Jardines (2)

Me llevé una mano a la cabeza. ¡Se iba a matar! Cerré los ojos para no verlo, aunque una parte valiente de mí le gritó para tratar de salvar su vida.

-¡¡Si no te gusta díselo!! ¡¡Hacer eso no es la solución!!

Cuando abrí los ojos, sin embargo, vi que ya no estaba allí. Miré hacia el suelo, pero tampoco había nada. Suspiré, aliviado, y dirigí mis ojos hacia el caeruleus.

-Tu novia está loca...

Me senté de nuevo, tras los matorrales. ¿Vendría aquí ahora o...? Quizás tuviera una excusa para no haber venido antes.

Tras unas cuantas vueltas pasillo arriba y abajo, conseguí por fin centrarme en mi objetivo: la salida. Una vez localizada conseguí en seguida encontrarme en los jardines, y eché a correr hacia Zacharyas. Al llegar frente a él, me detuve para tomar aliento, pues la carrera me había dejado sin resuello.

Alcé la vista hacia él.

-Ho-la -canturreé, sonriente.

Entonces me di cuenta de que su acompañante ya no estaba.

-¿El gigante de fuego se ha ido? -pregunté.

Zacharyas esbozó una sonrisa de alivio al ver que la parvus seguía en buen estado. Del mismo modo que casi caía por aquella ventana, no le hubiera sorprendido que se hubiese asomado a muchas otras y al final...
Negó para sí. Mejor no pensarlo.

-Hola -saludó, esbozando una sonrisa. En cuanto ella le preguntó por Rick, sin embargó, se puso nervioso. A Zacharyas se le daba muy mal mentir-. Sí, solo pasaba por aquí... en ese momento -respondió, poco convencido, lanzando una rápida mirada a los matorrales.

En cuanto la vi llegar, me escondí de todo para que no me viese. Menudo desastre... No solo llovía bastante, sino que además Zacharyas había empezado de forma desastrosa... Ni saludo educado, ni flores, ni mirada sexy.

Traté de llamar su atención con aspavientos, lo más discretos posible y cuando ella no miraba, mientras vocalizaba para que me entendiese.

"La mirada. La mirada."

Casi me daban ganas de salir y ponerme yo en su lugar...

Ladeé la cabeza, seria.

-Oh -respondí.

Miré el suelo un momento, como dudando. Finalmente me agaché y comencé a jugar con las cortísimas hierbitas que asomaban en la tierra húmeda.

Húmeda. De pronto, miré arriba, y unas cuantas gotas me cayeron en la cara. No me había dado cuenta de cuándo había empezado la lluvia. Señalé el cielo y miré a Zacharyas.

-¡Mira, llueve! -exclamé, como quien acaba de hacer un enorme descubrimiento.

Zacharyas sonrió, algo tenso. No se sentía nada cómodo. No solo le parecía un encuentro muy artificial, sino que, además, su misión le parecía excesivamente ridícula, por no hablar de la presencia de Rick, tras los matorrales, que le parecía de lo más violenta.
Suspiró. Quizás si intentaba una de sus frases el flamma se largaría, dándose por satisfecho.

-Si te mojas mucho... Eeh... Podrías resfriarte-. Tímido, algo tembloroso, abrió su capa, como invitándola a pasar dentro-. Si quieres yo teeeh...

Bajó la cabeza, rendido. Aquello no tenía ningún sentido.

¡Había iniciado una táctica de acercamiento! No estaba nada mal. Algo insegura de más, pero solo los años y el sexo con viudas daban esa seguridad que me caracterizaba. Solo de recordar la timidez de Inger, comprendía la situación en la que él se hallaba. Virgen, solo ante lo desconocido, como un niño con una espada de madera que ha de derrotar a un dragón.

Desde los matorrales, alcé un dedo, animándolo a seguir. Quizás no estaba todo tan perdido.

Miré la capa, como quien observa un insecto de colores que nunca ha visto antes. Fruncí un poco el ceño.

-Claro -asentí, con convencimiento-, porque solo llueve fuera. Si te tapas no te mojas. Sí.

Bajé la vista de nuevo a la hierba. La tierra parecía estar empezando a encharcarse. Alcé la vista hacia el chiquillo y le dediqué una gran sonrisa.

-Cuando eres un parvus o un gusanito, no te mojas nunca porque siempre estás tapado. Pero la lluvia es muy chula. ¿No te gusta? Moja.

Zacharyas vio que su acción no había tenido la reacción esperada, o al menos la que Rick le había dicho, pero de todas formas sonrió y asintió.

-La lluvia me parece algo triste -. Miró al cielo. Carraspeó. La lluvia le empapaba la cara y notaba ya casi todo el pelo apelmazado-. Pero también es hermosas. Sinceramente, creo que casi todas las cosas tristes son -. Zacharyas se quedó un instante inmóvil, callando de pronto. Tras un par de segundos, miró a Stalon y esbozó una sonrisa- hermosas...

