Prado.

Se me escapa una sonrisa relajada, casi jocosa, en respuesta a su reacción. Es sutil, aunque clara para mí. Al final es incluso más animal de lo que me gustaría. Una pena.

-Empate, ¿de acuerdo? -inquiero, casi susurro, con tono tranquilo, apartando finalmente el arma de su cuello.

Ilumino ligeramente el cuerpo, ténue. Me incorporo, sentándome, permitiendo que se libere de la cuerda, rotando, por mi parte, el hombro dolorido. Me llevo una mano a la mejilla, pero la sangre ya está seca. Es apenas un corte. Ni dejará cicatriz, por suerte.

Lanzo una mirada al niño que no ha dejado de mirarnos y luego inspiro profundamente, volviendo la vista a Corbin. Ha estado bien. Me dolerá unos días.

-¿Qué te ha parecido? -inquiero, alzando un poco el arma para hacer referencia a ella.

La echaba de menos.

Parece que han acabado. Ya no noto más rivalidad, más hostilidad... Parece también que la increíble función ha terminado, y en cuando Alehyss me mira me ruborizo, al instante, y hago una rápida reverencia.

Que vergüenza. Ahora me siento como si fuese un cotilla, o algo así.
En cuanto deja de mirar hago una nueva reverencia, aunque ya no la vea, y me escabullo. No soy ningún entrometido. Solo me pareció...
Nunca seré como ellos...

*se va*

Corbin tensó la mandíbula, aún alterado y bastante disconforme. Inspiró con fuerza por la nariz y carraspeó, pese a lo cual su voz sonó extraña, alterada y agresiva.

-De acuerdo -gruñó.

Se preguntaba cómo podía estar ella tan relajada de pronto. Aunque, reconocía, una parte de él se sentía satisfecho. Aunque se detuviera antes de llegar al final, seguía siendo una actividad estimulante.

Cuando ella se sentó, aflojando de nuevo la presión, él tiró de la cuerda, deshaciéndose de ella y dejándola en el suelo aún con gesto algo brusco. Observó la pesa con curiosidad, alzando la vista hacia la hoz cuando ella preguntó al respecto. Se lo pensó un momento antes de responder.

-Es difícil -decretó, finalmente, en un gruñido-. Pero útil en tu caso. Deberías recuperar la que tenías.

Sin incidentes por hoy. Ha sido entretenido, estimulante y un buen entrenamiento. Me siento conforme con la actividad al completo. Lo único malo serán los dolores de mañana, pero seré capaz de afrontarlos con entereza. Ni siquiera me decepciona no haber vencido, aunque sí me satisface no haber sido derrotada. Así está bien.

Termino poniéndome de pie, tomando el arma. Comienzo a enrollar la cuerda con calma y cuidado. Con cadena funciona mucho mejor y es enteramente conductor.
Asiento, suave, mirándolo.

-Me encargaré de ello. Podemos repetirlo más adelante, cuando lo recupere -propongo, con tono neutro.

Estiro un poco, en el sitio, flexible. No puedo descuidarme. Creo que he forzado un poco la pierna.

Corbin la observó recoger, todavía en tensión, sin moverse hasta que ella hubo terminado de enrollar la cuerda. Se preguntó quién le habría enseñado a usarla. Corbin había tenido poco contacto con el mundo a lo largo de su vida, pero sabía de armas, y le constaba que aquella no era un arma común. Así pues, su maestro no debía haber sido común tampoco. Aunque ella nunca lo había mencionado; no en su presencia.

Bajó la vista a sus puños, examinándolos. Acabó por quitárselos y se puso a limpiarlos con su propia camiseta, con especial mimo. Le parecían mucho más manejables que la kusarigama, eso desde luego. Dudaba que ninguna otra arma pudiera reemplazarlos.

Asintió, pensativo, a las palabras de la chica.

-Quizá cuando vuelva -murmuró, aún con tono algo hosco. Quizá para entonces él tuviera también un nuevo instrumento de trabajo.

Asiento, mirándolo. Supongo que antes será imposible. Si es después, me dará tiempo a preparar alguna nueva estrategia. Me ha alegrado no ser cegada ni una vez hoy. Sorprendido incluso. Ha estado bien.

