Escaleras

Lloraba, lloraba, lloraba... Y aquel día el flagrare no parecía funcionar. Era terrible. Y estaba incluso más cansado que el anterior. Telma iba a estar enfadadísima conmigo cuando fuese a verla, desde luego. Pero en aquel momento solo podía ir de un lado para otro con aquel hermoso saco de lloros, deseando que dejase de chillar de una vez.
Al bajar las escaleras, de hecho, me di cuenta de que parecía parar un poco, pero al llegar abajo empezaba de nuevo. Y al subir paraba. Y al parar empezaba. Y al bajar...

-No me lo puedo creer... -murmuré, entre dientes.

¡Pero mis músculos estaban para algo! Sería como un entrenamiento sin fin, desde luego. Mientras no gritase, todo iría perfectamente.

*se queda subiendo y bajando escaleras todo el rato*

Después de un día más de trabajo, me dirigía a las habitaciones, a ver si por un día era capaz de acostarme temprano y aprovechar para descansar en condiciones. Llevaba un tiempo bastante tranquila, lo que me hacía estar de un humor bastante estable, y la normalidad que se había impuesto contribuía a esa situación.

Subía las escaleras cuando di con Rick, que paseaba concentrado arriba y abajo, con un crío en brazos. Con repentina curiosidad, no pude evitar detenerme junto a él.

-¡Eh, un bebé! -exclamé con emoción-. ¿Es tuyo, Rick? Pero qué cosa más mona... ¿Puedo cogerlo?

Aunque, ¿qué hacía Rick con un bebé? ¿Sería de Inger? ¿O de esa otra chica de la que Frikka me había hablado, Lea? Menuda sorpresa...

Me volví a Massen, la joven Massen, con una sonrisa, cuando habló. Me detuve, pero Lyo enseguida se puso a hacer percheros y tuve que empezar a moverme de nuevo. Aquello sería agotador si duraba horas, pero en aquel momento me lo tomaba con humor. Mis piernas se harían fuertes, como mi corazón y mi belleza ante las damas, con aquel bebé en brazos.

-Buenas noches, joven Massen -saludé, llegando al último escalón y empezando a bajar de nuevo-. Este es Lyo, el bebé de Cassandra. Se lo estoy cuidando -expliqué, pasando a su lado y resbasándola. Su petición me hizo volverme enseguida y tendérselo con energía-. ¡Por supuesto! ¡Adelante!

Oh, Mithos... tres días y me sentía tan agotado. Aquello de ser padre era duro, desde luego, pero yo era mucho más duro que todo aquello.

Así que Cassandra. No tenía ni idea de quién era, pero bien visto, aquel niño no se parecía tanto a Rick como su pelo me había hecho pensar en un primer momento. Aunque, en realidad, un niño no tenía por qué parecerse demasiado a su padre, por más que la gente se empeñase en ello. Lo tomé en brazos con mano experta y una sonrisa, acunándolo para que dejara de mirarme con aquellos ojitos llorosos. Daría un brazo por que era hijo de una primeriza.

-Hola, precioso -canturreé, pegándolo bien a mi pecho, acomodándolo y meciéndolo con energía, entretenida. Mithos, sí que hacía tiempo que no cogía a un niño tan pequeño. ¿Cuántos años tenía ya Sill? Si la última vez que lo había visto me había quedado de piedra... - ¿Y qué hace este niño despierto a estas horas? Claro, seguro que has echado una siesta como un señor, y ahora lo que queremos es juerga, ¿a que sí? Pero qué ojazos tienes...

Sin dejar de mecerlo, asegurándome de evitar cualquier amago de lloro, sonreí a Rick. Menuda cara que tenía, mirándolo bien. Seguro que el niño daba guerra.

Me mantuve varios segundos mirando a la joven Massen en el más absoluto silencio. Incluso diría que Lyo parecía más calmado de pronto. No sabía qué había hecho, aunque yo también me sentiría más contento en brazos de una jovencita. Tonto no era, desde luego.
Su capacidad para calmarlo, de alguna forma, su tono tranquilo y su expresión sabia y adulta... Durante un instante, un innoble Rick Dehnel se enamoró de aquella joven que de pronto no parecía tan niña como recordaba. Desde luego, ver aquel niño en brazos de alguien daba un atractivo especial...

