Jardines (2)

- Soy Julie Winters - respondió ella, encantadísima. Estrechó la mano de la chica con alegría y después dio un pasito atrás, avergonzada. ¡Le acababa de estrechar la mano a una persona importante! No cabía en sí de alegría. Esperaba conocer a más gente importante en aquel lugar.
Pero eso no era lo más importante. Lo mejor de hablar con gente importante, es que sabían todo lo que ocurría en el castillo en todo momento. Si quería saber algo, era la persona perfecta a la que interrogar. ¿Sobre qué? Frunció el ceño cuando dos cosas diferentes le vinieron a la mente a la vez. ¿El héroe o el pirata? Demonios, qué dilema.

- Por casualidad no sabrás algo sobre un héroe... pirata... héroe-pirata, esto, de cualquiera de los dos, ¿verdad? - olvidó por completo usar el apelativo de usted -. Mi amigo Lyam me habló de él, quiero decir del pirata, no del héroe, claro. Ay, disculpa, que me hago un lío. ¿Ha pasado algo interesante por aquí últimamente?

Asintió, sonriente.

—Encantada, Julie Winters.

Lluvia ensanchó la sonrisa. La chrysos era la segunda persona con la que se había topado en Palacio y, al igual que Massen, parecía muy simpática. La aether se alegraba de la suerte que estaba teniendo. Antes de ir, había imaginado que la mayoría de la gente que ahí había serían serios guerreros, pero de momento sólo se había encontrado con dos chicas que, pese a que no dudaban que fuesen guerreras, eran también muy agradables. Se preguntó si el resto de la gente de Brontë sería tan agradable como ellas.

Cuando la chica habló de un ¿héroe pirata?, Lluvia frunció el ceño, claramente confusa. Desconocía la existencia de algo así en Brontë. Pero, claro, ella acababa de llegar, así que tal vez si que hubiese algo así. No obstante, aquello era muy raro. Parecía más una invención que otra cosa.

—Pues, si le digo la verdad, no me suena. Pero, bueno, yo acabo de llegar a Brontë, así que tampoco sé muy bien qué hay por aquí. —Sonrió tímidamente—. Aún estoy explorando los sitios. De todas formas, ¿está usted segura de que es posible que exista algo así en Brontë? Un pirata, digo. Un héroe a lo mejor es probable, aunque a mí me parece raro. No quiero decir que no existan, no se confunda, sólo digo que me parece raro. —Se humedeció los labios—. A lo mejor quién le habló del héroe y del pirata le estaba gastando una broma tal y como usted ha hecho conmigo.

>> De todas formas, tal vez debería hablar con alguien que lleve más tiempo en Brontë. Yo no conozco a mucha gente, ni tan siquiera conozco al chico que menciona, pero creo que Massen Dew sí. Es una piscis muy simpática que seguro que la ayudará en su búsqueda.

Sonrió ampliamente. Tras permanecer un rato más hablando y jugando con la nieve, las dos chicas abandonaron los jardines para volver al interior de Palacio.

*se van*

fdr. julie se tuvo que ir : <

El sudor comienza a florar a mis sienes. Por suerte, el esfuerzo de cargar con Dehnel, que parece cada vez más ausente, me ayuda a no pensar en nada más. Llevar su cuerpo me cuesta horrores.

Aún queda un trecho, pero ya he recorrido la mayor parte del camino. Veo entonces, al pasar por los jardines, a Fier, la chica de la sala de entrenamiento.
No tengo muchas ganas de hablar, pero es imposible pasar desapercibida, así que hago un gesto a modo de saludo y me detengo.

Asiento lentamente, relajando un poco el rostro.

-Lo encontré así. No sé qué le pasa, pero debe de tener que ver con el estómago. Quizás comiese algo en mal estado o tenga una infección -digo seca, sin más, recordando cómo se agarraba la barriga.

Agradezco encontrarme con ella, pues me hará más fácil llevar a Dehnel a la enfermerçia. Cuanto antes me libre del flamma antes podré... Lo que sea. Pensar, descansar, gritar. Ya lo decidiré.

Por ahora solo debo llevar a Dehnel.

*se van*

Atravesó los pasillos de Brontë hasta llegar a la salida del palacio. Había decidido, tras salir del tejado, que iría a leer a los jardines. Pese a que no le gustaba tanto como estar en la zona más alta de Palacio, aquel lugar también le agradaba: le parecía tranquilo, agradable, y veía bastante improbable que hubiese alguien de noche allí.

