Explorar las Islas Memphyis [Misión]

Participantes:
Cassandra

Llevaban semanas de navegación en busca de las Islas Memphyis, también conocidas como las islas invisibles. El Purgatorio surcaba velozmente las aguas de Fulmen, hasta que la voz del vigía indicando la proximidad de tierra llevó a la capitana a ordenar que recogieran la mitad del velamen, con intención de aminorar la marcha. Hizo llamar al contramaestre, que se presentó ante ella sumiso y aterrado.

-¿Y bien? -se limitó a decir Bocanegra, con una ceja alzada, mirando al chrysos con expresión inquisitiva.
-E-éstas son, mi señora capitana -balbuceó el hombre, señalando hacia proa, a las islas que se veían a lo lejos, sin dejar de mirar ni un instante las brillantes botas de su superior-. Las Islas Memphyis.

Bocanegra esbozó una media sonrisa, que pronto se tornó en una dura expresión de desprecio, rematada por un brusco escupitajo al suelo.

-¡Basura! ¡Basura, te digo! -gritó, agarrando al hombre de las solapas de la camisa-. Vete a contar a otro tus cuentos de viejas, imbécil. ¿Dónde se han visto unas islas invisibles que uno pueda ver? ¡Hombre tenías que ser para decir semejantes gilipolleces! ¡Bah!

De un empujón lo estampó contra el suelo, y allí quedó el marino, temblando. Tras un motín, en el que la capitana había castigado de forma atroz al líder del mismo, nadie se había vuelto a atrever a mirarla siquiera a los ojos. Cabe decir que el principal amotinado ya no se contaba entre la tripulación.

-Pe-pero es verdad, mi señora, se lo juro por mi santísima madre, que Mithos la guarde -se atrevió a replicar el chrysos, besando un colgante que llevaba al cuello de forma atropellada-. Las islas se desaparecien a placer. Cómo sino las iban a haberlas perdido los piscis del su conteniente. Con el su debido respeto, mi capitana -tragó saliva, sin moverse. Bocanegra lo observó un rato en silencio, como pensando qué hacer con aquel trozo de piel y huesos.
-Está bien -concedió finalmente, dejándose convencer-. Reúne a esas pescadillas. Que echen el ancla junto a aquel peñón. Y que me preparen un bote.

Ambas órdenes se llevaron a cabo con la mayor diligencia. Ya el bote preparado con todas las provisiones, Bocanegra se acercó a él y, sin subirse aún, escrutó los rostros de los marines que le quedaban. Once en total.

-Escuchadme bien, panda de ratas sin pelo -comenzó su discurso-. Los que sepáis contar, sabréis que hay en este barco un total de doce personas en este momento... Si se os puede llamar así. Son exactamente las necesarias para manejar el Purgatorio. Por otra parte, el único cerebro pensante y los conocimientos más profundos sobre el barco me los llevaré yo a esa isla. Si alguno de vosotros, por casualidad, decide prescindir de mí e intentar poner en marcha el navío, lo cual os puedo asegurar que no tendrá éxito, lo pasaré por la quilla cuando vuelva hasta dejarlo sin pellejo -escupió sobre la cubierta, con todo el desprecio que fue capaz de reunir-. Comportaos como los perros sarnosos que sois cuidando el navío como se merece. Y limpiad esto.

Y tras estas palabras, montó sola en el bote, que fue echado al agua, y tomando los remos avanzó hasta la isla más cercana.

FdR.: Comienza la misión en la playa. Puedes escoger qué es lo que hay entre las provisiones, pero no llevas contigo ningún tripulante. Buena suerte, grumete.

Miró a todos de refilón, y cuando le tocó el turno al onceavo, entornó los ojos y cogiendo su índice y su corazón, se los llevó a los ojos para luego apuntar los mismos a los ojos del jovencito. Luego rió sonoramente.
El bote fue preparado y ella descendió con él, portando consigo un par de botellas, una de ron y otra de whisky; una soga gruesa, y una bolsa con tinta de calamar, todo ello atado en su cinturón. Sin olvidar, por supuesto, a Korvas, que daba saltos de alegría dentro de su funda de cuero malo, preparada y ansiosa de vivir junto a su segunda dueña un sinfín de aventuras.
Ya era hora.
Bocanegra remó durante unos metros y luego la fuerza de las suaves olas hicieron lo propio, arrastrando al bote hasta la arena.
Descendió de un salto y sus recias botas de tacón apuñalaron la dulce y suave arena, haciéndole perder un poco el equilibrio.- Puta arena...- masculló, caminando con los brazos separados los primeros veinte metros de playa, pero llegó un punto que se le hacía demasiado incómodo caminar así, por lo que decidió, de una soberana patada al aire, lanzar su bota derecha por los aires y hacer con la izquierda lo propio- Ahora sí- dijo contenta, recogiendo sus dos prendas para acomodarlas en una piedra, junto con su sombrero.
Se acercó pues a la orilla y decidió dos cosas: la primera es que dejaría enterrada en la misma la botella de Whisky para que cuando volviese de dar una vuelta, seguramente cansada, tuviese algo fresquito que echarse al gaznate. El agua de mar mantendría el licor muy frío y el estar hundido en la arena impediría que la corriente se lo llevase.
Una vez enterrada por completo, cargó una gran piedra y la puso encima de su preciado botín para no perder su posición y después de dar un jadeo de cansancio pero también de aprobación, decidió que su primera tarea había concluido con éxito. (FdR: Cassandra y su orden de prioridades).

