Jardines (2)

Me esquiva retrocediendo, y entonces ensarta de frente. Como pensaba, la distancia me pone en desventaja, ya que yo no puedo permitirme retroceder. Si lo hiciera, él quedaría fuera de mi alcance.

Así pues, al ver venir su gesto (¿de verdad es tan lento?) me hecho a un lado, acercándome al girar. De esta forma, adelanto uno de los filos hacia su cuerpo, alzándolo en vertical. De esta forma, mantengo el otro filo bajo, en una posición en que sería fácil alzarlo para interponerme con el suyo. No creo que pueda pararlo con facilidad, pero al menos tendrá algo más que arrastrar y podrá darme impulso en el otro lado.

Teniendo en cuenta lo aparatosa que es su arma, supongo que lo mejor será acortar las distancias en la medida de lo posible. Cuando menos rango le dé para manejarla, mejor.

Poco a poco iba comprendiendo su forma de lucha. No diría que ya la conocía como adversaria, no era tan arrogante, pero se veía que, por lo menos contra mí, no tenía intencion de ir de frente sin más. ¡Y AQUELLO ERA LÓGICO! No cualquiera podía ir de frente contra un Dehnel, así como así, sin salir machacado.

Apretando la mandíbula un instante, viéndola venir de nuevo, me dispuse a intentar mostrarle a Lea por qué no debía subestimizar a un Dehnel, limitándose a esquivar para luego atacar de nuevo. Atacando a los costados no lograría matarme lo suficientemente rápido como para evitar su propio ajusticiamiento.
Al ver cómo su arma se acercaba a mi costado izquierdo, tensé los brazos, lanzando un repentino golpe horizontal hacia su cabeza, con Värdjas vertical, de modo que si la golpeaba sería el dorso, y no el filo, la que la tumbaría con una fuerza descomunal. Ni me molesté en evitar su ataque por dos motivos: quien no arriesga no gana (y sufrir daños en combate era norml) y que dudaba que la muchacha fuera a matar. Aprovecharía su ataque para tenerla cerca. ¡Y SI ME ATRAVESABA CON LA ESPADA DEMOSTRARÍA SU SUPREMACÍA COMO GUERRERA! Pero era difícil golpear a un compañero y herirlo.

De todos modos, aunque la intención de mi ataque, mi rostro y mi mirada eran matarla, terminaría deteniendo la espada a un par de centímetros de su rostro, tensando mis portentosos músculos entrenados, dejando que la acariciase aquella brisa movida por el acero.

Esperaba que intentara bloquearme el golpe, enarbolar el arma con intención de dirigirme un corte, pero no lo hace. Al contrario, avanza, dándome un mayor alcance. ¿Qué sentido tiene eso? ¿Es tan estúpido como para dejarse atacar sin más? ¿Y si le corto el costado? Lo tengo muy a mi alcance...

No, evidentemente no se queda quiero. Por el rabillo del ojo percibo venir su arma, rápida. Siento una repentina opresión en el pecho ante la idea de recibir semejante golpe. Por suerte, mis reflejos y mi adrenalina se ponen de acuerdo con su movimiento, porque fríamente no estoy muy segura de ser capaz de enfrentarme a semejante mole.

Rápidamente me agacho, con el corazón acelerado y sintiendo un ligero sudor frío. Mantengo el arma aferrada quizá con demasiada fuerza; tampoco tengo intención de rajarlo, pero con los nervios no estoy segura de poder evitarlo. Me desplazo a un lado, impulsándome hacia atrás al levantarme y sintiendo cómo tengo que retroceder varios pasos para recuperar el equilibrio. Sintiendo un dolor residual en el pecho por la presión repentina, vuelvo a ponerme en guardia.

No ha terminado el golpe. No sé si enfadarme o alegrarme. Por una parte, me parece ofensivo que me menosprecie hasta el punto de estar jugando conmigo. Tengo la impresión de que no me toma en serio, y eso me parece denigrante, aunque propio de un arrogante como él. Por otra, tengo que admitir que agradezco que mantenga la cabeza fría. Es un cabeza de chorlito, pero por lo menos que controle sus golpes.

Con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, lo miro.