-Lo cierto es que siempre parece tardar muchísimo en dormirse por las noches -. Me rasqué la nuca, discunformado-. Ya es la tercera vez que pasa. Y por más que me esfuerce, no sé qué hacer. Pero parece que tú tienes buena mano.

Quizás Mithos la había puesto en mi camino para que ella me salvase. Aquella sería la verdad.
Aquel niño me haría ser un buen padre sin serlo. ¡Y lo sería cuando lo fuese!
Aunque si seguía tras Lea tal vez no lo fuese, porque no había parecido muy convencida la noche anterior. Con lo hermosos que eran los niños...

Reí ante su comentario, apretando un momento al niño, que parecía calmado pero mantenía los ojos bien abiertos, atento. Pobre, echaría de menos a su madre... Yo eso lo entendía muy bien. Lo subí un poco hacia mi cara, apoyando con suavidad los labios en su frente y aspirando el aroma que emanaba, dulce y suave. El olor a bebé era muy agradable, cuando el bebé estaba limpio.

-Bueno, es que a mí me ha tocado cuidar muchos niños, que en casa éramos una buena tropa y yo no soy de las pequeñas -expliqué, divertida-. Aunque hace mucho que no cojo a un niño tan pequeño en brazos. ¿Y cómo es que no lo tiene su madre? A estas edades, sin ella...

Lo reacomodé en mis brazos. No era más que un bebé, pero se le notaba el peso. Estaba bien alimentado. Debía tener unos ocho o nueve meses, más o menos. Estaba en edad de tener la cara redondita, gorjear y resultar adorable, aunque dejaría de parecerlo si no dejaba de llorar, y por cómo tenía la cara, parecía que sabía quejarse con fuerza. Al menos, en aquel momento, estaba callado.

-¿Qué tal, corazón? -pregunté, haciéndole carantoñas-. ¿Te cuida bien Rick? ¿Te portas bien con él? Que tú también lo tienes que cuidar, no se vaya a pensar que eres un interesado...

La contemplé, divertido. parecía estar disfrutando, realmente. Estaba bien ver que tenía a gente a la que acudir cuando necesitase ayuda porque mi nobleza y valor no bastasen para ocuparse del niño.

-Yo ayudé a cuidar de mi hermana, por supuesto, pero hace ya tanto que tenía esta edad y era yo tan pequeño que la verdad es que... -. Me lo pensé un momento. ¿Cómo podría descrbirlo?-. Es muy diferente, visto así... Pero me esforzaré por hacerlo lo mejor posible. Se lo debo a su madre, y a él, eh chavalote.

Me froté la patilla derecha, pensativo. Me las había recortado un poco aquella mañana y el tacto era algo más rasposo de nuevo. Muy extraño. Diferente.

-¿Algún consejo? ¿Cómo haces que esté tan tranquilo? Ni siquiera domino bien la técnica del cambio de pañal...

Miré a Rick un momento, y luego al niño, que parecía bastante relajado. Posé un dedo sobre sus labios, buscando alguna clase de reacción, pero no parecía especialmente ansioso por tomarlo. También estaba limpio, eso ya lo había comprobado. Mantenía los ojos abiertos como platos, fijos en mí, aunque no balbuceaba. Yo le sonreía, manteniendo la calma.

-A ver, lo ideal es que esté cómodo, no sé -respondí, aupándolo una vez más y encogiéndome de hombros-. Ponerle bien el pañal es importante, porque sino se puede manchar y estará incómodo. Y aunque no se manche, si se le clava a la piel le molestará. Tampoco se le puede atender a todos los caprichos, que los niños son muy listos y les gusta marear -. Me senté en las escaleras, apoyándolo con cuidado en un escalón, tumbado, y procedí a desvestirlo para ver cómo tenía puesto el pañal y recolocárselo un poco. Después lo cogí de nuevo, dándole un beso, y lo senté en mis rodillas, apoyando su espalda en mi brazo y meciéndolo levemente-. ¿No tiene algún juguete? Un sonajero o algo así, algo que le guste y lo mantenga calmado. O algo de su madre, que le recuerde a ella y lo tranquilice. Mientras esté cómodo, no debería dar problemas. Hay que controlarle las horas de sueño y las comidas para que no se haga a horarios raros, y si ve que por hacer pucheros gana más atención, evidentemente seguirá haciéndolos. Hay que aprender cuándo le pasa algo y cuándo es puro capricho. Y, desde luego, si está bien atendido cualquier lloro va a ser capricho. Todo es estar pendiente, pero sin consentirlo. Aunque los hay más buenos que otros. ¿Tú qué tal te portas, Lyo? ¿No te gusta dormir, que abres tanto los ojos?

