Pasillos

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De nuevo, respondía, y cada vez lo hacía con más seguridad. Aprovechando mi nueva posición, lo hice reclinarse hacia atrás, hasta que su espalda quedó pegada a la pared. Pasé mis piernas por encima de las suyas, dejándolo así atrapado entre el muro y yo, y continué con mi tarea.

Comenzó incluso a juguetear mientras me besaba, y correspondí a sus juegos, obligándolo a abrir la boca y repasando con la lengua sus dientes, además de corresponder a su mordisco con cierta saña.

Tal y como había hecho antes, enredé mis manos en su pelo, sujetando su cabeza de forma que podía conducir mejor los gestos de mis labios. Al cabo de un tiempo, abandoné su boca, sin darle opción a seguirme, y apoyé mi frente contra la suya, mirándolo fijamente, con la respiración entrecortada.

Tras un beso fugaz en la nariz, desplacé los labios por la línea de su mandíbula, subiendo hasta el lóbulo de su oreja, que lamí y mordí con mi agudo colmillo, a punto de hacerle sangre. Mi cuerpo ya se apoyaba totalmente en el suyo.

FdR- Rol pausado.

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Cuando la espalda de Zacharyas tocó la pared, el caeruleus tuvo la certeza de que la caída había hecho algo a sus heridas, pues el contacto hizo que estas le escociesen bajo las vendas, lo que solamente aumentó aquel enjambre que sentía dentro de sí.

Tenía calor. Quizás, pensaba, una capa no fuese la vestimenta adecuada. Era como cuando luchaba, que el calor que producía su cuerpo llegaba a hacerlo sentirse incómodo, a veces, con toda aquella maraña de ropa que llevaba en algunas ocasiones.

Se estremeció al sentir la lengua de la parvus contra sus dientes, pues esta rozó su encía. Nunca, creía, nadie lo había tocado en esa parte de su cuerpo. Era una sensacion extraña, pero pronto se olvidó.
El mordisco lo hizo gruñir.

Nuevamente, las manos de ella se aferraron a su cabello desordenado. Zacharyas deseó que tirase, haciéndole sentir dolor en el cuero cabelludo. Sin embargo, ella apoyó la frente contra él y lo miró, en lugar de hacer cualquier otra cosa. Él, jadeando entrecortado, confuso, la contempló. Podía apreciarse cierta vergüenza en sus ojos y tenía el rostro algo ruborizado.

De nuevo, sintió el mordisco y entrecerró los ojos, estremeciéndose. El vello de la nuca se le erizaba, y también el de los brazos.
Carraspeó.
Sus inseguras manos buscaron también el cabello de Stalon, hundiéndose en él hasta la raíz y luego, doblando hasta la segunda falange de cada dedo, aferrándolo, tirando suavemente sin llegar a hacer daño.

Todo era extraño. Zacharyas no era consciente de lo que lo rodeaba.
La sangre se juntaba, lentamente.

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Sentí sus dedos en mi pelo y cerré un momento los ojos al notar el tirón, en un leve estremecimiento. Sin embargo, pronto lo ignoré de nuevo.

Posé un dedo junto a mis labios, bajo el lóbulo de la oreja, y tracé con él una línea invisible desde allí hasta la clavícula, siguiendo la línea de la yugular. La boca, siguiendo el dedo, recorrió la áspera piel de la zona entre besos y mordiscos.

Mientras tanto, los dedos se entretenían ya en el broche de la capa, que no tardaron en soltar. Tiré de ella hacia atrás, poniendo sus extremos en la línea de los hombros y comencé a desabrochar la camisa que había debajo, en busca de más piel.

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Al librarse de la capa, el caeruleus sintió alivio. Era, por naturaleza, friolero, pero en aquel momento el calor lo abrasaba desde dentro, y aquello liberó su piel de parte de la temperatura.
Su respiración se aceleraba. Ella comenzó a desabrochar su camisa blanca. Él, mientras tanto, apretaba más su cabello, deseando tirar tanto como par arrancárselo y oírla gritar de dolor, pero logró contenerse.

Exhaló un jadeo grave y gutural. Se sentía cada vez más apremiado a seguir, pero en aquel momento ella llevaba las riendas, y él no tenía claro qué debía hacer.

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Me detuve un momento al descubrir, bajo la camisa, algo que no estaba ahí la última vez. Las vendas lo cubrían todo, sin dejarme acceder a la piel. Con un dedo, escarbé bajo una, buscando tocar la piel. Conseguí separarla e introducir el dedo, pero al final la solté y la dejé estar.

