Jardines (2)

El hecho de que Vilo ponga tiesas las orejas y gire la cabeza es la única señal que necesito para fijarme en lo que sea que le ha llamado la atención. No es difícil distinguirlo, ya que tampoco se esfuerza en ocultarse. Vilo no tarda en levantarse, moviendo el rabo, aunque no de forma tan alocada como solía hacerlo hace no tanto tiempo. Aún con el hueso entre los dientes, se acerca a olfatearlo y curiosear.

Yo me mantengo donde estoy. Curiosamente, no me siento tensa ni amenazada, y eso que su aspecto y su historial no lo ayudan mucho. Pero, por más que Rick insista en aumentar el número de anécdotas desastrosas, yo tengo la sensación de que he encontrado el equilibrio en el que puedo cruzarme con Gerald sin sentir cómo se esfuma la paz. Y más vale que dure.

Arqueo una ceja.

-Es posible que lo sea -respondo, haciendo un gesto a su saludo-. Tampoco diría que sea un lugar de paso obligado para mí, la verdad.

Aunque sí es una zona por la que me muevo bastante, bien pensado. Quizás más de lo que me doy cuenta.

Me encojo de hombros, ladeando la cabeza. Tampoco diría que estoy siendo tan aplastante. No de entrada, al menos. Aunque no voy a negar mi seriedad.

-Supongo que es lo que me han metido en la cabeza -declaro, con cierto tono de indiferencia.

Observo su interacción con Vilo, sin mucho interés por intervenir, aunque tampoco dispuesta a obviarlo. La última vez no mostró el menor interés en él, y aunque tampoco ahora reacciona como otros, sí parece algo más dispuesto a aceptar su existencia. El cachorro acepta las caricias con un movimiento de cola que, aunque suave, es animado. Tensa la mandíbula cuando Gerald agarra el hueso, poco dispuesto a soltarlo, y a medida que él tira, va clavando las fuertes patas en el suelo de forma más evidente. Observo, sintiendo que mi interés aumenta ligeramente.

Llego a resoplar, negando lentamente, en una especie de risa.

-Y lo que le queda -apunto-. Tendrá unos nueve meses, como mucho. Aún es un cachorrillo.

Callo cuando habla de Rick. Es evidente que no son capaces siquiera de entender lo que el otro dice. Oyéndolos por separado, resulta evidente y absurdo. Me encojo de hombros, bastante más conforme con que deje estar las cosas que con que insista.

-No creo que sea una mala decisión -comento, aunque creo que ya conoce mi opinión al respecto.

No estoy segura de si es una queja. No diría que lo es, aunque lo parece. Pienso un momento en lo que dice, antes de responder. Al final, asiento.

-Sí, supongo que es una forma de decirlo -confirmo-. He aprendido a no conceder nada a nadie, y creo que ha sido de la peor manera posible. No es que tenga nada contra el mundo por definición, pero tampoco tengo nada a su favor. No tienes que tomártelo como algo personal.

Observo a Vilo, que trata de recular con los dientes bien clavados en el hueso, pegándose contra el suelo cuanto puede y haciendo fuerza en dirección contraria a Gerald. No estoy segura de cuánta fuerza tiene el chrysos, pero sí sé que la de Vilo aumenta cada día. No tengo claro quién acabará llevándose el premio.

-No creo que a él le moleste mucho tropezarse contigo -repuse con calma-. Si a ti te molesta, deberás ser tú el que tenga cuidado, en principio. No deja de ser un depredador, después de todo. En libertad viven en bosques y cazan sus propias presas. A Vilo me he encargado yo de alimentarlo desde que aún era lactante, y todavía lo hago. Y, hasta hace poco, dormía conmigo cada noche. Aunque ahora se está independizando un poco. Tengo la esperanza de que aprenda a cazar en condiciones, y no creo que tarde mucho en dormir en el bosque todas las noches. Ya lo hace de vez en cuando. No creo que el palacio sea buen lugar para encerrarlo, y menos aún lo son las cuadras.