Me doblo, tocando el suelo con las manos extendidas, estirando la espalda hacia fuera, notando cómo los músculos se relajan. Es de lo más agradable. Luego, irguiéndome de nuevo, doy un par de vueltas más a los hombros y aflojo el cuerpo. El chico ya no está. Solo quedamos nosotros. Y es tarde para entrenar sin más, pero estoy muy despejada por la adrenalina. Quizás, si no me adormilo tras el baño, me pase un rato por el pueblo, aunque sea a tomar el aire.

-Creo que es el momento ideal para una buena ducha -murmuro, alzando un instante la vista al cielo, dando pie a una posible despedida.

No me incomoda estar con él, aunque ahora mismo esté incluso menos hablador que de costumbre, pero lo que no quiero es quedarme aquí sin hacer nada.
Lo miro, esperando su respuesta. Resulta ser afirmativa.

Ambos abandonamos el lugar.

*se van*

Zacharyas caminó tranquilo hasta llegar al prado, con la capucha calada sobre los ojos para protegerlos de la luz del sol, que brillaba pese a que a veces algunas nubes lo cubrían, aliviando su visión. No tenía nada que hacer, no solía tenerlo, de modo que solo vagaba al azar, arrastrando las capas por el suelo aún húmedo de los días anteriores.

Caminó sin rumbo un rato y luego se parapetó bajo las ramas de un árbol. Al principio no hizo nada; luego, para entretenerse, comenzó a escarbar con las uñas en la corteza, arrancando las escamas que la conformaban, pelando poco a poco una de las zonas del tronco.

*se queda*

Ya iba siendo hora de ponerse en marcha, aunque no sabía muy bien para hacer qué. Generalmente, Ben se dedicaba a pasear sin rumbo fijo, buscando en qué emplear su tiempo, si es que encontraba alguna cosa. No era una rutina desagradable, pero sí algo aburrida, al cabo de un rato. En cualquier caso, aún estaba cogiendo el ritmo.

Tras algunos días de lluvia, estaba todo bastante despejado, lo cual era de agradecer. Y, aún así, no había mucha gente por ahí. Por eso no lo dudó un instante cuando vio una figura encapuchada un poco más allá, y se acercó rápidamente a saludar.

-¡Buenas, buenas, buenas! -exclamó, con una mano en alto y una sonrisa-. ¿Qué tal va eso? Hace buen día, ¿eh? Menos mal que hay nubecillas, sino me quedaba dentro. Aunque lo de estar dentro no es lo mío, pero... Soy Ben, por cierto.

Zacharyas se volvió hacia una joven que se le acercaba, estrechando enseguida los ojos, atacado por la luz. Se caló un poco más la capucha, y con ella el flequillo, que le cubría parcialmente los ojos, y dejó de arrancar la corteza, esbozando una sonrisa de aquellas suyas, que si bien querían ser amables terminaban pareciendo más macabras. Asintió, lento, cabeceando hacia adelante, y carraspeó antes de hablar, pues llevaba más de un día sin usar la voz.

-Buenas tardes -saludó, evaluando curioso a la muchacha, que parecía caeruleus, chrysos, flamma... a la vez, aunque intuyó que sería lo primero por sus palabras. Quizás, se le ocurrió, había robado aquellos ojos a un chrysos, y por ello los tenía opacos. O tal vez, pensó luego, se habrían quemado con ácido-. La noche es mejor -compartió, inmóvil-. Yo soy Zacharyas -. Varios segundo tras decirlo, como recordando algo, extendió la mano derecha, que asomó bajo la larga manga de su túnica-. Un placer.

No era exactamente lo que una diría un hombre fornido o un chico majo, y tenía una interesante cara de psicópata, aunque no necesariamente malas intenciones. Ben sabía perfectamente que las personas con peor cara no eran peores en otras cosas necesariamente. O más bien, sabía perfectamente que las personas con buena cara no eran necesariamente buenas y era capaz de deducir que podía darse el caso contrario.

