Pasillos

Salgo al pasillo y me doy la vuelta, aguardando a que la puerta se abra de nuevo. No me siento bien. Mi corazón comienza a latir desagradablemente rápido, nervioso. Si algo sale mal... Hay tantas posibilidades de esto salga mal...

De todas formas, la frialdad se me da bien. Espero que lo suficientemente bien, al menos.

Aprieto la mandíbula, tensa.

*se queda*

Encontró a la chrysos en uno de los pasillos, quieta. Lyam frunció el ceño, más confuso que antes. Aquello no tenía sentido. ¿Por qué había salido con tanta prisa si iba a pararse en mitad de los pasillos? Parecía que sólo quería que lo siguiese, pero no entendía por qué Alehyss querría algo así.

Se acercó a ella, dando largas zancadas, y clavó sus ojos en los de ella.

-¿A qué vino lo del comedor?

Suelto un sonoro suspiro. Luego clavo mis ojos en los suyos.

-Tengo algo que hablar contigo, pero -. Miro a los lados- no querría que nadie me escuchase.

Tras unos segundos en silencio, apenas un par, me doy la vuelta y comienzo a avanzar por el pasillo en dirección a los exteriores. Por Mithos... Esto es de lo más estresante...

Lyam alzó las cejas, sorprendido. ¿Hablar con él? ¿De qué? ¿Y por qué a solas?

-¿De qué quieres hablarme? -inquirió, acercándose a ella. La chrysos, en lugar de responder, se dio la vuelta y comenzó a caminar.

Lyam frunció de nuevo el ceño. Definitivamente, no entendía nada. Pero aún así, la siguió. Sentía, a pesar de lo extraño de la situación, curiosidad por lo que tenía que decirle la chrysos.

*se van*

Internándome tranquilamente en los pasillos, no tardo en encontrar a un amable joven del servicio que pueda indicarme dónde voy a dormir. Tras dar mi identidad y un par de comentarios entusiastas, se muestra más que dispuesto a guiarme hacia las habitaciones. Así pues, agradeciéndole su gentileza (no son horas para molestar a la gente), lo acompaño.

Por el camino, voy mirando alrededor, curiosa. El palacio no tarda en demostrarse como un lugar grande y lujoso, aunque ese hecho no me sorprende en absoluto. Me pregunto, eso sí, si tardaré mucho en habituarme. No estoy acostumbrada a recintos tan amplios.

Al cabo de unas cuantas vueltas, llegamos a las habitaciones, y el amable chrysos me indica dónde puedo instalarme. Le doy las gracias y entro.

*Entra*

Zacharyas atravesaba los pasillos con paso distraído, deteniéndose aquí y allá a mirar por una ventana hacia el exterior o fijarse en alguna puerta con curiosidad. Se sentía muy acelerado, y tenía la mano derecha llena de su propia sangre, ya seca, al igual que su ropa. Se la llevó a la boca con distracción, notando aquel sabor metálico enseguida, y continuó andando.

Pronto una puerta llamó su atención y se internó tras ella. Se sentía lleno de energía y muy contento.

*se va*

Zacharyas estaba siendo arrastrado porque era un cadáver. Un depredador había acabado con su vida y ahora se llevaba su cuerpo a su madriguera, probablemente para alimentar a sus crías. ¿Qué había de malo en aquello?, se preguntaba. Al fin y al cabo, así funcionaba la vida. Si había muerto era justo que sus restos se usasen para hacer crecer a los fuertes que habían acabado con él. Y, pese a eso, Zacharyas no recordaba cómo había muerto, por lo que intentó hacer memoria.

¿Era, quizás, algo relacionado con unas bestias? No le sonaba. Quizás, pensó luego, hubiese sido una venganza. Miró, pues, sus manos, y las vio llenas de un líquido negro, y enseguida supo que era sangre.
¿A quién había herido? ¿Quién lo arrastraba?

Zacharyas volvió la cabeza y vio allí a su padre, arrastrándolo con furia por aquel camino liso. No se encontraban en ningún lugar. La luminosidad no le permitía ver nada.

"Eres una decepción", decía su padre. "Monstruo, deberías estar muerto."

Zacharyas volvió la vista al frente, observando el pasillo que iba dejando atrás al ser arrastrado. Tenía que haber hecho algo verdaderamente malo para que su padre dijese aquello. Ni siquiera cuando había matado al perro de los vecinos...

[...]

Zacharyas entreabrió los ojos con pereza. La escasa luz lo deslumbró. Tardó un rato en ubicarse. Estaba siendo arrastrado por algo. Tenía la cabeza a punto de estallar.
Recordaba los hechizos que lo habían alcanzado, entonces...

-Stalon -llamó algo ausente, con voz ronca, sin volverse a mirarla. Todo le daba vueltas y se sentía adormilado, como ido.