Medio inclinada, terminé por sentarme sobre él. Alcé la vista y lo miré.

-¡Estás preso! -le dije, casi como una pregunta.

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Zacharyas se dio cuenta entonces de las vendas, junto con la parvus. En aquel momento había olvidado las vendas y las heridas. Pensó que quizás ella estuviese decepcionada al descubrirlas, pues había tomado la iniciativa de quitarle la camisa. De todos modos, aquel frescor lo revitalizó.

Ella se sentó sobre su miembro y Zacharyas jadeó, grave. Aquello le resultaba entre placentero y doloroso.
Asintió con torpeza, como si estuviera en otro lugar.

-Preso... -corroboró con voz ronca.

La miró a los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas y su pecho crecía y menguaba de forma irregular.

Zacharyas extendió una mano hacia el rostro de Stalon, colocando el dorso sobre la mejilla de la guerrera, apenas amagando una suave caricia. Mientras tanto, sus ojos parecían taladrarla. De alguna forma, aquellos eran los mismos ojos que habían mirado algunas veces los cadáveres de pequeños animalillos, antes de diseccionarlos.

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Cerré lentamente los ojos al sentir la delicada caricia. Solté un ruidito que podría interpretarse como de placer y acerqué más la mejilla a su mano para conseguir un mayor rango de contacto.

Volví a abrir los ojos y me alcé un poco hacia él, sonriendo y devolviéndole su intensa mirada con una casi desafiante. Apoyé de nuevo las manos en sus hombros y acerqué la cara a la suya, buscando su boca, casi aspirando su aliento.

Como en una onda, mi cuerpo se movió en un estremecimiento. Llevé las manos a su nuca y lo apreté contra mí con más fuerza.

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Zacharyas correspondió con ganas al beso de la chica, aunque ella misma se encargó de atraerlo de todos modos, como si temiese que no lo hiciera por sí mismo. Mientras lo hacía, como si un calambre lo hubiese recorrido, notó cómo se endurecía todavía más.

Jadeó. Todo se nublaba. Cuando quiso darse cuenta, estaba arremetiendo contra ella, mordiendo su cuello sin cuidado, recorriendo su rostro con las manos y bajando luego a la espalda, arañando superficialmente a través de la ropa, aunque deseando hendir las uñas en ella, arrancando su carne.

FdR- Fuera de control mode on.

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Antes de que me diera cuenta, Zacharyas ya arremetía, agresivo, contra mí. Lo dejé hacer, dejándome llevar, respondiendo a sus arañazos con otros, soltando suaves gemidos ante sus mordiscos y arqueando la espalda cuando bajó las manos hacia ella.

No me mantuve inmóvil. En apenas un momento, las manos habían bajado de nuevo a sus hombros y arrancaban la ropa con ansia, llegando incluso a rasgarla. Empezaba a moverme sobre él inconscientemente y, disconforme con la situación, alejé mi cuello de él para moderle yo.

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Zacharyas notaba las manos de la parvus sobre su ropa, pero no las ubicaba en ninguna parte en concreto. Soltó un gruñido cuando ella se alejó de sus dientes, que deseaban buscar su yugular, pero dejó de importarle al ser él el mordido. No le importaba si era el cazador o la presa, pero sentía la urgencia de que hubiese dolor en aquel instante.

Toda la sangre que no brotaba de su cuerpo se acumulaba, dura, en su miembro. El cosquilleo se acrecentaba al sentir el cuerpo de ella sobre él, moviéndose un poco, por accidente, supuso Zacharyas.

La respiración irregular empezó a hacer que se le nublase un poco la vista a ratos, pero era incapaz de estabilizarla. Por su mente se le pasó pedir sangre, pero se conformó con, tras un gruñido ronco, sentir al máximo el escozor de su espalda.

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Apenas me detuve en su cuello un momento. Crecía la urgencia, y con ella un extraño nerviosismo que me envolvía y me instaba a moverme, a abarcarlo todo. Me peleé un tiempo más con su camisa antes de quedar satisfecha, y descendí por su garganta hacia la clavícula. De nuevo, y esta vez con fuerza, mordí la línea de su hombro, hincando bien los dientes durante algunos segundos.

Después, continué mi descenso. Las manos palpaban su piel y sus vendas, precediendo a la boca, que parecía no terminar de encontrar el punto en que detenerse, mordiendo y besando aquí y allá sin seguir un patrón fijo.

