Jardines (2)

Dos han caído. Qué desastre... El fuerte guerrero y la chica de los animales. Por suerte, respiran, y también la socia alimaña. Suspirando, cansada, pongo las manos en sus hombros y cierro los ojos un instante, haciendo un leve esfuerzo mágico.

Espero que esto sirva de algo, por Mithos. Prefería, simplemente, haberme ido a otro lugar a esperar a que pasase la...

Abro los ojos, esbozando una sonrisa, de pronto.

La tormenta.

*desaparecen*

La nieve lo cubría todo. No tenía ni idea de dónde había salido, pero entre eso y la ropa húmeda me estaba congelando. De todos modos fuimos al jardín, con tiento. Yo quería recuperar mi espada y, por lo que parecía, las cosas se habían calmado un poco.

Telma renqueaba un poco. Yo sentía el cuerpo molido.
Giré la cara para mirar a Lea. Habíamos estado callados por un buen rato.

-Y yo pensando en celebrar mi cumpleaños... -comenté, entristecido, llegando hasta Värdjas y, pesadamente, echándomela al hombro.

La cara me escocía. Aquel árbol me había golpeado hasta dejarla llena de pequeños cortes, ensangrentada. Una herida más grande había partido mi ceja y la sangre manchaba hasta la mejilla.

Avanzo con la cabeza gacha, temblando de frío. Ni siquiera me he detenido aún a comprobar el estado de Telma. Tengo en la cabeza una extraña nebulosa, probablemente en mi intento por asimilar todavía la situación.

No sé qué ha pasado. No sé qué eran esas cosas, ni por qué han atacado, ni qué han hecho exactamente. Pero veo que hay un alboroto general bastante llamativo. El ambiente del palacio se ha vuelto bastante lúgubre.

-¿Qué? -pregunto, de pronto, alzando la vista para mirar a Rick, al oírlo hablar.

Ni siquiera tengo fuerzas para fingir una sonrisa. Aunque no creo que corresponda a la situación.

Negué, lentamente. De todos modos, solo... quería llenar el silencio con palabras. Pero había sido algo triste mencionarlo, de todas formas. Ni siquiera a mí me importaba en aquel instante.

Suspiré, y el vaho abandonó mis labios, algo agrietados. Lea estaba temblando de frío. Supongo que también yo estoaba temblando. Aunque, bien pensado, no sé si era solo de frío. La ropa húmeda no ayudaba demasiado, pero...
Me acerqué a la flamma y coloqué las palmas de las manos a los lados de sus hombros.

-Batzall -murmuré, desanimado, frotando con suavidad para esparcir el calor que comenzaban a emitir mis manos.
De todos modos mi magia no era muy potente. No la quemaría aunque quisiera.

Telma mugió, cansada. La miré y esbocé una sonrisa algo apática.
Inger... Necesitaba saber si estaba bien, pero me asustaba que no fuese así...

Sentí un leve calor acercarse a mí, y sin darme cuenta avancé un paso hacia su fuente. Sacudí la cabeza al darme cuenta de que la "fuente" era Rick. Estaba tan aturdida que no se me había ocurrido ni algo tan simple como aquello. Aunque tampoco tenía fuerzas...

Abrí la boca para darle las gracias, pero entonces un mugido llamó mi atención. Esbocé una sonrisa triste e hice un gesto a Telma de que se acercara. Cojeaba un poco. Sin embargo, pronto pude comprobar que no era nada. Ni siquiera algo que mereciera atención. Le acaricié la cabeza con ternura.

Volví la cabeza y miré a Rick, que parecía algo más desmejorado.

-Tú... ¿estás bien? -murmuré.

Durante un instante la vi avanzar y creí que me abrazaría, o algo semejante. Era, de algún modo, lo que la escena demandaba. De todos modos yo no tenía tiempo para andarme con escenas de caballería en los jardines nevados...

