, apenas hace falta fuerza para matar si se sabe como, por eso la agilidad me gusta.

Emprendo una carrera en dirección a las colchonetas. Al llegar a ellas doy un salto, apoyando un brazo con la palma abierta sobre la colchoneta, de forma que mi cuerpo, apoyado sobre el brazo, dibuja una media luna y acaba nuevamente de pie, sin mayor dificultad.
Las acrobacias apoyando las manos son bastante sencillas. La mitad del trabajo está hecho cuando le pierdes el miedo, aunque luego hay que perfeccionar la caída para no darse contra el suelo. Es más complicado hacer varias seguidas, pues el impulso no debe flaquear a partir de la primera, pero con práctica se puede llegar fácilmente a ello. Yo, por suerte, siempre fui flexible y ágil, lo que me facilita mucho esta clase de acciones.

*se queda practicando*

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El chrysos caminaba por los pasillos en dirección a ninguna parte cuando un ruido le hizo detenerse. Curioso, miró a los lados, intentando buscar el lugar del que provenía el sonido. No iba a hacer nada, ni estaba haciendo nada, así que estaba convencido de que descubrir qué era aquello sería mucho más interesante que vagar sin rumbo.

El sonido, similar al que hace uno cuando cae, provenía de la sala de entrenamiento, así que el chrysos dedujo que allí había alguien entrenando. Pese a que la sala de entrenamiento era uno de esos lugares que frecuentaba muy de vez en cuando, decidió acercarse.

Al llegar al lugar, se encontró con que la personas que estaba ahí entrenando, saltando sobre unas colchonetas, era Alehyss. El chrysos alzó las cejas, ligeramente sorprendido. Había esperado que la chica tardaría más en recuperarse, pero era evidente que se había equivocado: a primera vista, la chrysos parecía que estaba perfectamente bien, como si el suceso de la semana pasada no hubiese ocurrido.

Lyam cruzó los brazos y se apoyó en la pared que estaba al lado de la puerta. En silencio, observó a la chica.

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A mitad de un salto, identifico a alguien mirándome, por lo que al caer no vuelvo a mi posición para comenzar de nuevo. Lo miro, seria.

-Buenas -saludo, acompañando mis palabras con una leve inclinación de cabeza. Hago girar de nuevo mis brazos, relajando ligeramente los hombros-. ¿Cómo te encuentras?

Lyam me viene bien para obtener información de lo que pasó el otro día, de modo que mi entrenamiento ha terminado, según parece. Me doblo por la cintura y toco el suelo con las palmas de las manos, notando cómo se estiran los músculos de mis piernas. Encorvo la espalda hacia arriba, estirándola también. Tras unos segundos, me yergo y, con las manos en la cintura, me arqueo ligeramente hacia atrás.

Edad : 33 Mensajes : 2032

Lyam frunció levemente el ceño.

—Eh. Lamento si te he molestado —dijo, al ver cómo la chica parecía dar por finalizado su entrenamiento. Aunque, bien pensado, a lo mejor no lo lamentaba tanto. A fin de cuentas, si no quisiese hablar con ella, se hubiese ido y ahora mismo no estaría en la sala de entrenamiento.

Chasqueó la lengua y descruzó los brazos. Luego, sonrió y se acercó a la chrysos, que estaba estirando. Antes de hablar, la observó durante unos segundos.

—Yo estoy bien. —Se encogió de hombros—. Normal. —Ensanchó la sonrisa y la miró—. ¿Y tú? ¿Cómo estás?

No iba a decirle que había ido a visitarla sin éxito a la enfermería, pero realmente quería saber cómo estaba.

fdr (edit). pasa tanto tiempo en la sala común, que convierto todas las salas en la sala común.
hasta los jardines pueden ser la sala común.
hasta tú puedes ser la sala común.
todo es la sala común.

Edad : 30 Mensajes : 3185

Alzo el brazo derecho y lo doblo, haciendo que el antebrazo y el brazo tengan un ángulo de noventa grados. Entonces, con el izquierdo tiro ligeramente del codo, notando como el hombro y el brazo estiran. Hago lo mismo con el otro y lo repito varias veces.

-Tranquilo.

Me duele el cuerpo. No lo admitiré, pero todavía no me encuentro bien del todo. Son más magulladuras que otra cosa, pero hacía mucho que no me hacía tanto daño y mi cuerpo me lo echa en cara. No obstante, para estar mal hay que estar peor que esto.

-Estoy bien. Lo que me hice el otro día no son más que contusiones. Nada importante.

El interior de mi boca es, quizás, lo peor, pues la carne se partió con el golpe, y aún tiene algo de doloroso relieve, pero también está mucho mejor y apenas me duele. Así pues, me he dado el alta por completo.

