Pasillos

Atravieso los pasillos jadeante. ¿Cómo puede ser que estas personas corran y luchen tanto y no se cansen? Se nota su diferencia con respecto a mí, que solo corro desde los jardines y ya estoy echando los hígados fuera... Si me vieran y supieran que vengo desde aquí al lado seguro que se reirían de mí... Y con razón.

Doy con la puerta del comedor enseguida y, casi sin poder más, entro.

*se va*

Zacharyas atravesaba los pasillos acalorado, disgustado por las altas temperaturas. Lo cierto, tuvo que admitir, era que sus vestimentas perjudicaban bastante su sensación térmica, por lo que, finalmente, tomó una determinación de ponerse algo un poco más ligero y puso rumbo a las habitaciones. Estar todo el día sudando no era algo que le gustase.

Suspiró mientras se alejaba. Quizás fuese el momento de buscar algo que hacer durante esa tarde.

*se va*

El chrysos, con la cabeza apoyada en la pared, contemplaba la lluvia a través del cristal, de reojo, desinteresado. Se había despertado hacía bastante y, tras vagar por Palacio, se había detenido en los pasillos, a medio camino entre el exterior y las escaleras que daban al piso de arriba. Estaba cansado; sentía el cuerpo agotado, somnoliento, pero no podía dejar de pensar. Lo había intentado, nada más despertarse, para poder seguir durmiendo, pero no había sido capaz. Tenía demasiadas preguntas.

Lyam frunció levemente el ceño. El final de aquel rescate había sido, cuanto menos, extraño. Toda la misión lo había sido, realmente. Para el chrysos, nada de lo que habían vivido en Ignis tenía sentido. ¿Cómo pudo ocultarse una organización de esas características? ¿Cómo era posible que nadie hubiese visto, percibido nada? Apretó la mandíbula. No tenía sentido. Tal vez al resto no les parecía tan raro, pero él tenía motivos para pensar que aquello escapaba de toda lógica. Al menos por la parte que le incumbía.

Tragó saliva. Había otra cosa, algo en lo que había dicho aquel hombre que le inquietaba, algo que le resultaba, de alguna forma, extrañamente familiar. Pero no estaba seguro de por qué, ni tampoco podía decir cómo. Simplemente era una sensación. Una extraña, como todo lo demás.

El chrysos chasqueó la lengua y cruzó los brazos, desviando, ceñudo, la vista de la lluvia para clavarla en una alfombra. Lo peor de aquello era que sólo tenía conjeturas. Tenía cientos de dudas a las que intentaba dar respuesta, pero sólo podía elucubrar teorías. A pesar de lo lógicos que le parecían sus razonamientos, no podía probar nada de lo que pensaba; le faltaba información. Mucha. Y aquella carencia hacía que se sintiese desorientado.

Lyam alzó levemente las cejas, relajando la expresión. Aparte de todas esas dudas, estaba el asunto de que se había quedado sin arma. Pero aquello no le preocupada tanto. Era un engorro, sin duda, y lo mejor que podía hacer era conseguir una nueva pronto, pero no era tan preocupante. No siempre la había tenido, de hecho, había pasado más tiempo sin ella que con ella, y ahí estaba, lleno de cicatrices pero vivito y coleando.

El chrysos se apartó de la pared. Escrutar una alfombra no iba a ayudarle en nada.

*se va*

-Por el amor de una madre, Branne- digo negando con la cabeza mientras una de mis manos descansa, indignada, sobre mi pecho-. ¿Has visto cómo han llegado los guerreros de su última misión de rescate? ¿A dónde demonios han ido? ¿Al fin de Mithos? - digo tapándome la boca con desaire-. Esto es vergonzoso. Estos chiquillos caen como moscas. ¿Tú los has visto? ¡Parecen bebés de guardería!
-Los he visto, Señora. Son bastantes patéticos ajijiji -ríe la Tercera, con garbo-. Carecen de potencial mágico variado y, por las heridas que trajeron, parece que los hechizos sanadores brillan por su ausencia ajijiji -ríe la Tercera.
-Oh, es que no. - pongo las manos en las sienes y aplasto mis orejas negando con la cabeza-. Estos malditos masca alfalfas no sirven para nada. ¿Sabes? No estoy muy enterada, pero por lo que he oído, la misión de rescate ha sido no de una eminencia, ni de una dama adinerada... han ido a rescatar a un guerrerucho que, por lo que se oye por el servicio, roza más la categoría de esclavo que de guerrero. ¡Patético! -masco las sílabas, airada.
-¡Patético! Ajijiji -ríe la Tercera, poniendo la boca en pico y encogiéndose de hombros.

-Branne.
-¿Sí?
-Voy a tener que tomar cartas en el asunto. Quiero que parte de la gloria y triunfos que consigan estos pazguatos sea gracias a mí.- Y con un gesto, me remango con furia y camino con fuerza.

