Jardines (2)

Parecía, pensó Zacharyas, que la oscuridad había servido contra aquella joven, pues trató de zafarse enseguida de la situación en la  que se encontraba. Escuchó luego formularse un hechizo en un chillido que lo hizo volverse para ver como una negra nube de murciélagos se aproximaba. No le importaba el dolor que pudieran causarle, por lo que simplemente dejaba que se acercasen a su rostro y una vez allí buscaba golpearlos o atraparlos entre sus manos para aplastarlos y romper sus huesos, o sus órganos o, simplemente, estrangularlos. Le gustaba aquella sensación tan física. La muerte más hermosa siempre sería aquella que se daba entre las manos.

Su lucha contra los voladores se vio levemente interrumpida por un pinchazo. Cuando volvió en sí, pues aquellos murciélagos habían distraído su atención y su mente se hallaba ya en un punto mucho más agresivo que el habitual, sintió un nuevo dolor, pero diferente, en su pierna, y descubrió allí una serpiente. Pronto una extraña parálisis se extendió por su pierna, haciéndolo sonreír, fascinado. No podía dejar de imaginar que también él podía paralizar de aquella forma tan sencilla a sus presas.

-Âchnam- susurró con frialdad, apuntando a la cabeza de la serpiente.

Era su prioridad que no paralizase más de sus miembros. Tendría que mantener un ojo puesto en aquel reptil, aunque ello supusiese apartar murciélagos a mordiscos.
También estaba aquella mujer y sus escorpiones, algo más lejos. Era estimulante, pero le resultaba difícil prestar atención a tantos lugares al mismo tiempo.

Sonreí al ver cómo mi tridente atravesaba el detestable mecña, indiferente al ver que el otro esquivaba mi segundo golpe. Fue entonces cuando ambos huyeron hacia la mujer que había saludado educadamente al llegar, la de la túnica, curaba al malherido.

Múltiples cosas estaban ocurriendo a mi al rededor. Sin embargo, no hacía caso a los chillidos, alaridos, voces y movimientos que mis compañeros -o rivales- producían. Le eché un corto vistazo a mi mano... ¡repugnantes criaturas! Sentía dolor, pero no era nada comparado al odio que se me había atragantado. Fue entonces cuando sentí sus manos presionando mis mejillas, oí su voz que intentaba corromper mi sonrisa y sentí cómo preparaba su pierna para lanzarme un rodillazo. Sonreí.

-Pervatia - susurré esperando que la muralla que brotaba del suelo en el espacio que había entre las dos arrastrase consigo el brazo de la mujer, y de paso, recibiese el rodillazo.

Retrocedería entonces varios pasos hacia atrás, y me taparía la boca con la mano, quedándome completamente silenciosa: sin ruidos.

Felhlo asintió ante las palabras de Massen y se volvió visible de nuevo, con los ojos llorosos. Se levantó y, con lágrimas en los ojos, alzó su pierna derecha con el fin de darle en un costado a la piscis. Luego, su izquierda se dirigió a su cara, precisa. Sus gimoteos y lagrimones podían oírse y verse a bastante distancia, Sin embargo, no cesó de atacar físicamente a la piscis rival. 

Gerald consiguió mantener a los murciélagos (los cuales ya iban quedando menos) y escorpiones con la luz que emitía y poco a poco su hechizo iba perdiendo consistencia, por lo que su visión se iba recuperando. -No pasa nada, cielo -respondió Tuli a su saludo, cesando de tocar por unos instantes. - Luego te veo- dijo continuando con su melodía.

