Jardines (2)

Lyam se volvió a escuchar una voz desconocida. Al hacerlo, se encontró con una flamma, mayor, a la que no recordaba haber visto antes.

—Hola —dijo, seco. Al notar las uñas de la mujer sobre su hombro, frunció el ceño, bajando un instante la vista a los dedos de la mujer. Se apartó, echándose hacia un lado. Volvió a mirarla.

—Lyam —respondió—. ¿Y tú eres...?

No solo no la había visto nunca, sino que no recordaba que alguien le hubiese hablado de una señora semejante antes. Se preguntó quién sería. Tal vez, pensó, se trataba de una nueva guerrera, una ya mayor, como aquella mujer, Adela.

-Líder, dueña y señora de todo flamma aquí presente.- Alardeó, con diversión. - Lyam, Lyam, Lyam... he escuchado ese nombre antes... Sí, asociado a palabras como "traición", "problemas", "policía" y "quemaduras". Sí, sí. Algo he escuchado.- Se hizo la tonta, fingiendo saber menos de lo que realmente conocía. Sin embargo no quería abrumar al muchacho con su conocimiento sobre él, por lo que lo dejaría estar.
- ¿Sabes Lyam? Eres bastante conocido en las altas esferas de este lugar. Ser el centro de atención puede ser agradable a veces, aunque otras te convierta en diana de problemas. Dime, ¿algo nuevo que quieras contarnos a los Siete? Ya sabes... temas de confianza, y esas cosas... No nos gustaría tener que acusarte de temas turbios.- Canturreó.

-Si no quieres tener más problemas de los que ya has tenido... te aconsejo que elijas un bando de una buena vez... ¿ahá?- Asintió, observándole con el cuello muy estirado.

Así que aquel era el famoso... Lyam.

Lyam alzó las cejas, sorprendido, al escuchar los cargos que la mujer decía ostentar. Aquella mujer debía ser, pensó, Flavia, la genio que había instaurado aquellas deficientes jornadas de entrenamiento, donde el azar, porque él se negaba a creer en polladas como el destino, te reunía con las chicas que impartían las leccionas.

Aquella sorpresa, no obstante, no tardó demasiado en transformarse en un débil malestar, en una pequeña molestia que fue creciendo conforme la mujer hablaba. Lyam frunció el ceño, con la mirada fija en la mujer, y cuando habló, hizo un gran esfuerzo para no mostrarse excesivamente borde. Aquella mujer, por molesta que fuese, no dejaba de ser una líder, y él, de momento, no quería acabar en las mazmorras.

—Ha escuchado bastante, ¿no, señora? —dijo. Se puso en pie—. No tengo absolutamente nada que contar. Si lo que buscaba es, yo qué sé, —miró a un lado, encogiéndose de hombros—, que le contase algo más de lo que ya sabe, entonces lamento decirle que no va a obtener nada, y que, si no le molesta, me deje tranquilo.

Permaneció un segundo en silencio. Luego le mostró la espada, enfundada, que Fera le había dado.

—Y si tanto sabe, como parece saber, debería, yo qué sé, haberse enterado de que ayer mismo la líder chrysos me dio un arma. Si eso no le demuestra nada, entonces no es mi problema.

-Cuida tu lengua, muchachito.- Comentó sin más. - Esa Fera... es una mujer desviada de los buenos caminos. Ojalá su prima regresase pronto. La joven Jillian... siempre fue una buena niña.- Comentó recordando sus prontas apariciones en público, gustando de su forma de hablar y carisma. Un portento de jovencita.

-Supongo que, si Doña Fera lo ha visto conveniente, yo no tengo nada más que objetar. Aunque debes saber que castigué duramente con mis palabras al aether Heylel y que, lógicamente, tú debías ser amonestado con mi presencia también. No me guardes rencor, joven Lyam. Simplemente soy yo la que se encarga de las malas nuevas. - Mas que nada porque ningún otro líder parecía interesado en... nada.

-Si eres tan amable... estás interrumpiendo mi paseo.- Le espetó, ligera pero muy directamente, instando a que se moviera y la dejase disfrutar a ella del jardín en soledad.