Lea respondió a tiempo, logrando zafarse de mi golpe, de modo que podía contar con sus reflejos en un combate real. Pude sentir, al mismo tiempo, cómo su filo rasgaba mi camisa, sin alcanzar mi piel, y sonreí, tenso, satisfecho. No era una herida profunda y sangrante, pero parecía dispuesta a ir en serio. Seguro que para aquel entonces ya había olvidado la nieve por completo.

Telma mugía, extrañada, contemplándonos desde su sitio, todavía sentada, como preguntándose qué estábamos haciendo.

Recuperando una posición de guardia, no le di un respiro. Quizás, como habia dicho Gerald en su momento, mi arma no era la más rápida del mundo, pero yo podía confiar en su peligrosidad, tanto si cortaba como si simplemente golpeaba, para hostiguizar al enemigo hasta cansarlo. Así pues, nada más verla retroceder y mirarme, me impulsé velozmente con la derecha, lanzándome a por ella dispuesto a lanzar un corte diagonal al tenerla a tiro. Aprovecharía la longitud superior de Värdjas para que ella tuviese que introducirse en mi distancia si quería  atacar al mismo tiempo.

Aquel seguía siendo un movimiento básico y sencillo, pero ya no iba cargado de tan buenas intenciones como los anteriores. Aunque continuaba sin tener intención de herirla realmente, procuraba poner toda mi noble fiereza en cada movimiento, dejándole claro, en caso de ser mi ataque acertado, que hubiese podido alcanzarla.

Carga de nuevo, esta vez con más ímpetu, y si hasta entonces me he planteado que es posible bloquear su arma con la mía, nada más verlo venir me queda claro que esa no es una opción. Y tengo que reaccionar deprisa.

Rápidamente, me desplazo hacia adelante en diagonal. Tengo que huir de su arma porque no puedo enfrentarla, pero además necesito entrar en distancia o no podré hacer nada. Por suerte, carga de frente, así que no tengo que preocuparme de fintas. Las fintas parecen un poco complicadas para un mandoble como ese, y demasiado retorcidas para una mente simple como la suya. Aunque siempre existe la posibilidad.

Trato de acercarme hasta su cuerpo, adelantando el filo que queda de su lado esta vez, con intención de alcanzarlo con él en un tajo de abajo a arriba. Esto me permite desplazarme hacia el lado después, alejándome de nuevo de su rango, en el que no quiero permanecer más de lo necesario.

Ella logró esquivarme. Aunque mi cuerpo estaba orientado hacia delante, mi rostro y, con él, mis ojos la siguieron a ella, contemplando cada uno de sus gráciles movimientos. Traté de adivinar su siguiente ataque, clavando la izquierda en la nieve, algo resbaladiza para mi gusto, en cuanto tuve ocasión para volverme hacia ella y continuar con el entretenido combate.

Lea realizó un corte de abajo arriba. Para mí, con Värdjas, aquella era una estrategia extraña, pero no tenía por qué ser menos efectiva. Esta vez, sin embargo, preferí desplazarme hacia mi izquierda, evitándolo, volviendo a notar la intensa sensación del metal desgarrando mi ropa. Si no me andaba con cuidado, la siguiente iría a la piel. ¡PERO EL PELIGRO ERA ALGO A LO QUE UN DEHNEL NO TEMÍA PARA NADA!

Me lancé hacia ella, esta vez sin embestir, solo acercándome, entrando en su distancia incluso para que le fuese más difícil evitarme, tensando fuertemente mis viriles brazos para lanzar un nuevo golpe horizontal, como el que había ido a su cabeza, pero esta vez a su cuerpo. Nuevamente, mi arma iba de canto, de modo que no la partiría en dos ni por accidente, pero no pensaba detenerla como la primera vez. Si Lea no se apartaba, aunque contendría la fuerza de mi golpe, sentiría Värdjas contra ella. Aunque aquello no sería más que una caricia. Como mucho, la apartaría un metro, acompañando su cuerpo, empujándola más que golpeándola.

De nuevo, rajo su ropa. Creo que debería andarme con ojo, o acabaré por hacerle daño. Parece que no le importe mucho, pero yo no tengo ganas de acabar en la enfermería, así que si este bruto sin cerebro no va a controlar, voy a tener que hacerlo yo.