Tras escudriñar el lugar sólo para cerciorarse de que sí que estaba solo, se adentró en el jardín y tomó asiento en el banco más solitario que encontró, esperando que desde los tejados nadie pudiese intuir su figura. Luego abrió el libro y comenzó a leer sin el interés que había esperado que tendría.

Lyam cerró el libro cuando apenas llevaba un par de páginas leídas, lo apartó de él, echándolo hacia delante, y suspiró alzando la vista al cielo. Estaba cansado. Estiró los dedos, parpadeó varias veces y bajó la mirada. Miró entonces a su alrededor, fijándose en las plantas que crecían por la zona y en los bancos y las mesas vacíos que había, y luego, tras recorrer con la mirada los jardines, contempló el palacio. Observó la construcción sin demasiado interés, levantando el mentón para poder ver bien la longitud de las torres que se podían ver desde ese punto del terrero de Brontë y empequeñeciendo los ojos para poder apreciar mejor los detalles de las piedras. Nunca antes se había parado a contemplar la construcción.

Segundos después, el chrysos se puso en pie y recogió el libro. Antes de abandonar los jardines, mientras rehacía el camino para volver al interior de palacio, miró de soslayo el tejado.

*se va*

Llovía. Salí al exterior de buen humor, vestida con una camisa de tirantes y un pantalón fino, dispuesta a empaparme de lluvia. Aunque la mejora del tiempo me había parecido buena señal (implicaba más posibilidades de ir al lago), la vuelta de la lluvia me parecía de lo más agradable. Ojalá mejorara pronto la temperatura, pues las lluvias de verano eran de lo más agradable.

Me senté en el suelo cruzando las piernas, sin preocuparme en absoluto del barro. Me solté el pelo con calma, casi como un ritual, y dejé que se empapara de lluvia, sintiendo los escalofríos que el agua fría me provocaba al penetrar hasta mi piel. Alcé las palmas y, cerrando los ojos, me concentré.

Comencé a sentir las palmas húmedas, casi ateridas de frío, y una sonrisa fue asomando en mis labios. Me concentré bien en sentir la humedad en el aire y aprovecharla, y murmuré un Nairea que me cubrió por completo. A continuación, me concentré en formar aquaerums en las palmas de mis manos, pero en lugar de lanzarlos, los aguantaba en mi mano un tiempo y luego dejaba que se deshicieran.

Al principio, estallaban sin remedio, e intentar concentrarme en ellos y a la vez en mantener la niebla resultaba muy complejo. De vez en cuando, la niebla se disipaba, o perdía el control sobre los hechizos. Al cabo de un tiempo, conseguí coordinar las dos manos para formar y hacer estallar los dos aquaerums a la vez. Actuando con las dos manos a un tiempo, gastaba mucha energía, pero conseguía coordinar los movimientos. Hacerlo sin despistarme de la niebla era todavía más complicado, y tenía que interrumpir los hechizos de mis manos para renovar el Nairea.

Por último, conseguí controlar la intensidad de dos aquaerums creados a un tiempo, e incluso deshacer el hechizo sin lanzarlo. Entonces, aún pendiente de la niebla, decidí que era el momento de intentar independizar los movimientos de mis manos; lanzar aquaerums de distintos tamaños, hacerlos crecer a distinto ritmo, o lanzar uno mientras deshacía otro en mi mano.

*Se queda entrenando*

De pronto, abrí los ojos de golpe y comencé a toser. Todos los hechizos que estaba intentando mantener a un tiempo se desvanecieron, y me quedé muy quieta, temblando. Estaba completamente empapada, y la lluvia constante disimulaba el sudor que me cubría. Traté de levantarme, pero tardé un tiempo en reunir la fuerza suficiente para hacerlo.

Miré alrededor. La luna estaba alta en el cielo, y cuando me di cuenta de ese detalle, abrí los ojos como platos. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Con gran esfuerzo, me incorporé por fin y caminé como pude, dando tumbos, hacia el castillo. Estaba agotada, y ni siquiera me había dado cuenta hasta entonces.

*Se va*

Ataviado con un capa, salgo a los jardines dispuesto a entrenar. Está lloviendo, pero, pese a que la lluvia no me gusta demasiado, no me importa: he decidido que tengo que entrenar más a menudo, y los jardines me parecen el sitio ideal para hacerlo. La sala de entrenamiento está bien para practicar con la espada, pero los jardines son mejores si quieres correr, comprobar tu resistencia corriendo y todas esas cosas. Además, llueve menos que otros días; a diferencia de ayer, se ve el sol, y sabe Mithos cuándo volverá a llover tan poco (¡qué mal tiempo hace en Brontë últimamente! ¿Será así en todo Fulmen?).

