Fuente termal

Me entretenía en su cuello, en su hombro, en su clavícula, mientra sentía sus manos, recorrerme también. Me dejaba guiar por la del cuello, respondiendo cuando pedía algún contacto concreto, que disfrutaba más incluso que el resto. La otra, por su parte, me desconcentraba un poco, desviando mi atención a ratos.
A ratos...
Añadía a la situación un cosquilleo especial, uno que nacía en el vientre pero se extendía hasta más abajo, hasta la pelvis, hasta...

Con un leve jadeo busqué su boca de nuevo, algo más apurado, tratando de concentrarme. Aunque los movimientos, profundos, ya iban tras ella con una intención un poco más reveladora, sin que me diese cuenta por completo.
La izquierda, aún entretenida en su cuerpo, comenzó a perfilar su figura, a definir cada curva:la sugerente y atractiva del pecho, la más suave de la cintura, la cadera, tentadora...   Y desde allí pasó al muslo, que acaricié pasando a la cara interna, estremeciéndome, ascendiendo de aquel punto hacia la pelvis hasta que pude sentir que la alcanzaba. Inicié entonces una serie de caricias suaves, encontrando que, bajo el agua, también aquella textura era diferente.
Pero no menos atractiva.

Llegué a acabar el beso, quedando muy cerca de ella, contemplándola un instante, notando la respiración algo más acelerada tras el contacto.

Poco a poco, se anima, se revela. No tengo muy claro si él mismo es consciente de ello o no. No parece serlo del todo, pese a que resulta tan evidente. Acomodada bajo él, continúo con mis gestos, sutiles, dejando que sea él el que desvele el grueso de la situación. Una situación que termina de declararse cuando busca de nuevo mi boca. Y esta vez no me limito a recibirlo con la mía, sino que le salgo al encuentro, obligándolo, con mi lucha, a forzar la suya, acelerándolo.

Sé cómo lo he causado, pero aún así no cambio la actitud de mis manos más que lo justo. La de la nuca lo atrae de cuando en vez, facilitando el forcejeo de ambas bocas, pero la del vientre mantiene su actitud habitual, sin llegar al que, más tarde, será su objetivo. Lo evita de forma cada vez más evidente, con intención de provocarle a él una mayor tensión, una mayor ansia por obtener el contacto.

Sus caricias, por su parte, van descendiendo, dejando a su paso un leve cosquilleo en la piel, en absoluto desagradable. Cuando llega al muslo, alzo una rodilla, abriendo más claramente el espacio entre mis piernas. Y, cuando me alcanza, llego a dejar un jadeo contra su boca, arrastrando un debilísimo gemido, dejando ir el aliento hacia él.

En respuesta, la punta de mis dedos se enreda en su vello, sin bajar lo suficiente como para darle la satisfacción que, me consta, a estas alturas desea. Aunque la mano queda tan cerca de su miembro que cuento con que le resultará insoportable.

No pude evitar un resoplido excitado cuando respondió a mi nuevo contacto, a mi boca, y aquella vez ya, sin quererlo, comencé a caer, a caer en ella. Ataqué con más entusiasmo, menos reprimido. Al deshacerse aquella sensación de opresión notaba que la fuerza quería desatarse y devorarla, por lo que iba incrementando el ritmo de los labios, de la lengua, de los dientes atrapándola, de la respiración y de los latidos en los tímpanos.

Y pese a aquello, seguía notando sus manos, una de ella más evidente que la otra. Y, sin embargo, en vez de ir a buscar lo que deseaba, descargaba mi ansia en tocarla a ella. Los movimientos, las caricias, al principio más superficiales, comenzaron a hacerse evidentes, a recorrerla, a buscarla, a adoptar un ritmo que ya no solo era un tanteo.
Incluso en aquel agua caliente sus gestos, cualquier leve sonido que delatase su propia excitación, parecían erizarme la piel.

Y, cuando aquella mano tentadora me aferró, me estremecí, me tensé un instante, y procedí a acceder a ella, a penetrarla con uno de los dedos.
Quizás a Lea no le gustasen tanto las cosas románticas como a otras mujeres pero, desde siempre, no había mejor forma de llegar a una mujer que desde el corazón. De alguna forma.