De nuevo, un golpe en horizontal, aunque esta vez viene más bajo. Qué bien, mi única posibilidad de agacharme es darme de bruces con la nieve. Algo que no tengo la menor intención de hacer mientras pueda evitarlo.

Sin muchas posibilidades, me giro hacia el arma con cierta alarma. Echo hacia atrás el brazo que porta el arma, y extiendo la mano libre para dirigir un flagrare a la espada de Rick. Al tiempo que lo hago, salto hacia atrás, tratando de alejarme todo lo posible del golpe que se me viene encima. Espero que la fuerza del hechizo pueda frenar algo su arma, permitiéndome alejarme, a la vez que me impulsa a mí hacia atrás. Puedo sentir, sin embargo, cómo una chispa rebota, haciéndome una pequeña quemadura debajo del ojo. Lo entrecierro, pero trato de ignorar el leve dolor. Estúpido armatoste.

De nuevo a distancia, adelanto uno de los filos hacia él.

Como bien había planeado, mi nuevo ataque hizo que agacharse no bastara para evitarlo. Aunque no conté en ningún momento con que lanzase un flagrare para oponer resistencia y aprovechar aquella disminucisión de la velocidad a su favor. Un gesto inteligente, que además demostraba que su magia era interesante. Yo si no era con los brazos no podía ni soñar con aquello.
Sonreí tras aquello, contento por un instante. Al mirarla de nuevo, entonces, percibí el gesto de su ojo. ¿Qué pasaba? Yo no había atacado para nada al ojo.

Una vez más, la dócil flamma se puso en guardia. Me sabía mal atacar todo el rato, no dejándole más que unos breves segundos para responder como podía a mis nobles movimientos de guerrero experto, pero lo estaba llevando mejor de lo que había esperado. De hecho, me estaba divirtiendo bastante.

Telma mugió animada desde donde estaba, como si disfrutase conmigo del espectáculo.

A ver... Si la flamma podía esquivar tan bien aquellos golpes sencillos, entonces... Una finta. aquello quizás la impresionase como guerrera.
Embestí contra ella como si fuese a partirla en dos, verticalmente, haciendo una de aquellas diotrías hexales, como se llamaban, ahora sí utilizando el filo. El filo de Värdjas siempre asustaba bastante. Sin embargo, antes de alcanzarla haría un giro de muñecas que me había enseñado mi padre, girando la espada en el aire a medio camino, aprovechando aquella intercia para cambiar el golpe vertical por un empujón a su cadera.
No entraría en su distancia para no ensartarme solo en su arma, aunque si ella decidía apuñalar iba a tener que idear un plan antes de convertirme en un pincho moruno Dehnel.

Otra vez, avanza de frente. De nuevo, con toda la fuerza, utilizando semejante espadón casi más como un hacha que como una espada. Empiezo a ver cómo ataca. Bien pensado, con esa constitución, ese arma y esa mentalidad, no es que haya muchas más posibilidades.

Avanza con su arma, dispuesto a dar un golpe vertical, y aprovechando la subida de su arma avanzo yo también con la mía, dispuesta a dar un golpe horizontal y hacerme a un lado, cortando por el torso. Es un golpe directo que me hace ir más allá de su posición, y tras el cual pretendo girar para atacar directamente con el otro filo.

Espero ser suficientemente rápida.

Su audaz golpe me arrancó una carcajada entrecortada de triunfo. Muy lista, atacando de ese modo antes de que yo tuviera tiempo siquiera a terminar mi finta. Enseguida, cuando me rebasó, aproveché la propia inercia que llevaba mi propio golpe para continuar aquel barrido. En vez de golpear su cadera solo tenía que imaginar que los enemigos me rodeaban y quería llevármelos a todos por delante para que mi ataque formase un semicírculo. Pronto me di cuenta de que ella no se había alejado demasiado de mí, algo con lo que no contaba, por lo que, por una vez, tuve que hacer un esfuerzo consideroso , tensando brazos, pectorales y cuello, incluso rostro, para detener aquel barrido. Rocé peligrosamente sus costillas, pero lo logré, si bien mi rostro, repentinamente pálido, mostraba la preocupación de haber corrido el riesgo de golpearla. Aquello y una sonrisa por no haberla herido.
Si ella y yo hubiésemos sido enemigos de verdad, su corte podría haberme sacado las tripas. Pero incluso sin tripas un Dehnel podía matar, aunque fuese por última vez. Los combates no se dejaban a medias.

