Jardines (2)

Observo a la parvus de reojo. Tiene algo que me extraña, una especie de aura que... Es de lo más rara. No me sorprendería que, como yo, hubiera venido aquí con segundos motivos ocultos. Por suerte, parece conformarse con mi respuesta y no hace más comentarios extraños.

Asiento levemente, sin dejar de mirarla, como si esperase sacar algo de ella solo con observarla. Finalmente, me relajo para hablar.

-Bueno, creo que ya he tenido suficiente ocio por hoy. Iré a entrenar un poco -murmuro.

Tras aguardar su respuesta y ver que está de acuerdo, ambas nos separamos, cada una en una dirección, abandonando los jardines.

*se van*

El verano hacía por fin acto de presencia el Brontë, y aunque el tiempo no era perfecto, ayudaba enormemente a disminuir mi agobio. Aquella agradable calidez nocturna era todo un regalo de Mithos, que me permitía pasearme con total libertad, libre de capas y capas de ropa y aquella sensación de entumecimiento que traían la lluvia y el frío.

Tal era mi tranquilidad que me había permitido incluso pedir una jarra bien fría de cerveza y acomodarme en un banco en los jardines, a la luz de la luna. Si así fueran todas las noches de Brontë, nada conseguiría alejarme nunca de aquel lugar.

*Se queda*

Una voz agradablemente familiar me hizo girarme levemente y esbozar una expresión que, siendo optimistas, podría hasta calificarse de entusiasta. Hice un gesto a mi compañero, invitándolo a sentarse.

-Vaya, vaya, mira quién se deja caer por aquí -saludé, divertido por su notable alegría-. ¿Que el calor me cambia la cara? Y como para no, hace una noche de lo más agradable... Perfecta para disfrutar de una buena jarra de cerveza. Ya podían todas las noches quedarse en una temperatura tan buena. Espero que dure el buen tiempo...

A su pregunta, solté un bufido jocoso. Hice un vago gesto, como indicando incertidumbre o indiferencia.

-Sí, bueno, hazte el gracioso ahora que no está cerca y hay que limpiarte la baba -me burlé-. La verdad es que hace algún tiempo que no la veo... Quién sabe, con las mujeres las cosas son así... Creo que mencionó algo sobre un viaje -. Me encogí levemente de hombros-. Puede incluso que haya vuelto al nido.

He pasado gran parte de la tarde fuera porque el tiempo era bastante agradable, y he aguantado hasta tarde, pero al ver la oscuridad que reina ahora... Bueno, no quisiera perderme, accidentarme o algo peor, así que atravieso los jardines, que ya me son bastante conocidos, para regresar al interior del palacio, donde estaré seguro. De camino veo a unos hombres a los que sonrío tímidamente, pero no me atrevo a detenerme. Ellos parecen ocupados, mayores, serios... Nada, nada, Jun... Tú sigue andando.

*se va*

FdR- No pude contenerme XD

Durante un mínimo instante me puse en tensión cuando me tocó el hombro, pero apenas pasó lo ignoré deliberadamente. Me encogí levemente de hombros, con aquel gesto característico mío.

-En realidad podría decirse que ahora es "lo normal" -expliqué-. El calor no hace ningún efecto realmente, pero es suficiente para normalizar mi situación. Es el frío el que parece acuchillarme los huesos. El frío y la humedad. Aunque, después del invierno que hemos pasado, sí podría decirse que lo llevo mejor.

Ante su broma, hice un pequeño gesto teatral, llevándome una mano al pecho, como si hubiera herido mis sentimientos.

-Bueno, no es lo mismo que decías en la fiesta del líder Brumm -repuse, como quien no quiere la cosa-. Pero en fin, respeto tu decisión. Por suerte o por desgracia, no todos los gustos pueden coincidir siempre.

Enarqué una ceja ante su extraño comentario, acompañado de una igualmente extraña muestra de fuegos artificiales oculares. Esbocé una media sonrisa divertida.

-¿Me lo parece a mí o eso es alguna especie de propuesta? En cualquier caso, me tomaré eso como un cumplido.

