Pasillos

De nuevo, me recorrió un escalofrío. Me apretujé con fuerza contra el chiquillo, antes de, por fin, comenzar a moverme. Temblorosa, traté de incorporarme un poco, sintiendo un repentino aguijonazo en mi interior al hacerlo. Fruncí un momento el ceño como respuesta, y después ignoré el dolor.

Alcé una mano hacia su cara, sudorosa, y la recorrí desde la sien hasta el mentón, en una suave caricia. Terminé de incorporarme y le di un beso en la frente. Después, lo miré un momento, con una sonrisa.

Por último, extendí una mano hacia el montón de ropa, agarrando la tela de una camisa. Resultó ser la suya. Divertida, probé a ponérmela. Me servía de camisón.

Zacharyas observó a la muchacha salir de encima de él. Parecía realmente dolorida con todo aquello.

-¿Estás bien...? -inquirió ronco, bajando el tono.

Aprovechó aquel instante, mientras ella se ponía de pie, para subirse los pantalones, algo avergonzado. Stalon se había puesto su camisa.
Zacharyas se encontraba cansado, pero su respiración se había calmado del todo.

Lo miré un momento fijamente.

-Tú sí que estás bien -repuse.

Alcé ambos brazos ante mí, y sonreí al ver colgar, como pesos muertos, la mitad de cada manga.

-Más grande que el gigante rojo -comenté para mí misma.

Con las manos metidas en las mangas de la camisa, me froté la cara, muy cansada de pronto.

Zacharyas abrió ligeramente los ojos, sorprendido.

-¿Yo? -inquirió confuso.

No sabía de qué hablaba, así que supuso que se refería a que, pese a la caída desde el tejado, estaba bien, por lo que asintió algo ausente.
La imagen de la parvus con su camisa le parecía algo cómico. Se puso en pie con difícultad y caminó hasta ella, poniendo una mano cansada en su cabeza, acariciando su pelo.

Alcé la vista para mirarlo con una sonrisa. Después, me quité la camisa y se la tendí. O, más bien, podría decirse que le obligué a cogerla.

Después, me volví al montón de ropa y comencé a vestirme un poco de cualquier manera. Por último, cogí su capa y me la abroché.

-Ahora soy yo quien tiene mecñas y es de sombra -afirmé, convencida.

Zacharyas apartó la vista algo avergonzado en el momento en que ella se desvistió de nuevo. En aquella situación no le resultaba tan cómodo. Lo cierto es que enfrentarse a aquello, al sexo, o lo que fuese, le seguía resultando de lo más complicado.
Cuando ella se vistió, sin embargo, la miró de nuevo. Esbozó una ancha sonrisa a su comentario.

-Te queda mejor que a mí -dijo Zacharyas, haciendo como que adecentaba un poco su capa.

Carraspeó. Lo mejor, pensó, sería que saliesen de allí antes de que nadie pasase...

-¿Vamos a... -. Carraspeó- otro lado?

Lo tomé de la mano y le di un beso en la palma. Luego, arrastrando la capa, comencé a caminar tirando de él.

En cualquier otra situación habría salido corriendo, haciéndole apurar el paso. En aquel momento, sin embargo, el cansancio y el dolor me impedían correr. Así pues, me contenté con caminar, siempre por delante de él, como haciendo de guía.

*Se van*

Tras su conversación con Dena, Lyam se sentía extraño. Vagaba por el palacio sin rumbo, incapaz de detenerse en algún lugar y de concentrarse para hacer algo, y al encontrarse con algún miembro de servicio se mostraba inquieto, sin saber qué decir. Estaba nervioso. Muy nervioso. Pero a diferencia de ayer, no tenía motivos para estarlo. A fin de cuentas, no estaba ocultando a nadie, ni tampoco estaba hablando de las cosas que había hecho.

Una parte de él suponía que su desasosiego nacía de su liberación. Al haberse plantado, al haber dejado patente que dejaba la banda, ya no había nada que le obligase a estudiar a los guerreros de Brontë. Podía relajarse, podía dejar de mentir. Era libre de hacer cuanto quisiese, pero no sabía qué hacer. Se había pasado los dos últimos años investigando aquel lugar, y ahora que lo había dejado, no sabía cómo actuar. ¿Debía decirle a los líderes lo que sabía? Una parte de él le decía que sí, que aquel era el plan. Tenía información que podía resultarles útil. Pero, por otro lado, ¿qué le dirían, qué le pasaría? La flamma tenía razón en una cosa: aquello no le iba a gustar a nadie. Y además, aunque finalmente se atreviese, ¿a quién se lo diría primero? ¿Ante quién confesaría? No lo sabía.

