Sala de entrenamiento

Lyam observó cómo la chica se descalzaba y sonrió. Parecía que sí, que finalmente iba a entrenar. La idea, aparte de pésima, también se le antojaba divertida. No obstante, estaba casi seguro de que la chica se tomaría aquello mucho más en serio que él, que, a fin de cuentas, pasaba más tiempo en cualquier otro lugar que en la sala de entrenamiento.

—Muy graciosa, Lester —comentó, jocoso y sarcástico, al escuchar el comentario de la chrysos. Luego se acercó a la misma pared a la que se había acercado la chica y se descalzó, dejando los zapatos a un par de pasos de las cosas de la chrysos. Después, volvió sobre sus pasos y miró a Alehyss.

Frunció levemente el ceño, pensativo. Estaban separados por, más o menos, metro y medio, y la chica parecía no tener muchas ganas de acercarse. Él, para ser sinceros, tampoco: siempre que peleaba esperaba que el contrincante se acercase. Era una especie de manía suya. Además, teniendo en cuenta que estaba convencido de que a la chrysos le haría mucha gracia darle una patada en toda la cara, la idea de acercarse a Alehyss no era muy alentadora ahora mismo.

—Admito que no soy de los que se lanzan a combatir.

Sonrió inconscientemente. La idea de quedarse quieto tampoco era muy buena, así que, finalmente, decidió acercarse, no muy rápido y preparado para retroceder o esquivar cualquier tipo de golpe. Ni tan siquiera tenía pensado tomarse aquello en serio, así que ¿qué más daba?

Lo observo dejar los zapatos. Este gesto de buena fe por ambas partes facilitará que los golpes no sean especialmente dolorosos. Me alegra. No espero recibir ninguno, pero de hacerlo, y muy especialmente de ser este en la cara, me gusta más la idea de que al menos no haya una suela dura de por medio.
Su comentario sobre su tendencia a atacar o no hacerlo me hace, simplemente, encogerme de hombros.

En vez de aguardar, me impulso con la derecha y me lanzo a por su cuerpo, perfectamente recta. Mi objetivo es placarlo y aprovechar mi inercia para agarrar su cuerpo, enredar mi pierna en la suya y desequilibrarlo tirando de ella para hacerlo caer.
Es más fuerte que yo, lo más seguro, pero no puede pesar mucho, y su fuerza me preocupa menos que su peso.

Para su sorpresa, la chica decidió moverse y acercarse a él. Al verla venir, el chrysos esperó unos segundos (no demasiados, pues suponía, por lo que había visto en aquel lejano combate con las bestias y en los demás, que la chica era más veloz y más o menos igual de ágil que él) y se apartó a un lado, esquivándola. Retrocedió un par de pasos.

—Pensé que ibas a esperar.

Sonrió. No tenía intención de hacer mucho más que esquivar y retroceder. No quería pegarle ni nada por el estilo. Además, dudaba que fuese fácil darle un golpe a Alehyss Lester.

No me sorprende en exceso que esquive un ataque tan directo. Si lo hubiera tumbado me hubiese sentido orgullosa, pero sería una demostración de habilidad muy pobre por su parte. Vuelvo mi cuerpo por completo hacia él, inexpresiva, sin aparentar agresividad alguna pese al reciente ataque.

-No recuerdo bien lo que pasó al final la otra noche -. Tuerzo el gesto. Recordar mi final es desagradable. Si bien estaba consciente, no lo parecía-. Quizás pudieras aclarármelo.

Aguardo unos instantes, esperando que me responda. No es el único al que puedo preguntar, pero está aquí y me resulta más cómodo.

El chrysos alzó las cejas, sorprendido por el repentino interés de la chica en los sucesos de la otra noche. No le sorprendía que le preguntase, sino que le estuviese preguntando mientras, en teoría, "entrenaban". Había esperado que la chica siguiese atacando.

—Claro que puedo. —Sonrió. Luego, aprovechando que iban a hablar, se acercó un poco a ella, todavía pensado en el combate que estaban teniendo. No tenía pensado pegarle, pero tampoco pretendía estar excesivamente lejos de ella. La miró—. El líder parvus, Nagorr Brumm, llegó y se dirigió al otro hombre al que, por cierto, conocía. Lo llamó Sanders y, en fin, yo diría que se habían visto antes.