Lanzó nuevamente una mirada al arbusto. Esperaba que Rick comprendiese al fin lo imposible de aquella misión y que se marchase.

La chica hizo una finta al ofrecimiento de un lugar seco y cálido con una facilidad abrumadora. Parecía una maestra en aquello. Y luego, aún por encima, Zacharyas se puso a recitar frases de chicas que no enamorarían a nadie. Como mucho, a un hombre, que eran los únicos a los que le gustaban las chicas.

Agité rápidamente la cabeza, esperando que entendiese que iba mal. Es que, de verdad... Parecía que las cosas las tenía que hacer uno mismo.

"La mirada" boqueé.

De nuevo, lo miré, muy seria. Demasiado seria.

-No -repliqué, tajante.

Luego, esbozando una sonrisa dulce, me volví de nuevo a la hierba. Con un dedo, acaricié una minúscula hierbita con infinita ternura.

-Hoy el chiquillo está contento -dije, bajito, hablando más para la hierba que para él-. ¿Por qué está contento?

La respuesta de la parvus hizo que Zacharyas la mirase, sereno. No estaba de acuerdo. La muerte era triste, pero bella, como el dolor, como la lluvia o la traición. Por algún motivo esas cosas que gustaban menos solían tener una especie de belleza oculta... De arte... ¿Acaso no era bella la brillante sangre roja al derramarse y formar un charco reluciente? O... ¿No era única la mueca de dolor cuando alguien moría? Quizás no todos pudiesen admirarlo, pero incluso en una gran batalla, en un grito de guerra, en los cánticos... En todo ello había belleza.

Zacharyas probó a responder a aquella pregunta con una frase que supo que Rick aprobaría, dado que la anterior había fallado.

-Me alegra que al final vinieras.

Esbozó una sonrisa. En el fondo era verdad. Aunque no quisiese seguir las instrucciones de Rick, "Besarla", le agradaba charlar con ella, y hacía ya tiempo que no lo hacía.

¡BIEN!
Alcé el pulgar para indicar a mi buen amigo que había hecho bien. Ahí sí había estado fino. Diciéndole a una mujer lo que te alegra y agrada estar con ella te ganas su corazón y su cuerpo en cuestión de segundos. Si dicen que son complicadas, pero a la hora de la verdad, son más simples que un bismonte. Quizás debería escribir un libro para compartir mi sabiduría con el mundo. Al fin y al cabo, parece que ningún hombre lo consigue sin mi ayuda.

Hice un gesto, moviendo la mano hacia arriba, con la palma boca arriba, repetidas veces, insinuándole que subiera el tono de sus acciones. Que le diera más.

Traté de contener una pequeña risita. Me repasé los labios con un dedo, pensativa. Los labios se extendían hacia arriba como una luna.

Al fin, me puse en pie, sintiendo que se me resentían los músculos por estar tanto tiempo en cuclillas. Me acerqué a Zacharyas y, tomando un pliegue de su capa más exterior, me envolví en su base. Volví a mirarlo, con un brillo curioso en los ojos.

-¿Por qué al final? -pregunté, poniéndome parte de la capa de capucha.

Animado, di un golpe en el suelo con la palma abierta. La chica se acababa de enredar en su ropa como una mosca en una trampa para moscas. Ya estaba todo hecho. Había picado como una presa y si el cazador sabía recoger el sedal de forma adecuada la red le traería muchos peces.
Me froté las manos, como si fuese yo mismo el que fuese a beneficiarse a una joven. Aunque, bien pensado, ¿no era mi orgullo y nobleza lo que estaba en juego? El trabajo bien hecho era lo mejor...

-Remátala -le dije en voz baja, preparado para recibir mi medalla.

Zacharyas frunció el ceño, más pendiente a Rick, que le estaba avergonzando, prácticamente desvelándose, que de la parvus. Cuando Rick habló, Zacharyas forzó un fuerte carraspeo, tratando de tapar su voz. Ya era bastante ridículo estar haciendo aquello como para que descubriesen que tenía "un ayudante" escondido entre los matorrales.
Esbozó una tensa sonrisa y se volvío hacia Stalon, acariciando su cabeza con cierto aire paternal.

-Stalon... ¿Te importa si vamos a otro sitio...? -inquirió-. No me gusta ese matorral -añadió, señalando con su largo dedo las ramas tras las cuales se escondía Dehnel.

Seguí con la vista la dirección de su dedo, para dar con un conjunto verde y rojo. El gigante de fuego nos acechaba. Abrí mucho los ojos, con expresión de sorpresa, y me agarré con ambas manos a la pierna del chiquillo.

-¡Un monstruo escondido! -exclamé, en una especie de susurro gritado-. ¡No lo mires! ¡Si no lo miras, no está! ¡Te come el alma y te hace enemigo!

Me tapé la cara con su capa con fuerza, y entonces me eché a reír, ahogando en la ropa mis carcajadas. Entonces, me descubrí, exponiéndome de nuevo a la lluvia, y cogí su mano, tirando de él para que me siguiera.

