Jardines (2)

Señalé al cielo con impaciencia.

-Las piedras del cielo -repetí-. Caminos de piedra. De colores. En el cielo.

Lo dije muy despacio, gesticulando mucho, para que me entendiera. Aunque empezaba a pensar que tenía la batalla perdida. Si hubiera visto las piedras, sabría de qué le estaba hablando. Con gesto de leve decepción, volví a meter las plumas en mi bolsillo. Tal vez, sencillamente, aquel no fuera mi día.

Observo el cielo y frunzo el ceño, confuso. También ladeo un poco la cabeza. Ahí arriba no hay nada: no hay piedras, ni un camino de piedra, ni nada; sólo hay nubarrones. Además, ni tan siquiera sé a lo que se refiere. Nunca he visto un camino de piedra de colores en el cielo. De hecho, la única clase de camino que puedo imaginarme en el cielo es un arcoiris. Me planteo durante unos segundos que tal vez sea eso lo que busca la coleccionista de tesoros. Yo nunca diría que están hechos de piedra, pero quién sabe.

—¿Te refieres a un arcoiris?

Asentí lentamente a su pregunta, sin estar segura de si hablábamos de lo mismo.

-Un camino de piedras de aire que va por el cielo entre el sol y el agua -recité, como una lección aprendida de memoria.

De hecho, era una lección aprendida de memoria. Sonreí con timidez, y entonces negué con la cabeza con tristeza. Parecía que no pasaba siempre. Carraspeé antes de hablar, con un nudo en la garganta.

-Bueno, no pasa nada -repuse, con voz temblorosa-. Será que hoy no ha venido. No importa.

Empezaba a notar los ojos llorosos. Me quité la pluma del pelo y la metí en mi bolsillo, junto a las otras. A continuación, me di la vuelta y eché a correr de vuelta al castillo.

*Se va*

FdR.: Seth, la has hecho llorar!!! Te parece bonito??? ;O;

Frunzo ligeramente el ceño. Pese a que asiente, no estoy seguro de si hablamos de lo mismo. No se me ocurre otra cosa que pueda encajar, más o menos, en su descripción, pero no estoy del todo convencido.

Me encojo de hombros. Si lo que buscamos es un arcoiris, no creo que sirva de mucha ayuda. Miro a la parvus cuando habla. Parece triste, y no puedo evitar preocuparme. ¿Está así por no ver al arcoiris?

—Pero no te preocupes, seguro que mañana o pasado aparece —le digo, esperando animarla. Pero para mi sorpresa, la coleccionista de tesoros se va corriendo.

La observo mientras se va, pero no se me ocurre nada que decir. Entonces caigo en la cuenta de que no sé su nombre. Suspiro.

—Jo...

No me gusta ver a la gente triste: me siento mal cuando alguien se pone triste, y mucho más cuando no puedo hacer nada. Vuelvo a suspirar. Alzo, de nuevo, la vista al cielo. Es un poco tarde, así que decido irme yo también.

*se va*

Fdr. D:!!!!!!! NO, AYNE, NO ;O;

Lluvia salió a los jardines aprovechando el buen día que hacía en Brontë. Hacía mucho que no salía del palacio: las últimas semanas, por culpa de la lluvia, las había pasado recorriendo el interior de la construcción, inspeccionándola. Se había encontrado con muchos sitios que no conocía, pero el que más le gustó fue la sala de música, así que también había pasado mucho tiempo en ella tocando el piano (le encantaba el piano).

Se alejó de la entrada al palacio y observó a su alrededor. La última vez que había salido a pasear por ahí los jardines estaban nevados. Debía admitir que le gustaban más con nieve, pero aún así era un buen sitio. Dando pequeños pasos, comenzó a caminar por el lugar, fijándose en las flores que habían florecido desde la última vez que estuvo.

-¡¡¡POR TODO MITHOS!!!

Acababa de entrar en los jardines buscando algo de comer o a Inger cuando una hermosa y delicada luz había llamado mi atención. Corrí hacia ella animado, con Telma detrás (quizás creía que era una carrera) hasta alcanzar a aquella dama desconocida para mí.
Al llegar hice una reverencia apurada.

-Buenas tardes, bella desconocida. No tendrá, acaso, algo de comer, ¿verdad?

Me aparté el descuidado flequillo de la cara y la miré seductor.

-No es más que para evitar morirme.

Lluvia se detuvo al escuchar un grito. Confusa y en parte asustada (¿había hecho algo mal?), se giró con lentitud y con las mejillas sonrojadas para observar al extraño que había gritado. El dueño de aquel grito era un flamma muy muy grande, con un aspecto un poco extraño. A primera vista, Lluvia no diría que fuese ni un guerrero, ni un miembro de servicio, sino que parecía más bien un mendigo. Al lado del señor grande había una pequeña bismonte.