-Zacharyas, ¿eh? Se lo curraron -reconoció-. No a todos nos prestan tan atención para esas cosas. Aunque al final será un engorro. Los nombres pesan, ¿eh? ¿Y qué haces por aquí a estas horas? ¿Vosotros no sois más de esperar hasta que anochezca?

Ben se acercó al árbol, buscando una rama más o menos baja a partir de la cual comenzar a escalar, y en nada estuvo bien aferrada al tronco. Ladeó la cabeza, mirando al caeruleus con curiosidad.

Zacharyas enarcó ambas cejas, y estas se ocultaron bajo el abundante flequillo, bajo la capucha, desapareciendo por un instante. No alzó, sin embargo, los hombros, o la espalda, que se mantuvieron ligeramente caídos como si, efectivamente, algo pesase sobre ellos, aunque no se tratase del nombre.

-¿Pesan? -inquirió, con voz ronca, borrando por un instante la sonrisa, ensombreciendo el rostro, confuso. "¿Nosotros?", pensó luego, dándose cuenta de que quizás sí era chrysos, y no caeruleus, al fin y al cabo-. A mí no me importa el sol -explicó, con cierta inexactitud, lanzando una mirada al cielo, entrecerrando los ojos y abriéndolos por completo al final, cegándose, sintiendo cómo le ardían.

Zacharyas se caló la capucha de nuevo. Para cuando recuperó la visión ella estaba trepando por el tronco. Se le ocurrió pensar en Stalon, que seguramente hubiese hecho algo semejante, y esbozó una sonrisa.

-¿Llevas mucho... -. Calló un par de segundos, como cavilando. No podía dejar de imaginarla subiendo hasta la última rama y cayendo luego, clavándose, con suerte, en una roca y muriendo- en Brontë? -finalizó, al fin, sellando luego los labios.

Ben se encogió de hombros, divertida.

-No sé, supongo, ¿no? -comentó-. Al final a la gente le dan uno, o varios a veces, y acaba recortándolo tanto como puede. ¿Cómo te llaman a ti? ¿Zach? ¿Zachy? Y el tuyo aún bueno; yo soy Ibben, y ya directamente me lo recorto yo antes de irlo diciendo por ahí. Es como más cómodo, no sé por qué.

Bien agarrada al tronco, Ben tiró de la gorra hacia abajo, bien dispuesta a clavársela en la frente si hacía falta; todo con tal de que la gorra la protegiese. Ni siquiera se molestó en mirar hacia arriba; serían ganas de pasarlo mal porque sí.

-Ay, a mí sí me molesta, ¿eh? A mí sin sol, pues mejor, que no veo nada -declaró, convencida-. ¿Y si no te importa por qué vas por ahí con capucha?

Negó con la cabeza, como barriendo la pregunta con un gesto de la mano.

-Nah, qué va, muy poco -respondió-. Tan poco que probablemente sea la más nueva. Bueno, no sé, ¿con qué frecuencia aparece gente nueva por aquí? ¿Tú llevas mucho?

Zacharyas comprendió enseguida, esbozando una sonrisa. Negó suavemente, y el flequillo, el único pelo que tenía libre del peso de la capucha, siguió libremente el mismo movimiento, de derecha a izquierda y viceversa, acompañando a su cráneo, pegado a él, insertado en sus poros como si hubiese sido enterrado dentro de su carne con aquel fin.

-Me llaman Zacharyas -explicó, con voz todavía ronca por el desuso-. A veces Zach, pero muy pocas. Mi padre... -. Carraspeó-. Mi padre me llamaba Zack cuando era pequeño. Pero la gente que me llama de otro modo suele inventar sus propios nombres sin basarse en el mío -dijo, sin ápice alguno de amargura, pese al evidente significado de aquellas palabras.

De nuevo, una queja por el sol. Aquello desconcertaba a Zacharyas, que no dejaba de atribuirle una raza y luego otra.

-¿Eres caeruleus? -preguntó al fin. La pregunta de ella, a su vez, le hizo sonreír-. Porque el sol es dañino para mis ojos -explicó, resuelto, como marcando la evidencia.