Alzó una ceja.

Soltó una risa, mordaz, mirando de reojo a la mujer. ¿Qué coño le importaba a él que esa mujer hubiese castigado a Heylel? Que él recordase, él nunca había dejado que ningún compañero se fuese directo a la boca del lobo. Tampoco recordaba haber ayudado a que un tío le rompiese las costillas a nadie.

—Pero qué dice —gruñó—. ¿De qué malas nuevas habla? Francamente, señora, no se me ocurre ningún motivo por el que ahora, a fecha de hoy, tenga algún motivo para molestarme. —La miró—. Escoge bando, escoge bando. Que yo recuerde, en todos los ataques que Brontë ha sufrido yo siempre estaba ayudando. Con las bestias, los mercenarios, los bichos de la última vez. ¡Incluso participé en la reconstrucción!

Dio un paso hacia ella.

—¿Acaso eso no es una prueba suficiente de en qué bando estoy? ¿Acaso hay algo reprochable en lo que he hecho a lo largo de este año? Porque, francamente, a mí, ahora mismo, no se me ocurre nada.

Cruzó los brazos.

—Y la que molesta es usted. —Estiró los brazos, señalando a ambos lados—. Mire cuánto jardín tiene. No me diga ahora que le interrumpo su paseo, porque, primero, tiene espacio más que de sobra, y segundo, yo no he sido el que se ha acercado a hablar.

A cada palabra del chrysos, la ofensa en Flavia aumentaba. - ¡Ooogh, tremendas groserías! - Dijo alzando las manos de forma airada al cielo. -¡Te atreviste a hablarme de esa forma!- Comento, casi furiosa.
Apretó los labios y ensanchó las fosas nasales, respirando con fuerza.- Informaré de tales afrentas al resto de líderes. Habrase visto... ¡Maleducado!


Dicho esto, huyó rápidamente, envuelta en fuego.


*se va*

FdR-

Spoiler:

El chrysos volvió a reírse escuchar la respuesta de la líder. Se preguntaba qué demonios tenía pensado contarle a los líderes, de qué increíbles afrentas pensaba informar. Ni tan siquiera había sido tan grosero, y todo lo que había dicho era cierto: había estado colaborando con Brontë. Que aquella mujer tuviese algún tipo de problema para poder verlo, apreciarlo, era, se repetía, culpa suya, no de él.

Cuando la mujer se desvaneció envuelta el fuego, Lyam volvió a reírse. Menuda forma de marcharse, sin responder a ninguno de sus comentarios, sino que, simplemente, se había limitado a llamarle grosero y maleducado. Probablemente, pensó, no se le hubiese ocurrido nada con lo que rebatir sus palabras.

El chrysos gruñó. Luego, de mal humor, volvió al interior de Palacio.

*se va*

fdr. rollercoaster lyam

No lo aguanto. Demasiada tensión, demasiado agobio. Parece que todos los habitantes del palacio hayan dado señales de vida de pronto, y todos a la vez. No hay manera de escapar a la situación, y Vilo, confuso entre la excitación por el gran tumulto y el aire tenso, no es capaz de estarse quieto. Sé que estorba a la gente, y yo también me siento torpe e innecesaria. O, más bien, no sé cómo dejar de serlo.

Por eso me he escapado. Es mejor que estar curioseando, a mi parecer. Al menos, aquí no hay todo ese jaleo. Si encuentro la forma de ser de ayuda, volveré dentro, pero dudo que haya alguna forma. Dos personas han muerto y los líderes se están encargando del asunto. No hay nada más que hacer que esperar instrucciones.

¿Instrucciones de qué? ¿Qué saldrá de todo esto? ¿De verdad está bien que me quede aquí? Ya lo he pensado antes, y esto me trae de nuevo aquellas dudas. Sería mejor si me fuera. Sería más seguro. Estoy convencida.

Pero, de alguna forma, empieza a hacerse difícil el salir de Brontë. Es como si me estuviera fundiendo con esto. Algo me insta a quedarme donde estoy. Y, mientras le doy vueltas, trato de tranquilizar a Vilo. Al menos, que él duerma esta noche.