Lo recosté un poco más, aprovechando la mano libre para hacerle caricias en la cara con los dedos, en la nariz y alrededor de las cejas, hacia las sienes, incitándolo a cerrar los ojos. Estaba demasiado espabilado.

Tomaba nota mental de lo que Massen hacía, aunque sin entenderlo todo por completo. Parecía saber tanto... Ni que tuviese ya un par de ellos, Mithos. ¿O era que las damas nacían ya aprendidas? Porque algún truco tenía que haber para aquello.

-¿Qué haces? -inquierí, viéndola tocar los labios del pequeño. Luego la escuché, aunque parecía hablar al mismo tiempo sola y conmigo-. No tengo nada de su madre... No sé qué puedo hacer... Ni juguetes, ni nada. Mañana mismo le compraré todos los que pueda en el pueblo. ¡Lo que haga falta! -. El dinero estaba para algo, al fin y al cabo... Y quizás si encontrase a Cassandra podría solucionar lo otro, que el pobre Lyo debía de sentirse abandonado con un hombre seductor, y no dejado al cargo-. ¿Cómo puedo saber si le duele algo?

Me dediqué, luego, a observar sus caricias, que poco a poco parecían calmarlo y empezar a adormilarlo. Si al final, cuando lo hacía otro, parecía hasta fácil.

-Joven Massen... -. La miré, arrugando el ceño-. ¿A las mujeres os gustan los caballeros con un niño entre los brazos?

Volví la vista a Rick cuando preguntó, casi sorprendida por su pregunta. Aunque, si nadie le había enseñado, no tenía por qué saber nada. Y, la verdad, parecía bastante perdido.

-Comprobar si tiene hambre -expliqué-. A los bebés les gusta chupar cosas, pero si tienen hambre te intentan coger el dedo con más ansia -. Esbocé una sonrisa divertida, casi burlona-. O el pecho, pero no creo que a ti te haga eso. Suelen hacerlo solo con las chicas.

Parecía bastante agobiado con todo aquel asunto. Hasta me daba algo de pena. Pobre, la que le había caído encima... A ver si la madre volvía pronto, porque parecía que no le había dado demasiadas instrucciones. Me encogí de hombros.

-Tampoco hace falta que lo tenga todo -repliqué, tratando de tomarlo con calma, sin dejar de acunar y acariciar al niño-. Basta con que tenga con qué entretenerse para que no tenga que reclamar tu atención todo el rato. Con juguetes aprenden, pero un muñeco o un sonajero es más que suficiente para empezar. Ya tendrá tiempo de pedirlo todo cuando sea un poco mayor -. Me encogí de hombros de nuevo, pensativa, y acabé por mirarlo con cierta incertidumbre-. Probando, supongo -sugerí-. Cuando llevas un tiempo con ellos te das cuenta de que no siempre lloran igual. Tienen un lloro diferente para comer, dormir, incomodidades, aburrimiento, dolor... En realidad se comunican mucho más de lo que parece, pero hay que aprender a entenderlos.

Fruncí el ceño, extrañada, a su última pregunta. Acabé por bajar la vista a Lyo. ¿Qué buscaba teniéndolo cerca? Al final, me reí.

-Bueno, creo que no me haría mucha gracia encontrarme al chico que me gusta con un niño en brazos -reconocí, finalmente-. A no ser que fuera mío, claro. Supongo que tiene algo de entrañable, pero...

Asentí, a su nueva explicación. Ella sola, una damita tan joven, iba a terminar por enseñarme los más oscuros secretos de la paternidad en un abrir y cerrar de ojos. Casi me arrepentía de no tener una de aquellas libretas que usaba para tomar notas en casa, cuando me enseñaban historia de Ignis y no podía memorizarla toda.
Y seguía sin haber podido, con algunas cosas de la historia. Pero el asunto del bebé estaba siendo todavía más importante.