Lo moví un momento en su interior, disfrutando yo mismo de la sensación de poder hacer aquello, aunque no fuese, en aquel caso, con algo que palpitaba más por ello. Luego hice amago de sacarlo para entrar de nuevo, tirando al mismo tiempo de su labio, soltándolo, apartándome para mirarla.
Empecé entonces, con movimientos lentos, suaves, que aumentaban poco a poco la intensidad, buscando toda respuesta posible en su cuerpo.

Me gusta cuando responde, porque es muy evidente. Es satisfactorio sentir mi propio efecto sobre él. Su intento de lucha, cuando ambos sabemos que todo será tal y como yo lo disponga. Esa concesión que le hago, ese permiso para invadirme, para ser atacada y no responder hasta que haya hecho el primer movimiento. Porque, con mi respuesta, él queda fuera de juego.

Así que, en un principio, me dejo besar y recorrer, sintiendo sus gestos, abriéndole paso, incitándolo a continuar. Me ondulo ligeramente hacia adelante cuando hace amago de entrar, permitiéndoselo más fácilmente, dejando ir un sonoro jadeo, una clara invitación a continuar. Enredo los dedos en la base de su pelo, en la nuca, mientras la otra mano rodea su miembro, ya sin tapujos, aunque aún sin tomarlo.

Y aunque parece convencido con sus propios gestos, acabo por abrir los ojos, firme. Y en el momento en que lo hago tomo las riendas, alzándome con seguridad, empujándolo con las manos, con la boca, con el cuerpo, buscando que sea él quien se siente y yo quien quede por encima. El contacto con el aire frío, más evidente cuanto más avanza el contacto, hace que se me erice la piel.

Con mi gesto obtuve varias respuestas positivas.
Cada uno de sus jadeos era como una incitación para mí, como un empujón electrizante. Uno de los sonidos más magníficos del mundo. Y su mano, en torno a mí, me hizo notar más la presión de la sangre acumulada, que parecía algo diferente bajo aquel agua ardiente.
Mi cadera hizo un amago de moverse, pero la contuve al final del gesto, sin permitir que continuase, manteniendo los movimientos de la mano, adentrándome en ella.

Incrementaba la velocidad poco a poco, a medias para ver su reacción, disfrutando, y a medias porque, de algún modo, era lo que deseaba para mí. Sin embargo cuando comenzó a moverse tuve que ir frenando el ritmo, primero, y al final abandonarla, a mi pesar, pues la posición cambiante no me dejaba en una situación muy cómoda.
Me dejé guiar, entonces, afianzando la diestra en su cintura, atrapando su boca, o dejando que atrapase la mía, hasta sentir la roca a mi espalda.
La verdad, si era sincero, me gustaba más aquella posición en la que ella estaba sobre mí. Aunque...

Esbocé una sonrisa, contemplándola. Y aunque parecía haber olvidado temporalmente cómo hablar, la voz salió de todos modos, de alguna forma.

-¿No tienes frío así...? -pregunté, pasando una mano por su piel, encantadoramente erizada en una caricia ascendente.

Y no era lo único que indicaba que el tiempo no era el del verano.
No tardé en buscar su piel, aprovechando el cambio de postura para acceder directamente al pecho izquierdo, cerrando los ojos por un instante, dejando ir un leve jadeo antes de iniciar el contacto. Comencé con un beso suave, que pronto dio lugar a una caricia de labios y pronto la repasaba con la lengua.
La pelvis, mientras tanto hacía amago de ascender, buscando inconscientemente su cuerpo, tan...

Deseaba tenerla. ¡Siempre deseaba tenerla! No podía tener su cuerpo frente a mí y concentrarme, por muchas veces que la pudiese tocar, ver, tener...
No había forma de que negase, ni siquiera de que lo ocultase de mis gestos, que estaba loco por Lea.
Aunque su cuerpo me encendiese tanto que quería hacerlo parecer algo físico, iba más allá de aquello.

La ventaja de esta localización es que no existe la posibilidad de molestar a nadie. Así que, más incluso que normalmente, me permito dejar ir la voz cuando así lo veo conveniente, demostrando con ello en qué acierta con sus gestos. Soy consciente de que eso, además de liberar mi propia tensión, permitiéndome sentir mejor mi propio cuerpo, también lo acelera a él, que busca provocarme un placer mayor.

