Jardines (2)

No se me escapó su pequeña vacilación en las formas. Recordé mis propios problemas al respecto a lo largo de mucho tiempo. Después de pasarme toda la vida recibiendo un golpe por cada vez que tuteaba a alguien, había resultado muy extraño que todo el mundo rechazara tan abiertamente las formalidades. Poco a poco, las había ido abandonando, aunque en ciertos casos las había mantenido. Casos que podía contar con los dedos de una mano. En el momento en el que la chica tuvo el impulso de emplear aquel trato, me di cuenta de que me parecía raro y hasta divertido. Que no me viera el abuelo...

Ladeé la cabeza, con aire curioso, al ver su método para hacerme un espacio en aquel gracioso refugio. No pude menos que ampliar mi sonrisa, y acepté su invitación.

-Con permiso -dije, sentándome a su lado y mirando a mi alrededor. Semioculta entre las plantas, con flores a sus pies y aquel aspecto angelical, daba una imagen idílica.

Tomé un par de mechones de pelo entre mis dedos, casi de manera inconsciente y deshice unas cuantas trenzas, alisando el pelo en la medida de lo posible, aunque inevitablemente se formaban en él pequeñas onditas. Comencé a rehacer las trenzas, con mucha calma y cuidado. Me interrumpí un momento cuando Fier habló y me volví hacia ella, con una sonrisa triste. Hablando así, parecía muy inocente.

-No te preocupes -respondí, negando con la cabeza-. Yo en tu lugar, habría salido corriendo. Las cosas entre Nagore y yo no van muy bien últimamente. Aún tuviste suerte de encontrarnos en un momento más o menos amistoso...

Recordé mis otros dos únicos encuentros con Nagore con cierto desagrado. Desde luego, "no nos va muy bien" era una forma muy optimista de ver la situación. Me preguntaba si, después de casi un mes, se le habría pasado un poco el enfado.

-¿Has sabido de ella últimamente? -pregunté, retomando mi peinado e intentando no sentirme demasiado culpable-. Imagino que sigue enfadada conmigo, pero es que ni siquiera la he visto en varias semanas. Empieza a preocuparme, es una cabeza loca. No quiero imaginar de lo que es capaz...

Negué con la cabeza, mientras mi sonrisa se desvanecía. Entre aquella niña y Follow, iban a volverme loca. Y hablando de Follow, también llevaba unos cuantos días sin verlo. Aunque a ese respecto, él me preocupaba bastante menos. Follow siempre aparecía y desaparecía sin más. Nagore jamás estaba ausente.

-Tal vez se haya ido... aunque no sé adónde -murmuré.

No me gustaba en absoluto su comportamiento, tan caprichoso e infantil, pero no podía evitar sentirme del todo responsable. Menos aún que su comportamiento me gustaba su desaparición.

-Intenta animarla si la ves, por favor. A mí no creo que me permita acercarme demasiado, pero le hará falta distraerse...

Di un respingo cuando me tocó el pelo, sorprendida, pero en seguida me relajé. Le dediqué una leve sonrisa, que no tardó en desvanecerse, y encogiendo las piernas, las abracé y apoyé en ellas mi cabeza, sin tratar de seguir con mi peinado. Fier se hizo dueña de mi pelo en seguida, y la dejé hacer y deshacer a su gusto, completamente inmóvil.

Estaba algo tensa. Traté de recordar la última vez que había tenido aquella clase de contacto con alguien, y me costó un buen rato encontrar una escena similar. La última vez, creía, había sido el invierno de mis seis años, cuando había pasado una neumonía. Aquella vez la fiebre me había atacado de tal forma que me había hundido en el delirio, así que apenas lo recordaba, pero tenía el vago recuerdo de mi abuela, teniéndome en brazos y atendiéndome día y noche. No había muchos más ejemplos de algo así entre mis recuerdos.

Poco a poco, me fui abandonando a aquella sensación poco familiar pero relajante. Mi sonrisa fue resbalando hasta desaparecer, y se me emborronó la vista. Cuando sentí que el nudo de mi garganta se volvía demasiado tenso, hundí la cara entre las rodillas y traté de contener las convulsiones de mis hombros.