*se va*

Tardó mucho en alcanzar los pasillos, sin percatarse del rastro de sangre que dejaba a su paso. Su piel estaba surcada de tantas líneas cruzadas que era difícil saber las que habían ido primero. Pero, extrañamente, en aquella marea de dolor, Zacharyas sonreía.

Aquello era lo que siempre había deseado, al fin y al cabo. Jamás había sentido tanto dolor, y al fin comprendía cómo era. La sensación, que lo debilitaba, también lo revitalizaba. Eso era vivir. Sentía. Por tanto, estaba vivo. Y la vida, como la muerte, era hermosa.

Sus manos, ensangrentadas a causa del líquido carmesí que resbalaba por sus brazos hasta ellas, iban ayudándolo en su avance, dejando huellas en la pared que incomodarían mucho al servicio, sin duda. Sus temblorosas rodillas intactas lo sostenían como podían. Su aspecto era francamente lamentable.

*camina despacio*

Había vuelto a sacar aquel manojo de hierbas, mi más nueva adquisición, para contemplarlo bien a la luz de los pasillos. Sonreía, contenta. Había sido una buena compra, y las hierbas tenían un color muy bueno. Saqué otro puñado de plumas de mi bolsillo. Juntando ambos puñados en una sola mano, los guardé de nuevo juntos, y seguí mi camino.

No tardé en pararme en seco. Apenas había alzado la vista y ya veía, ante mí, una figura que conocía bien, cubierta de una sustancia color rojo intenso. La sonrisa se me borró de golpe y sentí un violento escalofrío. Miré al chiquillo con expresión inescrutable. La sangre que recorría su piel lo hacía parecer aún más pálido de lo habitual.

-Hoy no vas de oscuro -dije, con voz fría.

Debido a su estado, Zacharyas no se hubiese percatado de la presencia de Stalon de no ser porque ella habló. Torpemente, dirigió sus ojos semividriosos hacia ella, extrañamente nublada. Trató de avanzar en su dirección, pero al apartarse de la pared vio que las piernas no le aguantaban y terminó por dejarse caer, sentado. Un quejido abandonó sus labios, algo amoratados.

-Stalon... -. Su voz era mucho más ronca de lo acostumbrado. Incluso él mismo lo notó.

Secó su mano manchada en el pantalón, dejándole una tonalidad rosácea.
Había superado su umbral de dolor, y aunque sentía cierto agrado, también lo asediaba el ardor de todo su cuerpo. Vida y muerte juntas, recorriendo su piel.

Quizás, pensó en aquel caos que era su mente, había sobrestimado su capacidad.

Lo observé fijamente, sin reaccionar de ninguna forma. Lo vi trastabillar y caer al suelo sin moverme. Avancé un par de pasos al fin, pero me detuve de nuevo, con la misma expresión seria y fija.

Aquellas marcas extrañas lo recorrían por entero en líneas rectas y limpias. Recorrí la distancia que nos separaba y lo observé de cerca.

-Esto no lo ha hecho el gigante rojo -afirmé con rotundidad.

Pasé por su hombro el dedo índice, manchándolo de sangre y sudor, y me lo llevé a la boca para saborearlo.

-¿Te mueres? -pregunté, con la misma voz fría de antes.

La observó dudar en silencio.

Zacharyas sentía algo extraño en aquel momento. Por encima del dolor, del placer, de la vida, de la muerte... Por encima de todo aquello, había algo más. Una inmensa calma lo invadía desde la garganta hasta la boca del estómago. De no ser por el dolor de su cuerpo, seguramente no se hubiese sentido tan bien en mucho tiempo.

Negó a sus palabras. No había sido Rick Dehnel. En el fondo, pensó, era un buen chico, aunque algo alocado de más. Pero nunca le haría daño. No de aquel modo. Rick Dehnel no haría algo así.

Se estremeció al sentir el dedo de ella rozando su piel sensible. Cuando la vio llevarse el dedo a la boca lo recorrió un cosquilleo apenas perceptible entre tanta quemazón.
Dejó ir un quejido sordo y negó suavemente, de nuevo.

En tanto caos, aquella calma lo relajaba.

Extendió su mano hacia ella, tomándola por un pliegue de su ropa débilmente y tirando sin demasiada fuerza, para atraerla, aunque más por el simbolismo que por el propio tirón.
Sangre por un beso había sido el trato la última vez.

Avanzó su cuerpo los centímetros que pudo, tratando de acercarse a sus labios. Aquella calma que había tras el dolor era lo único que se lo permitía.

Veía cerca su borroso rostro.

Negaba, gemía, se arrastraba. Lo observé muy seria.