De nuevo, callo a su comentario. Sí que está hoy observador. Como siga tan atento e informativo va a acabar por hacerse cansino. Esta vez, sin embargo, niego. Creo que esto sí es importante dejarlo claro.

-No me veo con derecho a intervenir. Por más que insistáis en ello, no quiero formar parte de vuestra guerra particular -explico, tranquila-. Por supuesto, tengo mis prioridades. Por ejemplo, que no os matéis el uno al otro, o que dejéis de intentarlo. También estaría bien no tener que oír cada una de vuestras rabietas, aunque eso no parece demasiado fácil. Supongo que me fío lo suficientemente poco de vuestra capacidad de autoconservación como para prestar un mínimo de atención a lo que hacéis, pero puedo asegurarte que no es un asunto que dé color a mi vida.

Asiento, sin más. Siempre me ha dado esa sensación, aunque su forma de tratarlo sea completamente distinta.

Niego con suavidad.

-No va a hacerlo -aseguro con absoluta firmeza. Luego me encojo de hombros-. No te preocupes, no creo que tarde en interesarse más en los venados.

Me encojo de hombros.

-Sí, creo que esa es la palabra que se utiliza, aunque reconozco que a mí tampoco me convence mucho -. Callo un momento, sin entender del todo la forma en que lo expone-. Bueno, como "novio", entenderás que ya me informa él de la situación -replico-. Pero no te sientas apartado: no me interesa más su versión de la situación que la tuya. De hecho, tu versión suele parecer algo menos cargada de emociones, lo cual reconozco que se agradece. Supongo que en realidad me gustaría que no hubiera nada sobre lo que informar.

Vilo responde a la insistencia de Gerald con un sordo gruñido. Ya está completamente centrado en mantener su presa entre los dientes, y tironea casi con furia, poco dispuesto a soltarla. No me extraña, después de todo el rato que lleva royéndolo, oír cómo cruje el hueso al apretar él más los dientes. Ya tardaba en romperlo, en realidad. Un tirón más acabará por destrozarlo.

Niego de nuevo.

-La última vez tardó varios días en confesar. Aunque tampoco es capaz de actuar con normalidad al respecto. Supongo que la marca del cuello lo hacía demasiado evidente como para ocultarlo sin más, en cualquier caso. Y él es incapaz de guardarse algo como eso para sí -explico, encogiéndome de hombros-. No considero esto una confesión ni a ti un enemigo. No mío, al menos. Ni yo me considero aliada de nadie. Ya te he dicho que prefiero mantenerme como un agente externo. Si decidís darme información no aseguro guardarla, salvo que se me pida expresamente. Si me pedís que colabore, la respuesta más segura es un no -. Entorno los ojos, algo cansada del tema-. Creí que hablábamos de una guerra. ¿También es un juego? Deberías estar seguro de jugar con quien se considera jugador. Quizá eso hiciera más sencilla la partida.

Al final, por supuesto, el hueso se rompe, y Gerald no tarda mucho en ceder su parte. La forma en que se acerca y sus palabras me hacen entender en seguida lo que viene a continuación. En ese sentido, entiendo a Rick. Es como hablar con una pared. De todas formas, no soy agresiva cuando alejo el mentó de su mano, girando la cabeza, ni tampoco cuando apoyo una mano en su garganta, impidiendo que avance hasta mi cara. Sí soy, en cambio, firme. Empujándolo ligeramente, me levanto de mi asiento y recupero espacio entre ambos. Lo miro, seria.

-Voy a decírtelo claramente, y no creo que mi paciencia sea tanta como para tratar así el tema siempre -advierto, con los ojos fijos en su extraño rostro-. No tengo por costumbre aceptar cualquier contacto que se me proponga. Tengo serios motivos para considerar una infidelidad completamente contraria a mis principios. Mientras mi relación con Rick sea mínimamente oficial, cualquier intento que hagas por acercarte acabará en rechazo. Si alguna vez mi actitud al respecto cambia, seré yo misma quien te lo haga saber. Para mí, un no es un no. Yo no estoy jugando, Gerald, ni participando en una guerra contra ti. No bromeo ni me hago de rogar. Estoy diciéndote cómo son las cosas.