Me dejé abrazar y me dejé arrullar, manteniéndome lo más quieta posible. No pude evitar las primeras lágrimas, pero no me permití abandonarme. No estaba bien, ni para ella ni para mí. Ya era bastante extraño por sí solo que tuviera que soportarme en un estado tan lamentable una desconocida. Contuve también el impulso de ponerme a hablar, por no interrumpir su canción y porque no quería aburrirla con cosas que no tenían en absoluto que ver con ella.

No me gustaba mi relación con Nagore porque me hacía sentir culpable, porque me daba miedo y porque no sabía cómo recuperarla. No me gustaba mi relación con Follow porque no la entendía, porque me hacía sentir incómoda y porque no me veía capaz de controlarla. No me gustaba mi relación con Alehyss y Heylel porque me hacían sentir pequeña. No me gustaba mi relación con Sock porque nunca antes se había enfadado conmigo. No me gustaba mi relación con Arennette porque no me veía capaz de corresponder debidamente a su carta. No me gustaba que hubiera un desconocido rondando el palacio que sabía tanto de mí como si me conociera desde siempre. No me gustaba yo misma porque me sentía diferente a como solía ser.

Pero todo eso no era algo que tuviera que contarle a nadie más que a mí misma. Así que, en lugar de decirlo, me llevé una mano a la cara para limpiar aquellos estúpidos lagrimones, intenté hacer más profunda mi respiración y traté de componer una torpe sonrisa, sintiendo cómo las comisuras de mi boca temblaban buscando el sentido contrario. Y, cuando me hube recuperado un poco y su canción se hizo casi inaudible, me separé un poco y traté de hablar.

-Lo siento -susurré, maldiciendo mi debilidad-. No es justo que tengas que aguantar esto.

Suspiré, notando cómo mis nervios se iban deshaciendo poco a poco. Cerré los ojos un momento y me froté de nuevo la cara. Luego tomé un mechón de mi pelo, ahora suelto, y lo dejé caer por mi hombro, sintiéndolo suave al tacto. Me encogí de hombros ante sus palabras, y mi sonrisa se hizo un poco más firme.

-Bueno, ya sabes algo más que yo -repuse, con cierta ironía. Compuse los cinco o seis recuerdos que tenía de mi madre en mi mente, intentando hacerlos tan nítidos como podía. Del último hacía tres años, y aún así me costaba recordar bien su cara. Se me mezclaba con la cara de Minta y la de la abuela.

Sentí el roce de un dulce beso en la frente y tragué saliva, algo confusa. Desvié la vista un momento. Era agradable, pero muy extraño. Volví a mirarla, aún con mi sonrisa.

-Gracias -me limité a decir.

No pude evitar una pequeña risa escéptica. En seguida me mordí el labio inferior, mirándola con cierto arrepentimiento por mi reacción. Aún así, negué con la cabeza, con cierto pesar.

-No creo que sea buena idea -la previne-. Bastante se supone que le he "robado" ya. Probablemente, si le dijeras eso, probablemente se pondría como una fiera y diría que no le queda nadie en quien confiar, o alguna cosa por el estilo. Es un poco... posesiva...

Desvié la vista. Nagore había querido hacerme daño. Si no me había dado una paliza era porque no se lo había permitido. Me la imaginaba chillándome si tenía algo más que quitarle, si además de amoríos y amigas quería también a su familia, o algo así. Me estremecí. A veces, sentía auténtico miedo.

Cavilé acerca de lo que decía. La esperanza. Si lo pensaba bien, no estaba poniendo muy en orden mis prioridades. Aún guardaba la esperanza de que Silvanus estuviera vivo. O de encontrar algún día a mi madre. Presuponer que obtener el perdón de Nagore era más difícil que todo eso... Por supuesto, sería muy difícil. Tal vez no volviera a ser la misma de antes. Pero Fier tenía razón. Existía una pequeña esperanza.

La pregunta de Fier me pilló por sorpresa, y parpadeé un par de veces, mirándola. Entonces, recogí todo mi pelo entre las manos y lo eché hacia ella, de buena gana. Me giré un poco, dándole la espalda, para que se manejara con mayor facilidad.

-Cuando llegamos a casa de los abuelos, la abuela nos metió a todos en el baño y nos frotó hasta dejarnos la piel roja. Nos cortó a todos el pelo porque decía que teníamos piojos. Inwir y yo nos llevamos un disgusto tremendo. Desde entonces, nunca más volvimos a dejarlo en sus manos.

