Fuente termal

Caminaba dando tumbos en la noche, tratando de guiarme por la luz de la luna, que crecía poco a poco. Acabé por dar con una pared a la que me pegué, algo perdida, seria y en silencio.

Permanecí pegada al muro, y al oír voces al otro lado, me asomé un poquito donde el muro terminaba para mirar. Dos siluetas hablaban en la noche. Las escuché en silencio, observándolas, hasta que acabé por reconocer las voces. Esbocé una breve sonrisa y avancé un poco más hacia ellos.

Señalé al gigante rojo.

-El que se ahoga -sentencié, con un deje amenazador en la voz.

Me volví hacia el otro, también señalándolo.

-El chiquillo.

El rubor de Zacharyas aumentó. Lo cierto es que el caeruleus no sabía dónde meterse. A ese paso, pensó, lo mejor sería que comenzase a evitar al flamma, pues esas extrañas situaciones le resultaban de lo más...

Carraspeó para decir algo, inseguro, pero otra voz lo detuvo. La reconoció al instante y volvió la vista, buscando su origen.

-¿Stalon?

Tras unos instantes barriendo la zona su aguda vista nocturna la localizó. Esbozó una leve sonrisa, incómodo.

La voz que sonó me puso en tensión. De nuevo, más ataques nocturnos. Enseguida me puse alerta y alcé los puños.

-¡¡Muéstrate o atacaré al azar hasta dar contigo!! -advertí amenazante mientras barría la oscuridad con mis ojos, por qué no decirlo, algo inútiles en ese momento.

Fruncí el ceño. ¡¿Por qué insistían todos los malandrines en atacar en la oscuridad?! Si Inger estuviera allí...

Solté una breve risita. Al grito del gigante, la sustituí por un amplio ceño y desenfundé a Amatista, con un brillo de amenaza en la mirada.

Zacharyas no estaría en muy buena situación si el gigante atacaba al azar.

-Como te muevas más de lo debido, te dejaré sin hijos -advertí con voz grave y seria.

Avancé unos pasos más hacia él, con aire altanero.

La voz que oí me trajo recuerdos. Recuerdos de la parvus que me había dado aquella paliza... La malvada parvus que maltrataba al pobre Zacharyas. ¿Seguía, acaso, golpeándolo? Aún recordaba los golpes que tenían ambos, tanto la parvus como el caeruleus, aquel día. Pero se notaba que por mucho que él intentase defenderse ella le sacaba mucha ventaja.

Aguanté el escalofrío y me armé de valor.

-Necesitarás más que una buena frase para dejar a mi padre sin nietos, malvada y alocada odiaamigos -gruñí, buscándola con la mirada, preparando mis puños.

Zacharyas tuvo que contenerse para no llevarse una mano a la cabeza, nuevamente. No podía creer lo que estaba pasando. Nuevamente, Dehnel hacía comentarios que solo provocaban a Stalon y solo acarrearían malentendidos. Aunque comprendió también que nunca había aclarado al flamma que lo que había sucedido en el jardín había sido un error.
Soltó un suspiro contenido.

En cierto modo, Zacharyas quería ver proceder a Stalon. ¿Qué forma de evitar hijos usaría? ¿Optaría por cortar, por golpear...? No creía que por calentar, ya que los flamma resistían más el calor que las otras razas y no creía que Stalon llevase fuego consigo.

-Chicos, por favor... -dijo, tratando de ser conciliador. Quería sangre, pero sabía que no era el momento ni el lugar. Carraspeó-. Calma...

FdR- Calzonazos XD

Di un par de golpecitos con mi arma en el suelo, remarcando su presencia.

-Necesito más que palabras -. Hice un puchero y desvié la vista, como cavilando-. Creo que una guadaña sería material suficiente -decidí finalmente.

A continuación enfundé el arma y recorrí el espacio que faltaba hasta llegar al chiquillo, ignorando al gigante rojo por completo. Con un suspiro satisfecho, me abracé a sus piernas y apoyé contra él la cabeza, tranquila.

Zacharyas observó el arma de la muchacha. Una fina cicatriz en su mano le recordabalo afilada que estaba. No pudo evitar mirarse un instante la palma, recordando aquel momento. Sin embargo, el comentario de la parvus se le hizo gracioso y tremendamente elocuente. Observó risueño al flamma.

-Yo no la desafiaría, Dehnel. Creo que va en serio -dijo con su voz áspera, de buen humor.

Acarició el pelo de la chica con cierta satisfacción y calma.

La respuesta de la chica, unida con los golpes de lo que supuse (por su sonido y el brillo que desprendía al reflejar la escasa luz) que sería la guadaña de la que hablaba no hizo más que aumentar mi inseguridad. Sí, yo era fuerte, pero no iba armado y... A ver... No era capaz de pegar a una mujer. No sin motivo, al menos... No era que estuviese asustado.