Contemplé una de las ventanas de palacio mientras Lea atendía a Telma. Era como si esperase ver a Inger asomándose, pero no sucedió. Sin duda, tendría que ir a buscarla.
Había vuelto en mal momento...

La pregunta de la flamma me hizo mirarla de nuevo. Forcé una sonrisa, preocupado.

-Esto no es nada -traté de exclamar. Luego mi gesto se ensombreció.

Me acerqué a Telma y acaricié su cabeza, distraído. Mi mano rozó la de Lea un instante, haciéndome retirarla de la cabeza de mi pequeña Tel.

-Cuida de ella -murmuré, mirando a la flamma a los ojos-. Por favor. Yo tengo que... -. Tuve que romper aquel desagradable nudo en la garganta antes de poder hablar- ir a comprobar algo...

Inger estaba viva. Tenía que estarlo. De no estarlo habría notado algo...

Di un abrazo a Lea antes de irme, temblando un poco. Luego, separándome con suavidad, me acerqué de nuevo a ella, a su rostro, con lentitud. Apoyé los labios sobre la frente de lea un segundo. Luego la solté.
Me sentía algo frágil, todavía, por lo ocurrido. Era como si necesitase contacto humano. Repetí el abrazo con Telma, arrodillándome frente a ella.

Por favor, Mithos... Que esté viva.

Renqueando un poco me dirigí a palacio.

*se va*

Al cabo de un momento, Rick se marcha. Me quedo un momento quieta, donde estoy, sintiendo que el frío vuelve a colárseme hasta los huesos. Telma muge, y yo la miro, un poco perdida. Trago saliva, tratando de deshacer el nudo que tengo en la garganta, pero no soy capaz.

Doy un suspiro, tratando de conseguir fuerzas, y miro alrededor. No quiero ir a los establos. No quiero imaginar cómo estarán los establos. Tampoco puedo entrar en el palacio con Telma, pero no quiero quedarme sola, ni dejarla sola a ella. Además, veo a gente por todas partes trasladado heridos, muertos incluso, o tratando de poner un poco de orden a todo esto, y siento cómo la angustia me invade.

Finalmente, escapo. Guío a Telma sin tener muy claro adónde. Quiero un lugar tranquilo donde estar con ella. Quiero descansar. Mañana tendré que ir a afrontar la situación en las cuadras, pero ahora no me veo capaz. Ahora necesito un respiro.

*Se van*

Las reparaciones en Palacio seguían, pero hoy yo había decidido dejar de lado aquello para dedicarme a responder la carta de mis padres. Me había llegado hacía un par de días, pero con el asalto a Palacio y los posteriores arreglos apenas había tenido tiempo para leerla y, mucho menos, contestarla. Hoy, después de ayudar a mover escombros, me había acordado de ella y, tras ir a buscarla, había decidido dedicarme a ella.

En la carta, mis padres me contaban que ya habían llegado a Caligo, y que por allí todo seguía igual que antes. Mi madre me decía que mi padre y mi hermano se habían enfadado, como siempre, pero que esperaba que no durase demasiado; mi padre se quejaba de lo testarudo que era Simon, y mi hermano apuntaba que el cabezota no era él, sino padre. Era curioso ver la mezcla de caligrafías y de argumentos contradictorios en un mismo papel; le daba una lectura bastante cómica al asunto. También me preguntaban, disputas aparte, si ya había llegado y, en caso de haberlo hecho, cómo había ido el viaje y cómo habían sido mis primeros días en Palacio. Durante unos segundos, me pregunté si debería ocultarles la verdad, que Brontë había sido atacado y que ahora estaba destrozado, pero finalmente decidí contarles todo: todo sobre mi viaje, sobre Brontë, sobre la gente que había visto... Esperaba que no se preocupasen demasiado. Y que apreciasen mi sinceridad. Y, tal vez, que me diesen algún consejo. No sólo con el motivo del asalto, sino también para volver a adaptarme a Palacio. No lo había dicho, pero todo me parecía extraño de alguna forma. Peculiar, tal vez. Había pasado tanto tiempo que no sabía qué debía esperarme, ni a quién debía esperar ver. ¿Seguirían estado mis amigos? No había visto a Heylel todavía, ni por Palacio ni, gracias a Mithos, en el lago. ¿Seguía aquí o se había ido...?