Pronto, las manos la dejaron atrás, bajando hasta el pantalón, que sentía clavarse entre mis piernas. Con impaciencia, comenzaron a desabrocharlo, a base de tirones.

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Zacharyas la ayudó, tirando al suelo aquella camisa con la que ella se enfrentaba. Si la dejaba allí, ya sería, junto con la de las mazmorras, su segunda camisa olvidada, pero en aquel momento no era su cerebro el que pensaba, y mucho menos en camisas olvidadas en lugares aleatorios.

Cualquier cosa que Zacharyas pudiese hacer le parecía inútil, pues ella se movía con más agilidad, habilidad, descaro... Mientras que él sentía, incluso dentro de aquel descontrol, cierto pudor.

Cuando el caeruleus quiso darse cuenta, ella trataba de desabrochar su pantalón. Una oleada de calor invadió su pelvis, pero, a pesar de la vergüenza, consiguió ayudar a la chica a cumplir su propósito. Pese a ello, se sentía algo violento. Era, pensó, como estar en el médico, aunque muy diferente... Él casi desnudo mientras la otra persona, aún vestida, lo examinaba.

La contempló, jadeante.

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En cuanto el pantalón estuvo desabrochado, eché el cuerpo un poco hacia atrás e introduje ambas manos bajo la prenda, buscando su miembro. No tardé en extraerlo, erguido, duro y palpitante. Lo contemplé un momento, seria y en silencio, inmóvil de pronto, aunque aún jadeante.

Alcé entonces la vista hacia su rostro, fijando en sus ojos una mirada penetrante, taladrándolo con ella. Al mismo tiempo, y muy lentamente, moví ambas manos a su alrededor, acariciándolo de forma muy lenta, casi podría decirse que perezosa.

A mi mirada se añadió un brillo de curiosidad y expectación, e incluso un deje de malicia.

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Aquello que en cualquier momento hubiese resultado violento o vergonzoso para el caeruleus no lo era en aquel momento, por algún motivo. El calor, su agitada respiración y aquellas oleadas de avispas hacían que la vergüenza apenas tuviese cabida en aquel momento.
La caricia de ella le arrancó un gruñido desesperado. Extendió una mano insegura, húmeda de sudor, hacia la muchacha con intención de atraerla hacia sí, buscando sus labios. Por algún motivo, al rozarlos con los suyos aquella sensación de hormigueo ascendente aumentaba.
Fue un beso apurado, como si pretendiese que con ello ganaría velocidad donde le interesaba. La cara de ella ardía. Pensó que quizás, como él, también tendría calor, mientras se atrevía extrañamente a introducir la lengua con torpeza en la boca de la parvus, buscando la suya como había notado hacer a ella algunas veces. No duró mucho, sin embargo, pues los movimientos que ella hacía con la mano lo desconcentraban y no era capaz de seguir un ritmo lógico.

Su pelvis comenzó a subir y bajar ligeramente sin que él diese orden alguna a su cuerpo. Sentía aquella necesidad, de pronto. Y también la de agarrar a Stalon por los pelos y empotra su rostro contra el suelo, poniéndola de espaldas a él.
Zacharyas lo atribuyó todo a algún instinto animal y tuvo que contenerlo. Sí hundió, sin embargo, su mano derecha en el cabello de la parvus, obligándola de un seguro tirón, tratando de no hacerle daño, a alzar el mentón para acceder a su cuello con los dientes. Aquello, seguramente, dejaría una buena marca en la yugular de la chica, que el mago atacaba como si pretendiese beber su sangre, pero sin llegar a morder tan fuerte.
La izquierda, mientras tanto, se colaba de nuevo bajo la camiseta, encontrando allí una piel tan caliente que lo obligó a tirar torpemente de la ropa, queriendo liberar también a Ayne Stalon de aquella agobiante sensación que había sentido hacía algunos minutos.

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No tardó en reaccionar a mi repentina calma, y la forma en que lo hizo casi me hizo soltar una pequeña risa. Pese a su urgencia, a su velocidad y a su repentina iniciativa, no le di el gusto de aumentar con él el ritmo, sino que seguí subiendo y bajando mis manos en torno a él de la misma forma, o incluso más distraídamente, pues otras cosas reclamaban mi atención.

Por una parte, volvía a enfrentar mi boca a la suya, jugando a dejar o no tomar las riendas del desesperado beso al chiquillo. Pronto dejé de tener esa opción, pues me hizo echar la cabeza hacia atrás para morderme el cuello. Ese gesto, algo brusco, me hizo soltar un gemido algo más alto.