Ratán recibió el fuerte hechizo y salió despedida unos metros hacia atrás, inconsciente y algo turbada. Tuli, sorprendida, corrió hacia él y lo curó con su magia. 
Los chicos estaban en gran desventaja frente a enemigos con capacidades curativas, pero Tuli creía que lo estaban haciendo muy bien. Aquello parecía un verdadero campo de batalla y estaba orgullosa, por lo que la Cuarta decidió probar el plan B.
Extendió sus manos hacia los escorpiones para hacerlos desaparecer y que estos volviesen a su bolsa. Le apetecía algo más físico, por lo que sacó de su bolso un par de zapatos de tacón con una cuchilla en el mismo para dirigirse a Zacharyas para soltarle una patada lateral. Zacharyas sintió cómo el filo del tacón le cortaba el abdomen de una forma no muy profunda. -Tocado- dijo Tuli, con una enorme sonrisa. -A la próxima te hundo- aclaró, preparando de nuevo una patada. 

En cuanto a Eld, de nuevo su falta de vista le jugó una mala pasada, pero su finísimo oído alcanzó a oír el hechizo de la parvus, por lo que se imaginó que un muro andaría cerca. No se equivocó, pues el pervatia empujó su mano hacia arriba y su rodilla chocó contra la pared. Sin embargo, esta había perdido velocidad  y el golpe no fue muy fuerte. -Es buena...- susurró. 

Decidió entonces volverse una sombra y hundirse en el suelo. Desde ahí podía escuchar los pasos de todos. La sombra se estiró sin problemas y pudo agarrar la pierna derecha de Elektra y la derecha de Gerald sacando su mano del suelo y tirando extremadamente fuerte de ambos guerreros, de modo que ambos cayeron con fuerza al suelo, golpeándose dolorosamente. 

Eld volvió a surgir del suelo para dejar de ser una sombra y puso su tacón encima de Gerald. -¡Ja!- dijo con rabia. Y entonces un poderoso Âchnam golpeó el pecho del hombre.

Como había planeado, el muro de piedra que se había erguido al conjurar el pervatia consiguió apartar su brazo, que me estaba sujetando tan hostilmente, y oí cómo posteriormente lo golpeaba con la rodilla. Mi sonrisa se destensó ligeramente, estaba satisfecha con lo que había conseguido, pero seguía desconociendo las razones por las cuales la caeruleus me estaba atacando.

Retrocedí varios pasos hacia atrás, cuando de repente algo se aferró a mi pierna y, tras haber sentido un fuerte empujón, noté cómo me caía al suelo bruscamente junto al chico rubio que también estaba combatiendo. Vi cómo se caía y me sentí afortunada de medir cincuenta centímetros menos. ¿Qué era esa mujer? ¿Qué clase de cosas podía hacer? Cerré los ojos con fuerza por un momento, no podía dejar que la ira me controlase. Sonreí.

Alcé entonces la cabeza. Tenía el pie encima del hombre y, poco después, lanzó un hechizo hacia su dirección. No podía permitirme ser la siguiente. Me levanté del suelo lo más rápido que pude. No podía ver, por lo que lo más probable es que se guiase por los sonidos, o quizás un hechizo avanzado. Agarré a Jaogín con fuerza y la miré; no estaba muy lejos de mí. Sonreí con fuerza. Eché los brazos hacia atrás, tragué aire y, con todas las fuerzas que me alcanzaban, lancé mi tridente apuntando hacia la caeruleus, que se encontraba lo bastante cerca como para acertar seguro. Por razones de seguridad, consideré que era mejor protegerse.

- Pervatia -conjuré, haciendo aparecer un muro a su derecha, dirección hacia la cual me dirigí corriendo para colocarme a su lado, pero al otro lado del muro.

Mi intención era jugar con el ruido, con un poco de suerte, ella no estaría acostumbrada a esa clase de juegos. Sonreí. Ya me había olvidado del dolor.

Zacharyas vio como su hechizo surtía efecto con la serpiente y sonrió para sí con satisfacción. Luego, sin embargo, pensó que hubiese preferido que las tripas se desparramasen, pero antes de que tuviese tiempo a acercarse para rematarla su dueña, o eso pensó el caeruleus, lo atacó con sus extraños zapatos. Debido a su buena visión en la oscuridad no tuvo problema en verla venir, aunque su pierna paralizada le impidió evitar por completo el golpe.
Zacharyas sintió el filo de aquel tacón rasgando la piel de su vientre y exhaló un leve quejido que parecía más de placer que de dolor. Esbozó una sonrisa. Aquella sensación lo reconfortaba.