Cuando llegó su cerveza, aproveché la pausa para prestar atención a la mía, asintiendo a su satisfacción ante un largo trago.

Asentí con cierta gravedad.

-En eso tienes razón -reconocí.

Lo miré de reojo, como si no me fiara del todo de sus palabras, en su siguiente comentario, aún con mi media sonrisa expuesta.

-Ya... -repuse, sin mucho convencimiento-. Dispensa el malentendido. Aunque no sé si será tan malentendido... Dicen que el alcohol es la fuente de la verdad.

De nuevo, solté un bufido que podría llegar a interpretarse como una risa.

-Disculpe, señorito, yo... No era mi intención hacerlo sentirse coaccionado... -me disculpé con mi más sincera expresión de arrepentimiento, antes de volver a sonreír-. Ya sabes, amigo, que las dudas traen más problemas que soluciones.

Le di un par de amistosas palmaditas en la espalda.

-Bueno, bueno, hombre, no te preocupes, hay más peces en el mar... -repuse, divertido-. Peces o no peces, tampoco te limito los gustos. Encontrarás a tu mujer de acción entre tantas féminas, recuerda que hay muchas en el palacio...

De nuevo un ronco bufido.

-Yo, en cambio, me veo capaz de leerte ahora mismo como un libro abierto. Pero no te sientas violento, sé ser respetuoso... -respondí.

Apuré un último trago de cerveza y dejé la jarra a un lado, sobre el banco. Me volví hacia el chrysos.

-¿Y por qué te gusta tanto el ejército?

Durante un segundo dudo de mi prudencia al hablar así de mis compañeros guerreros. La verdad es que somos una panda pachanguera, pero dudo (o más bien espero) que nadie tenga mala intención. Sería horrible echarles encima a los jefazos por un patinazo de lengua.

- No, no, en absoluto... creo. No somos el colmo del orden, pero nadie es problemático como tal. Son solo las ganas de entrar en acción, que a veces nos ciegan. Pero ¿a quién no?- intento esbozar una sonrisa inocente, pero no recuerdo cómo se hace. Espero que cuele. No dejo de pensar que al hablar con este hombre estoy bailando en el filo de la navaja. ¡Que es un líder!

Jamás, jamás, había creído que podría llegar a estar tan cerca de uno de los líderes. Aunque sí así de incómodo. Lo cierto es que es como que alguien haya hecho una trastada y tu madre te interrogue a ti. Te vas a sentir culpable sí o sí: por chivato, por mentiroso, por ignorante. Durante un segundo me siento muy pequeño a su lado.

-Cla-claro que lo sé, señor,- apenas me sale un hilillo de voz pero ¡Mithos, está muy cerca! y siento su respiración cada vez más cerca y ¿me estoy poniendo rojo? Oh, mierda, espero no estar poniéndome rojo. O que no se note mucho al menos- pero no creo que se m-me haya pasado nada. Si he olvidado algo le bus-buscaré sin falta.

*Desaparecen*


FdR: Narbe, fichado ê.e XD

Cuando se aleja de mí, finalmente, siento que me vuelve el aire a los pulmones. Es como si acabara de salir de un trance. No me siento capaz ni de devolverle la sonrisa cuando se despide y desaparece.

Me quedo durante unos instantes inmóvil, pasándome los dedos por el labio que me ha tocado. Después sacudo la cabeza.

-¿¡Qué demonios acaba de pasar!?- todavía alucinando, me encamino a mi cama. Definitivamente, hoy no duermo.

*Se va*

FdR: Quiero un Aren por mi cumpleaños. ¿¡Por qué nadie me ha regalado un Aren por mi cumpleaños!?

Eld llegó a los jardines. Probaría suerte esta noche en ellos. Quien sabe, quizás se cruzase con alguien.

Se sentó en un banco de piedra al lado de un gran camelio y esperó, crispada y molesta, pero también algo asustada. ¿Y si los guerreros la veían pero decicían pasar de ella? Eso la enfurecía.

*se queda*

Pasear bajo la luz de la luna le recordaba tanto a ella...
Tsk.
Le dio una patada a una piedra con rabia.
No quería pensar en aquello, pues una presión de angustia le recorría el pecho cada vez que lo hacía.