*es arrastrado*

Ni siquiera estaba segura de si había oído la voz o si la había imaginado, pero el caso es que me paré en seco y miré alrededor, buscando quién podía estar llamándome. Por último, bajé la vista al chiquillo y alcé las cejas. ¡Ah!

Con tanto cuidado como pude (que no fue mucho) lo solté para dejarlo en el suelo y retrocedí unos pasos para verle la cara. No sabía qué, pero algo había cambiado en ella. Lo estudié un momento, en silencio.

Finalmente, arrastré el espadín hasta su mano y le hice agarrarlo con ella. Luego volví a su cara de nuevo, la tomé entre las manos y le di un suave beso en los labios. De nuevo, lo miré fijamente.

-¿Ya? -pregunté, expectante.

Cuando ella lo soltó, Zacharyas cayó irremediablemente hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el suelo torpemente. Por suerte para sus huesos, el abundante cabello amortiguó en parte la caída. Se dejó allí tumbado unos segundos, notando que algo le era colocado en la mano, y luego el beso de Stalon en los labios.

-¿Ya? -preguntó también él, confuso, ausente aún, semiincorporándose con cierta dificultad, sintiendo un dolor en la muñeca izquierda y diversas partes de su cuerpo al hacerlo.

El pasillo le parecía algo borroso. Se sentía más aturdido que en mucho tiempo. Hacía mucho tiempo que Zacharyas no se quedaba inconsciente de ese modo. La última vez, recordaba, había sido al salvar a un niño...

En una especie de mezcla entre caricia y apartarle el pelo de la cara, le pasé ambas manos por la frente, mirándolo con ceño. Estaba dormido, pero ya estaba despierto.

-Ya estás vivo -respondí sin dudar.

Le di un nuevo beso y repasé con un dedo una de sus ojeras, mirándola en gran detalle. Alcé la vista hacia sus ojos, repentinamente seria.

-Tú no eres un pájaro, Zacharyas -le expliqué, casi con tono de advertencia.

Zacharyas cerró los ojos al ser besado de nuevo y luego se quedó así un buen rato. Veía dentro de sus párpados pequeñas luces cambiantes de colores distintos, y una espiral que no dejaba de girar, como si se la hubieran tatuado por dentro. Era de lo más extraño, pero al mismo tiempo le resultaba agradable y relajante. Incluso sentía que se quedaba dormido allí mismo, sentado, en mitad del pasillo.

La voz de Stalon lo hizo volver en sí. Despegó los párpados con lentitud, desvelando sus ojos oscuros, clavándolos en la parvus.

-No soy un pájaro -repitió, como masticando aquellas palabras-. No -. Carraspeó- entiendo...

De ser un pájaro, pensó, le sería muy fácil saltar del tejado sin correr peligro, jugando a ver cuánto aguantaba con las alas plegadas antes de abrirlas para detener su caída.

Acabé por esbozar una pequeña sonrisa. Incluso llegué a reír un poquito. Le acaricié la mejilla, casi como quien acaricia una mascota. Por último, posé el dedo índice en su nariz un momento.

-Es porque estás malito -expliqué, convencida.

Me volví hasta ponerme a sus espaldas y le di un pequeño beso en la coronilla. Entonces, me di la vuelta y, tomándolo por los hombros, comencé de nuevo a arrastrarlo con esfuerzo.

-Hay que curarte. Así te pondrás bueno -indiqué. Lo miré de reojo, por encima del hombro-. Pero el pincho lo llevas tú.

Al notar cómo era arrastrado de nuevo, Zacharyas consiguió reaccionar un poco más, al fin. Sacudió la cabeza, como tratando de volver en sí, aunque con eso solo logró aumentar su mareo.

-¿Adónde vamos?

Era extraño para él. Por algún motivo, tenía la extraña sensación de que, como en su sueño, la parvus iba a llevarlo a un nido gigante para alimentar a sus crías, lo que le resultaba extraño e ilógico, pero al mismo tiempo era capaz de visualizarlo perfectamente en su cabeza.

Carraspeó. Como pudo, limpió su espadín en su ropa y lo metió luego en su funda.

-Puedo andar -dijo de pronto, ronco, como si aquella facultad suya acabase de haberle sido revelada en aquel mismo instante.

Volví a sonreír al oír su pregunta. Desvié la vista a la ventana, mirándola fijamente mientras pasábamos junto a ella. Al cabo de un rato, cuando ya parecía que hubiera olvidado la pregunta, respondí.

-A la enfermería.

Apenas en un momento, él hablaba de nuevo. Una vez más, me detuve y me giré, aunque esta vez no lo rodeé para mirarlo. Sencillamente, tomé su cabeza entre las manos, manteniéndola erguida. Solté una risita.

-¿Sí? También volabas muy bien -le di otro beso en el pelo.

Zacharyas pestañeó algo confuso, analizando las palabras de la chica. Supuso que no recordar el final del combate sería lo que lo desorientaba. Quizás hubiese salido despedido, o algo semejante, pensaba, y por eso le dolían tantas zonas del cuerpo que no recordaba que hubiesen sido golpeadas.