-Garves -murmuró veloz, contento, dirigiendo esta vez el hechizo a la flamma de la serpiente.

Zacharyas pensaba mientras conjuraba aquel hechizo que no entendía cómo sería estar sumido en la oscuridad en medio de un combate. Luego, sin embargo, sin perder tiempo, retrocedió como pudo apuntando a la cara de la mujer y conjurando un nuevo âchnam, apenado por no poder moverse con la suficiente libertad para poder traspasarla con su espadín y sentir su sangre brotar y deslizarse por el arma hasta sus manos, cálida y pegajosa.

No tuve muy claro si Felhlo llegó a responderme, pero el caso fue que, pese a que había intentado ocultarme en mi niebla, se volvió a aparecer al cabo de un momento ante mí, propinándome una fuerte patada en el costado. Exhalé aire junto con algo de voz, sorprendida por el golpe, y sentí que se me encogía el estómago. Lo que me preguntaba era si aquella sensación se debía al ataque en sí o a percibir los sollozos desesperados de mi atacante.

El mismo golpe me hizo reaccionar para interponer mi brazo ante el segundo, dirigido a mi cara, al tiempo que retrocedía un poco, con intención de evitarlo. Con la otra mano, y aún muy cerca de ella, invoqué un aquaerum a la altura de su vientre, imprimiéndole buena potencia. Con un poco de suerte, serviría para darme unos segundos de respiro y alejarme un poco de sus golpes. Tras el hechizo, me preparé para retroceder y alejarme de sus certeras patadas.

-Felhlo, yo no quiero que nos hagamos daño, pero no me lo pones fácil. No llores... -pedí entre jadeos. Si algo me ponía nerviosa de todo aquello era su actitud apocada y triste. ¿De qué servía luchar así si no era lo que querías hacer?

Tuli frunce el ceño. -Vamos no me jodas... Eres igual de pesadito que Eld con los garves...- habló, llevándose una mano a la nuca, completamente cegada, pero sin borrar su sonrisa de la cara. Silbó para que su serpiente tomase el relevo. 
Esta, entre las sombras, se propulsó a una velocidad pasmosa para dar un tremendo salto y lanzarse hacia el cuello del caeruleus, enroscándose con una fuerza terrible, mientras sus colmillos le cercenaban la yugular. 
Si el reptil no cesaba pronto, su vida corría grave peligro.

Las chicas piscis seguían enredadas en su particular pelea. Felhlo intentaba, por su parte, seguir el ejemplo de las cuatro restantes, pero su labio inferior mordido y sus mejillas empapadas de lágrimas denotaban lo mal que lo estaba pasando. -¡Cá-cállate! -chilló, ya desesperada, llena de heridas (al igual que Massen) debido a  la batalla que habían mantenido. Sacó de su pierna su enorme punzón de firme cristal y cerró muy fuerte los ojos mientras chillaba una y otra vez. -¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón!
El abdomen de Massen fue atravesado de un lado a otro bajo los repetitivos chillidos de la muchacha enemiga. -¡Perdón! ¡Perdón! -lloró más fuerte si cabe al fijarse que por la espalda de Massen surgía el punzón que hasta hora había sido blanco, rojo como el fuego.

Con Gerald fuera de combate, Eld tomó un par de segundos para respirar, algo más aliviada, sin saber que un enorme tridente volaba hacia su espalda. 

Sin embargo este nunca llegó a clavarse en la ciega, pues una recia y escamosísima mano paró en el aire el tridente. Cogió aire y bramó, haciendo retumbar los cimientos de palacio. -¡¿QUÉ ESTÁ OCURRIENDO AQUÍ?! ¿POR QUÉ ESTÁIS FUERA DE VUESTROS PUESTOS? -La voz de Vatra se superpuso ante cualquier ruido e incluso Ratán dejó libre a Zacharyas, ocultándose de la Primera con pavor. 