Acabo por soltarlo, viendo que no tiene intenciones de insistir más allá del primer gesto. Es de agradecer. No puedo evitar recordar la primera vez que me negué a complacerlo. Es cierto que entonces estaba borracho, pero eso no hace el recuerdo menos parecido a las situaciones que se han sucedido en nuestros últimos encuentros. Me cruzo de brazos, suspirando suavemente.

-Tu insistencia y tu frialdad al respecto son muy desconcertantes -observo, algo cansada de esa forma que tiene de tratarme. Me pregunto si hará lo mismo con todas las que se le cruzan delante. Ni siquiera resulta tranquilizador, pero se lo preguntaré a Frikka si tengo oportunidad. Teniendo en cuenta su particular obsesión con él, quizás sepa darme una respuesta.

No sabía que hubiera llegado otra flamma al palacio, ni sé si tiene alguna importancia realmente. ¿Es alguna clase de fetiche? Si incluye a los hombres, eso explicaría el acoso a Rick. Tampoco voy a insistir en ello. Me limito a asentir.

-Que seáis muy felices y forméis una próspera descendencia -le deseo, ya algo molesta. Supongo que por hoy he llegado al límite.

Es un alivio, por tanto, que decida irse. Me froto un momento la frente con dos dedos, repasándola justo por encima de las cejas. Desde luego, no voy a dedicarme a darle vueltas. Tampoco es una novedad. Aunque quizás ese sea el problema: cada nuevo intento colma más mi paciencia.

-Vamos a dormir, Vilo -le digo, acercándome y acariciándolo un momento. La verdad es que estoy cansada. Me apetece dormir con él hoy. Es una suerte que haya vuelto.

*Se van*

Qué decepción. He ido al lago esperando ver una capa de hielo interesante, que hace un frío de cojones, pero nada. No puede decirse que haya tenido suerte, porque la caminata fue larga. Pero bueno. Es entretenido salir. Hoy hace frío, pero menos, y voy bien abrigada.
La gente como yo, los hijos del agua, podemos enfrentar mucho más frío que este, estoy segura.

Y, para colmo, un estornudo. No sé si quedarme un poco ahora que la luz es la ideal o irme dentro a por un chocolate. Es que lo de la nieve tienta, pero aquí no hay mucha gente para ponerse a lanzar bolazos, y nadie quiere tirarse conmigo en escama de insecto.
Dicho así, más que como una incomprendida sueno como una puta niña de cinco años. Debería replantearme un poquito mi existencia.

*camina*

Ben había ido adoptando capas y capas de ropa a lo largo de los días, a medida que había ido encontrando abrigos y lanas viejas que echarse sobre el cuerpo. Cualquiera que la viera pensaría que iba más remendada que nunca y que aquello tenía que ser incomodísimo, pero de hecho la chica parecía feliz con su aparatoso atuendo, que le permitía moverse libremente a la intemperie.

Cuando vio a Frikka, un poco más allá, echó a correr hacia ella, saludándola con aspavientos y con una gran sonrisa. No tardó en plantarse ante ella, dando grandes pisotones para hundir los pies en la nieve hasta el fondo, feliz porque eso no suponía tener los pies mojados.

-¿Qué tal, veterana? -preguntó, animada-. Hace frío, ¿eh? Pero se aguanta.

Veo venir a retales y me paro, dejando que llegue. Eso es, acércate tú. Hay que rendir respeto y pleitesía a tus mayores. Es una norma no escrita de todos los sitios donde hay armas.
Porque lo digo yo.

-Pues vuelvo del lago -le comento-. Creí que habría helado. Quería deslizarme un poco...-. Enarco una ceja, mirándola. Vale que hace frío, pero...-. ¿Y tú..., almohada?