Por otra parte, su mano se colaba bajo mi camisa, tironeando y peleándose con ella. Traté de mirarlo, pero seguía tirando de mi pelo, con lo que no pude erguir la cabeza. Así pues, retiré las manos de su miembro y las dirigía mi camisa, comenzando a desabotonarla.

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Que aquello se detuviese más desesperaba a Zacharyas, que ansiaba velocidad. Abandonó su cuello, soltando también su cabello, para empezar a desabotonar también algunos de los botones de la camisa de Stalon. Si por aquello ella se detenía, la ayudaría a acabarlo lo antes posible.
Cuando terminó, retiró la camisa de su cuerpo con brusquedad, pero sin herirla, recorriendo luego su cuerpo con las manos, dibujando con las uñas sobre su piel, clavándose en algunos lugares arbitrarios al sentir sus manos un espasmo fruto de la excitación.

Un jadeo gutural, apremiante, surgió de su garganta. Sus labios alcanzaron el hombro de la muchacha, depositando allí un beso, y luego viajaron hasta su esternón, ascendiendo de nuevo por su cuello, marcándolo con los dientes, y llegando hasta los labios, que atrapó entre sus colmillos tirando apenas un instante, deseando seccionar su piel, pero haciendo poco más que pellizcarla un instante.

Su cuerpo lo guiaba a trompicones. La última vez ella había comenzado con las manos y finalizado con la boca, pero Zacharyas había leído otra cosa en algunos libros (y poco sobre ello había leído).
Imitó su gesto, el de ella, descendiendo a desabotonar torpemente el botón de su pantalón, pero sus grandes manos iban con tanta prisa que apenas podían agarrarlo. Temblaba enormemente.

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Lo dejaba recorrerme a su gusto, mientras yo iba completando lo que él empezaba. Así, me deshice primero de las prendas superiores y, mientras él me recorría, lo ayudé a deshacerse de mi pantalón, uniéndolo al montón de ropa que iba creciendo a un lado.

Me alcé entonces sobre él, de golpe, subiendo ambas manos a sus hombros y empujándolo hacia atrás con fuerza, haciendo que se golpeara contra la pared. Lo miré un momento a los ojos antes de, con renovada agresividad, volver a su boca, casi comiéndola.

Mientras tanto, la mano derecha descendía de su hombro, por su pecho, su vientre, y volvía a su miembro, con aquellas suaves caricias, que ahora tomaron mayor velocidad. De nuevo, lo separé de mí pegándolo contra la pared, y lo miré fijamente.

Lentamente, comencé a descender, tratando de introducirlo en mi interior. En seguida me detuve, con un repentino grito de dolor, volviendo a levantarme, temblorosa. De nuevo, volví a descender, cerrando los ojos y apretando los dientes, tratando de ignorar aquel dolor agudo que me atravesaba y que, cuando bajé lo suficiente, desapareció.

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El golpe contra la pared lo dejó un instante sin respiración. Reaccionó, sin embargo, a tiempo para recibir su nuevo beso, esta vez más agresivo que los anteriores.
La mano de ella no era ajena al caeruleus. En todo momento la notaba descender al lugar que deseaba y, una vez allí, la velocidad que esta fue adoptando lo hizo jadear sorprendido.

Cuando se detuvo, la vio descender. No imaginaba cómo sería lo que seguía, aunque sabía, más o menos, de qué se trataba. Por ello le sorprendió que ella gritase de dolor. Aún así, ella lo intentó de nuevo, y Zacharyas contempló extasiado cómo su rostro mostraba el dolor que la chica sentía. Era un rostro hermoso.
Cuando parte de él entro en ella se le escapó un jadeo, nuevamente sorprendido. La notaba constreñirlo, y eso era en cierto modo doloroso, pero al mismo tiempo reconfortante y placentero.
Sus manos se asieron a la espalda de la muchacha y sus uñas amenazaban con clavarse, anclándose a su carne como arpones, aunque haciendo poco más que arañarla.
Inconscientemente, fruto de un instinto animal y ancestral que Zacharyas no necesitaba comprender, su cadera ascendió, buscando introducirse más en ella. Comenzó con lentitud, tratándose aquello de algo nuevo y extraño, pero cada movimiento aumentaba aquel cosquilleo extraño, de forma que, movido por el placer, Zacharyas fue aumentando el ritmo sin darse cuenta, acoplando su ruidosa respiración al movimiento de su cuerpo, que parecía querer atravesarla.

Una fina capa de sudor humedecía todo su cuerpo.