Vatra ardía en llamas. Sus ojos eran fuego, su pelo también, sus senos, sus piernas. Estaba rabiosa. -¡¿QUÉ ES ESTE ESCÁNDALO?!- preguntó, muy seria. 

-Vatra... -Eld se acercó.- Es culpa mía... Yo llamé a Felhlo para que viniese. Había perdido y ellos eran muchos -tragó saliva. Tenía miedo.- Me pareció un buen momento para enmendar su error. 

Una sonora bofetada reventó en la cara de Eld de lado a lado.
Vatra no tenía más que decir. 

Se acercó a Tuli. -¿Y TÚ?
-Bueno bueno...- dijo alzando las palmas hacia ella, entornando los ojos debido a la luz del fuego.- Yo... ejeje... te vas a reír, verás... - Tuli se rascó la nuca y se encogió de hombros.- Venía de beber unas cervezas en el pueblo y... ejeje me encontré con este panorama -negó con la cabeza.- Pensé que podría intervenir y que no pasaría nada -aclaró.
-Eres... coge a Felhlo y lárgate -dijo con asco, mirándola de arriba abajo con desprecio.

Tuli cogió a Felhlo debajo del brazo sin esfuerzo y, antes de desaparecerse, se acercó al atolondrado Gerald y le dio un coscorrón en la frente. -¡Muy bien, machote! -le susurró. Y entonces ambas desaparecieron. 

Vatra vio a la sangrante Massen y a los demás, heridos. -Cúralos -le dijo a Eld, con desprecio. -Informaré a nuestra Señora de semejante desacato a las normas. -Juntó su cabeza a la de la ciega. - Y espero que esta vez te bajen a Tercera...-le escupió con asco, para entonces, desaparecer del todo. 

Eld se quedó sola, con el corazón a mil por hora sin saber muy bien por dónde empezar. -Acercadme a los heridos...-dijo extendiendo las manos boca abajo.

Zacharyas no tuvo tiempo a atacar de nuevo. La serpiente de antes, recuperada, le saltó a la yugular, hundiendo en ella sus colmillos. Al principio forcejeó con ella, pero pronto se dio cuenta, al sentir el cuerpo más débil, de que aquello solo empeoraría la herida. Iba a desenvainar su espadín para atravesarla cuando el reptil lo soltó, dejándolo respirar al fin.
Zacharyas se llevó una mano a la garganta, conteniendo la hemorragia, mientras recuperaba el aliento entre respiraciones entrecortadas. Pudo asistir, pese a todo, a la nueva escena. Una mujer muy alta -más incluso que él- abroncaba a las otras. El caeruleus no tenía ni idea de qué hablaban. Según había entendido, aquello era un entrenamiento, por lo que poco debía importar si alguien participaba o no, aunque comenzó a olerse algo cuando aquella enorme mujer trató a la encapuchada como haría con un inferior y habló de algo de degradarla. De todos modos, se encontraba desorientado por la pérdida de sangre y le costaba prestar atención.

Zacharyas estaba a punto de ir a la enfermería cuando aquella mujer habló de curarlos. Se acercó, pues, a ella, sin dejar de presionar su cuello. La sangre ya había manchado casi por completo su ropa y seguía bullendo cálida a pesar de su mano. El olor dulzón le resultaba de lo más excitante, pero no estaba en situación de pensar en esa clase de cosas.

No tenía claro lo que debía hacer, pero la desorientación, sumada a su mirada que comenzaba a emborronarse, le hizo esperar que bastase con dejar que aquella desconocida lo curase.
Tras aplicar el hechizo sobre su herida, Zacharyas comenzó a sentirse mejor. Cuando la caeruleus hubo terminado se llevó de nuevo la mano a la garganta, pero ya no sangraba.

-Gracias -dijo, esbozando una leve sonrisa, aún cansado por el esfuerzo reciente.