No se me ha ocurrido nada mejor. Estoy perdiendo facultades. Error. Inténtalo de nuevo la próxima vez.

-Desde luego que se aguanta. ¿No exageras un poco con todo eso?

Ben se miró un momento la ropa, y luego sonrió y dio un par de vueltas sobre sí misma, haciendo aspavientos, demostrando que mantenía su agilidad. A ella no le parecía exagerado en absoluto. No tenía ni pizca de frío así vestida, y poder llevar tanta ropa era una auténtica novedad para ella.

-No, ¿por qué? -preguntó.

Se agachó junto a la nieve y empezó a hacer un pequeño montoncito de nieve. Llevaba mitones de lana, porque opinaba que los dedos debían estar siempre al descubierto para trabajar bien, pero no le importaba mojarse las manos.

-Esta nevera se está alargando, ¿uh?

Me encojo de homrbos, mirándola cono ojo crítico mientras gira. Hace que parezca una pregunta lógica, pero incluso haciendo frío yo diría que no hace tanto. Y eso que yo no estoy poco abrigada, pero...

-Bueno, no sé. Es que pareces un saco lleno de plumas o algo -comento, pinchando sus capas de ropa con un dedo, comprobando hasta dónde se hunde.

Cuando se acuclilla la imito, armando un montón junto al suyo, tarareando un par de notas. Intento que sea más grande porque...
Porque supongo que he tenido alguna carencia de niña.

-A mí el frío mucho no me va, pero la nieve me gusta-. La miro y sonrío, maliciosa-. Es divertida. Pero nadie quiere recibir bolazos en la cara. Debería empezar a plantearme el hacerlo y preguntar después.

Ben, sin notarlo, movía la cabeza al ritmo de la cancioncilla de Frikka. Se encogió un poco de hombros. A ella no le gustaba la nieve, normalmente. La nieve quería decir un frío horroroso que se le colaba hasta los huesos, quería decir que tenía que pagar el calor y eso no le permitía pagar la comida. Quería decir que parecía que se le iban a caer las orejas.

Pero en aquel momento, sí le gustaba. Sabía que ya tenía pagado el calor y la comida, y tenía las orejas bien a cubierto, de tal forma que no se le pudieran caer. Cuando todas las preocupaciones desaparecían, la nieve parecía hasta bonita.

Miró a Frikka, con la diversión pintada en los ojos.

-¿Tú quieres? -preguntó.

No esperó respuesta. Prácticamente al tiempo que preguntaba, hundía los dedos bajo su montoncito de nieve y lo impulsaba hacia la cara de su compañera. A continuación se levantó de un salto y se alejó entre carcajadas, buscando una distancia prudencial.

No me da tiempo a reaccionar antes de sentir la nieve en la cara, lo que me hace querer gritar de la impresión. Pero no puedo porque tengo nieve en la cara...
Se me ha puesto de gallina hasta el culo, hostia.

Me froto la cara con la manga y la busco, pero ya está lejos. Cobarde...
En seguida tengo un buen puñado de nieve en cada mano, o lo que cada mano me permite, que como medida de capacidad no son muy allá.

-Eso ha sido rastrero, retales -siseo, esbozando una sonrisa algo pérfida, levantándome y yendo tras ella, abriendo nieve a discreción.

Es un poco como tener hermanos otra vez, esto...
Bueno, otra vez. Que no están muertos, joder. Se me entiende.

Ben reía a carcajada limpia, esquivando los ataques de su compañera. ¿Aquello no contaba para entrenar? Debería ir todo el mundo a hacer batallones de nieve. Seguro que a los líderes les parecía un muy bien ejercicio.

Cada vez que se agachaba para esquivar un ataque, aprovechaba para coger algo de nieve del suelo, apretarla en un puño y probar su puntería. Cuando vio que su compañera no daba tregua, retrocedió un poco más, hasta una zona bien cubierta, invocó un baadha y se agachó a preparar la artillería.

-En la guerra y el amor... -canturreaba.