*Se queda*

El pecho me dolía, y los pulmones, que ardían como el más profundo desierto de Ignis. Y de verdad creía haber visto algo desde el interior, pero aún viéndola allí, no acababa de creerme que fuese cierto. Los jadeos..., ni los escuchaba. Solo contemplaba aquella silueta, paralizado de pronto, sintiendo cómo el cansancio venía a mí de golpe, y cómo aquel nudo de la garganta no se daba deshecho.

Porque una era flamma, pero no era ella.

-Lea... -llamé, y la voz se me quebró un poco al hacerlo. Sentía los ojos húmedos, pero no acababa de llorar.

Me acerqué a ella, torpe, y cada paso parecía un abismo, y no era capaz de alcanzarla, pero estaba allí, viva. De verdad lo estaba...
Mithos.

Parece que es imposible encontrar soledad. Ni siquiera puedo molestarme por ello en este momento. Tengo demasiadas ideas agolpadas en la cabeza para atender una más. Me vuelvo hacia él, mirándolo, pero no tengo más reacciones. Ni siquiera me molesto en exponer una de mis máscaras, la que sea. Simplemente estoy quieta y en silencio, con gesto serio. Ojalá por dentro tuviera tanta calma como por fuera.

Vilo duda un instante, pero acaba por escurrirse de mi lado e ir hacia él. Tampoco me veo en situación de impedir eso. Resulta tan indiferente en un momento así... Así que dejo que se acerque, que lo reconozca y llame, ya que él, pese a todo, parece ser el que más ánimo tiene.

Yo, al final, acabo por esbozar una mueca. Pretendía ser una sonrisa, pero creo que me ha salido un poco extraña.

-Hola -murmuro apenas.

Su respuesta, aunque baja, me dio fuerza para continuar. El cachorro no importaba en aquel momento. La alcancé a ella, rodeándola, atrayéndola hacia el pecho, con la vista clavada en algún punto del horizonte, como si no creyese que estaba allí.
Una tensión extraña me abandonó de repente. Y antes de poder evitarlo, mi cuerpo temblaba. Sentía el rostro húmedo, pero los ojos secos.

-Eran una piscis y una flamma, me dijeron... -murmuré, muy bajo, sin soltarla-. Y una flamma...

Ni siquiera lloraba. Sí caían lágrimas, sí sentía la voz rota, pero no lloraba. Solo sentía cómo la tensión se despejaba poco a poco, cómo el agobio iba cesando, porque ella estaba allí.
Ya ni sentía el cansancio, pero a la vez el cuerpo pesaba enormemente.

Ni siquiera me muevo del sitio. No reacciono. Ni a Vilo, ni tampoco a Rick. El pequeño va detrás de él, observa, trata de formar parte de algo. Llega a soltar una especie de gañido lastimero, intentando conseguir atención.

Me sorprendo a mí misma carraspeando. Tengo la garganta seca. Me siento rara.

-Creía que esto no pasaba a menudo -murmuro, en el mismo tono de antes.

Parpadeo al sentirlo temblar. Me siento como si estuviera fuera de mi cuerpo. Como si estuviera soñando. Creo que es el exceso de confusión y emociones. El cansancio, quizás. Me siento algo perdida.

De forma mecánica, y como si yo misma no tuviera el control de mi cuerpo, descubro que he extendido los brazos hacia él, correspondiendo. No, no exactamente. Más bien paso a ser yo la que lo abraza. No entiendo muy bien por qué. Parece un niño pequeño ahora mismo, y no es la clase de situaciones en las que tienda a reaccionar.

-No sé quiénes son -susurré, y mi voz me sonó demasiado alta-. No sé ni si las conozco.

Sus palabras..., no sabía qué responder a ellas. ¡¿Con qué entereza hacerlo si apenas me tenía en pie después de aquello?! Apenas sentía mi cuerpo, pero sí el suyo, de alguna forma extraña. Era como si ella, que solía parecer más frágil y pequeña, cargase con mi peso y me mantuviese en pie.

-No solía hacerlo -menciono, en respuesta, sintiendo la voz algo más entera, aunque todavía algo frágil.