Miré la sombra de Zacharyas de reojo, molesto por su tono.

-¿Y a ti qué mosca te picó? ¿No ves que trato de protegerte de esta maltratadora? -gruñí, incómodo.

Volví la vista al gigante, que no se callaba. Luego me giré hacia Zacharyas, con los ojos muy abiertos y expresión seria.

-Lo atacó el monstruo del río y lo ahogó -lo disculpé-. Y ahora ha vuelto de entre los muertos buscando venganza.

Asentí con convencimiento, mirándolo de reojo. Una baja en nuestras filas, mi coronel. Asunto grave. Piedra en arenas.

-¡Es como el chiquillo! -razoné, de pronto-. ¡Le dan miedo las mujeres!

Zacharyas enarcó las cejas, confuso. Miró al flamma.

-¿Monstruo en el río?

Si bien solía guiarse por la intuición para entender a Stalon, en momentos como aquel confiaba más en la explicación que Rick Dehnel pudiera darle. Aunque, si lo pensaba fríamente, tampoco estaba seguro de que Dehnel fuese muy fiable.

Lo que dijo ella, entonces, lo hizo sentirse nuevamente avergonzado. No pudo evitar recordar a aquella chrysos que lo había acorralado hacía unos días.

-Eso no es así... -murmuró tímido, suspirando, secando sus manos en los pantalones.

Me llevé las manos a la cintura, repentinamente indignado. ¡¿Cómo osaba sacar a relucir aquel momento tan innoble y horripilante?! Lo que me había costado recuperar un punto de nobleza tambaleaba cada vez que recordaba aquella situación tan violenta. No se debía hablar de violaciones así como así...

- ¡Eso ni lo menciones! -gruñí-. No pasó nada en el río. ¡Nada!

Por suerte, el siguiente comentario de la chica me facilitó un nuevo tema de conversación, relajándome. Solté una carcajada.

-¡Te tiene calado, eh! -. Sonreí, suercarrón-. He intentado que deje ese miedo que tiene a las chicas de lado -dije a la parvus, divertido-, pero a este paso no probará el sexo hasta los cuarenta.

Reí en voz alta. Comenzaba a enfriarme, por lo que me cubrí un poco con mi andrajosa capa. No quería resfriarme tras mi impresionante misión.

Asentí al chiquillo.

-Un monstruo rojo de agua que intentaba zamparse al otro entero. Y lo ahogó -expliqué, como quien cuenta un cuento de lo más emocionante.

A la risa del gigante di un pequeño respingo y los miré alternativamente. Finalmente, detuve mi vista en el gigante. Así que era eso.

-¿Tienes miedo a las mujeres y por eso quieres sexo con el chiquillo? -pregunté de sopetón. Abracé con más fuerza las piernas de Zacharyas-. Pero es que ahora lo tengo yo.

Reí, contenta.

Por lo que le contaban, Zacharyas tuvo claro que lo que había sucedido no era del agrado de Rick Dehnel, por lo que decidió no hurgar más en ello. Nunca había sido curioso en ese aspecto. Le gustaba desintegrar insectos, diseccionar mamñiferos y soñaba con llegar a hacer lo propio, quizás, con algún ser humano, pero las vidas privadas e incómodas no le causaban una inquietud tan grande como para preguntar, aunque sabía que la mayoría de la gente sentía curiosidad por esas cosas.

Bajó la vista ante el comentario de Dehnel y negó, ruborizado.

-Dehnel, por favor... Deja de... -. Carraspeó. Antes de que pudiera continuar ella le había arrebatado el turno, insinuando que Dehnel pudiera tener cualquier tipo de deseo carnal hacia él. No pudo reprimir un breve escalofrío, nervioso, incómodo. Negó con cierta insistencia.

Fruncí el ceño al escuchar las ambiguas palabras de la pequeña. ¿Pero qué decía, por Mithos? Aquello no tenía ni pies ni cabeza.
Me encogí de hombros y suspiré teatralmente. Luego negué varias veces, sonriente. ¿Me tomaba por un miniundundi? Por favor...

-Mira, pequeña... Yo no tengo miedo alguno a las mujeres. De hecho, yo impresiono a las mujeres. Y creo que mi amplia experiencia me permitirá guiar al inexperto Zacharyas en el mundo del sexo.

Observé la figura pequeña, abrazada a las piernas de mi amigo.

-¿Qué es lo que tienes? ¿También lo aconsejas?