Pese a todo lo sucedido, Zacharyas escudriñó la oscuridad, buscando más gente que necesitase ayuda, y vio entonces a Massen Dew que, arrodillada, parecía incapaz de acercarse. Se acercó a ella y la ayudó a llegar también junto a la caeruleus para que fuese curada.

Una vez todo fue controlado, el caeruleus, todavía excitado por el combate y totalmente ensangrentado, se dirigió a palacio.

*se va*

FdR- Siento sacarlo así u.u

La batalla continuaba, pero se detuvo de pronto. Sentí un dolor extraño, muy agudo, atravesándome como un aguijonazo y abrí mucho los ojos. Pese al repentino dolor que me invadió, la adrenalina me hizo, como gesto reflejo, agarrar la muñeca de Felhlo que sostenía aquello con lo que me había atravesado, impidiéndole retirarlo.

A mis espaldas, sentí un extraño calor acompañado de gritos a los que no presté atención, y una luz anaranjada me iluminó la cara de Felhlo. La miré a los ojos y abrí la boca para hablar, pero en lugar de hacerlo tosí sangre.

-No me pidas perdón -repliqué a la piscis, con voz débil, jadeante y entrecortada, cuando me vi capaz de hablar-. Y no llores por cumplir tu objetivo.

Al detenerse el combate, como parecía evidente que había sucedido, la energía y determinación que me había mantenido pese a los golpes desapareció de sopetón, invadiéndome una extraña debilidad. Empecé a notar cómo los miembros me temblaban y todo se difuminaba. Me costaba tomar aire.

Acabé por soltar a Felhlo, que desapareció en algún momento, aunque no tenía muy claro cuándo. Al soltarla, perdí el apoyo que, sin saberlo, me estaba manteniendo en pie, y me dejé caer de rodillas, agradecida por no tener que soportar tanto el peso de mi cuerpo. Boqueando, traté de mirar alrededor, pero todo me resultaba confuso.

Me llevé una mano al abdomen, sintiendo calor y humedad en los dedos y un recuerdo del pinchazo, como si hubieran vuelto a clavarme el punzón. Traté de coger aire y volví a toser, sintiendo el sabor metálico que volvía a inundarme la boca.

Al cabo de un momento, sentí unos brazos que se acercaban y tiraban de mí para ponerme en pie. Tratando de concentrarme en ellos, me apoyé para levantarme, aunque poco ayudé en el desplazamiento, pues no conseguía mucho más que arrastrarme. Al cabo de un momento, las manos me dejaron de nuevo y me dejé caer otra vez. Las piernas me temblaban demasiado como para levantarme por mí misma.

Iba a posicionarme detrás de la pared de piedra que había conjurado cuando de repente atisbé cómo otra mujer -¿la cuarta?- aparecía y detenía a Jaogín con su mano. Desconocía completamente lo que estaba ocurriendo, pero al ver cómo les echaba la bronca y cómo respondían las demás me di cuenta; no eran nuestras enemigas, o al menos eso parecía.

- Un... entrenamiento -sonreí a la vez que observaba mi brazo derecho, herido.

Tragué saliva. El nudo en mi garganta finalmente se había deshecho. Suspiré varias veces. Miré a la ciega y volví a sonreír. Esperé a que la que parecía llamarse Vatra se desvaneciese para acercarme a recoger a Jaogín con mi brazo derecho, que estaba dolorido. Miré detenidamente mis heridas. Mantuve mi sonrisa, pero tenía que morderme el labio para que no se desvaneciese. Cerré los ojos por un momento, y mi mirada se volcó posteriormente sobre la mujer de la túnica. Me acerqué lentamente hacia ella y le extendí mi brazo, sonriente.

- Ha sido un combate excelente, es un placer combatir contigo - comenté entre risas amistosas que brotaban de mis labios -. ¿Cómo es tu nombre?

Sonreí.