Iría al día siguiente al mercado del pueblo a comprar aquellos juguetes y sonajeros, y de paso a echar una mano y saludar a las chicas, a las que llevaba tiempo sin ver, y también tenía que pasarme a ver a Telma antes de que entrase en cólera. Ella y Lea, que empezaría a decirme que era un irresponsable, y que no debía descuidar a la pequeña Tel por el hijo de una mujer como si los animales fuesen algo de segunda clase, o algo así... Como si la oyese, indignada, echándome la culpa decepcionada...

-Supongo que aprenderé con práctica, pero prefiero que no llore -dije, frunciendo el ceño, seguro de mis capacidades como viril y protector padre temporal.

Luego aguardé por la última respuesta, y al oírla se me cayó el alma a los pies. Lyo parecía dormido, pero aquello... no... ¡No era tan importante del todo!
Porque...

-¿No? ¿Por qué no? -inquierí, con repentino interés, casi con un tono algo triste-. ¿No resulta un hombre protector y de fiar? Un buen hombre digno...

¿Qué había hecho?
Todo mal.
Todo mal.

Acabé por reír, atrayendo hacia mí al niño, sin dejar de acariciarle la cara pese a que ya parecía dormido. Negué con la cabeza.

-Lo harás bien cuando le pilles el punto -lo alenté, divertida-. Pero no esperes que deje de llorar. Llorará menos cuando aprenda a hablar, pero aún entonces seguirá llorando. Quiere atención, es su forma de pedirla. No puede ir por su cuenta, después de todo.

Me levanté, aún acunando al niño, y tras darle un par de mimos más acabé por tendérselo con una sonrisa. No estaba segura de que Rick fuera el perfecto cuidador de un niño, pero lo conocía lo suficiente como para saber que se esforzaría al máximo por cubrir todas sus necesidades, y aquello le facilitaría el aprender.

-Bueno, las madres solteras no tienen mucho éxito, ¿no? Esto es lo mismo -reflexioné a su pregunta-. Es cierto que da sensación de confianza, pero también de persona ocupada, de que no necesite nada ajeno. No es lo mismo cuidar a un niño propio que a uno de otra, supongo. No lo sé. Quizá sea que asusta porque parece que uno vaya demasiado en serio. Tampoco sé si puedo hablar por todo el mundo, de todas formas; seguro que hay un montón de chicas que se quedan encandiladas.

De modo que aquello de llorar no pasaba jamás... Yo me recordaba como un niño fuerte y nada llorador. Y Nadia, de hecho... Nadia había sido incluso una niña menos lloradora que yo, quizás porque contaba con los protectores brazos de su poderoso hermanito, que siempre la había cuidado cuando estaba triste o se hacía daño. Y cuando lloraba la había consolado. ¡Haría que todos dejasen de llorar para siempre!
Asentí con fuerza, aprendiendo sus sabias enseñanzas sobre bebés.

Y en cuanto a chicas con hombres con niños..., me sentía palidecer, me debilitaba, me... Me salió una pequeña mueca, incluso, y mecí a Lyo con suavidad, dejando ir un suspiro. Solo de recordar a Lea: su cara, su tono...

-No creo que sea el caso... -murmuré, bajando la voz, negando para mí. Al final la había armado buena-. Gracias por todo. Me has sido de muchísima ayuda. Agradecería enormemente poder devolverte el favor de algún modo.

Parecía un tanto desanimado. La verdad, los niños podían llegar a ser un engorro. Lo ideal era cuidarlos entre varios, así era como mejor se hacía. Quizá Inger, o Lea, o quien fuera que tuviera en mente, no había querido participar. Una pena. Un poco de apoyo femenino no le vendría mal a Rick. Quizá yo pudiera cubrir esa parte, aunque dudaba que eso fuera lo que él quisiera.

-No desesperes -sonreí, trantando de animarlo-. Es todo cuestión de costumbre. Luego pasa y cada vez se hace más independiente. Es un alivio ir recuperando la libertad, ya verás.

Negué con la cabeza. Pobre, si es que estaba desesperado.

-No te preocupes -repliqué-. No me debes nada. De hecho, puedes buscarme si tienes problemas con él, e intentaré ayudarte. Procura despertarlo temprano mañana y que gaste energía durante el día. Cuanto más se canse, mejor dormirá por la noche.