Empiezo a recorrer los jardines, primero con lentitud y luego más rápido. Cuando termine, supongo que practicaré otras cosas. Espero, eso sí, no constiparme: eso sería todo un engorro.

*se queda*

fdr. eres tonto.

Cuando salí al jardín, un goterón me calló desde lo alto de la puerta en la cabeza. Me llevé la mano al lugar en el que había caído la gota, sorprendida, y miré al cielo. Se veía al sol intentando asomar entre las nubes, pero llovía. Sonreí de oreja a oreja.

Eché a andar por el jardín, buscando las piedras de colores del aire. En esas condiciones, debían estar por algún lado, ¿no? Busqué en todas direcciones, avanzando sin rumbo fijo y sin dejar de mirar hacia arriba. Empezaba a decepcionarme la ausencia de colores, pero no tardé en distraerme.

Una figura correteaba por el jardín. Ladeé la cabeza, curiosa. Un flamma, y conocido. Con una nueva sonrisa, eché a correr hacia él a toda velocidad, hasta ponerme a su altura.

-No mires, pero nos persiguen -le dije en voz baja y seria, cuando estuve lo suficientemente cerca-. ¡Nos van a pillar!

Aumenté la velocidad, adelantándolo.

Escucho una voz conocida y, sin dejar de correr, giro la cabeza para observar a su propietaria: ¡la coleccionista de tesoros! No sé cuándo ha aparecido la parvus, pero ahí está, a mi lado, corriendo y hablando, diciendo que no deje de correr porque "nos van a pillar". Esbozo una amplia sonrisa. ¿Quién nos va a alcanzar? ¿Acaso hay alguien más en los jardines?

—¡¿Quién nos va a pillar?! —pregunto. Luego giro el cuello para mirar por encima de mi hombro. Detrás de mí no alcanzo a ver a nadie, pero tal vez la parvus sí que haya visto algo. La pregunta es ¿qué es ese algo? ¿Es un compañero? ¿Es un monstruo? ¡No lo sé!

Vuelvo la vista hacia delante y observo la espalda de la parvus, que acaba de adelantarme.

—¡Oye! ¡Responde! —exclamo, antes de echarme a reír. Acelero el paso, dispuesto a ponerme a su altura.

¡Qué escandaloso! ¿Sobreviviría a un ataque con esos gritos? Corrí un poco más rápido, alejándome más de él, antes de darme la vuelta de golpe y frenar en seco. Cuando alcanzó mi altura, lo agarré por la ropa y, poniéndome un dedo en los labios en señal de silencio, observé el entorno.

Llevé la mano a mi frente, para secar un sudor imaginario con gesto teatral.

-¡Por poco! -exclamé, con voz aliviada-. Hemos conseguido huir. Pero debes tener más cuidado, los dragones eléctricos son muy fuertes y malvados, y tienen buen oído -volví a mirar alrededor, antes de fijar la vista en él-. He oído que los flamma pelirrojos les encantan. ¡Son como chocolate para ellos!
Hice una mueca terrorífica, abriendo mucho los ojos y torciendo la mandíbula en un gesto extraño.

-Pero si secuestras uno, te dejan en paz.

Alzo un poco las cejas al notar cómo se aleja más y más, y luego vuelvo a acelerar para alcanzarla. Antes de que pueda hacerlo, ella misma para en seco y se gira, así que reduzco un poco el ritmo. ¿Por qué se ha parado? No lo sé.

Llego a su altura, y entonces ella me agarra por la ropa y se lleva un dedo a los labios, como si estuviese pidiendo silencio. Frunzo ligeramente el ceño, ligeramente confuso, pero me mantengo en silencio. No sé de qué huímos, pero, si me pide silencio, por algo será.

La coleccionista de tesoros no tarda mucho en explicarse. Según sus palabras, lo que nos estaba persiguiendo eran dragones eléctricos. Alzo las cejas, sorprendido. ¡Nunca he oído hablar de esos dragones! Y tampoco los he visto antes, así que no sé cómo serán. Escucho lo que la parvus dice con más atención, movido por la curiosidad.

—En mi vida he oído hablar de esos dragones —le susurró—. ¡Pero parecen terribles! —Miro a los lados, como si esperase ver a alguno, y luego vuelvo mi vista a la parvus. No entiendo muy bien por qué el remedio para que te dejen tranquilo es secuestrar a uno de ellos. Pienso en mí, y en que, si alguien secuestrase a uno de mis hermanos, no descansaría hasta que volviesen a casa.

—¿Por qué te dejan en paz si secuestras a uno de ellos?