Zacharyas frotó los dedos, unos contra otros: se había manchado de resina al arrancar la corteza y se entretenía limpiándola. Era sangre de árbol, pensaba mientras tanto.

-Yo ya algo más de dos años... -comentó, pensativo-. Pero no podría responderte a lo otro. Depende... -. La miró, de reojo, risueño-. No soy muy dado a saber esas cosas-. Los ojos le brillaron un instante, con repentino interés-. ¿Te gusta luchar? -inquirió.

Ben lo observaba divertida, clavando los dedos al tronco, esforzándose por mantenerse sobre el árbol sin problemas. Había que decir que no parecía que le costase mucho.

Ladeó la cabeza, como pensándose la respuesta, a la pregunta del hombre.

-Entre otras cosas -aceptó, por fin, no del todo convencida-. Supongo que es lo que opina la mayoría, sí.

Trepando con agilidad, se alzó por encima de su interlocutor, y luego saltó, impulsándose sin ningún miedo. Aterrizó en el suelo un poco más allá, rodando un momento antes de incorporarse con una sonrisa.

-No sé, qué pregunta -replicó, evasiva-. Lo acepto. Me puedo cargar a alguien si hace falta. Tampoco es que me dedique a ensañarme con ello o a buscarlo, pero vamos, que se puede. Supongo que aquí es a lo que he venido, ¿no?

Zacharyas tiró de uno de los mechones de su flequillo, estirándolo hasta que le cubrió el ojo, mirándola con cierto recelo.

-Entre otras cosas... -repitió, acabando con una sonrisa de aceptación-. Por supuesto, eres mestiza -. Se encogió de hombros, como si aquella evidencia no le dijese nada.

Zacharyas la siguió con la mirada, como quién acechaba a una lagartija que trepaba por un muro, y sufrió cierta decepción al ver que caía sin daño alguno tras su sato. No obstante, se recobró enseguida, y procedió a negar suavemente a lo que ella le decía, discrepando.

-No es lo mismo lo que has venido a hacer aquí que lo que harás-. Él, por ejemplo, deseaba matar y ser un buen mago, y sin embargo a veces cargaba rocas, o hacía otras misiones menos interesantes-. No creo que todos los que están aquí quieran luchar..., aunque deban hacerlo. Aunque lo hagan -. Se encogió de hombros, calándose la capucha.

Ben asintió, sin dar detalles. En su opinión, los detalles eran más que evidentes.

Frunció ligeramente el ceño ante la afirmación del caeruleus. No haría lo que había venido a hacer. En realidad, ella no había ido a hacer nada en concreto. Se encogió de hombros, aún sonriente. Tenía el mismo argumento para rebatir cualquier cosa que le dijeran respecto a Brontë.

-Pero nos dan bien de comer, ¿no? -objetó, como siempre hacía-. A mí, si me tratan así de bien, no me importa hacer lo que sea. Como si tengo que picar carne humana. A cambio de estas condiciones, yo acepto lo que sea.

A Zacharyas se le iluminaron los ojos un instante, y su sonrisa se ensanchó, dándole un aspecto algo más insano que hasta aquel momento, peor incluso pese a la emoción que lo embargaba desde dentro fue capaz de aguardar a que ella terminase de hablar antes de hacer la pregunta que había comenzado a bullir, enfermiza, en su cabeza, dando vueltas.

-¿Y comerías esa carne humana tras picarla si así se te mandase? -inquirió, y aunque había un leve tono morboso en sus palabras que el caeruleus nunca era capaz de abandonar al hablar de aquellas cosas, no era en aquel instante el "comer" o el "no comer" lo que lo intrigaba más, sino el "hasta qué punto estaba ella dispuesta a dejar sus ideales a un lado por un simple buen trato".

La moral de las personas, algo que cambiaba ligeramente en el mago con respecto a lo general, era un tema extraño, delicado a veces, y, como el caeruleus había visto a lo largo de su vida, en muchas ocasiones una falacia: ¿cuántos hacían actos "inmorales" en situaciones concretas tras haber jurado que ellos jamás osarían realizarlos? Por mucho que objetasen, al final no eran tan diferentes de él, pero se esforzaban mucho por negarlo. Pero Zacharyas los había visto hacer crueldades por las que a él se le reprendía.