Suspiré. Realmente, me gustaría verle.

*escribe la carta y se va*

Lyam avanzaba hacia palacio con pasos rápidos y el ceño fruncido. Hacía tiempo que había salido a dar un paseo por el bosque, y ahora rehacía sus pasos por culpa de la lluvia. Al chrysos, por lo general, la lluvia no le gustaba demasiado: no le importaba verla, pero no le aficionaba mojarse. Ni pasear bajo ella ni nada semejante: su sonido no le relajaba (no le inspiraba ni demás mierdas), y la sensación de estar empapándose no le hacía sentirse vivo de nuevo, con ganas de saltar o cantar, o de coger a una chica guapa y empezar a bailar con ella mientras el agua les empapaba.

No era muy romántico.

*camina hacia palacio*

Mis zapatos de tacón rojos no se hunden en el barro. Yo soy superior a algo como eso. Ni siquiera me salpica el agua de la lluvia que cae cerca. Aunque, por supuesto, eso es debido a la barrera mágica que he conjurado alrededor de mi cuerpo. Y, pese a todo, llevo un parasol con un estampado de rayas grises y blancas, adornado con volantes negros en los extremos. Una autentica pieza de artesanía que me gusta sacar las noches de lluvia o, simplemente, si decido salir cuando hace sol.

Lyam está caminandol, solo, a pocos metros. Le lanzo una mirada de soslayo desde mi posición, esbozando una sonrisa tranquila, y luego le doy la espalda, aproximándome a un arbusto de flores violáceas, semimarchitas por el frío. Me aseguro de que me vea, simplemente, porque puedo hacer que note mi presencia si lo deseo.

-¿Te han castigado fuera? -inquiero, jocosa, sin mirarlo.

Comprendo, Lyam, que es desagradable estar aburrido.

El chrysos, pese a que sí vio a la caeruleus, no se detuvo, y pasó de largo cuando llegó a su posición. Siguió caminando en dirección a palacio, en silencio, sin prestar más atención a la mujer hasta que habló. Entonces, sin detenerse y sin volverse a mirarla, torció una sonrisa y negó con la cabeza.

—Oh, no, Mithos, por favor. Sólo estaba paseando bajo la lluvia como el romántico que soy. Me inspira, la lluvia, digo. Tan húmeda y relajante, tan poética y romántica. Hasta me planteo escribirle un poema, unos versos simples. Ya sabe, algo profundo propio de escenas como esta.

Siguió andando.
Si la caeruleus quería hablar, podía hacerlo a cubierto.

Esbozo una sonrisa al percibir cómo pasa de largo, sin volverme a mirarlo. Continúo contemplando las flores con parsimonia, escuchando las desagradables palabras de Lyam sin que ningún músculo de mi cuerpo se mueva un ápice. Incluso la sonrisa se sostiene.

-No es necesario ser desagradable -murmuro, con falso tono compungido, y pese a la distancia él puede escuchar mi voz en sus oídos.

En un instante he desaparecido y aparecido ante él, unos metros más adelante, en un punto de la trayectoria que sigue. Desde ahí, lo contemplo venir, avanzar, girando el parasol un instante entre las manos.

El chrysos frunció el ceño y se detuvo en seco cuando la mujer apareció ante él. Chasqueó la lengua. Luego cruzó los brazos y observó a la caeruleus, sintiendo cierta envidia por su parasol. Sonrió.

—La lluvia me pone de mal humor —admitió.

Había muchas cosas que le ponían de mal humor. El mal tiempo era una de ellas. Que la lluvia le pillase desprevenido, otra. Podía decirse que tenía bastante malhumor y él, por mucho que quisiese, no podría negarlo.