Dio un par de pasos más hacia delante, todavía mirando a la chrysos.

—Me ordenó, el líder parvus, que fuese a coger al chaval. Le hice caso y, después, ya con el chaval entre nosotros, nos fuimos gracias a un hechizo o algo por el estilo. —Ensanchó la sonrisa—. Era una especie de tormenta de arena.

Escucho sus palabras con atención mientras lo veo acercarse. Recordaba algo así más o menos, si bien más caótico. Está bien saber que coincide. Aunque ello me despierta varias dudas más. Más concretamente, sobre la identidad del niño y del tal Sanders.

-¿No dijo el líder el nombre del crío?

Ello no es realmente un problema. Ni siquiera sé si el niño sigue en palacio o si era alguien realmente importante o, simplemente, un chico secuestrado, como Silvanus.
Doy un paso hacia Lyam, acercándome a él, y agarro sus brazos con las manos, sin mucha presión, pero de forma estable, un poco por encima del codo..

Negó con la cabeza.

—No, pero dijo que el chaval llevaba mucho tiempo desaparecido. —Compuso una mueca—. Está claro que el parvus también conoce al crío. O, al menos, conocía su situación. Y me atrevería a decir que también era consciente de que estábamos combatiendo contra esa gente. —Se encogió de hombros. Luego, como si acabase de recordar algo, añadió—. El chaval es un claritas, por cierto, de la edad de Massen Dew más o menos.

Durante unos segundos, pensó en añadir algo más, pero la chica se acercó, así que decidió dejar lo que le había dicho Inger para después, concentrado, de nuevo, en el entrenamiento. Alzó las cejas cuando la chrysos le agarró los brazos, un poco por encima del codo, y, sin saber muy bien por qué, decidió agarrarle la cintura. No tenía muy claro que iba a hacer, pero de pronto estar agarrado a ella se le antojó... Seguro.

Parece que no tiene mucha más información que yo. Tiene detalles útiles, sí, pero me temo que solo el líder Brumm o el propio niño claritas tendrán la información que deseo. Y las palabras del chrysos no hacen sino aumentar mis ganas de saber. Es frustrante, pero no puedo hacer más por el momento. Quizás si me encuentro con el líder y pregunto obtenga algo, pero lo mejor será averiguar si el niño sigue aquí. No se me da bien tratar con niños, pero seguramente sea más fácil sonsacarle algo a un chaval joven.

Con los brazos de Lyam firmemente agarrados me muevo ligeramente a la izquierda y, rápida, deslizo mi pierna derecha tras la suya, empujándola hacia delante y, al mismo tiempo, empujando con mi brazo derecho su cuerpo con intención de tumbarlo nuevamente. Sin embargo, antes de que termine el movimiento, él me agarra la cintura (es un gesto poco combativo, lo cual me hace enarcar una ceja) y cuando finalizo el movimiento caigo arrastrada por sus brazos. Logro detener mi caída antes de darme de bruces contra él extendiendo las manos y apoyándome en ellas.

-Muy gracioso -digo, aún alzando la ceja.

En combate real mi movimiento hubiese sido más ágil. De saber que iba a hacer algo tan estúpido como agarrar mi cintura hubiese terminado antes.
No se puede entrenar poco en serio. No es interesante.

FdR- Lo peor es que yo no sabía que ibas a hacer eso, maldita ¬¬ Iba a quedar tirándolo al suelo tan pro.

El chrysos sonrió, jocoso, y miró a la chica, alzando mucho las cejas.

—¿Gracioso? ¡¿Yo?! —inquirió, con un tono extremadamente teatral, casi dramático, como si no se creyese que lo estuviesen acusando. Luego frunció el ceño y rió—. Por favor, Lester, has sido tú quién me ha tirado. —Suspiró—. Yo me he limitado a agarrarme a lo primero que vi que, curiosamente, eras tú.

Esbozó una amplia sonrisa y, con cuidado, le apartó un mechón de la cara y, luego, rodeó su cintura con los brazos. La miró.

Fdr. esto es como en titanic: si yo caigo, tú caes!!!...

Oh, wait...