Ya sobre él, lo observo desde la altura, sintiéndome, como cada vez, poderosa. Tengo una mano apoyada en su hombro y la otra en su pecho, y lo reclino hasta que da con las rocas a su espalda, mirándolo fijamente. No tardo en robarle la boca, cazándolo y explorando, mordiendo, profundizando, en un gesto rápido, agresivo y salvaje. Me separo entonces, tirando de su pelo hacia atrás para recorrer la mandíbula con la lengua, bajando por el lateral de su cuello hasta su esternón. Su mención me hace, pese a todo, dibujar una pequeña sonrisa, y me alzo de nuevo hasta su oído, acariciando con infinita suavidad el lóbulo antes de susurrar.

-¿No estás tú aquí para calentarme?

Vuelvo a ocuparme de su boca un momento, atrapándola con fuerza antes de que reaccione a mis palabras, porque cuando lo haga lo hará descontrolado. Sé cómo funciona. Acabo, finalmente, por alzarme un tanto, atrasando los hombros y dándole acceso a mi pecho, hundiendo las manos en su pelo y dejando ir una respiración que va arrastrando poco a poco la voz de forma más evidente.

Con suavidad, desciendo sobre él. No es difícil localizarlo. Su miembro, latente, me espera tan firmemente que ni siquiera necesito la ayuda de las manos. Me apoyo sobre él, entrecerrando los ojos al sentir la caricia contra mí, y tras encontrar la posición exacta, acabo por bajar hasta hundirlo en mi interior, dejando ir, esta vez sí, un claro gemido, al tiempo que pego su boca con más fuerza contra mi pecho. No tardo en comenzar a mover la cadera con energía, liberándome.

Tres palabras.
Deseaba. Morir. Allí.

Me acoplaba a su intensidad. Aquello era difícil cuando la rebajaba, pero en momentos como aquel casi me parecía insuficiente, aunque creciese, y me permitía el explotar. Y me noté perder el control casi por completo, pero de una forma diferente a la habitual. Era como si mi cabeza hubiese desechado las enseñanzas, hubiese dicho "hasta aquí Rick Dehnel, a partir de ahora eres simplemente fuego, y el fuego no piensa".

Me tensé con su recorrido, ya no sabía qué tocaba ni qué no, porque todo era ella. Y necesitaba más manos de las que tenía, y quería más piel, porque no me llegaba para tener toda la suya, para abarcarla en un gesto. No era suficiente. Necesitaba más. Quería más.

Al sentirla junto al oído dejé ir un jadeo, un estremecimiento, un gruñido. Me sofocaba. Me sofocaba el calor. El agua no parecía tan caliente en aquel momento. Más bien era como si el vapor saliera de mí.
Y ni tuve tiempo a responder mas que con un hilo de aire que me abandonaba débilmente y un estremecimiento, porque enseguida regresó a mi boca. Y lo que no dije con palabras lo hice con gestos, atacando, devorando, acometiendo como si aquella fuese la maldita última batalla de mi vida y necesitase gastar toda la energía que me quedaba en aquello.
Se la daría toda. Aunque no quedase nada luego. Necesitaba...

No recordaba haber sentido nada como aquella explosión. Nunca había tenido la cabeza tan nublada y tan clara al mismo tiempo. Era capaz de ver mis metas, de ver mis deseos, de diferenciar cada sensación como si fuese independiente, pero después todo sucedía tan rápido que no podía dominarlo.
Me dominaba.

Sus manos me atraían al pecho porque yo lo había querido. La oía jadear, respirar, gemir. Sentía el calor que emanaba de su piel. Sentía la textura erizada por el frío. Algunos mechones de su cabello me rozaban.
No había pensado demasiado en todo aquello. En que ella estaba allí, conmigo, sobre mí. En lo que implicaba un poco más allá.
En lo que implicaba...

Cuando la sentí descender me alcé, instintivamente, buscando ayudarla. O ayudarme. Oí un jadeo sordo y tardé en comprender que había sido yo.
Pasé al otro pecho, centrándome entonces en él, mientras la diestra se encargaba del primero. Y la izquierda, mientras tanto, apoyada bajo el agua, me ayudaba un poco en los impulsos que buscaban su cuerpo.

Al final mi boca tuvo que abandonarla. Temía hacerle daño en medio del esfuerzo, en medio del caos.
Atrapé sus labios un momento y luego los solté para dejar ir un jadeo hondo.