-¡A...apártate! -dijo la mestiza de flamma y caeruleus, empujando a Gerald una vez lo hubo encontrado. No le gustaba llorar... pero lo estaba haciendo... Vaciarse las cuencas de lágrimas era un trabajo arduo, por eso evitaba llorar siempre en la medida de lo posible. 

(FDR:e,e si te sacan los ojos no se si puedes llorar. Pero que me da igual, que mi teoría de cuencas llenas de lágrimas me mola è.é)

El primero se acercó y Eld aplicó un fuerte hechizo curativo por todo él. Sin mediar palabra, completamente hastiada, cansada y, sobre todo, preocupada por lo que le podría pasar. Había hecho muchos sacrificios para obtener su segundo puesto y ahora tenía más miedo que nunca.

La siguiente chica parecía dispuesta a entablar amistad. -Mi nombre es Eld de la Noche Ardiente. La Segunda de mi Señora Flavia Gnaea Seia Herennia Sallustia Severa Magna -dijo con tono monocorde.- Estas son las Primeras Jornadas de Entrenamiento Intensivo -dijo con ganas de acabar pronto. 
Entonces curó sus heridas. 

Se guió por los sutiles gimoteos de la chica que yacía en el suelo. La palpó y sin demorarse mucho, utilizó su poder. Ahora su vida ya estaba fuera de peligro. 
Eld suspiró. -No seas blanda con esa inútil -le escupió, refiriéndose a Felhlo. 
Para Eld, Felhlo no era más que un sujeto de circo del cual su Señora se había encaprichado innecesariamente. La odiaba con bastante intensidad, pues dejaba a las guerreras a un nivel impresentable. 

Aún de rodillas, en el suelo, desde su cabeza hasta sus pies, Eld se fue desapareciendo, volviendo su cuerpo cenizas, como si fuera una estatua de estas y el viento se la llevó. 

*se va*

FDR: No se si Elektra aún anda por ahí, sino doy por hecho que se ha largao. De todas formas, podéis seguir roleando Massen y Elektra si queréis. 

FDR: ya daré color >_<

Suspiré aliviada mientras mi brazo estaba siendo curado. Ni una cicatriz, perfecto. Su nombre era Eld de la Noche Ardiente, un nombre muy... personal -que nunca olvidaría-. Sonreí.

- Gracias, espero poder volver a verte -comenté soltando alguna risilla al acabar.

Me giré desdibujando la sonrisa de mi cara, me dolían las mejillas. Con Jaogín en mi mano, caminé poco a poco hacia la luz del palacio, era hora de descansar.

*Me fui*

Sentada en un banco, daba vueltas a un sobre entre las manos, reflexiva. Suspiré. Trataba de analizar las últimas informaciones que había recibido de Allie. Algunas de las cosas que me había dicho resultaban un tanto alarmantes, pero al mismo tiempo no concretaba nada, y eso me confundía.

Desde luego, parecía que había gente involucrada en aquello para la que un mal uso de las muñecas podía resultar peligroso. Gente que, parecía, no sabía lo que estaba pasando. Y, dado que yo misma no sabía qué estaba pasando, eso me hacía pensar si no estaría yo corriendo el mismo peligro. Si, al negociar con la caeruleus, al involucrar a Alehyss y a sus amigos no estaría poniéndolos en peligro también.

Volví a suspirar. Debía tener cuidado, decía Allie. Pero tampoco me daba información. Y, desde luego, parecía importante que me la diera.

*Se queda*

Me aparezco, silenciosa, a la espalda de la muchacha. La he notado muy perturbada últimamente. Quizás sea momento de una segunda incursión. Además, parece que ya ha hablado con Alehyss. La chrysos no me contó demasiado (tampoco yo pregunté), pero prefiero sacar primero mis propias impresiones y pedir las suyas luego. Todo resulta mucho más conveniente de este modo.

-Buenas noches, Massen -canturreo, rodeando el banco en el que se encuentra para terminar frente a ella-. ¿Cómo te encuentras? Parece que ha refrescado un poco.