Lo miro unos instantes, tras los cuales aparto ligeramente la mirada. Es el mayor gesto que hago de desconcierto, pues en ningún momento mi rostro muestra alguna emoción semejante: extrañeza, pudor, reparo... Simplemente me mantengo estoica e imperturbable.
Noto sus dedos al rozar mi piel, apartando un mechón de mi cara. Quizás ese gesto, recurrente en mí y a veces en otros, me haga planear una nueva forma de recoger el pelo, pues en combate un mechón no debe estorbar.

-Creo que se ha hecho algo tarde -. Lo miro de nuevo-. Y quisiera ducharme antes de ir a descansar.

Soy consciente de la situación y de sus posibles finales. Cuando hablo no lo hago agresivamente, sino serena.

Frunció levemente el ceño.

—Tampoco es tan tar...

Suspiró, dejando la frase a medias. Podía insistir, pero ¿para qué? Además, ni tan siquiera le gustaba insistir.

Chasqueó la lengua y apartó la mirada, dedicándose a admirar una de las hermosas e interesantes paredes de la sala de entrenamiento. Soltó a la chica, apoyó las manos en el suelo y, después, volvió a mirarla, sonriente, casi jocoso.

—¡Fuera ahora mismo! —exclamó, indignado, con un tono tan teatral como el que había usado antes. Luego, movido por un deseo infantil (realmente alejado de lo que realmente quería hacer), comenzó a buscarle las cosquillas a la chica, esperando que, al encontrarlas, se apartara. Pero, para su sorpresa, no encontró ni rastro de las cosquillas. Lyam, al ver como su infantil plan fracasó, miró a la chica, fingiendo enfado.

—¡¿No tienes cosquillas!? —Frunció el ceño—. Por Mithos, Lester.

Luego sonrió, esta vez sinceramente, y le mostró las palmas de las manos.

Suspiro. Ha sido ciertamente difícil. Hacía mucho que no rechazaba a un hombre, lo cual dice mucho de mí, y no precisamente bueno. Por otra parte, llevo unos días, más incluso, sin buscar de esa clase de contacto. Si bien es raro en mí, y así lo siento, no me siento incómoda por no querer sexo. Rara sí, pero no incómoda.

-No tengo cosquillas, aunque supongo que esa sorpresa indica que tú sí.

Esbozo una mínima sonrisa y me pongo de pie. Le tiendo la mano para ayudarlo a levantarse. Luego voy a por mis cosas.

Ensanchó la sonrisa.

—No era sorpresa: era indignación. —aseguró, sonriente. Luego, tras unos segundos en silencio, concedió—. Pero sí, tengo cosquillas, como todo el mundo salvo Alehyss Lester.

Rió suavemente y observó cómo la chica se levantaba. Después, agarró la mano que le tendía y se puso en pie. Le sonrió.

—Gracias.

Estiró los brazos; suspiró. Luego caminó hasta la pared donde había dejado sus cosas y se calzó, al igual que la chrysos. Cuando ambos terminaron, abandonaron la sala de entrenamiento.

*se van*

Aunque no me había ido mal del todo en la lucha de los mercenarios (si considerábamos que había salido ilesa del encuentro) no había quedado en absoluto contenta con mi actuación. Había sido incapaz de hacer nada más allá de distraer a aquel hombre enorme, y ni siquiera me había preocupado de medirme con el otro. Para colmo, la llegada de Nagore al prado con Loksass me había hecho darme cuenta de lo abandonada que tenía mi arma. O, más que hacerme darme cuenta, me había hecho sentir culpable al respecto.

A mi llegada a Brontë, Loksass constituía para mí un instrumento esencial, tanto para la guerra como por orgullo y amor a mi padre. Pero el tiempo había ido pasando, y yo había ido dejando de lado mi cerbatana. Por una parte, porque había ido descubriendo que resultaba inútil en gran número de ocasiones; por otra, porque me sentía más cómoda y desenvuelta con la magia. Y, aunque me pesara, no debía olvidar que me había desvinculado aún más (si es que era posible) de mi padre.

Así pues, aunque llegué a la sala de entrenamiento con intención de retomar el entrenamiento con mi arma, rechacé la idea en el momento mismo de conjuré un nairea. ¿Realmente tenía sentido? No mucho. Sabía (o creía) que mi padre había puesto un gran empeño en aquel arma, pero eso no me animaba a usarla. Así pues, acabé por dejarla en un rincón, dentro de aquella carcasa que una completa desconocida me había regalado por mi cumpleaños (también con mucha ilusión y empeño, al parecer) y me alejé en busca de una zona donde calentar.