La buscaba. Y no desesperado, no desesperado por hallar un placer que me daba su cuerpo. Era algo un poco más...
Simplemente no me había llegado a plantear de verdad, perdido en los deseos carnales, en el placer que me provocaba cada roce, en que la mujer que me acompañaba era, de hecho, Lea.


FdR_Pauhe

El pronóstico completo, por supuesto, se cumple. Con los ojos cerrados y la boca entreabierta, disfruto del mismo plenamente, centrándome por completo en las sensaciones que recorren mi cuerpo. Libero así la energía, la tensión, hasta el punto de olvidar por completo el frío o cualquier molestia que la falta de lubricación pueda provocarme en el agua.

Respondo a sus gestos, pero no permito que corten mi propio ritmo. Acabo por apoyar las manos en las rocas, tras su espalda, para poder moverme con más facilidad. Él responde, alzándose, pero de mí depende la mayor parte del movimiento. Y, dispuesta a llevarlo a cabo, muevo la cadera con energía, subiendo y bajando sobre él, dejando ir la voz con el propio vaivén de mi cuerpo, aprovechando cada impulso para llevar a cabo el siguiente, en gestos firmes, seguros, fuertes, y más rápidos cada vez.

La sentía subir y bajar sobre mí a una velocidad cada vez más rápida. Mi agilidad en aquella situación, tanto por el agua como por la posición, era menor, por lo que mis gestos no podían igualarse a los suyos. Y pese a todo la buscaba, con la respiración superficial, ansioso.
Llegué a cerrar los ojos un instante, concentrándome, dejando de verla pero no de sentirla, de notar la amplitud de cada uno de sus movimientos, que volvía las sensaciones de mi cuerpo más intensas que las del anterior.

En un momento determinado sentí que, quizás en una mala coordinación de movimientos, abandonaba su interior sin quererlo, lo que me arrancó una especie de jadeo y me obligó a abrir los ojos un momento. Desde luego, el agua no era un medio sencillo. No me resultaba tan fácil manejar mi cuerpo, de alguna forma.
Busqué su boca con prisa mientras con la diestra me encargaba de encaminarme de nuevo hacia su interior, y pronto había reiniciado la marcha, con un jadeo sordo, abandonando de nuevo sus labios para no quedarme sin aire en el proceso que era buscar su cuerpo.

La hoguera había decaído bastante, pero la luz era la suficiente para poder contemplar la expresión que le provocaba todo aquello, tan excitante.
Y encantadora, por supuesto.

Mi cuerpo tiene la fuerza suficiente como para alzarse y descender una vez y otra sin perder el ritmo, y también los suficientes estímulos. Sin poder evitarlo, me voy inclinando poco a poco hacia adelante, mientras mis dedos se vuelven blancos debido a la presión ejercida sobre las rocas. Mi voz, de esa forma, se acerca cada vez más a su oído, aunque no por ello baja el volumen.

No sé exactamente qué parte de todo esto me incita tanto, pero siento el cuerpo especialmente receptivo. Es como si el placer latiera con más fuerza que en otras ocasiones. Quizás es el hecho de que me había hecho a la idea de este plan antes incluso de llegar, o el ambiente inusual, o el contraste del frío obligándome a estremecerme cada vez, o quizás un conjunto de todo ello.

El caso es que, en el momento en que lo siento salir de mí siento cómo mi propia voz cesa de pronto, cómo mi cuerpo se detiene, resintiéndose por la brusquedad con que el movimiento ha acabado, por el repentino cese de las oleadas de placer. Miro a Rick, aún jadeante, y pronto encuentro mi boca ocupada en la suya, mientras mi cadera baja, buscándolo de nuevo. Cuando lo encuentro, la voz vuelve a surgir de entre mis labios.

Pronto tengo que separarme de él para poder centrar mis esfuerzos en darle cabida. Continúo entonces con el movimiento, hasta retomar el ritmo perdido.

La escuchaba cada vez más cerca, lo que hacía parecer el sonido más intenso. Y estaba seguro de que aquella forma de expresarse era diferente a la que usaba en la habitación. Y aquello me incitaba a atacar con más ansia.
Sin embargo, durante el contratiempo, que de todos modos fue breve, todo pareció detenerse un instante. No sabía, incluso, si debía disculparme, pero ella ni siquiera pareció hacer un gesto de desagrado, de modo que no pensé mucho más en aquello. No pensé mucho más en nada, realmente. Simplemente en que la sentía bajar, buscándome, y que aquello resultaba muy estimulante. Y que pronto estaba de nuevo unido a ella.