Quizás una ayuda femenina ayudase. Las mujeres, creía, debían de entenderse a sí mismas, así que con ayuda de una quizás Zacharyas pudiese triunfar con alguna señorita. Aunque, claro, la mayor ayuda recibida sería siempre la del experto Rick.

Miré fijamente al gigante, completamente desconcertada. Entrecerré los ojos y me pegué aún más, si es que era posible, al chiquillo.

-Mí-o -silabeé, territorial y amenazadora.

Alcé la vista hacia Zacharyas, sin variar demasiado la expresión.

-¿A que sí? -pregunté en el mismo tono. Al momento, me recorrió un escalofrío. Una seriedad distinta ocupó mi expresión, y dejé de abrazarlo, separándome un poco de él.

Enarqué una ceja, cayendo en la cuenta de golpe. Ella decía poseerlo. Pero por la cara de panoli que tenía siempre el caeruleus, no debía de tenerlo muy claro.
Cuando ella hizo su pregunta, yo lancé una rápida mirada a lo que serían los ojos de Zacharyas. Con la mirada fija, segura y agresiva le sostuve sus hipotéticos ojos y asentí muy solemne. Hice referencia a la chica con un gesto de cabeza y luego entrecerré los ojos y saqué los labios, haciendo amago de besar el aire.

Lo señalé, y señalé luego a la parvus. Nuevamente, asentí.
Si aquel caeruleus necesitaba que lo guiase como a un niño lo haría. Mi nobleza estaba en juego.

El tono posesivo que salió de los labios de la parvus hizo que Zacharyas sintiese como si le diesen un puñetazo en la laringe desde dentro. La miró un instante, incómodo por su incapacidad para manejarse en esas situaciones. Luego notó los gestos de Rick Dehnel y bajó la vista al suelo mientras se sentía más y más incómodo con todo.

Ella se separó algo de él y el caeruleus, confuso, se dio cuenta al fin de que sin decir nada nunca no lograría mantener, simplemente, una situación estable, como él creía.
Las manos le sudaban incómodamente.

-S... s... -. Carraspeó. Miró de nuevo a Rick Dehnel, que lo apremiaba con gestos. Deseó que desapareciese de allí y lo dejase en paz.

Zacharyas peinó su flequillo espeso sobre sus ojos, avergonzado, cubriéndoselos. Por suerte, pensó, solo él veía bien en aquella situación.
Se notaba muy nervioso. Extendió una mano hacia la parvus, buscando torpemente (y a la vez discreto) la de ella para apretarla un instante, en lo que creyó que era un intento por hacerla sentir mejor. Se dio cuenta entonces de que sus manos húmedas no debían de ser muy agradables.

Y Rick seguía apremiando.
Carraspeó.

-Aham...

Aquello, creyó él, pretendía ser una especie de sí. Aunque no era capaz de pronunciar un sí, y podía poco más que murmurar aquella onomatopeya. Lo que no tenía claro era si era por vergüenza o por la presión que Dehnel y su presencia ejercían sobre él.

Cuando me alejé, Zacharyas me tendió la mano. Con un pequeño puchero de indecisión, acabé por tomarla entre las mías. Tracé líneas con los dedos sobre la palma y besé suavemente el dorso. Lo miré un momento con desconfianza.

-Un niño valiente -murmuré.

Y, sin más, me di media vuelta y me alejé en dirección al palacio.

*Se va*

Ella, como casi siempre, le pareció a Zacharyas un animalillo asustado, pero acabó por aceptar su mano. Él no supo si para bien o para mal, pues le resultaba desagradable pensar que ella podía palpar su nerviosismo hecho sudor.

No entendió bien a qué se refirió exactamente con lo del niño valiente y la observó partir sin saber bien qué decir. Luego, casi al instante, se frotó las manos en la ropa para secarlas.

Carraspeó.

Observé la situación casi tirándome de los pelos y en cuanto ella se hubo ido no me contuve. Mi mano voló hacia la nuca de Zacharyas, golpeándola seca y sonoramente.

-¡Tú eres tonto! -le espeté incrédulo-. ¡Ahora entiendo que no encuentres cueva en la que cobijar tu culebrilla!

Me llevé la mano al entrecejo, sin saber bien qué decirle. Estaba de lo más eniervado.

-¡La tenías a tiro! Solo tenías que... Y... ¡Y luego la desnudabas y ya era tuya! ¡Por Mithos, Zacharyas!

Zacharyas volvió a la realidad al sentir el golpe. Confuso, se volvió hacia el flamma, clavando sus ojos en él. Sus palabras parecían ofuscadas. Eso solo ponía más nervioso al caeruleus. Todo lo ponía nervioso. ¿Por qué no dejaba ese tema de una vez? No hacía más que presionarlo.