Ben no pudo evitar una sonora carcajada. La verdad era que el hombre tenía ocurrencias curiosas. Lo miró desafiante, con una sonrisa algo macabra y un brillo peligroso en los ojos. Ante todo, mostraba una expresión orgullosa.

-Bah, cosas peores habré comido -replicó, restándole importancia.

La chica se estiró y rotó los hombros, sonriente. Y, hablando de comida, iba siendo hora de pensar en ella. No acababa de acostumbrarse a eso de tener el plato servido delante con un chasquido de dedos. Y de una calidad superior.

-Y hablando de deliciosos banquetes, no sé tú, pero no he desayunado -comentó-. ¿Te hace ir a tomar algo? Que van siendo horas...

zacharyas dejó ir el aire por los labios, en un amago de risa. Carraspeó, aclarándose nuevamente la garganta. Muchas veces la gente decía aquellas cosas, y él nunca tenía claro cuándo eran ciertas y cuándo meras exageraciones, pero ambas ideas le parecían graciosas, a su manera. De alguna forma, pensaba, esperaba que ella hubiese comido realmente algo "peor" que la carne humana, peor visto, para preguntarle qué era, y dónde conseguirlo para probar aquello tan espantoso, pero se contuvo y ella habló.

Zacharyas no había desayunado, porque él no hacía ninguna de las comidad normales, ni para una raza ni para la otra: simplemente comía cuando se acordaba conscientemente de que debía hacerlo, o si coincidía, como en aquel caso. Así pues, asintió, seco, con una xtraña sonrisa.

-De acuerdo -dijo sin más.

Ella caminaba delante; él, detrás, la seguía, algo encorvado, preguntándose si ella se percataría de que intentaba matarla si la atacaba de repente.

*se van*

No hacía el mejor día del mundo, ¡pero aquello era lo de menos! Ya habían pasado más de un par desde las últimas lluvias, y había que aprovechar aquello para salir a dar un paseo con Lyo y con Telma, que, el bebé por lo menos, era mucho más sensible que unos fuertes Dehnel como nosotros.

El prado era un buen lugar: un gran terreno liso para Lyo, y comida fresca sin fin para Tel. Seguramente prefería una manzana, pero no era el momento de ir a buscar una.

Tras llegar a una zona más estable y despejada, dejé al niño en el suelo, agarrándolo de las manos con cuidado, de todos modos. Todavía no sabía caminar solo, pero era un campeón y aprendía rápido a hacerlo si yo lo ayudaba.

-¡Mira, Lyo! -exclamé, señalando unas margaritas que creían más adelante-. Flores. ¿Vamos?

Y juntos caminamos hacia allí, aunque tuve que tirar de él un par de veces para evitar que cayese. Telma, por su parte, nos seguía curiosa, dando rodeos y trotando a ratos por el prado.

Dejé a Lyo en el suelo y me acuclillicé a su lado, mirando fijamente las flores.

-Esto son margaritas. Si quieres enamorar a una dama, deberías probar con algo más complicado, pero también son adecuadas para las chicas puras y dulces -expliqué, asintiendo con una sonrisa. Él, por su parte, balbuzaba e intentaba arrancar una de ellas. Cuando lo logró, aunque solo la flor, sin el rabito, agitó la mano en el aire, mirándome-. Si quieres un ramo necesitarás muchas más -comenté, risueño.

Me puse a arrancar algunas también, y Telma vino pronto, pero ella a comérselas. Lyo se quedó muy quieto, mirándola, con los ojos muy abiertos.

-Qué cosas más raras come Telma, eh, Lyo. Dile "No, Telma. Las flores no se comen."

Pero en vez de decir nada, Lyo me miró a mí. Le caía una baba por un lado de la boca, así que se la limpié, con una sonrisa. Lo de cuidar niños era difícil, pero también muy tierno, desde luego.

-¿Se te cae la baba? ¿También tienes hambre, tú? -. Pregunté, riendo, pinchándole la barriga un par de veces con cuidado, haciéndolo reír-. He traído una manzana, tranquilo -informé, y al oír esa palabra también Telma me miró, apresurándose a venir, acariciándome con la cabeza, oliendo mi ropa-. Veo que aquí soy muy popular si llevo comida encima -murmuré, suspirando, sonriente-. A ver...