Todo aquello le parecía complicado. Quería decir las cosas, pero no sabía cómo ni a quién, y una parte de él no acababa de atreverse.

Suspiró. Había pensado que, tras hablar con Dena, todo sería más fácil, pero se había equivocado.

*se queda*

Lyam se detuvo al escuchar voces y observó el lugar del que provenían, expectante, frunciendo levemente el ceño. Una de las voces era la de Heylel, pero no era capaz de reconocer la otra. Cuando finalmente pudo ver al aether, relajó la expresión y curvó ligeramente los labios. La voz que no había identificado era la del piscis que habían salvado en Ignis, Masslow. El chrysos lo observó durante unos segundos, curioso, recordando parte de su conversación con la flamma. Cuando lo salvaron, no imaginó que acabaría viviendo en Brontë, pero ahora que tenía más información, tenía sentido que estuviese ahí.

—Pues... bien. —Lyam ensanchó la sonrisa y se miró las vendas—. Un poco quemado, pero bien. Normal, como siempre. —Clavó sus ojos en los del aether—. ¿Y tú? Ya veo que has adoptado a alguien...

Volvió a mirar al piscis. Lo saludó con la mano, sonriente. Por mucho que hubiese dejado la organización, seguía siendo un gran mentiroso, y el aether, de momento, no tenía por qué saber qué le preocupaba.

Lyam se rió con suavidad al ver la reacción del piscis y volvió a mover la mano, saludándole de nuevo a pesar de que se había casi escondido.

—Encantado, Masslow.

Sonrió ampliamente. Luego volvió a mirarse las vendas. Negó con la cabeza.

—Fue entrenando. —Movió los brazos—. Hay unas jornadas de entrenamiento intensivas y combatiendo contra una de las guerreras encargadas de impartirlas, pues... —Se encogió de hombros y alzó ambas cejas—. Me quemé. O me quemó, mejor dicho. —Suspiró—. Pero no es nada demasiado grave, imagino que pronto se curarán.

Lyam volvió a encogerse de hombros, riendo suavemente.

—Para la próxima tendré en cuenta el consejo, pero creo que cuanto menos en serio me lo tome, peor.

Miró al aether y chasqueó la lengua, alzando las cejas. Observó a Heylel, dando cuenta del cambio en su expresión, que pasó de ser tranquila a casi tensarse. Lyam ladeó ligeramente la cabeza, confuso de pronto. Luego, cuando el aether comenzó a hablar, frunció el ceño, atónito.

Admitía que, después de la misión, no había sido la persona más alegre de Palacio, pero en ningún momento consideró que se había comportado de forma fría con nadie. Mucho menos con la chrysos, a la que apenas había visto. ¿A qué venía aquel comentario?

—¿Alehyss ha dicho qué? —Miró a Heylel. Luego negó con la cabeza—. No he estado frío con ella. Por Mithos, si sólo nos vimos el día del entrenamiento. —Cruzó los brazos. Estaba sorprendido. Y un poco molesto—. Y aquel día me comporté normal con ella. No le dije nada ofensivo, ni le di evasivas ni... nada. —Alzó ambas cejas—. No creo que esté bastante frío. Y tampoco creo que la misión me haya dejado secuelas, así que... —Todavía con los brazos cruzados, se encogió de hombros. Parpadeó—. Admito que los primeros días estuve un poco decaído, pero sólo fue los primeros días, y ahora, y cuando hablé con Alehyss, estaba bien.

Frunció el ceño. ¿Por qué le había dicho algo así al aether? Apretó la mandíbula. Lo que le faltaba.

Lyam negó con la cabeza.

—Tal vez nadie lo sea —gruñó. Luego suspiró y bajó los brazos. Chasqueó la lengua. Miró al aether—. Pero no te disculpes. A mí no me has molestado. El comentario un poco, pero me alegra que me lo hayas dicho. —Curvó ligeramente los labios—. Así que gracias. Y gracias por la preocupación.

Ensanchó la sonrisa y lo observó, en silencio. Su forma de hablar y de mirarle casi parecían pedirle que se sincerase con él, que le contase qué era lo que le carcomía por dentro. Pero no se lo iba a decir. Agradecía el gesto del aether, su preocupación y su interés, pero no iba a decirle la verdad. No se atrevía a contársela.

—Lo del día de la capilla ya pasó, y no me debes nada, Heylel. —Clavó sus ojos en los suyos—. En serio.

Lo observó. Tomó aire, y luego parpadeó. Había, realmente, muchas cosas que le preocupaban. Bajó la vista.

—Estoy bien—murmuró finalmente. Luego sonrió y volvió a mirarlo—. No te preocupes.