Rick Dehnel no sabía luchar contra damas, y aquello era un hecho. Era incapz de hacerles daño, lo cual era muy noble. Estaba bien educado para aquello. De no haber sido Lea una mujer, habría soltado mi mandoble al verla pasar a mi lado para agarrarla e inmovilizarla, empotrando, quizás, su bello rostro contra un tronco. Pero me veía incapaz de ponerme lo suficientemente violento como para arriesgarme a dañarla.

Esbocé una sonrisa, relajando un poco la expresión, y bajé a Värdjas un poco, dejando de apuntarle. Tenía el nacimiento del pelo algo húmedo por el sudor. Ni me había dado cuenta.

-No se te da mal -eloginé, ensanchando un poco la sonrisa.

Seguro que ya ni pensaba en la nieve.

No contaba con un golpe en horizontal. Si me hubiera planteado un giro por su parte, habría puesto tierra de por medio de inmediato. De hecho, al ver el filo acercarse a peligrosa velocidad no puedo evitar un gesto de alarma, y me muevo un par de pasos, tratando de hacerme a un lado de forma un tanto confusa.

El golpe se detiene en contacto con mi costado, y aunque lo ha frenado por el camino, de forma que el golpe no me atraviesa, si puedo sentir una cierta fuerza en el contacto. Contraigo el gesto sin quererlo, algo asustada. ¿Es que no puede contenerse, el muy idiota? ¿Pretende matarme o qué?

Parece que por fin se le ha metido en la sesera que esto no ha dejado de ser un entrenamiento, porque baja el arma. Me doy cuenta entonces de que estoy jadeando. Cuando habla, desvío la vista, entre incómoda y molesta. Se acabaron los juegos, imbécil.

-Creo que es suficiente -murmuro, alejándome unos pasos y dándole la espalda, al tiempo que dejo caer yo también mi arma.

Avanzo hasta donde he dejado la capa y me la echo a los hombros. Ya está, he entrenado y el líder parvus estará contento. Fin del espectáculo, vuelvan a sus casas.

Contener el golpe me costó más de lo esperado y, finalmente, para mi desgracia, este pareció impactar ligeramente contra la flamma, cuya expresión cambió un instante. No había sido especialmente fuerte, pero supuse que agradable tampoco era la palabra. Además de que no todo el mundo estaba preparado, como yo, para enfrentarse al peligro de muerte que aparecía cuando menos te lo esperabas.
Enseguida me sentí culpable, dándome cuenta de que, sin quererlo, me había pasado. Al fin y al cabo ella era una dama y se esperaba de mí que la tratase con cariño y dulzura. O, incluso, yendo más allá de aquello... ¡Yo quería! Quería tratarla con dulzura, no golpearla o asustarla.

La seguí cuando se alejó, dejando mi arma en el suelo y mirándola preocupado.

-¿Estás bien? -pregunté con suavidad, mirando su nuca, que era lo que me ofrecía.

Apreté las manos un instante, conteniendo el repentino impulso de tocarle los hombros. ¿Qué demonios...?
Fruncí el ceño, preparándome para hablar de nuevo.

-Lea... -llamé. Carraspeé, incómodo.

Me cuelgo la espada a la espalda y, silenciosamente, inspiro y espiro por la nariz, tratando de ralentizar mi respiración y calmarme. De acuerdo, seamos sinceros: el espectáculo no ha terminado, solo ha cambiado de forma.

Cuando me vuelvo, he recuperado mi habitual expresión afable, y también ignoro su gesto, sonriente. Después de todo, ¿a qué viene ese gesto? No tengo por qué aguantar malas caras, y no voy a hacerlo. Si quiere, que se dé un par de cabezazos contra un árbol y que vuelva a mirarme luego, pero caras largas, a mí, no.

-¿Qué? Ah, no es nada -replico, fingiendo indiferencia. Cazurro-. No me esperaba ese golpe al final, la verdad, pero estoy bien. Soy resistente.