Fijó su atención en aquella encapuchada. ¿Quién sería?

Se acercó y carraspeó- ...asnoches.- dijo sin ganas, pasando de largo sin mucho interés.

Lyam avanzaba por los pasillos dando grandes zancadas, molesto. Tenía el ceño fruncido y la mandíbula apretada, y su mano izquierda aprisionaba con fuerza un pequeño papel, casi destrozándolo. Estaba furioso.

Había recibido la carta hacía un rato. Pese a su sorpresa inicial, al principio no se mostró molesto; simplemente, se preguntó qué había en el interior de aquel sobre. Pero después, nada más leerla, sintió una incesante ira que no tardó en conquistarlo por completo. Imaginaba que la flamma le mandaría una carta, es más, en el momento en el que decidió no responder a la última, supo que le enviaría una. La conocía demasiado bien; sabía que se preocuparía si no recibía ninguna noticia suya y sabía que intentaría volver a ponerse en contacto con él. Lo que no sabía, lo que no se había esperado era que la flamma decidiese acudir en persona a Palacio. No le hubiese sorprendido que hubiese enviado a alguien en su lugar, ¿pero ella? Aquello le parecía impensable. Pero no era el motivo por el que se había enfadado. A fin de cuentas, aquello le venía bien; era inesperado, extraño, pero también provechoso, interesante. Podría hablar con ella, y podría encontrar algo, alguna prueba que demostrase lo que en el fondo ya sabía. Verla era, de alguna forma, bueno. Pero el dónde, el cuándo y el cómo no. Y ahí radicaba el motivo de su cólera. La flamma, siempre tan autoritaria, había decidido marcar un lugar y una fecha para el encuentro, sin posibilidad de cambios o discusiones. No le había dicho dónde estaba, ni desde dónde había mandado la carta. No le había dado opción a responder; simplemente, le había dicho cómo serían las cosas. Ni tan siquiera le estaba dando la opción de no presentarse: no ir implicaría que ella misma lo buscaría. Y él, bajo cualquier precio, no quería que ella lo buscase. No en Brontë. No en Palacio. No ahora.  Aquello, por tanto, sería cómo ella quería que fuese, por temerario y estúpido que a él le pareciese. ¿Por qué no se reunían en el pueblo? ¿Por qué tenían que verse ahí, en Brontë? ¡Era absurdo! Y lo peor era que estaba convencido de que la flamma también veía aquello como una imprudencia. Entonces, ¿por qué lo hacía? No lo entendía. No la entendía. ¿Qué demonios quería?

El chrysos chasqueó la lengua, molesto, y guardó el arrugado papel en uno de los bolsillos. Luego salió al exterior de Palacio, buscando algo con lo que distraerse, iluminando ligeramente sus ojos. Si la carta tuviese algo más que la fecha y el lugar exactos de su encuentro, se hubiese deshecho de ella al instante. Pero como en ella no había nada más (salvo un nombre, uno falso, así que ya ves tú), podía quedarse con ella un poco más, hasta que encontrase un sitio en el que quemarla o lo que fuese. Si alguien la descubría (cosa improbable), diría que la tal Lydia era su prima.

Dio un par de pasos más, adentrándose en los jardines, y entonces se topó con dos desconocidos: uno, un parvus bastante alto (o realmente alto, mejor dicho); el otro, una chica, encapuchada. El chrysos los observó en silencio durante unos segundos, a apenas un par de pasos de ellos, y, después, se acercó al grupo. Se preguntaba quiénes serían.

—Buenas noches.

Fdr. jelou~
btw: moooooooving, mooooooooooving ♪

Caminaba a zancadas, casi a saltos, por los jardines, saliendo y entrando del césped, tarareando, contenta. Unas figuras a lo lejos llamaron mi atención, y parando en el sitio ladeé la cabeza, curiosa. Vi entonces que una de ellas era una figura encapuchada y abrí mucho los ojos, sorprendida.

Eché a correr hacia ella, ignorando las otras dos figuras, y cuando alcancé su altura apoyé ambas manos en sus rodillas, buscando su rostro con urgencia. Entonces mi expresión se tornó distinta, desilusionada.