No tardó en atacar de nuevo, y sentí cómo los ojos se me cerraban y los labios se me abrían para dejar ir el aire, agitado. Apoyé una mano en su cintura, acompañándola en sus movimientos, dándole un apoyo si así lo deseaba, siendo más consciente de cada uno de sus ascensos, de sus descensos, de su velocidad…
El agua añadía una sensación extraña a todo aquello. No era negativo, la diferencia añadía un matiz especialmente excitante a la situación, pero de alguna forma era como si notase un poco menos mi cuerpo. Y aquella mínima diferencia, estaba seguro, era la que me hacía aguantar, porque comenzaba a verme obligado a apretar los dientes, a resoplar por la nariz debido al esfuerzo que suponía aguantar, no entregarme plenamente a los deseos que ella me provocaba, al placer que me invadía, haciendo que sintiese el ambiente cargado del vapor, del agua, del calor.

Bajé la mano a la cadera y apreté un instante, asiéndola con algo más de fuerza, como buscando un desahogo en aquel gesto. Un gemido ronco abandonó mi garganta. Mi tensión aumentaba. Los músculos se endurecían.
Terminé por bajar un poco mi propio ritmo. Un mínimo. Lo justo para mantener la cordura. Aunque ella me lo hacía difícil.

Los ojos, entreabiertos, la contemplaban. Podía ver su expresión. Y sus pechos… Sus pechos moviéndose al ritmo del cuerpo, con la piel erizada…
Aquello, desde luego, tampoco ayudaba.

Consigo, finalmente, recuperar mi ritmo, mi estado, volver a acelerarme y continuar con cada descenso y cada subida, acompañando cada gesto con la voz, con el rostro contraído y un ansia creciente por obtener más de esto. Su mano en mi cadera me impacienta, me recuerda que él mismo, con su fuerza, podría hundirse más en mi interior, abarcarme, ofrecer una agresividad que yo, sola, no puedo obtener.

La utilizo, pese a todo, como apoyo. Me cuesta mantener el cuerpo recto ante él, sintiendo cómo todo se concentra en explotar al máximo las sensaciones que me invaden. Es, con toda seguridad, mi deporte favorito. Puedo sentir mi propio sudor incluso bajo el agua, y también cómo mi cuerpo se va volviendo más pesado. Esto, sin embargo, va acompañado de un constante aumento de urgencia que lo mantiene perfectamente activo. Pero necesito más.

Su mano me aferra con más fuerza. Eso es. Pídeme más. Pídeme más. Pero entonces baja el ritmo, y eso no puedo permitirlo. No en este momento. Los gemidos se convierten en gritos. Quiero explotar. Quiero llegar al máximo. Quiero convulsionarme de puro placer.

No permito que el ritmo baje. Compenso lo que él ha dejado de hacer aumentando mi propia actividad, sintiendo que mi cuerpo, pese a reclamar mayores estímulos, también se resiente al repentino ejercicio. Pero eso no importa. Pronto me detendré. Pero antes necesito llegar a ese punto en que se me corta el aliento. Esta cerca. Cada vez más cerca.

Y entonces llega, y mi último grito, prolongado, muere en el aire dando paso a repentinos jadeos, a unas convulsiones y estremecimientos que me veo incapaz de contener. Y siento la cadera bloqueada, pero no me molesta en absoluto, y me siento palpitar, sintiéndolo palpitar a él también con más nitidez que hasta el momento. Y entre jadeos, busco de nuevo sus labios, sintiendo los míos húmedos y carnosos.

Verla me hipnotizaba, me desconcentraba, me aceleraba. Sentía una sensación de placer creciente casi mareante, y la toma de aire comenzaba a ser un trabajo. Pero pese a todo me mantenía. Me mantenía entero para ella, aunque también para mí. Pero sobre todo para ella, para aprenderme sus gestos, sus gemidos, y para recrear una y otra vez cada una de las expresiones de placer que su cuerpo me dedicaba.

