Pasillos

Aquello él no podía negarlo. Zacharyas nunca había sido una persona con demasiada energía, de forma que los esfuerzos físicos terminaban rápidamente con él. Cuando trabajaba en la forja de su padre, por ejemplo, dormía durante el día casi de un tirón, solo despertándose algunas noches con sueños extraños provocados por sus insaciables inquietudes sádicas. De modo que asintió. Herir a otros era cansado.

Con cierto reparo, envolvió la mano de la parvus con la suya, que la doblaba en tamaño. Visto desde fuera, pensó, aquello tenía que parecer de lo más extraño. Él tan grande y ella tan pequeña... Quizás pareciese alguna clase de secuestrador.

El caeruleus comenzó a caminar, seguido por la parvus, aunque al final, como siempre, fue ella la que aferró sus dedos y tiró de él, llevándolo donde ella quiso.
Zacharyas también quería descansar. Le daba vueltas la cabeza.

*se van*

Atravieso los pasillos con la katana sujeta con ambas manos y apoyada sobre los hombros. Considero que me da un aspecto muy chulo, aunque mi padre siempre me decía no sé qué memeces de respetar a la espada. Obviamente, en su presencia lo hacía, pero aquí tengo que parecer dura o se me comerán enseguida.

Un boro pasa a mi lado y me detengo a mirarlo, risueña.

-Mira qué tenemos aquí... -murmuro, acercándome al bicho, que no deja de mirarme con todos sus ojos. Parece dudar entre quedarse o irse-. Si te hubiese tenido en casa me habría librado de limpiar muchas veces.

Le doy un pequeño golpecito con la suela de mi zapato, como empujándolo, y sigo caminando, ignorando repentinamente al bicho.

-Vaya mierda de noche...

*se va*

Zacharyas atravesaba los pasillos con pasos lentos y pesados, arrastrando tras de sí una única capa. No sabía bien a dónde dirigirse, de manera que simplemente caminaba sin rumbo.

Un bostezo acudió a los labios del caeruleus, que cubrió su boca con una de sus grandes manos. Ya se le había hecho bastante tarde. Desde su llegada a Brontë no había encontrado una forma adecuada de compaginar los horarios del resto de los guerreros con los suyos propios.

Zacharyas suspiró y continuó arrastrando los pies.

*vaga*

De nuevo, una de aquellas cartas había llegado a mis manos. ¿Es que no podían dejarme tranquilo? Cualquiera diría que tuvieran miedo de que un buen día me esfumara en el aire. Ojalá. Lo tendrían más que merecido.

Volví a echarle un vistazo al primero de los papeles. Lo curioso era que fuera mi padre el interesado en vigilarme. Probablemente, habían vuelto a montar una guerra doméstica, y de nuevo me tocaba ser la moneda de cambio. Y, por supuesto, todo intento de contacto incluía algún detalle que hiciera indispensable mi respuesta.

Doblé la carta con un resoplido. Contestaría, claro. Qué remedio. Pero no lo haría de inmediato. Si querían una guerra, que perdieran algo de sangre antes de terminarla. Eso les vendría bien.

Alcé la vista hacia una figura que venía en dirección contraria. Vaya, vaya, el fantasmita. Otro con sadismos. Buena compañía les haría a esos estúpidos nobles. Lo saludé con un vago gesto y continué mi camino.

*Se va*

En algún momento otra figura apareció allí, en los pasillos, viniendo de frente a Zacharyas y saludándolo al pasar. El caeruleus respondió a su gesto de forma inconsciente, como le habían enseñado a hacer, aunque notó frío enseguida y tuvo que volverse para ver como aquellas alas se alejaban, todavía completas.

Aquel hombre lo intrigaba en gran manera. Por suerte para él, pensaba Zacharyas, había aprendido a relajarse un poco en su presencia, de modo que ya no parecía tan enfermizo.

Tras ver partir al aether, Zacharyas creyó que necesitaba descansar incluso más que antes, de modo que abandonó los pasillos en pos de un lugar en el que dormir.

*se va*

Atravieso los pasillos con el bostezo en los labios y los ojos húmedos a causa de este. Como encuentre a la furcia que parió al sol se lo voy a volver a meter por donde le salió. Maldita luz y malditos guerreros diurnos con horarios jodidamente desagradables.

Tengo que hacer algo de mi vida... Hoy entrenaré, si cuadra, pero antes tengo que reponer fuerzas, o algo por el estilo. Aunque creo que no seré persona hasta que me meta en agua fría un buen rato, y eso que odio el agua fría. Pero en situaciones extremas...

Joder... ¿Y todas aquellas veces que todavía estaba despierta a estas horas y mi padre me echaba la bronca diciendo que no eran horas? ¿Eso no cuenta? Malditos sean todos...