Paso a estirar las piernas, haciendo diferentes estiramientos para cada parte. Noto cierto alivio al notar los gemelos relajarse.

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Hizo una mueca. Desde su punto de vista, aquellos golpes sí que habían sido algo importante. Probablemente no dejasen más que unos moratones, pero estaba convencido de que debieron haber sido dolorosos. Aunque, claro, él también estuvo convencido de que la chica necesitaría pasar unos días en la enfermería y ella misma le había demostrado que no.

—¿Seguro que estás bien? —inquirió, ligerísimamente preocupado. De reojo, miró las colchonetas y torció una sonrisa—. No sé. Si yo fuese tú, después de lo que pasó el otro día, no me pondría a entrenar. —Alzó las cejas. Luego, como si acabase de acordarse de algo muy gracioso, rió—. Bueno, siendo sinceros, creo que no me pondría a entrenar a menos que se alineasen las constelaciones y se produjese un eclipse y un volcán entrase en erupción mientras todo eso sucede. O a no ser que me obliguen, que es otra opción mucho más sencilla.

A lo mejor, pensó, debería sentirse algo culpable por ignorar de aquella forma tan descarada la sala de entrenamiento y todo lo relacionado con el entrenamiento. O tal vez debería sentirse culpable por haber hecho una hipérbole tan mala.

Edad : 30 Mensajes : 3185

Lo miro de reojo, estirando las palmas de las manos, parte importante en todos nosotros, tanto para sostener armas como para simplemente coger cosas. Luego paso a mover las muñecas en círculos hacia ambos lados. Es una articulación bastante frágil que con cosas como la que he hecho hoy puede dañarse y resultar muy inconveniente. Luego me acerco a él, mirándolo fijamente, como evaluándolo.

Tras unos segundos de silencio alzo mi pierna en un veloz movimiento lanzando una patada directamente a su rostro. Si no se aparta procuraré no darle muy fuerte.
Bien pensado, la capacidad de patearlo en la cara me gusta. Es una forma de demostrarle para qué más me sirve abrirme de piernas.

FdR- Eclipse a la vista XD

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El chrysos alzó las cejas y observó a la chica, que se había acercado a él y que, ahora mismo, parecía estar evaluándolo, en silencio. Lyam esbozó una pequeña sonrisa. No tenía muy claro por qué la chica parecía estar estudiándolo, ni tampoco por qué estaba tan callada. Admitía que aquel comentario había sido poco menos que horrible, pero ¿por qué se callaba? ¿Merecía su falta de originalidad ese silencio?

De pronto, comprendió por qué la chica lo miraba así. Rápidamente, al ver cómo la chrysos levantaba velozmente una pierna, Lyam retrocedió y alzó los brazos, sólo por si el golpe llegaba a darle. Afortunadamente no fue así.

Sonrió y bajó los brazos.

—Exijo una explicación.

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Dejo la pierna en alto, con la suela de mi calzado todavía apuntando a su cara. Tras unos instantes, flexiono la rodilla y bajo la pierna.

-Creo que ha habido un eclipse -le digo con sorna.

Realmente, me importa poco si sus hábitos de entrenamiento son sanos o no, pero que diga esa clase de cosas con esa calma me hace sentir la necesidad de hostigarlo. Al fin y al cabo, puede que algún día, aunque espero que no, mi vida dependa de sus habilidades para el combate, y entonces quizás me arrepienta de no haberlo hecho.

Me retiro un mechón de la cara, seria.

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Alzó las cejas, ligeramente sorprendido porque la chica no bajaba la pierna. Luego, cuando la chica habló, ya con la suela de su calzado lejos de su cara, volvió a sonreír. El comentario, de alguna forma, le había hecho gracia.

—¿Quieres entrenar conmigo? —preguntó, sonriente, más como una proposición que como una afirmación.

Realmente estaba convencido de que aquella proposición era una idea horrible, una idea que probablemente se llevase un premio a la idea más pésima que había tenido en toda la semana. Estaba seguro de que la chica era muchísimo mejor guerrera que él y de que él iba a quedar como una especie de patán (siempre y cuando aceptase, claro). Pero el ofrecimiento estaba hecho, y ahora no iba a retirarlo.

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En respuesta a su pregunta, voy hasta la pared y me quito el calzado, sin mediar palabra. Dejo mis zapatos junto a mi arma y regreso junto al chrysos. Lo miro a los ojos. Es algo más alto que yo, y seguramente más fuerte, pero no me resulta imponente. No me asusta.

-Las damas primero -invito, serena.

Retrocedo un paso. Más o menos nos separa un metro y medio. No sé qué clase de nociones tendrá en combate, pero nunca es tarde para averiguarlo. Tanto por si tengo que recurrir a su ayuda como si tengo que enfrentarme a él.
Nunca se sabe.

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