-Tú no eres el chiquillo -informé.

Primero uno... luego dos... tres... y hasta cuatro voces se habían reunido a su alrededor en muy poco tiempo.
Les saludó a todos ellos, con cordialidad, levantándose y hablando para todos ellos, viendo al infinito.- Mi nombre es Eld de la Noche Ardiente, La Segunda de mi Señora Flavia Gnaea Seia Herennia Sallustia Severa Magna.- Dijo con una reverencia. - Mis plegarias a Efesto han sido escuchadas - sonrió.-Al fin tengo grandes adversarios contra los que enfrentarme.

Siniestramente y sin mediar palabra, comenzó a emitir gran cantidad de magia por sus poros, inundando el ambiente con una cierta oscuridad.

-Que comience... el espectáculo...-susurró.- ¡Fruk, Dalloi!- de debajo de sus enormes mantones y faldones, a juego con su capa surgieron dos extraños felinos: mecñas.

-¡Ahora!- les ordenó.

Ante la orden, ambos felinos comenzaron a chillar de una forma tan aguda e insoportable que le concedió valiosos segundos a la Segunda para convocar un hechizo Tremprustio, por lo que decenas y decenas de murciélagos negros y violetas, conjurados con magia, comenzaron a morder y a azuzar a los cuatro, mientras Eld decidió quedarse de pie sobre el banco.

Antes de darme cuenta, dos mecñas aparecieron y empezaron a gritar, y un montón de murciélagos se me echaron encima. ¿Dónde estaba el chiquillo entonces? ¿Habían vuelto a comérselo?

Ante esa idea, ignorando el grito de los animales y sacando a Amatista en apenas un momento, comencé a dar golpes a mi alrededor a diestro y siniestro, tratando de acabar con los voladores que se lanzaban contra mí. Para acabar de hacer caótica aquella extraña escena, uní mi voz a la de los felinos, entre furiosa y angustiada.

Tenía que encontrar al chiquillo.

Poco después de que él llegase, Gerald, el chrysos del otro día, apareció en los jardines. Lyam lo escuchó con atención, pasando su mirada de él al parvus. Por lo que decía, parecían conocerse. El chrysos se preguntó de qué y qué clase de relación tenían.

—Lyam —dijo, estrechándole la mano. Después miró de reojo a la encapuchada. Tal vez fuese una de las guerreras de la tal Flavia. De hecho, tenía sentido que lo fuese; no recordaba haberla visto nunca y era flamma como Vatra. Si quien orquestaba aquellas jornadas era una maestra de fuego, tenía sentido que todas sus subordinadas fuesen de esa misma raza.

El chrysos apartó la vista de la mujer cuando apareció alguien más, una parvus también desconocida que murmuró algo acerca de un chiquillo. Lyam frunció levemente el ceño, preguntándose quién era el chiquillo. Luego resopló. De pronto sentía que no conocía a nadie.

No tuvo, no obstante, demasiado tiempo para pensar en la gente de Palacio que conocía o dejaba de conocer. La flamma, que se presentó como Eld de la Noche Ardiente (¿tenían todas esos nombres tan rimbombantes? ¿Quién había decidido que Noche Ardiente era un buen sobrenombre?), sacó de pronto dos bichos de debajo de sus mantones y faldones, que no tardaron en chillar.

Lyam gruñó y se llevó ambas manos a las orejas, como si esperase que así el sonido cesase. Para su desgracia, los bichos no sólo no dejaron de gritar, sino que pronto aparecieron más, probablemente por obra de un hechizo.

El chrysos frunció el ceño y apartó las manos de los oídos (visto lo visto, eso no solucionaba nada. Malditos bichos, maldita naturaleza). Luego comenzó a apartarse de los murciélagos (malditos murciélagos), utilizando las manos para ahuyentar a los que se acercaban a él. Por si esa cantidad de bichos y gritos no fuese poco, la parvus decidió chillar también, haciendo todo aquello más desagradable y estresante.

—¡Joder! ¡¿De qué demonios va esto?! —gruñó, alanzando el tono, claramente molesto.

Y él que quería que su enfado se fuese...