Zacharyas apretó los dientes, frustrado.

-Ella me besó el día que "me ayudaste" -gruñó, sorprendiéndose a sí mismo por la rudeza de sus palabras.

Suspiró. Esperaba que al menos, al descubrir eso, Rick Dehnel dejase de insistir tanto en lo mismo. Quizás si se lo confesaba dejaría de presionarlo.

Por primera vez, creí ver una expresión de desagrado en el rostro del caeruleus. Se me hacía raro, pues siempre tenía una cordial sonrisa y un tono amable. Quizás le dolía algo.
Sus palabras me sorprendieron mucho. ¡Así que ya había dado un primer paso en el cortejo de aquella chica! Quizás había metido la pata al estar presente entre ellos. Creí que ni se habrían tocado, pero ahora que sabía eso... Hum... Yo no había hecho más que molestar en la tensión que habría entre ellos. Vaya desastre estaba hecho.

Pero, ¡eh! ¡Había aconsejado bien al chico! Al fin y al cabo, se habían besado justo aquel día, ¿no? Eso me daba otro punto.
Había ayudado a un hombre a dar sus primeros pasos en el mundo del amor. Eso significaba que...
Bullía de felicidad.

¡Solo con una buena acción más ya recuperaría mi apellido! Quizás era el momento de enseñar a Lluvia cómo ser archerista.

Pasé una mano alrededor de los hombros del chico.

-Eh, lo siento. Me temo que no sabía nada de eso. Ha debido de ser muy incómodo teniéndome aquí, incordiando -. Dejé ir una risa. Luego le tendí un sobre-. ¿Podrías darle esto a los que llevan el correo? Es una carta...

Nos alejamos de las termas mientras le explicaba un poco lo que había estado haciendo recientemente.

Solo una más.

*se van*

Era tarde, y no hacía tanto calor como había hecho durante el día. No hacía frío, claro, pero pensé que quizás no sería muy buena idea adentrarme a oscuras en el bosque para ir a nadar al lago. La luna, grande en el cielo, me hizo dudar un momento de mi decisión, pero me convencí de que era correcta.

Eso no quitaba que tuviera unas ganas enormes de sumergirme en el agua. Aún pensaba en mi extraño combate contra aquella piscis calva y en sus impresionantes hechizos. La idea sola de un combate en el agua me animaba a hacer ejercicio, a sumergirme y nadar de aquí para allá, sin pausa. Volvería pronto al lago, me prometí. Tal vez la encontrase allí de nuevo.

Mientras tanto, suplía la ausencia de aquella masa de agua como podía. Ya de noche, decidí dirigirme a las termas. El agua caliente también era agradable, y hacía bastante que no visitaba aquel lugar. Por otra parte, estaba más cerca del Palacio y tenía algo de luz, con lo que resultaba más seguro a aquellas horas.

Por una vez, me decidí a desnudarme por completo, y me introduje rápidamente en el agua. Solté un suspiro, extendiendo todas mis membranas al máximo. Me encantaba aquella sensación de relajación total. Pese a ello, decidí nadar un poco; no podía quitarme la pelea con Felhlo de la cabeza, y me instaba a liberar energía.

*Se queda nadando*

Iba de un lado a otro, buceando y emergiendo, moviéndome a gran velocidad por todo el espacio y haciendo quiebros constantes en el agua. El calor me sofocaba y agobiaba, pero lo resistía como podía, casi luchando contra él y sobrepasándolo con mi ejercicio.

Idas y venidas, vueltas... Incluso probé a lanzar algún que otro hechizo en aquel agua caliente. Descubrí que, si sentía la diferencia entre el agua de mi hechizo y el agua que lo rodeaba, el hechizo resultaba más seguro. Eso me hizo alegrarme enormemente, pues era una pista importante.

Sin embargo, no era lo que más me interesaba en aquel momento. Practicar hechizos en un agua tan caliente no era difícil. Lo que yo quería era mejorar en velocidad y capacidad de reacción. Había esquivado muchos golpes de Felhlo, pero no todos. Las marcas de mi brazo estaban allí para recordármelo. Y, si podía evitar que algo así se repitiera, no dudaría en hacerlo.

Al cabo de horas de natación en aquel espacio, mucho más reducido que el lago, al que estaba más acostumbrada, me detuve junto al borde, jadeante. Había empezado relajándome y había acabado completamente agotada.

Medio temblorosa y sintiéndome extrañamente pesada, acabé por salir del agua. Ni siquiera me molesté en secarme; me daba igual estar mojada, o mejor dicho lo agradecía. Dentro del palacio ya tendría oportunidad de secarme; la prioridad era dormir. Con esta idea en mente, me dirigí a las habitaciones.

*Se va*