No sabía por qué le contaba aquello, pero me hacía gracia recordarlo, y me sentía más animada. Cuando había escrito a Arennette no pensaba en serio en una visita, pero cada vez me lo planteaba con más seriedad. Tal vez llegara a cumplirlo.

Escuché en silencio su historia, sintiéndome mejor al ver que correspondía a la mía. Me pareció, cuanto menos, una historia curiosa, y también bonita. Bastante más lírica que la mía, que incluía niños piojosos en vez de enamorados. Personalmente, la longitud de mi pelo tenía que ver más con rebeldía que con un gusto propio, y me sorprendió encontrar el caso contrario. Me costaba imaginar un pelo muuucho más largo que el de Fier. Pensé que su madre, si se parecían, debía ser bastante impresionante.

Cuando terminó el peinado, me llevé la mano a la cabeza, palpando con cuidado las curiosas formas de las trenzas. Me volví y le sonreí, con cierta vergüenza. Luego alcé la vista al cielo. Ya era completamente de noche, y el cielo estaba plagado de estrellas.

-Qué tarde es ya -comenté-. Creo que debería irme. Me ha encantado hablar contigo, Fier. Pero, de verdad, ten cuidado con Nagore. Me asusta cómo pueda tomárselo. En realidad, ahora mismo creo que me asusta todo de ella -confesé.

Con cuidado, me puse en pie.

-Buenas noches, y ¡gracias!

Y eché a correr hacia el palacio.

*Se va*

Abrigada con una capa, Lluvia salió a los jardines de Palacio. Hacía mucho que no salía a los exteriores, pues la lluvia no le animaba a poner un pie fuera de la construcción, así que, cuando vio que nevaba, decidió ir a dar un paseo.

La nieve le gustaba. Le parecía bonita y divertida si encontrabas con quién pasarlo bien. Mientras caminaba, se preguntó si habría algún guerrero más que, como ella, hubiese decidido salir a dar una vuelta.

*se queda*

A Julie le gustaba la nieve. Bueno, gustar no habría sido una buena forma de definirlo. A Julie le encantaba la nieve. No solo por lo divertido que resultaba ir pisando la nieve mientras oía el chof, chof, chof tan característico, sino que los montículos de nieve, los escondrijos en la nieve, y todas las tretas que se le ocurrieran, eran perfectas para espiar a la gente.

Así que, en cuanto vio los jardines cubiertos por una densa capa de nieve, solo pudo hacer una cosa: empezó a hacer un muñeco de nieve para esconderse dentro. En realidad no lo había hecho nunca, pero en los libros parecía funcionar muy bien para espiar...

Estaba dándole los últimos retoques a su cabeza cuando oyó que alguien se acercaba. Sus pasos crujían en la nieve. Pegó un respingo y se escondió a toda prisa detrás de su muñeco. Se asomó por un lado y descubrió que era una chica, y que iba sola. ¡Qué aburrimiento! Aunque a lo mejor podía descubrir nueva información de ella. Se escondió de nuevo, esperando que no la hubiera visto, y habló con voz teatral y varonil.

- ¡Quién osa atravesar mis dominios! ¡Habla y dime quién eres ahora mismo o te comeré viva! ¡Ruaaaagh!

En mitad de su paseo, Lluvia percibió algo que le llamó la atención: a unos cuantos pasos de ella, había un solitario muñeco de nieve muy resultón. La aether, parada en su sitio, se preguntó quién lo habría hecho y si su creador estaría cerca. También pensó que el muñeco necesitaba un compañero, así que, sonriente, se acercó hasta allí.

No había cogido ni un poco de nieve para hacer otro muñeco cuando una voz grave le habló. Lluvia dio un respingo y apartó las manos del suelo. Se irguió, con la confusión pintarrajeada, y miró a ambos lados, buscando la voz. No había nadie ni a su derecha ni a su izquierda, pero Lluvia dudaba que el muñeco de nieve le hubiese hablado. Los muñecos no hablan, se dijo, así que debía de haber alguien por ahí. Tras unos segundos de observación, la aether finalmente habló:

—Soy Lluvia Al'Lanster, señor... Y lamento si le he molestado al acercarme a su muñeco. Yo sólo quería construírle un compañero para que no pareciese tan solo...