—¿Qué hace alguien como usted bajo la lluvia? —Alzó las cejas—. No le pega.

Lo que le pegaba, pensó, era observar cómo la gente se mojaba desde un cómodo sillón, frente al fuego de una hermosa chimenea, con té y pasas en la mesa.

No solo la lluvia, querido, según se puede ver. La pequeña Lester también lo hace muchas veces. Y aquel hombre aether, Heylel, lo hizo en alguna ocasión... Por poner algunos ejemplos. No eres el joven más sonriente al que he conocido, la verdad, pero no es algo que me preocupe.
Menos mal que ha sido inteligente y ha corregido su actitud. No me gustaría haber tenido que enseñarle un poco de respeto. Creí que Arencín los tendría un poco más adiestrados, aunque, por lo que tengo entendido, este se le rebota un poco.

Una sonrisa asoma a mis labios, divertida.

-¿No me pega? -pregunto con gesto relajado-. ¿Qué es lo que me pega, entonces?

Puedo imaginar qué respuestas piensa. Pero quiero saberlo, oírlo de sus labios, para ver si es lo suficientemente inteligente.

Frunció levemente el ceño.

—Le pega estar sentada en un mullido sofá, o colchón, frente al fuego de una chimenea, con té y pasas en una mesa. —La miró—. Y estar leyendo, o ver cómo la gente se empapa por idiota o algo así.

Se pasó una mano por el pelo, húmedo, echándose el flequillo hacia atrás. Luego volvió a observar a la mujer y se encogió de hombros. Tampoco la conocía demasiado, así que a saber cuáles eran sus aficiones. A lo mejor pasaba su tiempo libre cogiendo flores de los jardines, montando coronas o ramos, decorando su habitación con rosas o narcisos.

—Aunque tampoco la conozco, así que a saber.

Giro el parasol de nuevo con las manos, salpicando un poco alrededor, aunque dado el clima dudo que se note demasiado. La imagen que tiene de mí es justo la que esperaba. Eso está bien. Es, al fin y al cabo, la imagen que llevo tantos años intentando dar. De no haberlo conseguido podría considerarme una fracasada, ahora mismo. Pero no es así.

Aparto, de pronto, el parasol un instante, alzando la vista hacia la lluvia, que se detiene algunos centímetros antes de rozarme la piel, impactando contra la pared invisible. Conservo, todavía, la sonrisa tranquila y paciente en los labios, algo ausente.

-La lluvia en invierno hace que sientas más frío -. Bajo la vista, contemplando divertida al mojado muchacho-. Con esa ropa mojada pegada a ti, seguro que no eres capaz de sentir el propio calor de tu cuerpo.

Comienzo a caminar en la dirección que él seguía. Supongo que querrá resguardarse.

Sorprendido, alzó las cejas al ver cómo la lluvia no llegaba a salpicar a la mujer, como si hubiese chocado contra algo (un muro invisible, una barrera) que hubiese repelido las gotas. Supuso que sería magia, pero aún así se preguntó cómo lo había hecho. Él estaba convencido de que con su escaso nivel jamás podría hacer algo semejante.

Avanzó hacia la mujer.

—Por eso precisamente me iba de los jardines —murmuró, acercándose a la caeruleus. Sonrió—. No soy muy aficionado de esto del frío y la lluvia.

Siguió a la mujer en dirección a palacio y, cuando estuvieron cubiertos, se pasó ambas manos por el pelo.

Permito que una de las gotas roce mi mejilla, dejando que penetre en la barrera, como excepción. Después, con un gesto sensual y fluido, me cubro de nuevo con el parasol. Del mismo modo, mis pasos avanzan por el cieno, inmunes a la suciedad y al agua, hermosos y seguros, acompañando al chrysos, poco digno de caminar a mi lado. Siempre hay que permitir ciertas cosas a los que están por debajo de una, aunque solo sea para que no te tomen por alguien inhumano. Aunque marcar un límite también es importante.

-Entonces vayamos a que resguardes tu sensible organismo -murmuro, burlona.