—Bu... Buenos días, señor —murmuró, volviendo a observar al flamma. Esbozó una tímida sonrisa. Se sentía muy muy pequeña a su lado—. Lamento decirle que no tengo nada de comer, pero, si lo desea, creo que en el Palacio le atenderán.

Todavía dudaba que ese hombre fuese uno de sus compañeros, pero no creía que los miembros del servicio le negasen comida a alguien con ese aspecto.

Reí a grandes carcajadas. Parecía que la había asustado un poco. ¡Y ni se había presentado!

-Disculpa, jovencita. Es que por el momento no puedo entrar en ese lugar. Tengo muchas pruebas que superar antes. Por cierto... -. Me agaché ligeramente, observando su rostro de cerca-. Tú no necesitarás de un fuerte guerrero para resolver algo, ¿verdad?

Sonreí y le extendí la mano, animado. El cambio del tiempo me había puesto de muy buen humor.

-Por cierto. Soy Rick, y esta es Telma, mi hija y amiga.

Lluvia frunció levemente el ceño y ladeó la cabeza hacia la derecha, confusa. ¿Por qué no podía entrar en Brontë? ¿Qué pruebas tenía que superar? ¿Acaso había que superar pruebas para poder entrar? De pronto, se sintió ligeramente nerviosa. Ella no había pasado ninguna prueba y salía y entraba de Brontë como si fuese su nueva casa. ¿Estaba haciendo algo mal? No recordaba que Massen hubiese dicho nada de las pruebas, pero a lo mejor se le había olvidado.

—¿Qué... Qué pruebas? No he escuchado hablar de ninguna prueba. ¿Está usted seguro de que necesitamos pasar pruebas para entrar en el palacio? —inquirió, con los ojos fijos en los del flamma grande. Cuando el hombre le tendió la mano, Lluvia descendió la vista. Durante unos segundos dudó si debía estrechársela o no (parecía un mendigo y los mendigos estaban sucios, y ella no quería ensuciarse), pero finalmente lo hizo, aunque no tardó mucho en apartarla.

—Lluvia Al'Lanster —murmuró. Luego miró a la bismonte, Telma. Frunció el ceño. ¿Hija...?

Puse las manos en jarras, orgullosa pose, aunque no fuera lo mismo el que la adoptaba. Negué varias veces.

-Las pruebas que yo he de pasar son especiales y no tienen nada que ver con pruebas de Brontë. Las únicas pruebas que hay que superar para entrar en ese palacio son el honor, la voluntad, el valor y la bondad.

Miré al cielo. El sol iluminó mi rostro, haciéndome claramente más bello y heroico, aunque no quedase de mi nobleza más que una sombra. Me sentía muy solemne.

-Por eso, si puedo hacer cualquier cosa por vos, me ayudaría mucho.

Lluvia separó los labios, formando una o, y alzó las cejas. Luego sonrió y asintió, mucho más tranquila que antes. Pese a que no entendía muy bien qué le sucedía al flamma, ahora sabía a ciencia cierta que no tenía que pasar ninguna prueba y eso, evidentemente, la tranquilizaba. Se veía incapaz de pasar con éxito cualquier prueba que tuviese que ver con el combate.

—Ya entiendo —murmuró. Ensanchó la sonrisa y miró al flamma. Durante unos segundos, pensó si había algo que aquel hombre pudiese hacer por ella. Lo primero que se le ocurrió fue que le ayudase a encontrar todos los sitios de Brontë, pero no tardó en descartar la idea: si el flamma no podía entrar en Palacio, no la ayudaría demasiado. Sin embargo, sí que había algo que el flamma podía hacer por ella. Le daba algo de vergüenza pedirlo, pero si el hombre le estaba ofreciendo ayuda, ¿por qué no aprovechar?

Inspiró profundamente, armándose de valor, y luego habló:

—Pues, verá, ahora que lo dice, lo cierto es que tengo algunas dudas en lo que a combate se refiere. —Observó al hombre durante unos segundos—. Y si, no sé, si podría ayudarme a manejar el arco, pues le estaría muy agradecida...

Parecía que sí que podía hacer algo por ella. Mis ojos se iluminaron, ilusionados, mientras aguardaba a que sus virginales labios pronunciasen lo que deseaba. Al fin y al cabo, aquello me dejaría un escalón más cerca de ser un noble.

Sin embargo, cuando dijo "enseñarme a usar el arco" una leve decepción se dibujó en mi mirada. Tuve que esforzarme para recuperar una sonrisa tranquila y segura.

