Balcones

FdR: Contrología = Pilates, viva la wikipedia =D

A Zacharyas le era mucho más fácil leer bajo la oscuridad, por lo que decidió sentarse sobre la barandilla del balcón para que la oscuridad facilitase el camino a sus ojos. Además, de esa forma le resultaba mucho más agradable estar, pues a cada segundo imaginaba o sentía ese vértigo que se tiene cuando no hay a nada a tu espalda más que vacío.

"Los aldeanos llevaban ofrendas a Asesino cada cierto tiempo. Dejaban a su puerta comida, bestias, animales y cientos de diversos objetos con el fin de apaciguar la furia que le atribuían. Aquel año, sin embargo, las cosechas habían sido malas, el invierno había pasado factura entre los animales y tal era la pobreza que había que pocos objetos sobrasen, con lo que los aldeanos tuvieron que tomar una decisión.

-Démosle uno de nuestros campos -decían algunos.

Pero todos se negaban.

-¿De qué nos alimentaremos? Necesitamos los campos para cultivar.

-Entonces démosle a tu hija -dijo el resto.

Y por más que el pobre hombre se opuso, al final se decidió que la muchacha sería la ofrenda para el monstruo..."

*tras un rato leyendo se va*

La temperatura mejoraba por momentos, y no podía sino sentirme aliviado. Había hecho incluso algo de sol aquel día, que me había preocupado de aprovechar en la medida de lo posible. Y pensar que hacía una semana había estado nevando con tanta fuerza. Aquellas malditas alas me estaban matando...

Incluso ya de noche, cuando la temperatura había bajado un poco, me aventuré a asomarme a los balcones en busca de un poco de aire fresco. Increíblemente, casi me habría atrevido a decir que estaba hasta animado. Apoyado en la barandilla, me quedé contemplando el paisaje, iluminado apenas por una rendija de luna que día a día iba disminuyendo y no tardaría en desaparecer.

*Se queda*

Permanecí un rato en silencio, perdido en mis pensamientos, disfrutando por una vez de la casi ausencia total de dolor. En momentos como aquellos, casi me convencía a mí mismo de que había exagerado un poco con lo que le había dicho a aquella suerte de espectro caeruleus. Casi. Pronto cerraba los puños con ira y una mueca de rabia cruzaba mi cara como un relámpago. El rencor me consumía.

Me volví de repente, volviendo a la realidad al sentir una presencia, apenas un leve roce de vestido a mis espaldas. La muñequita de cristal, la princesita caída del cielo -en todos los sentidos- me observaba desde la entrada al balcón, con una expresión que no fui capaz de identificar. Sentí cómo algo se contraía dentro de mí, y tuve que esforzarme mucho para evitar una mueca. Aquel ser celestial venía para ponerme en mi sitio.

-Buenas noches, señorita -murmuré en tono suave.

Ladeé la cabeza, casi como un animalito curioso, en silencio. Me desconcertaba un poco ver tan nerviosa a una chica como aquella. Tenía más bien pinta de seria, de no andarse con jueguecitos. Quizá aquella belleza de las alturas, aquella niña perfecta, escondía más de lo que aparentaba. Divertido por la inesperada situación, me encogí levemente de hombros, en un gesto un poco extraño y le ofrecí media sonrisa.

-No es necesario que os vayáis -concedí, con un gesto de invitación-. La balconada está aquí para todos. Sentíos libres de actuar como os apetezca.

Tras haber hablado, noté que de nuevo se me habían escapado las extremas formalidades. Maldije para mis adentros. Estaba harto de condes y marqueses y duques y todo su protocolo. Sin embargo, la última vez, al menos, aquella paloma blanca había correspondido a mis maneras, así que me autoconvencí de que no debía darle mayor importancia.

Aceptó mi invitación y se situó a mi altura, para apoyarse en la barandilla, tal y como yo hacía. Imitándola y a la vez volviendo a mi posición antes de que ella entrara, escruté de nuevo el horizonte, con los ojos fijos en ninguna parte en particular. Sin embargo, no duró mucho. Una ráfaga de viento no tardó en distraerme hacia la joven, y me aventuré a mirarla levemente de reojo.