En cuanto bajé mínimamente el ritmo para aumentar el aguante, ella reaccionó. Y su reacción no tardó en dejarme claro lo mal que había obrado, por supuesto. Me crispé, y casi quería disculparme, de pronto. Y la mejor forma que encontré de hacerlo fue asirla con algo más de fuerza para ganar una firmeza que me permitió atacar de nuevo, con la reserva final de energía que me quedaba, soportando, no sabía cómo, aquel final que se precipitaba inevitablemente, cruzando el punto de no retorno, perdiendo la compostura de una forma que no recordaba.
¿Acaso no estaba gritando? Y merecía la pena dar más que todo por seguir oyéndola. Aquel sonido que mi mente traducía en “más, por favor”. Y necesitaba cumplir con ello. Necesitaba complacer aquellos gritos, arrancarle más, porque eran la recompensa a cada gesto.
Era la primera vez que la escuchaba gritar de aquella forma. Y si estaba bien, debía aguantar.

Cuando su voz cambió, como en una señal, pude sentir una satisfacción plena invadirme. Y entonces ella se detuvo, inmóvil, conmigo dentro, y yo de nuevo bajé el ritmo, pasando de movimientos fluidos a unos más secos, sintiendo que había dejado de respirar finalmente.
Dejé ir varios jadeos, separados unos de otros, sordos, y con cada uno un nuevo movimiento contra ella, cada vez más espaciado. Pasaba de sostener su cadera a abrazarla, a aferrarla, a no permitir que se alejase demasiado mientras iba notando cómo la presión se deshacía, pero todavía no.
Cuando recibí sus labios todavía me sentía tenso, y correspondí con urgencia. Fue poco después cuando, finalmente, mi cuerpo pareció comprender que todo había acabado, y entonces los abandoné un instante para dejar ir el aire en forma de quejido, de jadeo, de gemido ronco, estremeciéndome, notando finalmente el ansiado alivio.

Me costaba encontrar el aire, pero de nuevo, en un reflejo, busqué su boca, con la respiración superficial, pero menos ansioso, encontrando calma en ella, de algún modo.
También los brazos, rígidos, procedían a liberarla poco a poco.

Sentía el cuerpo temblar ligeramente, de pronto, incluso dentro del agua caliente.

Incluso después de haber acabado yo, él continúa, cambiando el ritmo a uno que le es más cómodo. Me utiliza para ello, tomándome, aferrándome cada vez con más fuerza, mientras yo me dejo hacer, sintiendo cómo mi cuerpo se mueve con cada embestida, dejando ir jadeos que ahora son ya secos. No es, de todas formas, desagradable. Incluso después de mi clímax, sigue siendo placentero recibirlo, aunque sea de una forma diferente. Llego a estremecerme.

Por supuesto, no puede durar mucho más. Acaba, finalmente, por dejarse ir, y pego la cadera a él cuando lo hace, recibiéndolo por completo. Después, me dejo estar, apoyada contra él, más relajada, hasta que me reclama de nuevo. Comienzo respondiendo de forma lenta, pero acabo por sentir cómo mi propia boca se acelera sola, reclamando, de nuevo, acción, pese a que mi cuerpo pueda parecer satisfecho. Todavía está dentro de mí, y me aprieto contra él, cerrando un instante los ojos, sintiéndolo, sintiéndome palpitar.

Me separo ligeramente y lo miro, ladeando la cabeza. Después desciendo a la base de su cuello y asciendo con la punta de la lengua, acariciándolo, saboreando el sudor del sexo, hasta encontrarme con su oreja. Muerdo el lóbulo, succionándolo entre mis labios, rodeándolo con la lengua, con gestos juguetones, mientras mis brazos rodean su cuello y una mano se cuela en el pelo. Todavía puedo mantenerlo dentro de mí, un poco más. Acerco los labios a su oído, dejando ir el aliento, cálido por el esfuerzo.

-La noche es joven -murmuro.

Había hallado al fin un momento de paz sin igual, en el que el agua de las termas y su cuerpo, cálido, tan suave, me arropaban de alguna forma. Y tenía la sensación que de haber estado en aquel instante sobre la cama hubiese caído rendido casi al instante, durmiéndome poco después.
Incluso la hoguera quería apagarse, quedando ya solo brasas aún luminosas, pero ya sin llamas.