-¿El arco? ¡¿El arco?! -. Solté una carcajada-. El arco siempre ha sido mi especialidad. Has ido a encontrar a la persona indicada para ello. Si hubiese por aquí algún arco te lo demostraría, pero no tengo ninguno. Lo siento.

Telma mugió.

Lluvia esbozó una amplia sonrisa, emocionada. ¡Se había encontrado con un experto! ¡Un experto que podía ayudarla a manejar el arco! Se sentía enormemente afortunada. Si ese hombre le enseñaba, no tendría que pedirle ayuda a nadie y se ahorraría la vergüenza y el qué dirían de ella. ¡Era perfecto! Se imaginó a sus padres, orgullosos de ella, y notó cómo su alegría aumentaba.

—¡¿De verdad lo es?! ¿En serio? —preguntó entusiasmada mientras se acercaba al flamma. Esbozó una amplia sonrisa—. Oh, por Mithos, ¡es fantástico! No se preocupe por el arco: yo tengo uno. Podré tomar notas mientras usted explica. Además, creo que hay una sala con armas y que en ella hay arcos. No me haga mucho caso porque sólo la recuerdo de pasada, pero creo que hay. —Miró el palacio—. ¿Le importa esperar? —Volvió a mirar al hombre—. Porque, si no le importa, puedo ir a buscar el arco y podemos empezar ya con las clases.

Sonreí como un estúpido.

-¿Es... Estás segura? Quiero decir... El tiempo...

Miré hacia arriba. Junto hacía pocos minutos me alegraba enormemente el buen tiempo. ¡Tiempo ideal para el tiro con arco!

-¡El tiempo es perfecto! Pero... Tus manos... ¿No prefieres la espada? La espada también es un arma muy bonita y femenina. Aunque si lo que te gusta es el arco... ¡Ve y coge un arco! Pero plantéate lo de la espada... Parece que hayas nacido para portar una.

Lluvia miró hacia arriba cuando el hombre lo hizo. Desde su punto de vista, el tiempo era perfecto para entrenar fuera: no llovía, no hacía frío pero tampoco demasiado calor, no había mucho viento...

—Yo lo veo bien... —murmuró. Cuando el hombre le dio la razón, sonrió, satisfecha. No obstante, no tardó demasiado por borrar la sonrisa para esbozar una expresión confusa. Se miró las manos, primero los dorsos y luego las palmas, y frunció el ceño. Aparte de que no veía nada extraño en ellas, tampoco era capaz de entender por qué el hombre pensaba que la espada se le daría mejor. Ella no sabía nada de espadas, claro, pero no se veía capaz de manejar una. Además, tampoco le gustaban demasiado.

—No... No creo que haya nacido para portar una espada —murmuró. Después alzó la vista y observó al flamma—. ¿Por qué cree que he nacido para ello?

Puse una mano en su hombro, solemne, sonriendo con mi más seductora sonrisa. La miré fijamente a los ojos. ¡Cuántas viudas se habían derretido con esa mirada! ¡Cuántas casadas habían matado a sus maridos al ver esos ojos para poder tenerme! Y ahora era Lluvia, la pequeña y hermosa Lluvia, la que tenía aquel placer ante sí.

-Creo que parecerías mucho más atractiva y madura de lo que ya aparentas -le dije, adulador-. Con solo imaginarlo, mi corazón acelera.

Con solo imaginar que me descubriese, mi corazón sí que aceleraba. Aunque, por otra parte, el arco no parecía muy difícil de usar.

Lluvia retrocedió un par de pasos después de que el hombre le pusiese una mano en el hombro. Nada más hacerlo, pensó que había sido un poco raro, pero no dijo nada ni volvió a acercarse. En su lugar, se limitó a escuchar al flamma desde su nueva posición, con la cabeza gacha y las mejillas levemente sonrojadas. Cuando el hombre terminó de hablar, notó cómo su sonrojo había aumentado. No entendía muy bien por qué decía esas cosas. Ella no quería parecer más atractiva mientras peleaba, ni quería que su corazón se acelerase ni nada por el estilo. Lo único que quería hacer era aprender a pelear porque sus padres así lo querían. Nada más.

—Pe... Pero yo no quiero parecer más atractiva mientras peleo—murmuró, alzando la cabeza para mirar al flamma—. Ni quiero que su corazón se acelere. Lo único que quiero es saber pelear.

Noté cómo un sudor frío comenzaba a extenderse por mis sienes. Sonreí ampliamente.

-A pelear, eh. Usando el arco, ¿no?

Extendí los brazos al cielo, como si me estirase, mostrando una ficticia despreocupación.

-Pues ve a por ese arco y yo me encargo de poner por aquí varias donianas para dispararles.