Hay ciertos momentos en que preguntas sin sentido aparente inundan la mente de uno impidiéndole pensar en otra cosa. Una de aquellas preguntas me abordó en aquel instante. ¿Quién había esculpido a aquella joven? Cada uno de sus rasgos y formas parecía especialmente creado para estar en consonancia con el resto. Una leve brisa vino hacia nosotros, y percibí con cierta amargura el leve movimiento de sus alas. Las mías, inertes, no se inmutaron.

Sin embargo, podía ver que había algo más. Era el conjunto de ella, y no sus alas por sí solas, las que provocaban esa impresión. En mi mente, una parte de mí que representaba a mi madre seguía contemplándola con absoluta aprobación. Se me ocurrió que incluso mi padre, tan ajeno a los asuntos relacionados con Ventus habitualmente, hubiera sentido interés. Pero había otra parte, oscura, fría y mohosa como el más profundo de los calabozos, la que tiraba de mí hacia abajo con fuerza y gritos desgarradores. Esa parte de mí que la envidiaba, que me recordaba a cada instante mi sufrimiento y mi rencor. La parte que cada día me repetía que no estaría completo hasta que arrancara aquella parte de mi vida y la enterrara para siempre.

Desvié la vista de nuevo, debatiéndome entre la tristeza y la curiosidad.

Poco a poco, mi mente me fue envolviendo y repasé detalle por detalle todo lo que sabía sobre mi nacimiento. ¿Cómo podía mi madre haber estado tan ciega? ¿Era porque ya tenía un hijo antes que yo y eso hacía que mi situación perdiera importancia? Podía ponerme en su lugar, pensar como ella en su linaje, en el glorioso pasado, en los lujos ya perdidos y en la importancia de la sangre. Sin embargo, por más que lo intentaba, no conseguía justificarla. Ella, más que ningún otro miembro de mi familia, debía haberlo comprendido. Tenía alas, como yo. No como yo. Las suyas eran perfectas, casi tan perfectas como las de la paloma blanca, aunque era difícil igualar la belleza de aquellas extremidades. Debía de ser bastante impresionante verlas extendidas, y a ella en pleno vuelo.

Su voz me devolvió a la balconada.

-¿Sí? -pregunté, volviéndo mis ojos ambarinos hacia ella. No, no eran solo sus alas. Pero para mí, por mi condición, eran lo que más llamaba la atención.

Fruncí el ceño un instante, completamente descolocado. Aquella pregunta era, exactamente, lo último que esperaba, y me pilló completamente por sorpresa. Abrí la boca un momento, pero volví a cerrarla sin decir nada, cavilando. Por irónico que fuese, una cuestión tan banal me resultaba muy difícil de responder.

-Bien -me atreví a pronunciar finalmente, muy despacio, como paladeando la palabra para ver si era la adecuada. A partir de ahí, tomé carrerilla, y todo salió con mucha más fluidez de lo que hubiera esperado-. Sí, creo que bien, como siempre. Supongo. ¿Qué tal estás tú?

Casi repetía más la pregunta por su sonoridad que por corresponderla. Clavé mis ojos en los suyos, buceando en su mirada en busca de alguna pista, intentando recolocar mis pensamientos. ¿Cómo podía haberme desarmado con algo así? Estaba tan sumergido en la situación que ni siquiera me di cuenta de que había dejado a un lado las formalidades. Una parte de mí que daba cuenta de todo sin compartir sus observaciones con el resto aplaudió aquello como un triunfo personal.

Acabé por entender la situación. Parecía una simple charla, por el simple placer de charlar. No estaba tan poco familiarizado con eso, a fin de cuentas, aunque en las charlas por el simple placer de charlar en las que había participado hasta la fecha, había intereses ocultos; un negocio, una alianza...

Compuse una sonrisa, la más natural hasta la fecha, y me concentré en escuchar lo que decía. Intenté entender entre líneas. Por supuesto, no decía nada, pero era divertido. Decidí seguirle el juego, a ver cómo funcionaba. Apoyé un codo en la barandilla, sin apartar la vista de ella.

-¿Raro? ¿En qué sentido?

Me preguntaba cuánto podría durar aquello, y cuál podía ser el resultado.

Aquel ambiente tenía un tono relajado que nunca había sentido antes, y a pesar de todo me resultaba familiar. Casi podía notar desaparecer poco a poco toda la tensión acumulada, los músculos relajándose poco a poco, casi doliendo por la facilidad con que lo hacían. Tan solo la zona de la raíz de mis alas mantenía su tensión habitual, pero esa, había asumido, era completamente inevitable.