Lo que no te da derecho a tratarme como un saco, Rick Dehnel. Apréndetelo.

Cuando se volvió, sonreía, lo que me llenó de alivio. Siempre habia cabido la posibilidad de que e miedo la hubiese hecho irse, o de que se enfadase y me gritase, o, simplemente, que su forma de relacionarse conmigo pasase de amable a fría. Y yo no deseaba algo como aquello, mucho menos si era provocado por un entrenamiento. Si una dama se enfadaba con un caballero debía ser porque él había puesto la vida propia en peligro para salvar la de ella, que al ver a su amado herido se sentía sumamente culpable y lo pagaba con él, aunque paralelamente le entregaba una noche de pasión.

"Me gustas".
Apreté la mandíbula un instante, intentando conservar la sonrisa afable, notando cómo, sin quererlo, aquellas palabras se agalopaban en mi garganta. ¡Sin motivo! ¡De repente, como en una emboscada! Qué innobles eran las palabras...

-Discúlpame de todos modos. Fue un accidente -respondí, mirandola fijamente a los ojos, con gesto grave. ¡Por Mithos, Dehnel! Debías recordar la conversación con Gerald. ¡¡RECUÉRDALA!!-. Eres la persona a la que menos desearía herir de todo Brontë -añadí, tratando de sonar lo más... varonil y seguro de mí mismo posible, sin apartar la vista.

Telma, curiosa, contemplaba la escena como si se tratase de algún tipo de teatro, rumiando abistraída.

¿Pero qué está diciendo? ¿Se ha mareado entrenando o qué? Sí que le ha sentado mal, para tener ahora semejante verborrea... A lo mejor es buena idea no volver a aceptar un entrenamiento con él. Aunque entrenar yo sola es tan aburrido...

Suelto una pequeña risa, señalando su camisa.

-Bueno, si hablamos de accidentes, creo que soy la primera que debería disculparse... -comento.

Jamás pensé que me forzaría a esto. Porque, hasta ahora, no tenía la menor intención de disculparme. Pero visto lo visto...

Me vuelvo hacia Telma, y le hago unos gestos para que se acerque. Cuando lo hace, le sacudo el pelaje a base de caricias. Si está cubierta de nieve.

-No me puedo creer que no se muera de frío -digo, risueña.

La escrutré, pero ella pareció no entender siquiera una aproximación de mis palabras. Incluso comenzó a disculparse por la camisa, de la que yo ya me había olvidado. Negué un par de veces, quitando importancia a aquel hecho. Eran gajos del oficio de guerrero, lo normal.

-Esto significa que ibas en serio. Incluso alguna herida hubiese estado justificada -respondí, tratando de sonar despreocupado.

¡MALDITO DEHNEL! ¡¿DÓNDE ESTABA TU NOBLEZA?! Aquella obsesión comenzaba a poseerme más de lo deseado. Por mucho que intentase no pensar en ello era como un veneno que iba infectizando mis pensamientos, uno a uno, dueñándose de mi cabeza por completo.
¿Y por qué? ¿Qué había causado aquello? Simplemente, de pronto, había tenido aquella impulsividad.

Contemplé cómo hacía caso a Telma, cómo le limpiaba la nieve y hablaba con ella, contenta. Y la bismonte, encantada, respondía con mugidos.
¿Por qué? ¡¿Por qué ella?! ¡¿Qué tenía de especial?! ¿Era porque era un animal? "Los animales se entregan más que las personas." ¿Era aquello? ¿Telma no tenía miedo a entregarse? ¿Aquello la hacía tan maravillosa? Su tranquilidad, su abstincencia de problemas, su simpleza... ¿Qué era? ¡¿Qué era lo que hacía que solo ella pudiese ser atendida de aquel modo?!

Notaba cómo me invadía una innoble frustración. No tenía derecho a pensar aquellas cosas de la dulce Telma, siempre buena conmigo.

-Me siento atraído por ti -dije, extrañándome de mis palabras, que habían sonado como si las hubiese dicho otro hombre con una voz vagamente similar a la mía.

¡¿QUÉ?! Maldito Dehnel... ¿Qué era aquello? Vaya afirmación más menos noble... ¿Acaso no te había enseñado nada tu padre?