Lyam esbozó una sonrisa tirante, sin saber bien qué decir o hacer. Finalmente, asintió suavemente, mirando al aether.

—Lo tendré en cuenta. —Ensanchó la sonrisa—. Gracias.

Tragó saliva y apartó la mirada. Durante unos segundos, se concentró en observar una de las paredes, notándose más nervioso que antes. No le gustaba el rumbo que había tomado la conversación. Y a pesar de que intentaba mantenerse calmado, cada vez le costaba más mantener esa fachada tranquila. Las preguntas de Heylel, sus comentarios, su preocupación... Todo aquello le recordaba la conversación con la flamma.

Chasqueó la lengua.

—Hablé con él. Y me preocupa, realmente. —Miró a Heylel durante unos segundos. Luego apartó la mirada—. Pero es... —Frunció el ceño—. Yo... —Tragó saliva—. Imagino que todo se solucionará...

Volvió a mirar al aether.

Lyam volvió a cruzar los brazos y escuchó, en silencio, las palabras de Heylel. Intentó mantenerle la mirada en todo momento, tratando de mostrarse menos nervioso que antes, pero en un par de ocasiones tuvo que apartarla, sintiéndose incapaz de mirar al aether mientras este explicaba la importancia de aquel tema. Él sabía que era importante. Lo sabía. No necesitaba que Heylel se lo repitiese, y sabía que hacía mal ocultando información, pero era incapaz de decírselo. Porque ¿cómo se lo explicaría?

—No me pasa nada. —Lo miró, serio por fuera, nervioso por dentro. Frunció el ceño. Tragó saliva—. Tengo la teoría de que los... esclavos que había ahí eran niños abandonados, sin un lugar al que ir. Imagino que se dedicarán a peinar las calles en busca de gente de ese estilo, así que, tal vez, la gente de Ignis debería prestar más atención a los suburbios y demás. —Chasqueó la lengua—. Pero es sólo una teoría. —Clavó sus ojos en los del aether—. ¿Tu qué opinas?

Aquello no era una teoría, sino un hecho confirmado, pero eso sólo debía saberlo él.

Lyam torció el gesto y apartó la mirada. La teoría del aether tenía sentido, pero era normal que no lograse entender la frase del hombre y, mucho menos, relacionarla con lo que habían visto. Él, a pesar de tener más información que el aether, tampoco era capaz de encontrar una relación entre ambos elementos. Tenía algunas teorías, pero ninguna le acababa de convencer. Probablemente, Dena sí supiese cómo estaban relacionados, pero no se lo había dicho y él ya no podía preguntarle.

—Yo...

Frunció el ceño. Se sentía incómodo. Una parte de él quería decirle al aether lo que sabía, pero otra le decía que no, que no lo hiciese. Nervioso, se pasó las manos por la cabeza, echándose el flequillo hacia atrás. La mejor opción era contarle todo lo que sabía a un líder, a alguien que pudiese tomar cartas en el asunto, como el aether decía. Intentar explicarle a Heylel lo que sabía no sería rentable, ni provechoso. Un líder, con su información, haría cosas más útiles. Pero aún así, aunque sabía que contarle las cosas a sus compañeros sólo serviría para que perdiese cualquier tipo de lazo que tuviese con ellos, sentía remordimientos. Por mentirles, por ocultarles aquello. ¿Pero cómo se lo iba a explicar? Ni tan siquiera había pensado cómo iba a explicarse ante los líderes, cómo iba a hacer que le creyesen, así que ¿cómo iba a saber aquello?

Era complicado. Y él estaba asustado. No mucho, pero no podía negar que lo estaba. ¿Qué pasaría después? ¿Después de que confesase? Dena tenía razón: la gente no perdonaba. Y él ni tan siquiera tenía excusa. Si había tardado tanto en descubrir cómo funcionaba su organización, había sido porque él había querido. Podía haberse dado cuenta de todo si se hubiese fijado, si hubiese prestado atención, si no hubiese ignorado todos los detalles, pero no lo había hecho. No lo había hecho hasta que llegó el rescate de Silvanus, hasta que encontraron aquel lugar. Y aún así, aunque no tuviese ningún tipo de excusa, ahí estaba, observando la espalda del aether, planteándose qué debía hacer.

—Heylel —dijo finalmente, deshaciendo el nudo que tenía en la garganta—. ¿Podemos hablar?

Tragó saliva. No sabía cómo iba a explicarse, pero no quería seguir mintiendo, ni ocultando cosas. No quería sentir más remordimientos. Desde que había vuelto de la misión, no había dejado de tenerlos, como cuando se encontró con Silvanus en los balcones, y quería que desapareciesen. Al menos por una noche.