-¿Quién? -No era una pregunta amenazadora, ni teñida de rabia o venganza. Parecía simple curiosidad.

Bajé la vista a su mano cuando agarró mi ropa sin que mi expresión variara. Apreté los puños, obligándome a mantener la vista baja un tiempo. Pese a ello, acabé por ceder y alzar la vista, recorriendo la última distancia para pegarme a sus labios.

No le permití intentar siquiera tomar la iniciativa. Apoyando ambas manos en sus mejillas, tomé el ritmo que quise, obligando a sus labios a acompañar a los míos y separándome cuando lo vi oportuno. Lo miré. Estaba un poco frío.

-Y quedarás sin sangre y seguirás igual.

De pronto le pitaba un oído. Era extraño. Aquel sonido agudo lo distrajo unos segundos. No sabía bien si se habría metido en su cabeza algún tipo de insecto, como un grillo, y pitaba allí dentro, no dejándole oír demasiado bien.
Cuando ella preguntó, Zacharyas no quería responder. Estaba algo arrepentido, pero en un primer momento no había podido resistirse a la oferta de Aren Darvenwish. Si lo culpaba ahora quizás lo golpease de nuevo, pero con más saña, o quizás no pasase nada. ¿Cómo iba a saberlo? Aunque había visto marcas en la espalda de Dehnel y dudaba que el muchacho las hubiese recibido por placer.

-Un hombre de mirada afilada... -murmuró con voz cansada.

Ella aceptó su beso, aunque no le permitió hacerlo a él. Por una vez aquella calma extraña le permitía actuar, aunque la fuerza no le sobraba, pero ella se lo impedía. De todos modos, cuando ella abandonó su boca dejó ir un suspiro ronco y satisfecho.
Arrepentido, la miró. No pensaba en ella cuando perdía la calma, pero luego ella sufría, supuso. Ella lo pasaba mal por sus heridas.

-Me gustas, Ayne Stalon... -dijo con tono débil, guiado de nuevo por aquella calma que lo invadía cada vez más y más.

Alrededor del borroso rostro de la chica había puntos brillantes, como estrellas. Parecían luciérnagas haciendo señales de luz.

FdR- Está delirando, sí. Se le va un poco la cabeza
Pausado hasta mañana

Apenas lo escuchaba. Di una vuelta a su alrededor, sin perder la seriedad de mi expresión. Había visto las marcas que decoraban su vientre, pero pronto descubrí que no eran nada comparadas con las que tenía en la espalda. Probablemente podría contarlas si me deshacía de la sangre, aunque ahora mismo era difícil. Posé un dedo sobre una, marcándola con fuerza.

-Duele.

Terminé el recorrido y volví a situarme frente a él, estudiando sus rasgos, sus ojos ausentes, su palidez enfermiza, sus ojeras todavía más marcadas de lo que era habitual. Me llevé distraídamente el dedo con el que había tocado su herida a la boca y sentí que la invadía un gusto a metálico.

-¿No te mueres de verdad? ¿Ni un poquito?

Ella lo rodeó, como investigándolo. Zacharyas apenas tenía fuerzas para darse cuenta. Sí la notó, sin embargo, cuando presionó con su dedo una de sus heridas, haciéndolo estremecerse y producir un quejido sordo en volumen bajo.

Sí dolía, pensó la parte de su mente que funcionaba entonces. Dolía y, aunque también sintiese cierto placer, dolía. Escocía. Quemaba. Y por una vez Zacharyas comprendía a su padre, que tantas veces lo había tratado de desvincular de aquello. Pero al mismo tiempo parecía necesitar aquel dolor para sentir que estaba vivo.

Zacharyas alzó la vista para mirarla, serio. Negó con lentitud y bajó de nuevo la mirada a las baldosas.

-No me muero... -murmuró seco, sin más.

Él aguantaba mucho más que aquello.
Se preguntó entonces si morir dolería mucho más.

Acorté las distancias para posar un suave beso en sus labios.

Me separé de nuevo y miré alrededor, pensativa. Con el ceño fruncido, me repasé los labios con un dedo. Volví a mirarlo de hito en hito, como si no me fiara del todo de lo que me estaba diciendo.

-Entonces, ¿no quieres curarte? -pregunté, muy seria.

Sangraba.

Durante un instante el caeruleus notó que sus labios trataban de seguirla por un instante, como magnéticamente. Era aquello lo que había leído en algún lugar, pensó al fin. Y aunque odiase oír a Dehnel hablar de ello...

-Quiero curarme -murmuró seco, bajando el rostro, de forma que el flequillo cubriese por completo sus ojos.

El dolor tenía algo increíblemente agradable, pero no curarse era de temerarios. Desde siempre le habían dejado muy claro que, pasase lo que pasase, tratarlo era lo más importante. Y más entonces, allí, donde tenía motivos para luchar y vivir. Una infección no era barajable como opción posible.