Se vio los pies sumergidos en arena y agua fresca y sonriendo como una niña -pues ahora estaba sola y hacía lo que le daba la gana- liberó sus membranas de los pies y las movió gustosa, haciendo lo mismo con las de sus manos y sus orejas caeruleus, dándole un aspecto realmente amenazador, pues sus membranas de las orejas eran bastante más grandes de lo habitual y sus terminaciones rojizas le daban un aspecto bastante peligroso. Con todo su ser desplegado, dejó de ver el inmenso mar para darse la vuelta y ver algo que le gustó ya un poco menos: la espesa jungla. - Ogh... que coñazo- dijo dejando caer pesarosa su cabeza hacia atrás, con la boca abierta y viendo hacia el cielo.
Así estuvo un par de minutos, retrasando lo inevitable, hasta que al final decidió que lo mejor sería ponerse en marcha y dejar la playa para investigar algo. Al fin y al cabo, era una privilegiada estando en aquel lugar, por lo que con cara de perros, salió del agua, se calzó y se tapó la cabeza de los fuertes rayos de sol y Korvas palpitó en su funda, de modo que Bocanegra no tardó en desenvainarla para quitar de en medio cualquier elemento vegetal o carnoso que se interpusiese en su camino.

*se pierde en la jungla explorando por aquí y por allá*

Entornó los ojos y se agarró el sombrero para que no saliese volando debido a la fuerza de los pulmones de la bestia, que le llenó los oídos de un sonido grave y horrible y le cubrió con algún que otro escupitajo caliente su cara.

Poco tiempo tuvo para reaccionar, pero pudo salvar el pellejo de la llamarada que salió de las fauces del monstruo y que puso al rojo la pared del fondo. Sin embargo, las plumas de su sombrero no tuvieron la misma suerte que la integridad de su dueña, pues sus puntas fueron chamuscadas, no mucho, pero lo suficiente como para emitir cierto olor a chamusquina.

Ella se quitó rápido su sombrero para valorar los daños y al verlo dañado, señaló al monstruo con su índice- ¡TÚ! ¡BESTIA REPUGNANTE! ¡CÓMO OSAS!- le escupió y, al tiempo que la bestia se alzaba sobre dos patas y se abalanzaba hacia ella, la mujer no se quedó atrás, y se atornilló su sombrero a la cabeza, dispuesta a matarlo con sus propias manos, de modo que, como si de una gata se tratase y al grito de: "¡¡NADIE DESTROZA EL TRAJE DE LA CAPITANA BOCANEGRA!!" se lanzó dispuesta a matarlo con sus propias manos y a mordiscos si hacía falta.

Justo cuando las manos de ella y las fauces de la bestia iban a encontrarse, Bocanegra no pudo frenar a tiempo sin evitar chocarse con el cadáver de la bestia, que certeramente había sido atravesada por un arma de gran envergadura.
La Capitana se revolvió entre el cadáver, y se levantó a duras penas, dolorida por semejante topetazo, y le dio con el sombrero chamuscado en la cara y luego una patada en un ojo. -Jódete, a ver si aprendes -dijo con rabia.
En medio de sus palabras, escuchó risas y cuchicheos gracioso que se perdían por la selva, de modo que ella alzó la vista e hizo vibrar sus orejas para localizar rápidamente su dirección.

Pero antes, recogió el recado que venía con el arma y lo leyó en alto -Los hombres de Kane, hijo del Diablo, dan la bienvenida a la mujer pez a la Isla del Contrabandista, y le agradecen la ofrenda dejada en la play... HIJOS DE PUTA -chilló mientras echaba a correr en su dirección-. ME HABÉIS ROBADO. DEVOLVEDME MI BOTELLA. ¡AHORA! -dijo persiguiéndolos como una posesa, intentando no perderles el ritmo ni la pista.

¿Quién era ese Kane y porqué mandó hombres a ayudarla? ¿No era aquella una isla desierta tal y como había pensado la mujer? ¿Isla del contrabandista? ¿Quién era el contrabandista? ¿Kane?

Un millón de preguntas sin respuesta cruzaban su magín tan fugazmente como ella cruzaba la isla, en busca de respuestas.