Lo miré sorprendida. ¿A qué venía aquella pregunta?

-No lo sé. Yo no soy un dragón de esos -contesté, como si fuera una obviedad.

Entonces sonreí de nuevo y llevé mis manos a los bolsillos.

-¡He conseguido cosas nuevas! -exclamé, con entusiasmo.

Miré al cielo, buscando de nuevo las piedras de aire. En un momento dado me pareció verlas, pero debieron ser imaginaciones mías, porque cuando quise enfocarlas ya no estaban allí. Sacudí la cabeza, sin entender.

Entonces volví a mirar al chico, solté una suave risita y eché a correr otra vez.

Alzo ambas cejas. Pensé que, dado que sabía tantas cosas, la coleccionista de tesoros también sabría por qué los dragones te dejaban en paz si secuestrabas a uno de ellos, pero parece que no es así. Me encojo de hombros.

—Pensé que lo sabrías —confieso. Luego esbozo una sonrisa. Me pregunto si el motivo aparecerá en algún libro; el asunto me ha llamado la atención.

Ensancho la sonrisa cuando la coleccionista de tesoros dice que ha conseguido cosas nuevas. ¡¿Qué será?! Por cómo lo dice, debe de ser algo muy interesante.

—¿Qué has conseguido? —pregunto, entusiasmado. La verdad es que no recuerdo muy bien cómo eran los tesoros que me había enseñado la última vez, pero sé que eran fascinantes. Además, si no lo fuesen, ¿por qué la llamaría coleccionista de tesoros?

En vez de contestar a mi pregunta, la parvus comienza a correr de nuevo. Decido seguirla.

—¡Oye, ¿qué es lo que has conseguido?!

El chico echó a correr detrás de mí, y seguía gritando. Inspiré aire, sin dejar de correr, para responder a pleno pulmón.

- ¡SI GRITAS TANTO VOLVERÁN LOS DRAGONES! -chillé, echándome a reír y corriendo más deprisa.

¡Desde luego! ¡Preguntarle aquellas cosas a una chica! ¡Qué poca sensibilidad!

No parecía que le costara seguirme el ritmo, pero sí alcanzarme. Por si acaso, me eché al suelo y rodé hacia unos matorrales, para esconderme tras ellos. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme atrapada entre las ramitas, que se enganchaban a mi ropa.

-¡No vale! -protesté, revolviéndome.

Abro mucho los ojos y arqueo las cejas al escuchar su grito. Voy a responderle, pero en un último momento, decido no hacerlo. Como dice ella, si grito, los dragones volverán, y, aunque parece que no han escuchado el suyo, es mejor no tentar a la suerte.

Sigo corriendo detrás de ella. Me sorprende un poco que tarde tanto en alcanzarla, más que nada porque tengo las piernas más largas que ella y porque mi zancada es más larga. Esto sólo demuestra una cosa: tengo que entrenar más o me convertiré en un tortugo.

En un momento determinado, la coleccionista de tesoros se echa al suelo y empieza a rodar hasta desaparecer detrás de unos matorrales.

—¡¿Pe... pero qué haces?! —pregunto, en un tono más alto del que me gustaría, levemente preocupado. Reduzco el ritmo y me acerco a la zona en la que creo que está, buscándola. Cuando escucho su voz, me acerco a los matorrales en los que se ha escondido.

La observo.

—¿Estás bien?

Alcé la vista para mirar al chico, colgada en los matorrales como una marioneta. Hice un puchero y le saqué la lengua, pero al momento sonreí, divertida.

-Ahora soy un muñeco -dije, con voz lastimera.

Me revolví un poco más, y oí el chasquido de una rama al romperse. Al momento me quedé quieta y me encogí, como queriendo hacerme más pequeñita, con la expresión de un niño que sabe que acaba de hacer una travesura.

Empecé a tirar más suavito, intentando deshacerme así de aquellas ramas que me tenían presa. Volví a mirar al flamma.

-Ayúdame... -pedí. Entonces rectifiqué-. Pero el fuego lo haces luego.

Parece que la coleccionista de tesoros se ha quedado enganchada en las ramas. Sonrío. De alguna forma, la trágica situación tiene un punto cómico.

Me acerco más a ella y, cuando estoy cerca, me agacho. Es entonces cuando escucho el chasquido de una rama al romperse. Alzo las cejas y miro de reojo a la parvus, que parece más pequeña que antes. Esbozo una amplia sonrisa. No sé por qué, pero me acuerdo de mi hermano pequeño. Supongo que la coleccionista de tesoros me recuerda a él de alguna forma.