Poco a poco el temblor del cuerpo se acomodaba. Y el beso, prolongado, lento, no hacía sino ir calmándome poco a poco, relajándome, haciendo que la situación volviese a la…
No, de hecho no. Aunque el contacto comenzó despacio, pronto sentí que Lea subía el ritmo. Al principio, algo aturdido, me costó acoplarme, aunque mi cuerpo todavía reaccionaba en reflejo a algo como aquello. ¿Y cuándo no iba a reaccionar a ella buscándome?
También la sentía oprimirme, rodearme, aunque no estuviese alzado. Era como si quisiese mantenerme dentro de sí, como si tirase hacia ella, reteniéndome. Y mis manos reaccionaron entonces, comenzando de nuevo con caricias, con el recorrido por su cuerpo, disfrutando de forma diferente del contacto, más consciente de él, más cálido.
Profundicé en su boca, húmeda, compartiendo, con ella, una respiración que de nuevo comenzaba a acelerarse. Y cuando abandonó mis labios para acceder al cuello, para recorrerme, entrecerré los ojos, siguiendo su trayecto solo con la piel.

Sonreí al sentirla en mi oreja, me estremecí. Sus palabras fueron como una excitante caricia. Busqué de nuevo sus labios, algo más alterado, en un contacto no muy largo, pero intenso, y cuando me aparté fue trayendo conmigo su labio inferior, atrapado entre los míos.

-Pues habrá que solucionarlo –respondí, besándola de nuevo, bajando luego a su cuello, atrapando la piel entre los dientes, acariciando, recorriendo, tomando, succionando.

Había, era cierto, cierta parte de mi hombría que no se hallaba, en aquel momento, tan dispuesta como me hubiese gustado admitir, y que me pedía silenciosamente unos minutos de reposo para recuperar fuerzas. Pero incluso aquello podía llegar a ser una ventaja.. Porque Lea tenía mucha piel interesante por recorrer, y había muchas formas atrayentes de hacerlo.
Desde luego, la espera no iba a ser algo que se hiciese aburrido.

*fin de escena*

Lleva el cigarro en la boca y ocasionalmente lo toma entre los dedos anular de corazón de la mano izquierda para sostenerlo y expulsar una bocanada de humo. Es el segundo en media hora y Johan, de alguna forma, se promete a sí mismo que dejará pasar algo de tiempo antes del siguiente, aunque se conoce y sabe que no depende tanto de las ganas que pueda tener como de la simple costumbre, que hace que cuando está desocupado se encuentre de pronto con el cigarro entre las manos, casi sin darse cuenta.

Al hallar las termas se pasea curioso, rodeándolas. Ha estado cerca antes, pero es la primera vez que las ve con nieve. Resultan más estéticas, en su opinión, y está seguro de que el frío de fuera potenciará la satisfacción de meterse en el agua caliente. Pero, de todos modos, Johan no tiene intención alguna de usarlas: por agradable que sea el calor en medio del frío, no le apetece pasar por el frío anterior, ni por el posterior. Y, sincerándose consigo mismo, tampoco querría que se le mojase el cigarro.

Se acuclilla junto al agua, de todas formas, y extiende la mano derecha hasta sumergirla parcialmente, probando la temperatura. Tan satisfactoria como esperaba.
Seca la mano en el interior del bolsillo de su pantalón nada más sacarla, y luego se estira. Mira al cielo, pero Dardo no lo sobrevuela. Supone que ha ido de caza. No duda de su independencia.

Con andares tranquilos, casi podría decirse que algo perezosos, Johan continúa con su paseo.
Tampoco parece, pese a lo que se diga, que el frío le incomode demasiado. Si le preguntasen a él, diría que lo tolera.
O no. Es muy probable que Johan dijese algo diferente.

Corbin miraba arriba. Se había hecho ya de noche. No era algo que le molestase; en cierto modo, lo estaba esperando. Volvió la vista al frente, serio, en silencio. Las termas no eran un lugar que frecuentase mucho, pero debía admitir que tenían sus ventajas. El agua caliente relajaba los músculos, y los dejaba en muy buenas condiciones. Médicamente, eran un lugar adecuado que frecuentar.

Se dejó hundir en el agua, rodeado de vapores. No se estaba tan mal, después de todo. Sabía que, de todas formas, el agua empeoraba la condición física inmediata. Su entrenamiento nocturno sería mucho más interesante de aquella forma.

*Se queda*

Ya ha pasado algunas veces por esa zona, pero nunca había visto a nadie usando las termas. Johan se lleva una mano a la boca para sostener el cigarro y esboza una sonrisa, interesado, al toparse con la figura que se relaja en el agua.