No era ella. El egoísmo se apoderó de mí de pronto, innoble, al escuchar sus palabras. Porque no era ella, y entonces me bastaba, por cruel que fuese aquello. Porque si no era ella, entonces me bastaba. Ya podía ser yo mismo. No me importaba.

-Te quiero -me oí decir, y el tono no fue demasiado entusiasta, ni nada similar. Tampoco sentí cosquilleo alguno, pero necesitaba que lo supiese porque en aquel momento estaba asustado y no podía soportar el poder desaparecer o perderla sin haberlo dicho alguna vez en voz alta-. Tampoco yo lo sé -dije luego, como si nunca hubiese dicho nada más, apartándome ínfimamente para mirarla-. Ni por qué. Ni cómo. Nada.

Nada.
No era un héroe. Los héroes siempre estaban donde hacía falta.

Me mantengo en silencio. Con el paso del tiempo, me siento cada vez más ajena al asunto. Supongo que es el hecho de haber salido de la zona concurrida. No puedo evitar pensar que no conozco a las víctimas, que no me siento relacionada. Ni siquiera en peligro. Y eso, precisamente, es lo más peligroso, porque es posible que el responsable no haya considerado su trabajo por finalizado.

Tengo el impulso de finalizar el abrazo, pero el estado de Rick me insta a aguantar un poco más. Me encojo de hombros, sin responder. No hay nada que responder, en realidad. Tan solo nos queda esperar, no sé si respuestas o instrucciones. ¿Se supone que hay algo que debamos hacer respecto a este caso?

Poco a poco, el cansancio me hace apoyarme contra él, aunque mi postura no cambia. Dudo un momento.

-Tienes que enseñarme a luchar -declaro, al cabo.

Su comentario me hizo abrir un poco más los ojos, como si despertase de un latergo. La miré, con un breve silencio, y luego asentí, lento, y un poco más rápido y seguro la segunda vez.

-Caro. Cuando quieras -acepté, manso, asintiendo de nuevo, casi para mí, algo apagado pero más entero.

Me pasé la mano por la cara. Había rastro de lágrimas, aunque no sentía haber llorado.
Quizás aquello fuese lo mejor. Podría protegerla si la ayudaba a protegerse. Y velaría por ella de todos modos. Como fuese. Lucharía para ella. Porque no quería volver a pasar por aquello en ningún momento.

Me sentía más relajado, cansado, pesado. Busqué a Vilo con la mirada un momento, aunque me costaba concentrarme en él aún viéndolo.
Dejé ir un suspiro, que pareció relajar mi cuerpo de golpe.

Asiento. Y, después, se hace el silencio. No sé si ha entendido lo que quiero decir. Recuerdo cuando, después de trabajar, entrenaba cada día con la espada. Siempre bajo alguna supervisión. Porque, por lo visto, no se me da bien imponerme el entrenamiento. No me gusta decirlo, pero necesito ayuda.

Lo miro un momento.

-¿Estás bien?

Sigo sintiéndome como si no formara parte de la escena. Soy una espectadora. Nada más. Soy una espectadora cuando me vuelvo a localizar a Vilo, que se ha tumbado a mis pies. Soy una espectadora cuando un escalofrío me recorre, y también cuando conjuro un batzall para paliar los efectos de la noche. Incluso soy una espectadora cuando busco a Rick, apenas un momento, como si así me asegurara de que sigue ahí. Como si no sintiera su peso sobre mí.

Es extraño.

La sonrisa que se me dibujó en los labios no era muy lograda, pero surgió sola, sin que yo la forzase. Asentí a su pregunta, poco convencido, con aquella extraña y tensa sonrisa en los labios.

-Claro -repetí, monótono, asintiendo, notando la boca algo seca, como los ojos.

No fue hasta que me rozó con los labios que volví un poco en mí, mirándola, como si volviese a despertar de nuevo. Casi parecía haber olvidado que estaba allí.
La atraje un momento, en un abrazo más breve, más superficial, y luego la solté, dejando que los brazos resbalasen con suavidad a los lados de su cuerpo.