Después, me despedí; yo también quería dormir, y ya me había entretenido lo suficiente. Qué ilusión lo del bebé. Tener un niño cerca iba a ser muy divertido.

*Se van cada uno por su lado*

Atravieso el pasillo con gesto sombrío. Debería ponerme a entrenar más, que no hago nada, pero lo cierto es que con el mal cuerpo que tengo da hasta puñetera pereza. Supongo que esto es lo de siempre: falta un empujón y sin él a ver quién empieza a mover el culo y hacer algo de su vida.
En fin...

Me detengo al lado de las escaleras, con las puntas de los pies al borde del primero de los escalones. Me balanceo ligeramente, adelante y atrás, con los brazos a la espalda. Finalmente, con un movimiento ágil, doy un salto, cayendo cinco escalones tan abajo, sobre la derecha. Me dejo estar, apoyando la otra pierna, y dejando el cuerpo suelo. Me llevo entonces las manos a la nuca, con gesto ausente, y dirijo una mirada a la ventana más cercana.

-Joder -murmuro, acuclillándome, abrazándome las rodillas con los brazos-. Qué mierda...

*se queda*

Abro los ojos al escucharlo, desplegando las orejas sin quererlo, mirándolo. me ha sobresaltado. Estaba relajada. Relajada cagándome en todo.
Dibujo una sonrisa de medio lado, torcida, y me yergo, plegando las membranas. Siempre saltando de una lado a otro como un mono. Será pesado...

-Aprendes rápido. Buen chico -digo, con socarronería, como quien habla con un perro-. Un poco sí, la verdad... -termino luego, encogiéndome de hombros, con un desánimo más patente. No lo verá, de todos modos, a no ser que se haya hecho un experto en lenguaje corporal, de pronto (o de cualquier tipo)-. Siempre es un placer verte, de todos modos -canturreo, burlona, que cuando capte estas sutilezas y se ofenda ya no será divertido.

Puto raro...

Se me escapa una risa, que es a medias un resoplido. Hay que joderse. Ahora le gusta verme porque "es útil". El mundo está lleno de gente a la que le encanta verme, pero tengo que comerme estas mierdas como si fuese una impopular que se arrastra por un amigo cualquiera. Y un cojón.

-¿Calor en el cuerpo? -inquiero, alzando una ceja y apoyándome de lado contra la pared, inclinándome hacia ella con los brazos cruzados-. Me alegro de no generarte fiebre, sinceramente -me burlo, con una sonrisa-. Supongo que a veces verte a ti también es agradable. Aunque tú sí me dejas la cabeza caliente de vez en cuando -añado, burlona, recordando sus putas salidas de tío raro. Si es que no sé por qué me muevo con esta gente yo...

Cuando me señala su paquete no puedo evitar alzar las cejas. Desde luego, como vaya ofreciendo su salchicha así por ahí, a cualquiera, debería hablar con Massen, de amiga a amiga. Aunque, por lo que sé de los piscis, quizás no haya mucho que compartir. No sé si lo que tengo en casa vale de ejemplo, pero si comparo a un par de hermanos con el otro, me da que...

-No, no es igual que tu calor -respondo, tajante, con una sonrisa burlona-. Ey, para el carro -replico, luego, extendiendo ambas manos hacia él, frunciendo un poco el ceño-. Eres un buen chico, pero aspiro a algo más que tú. Mejor quédate con Massen y cuídala bien, ¿eh? Yo me desentiendo de vuestros bebés.

Todo para ella. Que este no entiende una broma. Qué miedo...

Lo miro, con una sonrisa incrédula. Son más raros de lo que esperaba, los del sitio raro del que quiera que venga. Eso o este les salió especialmente retrasadito. Sin embargo, me he propuesto hacerme una buena maestra para él, por el bien de Massen y por hacer algo con mi vida, de modo que termino por responderle.

-Tendrías que ser algo más espabilado, por lo menos. Y saber comunicarte un poquito, y pillar las indirectas. Y muchas cosas, no sé... No soy mucho de esas cosas. Además de que no soy una zorra de esas que se folla Gerald, y Massen es mi colega. Entre otras muchas razones.

Supongo que Gerald es la más importante, ¿no? Y que este tío es un bicho raro.