Me quedé un instante mirándola, de todos modos, paralizado, como esperando a que ella reaccionase. Reaccionase para decir algo de Telma. O mirarla con buenos ojos. O mencionar la nieve. O escapar, temiendo que la violase, nada más lejos de la realidad.
Luego ya me evadiría deslizando sutilmente la innoble mirada abatida a la nieve blanca que era deformada por mis pies.

Tengo que contenerme para no apretar los dientes, molesta. Sí, Rick, ya te he oído. Entiendo que tú no tengas la capacidad para entender que no has sido en absoluto sutil, pero las cosas son como son. No necesito oírte decir las cosas de mil maneras para entender lo que quieren decir. Mithos, ¿qué pasa últimamente con los hombres aquí? ¿Tan estrechas son todas? ¿Tan poca cuerda te daba tu Inger, que a la menor posibilidad vienes corriendo a las faldas de otra?

O, bien pensado, ¿lo he entendido? ¿Qué he entendido? ¿Qué intenta decir? "El filo de mi espada siente una atracción a tu cuerpo, como un imán, y tengo que contenerme para no atravesarte con él." Vale, sí, es absurdo y exagerado, pero no digo yo que no llegaría a creerme ese sentido.

Me yergo, ya sin sonrisa. Sí que tenéis todos ganas de dar guerra últimamente, ¿eh? En fin, pues guerra tendréis. Me vuelvo de nuevo hacia él, dejando a Telma y me cruzo de brazos, clavando en sus ojos una mirada fría.

-¿Qué quieres decir? -murmuro, con un deje de amenaza en la voz.

Su reacción me puso algo nervioso. Siempre me había considerado un hombre atrevido, yendo detrás de las faldas de todas las viudas que se me ofrecían si estaban de buen ver, y alguna vez de jovencitas, si cuadraba. Las damas eran hermosas. Inger había sido encantadora y sencilla, de algún modo, respondiendo a mis palabras correctamente, ruborizándose recatada cuando había sido necesario... Un buen ejemplo de una dama correcta y hermosa.
Pero Lea tenía aquel punto distante que me hacía difícil el decir cosas, quizás porque las veces que lo había intentado había sido como si me hubiese ignorado.

La mirada que me dedicó me hizo ponerme algo tenso. Casi podría jurar que nunca había visto en ella unos ojos como aquellos... Y su tono... ¿Había dicho algo tan malo como para enfadar a la dulce Lea? Ella siempre parece estar bastante sonriente. Incluso cuando está triste se esforzaba por sonreír.

Carraspeé, ganando valor, y fruncí el ceño con disposición. No recordaba haberme sentido de aquella forma delante de una mujer desde mi primera vez con una viuda... Aquella sensación de tener un barranco a mi espalda y estar sujeto solo por una frágil cuerda...

-A veces deseo saber lo que piensas, porque me cuesta entenderlo -comencé, vacilador-.Odio verte triste o preocupada -continué. ¿Acaso tenía aquello algún sentido?-. Quiero tocarte, besarte -. Me ruboricé, lo que me resultó extraño. Había dicho cientos de veces algo como aquello, pero no en tal circunstancia, y nuevamente sonaba como si otro hablase. ¡Qué demonios!-. Supongo que pensar en ti cuando no estás es una buena forma de definir que me atraes -murmuré, intentando no sonar picajoso-. Que me gustas. Que me entregaría a ti, o como fuera que dijiste aquel día...

A aquellas alturas ya tenía la mandíbula sólida. ¿Por qué estaba diciendo aquello?
¿Qué?

Telma, mirándome fijamente, me ponía muy nervioso. Parecía una lechuza.

Oh. Oh. Qué bien. Fantástico. La cosa mejora por momentos. Esto es exactamente lo que me faltaba. Bajo la vista, con expresión sombría. Después suspiro, exasperada, y me llevo una mano a la cara, frotándome los lados de la nariz a la altura de los ojos con los dedos. Pobre infeliz.

Vuelvo a mirarlo, y trato de componer una sonrisa amable, volviendo a la normalidad. Sin embargo, aún no he terminado de esbozarla y ya estoy negando con la cabeza y volviendo a ponerme seria. No puedo permitirme esto ahora o solo conseguiré empeorar las cosas. Suspiro de nuevo, impaciente, y lo miro, resuelta, seria, fría, calculadora.