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En un principio, me moví sobre él de arriba a abajo, acompañando el movimiento de su cadera, que iba tomando más fuerza por momentos, haciéndome aumentar mis jadeos y gemidos. Llegado un punto, sin embargo, me detuve de golpe, pues sentía que ya no podía introducirse más dentro de mí.

Dejé que él continuara sus movimientos y apoyé la frente contra su pecho, cerrando los ojos con fuerza y aferrándome a su piel con ambas manos para canalizar el dolor que, mezclado con el placer, me envolvía.

Llegado un punto en que sus embestidas se volvieron demasiado bruscas, y aferrando cada vez con más fuerza su piel, dejé de apretar los dientes para abrir la boca en un nuevo grito, una mezcla de dolor y advertencia.

Me separé y lo miré, sudorosa y con lágrimas en los ojos, incapaz de respirar con normalidad. Poco a poco, fui volviendo a moverme, tratando de controlar el ritmo al que entraba y salía, aumentándolo menos agresivamente de lo que él lo hacía.

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Los jadeos y gemidos que producía la parvus aceleraban el pulso del mago, alentando a aquel instinto que se apoderaba de él a seguir con su vaivén. Y, cuando ella se detuvo y se aferró a él, a su piel, aquel dolor tirante no hizo más que, nuevamente, intensificar el movimiento. Él no se daba cuenta, pero llegó un momento en que ella gritó y, volviendo en sí, Zacharyas la miró a los ojos, deteniéndose de golpe, como si algo hubiese trabado su cadera.
Las lágrimas de los ojos de Stalon lo asustaron. Sin embargo, terminó comprendiendo: dolor.

Ella comenzó de nuevo, más despacio, y Zacharyas tomó aquello como guía. Cada vez que el cuerpo de ella ascendía sobre él, su pelvis bajaba, y, cuando descendía, el mago empujaba con suavidad, subiendo de nuevo, acomodándose a su ritmo como podía. Le resultaba difícil, pues cada vez que sentía aquella húmeda presión alrededor de sí algo en él pedía arremeter con furia de nuevo.
Zacharyas apretó los dientes, conteniendo toda aquella violencia. Si de él dependiese, la estrangularía hasta verla morir, todavía dentro de ella, pero pese a eso se esforzaba por no perder el control y, jadeante, llevar aquel ritmo que ella pedía.

Al fin y al cabo, ella no disfrutaba de aquel dolor.

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Poco a poco, volví al punto que él había tomado. Esta vez, sin embargo, lo hice más lentamente, guiando yo los movimientos, de forma que, al llegar al mismo ritmo que había parado, mi cuerpo se había acostumbrado a él lo suficiente como para que el dolor no fuera más que una secuela.

Así pues, permití, de nuevo, que el ritmo aumentara a su gusto. Alcé la vista para mirarlo. Me hubiera gustado besarlo, pero estaba demasiado alto como para que pudiera hacerlo. Por tanto, me conformé con posar un beso en su pecho, sintiendo oleadas de calor y placer que me recorrían cada vez como más fuerza, haciéndome exhalar el aire, que salía junto a mi voz.

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Aquellos movimientos que tanto costaba contener al caeruleus parecieron más del agrado de Stalon. Poco a poco el ritmo fue aumentando de nuevo, para alivio del caeruleus, que tenía que usar mucha energía en evitar perder el control.

Gruñó repentinamente. Necesitaba aumentar más.
Cuando Zacharyas sintió aquel beso en su pecho rodeó por completo a la guerrera con los brazos, atrayéndola hacia él, casi constriñéndola. Agresivamente de nuevo, sin que pudiese ya contener aquello, aceleró tanto su ritmo como el de los jadeos sordos que sonaban cerca del oído de Stalon.

Su cuerpo se crispaba. De pronto se detuvo, incapaz de seguir, llegando al clímax y dejando ir un jadeo áspero. Apretó los dientes con fuerza, aumentando también un instante la fuerza de su abrazo. Su cuerpo parecía a punto de bloquearse y apagarse.

Había aguantado más que la vez anterior, pero cualquier hombre hubiera podido mofarse de la velocidad a la que el pobre caeruleus, inexperto y ansioso, alcanzaba aquel estado.

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Como muchas otras noches, me dedico a recorrer los pasillos del palacio en las sombras, tratando de no hacer ningún ruido que delate mi posición a medida que me desplazo. Las noches y su silencio complican la tarea, por eso las altas horas nocturnas me ofrecen los mejores entrenamientos.