Tuve que concentrar mucha atención para captar sus palabras, que surgían con la fluidez y discreción del murmullo de un río. De nuevo, durante un instante, no pude evitar fruncir en ceño, aunque me preocupé de relajarlo en seguida.

-Es difícil controlarlo todo. Siempre hay algo que se escapa -respondí, en un tono normal, pero que comparado con el suyo parecía demasiado alto.

Mientras ella parecía ocupada en analizarme con una fijación casi grosera, aproveché para corresponder estudiando sus rasgos en profundidad, con total descaro. Su pelo suelto parecía envolver todo su cuerpo como si de un vestido se tratase, a excepción de sus alas, que sobresalían altaneras en la espalda, y de los ojos, que aunque más discretos, resaltaban en seguida sobre su nívea piel.

Ver aparecer de nuevo el ceño casi me parece algo más bueno que malo, pero el hecho de que lo relaje hace que yo misma vuelva a relajarme -ni siquiera había notado que me había enervado-. A su respuesta, cavilo. Sí, es imposible tenerlo todo bajo control, pero no favorece tampoco el cómo se me educó y el tipo de guerrera que quiero ser. Sus ojos en su viaje por mi, no me molestan, pero me hacen darme cuenta de que tal vez yo le haya mirado demasiado. Justo al contrario que la última vez, en la que apenas le miré.

- No me gusta sentirme incapaz de sacar sonrisas, supongo.- Acabo por admitir, siento tal la conclusión a la que llego tras pensarlo con tranquilidad. Cedo y soy la primera en apartar la mirada, sonrojada por mi desfachatez. Respiro hondo, cosa que parece que llevo sin hacer desde que salí al balcón, y admiro la oscuridad del manto estelar que comienza a surgir. Quiero volver a mirarle, pero no debo. Maldita sea mi curiosidad y toda su estampa.

Hice un amago de ir a reír, entre divertido e irónico. Aunque cada vez me causaban más curiosidad algunas de sus facetas, en otras parecía ser exactamente como su aspecto indicaba. No pude evitar rehacerla en mi mente como una valiosísima muñeca de porcelana una vez más, una muñeca con una sonrisa angelical y los brazos abiertos para dar cariño a todo aquel que lo necesitase. Conmovedor.

-A mí, en cambio, me parece muy difícil -respondí, sincero-. No recuerdo la última vez que obtuve una sonrisa de alguien. Ni la primera.

Por supuesto, era lógico que fuera así. La diferencia entre ambos era evidente, nadie hubiera podido negarla. Probablemente, muchos le darían su mejor sonrisa en el primer contacto visual. Parecía incluso que podía ser su función en este mundo.

Alcé una ceja cuando desvió la vista, sin entender. A aquellas alturas, poco sentido tenía para mí aquel gesto. Lo aproveché, sin embargo, para contemplar el suave color que teñía sus mejillas. Tan encantador como cualquier otro de sus rasgos, y como lo demás encajaba a la perfección. Casi me dieron ganas de soltar un suspiro exasperado. Definitivamente, era una auténtica muñeca.

De nuevo volvió a mirarme, aunque de forma muy sutil. Clavé mis ojos de nuevo en aquella discreta mirada, expectante. A pesar de todo, era difícil saber qué estaba pensando aquella muñeca la mayor parte de las veces. Por eso, al oír su respuesta alcé ambas cejas, esta vez de forma completamente involuntaria y movido por la sorpresa.

-¿Ah, sí? -se me escapó, casi con la inocencia de un niño. Desvié la mirada un momento, algo avergonzado por mi propia reacción, pero pronto me recompuse y volví a mirarla-. Creo que es la primera vez que alguien me dice eso. O tal vez no me dé cuenta de esa clase de cosas habitualmente.

De nuevo, había asaltado mis defensas. ¿Quién era aquella mujer? O tal vez fuera cosa mía, que tenía un día raro. Raro como el suyo, pero de otra forma. Estuve a punto de fruncir el ceño de nuevo, pero me contuve. Entonces recordé que todo aquello había empezado por una charla por el simple placer de charlar y me sentí doblemente sorprendido. Me había adaptado hasta tal punto a la conversación que hasta me había olvidado de lo extraña que era.