Julie atendió a las palabras de la chica con atención. Antes la había visto, y no tenía para nada aspecto de heroína, pero sacó rápidamente la libreta por si podía obtener información de ella.

Pensándolo mejor, ¿no era un poco sospechoso que una chica joven y pequeñita como ella estuviera dando un paseo por el jardín de un castillo en guerra? ¡Eso es! Seguro que ocultaba un secreto. ¡A lo mejor estaba cautiva! Estuvo a punto de salir de su escondite de pura preocupación, pero entonces recordó su disfraz y se aclaró la voz.

- Encantado de conocerte, joven Al'Lanster, yo soy... eeeeeeeeeehm... El señor de la temp...¡El señor de la nieve! He salido hoy a pasear para estirar mis piernas, esto, bolas, y no he podido evitar preguntarme qué haría una jovencita como tú en un lugar como este. ¡No, no, no, no! - Julie sacudió la cabeza. Se había dejado llevar por las amables palabras de la chica. Seguro que no era tan inocente como aparentaba, pero no sería engañada - ¡Si no me dices qué haces aquí, te comeré, ruaaaagh!

Lluvia miraba a los lados mientras esperaba una respuesta del hombre. Se preguntaba cómo sería y si le habría molestado tanto que se hubiese acercado a su muñeco de nieve. Lo cierto era que no había tenido tiempo a hacer nada, así que esperaba que no se enfadase. Y aunque hubiese hecho algo, aunque hubiese empezado a hacer otro muñeco... ¿Realmente era motivo para enfadarse? Lluvia pensaba que no, pero en el mundo había gente muy rara y nunca se sabía.

Cuando el señor volvió a hablar, la aether reprimió una risa. Le hacía gracia lo que decía el señor, así como que creyese que ella se había tragado lo de que era el muñeco de nieve.

—Venía a dar un paseo, señor. ¡Me gusta la nieve y pensé que sería una buena idea! —exclamó, sonriendo ampliamente. Luego añadió—. ¿Podría salir de su escondrijo, señor? ¡Me gustaría verle la cara!

Julie pegó un respingo. ¡La habían descubierto! ¿¡Cómo era posible!? ¡Pero si su escondite era perfecto! Seguramente la chica aquella tenía poderes místicos, eso era, no podía ser de otra forma. Qué miedo podía dar la gente de aquel lugar... ¡Y qué emocionante resultaba todo! Si ella era tan importante, seguramente sabría algo sobre su héroe. ¡O sobre el pirata! Claro que no había olvidado al pobre pirata. Debía rescatarlo sin falta. Pero había otras cosas que también habían llamado su atención. Echaba de menos a su amigo Lyam, y esperaba poder volver a hablar con él pronto.

Si la chica era tan importante, le estaba haciendo un feo muy grande quedándose escondida detrás de aquel muñeco. Se apresuró a salir, no sin antes haber anotado todos aquellos datos en su libreta, e hizo una profunda reverencia. Las formas eran muy importantes para caer bien a la gente de posición y obtener información.

- Lamento lo ocurrido, esto.. señora... - revisó sus notas un momento, y después se recompuso como si nada hubiera pasado - ¡Lluvia! Pensé que estaría bien entretenerse un poco, pero en ningún momento he querido importunarla... Espero que no me guarde rencor por esto - compuso su mejor sonrisa.

Lluvia esperó y esperó a que el señor saliese y, cuando este salió de detrás del muñeco, alzó ambas cejas, sorprendida. Aquello no era un señor, sino una chica de más o menos su edad, pelirroja, pecosa y con gafas. Lluvia notó cómo sus mejillas se enrojecían. No podía creerse que hubiese sido capaz de confundir la voz de una chica con la de un hombre, por fingida que esta estuviese. Suspiró. De pronto se sentía muy tonta.

—Oh, no... No se preocupe. No le guardo rencor.—murmuró. Esbozó una tímida sonrisa—. Yo lamento si la he ofendido al confundirla con un hombre.

Avanzó un par de pasos más hacia la chrysos, que, al igual que Massen, era más alta que ella, y le tendió su mano.

—Un placer conocerla, ¿señorita...? —dejó la frase a medias, esperando una respuesta por parte de la chica.