Jardines (2)

Tragué saliva y aflojé los brazos.

—Yo... —Me detuve y tomé aire. Luego chasqueé la lengua y empecé de nuevo—. Yo... Estuve esperando a que... Aparecieses... —Parpadeé—. Estaba dentro... Con la puerta abierta, esperando por si ibas al jardín... Siento no... Haber aparecido antes. Siento no haber salido a buscarte...

Me mordí el labio. Volví a tomar aire, con fuerza, y luego cerré los ojos.

—Estoy triste... —confesé.

Mi mano derecha acarició su pelo, hundiéndose en él. Estaba mojado. De todas formas, era agradable. Era como asegurarse de que era real, de que verdaderamente estaba allí, de que no estaba solo.

-No era tu deber salir a buscarme... -murmuré-. A partir de ahora, por lo menos, te escribiré si no nos vemos.

Quizás era una buena idea. Si no la veía, al menos, no desaparecería. No quería que se volviese a enfadar por mi ausencia.
Cuando dijo lo de estar triste sentí un hormigueo desagradable en el estómago y cierta conjuja en el pecho.

-¿Por... qué? -me atreví a preguntar, dejando mi voz patente el miedo que me daba la respuesta.

Esbocé una corta sonrisa y asentí levemente. Aquello era una buena idea. Así no pasaríamos tanto tiempo sin saber nada del otro.

—Vale... —murmuré. Luego, como si me hubiese acordado de algo, añadí—. ¿Tienes papel y pluma...? Para escribir... Digo. Por necesitarás eso... Supongo.

Suponía que no tenía, pues dudaba que hubiese cogido aquello cuando abandonó el palacio, pero quién sabía. A lo mejor sí.

Su siguiente pregunta me hizo encogerme de hombros. Realmente no sabía por qué estaba triste; sólo sabía que no estaba feliz, pero no sabía por qué motivos estaba tan decaída. Anteayer había tenido un feliz encuentro con aquella aether, Fier, pero ayer había acabado llorando, y en tan poco tiempo no me había pasado nada tan trascendental como para cambiar mi animo de aquella manera. Dejé caer los brazos y suspiré.

—No sé qué me pasa... Pero estoy triste, y me siento tonta y débil e inútil...

Me di cuenta de que, efectivamente, no tenía forma de escribirle cartas. Cuando escribí aquella a Ayne tuve que ir a palacio, cosa que no me gustaba demasiado, y coger una pluma allí.
Negué suavemente.

-No tengo... Si pudieras traerme una sería un buen motivo para vernos de nuevo... -.Esbocé una leve sonrisa. Un nuevo encuentro sonaba bien.

En cuanto a su tristeza... Realmente se la veía decaída. Supuse que sería la regla, que iba a venirle. Bien pensado, ni las mujeres se entendían a sí mismas. La lluvia también ayudaba a ponerse triste.
La miré fijamente. Verla triste me ponía triste, y no sabía qué hacer para animarla. Al fin y al cabo, también yo estaba triste. No era, precisamente, el alma de la fiesta.

Me acerqué y la besé.

Esbocé, de nuevo, una leve sonrisa.

—Te traeré mucho papel...

Tal y como decía, aquello podía ser una excusa para un nuevo encuentro, y un nuevo encuentro sonaba bien; me gustaba estar con él.

Lo miré a los ojos, fijamente, al notar cómo se movía. Esbocé un amago de sonrisa y, cuando me besó, le correspondí con suavidad. Luego, al separarme, apoyé mi frente en la suya y lo miré.

Acaricié la mejilla de Inger con el dorso de la mano. La verdad es que me había animado un poco.

-Nos estamos empapando -dije, esbozando una sonrisa. Realmente no me importaba. Ya no tanto.

Tengo el pelo aplastado sobre la cara. Entre eso, mi ropa medio deshecha y mi aspecto no demasiado aseado, aunque intento lavarme a menudo, debo de tener un aspecto bastante triste.
Vaya desastre de hombre.

Asentí levemente.

—Ya... —murmuré. Luego volví a besarle, con suavidad, y apoyé la cabeza en su pecho—. ¿Quieres que vayamos dentro...?

Aunque no me molestaba estar bajo la lluvia, una parte de mí esperaba que dijese que sí. Así podría comer algo abundante, ducharse, coger él mismo el papel que quisiese...

—También podemos ir a otro sitio que no sea dentro —añadí segundos después.

No me agradaba mucho la idea de entrar. Hice una pequeña mueca, aunque no demasiado desagradable, aunque sí dejó patente aquella opinión. Sin embargo, no hice ningún comentario.
Cuando dijo lo otro, alcé las cejas.

-¿A otro sitio como cuál? -inquirí curioso.