Cuando la veo invocar un baadha alzo las cejas. ¡De modo que todo vale! De acuerdo.
Me pregunto cuántas bolas de nieve harán falta para destrozar una barrera de esas. Quizás infinitas, o más.

-¿Y esto que es? -inquiero burlona, lanzándole un par más, dedicándome a atacar ya que ella se defiende. A veces la mejor defensa es blablablablabla-. ¿Amor o guerra?

Tengo el cuerpo empapado, eso sí, y las manos que ni las siento. Supongo que ahora no me quedaría tan escéptica si vuelve a venirme con cien capas de ropa. Aunque la ropa mojada da frío sean las capas que sean...

La nieve estallaba contra la barrera sin apenas deteriorarla, y resbalaba por ella hasta caer al suelo. Ben, divertida, seguía amontonando nieve a sus pies, haciendo bolas irregulares con la mano que tenía libre.

Rió entre dientes y alzó las cejas.

-Lo que tú quieras, preciosa -respondió, guiñándole un ojo.

Y, aprovechando el intervalo entre una bola y otra de las lanzadas por Frikka, deshizo un momento su barrera para lanzar ella un par. En seguida se había vuelto a cubrir, silbando despreocupada.

-Venga, ¿no tienes más recursos?

Mientras ataco ella se arma, así que termino por dejarlo. Dirán que todo vale, pero eso es una trampa de mierda que no puede con ella, así que la imito: me acuclillo y empiezo a hacer bolas. Así será más divertido.

-Me gustaría que fuese las dos cosas -comento, con una sonrisa pícara-. Ya sabes... Así es más estimulante. Más excitante.

Veo venir sus ataques e invoco yo misma una barrera para detenerlos, mientras sigo amasando. Así sí que es un puto lujo.

-Los tengo, claro. Pero me los reservo para cuando no preguntes. La idea es sorprenderte. Si te lo cuento no tiene...-. Le lanzo una y sigo preparando- gracia, ¿sabes?

Ben le dedicó una sonrisa casi provocativa, y asintió con naturalidad. Desde luego, Frikka no era demasiado original en sus argumentos.

-Ah, sí, eso lo piden muchos, desde luego -meditó, entretenida-. A tu gusto, mi amor.

Y lanzó una bola contra ella de nuevo. Ya que su compañera había decidido imitarla, decidió que no necesitaba volver a invocar el baadha. Un juego de despistes podía ser mucho más divertido. Hizo amago de lanzar otra bola, pero no lo hizo. Quería esperar a que su compañera deshiciera el escudo para lanzarla entonces.

Paró directamente con las manos la que ella le envió, y se sacudió los mitones. Rió de nuevo.

-Estoy completamente de acuerdo -respondió-. Si tengo que descubrirlo es mucho más interesante.

Dejo ir una leve carcajada, entretenida.

-¿Lo piden muchos? Joder con doña popular. Aunque bueno... Les pega a los tíos hacer esas cosas, de todos modos.

Lo sé yo, que no he sido nunca doña popular. Solo hay que tener ojos, orejas y tal... Además, tengo cuatro hermanos. Fenris no es buen ejemplo, pero Armod...

Cuando he hecho suficientes bolas me doy cuenta de que no puedo cargar con todas, de hecho. Termino por coger un buen puñado en el brazo izquierdo y una en la derecha y me pongo en pie.
Empieza la guerra. Le plantaré una en toda la cara.

Me echo a la carrera a por ella, muy segura, bola en ristre.

Ben la miró, divertida.

-Y a las tías -remarcó-. ¿O tú qué eres?

Cuando la vio salir corriendo hacia ella, se apresuró a tomar parte de su artillería y levantarse, lanzando una bola a su compañera al tiempo que retrocedía hacia un lado. Lanzaba una tras otra, sin ton ni son, preocupándose más del propio gesto de lanzar que de si estaba apuntando bien a su compañera o si la esquivaba.

Cantidad mejor que calidad, en aquel caso.