El tiempo... Ese tema de conversación tan inútil que tan efectivo me parece en momentos como este. Yo ya he iniciado el contacto, pero ha de ser ella la que hable de lo que importa. Al fin y al cabo, si parece que soy yo la que se lo sonsaca se sentirá presionada, y quiero que considere que todo lo que termine pasando es por lo que ella ha decidido.

Sentí un respingo al oír una voz inesperada y, nerviosa, guardé rápidamente el sobre en un bolsillo. Giré la cabeza como un resorte hacia la caeruleus, que rodeó el banco hasta quedar frente a mí.

No me molesté en levantarme. De todas formas, parecía disfrutar mirándome desde arriba. Pues que se lo pasara bien.

-Buenas noches -respondí a su saludo, con voz un tanto fría-. Estoy bien, gracias. El frío no me molesta. ¿Cómo está usted?

¿A qué venía? No había estado buscándola, ya que no estaba preparada para hablar con ella todavía. Por otra parte, me había asegurado de mantener las muñecas bien guardadas y alejadas de cualquier curioso como ella. ¿Qué quería?

Esbozo una amable sonrisa al escuchar su respuesta y, calmada, decido sentarme, al ver que no se levanta. Me acerco al asiento y, suavemente, estiro elegantemente mi ropa para evitar que se formen pliegues. Me siento a escasa distancia de la piscis, evitando de alguna extraña manera que ni mi cuerpo ni mi ropa la rocen, pero estando a punto de hacerlo en todo momento.

-Es cierto... En Aqua la temperatura es notablemente inferior -comento, mirando al frente sin dejar de sonreír, contemplando los diferentes árboles de los jardines, tan vulgares-. Yo me encuentro maravillosamente también -. Esta vez sí vuelvo mi cabeza hacia ella, remarcando mi tranquila sonrisa-. Gracias por preocuparte.

Mis manos reposan sobre mi regazo, relajadas, una sobre la otra, palpando la suave piel mutua. Nada de mi persona muestra impaciencia, nerviosismo o tensión. La última vez que la vi me tomó por sorpresa, y tuve la desgracia de mostrar, involuntariamente, una reacción inapropiada. Ahora, sin embargo, ya no queda nada de eso.
Simplemente aguardaré lo que haga falta.

Aunque nadie la invitó a hacerlo, la caeruleus acabó por tomar asiento junto a mí. Demasiado junto a mí. En movimientos que podrían considerarse no premeditados, aunque con intención insolente, me recogí sobre mí misma, acomodándome en mi sitio y, al tiempo, alejándome sutilmente de ella.

No respondí a sus palabras, sino que permanecí en silencio. Si quería pensar que preguntaba por preocupación, o hacérmelo creer, pues que fuera feliz creyéndolo. Tampoco era algo que me importara demasiado.

No entendía muy bien qué quería, ya que se quedó callada. En fin, silencio entonces. Porque, por mi parte, no tenía mucho que decir.

La chica está reacia a establecer contacto verbal. Muy típico de su edad, por algún motivo. No puedo evitar verme algo reflejada en ella, en ese aspecto... Esa arrogancia de adolescente es muy común, pero hay algunos más osados que otros. Por mi parte, mientras solo piense y no haga, me resultan indiferentes las ideas que se le pasen por la cabeza. No he llegado a mi posición preocupándome por el qué dirán. Lo que haga cada uno que me afecte, sin embargo, ya se clasifica en otro tipo de asuntos. Asuntos importantes.

Con delicadeza, casi sin hacer ruido al moverme, cruzo la pierna derecha sobre la izquierda, relajando un poco más los hombros y manteniendo mi mirada fija en el frente, tranquila. Mi tiempo no se desperdicia, pero ahora mismo, en este preciso instante, tengo el suficiente como para ser paciente. Una cría no puede quebrar mi paciencia por mucho que pretenda.

Mientras aguardo, vienen a mi mente las palabras dadas ayer por Nagorr, en privado. Voy a necesitar tratar un par de cosas con los míos pronto. Y también con Aren, antes de que Alehyss se desespere demasiado. Y con razón.
Un trato es un trato.