Enseguida saqué de mi bolsillo una manzana roja, y un pequeño cuchillo. Corté un trocito para Lyo y di el resto a Telma, que se la comió enseguida, como siempre. Luego, al del niño le quité la piel, de la que mi compañera se encargó del mismo modo.

-Toma, Lyo. Manzana -ofrecí, tendiéndole el trozo-. Repite. "Manzana".

-Ibi -dijo él, extendiendo las manos hacia mí, haciéndome reír y negar varias veces.

-No toda la comida es bibe, eh -advertí, pero le di el trozo de fruta y me senté, relajado, mientras él la chupaba y masticaba como podía.

Telma se tumbó junto a mí, rumiando un poco, relajada. Le acaricié el lomo, algo distraído, mirando el cielo nublado. Parecía que fuese a llover de un momento a otro, pero al mismo tiempo estaba suficientemente despejado como para que tuviésemos suerte.

Estuvimos allí un buen rato, jugando. Fue una tarde relajada. Luego buscaría a un miembro del servicio, que todavía no había tenido mi entrenamiento diario. Pero un día tranquilo no estaba mal, de vez en cuando.
Y había otras cosas que también echaba en falta.

*se quedan un buen rato y luego se van*

Telma incluso parecía animada aquel día, y corría sobre la hierba, o al menos lo más parecido a correr que ella sabía hacer, deteniéndose a veces a comerse algunas flores o hojas. Con la lluvia, al fin y al cabo, salía menos, y últimamente el tiempo era tan desastroso que no había quién disfrutase del verano. Incluso en aquel momento, que no caía innoble agua de las nubes, el suelo seguía húmedo como si fuese otoño. No era capaz de disfrutar, como otros años, de las agradables tardes en el lago, al sol.

-Tendrías que ver los días de Ignis, Telma. no los soportarías. Allí llueve poco, es cierto, y podrías salir a diario, pero estoy seguro de que no te gustaría el ambiente tan seco y caluroso. Y mira que en nuestras tierras, para tratarse de Ignis, se está bastante bien -. Me remangué la camiseta, frunciendo el ceño y frotándome las manos-. Bueno, vamos a ver qué se puede hacer hoy...

Entrenar en solitario era una gran forma de fortalecerse. Aquel día había dejado a Värdjas a un lado para concentrarme en el combate cuerpo a cuerpo. Aunque, desde luego, con un adversario se hubiese tratado de un entrenamiento mucho más completo. Sin embargo, un fuerte guerrero no ponía pegas a su situación.
Mientras Telma aprovechaba para estirar las piernas, yo me coloqué frente a un árbol, con los puños envueltos en tela. La última vez que me había enfrentado a un árbol había terminado con las manos llenas de astillas y cortes, y no era cuestión de repetirlo.
Comencé a hacer series de puñetazos, primero repitiendo varios golpes fruentales solo con la derecha, y luego con la izquierda. Cada serie era una repetición de cincuenta golpes, y cada una de ellas la hice tres veces. Era como golpear la cabeza del enemigo. Lo siguiente a aquello fueron series de ganchos a las costillas del árbol, aunque los árboles no tenían costillas, por supuesto, y las repetiría el mismo número de veces, aumentando poco a poco el ritmo.

*se queda entrenando*

Aprovechando que hoy la lluvia ha dado un respiro, he sacado a mi particular matojo de nervios a dar un paseo. De hecho, llevamos todo el día metidos en el bosque, persiguiendo pájaros, ardillas y hasta hojas. Y, aunque ha sido muy divertido, todo llega a su fin, y la falta de luz me parece argumento suficiente para declarar la retirada.

Y, pese al ajetreado día, este elemento sigue dando guerra. Al final he decidido dejar de correr detrás de él, pues, al parecer, si ve que no lo sigo acaba dando vuelta él mismo para buscarme. Así pues, dejo que vaya a su ritmo, mientras que yo me limito a volver dando un paseo. Hasta que, llegados casi al límite del bosque, echa a correr a especial velocidad, perdiéndose más allá, y ya no da media vuelta.