*Se van*

No me podía creer que Zacharyas, mi amigo, mi pupilo... El muy maldito caeruleus me vendiese de esa forma, como a un vulgar espía o bandido. Obervé, ofendido, el dedo que me señalaba. Eso era de malas personas, de verdad. Era no tener corazón en el pecho.
Salí de mi escondite mientras los veía escapar como vulgares traidores que eran.

-¡¡YA PUEDES BESARLA TÚ SOLO, PORQUE ESTO QUE HAS HECHO ESTÁ MUY FEO!!- bramé.

Esperaba que lo consiguiera, de verdad, pero eso había estado muy mal. Me crucé de brazos, molesto.

-¡Atchís!

Sorbí con la nariz, frotándomela con un dedo.
Maldita sea mi estampa. Aún por encima, llovía.

*se va indignado*

Me senté bajo un árbol, muy cercano al arbusto tras el que me había resguardado, al final inútilmente, de Zacharyas y la parvus. Suspiré.
La vida en el exterior era difícil. No había gente, hacía mal tiempo, conseguir comida era más difícil y no había lugar en el que resguardase de aquella maldita lluvia. Llevaba todo el día calado y tenía un frío de mil diablos. Aunque ya lo decía el dicho, "Año de nieves, no te quites la capa".

Sacudí la cabeza, salpicando en todas direcciones, y saqué una manzana algo arrugada de un bolsillo. La comí y la mastiqué con calma, pensativo.

*se queda*

Con pasos largos, avancé hasta el árbol bajo el que el flamma estaba sentado. Rick, aparte de estar mojándose, estaba comiendo una manzana, y no pude evitar preguntarme si no le apetecería algo más. Supuse que sí, así que, mientras caminaba hacia él, comencé a pensar una forma para llevarle a los comedores sin que se quejase demasiado.

—Hola... —murmuré, a un par de pasos de él. Me quité la capa y lo miré a los ojos—. Te estás mojando... Toma.

Le tendí la capa, esperando que la cogiese, y esperé a que dijese algo. No sabía qué contarle exactamente, así que esperaba que él supiese comenzar con la conversación. Había cosas que quería decirle, pero no sabía cómo.

Sonreí entristecido al ver a Inger. Me alegraba encontrármela. Lo que no me alegraba era que, aunque pasase el tiempo, mi situación de mendigo no mejorase. Era incapaz de conseguir nada. Quizás no estaba hecho para ser un noble, al fin y al cabo.
Ella se me acercó y, adorablemente, me tendió su capa. Extendí una mano para cogerla, pero en vez de la capa tomé su muñeca, tirando ligeramente de ella para que diese un par de pasos hacia mí. Luego abracé sus piernas, pues sentado no llegaba a mucho más, con inusual emoción.

-Hola... -murmuré, pegando mi cara a sus pantalones.

Fruncí el ceño cuando Rick tiró de mí para que me acercase, ligeramente molesta, pero no tardé en relajar mi expresión cuando se abrazó a mis piernas. Suspiré. Parecía que no era yo la única que estaba algo decaída.

Con cuidado, coloqué las manos en su pelo, acariciándolo.

—¿Qué te pasa...? —murmuré, preocupada.

Restregué mi mejilla contra sus piernas varias veces. La verdad es que estaba algo triste ya desde el principio del día y verla, de algún modo, me habia hecho sentirme algo peor, pero ahora que la abrazaba eso se calmaba un poco.

-Inger... No soy capaz -le dije con voz apagada-. Nada de lo que hago me sale bien...

Suspiré y abracé sus piernas algo más fuerte. Al menos tenía algo de calor...

-Te echaba de menos...

Sus palabras, la forma con la que las pronunció, me entristecieron y me hicieron sentir estúpida por no saber qué decirle. Permanecí en silencio durante unos largos minutos, después de que me abrazase las piernas con más fuerza, pensando qué podía decir para animarle. De pronto, todo lo que iba a decirle antes me pareció insustancial, y no tardé en olvidar que quería decirle que estaba molesta por lo ocurrido con los mercenario, que quería que entrase dentro para que no se mojase y que quería que cogiese mi capa. De hecho, hasta se me olvidó que estaba lloviendo.

Lentamente, me separé de él y me arrodillé para abrazarle con cuidado. En silencio, apoyé la frente en su hombro y lo estreché con fuerza, sin saber qué decirle exactamente.

—Yo también... —murmuré, segundos después, sin moverme.

Su abrazo no sé si me reconfortó o lo contrario, porque comencé a sentirme más débil y triste, pero al mismo tiempo prefería que fuera así. Era muy extraño, como si me sujetase.
Pasé las manos al alrededor de su cintura y la abracé también, evitando que se despegase de mí. Hacía mucho que no la abrazaba así. Las últimas veces que nos habíamos visto no la había tratado como a la dama que era.

-Gracias por aparecer... -susurré sin fuerza.