-Me siento algo bloqueado -confesé-. No suele ser así... Siempre encuentro fuerza para gritar lo mucho que buscaré justicia, pero ahora mismo me siento fatal porque el alivio que siento es inmenso. Realmente creo que deseo, como siempre, luchar por solucionarlo, pero ahora mismo no encuentro la fuerza para hacerlo...

Me miré las manos un instante, como si esperase ver la respuesta en ellas. La sonrisa era algo triste, cansada.

Acabo por soltarlo cuando así me lo permite. Me agacho y, haciendo un esfuerzo, alzo a Vilo, acomodándolo en mi regazo. Se ha vuelto enorme enseguida. Dentro de poco, tendrá que cogerme él a mí, a este ritmo. Le doy un beso en la garganta y, tras mirar un momento arriba, me vuelvo hacia Rick.

-Es tarde -indico, como si se lo estuviera explicando-. Creo que mañana será todo más sencillo. No es que este tema sea sencillo ni vaya a serlo nunca, pero al menos tendremos una idea de cómo reaccionar a todo. Quizá hasta una explicación con respecto a la situación. No puedo evitar pensar que tal vez sigamos amenazados.

No sé por qué de pronto tengo tanto que decir. Probablemente se trate también del cansancio. Vuelvo la vista al frente un momento, y de nuevo a Rick. Despego los labios para hablar, pero los cierro de nuevo. Finalmente, vuelvo a empezar.

-Me gustaría dormir acompañada esta noche -declaro-. Solo dormir -. Hago una pausa, pensativa-. Aunque sea con... este... el... niño -. Sacudo la cabeza-. ¿O ya no está contigo?

Sus palabras me hicieron asentir. Aquella hora no era un buen momento para darle vueltas a las cosas. Mi padre siempre había dicho que si no se podía resolver un asunto, lo mejor era apartarlo hasta más tarde, y estaba en lo cierto. Al menos en aquel instante. Pensar en ello solo lo haría difícil.

-Estoy seguro de ello. Mañana dirán algo -coincidí, con un asentimiento.

Era lo propio. Dejar aquello sin respuesta no era una opción. No en momentos como aquel. No podían. Porque nadie lo aceptaría.

Su petición me sorprendió un poco, y la miré, asintiendo enseguida, con aire confuso, sin sonreír por aquello, aunque notando una sensación cálida dentro, extraña, que me relajaba en parte.

-¿Lyo? -. Asentí, de nuevo, suavemente-. Sigue conmigo, pero no esta noche. Se lo dejé al servicio antes de salir.

Si la tenía conmigo dormiría mejor, sin duda. No temería por ella. Me sentiría más tranquilo, más arropado.

El cansancio se notaba mucho más que de costumbre. Caminé a su lado hacia el palacio. Hablar se hacía algo difícil, y el ambiente del lugar era tenso, pero, pese a todo, me sentía tan relajado que difícilmente lograba preocuparme tanto como, en mi interior sabía que haría al día siguiente.

*se van*

Después de la conversación con Jun, la aether había empezado a moverse más por Palacio, abandonando la habitación con más asiduidad y durante periodos de tiempo más largos. Lentamente, Lluvia volvía a las rutinas que había cogido después de su última misión: había tocado el piano un par de veces ya, e incluso se había acercado a la sala de entrenamiento una vez, aunque no había hecho demasiado: todavía seguía pensando si había escuchado la llamada porque su destino era convertirse en una guerrera, o si podía ayudar a Brontë de otra forma, una que aún desconocía. A veces pensaba que a lo mejor podía ayudar como curandera; otras, que tal vez la hubiesen llamado porque sabía muchas cosas y conocía muchos sitios. Pero siempre acababa rechazando ambas ideas, al cabo de unos segundos, por considerarlas absurdas: a ella le daba grima la sangre, las heridas, las vísceras, y no podía ver a alguien enfermo sin sentir una fuerte aflicción, y en Palacio había, seguro, gente mucho más sabia que ella. Lluvia suspiró; todavía no sabía qué hacía ahí, pero al menos ahora pensaba descubrirlo, aunque fuese dando pasos hacia adelante y hacia atrás, auqnue fuese a trompicones.