*se desvanece y lo espera dentro; lyam se va*

Había dejado a Värdjas a un lado, apoyada contra el tronco de un árbol. La nieve había vuelto a caer, y no podía evitar sentirme un poco culpable por haber dado aquella idea tras haber hablado precisamente del frío y la humedad, ¡¿PERO NO ERA ACASO IMPORTANTE PARA TODO GUERRERO EL ENFRENTARSE A AQUEL TIPO DE DIFICULTADES?!
Así pues, me dediqué a calentar un poco y estirar los músculos, asegurándome de obligar a mi cerebro a no disculparse en ningún momento por aquello. No era culpa mía que lloviese.

Telma miraba, sentada en un rincón, masticando hierbajos secos.

*se queda*

Pensaba llegar antes, pero la falta de motivación consigue tenerme remoloneando un buen rato antes de aparecer en los jardines. ¿Por qué habré aceptado esto? ¿Es ese estúpido líder parvus y sus estúpidas indirectas? ¿Debería renunciar como guerrera y pedir un puesto como miembro del servicio? Porque volvería a Ignis, pero esa opción ha quedado descartada. Al final, todo lo que me queda es entrenar. Al menos, si tengo que responder ante otra persona, me siento más obligada a hacerlo.

Encima, nieva. Qué maravilla de día. Previniendo un poco el tiempo, podíamos haber quedado dentro. ¿No hay una sala para hacer ejercicios o algo así? Me suena que sí, y sería extraño que no hubiera un lugar para entrenar bajo techo. Pero no, hemos quedado fuera, así que me toca salir bien abrigada. Y sé que no voy a durar mucho así, y que para entrenar voy a tener que desabrigarme un poco, pero la sola idea me pone de mal humor.

Rick ha llegado antes, como era de esperar. Lanzo una mirada anhelante a Telma, pero no me queda más remedio que dejarla hoy tranquila. Pudiendo acurrucarme con ella en un lugar cubierto... En fin. Sonrío y saludo a Rick y me acerco a acariciar a Telma (solo un momento, no creo que eso tenga nada de malo) antes de dejar la capa a un lado y ponerme a calentar.

-No sé si hemos escogido muy buen sitio -insinúo.

Podía tener el detalle de proponerme ir bajo techo, o algo. Dejo a un lado las espadas y me preparo un poco. Espero entrar pronto en calor, porque ya me estoy helando.

Esbocé una sonrisa desafiante al verla. ¡Sabia que no me dejaría aquí solo! Ella también era una guerrera, al fin y al cabo, y los orgullosos guerreros no se rendían ante un reto como una persona innoble cualquiera. No me había decepcionado.

-¡Buenas tardes! -exclamé con ánimo, poniendo yo lo que le faltaba a ella de entusiasmo-. Espero que estés preparada.

Mantuve las distancias. Con entrenamiento de por medio me era más sencillo concentrarme en cosas normales y no ponerme nervioso. Ante su comentario, me encogí de hombros con aire heroico.

-Podemos ir dentro si lo deseas, pero sabe que habrás perdido la batalla contra el frío. No me gustaría que te hiriesen en una misión por no ser capaz de moverte con nieve- añadí, serio, frunciendo el ceño un instante.

Muchos eran como ella. ¡Pero el entrenamiento no era comodidad! Era enfrentarse a lo difícil para superarlo y hacerse más diestro.

Yo llevaba tiempo calentando ya, así que me distraje estirando las piernas mientras aguardaba a que ella entrase en calor. No quería lesiones por algo como aquello.

Tengo que contener una mueca de desagrado. Vale, vale, señor guerrero prepotente. Ya me callo, no he dicho nada. Creía que veníamos a entrenar, no a soltar sermones y verborrea.

-Está bien, no importa -respondo, conciliadora. Lo que me faltaba.

Me dedico pues a prepararme como me han enseñado. Es extraño sentir el frío de fuera cuando el cuerpo se mantiene caliente. Aunque eso no implica que sea agradable.