Yo era inteligente. Algo se me ocurriría y, con suerte, tendría un reto menos que superar para conseguir recuperar mi nobleza.
Era pan comido.

Lluvia asintió.

— Preferiblemente sí.

Esperó en silencio una respuesta del flamma mientras observaba cómo se estiraba y, cuando se la dio, esbozó una amplia sonrisa. Todavía no podía creer la suerte que había tenido.

—Ahora mismo, señor —dijo, contenta. Rápidamente, pues tampoco quería que se hiciese muy tarde, abandonó los jardines. Mientras recorría los pasillos en dirección a su habitación, pensaba en lo afortunada que había sido y en que debería darle algo como agradecimiento a ese buen hombre.

*se va*

Esperé un par de minutos a que se fuese, sonriente y seguro, viéndola marchar tranquilo. Mas cuando ya no se veía su cuerpo, proferí un grito de terror y frustración.

-¡¡¡AAAAARGHHH!!! ¡¿POR QUÉEEEEEEEEE?!

Me dejé caer de rodillas al suelo, llevándome las manos a la cabeza, con tan mala pata que me golpeé en una espinilla con una piedra. Mis ojos se llenaron de lágrimas y comencé a rodar de un lado para otro, agarrando con ambos brazos la pierna dolorida.

-Esto es muy duro... -gemí.

Lleno de barro y polvo, me levanté, apesadumbrado, y aguardé el regreso de la joven con mi mejor sonrisa.

Lluvia volvió a los jardines cargada con la cesta, el carcaj y el arco. A diferencia de cuando se había ido, ahora mismo caminaba con pasos cortos por culpa del peso: nunca había tenido demasiada fuerza y casi nunca cargaba con nada (de hecho, salvando el primer día, cuando tuvo que llevar las bolsas al dormitorio femenino, no recordaba haber cargado con tanto peso nunca).

Cuando vio al flamma, sonrió y lo saludó con la cabeza.

—¡Lamento haberle hecho esperar!

Al verla venir tan cargada, enseguida voy corriendo hacia ella. Al fin y al cabo, es una dama, y las damas no deben realizar esfuerzos demasiado grandes. Para eso las ha hecho tan bellas la naturaleza.

-¡¡Por todas las viudas del reino!! Deja que te ayude con esto -dije, tomando con una mano su cesta y levantándola como si se tratase de algo liviano-. Vaya recipiente más raro tienes para las flechas, Lluvia -comenté, mirando aquel artefacto.

Telma correteaba alejada, entre yerbajos, sin hacernos mucho caso.

-Podrías haber pedido a algún caballero del servicio que te ayudase con tu carga.

Lluvia abrió mucho los ojos al ver la facilidad con la que el flamma levantaba la cesta. De pronto, se sintió extremadamente débil.

—Gracias por la ayuda —dijo, esbozando una sonrisa. Al escuchar el siguiente comentario del flamma, rió—. Eso no es para las flechas: eso es comida —aclaró, ensanchando la sonrisa. Se descolgó el carcaj donde estaban las flechas y se lo enseñó—. Aquí guardo las flechas.

Se acercó a una de las mesas y apoyó tanto el carcaj como el arco. Al escuchar al flamma, giró el cuello para mirarle por encima del hombro. Se encogió de hombros.

—En su momento no se me ocurrió —confesó. Bien pensando, sí que tenía que haber pedido ayuda.

-¿Comida?

Se me hizo la boca agua, pero no quería ser el débil.

-Pues, permíteme el halago, pero no estás gorda para comer tanto.

Quité la comida de la aether de mi cabeza. No era hora de pensar en eso. ¡¡Era el momento de recuperar parte de mi nobleza!!
Y de paso, entender cómo funcionaban aquellos cacharros. Había visto a bastantes arqueros en mi vida, pero no era algo que me llamase y ahora me arrepentía de, por lo menos, no haber tomado una o dos clases con mi padre.

-Entonces vamos allá, ¿no? -inquirí, algo dubitativo.

Lluvia frunció el ceño. Había pensando que el flamma entendería que toda esa comida era para él, pero no había sido así. Se dio la vuelta, dándole la espalda a la mesa.

—La comida no es para mí: es para usted —dijo, mirándolo fijamente. Sonrió—. Como dijo que tenía hambre, pensé en traerle algo, aprovechando que entraba y eso. Además, si usted va a ser mi maestro, de alguna forma tendré que pagárselo. Y si usted no puede entrar en palacio por los motivos que sean, creo que una buena forma de agradecérselo es trayéndole comida.

Ensanchó la sonrisa. Cuando mencionó que empezasen a entrenar, asintió.

—Claro. Cuando usted diga.