Parecía que, definitivamente, venía solo a incordiar. Aunque no tenía mucho sentido eso de incordiar en silencio. ¿Se sentiría sola? ¿Tan sola como para buscar la compañía de una quinceañera? Era bastante poco probable. Y más teniendo en cuenta mi escaso interés en complacerla siquiera en ese aspecto. Pero mejor darle compañía de aquella forma que irme y que pareciera que estaba huyendo. Yo había llegado primero y allí me pensaba quedar.

Sin mucho que hacer, y sin ganas de hacer nada en su presencia, me dediqué a ignorarla deliberadamente.

Ya que no quería hablar y que no tenía muchos recursos, tomé un mechón de pelo entre mis manos. Me di cuenta entonces de que hacía días que no prestaba atención a mi pelo. Encontré una trenza medio deshecha, que rápidamente desaté y deshice. Mithos, si el pelo era algo a lo que me dedicaba sin siquiera darme cuenta. ¿Tan preocupada estaba que ni tenía tiempo para darme cuenta de que lo había dejado de lado? Pese a todo, el pelo seguía suave, con las habituales ondulaciones consecuencia de estar tanto tiempo entrelazado. Lo peiné un poco y rehice la trenza. Luego tomé otra y repetí el proceso.

La observo en silencio, alternando los ojos entre ella y el paisaje. No puedo ocultar una sonrisa divertida. Su forma de actuar me divierte. Ella me divierte, con sus comportamientos infantiles e innecesarios. Si algún día quiere ser una mujer, deberá aprender a enfrentar los problemas sin estúpidos desvíos.

Sacudo mi regazo y luego me levanto con delicadeza, alisando mi ropa con un movimiento de dedo. Luego, sonriendo con deleite, hago un nuevo movimiento con el índice, y, sin que ella pueda evitarlo, enseguida puede notar cómo, por sí mismo, su cabello se recoloca en su sitio, quedando pulcramente recogido en sus trenzas. Así le ahorro el trabajo y la excusa.

-Debes aprender, Massen, a reconocer las oportunidades cuando aparecen -murmuro sonriente, algo inclinada sobre ella alzándole el mentón con la mano para mirar sus ojos-. No lo olvides.

Suelto su rostro. Un instante después le doy la espalda y desaparezco. Ya aprenderá.

*desaparece*

No tardó en aburrirse de mi huraña compañía, al parecer. Mejor para mí. Aunque no me gustó demasiado lo que hizo. Tras levantarse y recolocarse la ropa, decidió recolocar mi pelo. Mis dedos se crisparon en mitad de un gesto, y me mantuve inmóvil. ¿Tanto le molestaba mi existencia que tenía que recolocarme? Que quisiera mis muñecas era una cosa, pero que me tratara como a una era otra muy diferente.

No varié mi gesto, impertérrito pese a todo, cuando me tomó por el mentón para que la mirara. De hecho, ayudé en el movimiento alzando la cabeza, y clavé los ojos en los suyos, en silencio.

No tardó en desaparecer. No estaba muy segura de haber entendido sus palabras, pero no tenía la menor gana de ponerme a darle vueltas. Asqueada, deshice con brusquedad todas las trenzas cuando me quedé sola, a base de tirones y gruñidos. Después, reinicié mi tarea.

*Se queda*

Ver a la piscis en la oscuridad me hace esbozar una sonrisa. Está peinándose y tiene una cara de perros que tira para atrás. ¡Ha tenido que pasarle algo muy malo! Quizás le haya venido la regla... No sé cómo va el calendario por este sitio. Espero que no todas las mujeres la tengan regulada o vamos a tener temporadas de mal humor y histerismo.

-¡Ey! -saludo, elevando animadamente una mano. La katana se balancea a mi espalda, de un lado para otro-. Un poco tarde para peinarse, ¿no crees? -. Sonrío, burlona-. ¿O vas a salir de fiesta a estas horas?