Sí que era buena idea ir a algún sitio para no mojarnos que no fuese el palacio. Así ambos estaríamos, de algún modo, ganando.

Me encogí de hombros. Realmente no sabía muy bien a qué otro sitio podíamos ir, ni tampoco me hacía especial ilusión abandonar los jardines para ir a otro lugar cubierto que no fuese Palacio.

—No sé... A los establos, supongo... —Lo miré—. Aunque... ¿Seguro que no quieres entrar dentro...? Podíamos comer algo...

Apoyé la cabeza en su pecho de nuevo. Luego cerré los ojos.

—Duerme conmigo...

Me daba pena decirle que no, como siempre. Si estaba triste, quizás fuese una forma de animarla. Había entrado ya algunas veces en palacio. Una cosa era acostumbrarse, pero por un día más...

-Bueno... Una noche solo supongo que estará bien... -murmuré, acariciándole el pelo algo nervioso-. Pero iré como tu invitado, no como Rick Dehnel, ni como guerrero... -. Suspiré. La verdad era que la idea de dormir calentito era tentadora-. ¿Y dónde puedo dormir contigo?

La verdad era que lo de meterme en la habitación de las chicas era un suicidio asegurado...

Sonreí débilmente, más animada que antes. Me alegraba que hubiese aceptado, aunque sólo fuese por una noche. Al escuchar su pregunta sobre dónde dormiríamos, fruncí levemente el ceño y borré la sonrisa. Realmente era una buena pregunta. Cuando se lo propuse no había caído en ello, pero era algo que debíamos pensar.

Tras unos segundos en los que repasé mentalmente las instalaciones que conocía, finalmente hablé:

—Podemos dormir en el sofá de la sala común... —murmuré.

Esbocé una sonrisa y asentí. No era el mejor lugar de palacio, pero desde luego era más cómodo que la paja del establo, y dado el tempo, menos húmedo. Esperaba que Telma no me echase en falta esta noche.

-Vale, no está mal. Aunque si duermo allí con estos trapos creo que me acabarán por echar...

Esbocé una sonrisa algo tensa. Aquella ropa, si podía llamarse así, estaba deshilachada, rota en muchas partes, llena de barro y de el verde este de la hierba que salía tan difícil. Solo de pensar en el pobre servicio al ver toda la suciedad que dejase allí...

Parpadeé.

—¿No tienes más ropa dentro...? —Lo miré—. A lo mejor puedes cambiarte... ¿No?

No sabía si se había deshecho de todas sus posesiones, aunque esperaba que no lo hubiese hecho. Seguro que tenía muchas cosas, y tirarlas hubiese sido un desperdicio.

Me acomodé sobre la hierba, sentándome sobre ella finalmente, tras unos cuantos minutos arrodillada. Luego apoyé la cabeza en el pecho de Rick y cerré los ojos, no porque estuviese cansada, sino porque me apeteció cerrarlos.

Asentí lentamente, no demasiado convencido. La verdad era que había dejado muchas de mis pertenencias en mi baúl, junto con mi preciada Värdjas, pero si iba allí y las cogía estaría faltando a un principio moral muy importante. Eso ya no era simplemente dormir en palacio.

-Creo que me las arreglaré con esto -sentencié al final, sonriendo-. Al fin y al cabo, lo lavé hace nada.

Le di un suave beso en la mejilla. Esperaba que no se enfadase...

Entreabrí los ojos y lo miré.

—Pero estabas preocupado por manchar el sofá... Podrías, simplemente, añadir una muda más a tu vestuario. —Baje la vista—. Si quieres, claro...

Cerré los ojos cuando me besó la mejilla y esbocé una pequeña sonrisa. Luego volví a abrirlos y los clavé en los suyos, curiosa. Tras observarlo durante unos segundos, lo besé con suavidad.

Dibujé una ancha sonrisa en los labios.

-La próxima vez que nos veamos trataré de tener un modelo algo más nuevo. A ver qué consigo por ahí.

No podía ser difícil conseguir la ropa vieja de alguien. No serían mis ropas de noble, pero tampoco los harriapos que llevaba puestos, que no sabía bien si daban pena o risa.
Cuando me besó, cerré los ojos. Profundicé en su boca, sin darme cuenta, dejándome llevar por la sensación.

Tras unos segundos, me separé de él un poco y volví a mirarle. Curvé ligeramente los labios, sonriendo.

—¿No puedo comprartelo yo? —inquirí, curiosa—. Como regalo de... Novia... Las novias hacen regalos... Y los novios... ¿No? Quiero decir... Sí. Y tú me diste flores, pero yo no te di nada...

Lo observé durante unos segundos; luego, volví a besarle, con menos suavidad que antes.