No tenía que haber preguntado.

-Escúchame bien, Rick, porque lo que te voy a decir es muy importante -.Hablo despacio, vocalizando mucho y sin apartar la mirada. Me da igual cuánto le cueste, tiene que entrarle en la cabeza. Inspiro una buena bocanada de aire, dispuesta a hablar de un tirón-. Esa Lea que tanto te atrae no existe. Solo está en tu cabeza, no la encontrarás en ningún otro sitio. No me conoces. No sabes quién soy ni cómo soy, y por más que quieras entregarte, como dije, yo no me he entregado. Ya he tenido muchos problemas al respecto.

Es un chico simple, pero tampoco es malo, ¿no? Tampoco se merece que lo destroce. Ni siquiera es tan prepotente como para que me apetezca romperle el ego en pedacitos.

Trago saliva.

-Lo siento, pero nunca te he dicho lo que pienso.

Pareció contrarizada por un rato, esbozando una sonrisa primero, negando después... Como agobiada. ¿Acaso había hallado el amor? ¿Yo la asqueaba? ¿El famoso "no eres más que un amigo" que nunca me habían dicho porque, al parecer, las viudas no lo usaban? Todas aquellas respuestas me parecían duras, cada una a su manera, y, pese a todo, me sentía capaz de afrontarlas noblemente con valor.
Pero entonces su rostro cambió de nuevo. Aquella frialdad tan extraña en sus ojos apareció, y todo rastro de sonrisa nerviosa desapareció de mis nobles labios mientras la escuchaba, palideciendo ligeramente.

-No existe... -repetí, para mí, entre confuso, extrañado y un poco entristecido.

La miré fijamente, como buscando una sonrisa en su rostro que la delatase, pero no lo hacía. ¿Nunca me había dicho lo que pensaba? ¿Qué significaba aquello?
¿Mentiras?

Miré a la bismonte, que nos contemplaba medio dormida.
Fruncí el ceño de pronto, recobrando la fuerza. Tenía algo a lo que aferrarme.

-¡No es cierto! -exclamé, con ímpetu-. ¡Existe! -. Señalé a Telma, mirando fijamente a los ojos a la flamma-. Cuando estás con ella eres diferente. Es como si te brillasen los ojos. La acaricias y la cuidas, incluso si yo no estoy. Te he visto protegerla con tu cuerpo durante el ataque, preocuparte cuando desapareció, susurrarle palabras hasta que se duerme...-. ¿Era aquello mentira tambien? ¿Envidiaba a Telma sin motivo?-. A veces me quedaba en los establos para verte mientras estabas con ella porque parecías muy feliz. Me resulta encantador. La envidio. ¿Es mentira?

Telma mugió, extrañada por mi dedo apuntándole.

-Quizás crees que solo me gusta la Lea con la que hablo, pero creo sinceramente que hay algo de verdad en esa persona que eres cuando estás con los animales. Tú lo dijiste.

¿Los preferías a las personas? Así que significaba esto...

Frunzo el ceño, ofendida. Vale, no, no soy la persona más sincera del mundo, pero eso no le da ningún derecho a gritarme. Podría hacerle vivir una mentira, o simplemente haberlo ignorado. ¡Pero no! ¡Me tomo la molestia de explicarle las cosas y así es como me lo paga! ¡¿Cómo puede ser tan asquerosamente desagradecido?!

-¡Vale, sí! -respondo, alzando el tono yo también, enfadada-. Sí, es cierto, quiero a Telma y no le miento. Ni a ella ni a ninguno de los otros. Pero siento tener que revelarte algo así a estas alturas de tu vida, Rick Dehnel. ¡Resulta que tú no eres un animal! Lo siento, naciste así, problema tuyo. La Lea de los animales es la Lea de los animales. Cuando te salga pelo abundante por todo el cuerpo y rabo y empieces una dieta a base de heno, ven a contármelo. Eso sí, no esperes que te bese entonces.

¿Vamos a empezar una guerra de nobles sueños que acabarán por cumplirse algún día? ¿Reproche contra reproche para demostrar que un castillo en el aire se mantiene a base de estupidez? Estoy cansada, no me apetece.