*se va*

Atravesaba los pasillos cabizbajo, solitario, pensando en lo magnífica que había tenido que ser la noche anterior si yo me sentía tan perjudicado. Aunque, para mi desgracia, al final no había podido ver a Inger. Estaba decidido, desde luego, a mandarle una carta para quedar con ella en algún momento, porque seguir sin verla no podía ser. Su ausencia me estaba pasando factura. Y también el licor de fuego de la noche anterior, por Mithos... tenía el estómago tan revuelto que me sorprendía el no haberlo perdido todavía.

-Gfjdhe... -gruñí, mientras avanzaba.

Que innoble llegaba a ser el alcohol de la noche al alba siguiente...

*camina*

Zacharyas atravesaba los pasillos con un libro en la diestra, leyéndolo a ratos y quedando con la mirada fija de algún punto en otros, como si los pensamientos se apoderasen de él y lo hiciesen olvidar tanto su camino como el libro. Sin embargo, en uno de aquellos momentos que el caeruleus alzó la vista, una figura robusta se encontraba allí donde la posó, acercándose a él de frente.

Rick Dehnel no parecía muy animado. El mago lo vio, incluso, algo pálido. Quizás estuviese enfermo, pensó.

-Dehnel -llamó, cerrando el libro y deteniendo su marcha.

Avanzaba como un muerto, y ni siquiera la llamada de mi buen amigo Zachy me hizo dejar de hacerlo. Pese a todo, conseguí fuerza para levantar la vista, mirarlo y esbozar una especie de sonrisa, entrecerrando los ojos para no recibir la dolorosa luz en ellos. En aquel momento entendía a los que preferían vivir en las sombras, como él, aunque solo fuese por evitar los dolores de cabeza.

-Zacharyas -respondí, deteniéndome a un par de metros de él-. Creo que no nos encontramos en mi mejor momento. Aunque supongo que... -. Tuve que contener las ganas de vomitar allí mismo antes de seguir hablando- ya puedes ver eso... ¿Cómo lo llevas?

Me llevé una mano al estómago. Menuda tortura era todo aquello...

Zacharyas clavó sus ojos oscuros en el flamma con cierto interés. Parecía encontrarse mal realmente. De algún modo, se alegró. Las enfermedades no solían ser causadas por las personas, no eran como una herida o un corte, pero a su manera también eran hermosas: aquel dolor, aquel malestar, todo ello procediendo del interior sin que uno supiese cómo luchar contra ello, incapaz de oponer resistencia con la mera voluntad.

-¿Qué ha sucedido? -inquirió el caeruleus, con un curioso deje de macabrismo en la voz. Carraspeó, preparado para responder a la otra pregunta-. El otro día combatí contra un hombre que me fisuró una costilla. Me encuentro bien, pese a todo.

El mago era torpe a la hora de mantener aquellas banales conversaciones, pero se había encontrado ya varias veces con Dehnel, y aquello lo hacía más fácil.

Negué varias veces, para mí, como evitando su pregunta.

-Nunca bebas licor de fuego sin haber cenado abundantemente antes. O habiendo cenado abundantemente. Si es que lo volveré a hacer, así que no sé para qué me quejo...

Continué andando, pasando de largo al caeruleus, prosiguiendo con mi camino. De todas formas, mientras me alejaba, él podía seguir escuchando mi conversación abatida.

-Hay que tener cuidado con las costillas... Están muy buenas a la brasa, pero cuando se te rompe una no puedes evitar...

*se va*

Rick Dehnel mascullaba cosas. Zacharyas lo contempló pasar de largo y seguir su camino, algo extrañado. Por lo que parecía, lo que Rick Dehnel sentía había sido causado por licor de fuego. El caeruleus jamás había tomado alcohol, pero aquello le hizo sentir curiosidad, por una parte. ¿Sería de verdad tan doloroso y desagradable? Quizás debiese probarlo, aunque la idea jamás había llamado demasiado su atención.

Al ver que el otro se iba, Zacharyas se encogió de hombros y siguió su camino, retomando también la lectura del libro que llevaba en la mano. Sus pasos, lentos y silenciosos, se perdieron en el pasillo un par de esquinas más allá.

*se va*

Mientras caminaba, absorto en sus pensamientos, repasaba algunos de sus papeles. Era cierto que la obra no avanzaría si no se ponía en serio con ella, pero también era cierto que leer lo inspiraba más que nada.

Lamentaba que, al caminar, no pudiera ir anotando aquellas correcciones o nuevas ideas que se le ocurrían. De todas formas, se concentró en mantenerlas en su cabeza. En cuanto pudiera, las pondría por escrito.

*Se pierde por los pasillos*

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