Poco a poco, intenté recostruír mi actitud habitual y reordenar mis pensamientos. Una vez se detecta la enfermedad, hay que intentar ponerle remedio. Conmigo pasa lo mismo; ahora que, al fin, me había dado cuenta de que estaba bajando la guardia más de lo debido, tenía que volver a poner las cosas en su sitio. Sin embargo, conscientemente o no, ella no parecía dispuesta a permitirlo.

Mi mente volvió de nuevo hacia mi madre cuando vi que comenzaba a parlotear con entusiasmo. Era escueta, desde luego, cuestión que no podía reprochársele, pero se mostraba igualmente apasionada. Casi me daban ganas de mandar una carta a Ventus para decirle a la señora de la casa que viniera a contemplarla con sus propios ojos. Por supuesto, jamás se me ocurriría ofrecerle tanto regocijo.

La muñeca se puso cómoda, y ya no parecía tanto una muñeca. Poco a poco, comenzaba a cobrar un matiz más real y humano. Sus gestos eran cada vez más desenvueltos y distraídos, y me pregunté si ella era consciente de que también estaba bajando la guardia. Al menos, eso era lo que parecía. Mis ojos siguieron a su mano hasta el mechón de pelo con el que comenzó a jugar. Luego, se desvió hacia su boca, que lentamente iba componiendo una sonrisa, para mí, completamente indescifrable.

Ni siquiera me había dado cuenta de que no había pronunciado palabra.

Aquella sonrisa que crecía gradualmente me dejó embebido, fascinado e intrigado, pero eso no hizo que perdiera detalle de la situación. No fijé la vista en ningún otro punto más allá de aquella boca perfectamente perfilada, aquella boca de muñeca de porcelana que encajaba como cualquier otra pieza del puzzle en el conjunto de su ser. Aún sin desviar la mirada siquiera un instante, pude percibir cómo alzaba la mano de su mechón hacia mí.

Fue un proceso lento, o eso me pareció. Un proceso cuidadoso pero relajado que demostraba una absoluta firmeza y confianza en lo que hacía. Quizá fue eso lo que me llevó a permanecer estático, a pesar de tener tiempo de reaccionar a lo que fuera que estuviera haciendo. Noté el tacto de su mano en mi piel y mi espalda se tensó levemente, de forma imperceptible. Sentía su mano avanzar por mi mejilla hasta mi oreja, pero en ningún momento alcé la vista, atrapada en aquellos enigmáticos labios.

El tacto de su mano era, en cierto modo, electrizante. Desde luego, no tenía la textura de una superficie de porcelana, aunque resultaba igualmente suave. Pero lo que más me llamó la atención fue la calidez, completamente impropia de una muñeca. Terminaba de convertirse en una persona de carne y hueso. Cuando acomodó su mano a mi oreja, no pude evitar un estremecimiento, y estaba a punto de subir la vista de sus labios a sus ojos cuando un gesto de éstos me llamó la atención.

Buenas noches.

Entonces se acercó, con la misma firmeza y suavidad con la que llevaba actuando todo el rato, y yo permanecí tan inmóvil como hasta entonces, a pesar de que, por dentro, todo mi ser parecía estar funcionando de forma poco habitual. Quizá algo más acelerado de lo normal.

Cuando sentí sus labios húmedos contra mi mejilla, entreabrí mis propios labios, en un gesto reflejo. Al tenerla tan cerca, pude percibir su perfume, fresco y dulce a la vez, particular y desconocido para mí, aunque perfectamente acorde a ella. Un estúpido pensamiento surgió en mi mente: Las muñecas de porcelana no huelen de esa forma.

Apenas pude reaccionar cuando de pronto se volvió rápida y abandonó el lugar saltando por la balconada. Mi primer impulso fue detenerla, alarmado, pero al ver sus alas extendidas, en todo su esplendor, tuve que obligarme a mí mismo a contenerme. Daba igual cuántos aether hubiera visto en mi vida, me sentía incapaz de acostumbrarme a sus capacidades. Cuando saltó, me quedé un momento quieto, pensativo, analizando todavía su despedida sin terminar de comprenderla, y aprovechando su ausencia para reconstruir mis defensas, completamente desbaratadas.

-No es así en el protocolo -murmuré inconscientemente, algo perplejo, abandonando el lugar.

*Se va*