Tras mis estiramientos, que combiné con una renovación constante del nairea, en parte para asegurar un entorno poco visible y en parte porque me gustaba que el ambiente fuera más húmedo, me levanté y dispuse la sala a mi gusto. En un principio, me limité a golpes desde una posición estática, aumentando las distancias y cambiando mis objetivos (tablas, muñecos de madera, dianas...).

Sin embargo, aunque el disparar con un nairea envolviéndome suponía dos ventajas (por una parte, debía concentrarme en varios hechizos a un tiempo y por otra me obligaba a trabajar con menor visibilidad), acabó por parecerme inútil, incluso después de haber empezado a combinar objetivos en una serie de lanzamientos seguidos. Así pues, acabé por crear un circuito que me obligase a correr, saltar o arrastrarme por el suelo al tiempo que atacaba; si mis oponentes no se movían, tendría que moverme yo.

*Se queda entrenando*

Después de varias horas en las que fui aumentando la dificultad de mis ejercicios, acabé por dejarlo estar, agotada. Era más que suficiente. Recogí a Loksass y me fui, deseando darme un buen baño para relajarme.

*Se va*

Entro en la sala. Ya estoy recuperada por completo, por lo que mi cuerpo responde a la perfección. Sin embargo, tras lo sucedido aquel día en el enfrentamiento contra los mercenarios he decidido que mi entrenamiento tiene que aumentar a todos los niveles.
Nada más llegar, dejo mi arma en su funda a un lado y caliento un poco los brazos y los hombros, haciéndolos girar sobre su eje repetidas veces a una velocidad normal. Hurgo entonces en mi bolsillo y saco varios clavos de metal. No son muy grandes ni muy pesados, pero me bastarán para entrenar lo que quiero.
Desperdigo los clavos por el suelo a diferentes distancias, generando una especie de circunferencia irregular a mi alrededor. Observo mi obra, conforme, e inspiro profundamente.
Extiendo la mano derecha y me concentro.

-Sakröm –siseo, apuntando con la mano a hacia uno de los clavos.

El clavo se mueve ligeramente, así que aumento mi concentración. Nunca se me ha dado muy bien la magia (pierdo fácilmente el control) y este hechizo no suelo utilizarlo, por lo que me resulta más complejo de realizar.
Tras largos segundos de arrastrarse por el suelo, el clavo llega junto a mis pies.
Mi mano, crispada, trata de atraerlo hacia arriba. El clavo, incapaz de avanzar más, comienza a bailar en el sitio, dando lentas vueltas sobre sí mismo hasta que se pone en pie sobre su base perezosamente. Queda lo más difícil: alzarlo del suelo.

-Sakröm –repito, como si con ello fuese a doblarse el efecto del hechizo.

Lentamente el clavo se despega del suelo y sube hacia mi mano, deleitándose con la lentitud de su desplazamiento. Debería resultarme más fácil, pero llevo sin practicar este hechizo tanto tiempo que la falta de entrenamiento hace mella en mí. Sin embargo, al final logro hacerlo ascender y lo sujeto, guardándolo en el bolsillo.
Miro a mi alrededor, observando el resto de clavos.

Ahora el resto.

*entrena un rato y luego se va*

Entro en una habitación extraña. Por lo que contiene, debe de servir para entrenar.
Cierro la puerta tras de mí y me interno en ella con pasos curiosos. No parece un lugar en el que me pueda perder, y todavía hay luz... Sonrío. Todo parece marchar según lo previsto. Hoy no me pasará nada peligroso. Espero, al menos...

Me acerco a una especie de muñecos de madera, confuso. ¿Para qué servirán? Luego me aproximo a un cajón lleno de armas y voy tocándolas, una a una, distraído. Una brillante espada me llama la atención. Es grande, mide poco menos que yo. Agarro la empuñadura con fuerza y la extraigo tirando, trastabillando hacia atrás cuando es mía por completo. ¡Cómo pesa...! Pero es muy chula... Me pregunto si daré la impresión de fuerte guerrero con ella en las manos.