Eso sí me valía. Nada prohibía que los mendigos recibiesen regalos. De hecho, los mendigos vivían de donativos, caridad... Y regalos también podría meterse en todo aquello. Tenía sentido.
Asentí con una sonrisa.

-Supongo que sí. Si quieres, es tu decisión. Pero no te sientas obligada.

Los regalos no debían ser obligados. Jamás.

Correspondí a su beso, más animado, pegándome a ella mientras lo hacía. Había subido mi ánimo, y todos mis ánimos estaban conectados.

Extrañamente, me sentía más animada que antes; a pesar de que no me sentía feliz, tampoco me sentía extremadamente triste, sólo un poco decaída. No sabía muy bien por qué estaba más contenta que antes, pero suponía que estar con Rick me había animado, aunque no le hubiese dicho nada de lo que le quería contar, salvo, claro, el hecho de que quería que entrase en Palacio y que durmiese conmigo.

Profundicé en su boca cuando se acercó más a mí, y subí los brazos hasta rodearle el cuello, presionándolo hacia delante, como si quisiese que se juntase más conmigo.

Hice un ligero sonido gutural, algo nasal, atrayéndola algo más hacia mí. Había sido un chico delicado, amable y comprensivo y ahora llegaba mi recompensa. Hacía ya bastante que lo habíamos hecho por primera vez y la chica venía a buscar más placer. Lo comprendía.

Con suavidad, metí una mano bajo su camiseta, ascendiendo por su vientre en busca de sus pechos. Cuando uno vivía en la calle no debía despreciar el calor cuando se le ofrecía.
Mientras tanto, la besaba, apenas parando para respirar escasos instantes.

Cuando noté su mano ascendiendo por mi piel, noté un cierto cosquilleo en el estómago. Mis manos, que hasta entonces habían permanecido en su pelo, comenzaron un descenso por su ancha espalda, acariciándola con suavidad mientras avanzaba. Me sentía algo nerviosa, pero mucho menos que la última vez, a pesar de que ahora estábamos en un lugar mucho más público que la enfermería.

—Quítatela... —murmuré, a escasos centímetros de él, antes de volver a juntar mis labios con los suyos.

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Haciendo caso a sus palabras, me quité la mojada camiseta. Me acerqué a ella para besarla de nuevo cuando algo en mi nariz me detuvo. Eché la cabeza ligeramente hacia atrás, mirando hacia el cielo, y entreabriendo los labios a la vez que entrecerraba los ojos.

-Ah...

El estornudo fue potente. Traté de mirar a la derecha para no escupirle, aunque no sé si se salvó del todo. Luego sorbí con la nariz, ligeramente.
Me disculpé con la mirada, alzando las cejas. Era lo que yo conocía como mirada de cachorrito.

-La lluvia... -dije, como pidiendo perdón.

Al escuchar el estornudo, cerré los ojos con fuerza, sorprendida por el ruido. Luego, sin darme cuenta y todavía con los ojos cerrados, empecé a reír sonoramente. Abrí los ojos y miré a Rick, todavía entre risas. No sabía muy bien por qué, pero me había hecho gracia la situación.

—¡Mithos! —exclamé sonriente. Luego volví a besarle, con suavidad, y después, al separarme, le propuse que entrasemos dentro. Él asintió, se puso la camiseta, y ambos abandonamos los jardines.

*se van*

Zacharyas salió un rato a tomar el aire. Había comenzado a oscurecer y esa luz le era agradable, por escasa. Sus pasos lo llevaron al jardín, pues estaba cerca de palacio y no le era un sitio del todo desagradable. Aunque al estar allí recordó el suceso de Rick y Stalon y se sintió un poco incómodo. Quizás no había sido tan buena idea. Aunque desde entonces hasta las mazmorras le traían recuerdos extraños.

Tenía que quitarse aquello de la cabeza. Unas violetas lo distrajeron un rato. Su vida se había visto perturbada y tenía que volver a la normalidad. Seguramente el no encontrarse ni con Dehnel ni con Stalon en un tiempo le vendría bien.

*pasea*

Al pasar corriendo por el jardín lo vi. Bendije mi suerte. Había creído que tendría que entrar en palacio a buscarlo, pero parecía que Mithos estaba de mi parte. Choqué mis puños, uno contra el otro, y corrí hacia él hasta alcanzarlo. Antes de que pudiese saludarme, retrocedí el brazo y lo disparé hacia su cara, plantándoselo en su mejilla y notando cómo su carne se hundía y mis nudillos alcanzaban a tocar su hueso.

-¡¡CABRÓN!! ¡¡NO VUELVAS A TOCARLA!!

Propiné otro puñetazo en su estómago. No pensaba darle tregua. Merecía todo aquello.