Descubro qué ha llamado su atención al llegar a la linde: Telma. Ya la conoce, desde luego, pues me ha acompañado muchas veces a verla a los establos. Y, aunque ella no muestre especial interés en él, a él le fascinan los bismontes y caballos. Me quedo en el límite del bosque, divertida, observándolos interactuar.

La tarde había sido larga. Había entrenado duramente contra aquel árbol durante un par de horas, y luego había pasado a otras cosas más relajadas, al sentirme más cansado. Sin embargo, la noche había ido llegando, y en aquel momento apenas era capaz de ver nada. El momento de recoger a Telma había llegado.

Troté como pude, ya cansado, hacia la parte del prado en la que la había dejado, esperando que no hubiese ido muy lejos.

-¡Ey, Tel! -llamé, buscando con dificultad en la oscuridad-. Venga, que es tarde.

Me había hecho algo de daño en un hombro, hacia el final del día, y me molestaba un poco. ¡Para colmo! Menudo desastre de hombre estaba hecho. Si no era por una cosa, acababa siendo por otra.

Aunque no la veía, ella debió escucharme, porque un mugido me llamó la atención desde un poco más lejos, y enseguida cambié de dirección para ir hacia aquel lugar. La verdad era que incluso yo me sentía cansado, y los pasos me costaban más que de costumbre.

Apenas veía su figura cuando vi otra cosa, una más pequeña y veloz, acercarse corriendo hacia mí. Su pelaje blanco me ayudó a diferenciarlo antes de que llegase a mi altura, de modo que me relajé un poco. No era un enemigo, al fin y al cabo, aunque me atacase de aquel modo tal vil...
Vil...

-¡Vilo! -exclamé, acuclillizándome y recibiéndolo con una sonrisa y ánimo-. ¿También tú has decidido salir a dar un paseo? Esta muy bien aprovechar los días sin lluvia, eh... Que con ese pelo tan blanco uno tiene que mantenerse limpio.

Y aunque lo acariciaba con ánimo y ganas, mis ojos ya no lo miraban, ni tampoco a Telma. Buscaba en el prado alguna silueta reconocible, aunque en medio de la noche...
Malditos chrysos...

Hasta que no oigo la voz que la llama, no me doy cuenta de que, evidentemente, no está sola. Aunque la oscuridad no es tal como para impedirme ver nada, acabo por invocar un flagrare que me ayude a distinguir mejor. Acabo por acercarme a saludar yo también.

-Buenas noches -digo a Rick, en primer lugar. No tardo, sin embargo, en volverme hacia Telma, con una amplia sonrisa-. Hola, campeona. Qué, ¿has aprovechado bien el día? Y yo que iba a ir a verte ahora... Menos mal que te encuentro aquí.

Aún tengo la necesidad de observar a mi alrededor antes de conseguir asegurarme de que, efectivamente, no hay niños a la vista. Mejor. No tengo ganas de críos. Bueno, nunca tengo ganas de críos, hablemos claro.

En el instante preciso en el que el flagrare se iluminó, también lo hicieron un poco mis ojos. No tardé en caer sentado con un empujón de Vilo especialmente entusiasmado, pero no importaba.

-¡Muy buenas noches, Lea! -exclamé, animado, apresurándome a levantarme, formal, acariciando un momento más la cabeza de Vilo. Ella, por supuesto, se dedicó a Telma, que estaba encantada, pero yo también tenía mis armas-. Vilo está enorme, eh. Cada vez que lo veo se le nota más. ¿Qué tal va todo?

Me sentía inquieto y animado, y con energía de pronto. Casi tenia ganas de ponerme a correr con el cachorro. Y estaba seguro de que él no pondría pegas.

Telma, por su parte, frotaba la cabeza contra el hombro de Lea, buscando más caricias. Por supuesto. Si aquel truco funcionase conmigo, Tel, te aseguro de que no tendrías tanta atención siempre.

Me adecenté un poco el pelo con las manos, y luego me esforcé por estarme quieto.