Con esfuerzo, Zacharyas trató de ponerse en pie. El cuerpo, aunque molido, le aguantaba bastante bien. Solo la cabeza le bailaba un poco, y aún así no le costó demasiado, finalmente. Se llevó la mano derecha a la muñeca izquierda, rodeándola con los dedos y haciéndola rotar. Junto con la cabeza, era lo que más le dolía.

-¿Tú estás bien? -inquirió de pronto, mirando fijamente a la parvus, como si buscase alguna interesante herida que contemplar en su cuerpo.

Lo dejé levantarse, vigilando que no se cayera pero sin intervenir. Lo miré fijamente y, a su pregunta, extendí los brazos en cruz y di una vuelta completa sobre mí misma.

-Yo estoy enterita -. Sonreí, divertida, extendiendo el brazo y mostrando el índice y el pulgar muy juntos, aunque sin llegar a tocarse-. Aunque también volé un poquito -reconocí.

Di un paso hacia él y lo tomé de la capa. Alcé la vista, mirándolo con ojos muy abiertos.

-Pusiste muy roja a la enorme -admiré con entusiasmo. Luego solté una risita-. Y luego, ¡bum! Y se hizo de fuego. Quería darme con tu pincho -. Entonces me puse seria y ladeé la cabeza, con curiosidad-. ¿Eso es belleza?

Zacharyas esbozó una sonrisa, complacido, al comprobar que ella se encontraba en mejor estado que él. Siempre que era así se alegraba. Mejor sufrir él que ella, pensaba. Al menos lo pensaba cuando no se le nublaba la mente y la invitaba a saltar de los tejados.

Las palabras de la parvus recordaron a Zacharyas el momento en que había ensartado a Vatra con su arma. Había sido una sensación grandiosa y placentera. Le hubiese gustado, también, hacerlo con la pequeña parvus. Quizás otro día, pensó.
La pregunta, sin embargo, lo obligó a mirarla pensativo, repentinamente confuso.

-A mí me agradó herirla... -murmuró. Se quedó varios segundos mirando al vacío, antes de seguir-. Pero no me parecería hermoso que ella te -. Carraspeó- hiriese y yo ni siquiera estuviera consciente...

¿Quién apreciaría aquello como él? Hubiese sido completamente injusto. Perderse aquel tipo de belleza tan escasa...

Me llevé un dedo a los labios, repasándolos. Tanto rojo...

-Yo quería sacarle el rojo yo -repuse, encogiéndome de hombros-. Y a ti también. Pero tú a mí me lo puedes sacar -. Con el dedo rocé el lugar donde, no mucho tiempo atrás, me había mordido con tanta fuerza. Lo miré a los ojos-. Tú puedes -repetí.

Cerré un momento los ojos, en un parpadeo que duró algo más de lo habitual. Luego, mi mano ascendió de los labios al ojo derecho, frotándolo con fuerza. Bostecé ampliamente. De nuevo, volví a mirarlo. Sonreí.

Pese a su mente algo nublada, algo en él reaccionó a aquellas palabras. Observó el labio de Stalon mientras ella lo rozaba, recordando la sangre, el rojo, de aquel día...
La sangre se le revolvió, nerviosa. No podía negar que la idea de arrancar más sangre de su cuerpo se le hacía interesante, atractiva.

Con cuidado de no perder el equilibro, Zacharyas se acuclilló, quedando cara a cara con la parvus, mirándola fijamente. Podía, por ejemplo, desenfundar su espadín, clavárselo y verla morir. Entonces todo sería rojo, como ella decía.

El caeruleus alargó una de sus largas manos, pálida, y la acomodó a la mejilla de Stalon. La separó pronto, en una caricia suave, sin saber bien qué debía responder a aquello que le decía. Ella no era como él, de modo que hablar de sangre, creyó, no sería apropiado. Por tanto, asintió con una sonrisa amable.

-Me gusta hacerlo -. Carraspeó, algo nervioso-, pero no quiero herirte...

Siempre que perdía la cabeza terminaba haciéndolo. Unas veces invitándola a saltar de un tejado, otras simplemente lanzándole un hechizo de pronto, golpeándola...

Al verla bostezar, Zacharyas pensó que también él estaba algo cansado. Quizás, pensó, debían ir a recuperar algo de energía. Se irguió, pues, y la miró.

-¿Descansar? -inquirió sin más.

Cuando puso la mano en mi mejilla acompañé el gesto con mi mano, intentando alargar el contacto. Sonreí, bostezando de nuevo, y me sequé dos lágrimas que me cayeron por la cara.

A sus palabras, imité su gesto, recorriendo su mejilla con la punta de los dedos. Reí bajito.

De nuevo, me froté un ojo, asintiendo con un movimiento de cabeza a su pregunta. Alcé la mano libre para buscar la suya.

-Sacar rojo es cansado -comenté, bostezando de nuevo.