*se queda jugando con la espada*

Lluvia paseaba contenta por los pasillos. Siguiendo las instrucciones que Fier le había dado ayer, había barnizado el marco por la mañana temprano, antes de desayunar. Para no molestar a sus compañeras, se había ido a otra sala, donde permaneció hasta que el barniz secó; después, había recogido las cosas y había vuelto al dormitorio, dejando el marco en su mesilla. Ahora sólo le faltaba conseguir el cristal y colocar el dibujo. Aquello era más sencillo, pero también tenía su complicación: para comprar el cristal tenía que ir al pueblo, pero no se atrevía a ir sola; no concía el lugar, y temía perderse entre las callejas del pueblo. Y ella no quería perderse.

Al girar por un pasillo, se encontró con una zona de palacio que no recordaba haber visto antes y suspiró. Si no podía orientarse bien dentro del palacio, ¿cómo podría orientarse en un pueblo? ¡Aquello era imposible! Acabaría perdida, durmiento en mitad de la calle con sucios mendigos. La idea le hizo esbozar una mueca.

Estando desorientada como estaba, decidió que podía aprovechar que no conocía aquellos pasillos para explorar las salas que había por ahí. Con decisión, abrió la primera puerta que vio y se adentró en la estancia, sorprendida por lo que acababa de encontrarse: un niño estaba sosteniendo una espada, sin ningún tipo de supervisión cerca.

—¡Su-Suelta eso! —chilló, desde el marco de la puerta, preocupada por el niño. ¿Qué hacía con la espada? ¡¿Quién le había dejado la espada?! Ella no sabía mucho de armas, pero sabía una cosa: las espadas cortaban.

Un grito me sobresalta y a punto estoy de soltar el arma que llevo asida entre las manos, que baila peligrosamente entre ellas antes de que logre estabilizarla. Una vez salvada mi vida, me vuelvo hacia ella con cuidado y sonrío como puedo, algo nervioso.
Me acerco con pasos pesados a la pared y deposito la espada contra ella con dificultad. Su peso me hace difícil el manejarla. No es un arma para mí, desde luego. No podría atacar más de una vez.

Suspiro, cansado, y la miro sonriente. La saludo con la mano algo tímido. Es ya la segunda aether que veo desde mi llegada. ¿Habrá más?

Lluvia soltó un grito y se tapó los ojos con las manos al ver cómo la espada se movía peligrosamente entre las manos del muchacho. Con la cabeza gacha y los ojos cerrados y tapados con las manos, aguardó durante unos segundos a que lo que fuese que pudiese pasar y luego separó los dedos y entreabrió los ojos, nerviosa y algo asustada, pero preparada, de alguna forma, para llamar a quién fuese en caso de que el muchacho se hubiese quedado sin dedos. Por suerte (especialmente para él), no había pasado nada: el niño seguía sosteniendo la espada con todos los dedos de las manos y esbozando una especie de sonrisa. No había sangre ni tampoco ningún dedo del pie desperdigado por el suelo. El muchacho estaba completamente entero, sano y a salvo.

Lluvia suspiró y contempló cómo el niño dejaba la espada contra la pared. Luego lo miró a él y, tras unos segundos de observación, movió la mano derecha a modo de saludo. Se preguntaba por qué un niño de ¿doce? ¿trece? años estaba jugando con una espada. ¿Acaso no sabía que era peligroso?

—Hola.

Suspiro de nuevo. La verdad es que visto desde fuera ha debido de ser bastante intenso. La chica parece preocupada. Eso me hace sentirme algo mal. Yo solo estaba curioseando, pero no quería preocupar a nadie.
Me acerco a ella y saco mi pizarra. Escribo mientras ando. Luego, se lo enseño.

"Todo bien, tranquila."

Sonrío. Me señalo la garganta y niego, a modo de explicación. Luego borro lo escrito y escribo de nuevo.

"Soy Jun."

Le tiendo, tímido, la mano.

Lluvia retrocedió un par de pasos cuando el muchacho se acercó a ella y frunció levemente el ceño, desconfiada, mientras el niño sacaba y comenzaba a escribir en una pizarra. Aquel chico era muy raro. Era cierto que ella no sabía mucho de chicos, pero dudaba que los niños normales cogiesen espadas y escribiesen en pizarras mientras caminaban.