Cuando considero que estoy lista, tomo mi arma, y hago unos pocos movimientos contra el aire para asegurarme de que todo está bien. Luego me vuelvo a él, seria, esperando su respuesta para ponerme en guardia. A ver si sé hacer algo.

Me llevé las manos a la cintura, esbozando una sonrisa de satisfacción. No había ido allí a maltratarla ni a aburrirla, pero lo cierto era que solo la había visto luchar el día del ataque. Y ambos habíamos logrado salir con vida de milagro. Verla luchar e intentar hacer que mejorase, mejorando yo mismo, no sería más que un alivio. Al fin y al cabo, aquello era reducir posibilidades de muerte prematurizada.

Cuando vi que se preparaba, yo mismo fui a por mi espada, rotando las muñecas un poco para recalentarlas. Sin esfuerzo, levante a Värdjas del suelo con la diestra y me la eché al hombro, volviéndome hacia Lea con el ceño fruncido, pero risueño. Gerald y yo habíamos entrenado juntos, pero hacía mucho que no me batía con nadie.
Inger y yo habíamos acordado entrenar un día, pero suponía que aquello ya no...

-Vamos allá -murmuré, bajando la espada y sosteniéndola ya con las dos manos.

Las damas primero.

FdR- Rol pausado hasta más tarde

Parece que no tiene intención de tomar la iniciativa, así que me toca a mí hacerlo. Frunzo el ceño, tratando de concentrarme, y lo apunto con uno de mis filos. No me gusta iniciar el ataque, ya que implica empezar aplicando la fuerza. Sin embargo, en este caso estoy convencida de que no soy la que más fuerza va a aplicar.

Evalúo su arma, tan grande y pesada. Me pregunto si podrá romper la mía, aunque por su propio bien más le vale no hacerlo. Tiene mejor distancia que yo, y también más fuerza. Para colmo, es él quien va a recibirme. ¿Es que piensa ponerlo todo de su parte? Aunque, con semejante armatoste, supongo que esperar a que el otro se acerque no es lo mejor...

Avanzo con un filo por delante, rápida, hasta tenerlo cerca, buscando su cuerpo. Cuento con que detenga el filo. Si lo hace, podré apoyarme en su arma para remar, levantando el otro filo y alcanzándolo con él. No tengo intención de hacerle daño, pero tengo que intentar llegar a su cuerpo.

La hermosa dama se atrevió a atacar. No le faltaban agallas, desde luego, de modo que me arrancó una sonrisa de satisfacción. A Rick Dehnel le gustaban las mujeres guerreras, no las que simplemente querían dejarse proteger sin más. Bueno, realmente aquellas tenían otro tipo de encanto. Las damas, en general, solían ser agradables y oler bien, tener la piel suave...
Las mujeres eran bellas, en conclusión, fuesen o no fuesen guerreras. Pero Lea, duese o no guerrera, y siendo mujer (pero aunque no lo fuese), estaba actuando de la manera correcta sin temer a mi poderoso y atractivo cuerpo.

Al ser la primera vez que me enfrentaba a aquella espada tan rara, me dejé atacar, observando sus movimientos sin arremeter sin más. Parecía querer alcanzarme, sin más, pero mi arma, aunque más lenta, era más larga, de modo que tenía, o debería tener, algun tipo de ventaja.
Viendo venir su ataque, finalmente, interpuse el propio filo para parar el suyo, sonriendo satisfecho al hacerlo, pero pronto vi cómo utilizaba aquel extraño remo-espada afilado para cambiar de lado e intentar alcanzar el lado contrario de mi cuerpo. ¡Así que iba así!

Me apresuré a saltar hacia atrás nada más ver aquel gesto, tratando de escapar de su corte, para luego, desde la nueva posición, lanzar una larga estocada hacia el centro de su cuerpo, como si fuera a ensartarla. Era, aunque un movimiento poderoso, sencilla de esquivar.