Korvas, tan furiosa - o quizá más- que su dueña, desmembraba todo a su paso para que las ya fangosas botas de Bocanegra no topasen con ningún tipo de bache u obstáculo que entorpeciese su camino. Pese a todo, el terreno desigual, a veces fangoso, a veces rocoso, a veces cubierto de verdín; hacía que el avance visto de La Capitana visto en tercera persona tuviese ciertos tintes graciosos.
Su cara era un poema, más bien una odisea en la que sus ojos reflejaban su furia; sus labios, la voz atronadora de la venganza y sobre todo rabia. Demasiada. Sin embargo, sus pensamientos, ocultos en su cerebro e invisibles estaban cargados de dudas y porqué no decirlo, de una cantidad de miedo a lo desconocido bastante abundante. Sin embargo, nunca lo reconocería abiertamente.

Sus pasos la llevaron a oler el mar de nuevo, por lo que sus instintos primarios se vieron algo sofocados y tranquilizados, pues inconsciente y lógicamente La Capitana se sentía mucho más cómoda cerca del mar. Sin embargo, la idílica playa había dejado de ser una playa para convertirse en un campo. En un campo de nabos, para ser más explícitos, pues estaba repleta de algunos hombres que sonreían maleficientemente, mientras que otros simplemente la miraban con rostro serio.

Ella se quedó estática, con las piernas separadas y respirando entrecortadamente, realmente agotada debido a la carrera. Apoyó sus palmas en sus rodillas, algo flexionadas, mientras los veía con desprecio y entre jadeos cansados, comenzó a hablar- No necesitaba vuestra ayuda, putas.- dijo ya recuperando la compostura. - Capitana Bocanegra.- dijo escupiendo con asco al suelo, imaginando la cara de todos ellos justo debajo.

Se rieron de ella y como si de un acto reflejo se tratara, su sangre comenzó a burbujear en sus entrañas de ira e impotencia. Se metían con ella sin cuartel, hablando de una muchacha a la que la Capitana no le prestó atención, pues su rostro estaba bajo, ensombrecido.
Nadie sabe aún cómo los dientes de la Capitana soportaron aquel día la presión a la que sus mandíbulas ejercieron sobre ellos, pues nunca había llegado a tal grado de molestia y enfado.

Escuchó a duras penas lo que el caeruleus decía, pues los latidos de su corazón eran tan fuertes que casi no podía escuchar nada más que su ira, pero logró, sin embargo, entender que la iban a dejar allí sola. Volvieron a nombrar a Kane, pero ahora eso poco le importaba.
Tuvo una reacción contradictoria: por una parte, quería que la dejasen sola para poder tranquilizarse; por otra parte, no quería volver a quedarse sola en aquel lugar no por el mero hecho de no saber a donde ir ni qué hacer, sino porque ahora sabía que había una panda de babosos que la observaban y esa idea no le gustaba ni atraía nada.
Pero lo que no iba a hacer es pedir ayuda o irse corriendo como una niñata detrás de ellos. NO.
Decidió pues buscar una argucia, una excusa, algo; para que la llevasen con ella, por lo que su - a veces no muy inteligente intelecto- le llevó a la idea de que si les atacaba, la llevarían ante Kane, y así descubriría su base secreta y quién parecía dominar la isla.

No lo dudó ni un solo segundo. Además: nadie se iba de rositas después de reírse abiertamente de Bocanegra y, pese a que le superaban en número, lanzó un fuerte Aquaerum a uno de los que se habían reído de ella directos a su nuca, con el fin que explotase en ella, para luego salir corriendo en dirección a ellos con Korvas desenvainada al grito de: - SOY LA CAPITANA BOCANEGRA, NADIE -repito- NADIE SE BURLA DE SEMEJANTE TALENTO DE LOS MARES- chilló rabiosa, abalanzándose contra el grupo.


FDR: ... *facepalm* loca de mierda.

Korvas mordió con gusto y ansias, dejando escapar un suspiro de placer, como si fuese la más jugosa magdalena aquella espada rival, pues hacía mucho tiempo ya que no rechinaban sus filosos dientes contra otra del mismo calibre.
Sin embargo, aquel regusto dulce que tanto gustaba a la Capitana como al sable, sabroso en un principio, rápidamente se volvió cálida hiel, de modo que el giro de muñeca del caeruleus se transformó el combate en uno con un regusto más bien de bilis que de placer.

Sus piernas, separadas, albergaban su pie derecho adelantado frente al izquierdo. Korvas como siempre, en su derecha, ahora alzada lo que le hizo perder el equilibrio de modo que sus zapatos trastabillaron un poco hacia atrás, pero eso no la detuvo. Le demostraría a esa panda de qué madera estaba echa aquella que surca los mares con la bravura que sólo una mujer es capaz de generar.

Dejó escapar un grito grave y no dudó en levantar su pié derecho con el firme objetivo de hundirlo en el abdomen de su rival. Si todo continuase siguiendo sus planes de ataque, no dudaría en hundir a Korvas en su cuerpo una vez estuviese tumbado en el suelo. ¿Cómo negarle al amor de su vida un poco de sangre caliente? Simplemente no podía.

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