Cuando el chico giró la pizarra, Lluvia leyó lo que había escrito en ella y frunció más el ceño, confusa. ¿Por qué había escrito eso en lugar de decirlo? La aether alzó la vista y observó al muchacho, esperando alguna explicación. Cuando esta llegó, con el chico señalándose la garganta y negando, Lluvia no pudo evitar sentirse un poco mal. Había tomado a aquel muchacho como alguien extraño, raro, y realmente lo único que peculiar que tenía era que no podía hablar. Y aquello no era, sin duda, motivo para mostrarse tan rehacia a estar cerca de él.

Volvió a leer lo que había escrito y asintió, levemente sonrojada. Su comportamiento, de alguna forma, la había avergonzado. ¡Esos no eran modales! ¿Dónde se los había dejado? Pensó en qué dirían sus padres y sintió que había sido muy descortés.

—E... Encantada... —murmuró, estrechándole la mano con timidez—. Yo soy Lluvia... Y, eh, siento lo de antes.

El tacto de la mano de la chica es suave. Mis manos también son suaves, fruto de no haber trabajado nunca con ellas. Su timidez también me recuerda mí, en cierto modo, y me hace ruborizarme ligeramente.
Niego ante su disculpa, quitándole toda la importancia, pero escribo en la pizarra de todas formas.

"No sé a qué te refieres."

Borro y repito el proceso. Comunicarse así es lento.

"No has hecho nada"

Apoyo las palabras con una sonrisa. Supongo que esa imagen es la que doy yo, también, pues mi timidez puede llegar a hacer que me disculpe más veces de lo debido.

Lluvia se pasó una mano por la nuca y esbozó una sonrisa, avergonzada. ¿Se había disculpado sin motivo? ¿O simplemente no se había dado cuenta de que se había alejado de él justo cuando se acercó? A lo mejor no lo tomaba como una falta de respeto y por eso escribía que no entendía lo que le decía. Y en ese caso, ¿debía explicarse o dejarlo correr? Una parte de ella opinaba que podía dejarlo estar, porque, si no se había ofendido o no se había dado cuenta, no tenía porqué por el que disculparse; otra, por el contrario, le instaba a decírselo.

—Es que antes retrocedí cuando te acercaste y, bueno, supuse que debía disculparme porque no son modales —confeso finalmente, en voz baja y con la cabeza gacha. Luego se encogió de hombros y miró al muchacho. Se preguntó cuántos años tenía. No parecía muy mayor (sin duda, no parecía lo suficientemente mayor como para manejar una espada)—. ¿Qué hacías con la espada? Mis padres siempre me han dicho que esas cosas son peligrosas...

Niego de nuevo. No tiene motivo alguno para disculparse y, aunque se ponga cabezona, no pienso concedérselo. Ni me ha incomodado ni me ha ofendido. Disculparse en estos casos sobra.
Su pregunta sobre la espada... Ladeo ligeramente la cabeza y río. De mi boca no sale más sonido que el del aire al salir, pero es visible que río.

"Era chula", escribo sin más, mostrándole el texto con una amplia sonrisa.

El abuelo nunca me hubiera dejado coger una espada. Seguramente, de haberme visto, habría montado en cólera y me habría castigado sin cenar. Casi oigo su solemne voz... Aquí, sin embargo, nadie va a incomodarse conmigo mientras no destroce cosas, creo...

Lluvia observó cómo el muchacho abría la boca para reírse. Pese a que no emitió sonido alguno, era evidente que se reía, y eso, de alguna forma, hizo que la aether se entristeciese un poco. No conocía al muchacho, sólo sabía su nombre, pero aquello le daba pena.

Cuando leyó lo que escribió, no obstante, no pudo hacer otra cosa que fruncir levemente el ceño. ¡Era chula no era un argumento! Las espadas cortaban. ¡Cortaban mucho!

—Pero las espadas son peligrosas —insistió, y nada más decirlo se sintió como si fuese una señora mayor y cascarrabias que no dejaba que la gente se divirtiese. Decidió añadir algo más—: Aunque sí que parece chula.

Eso, pensó, sonaba más a adolescente que a señora. Sonrió.