No obstante, unos extraños ruidos hacen que mi recorrido pase más desapercibido. No son ruidos comunes, no son ruidos que se repitan todas las noches. Salto desde una columna a otra y acabo agarrado a uno de los arcos del pasillo perpendicular, encontrando en este a dos personas desnudas. Contengo la respiración y me agarro con más fuerza, recogiendo las piernas, para moverme hacia la esquina izquierda de la pared donde me encuentro y fijar la vista en los desconocidos.

Un hombre recostado y una mujer cabalgando sobre él. Sus cuerpos se mueven en un compás compartidos y además hacen distintos movimientos entrelazando sus cuerpos en medio de sonidos extraños. Abro bastante los ojos y luego los entorno. Esto debe de ser... Recuerdo a los hombres de mi tribu y las pocas veces que lo he presenciado. Sí, esto debe de ser el culmen del ritual. Pero ellos no están abrazados, no están completamente unidos. Entonces, ¿cuál es la condición?

Me fijo con más interés, tratando de acercarme un poco. Ella monta con las piernas abiertas sobre él de forma que el triángulo de su estructura femenina apunta por debajo del ombligo del hombre. Se mueve arriba y abajo. Entonces, la carne que cuelga del hombre debe de estar bajo ella. Siento como se me calientan las mejillas y como un cosquilleo me recorre la entrepierna. Entonces, entre las piernas de ella, ¿hay algún lugar? ¿Hay algún sitio donde se lleve acabo el contacto? Si pudiese acercarme para observarlo correctamente, ver bajo sus piernas...

Pero ya tengo mucha información. Lo poco que comprendo sumado a esto pueden darme una idea de lo que debería encontrar. Lo único que me queda sabes es, ¿esos sonidos y gestos son de molestia? ¿Qué sienten en un momento así? Algo me dice que no puede ser muy desagradable. Por otra parte, están aquí visibles, en medio del pasillo, ¿para ellos el ritual es algo normal? ¿Algo mencionable? ¿Por qué entonces es tabú para Massen Dew? Tengo muchas preguntas en la cabeza, pero ahora ya tengo algo que contarle. Debo hablar con Massen Dew.

*Después de mirar un rato se va*

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Con los ojos cerrados, continué aumentando el ritmo, al tiempo que aumentaba también el volumen de mi voz. Zacharyas, rodeándome, ahogaba un poco los sonidos y dificultaba en parte mis movimientos, pero implicaba que más zonas de nuestra piel estaban en contacto, con lo que no tuve queja alguna al respecto.

Mis manos, posadas en su pecho, pasaron a rodear sus costados y aferrarse a su espalda, al tiempo que mi cadera acompañaba a la suya, ya a una velocidad que me obligaba a apoyarme en él para mantener el equilibrio.

De pronto, todo se detuvo. Zacharyas me apretó contra sí con más fuerza, con lo que cualquier movimiento por mi parte quedó anulado, y se detuvo él también. Abrí los ojos de golpe, y estaba a punto de abrir la boca para protestar cuando sentí un calor en mi interior, y esta vez uno nuevo y diferente. Me estremecí y me mantuve quieta.

Temblaba. Aún entre jadeos, traté de separarme un poco de él, mirando su rostro.

-¿Ya? -pregunté, casi en un susurro.

Cerré los ojos, sintiendo un repentino escalofrío. Me sentía aún alterada y acalorada, pero una parte de mí, sobreponiéndose al resto, me obligó a relajar los músculos y quedarme quieta. La presencia del chiquillo, rodeándome, me arropaba. Era agradable.

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Una vez detenido, Zacharyas sentía los fuertes latidos contra su garganta mientras la parte baja de su cuerpo se contraía. Durante un instante, en el final, se había quedado su respiración, pero sus jadeos regresaban, esta vez mucho más agotados. Tenía el cabello húmedo y pegado a la nuca.

La pregunta de la chica llegó a sus oídos. Se aferraba a ella mientras todo su cuerpo temblaba. Parecía más que la usase para sostenerse que un abrazo.
Asintió como pudo, logrando enfocarla. Luego carraspeó. Todos sus músculos parecían haber colapsado.

Zacharyas no tenía claro si los sonidos de la parvus habían sido de placer o de dolor. Comprendía aquello escuetamente, por lo que había leído en algún libro por accidente, pero no sabía qué debía hacer en aquel momento.

Zacharyas apoyó su frente en la cabeza de la guerrera y suspiró profundamente, agotado. Todavía se sentía dentro de ella.

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