Lo observé un instante más, en silencio. Entonces, y por primera vez desde que lo había encontrado, esbocé una pequeña sonrisa, mirándolo con cariño. De nuevo, me acerqué a él, aunque esta vez a tomar su mano. Tiré de él con fuerza, tratando de ponerlo en pie o, en su defecto, de arrastrarlo.

-Entonces tenemos que irnos, chiquillo -le informé.

Zacharyas, a duras penas, consiguió levantarse, y yo lo guié por los pasillos en dirección a la enfermería. No tardé en ponerme nerviosa e incluso enfadarme un poco, pues su inevitable lentitud me impacientaba enormemente.

*Se van*

Cuando Zacharyas llegó a la ventana, yo la abrí del todo y tomé una de sus manos, tirando de él hacia el interior. Apenas le di tiempo de poner los pies en el suelo, pues tiraba de él muy bruscamente hacia abajo.

En cuanto lo tuve a una buena altura, me alcé de puntillas, colgándome de su cuello. Una vez más, atraje sus labios hacia los míos, ahora más despreocupada y con más ganas. El pasillo, desierto y levemente iluminado, me inspiraba más confianza que el vacío de fuera. Pese a ello, seguía queriendo volver a acurrucarme sobre el chiquillo.

Zacharyas terminó de entrar con ayuda de la parvus. Esta, sin embargo, tiraba de él apurada, sin dejarle comprender qué pasaba. Lo obligó a doblarse por la cintura un poco, encorvándose, y una vez en aquella posición lo atrajo de nuevo, continuando lo que había comenzado sobre aquel muro temporal que había invocado.

El caeruleus dejó escapar el aire al sentir el beso y notó de nuevo aquellas picaduras de abeja extrañas. Sus manos, torpes, buscaban algo que sostener, terminando por apretar un poco de la tela de la ropa de Stalon.
Tener algo sujeto lo hacía sentirse más seguro.

Lentamente, su respiración se aceleraba.

Era difícil, y me impacientaba por momentos. Ese hecho se reflejaba en mi actitud y mis gestos, cada vez más firmes y fuertes. Acabaron por volverse violentos, agresivos, demasiado rápidos, mientras en mi interior se acrecentaba una sensación de malestar.

Acabé por soltarlo de golpe. Lo miré con ceño, con expresión de completa indignación, como si acabara de insultarme de la peor manera posible.

-¡Estás muy arriba! -le recriminé, posando con gusto la planta completa de mis pies en el suelo. Me crucé de brazos con gesto de enfado.

Todo se vio interrumpido por un repentino enfado de Stalon, que dejó descolocado al caeruleus. Zacharyas, torpe, bajó la vista, algo apesadumbrado. No le sorprendía haber hecho algo mal, pero no comprendía en qué punto había fallado.

-Lo siento... -murmuró con cierto reparo.

Zacharyas se acuclilló frente a la parvus, mirándola. Se sentía verdaderamente mal, y por varios motivos. Pero, entre ellos, destacaba un motivo egoísta: no quería que aquello se detuviese.
El mago todavía notaba en su pelvis cierto cosquilleo, y otro tanto en el estómago. Estaba descubriendo cosas que no quería dejar de lado tan fácilmente, pues sabía que no sería capaz de retomarlas en otro momento.

En cuanto Zacharyas se puso en cuclillas, una sonrisa volvió a ocupar mi expresión. Me acerqué de nuevo a él rápidamente, abrazándolo y pegando mi cuerpo al suyo, contenta.

Luego me separé y lo miré un momento. Alcé una mano y repasé, como tantas veces, sus rasgos, desde la frente al mentón, uno por uno. Cuando llegué a este último, aparté mi mano y acerqué mi boca, posando el él un beso. No tardé en ascender de nuevo hasta sus labios y, rodeando de nuevo su cuello con los brazos, continué donde lo había dejado.

Mucho mejor.

El abrazo de Stalon hizo perder el equilibro a Zacharyas, que cayó sentado, pero aún así se sintió satisfecho. Parecía que aquel pequeño gesto había corregido un poco su negligencia. Y recibir nuevamente el cariño de la chica no hizo sino resaltar más ese hecho.

Sonrojado debido al calor, Zacharyas correspondió a la parvus, sintiéndose algo más envalentonado y capaz que las últimas veces. Se atrevió, incluso, a atrapar un instante el labio inferior de la chica con sus dientes, como había visto que ella había hecho alguna vez, teniendo que resistirse enormemente para no morder con ansia y hacerla sangrar.

Zacharyas se encontraba extrañamente a gusto con aquello. Era difícil de entender, para él, pero en aquel momento poco podía importarle.