—Te ayudo, te ayudo —murmuro, y empiezo a apartar las ramas que se le han enganchado, con cuidado. De pronto, frunzo el ceño y adopto un tono grave antes de hablar—. Pero, señorita, que sea la última vez.

Y me río, porque me hace gracia, y sigo quitando ramas.

Con ayuda del chico, conseguí zafarme de las ramas, y lo empujé para que me dejara espacio para salir. Ladeé la cabeza, frunciendo el ceño, ofendida.

-¿Cómo que la última vez? -protesté, indignada-. Eso te lo tendría que decir yo a ti. Ya verás cuando vengan los dragones... ¡Entonces no me dirás tanto que sea la última vez!

Correteé un poco más lejos y me paré de nuevo en seco. Me sacudí la ropa, desenganchando hojitas de aquí y allá, y me revolví el pelo con ímpetu. Luego repasé mis bolsillos, por si se me había caído algo.

Como respuesta a su empujón, me pongo en pie y retrocedo un par de pasos, alejándome de ella para dejarle espacio. Sigo sonriendo, porque realmente todo me hace bastante gracia. Ahora la chica protesta y menciona a los dragones de nuevo, y no puedo evitar romper a reír. La coleccionista de tesoros es realmente divertida.

Alzo la vista al cielo, como si buscase alguno de esos dragones, y luego vuelvo a mirarla. Sonrío ampliamente.

—Pero parece que los dragones no tienen pensado venir.

Observo cómo corretea de nuevo y después la sigo. Definitivamente, me recuerda a mi hermano pequeño.

—¿Has perdido algo...? —inquiero.

Negué con la cabeza, con actitud que pretendía parecer severa.

-Oh, ya vendrán, pequeño corratón -respondí, en tono de advertencia-. Yo que tú no tentaría mucho a la suerte. Recuerda: ¡como si fuera chocolate!

Seguí rebuscando entre mis bártulos un rato más, sin prestarle atención, y al final saqué una pluma de Fier y me la puse detrás de la oreja. Miré al chico y le sonreí.

-Parece que no.

Sonrío de nuevo. Cada vez me causan más curiosidad esos dragones. Tendré que buscarlos en algún libro o algo.

—Está bien, está bien. Tendré cuidado. —Ensancho la sonrisa—. Mucho cuidado.

Me pregunto si el resto de los guerreros habrán oído hablar de esos dragones. ¿Debería advertirles de su presencia? Y en caso de que no los conociesen, ¿cómo explicarles lo que eran?

Suspiro. Luego vuelvo a mirar a la coleccionista de tesoros. Ha sacado algo, una pluma o algo por el estilo, de los bolsillos y acaba de ponerse ese algo en una oreja. Alzo las cejas, curioso. Cuando me dice que no ha perdido nada, vuelvo a sonreír.

—¡Me alegro! —Miro su oreja. Sí que parece una pluma. Me pregunto si será un tesoro nuevo—. ¿Esa pluma es un nuevo tesoro?

Puse los brazos en jarras y asentí, con el orgullo reflejado en la cara. Rebusqué de nuevo en mis bolsillos y saqué un puñado entero de plumas.

-Es parte de un tesoro -corregí-. Te daría una, pero son un regalo.

Miré de nuevo al cielo, y mi orgullo se tornó alarma. El sol, semioculto tras las nubes, había ido avanzando, descendiendo un poco. La luz aún era clara, pero tal vez perdiera mi oportunidad de ver lo que había salido a buscar...

-Estoy buscando un tesoro más -dije, volviéndome al flamma con aire suplicante-. ¿Has visto hoy las piedras del cielo?

Alzo mucho las cejas y desorbito un poco los ojos al ver cómo la coleccionista de tesoros saca un puñado de plumas de sus bolsillos. ¡Son un montón! ¿De dónde las habrá sacado?

Cuando explica que la pluma forma parte del tesoro, asiento. Es evidente que el tesoro es el conjunto, no una única pieza. Me pregunto quién se las habrá regalado.

—No te preocupes. Además, si me das una, perderías una parte de tu tesoro.

Vuelvo a sonreír. Entonces la chica alza la vista al cielo y hay algo, no sé el qué, que cambia en su expresión. Miro yo también al cielo, como si buscase un por qué para esa variación, y bajo la vista cuando la parvus vuelve a hablar.

La observo con curiosidad. ¿A qué tesoro se refiere? ¿Qué son las piedras del cielo?

—No... No sé a qué te refieres —confieso. Luego esbozo una amplia sonrisa y añado—: Pero puedo ayudarte si me explicas lo que son.