-Conciénciate de que no sabes quién soy. Di que te gustaría saberlo, si quieres, pero no que lo sabes. Y si cuando eso te entre en la sesera todavía te parezco tan deseable y maravillosa, vuelve entonces a contármelo.

Sus palabras, repentinamente menos dulces y amables que de costumbre (aquello no era una broma, y empezaba a estar claro, por desgracia) impactaron contra mí, claras. Así que era aquello: una especie de amor por los animales que no podía ser alcanzado por las personas. Quizás algún tipo de religión... O bueno... Los gustos eran los gustos. Cada persona tenía unas manías... Y si a Lea le gustaban los animales a mí me gustaba la nobleza. No debería haber nada de malo.

Y, sin embargo, por molesto que debiese ser todo aquello que me decía, enfadada, no me provovaba lo mismo. No sentía que la odiase, que me asquease... Sí me hervía un poco la sangre, pero no era ira.

-¡Está bien! -exclamé, finalmente, tras un par de segundos de silencio, pensativo. Me crucé de brazos, estirándome con orgullo, mirándola desafiante-. Preséntame a Lea Seimz.

No podía creerme que estuviese pasando aquello. Me parecía hasta absurdo. Desde luego, no era en lo que había pensado cuando pensaba en Lea. Jamás.

¡Mithos!

FdR- Pause

Insiste, e insiste, e insiste, e insiste. ¿Adónde pretende llegar? ¿Va a atarme con una cuerda hasta que le conceda lo que quiere? Ni siquiera sabe lo que quiere. No es más que un idiota obcecado en una idea absurda.

¿Que me presente? ¿Cómo que me presente? No tengo menor intención de ponerme a contarle mi vida. Si actúo como actúo es precisamente por eso, después de todo.

Me llevo una mano a la sien, frotándomela y tratando de tranquilizarme un poco. Al pobrecito le cuesta entender las cosas, no hay más remedio que explicárselas.

-Ya te la he presentado -respondo con voz dura-. Estoy aquí, soy Lea Seimz. Mucho gusto. O tal vez no tanto, por algo no me gusta la gente. Esa soy.

Desde luego, por su tono y sus expresiones no parecía la misma. Era extraño porque tenía el mismo cuerpo, pero, realmente, era como si la hubiesen poseído con una maldición controlando su cuerpo a distancia, o algo semejante...

Relajé los brazos, descruzándolos. Si ella odiaba a la gente y se comportaba de aquel modo, yo sería el noble que soportase sin enfadarse. Desde luego, la conversación con Ío en el río había sido muchísimo más molesta, y su comportamiento no era la mitad de desagradable del de Lester. Lea podría pensar que sí, pero no sabía la de gente más antipática que ella que había visto.

Asentí. Telma, por su parte, restregó la cabeza contra mis piernas, vaga.

Esbocé una sonrisa.

-Bueno, no tengo nada que perder -zanjé, asintiendo una vez.

Si aquella era ella, pues que fuese. Sinceramente, a aquellas alturas, bien poco importaba ya. ¡Un verdadero Dehnel buscaba la verdad y la hallaba! Aunque la verdad fuese cruel. Los héroes tenían aquellas misiones en las que debían solucionar problemas, ¿no?

Si ella me odiaba que lo dijese claro y me largase. Yo, por mi parte, estaba decidido. Ya no era una cuestión personal. ¡Era una cuestión de heroicidades! Tenía que demostrarle que no todo podía ser como ella decía.
Y bueno. Al menos no tenía ojos de asesina.

Suspiro, exasperada. Así que ahora tengo un detective para investigarme. Las cosas no podrían estar yendo mejor. Justo lo que yo quería. Niego con la cabeza, algo molesta.

Avanzo hacia él y poso una mano en su hombro, dándole un par de palmaditas. Lo miro a los ojos.

-Piénsalo bien, ¿eh? -remarco, muy seria.

Luego me vuelvo a Telma y le doy unas caricias y un beso, despidiéndome así de ella.

-Creo que necesito descansar un poco -digo, desganada-. Ya nos veremos.

Y, sin decir más, les doy la espalda y me marcho. Ahora sí, se acabó el espectáculo.

*Se va*