Con pasos lentos, salió a los jardines; no había salido de Palacio desde su conversación con la caeruleus Norbiath. Lluvia alzó la vista un segundo al cielo, limpio, y tras curvar un poco los labios, comenzó a pasear.

*se queda*

Caminaba relajado por los jardines, descansando después del entrenamiento de la tarde, tras haber dejado a Telma en los establos. Estaba un poco serio, tenía motivos, aunque al ver a la joven Lluvia se me escapó una sonrisa, y troté un poco hasta ella para saludarla.

-Buenas tardes -saludé, haciendo una pequeña reverencia al llegar a su altura, llevándome una mano al vientre y doblándome así-. Hacía ya tiempo que no te veía. ¿Aprovechas los días sin lluvia como hoy? -pregunté.

Lluvia sin lluvia... Mithos, no sabía si aquello habría sido un chiste o si se lo tomaría como una burla, ¡pero juraba que había sido pura casualidad!

Al fijarme bien, pude ver que algo no cuadraba con mis recuerdos, pero a aquello sí que no dije nada.

Lluvia se detuvo al escuchar una voz que le sonaba vagamente familiar, pero que no lograba encajar, y observó al hombre que se acercaba a ella, curiosa. Recordaba haberlo visto antes, hacía mucho, pero no pudo, ni aún cuando el flamma estuvo a su lado, acordarse de su nombre, ni de dónde se habían visto, ni de cuántas veces se habían visto.

—Hola... —murmuró, alzando la vista hacia el rostro del flamma. Ladeó la cabeza hacia la derecha; frunció un poco el ceño. Parpadeó. No, definitivamente, no recordaba su nombre—. Lo... Lo siento, señor, pero no recuerdo su nombre —admitió, bajando un poco la vista, avergonzada. Aquel hombre debía ser un poderoso guerrero, y ella no lo recordaba. Se sentía un poco tonta.

La pregunta de la joven Lluvia hizo que mi sonrisa se hiciese más pequeña. Desde luego, no esperaba que siguiese considerándome su maestro, o algo semejante, pero había creído que el nombre, por lo menos, lo recordaría. Aunque quizás había sufrido experiencias dolorosas y, como en algunos libros, había olvidado cosas importantes de su pasado. Aquello era, desde luego, muy triste.

-Oh, no te preocupes -aseguré etonces, negando con una sonrisa suave-. Me presentaré cuantas veces haga falta. Soy Rick Dehnel, un placer -. Y repetí la reverencia, con gentileza-. Comprendo que hace ya tanto que no nos vemos que quizás no haya estado entre tus principales pensamientos.

Aunque en el fondo sí estaba algo triste por aquello. Podía soportarlo.

Lluvia se llevó una mano a la nuca, azorada, cuando el flamma terminó de hablar. Aquel nombre, ahora que lo escuchaba, le sonaba de forma vaga: seguía sin recordar cuándo y dónde se habían conocido, pero no iba a decirle algo semejante al flamma. Sería una falta de respeto.

—Lo siento... —repitió, alzando la vista para mirarlo. Sonrió un poco—. Intentaré no olvidarme de nuevo.

Ensanchó la sonrisa. El flamma parecía simpático; seguro que le había caído bien cuando lo conoció.

—¿Qué tal está?

Asentí con ganas. Desde luego, no olvidaría a Rick Dehnel dos veces. Confiaba en ella. Era una buena chica. Y un fallo como aquel lo tenía cualquiera. No nos habíamos visto en un tiempo, y existía mucha gente en el mundo mala con los nombres.

Me llevé las manos a la cintura, sacando algo de pecho.

-Pues bien -. Todo lo bien que la situación permitía, pero no quería ponerla triste-. Aprovechando para salir con Telma, mi bismonte. Aunque ya la he dejado en los establos -comenté-. ¿Y tú? Supongo que ahora serás mucho mejor con el arco que la última vez, eh. Tendrás que enseñarme, incluso -comenté, riendo con suavidad.

Pese a todo... Algo estaba mal con aquello.
A la joven Lluvia le faltaba un ala.
Aquello era terrible. ¿Quién habría hecho daño a una niña como ella...?