-¿Qué tal se está? -le pregunta aún algo lejos, echando el humo a un lado, volviendo a mirar al extraño con una sonrisa que podría calificarse de satisfecha-. Venía buscando a alguien. ¿Ha pasado por aquí Io? Una flamma. Dijo que nos bañaríamos juntos.

Por ejemplo. Johan tiene más curiosidad en el desconocido, en ese momento. A fin de cuentas, no lleva tanto en Brontë, y todo lo que pueda aprender...

Corbin percibió la forma en la oscuridad, así como el olor del humo. Fijó los ojos en la figura que se acercaba, alerta. No lo conocía, o al menos no lo reconocía. Ni siquiera creía haberlo visto por ahí, aunque era difícil asegurarlo medio a ciegas.

-Bien -respondió con su habitual tono monocorde. Echó un vistazo alrededor, prestando atención, como para asegurarse de que no había nadie más-. No la he visto. Ni a ella ni a nadie.

Guardó silencio entonces, aún pendiente de él. Quizás relajar los músculos no había sido tan buena idea.

Johan asiente, como si hubiese acabado de comprender una gran verdad en ese preciso instante. Y entonces compone una sonrisa resignada, entretenida, y se encoje de hombros.

-En ese caso, supongo que me ha dejado plantado. ¿Te importa si me uno a ti? -le pregunta, comenzando a quitarse la camisa, sin esperar su respuesta-. Lo cierto es que a estas horas apetece meterse.

Deja la camisa doblada sobre una piedra, cavilante. Apaga el cigarro a medio consumir y se lo coloca en la oreja para guardar el resto.

-Soy Marik, por cierto -le dice, tranquilo.

Corbin no estaba muy seguro de qué le parecía aquello. Debía reconocer que el hombre era pequeño, lo que podría hacerlo más manejable, pero también parecía atlético, y eso denotaba un probable entrenamiento. Mejor sería mantenerse en guardia.

-De acuerdo -accedió de todas formas, sin perderlo de vista.

Se mantuvo en silencio, observándolo, estudiando sus rasgos y gestos, buscando pistas que pudieran facilitarle la victoria en caso de enfrentamiento. Corbin lo veía tan relajado que le parecía poco creíble que realmente lo estuviera. Aunque no podía más que vigilarlo, sin una respuesta clara.

-Corbin -respondió con voz neutra.

Johan se siente observado en todo momento. Lo intriga el silencio del desconocido, que pronto se presenta como Corbin. No tiene claro si es parco en palabras, si realmente lo está molestando o si lo considera una amenaza. En cuanto a él, se siente muy tranquilo, pero eso no deja de ser, de alguna forma, lo habitual.

-¿Y qué tal por aquí? -le pregunta, cuando se ha desvestido ya y ha entrado en el agua, lo suficientemente lejos de él como para no compartir espacio. Suspira con un asentimiento, disfrutando del momento antes de volver con su nuevo compañero-. ¿Eres nuevo? No recuerdo haberte visto -comenta, curioso.

Corbin no estaba muy seguro de a qué se refería con la pregunta. Lo vigiló mientras entraba en el agua, guardando silencio.

-Bien -respondió finalmente, en el mismo tono monocorde.

Él, por su parte, parecía tener más ánimo de conversación. Corbin seguía tratando de examinarlo, pese a la escasa luz. Desde luego, no le sonaba.

-No -respondió-. Pero tampoco me suena tu cara ni tu nombre.

A Johan empieza a parecerle soso.
No. Si se concentra ni siquiera lo ve soso. Le parece como una de esas aves que observan en silencio desde el cielo. Amenazan con lanzarse en cualquier momento, aunque es posible que no estén cazando. Nota esa especie de peligro plausible pero no inminente.

-¿Llevas mucho por aquí? -le pregunta, manteniendo el tono tranquilo de todos modos-. Yo llevo cuatro o cinco meses ya. Supongo que siempre es posible que no nos hayamos visto. No tengo una rutina muy fija y he estado algún tiempo fuera, de misión -le explica, con calma.

Corbin asintió. Desde luego, era plausible. Cuatro o cinco meses no eran demasiado tiempo, a fin de cuentas.

-Tampoco yo tengo unos horarios fijos. Cambiar ayuda a aprender a adaptarse -respondió, sin variar la expresión-. Llevo aquí años, pero es normal que no te haya visto en esas condiciones.

Y, a fin de cuentas, allí estaba. No era ningún fantasma.