Balcones

La verdad es que puede que tenga razón. Lo miro de reojo, malhumorada, pero pensativa. Al fin y al cabo, hay una raza entera que tiene de estas cosas y viven con ello. No se considera un rasgo asqueroso ni vergonzoso. Es más... Posiblemente los haya tan gilipollas que liguen viendo quién las tiene más grandes y mierdas como esa.

-Yo soy superior a eso -gruño, cerrando los ojos y cruzándome de brazos, dando media vuelta para darle la espalda y apoyándome sobre la barandilla-. Los complejos son para esas fulanas que cada vez que se sienten poco queridas se comen una polla.

-Tus ojos son útiles -repongo, con más suavidad-. Aunque sean tan jodidamente raros. Pero puedes ver en la oscuridad y deslumbrarme.

Evito mirarlo, pese a todo. Me estoy empezando a sentir bastante incómoda últimamente... Después del ataque y de todo me dio tal bajón que no logro recuperar las apariencias frente al gilipollas este. Y me está costando todos mis nervios.

Frunzo el ceño, mirándolo borde. Será capullo. Vale, es verdad que no se me va a las tetas. Yo tengo la teoría de que la grasa se me va a la capacidad de hacer chistes jodidamente buenos. Soy así de hilarante.

-Pues viendo lo grande que eres tú, Gerry, debes de tener el cerebro como una nuez de grande -le escupo, señalando su entrepierna con descaro, desafiante.

Da igual lo que te diga un hombre. Tú métete con el tamaño de su pene y estarás haciéndole siempre una ofensa mayor. Las cosas funcionan así. No sé por qué son tan sumamente subnormal,es pero funcionan así. Misterios de la vida.

Su nuevo comentario me toma desprevenida, haciendo que durante un instante, sin quererlo, abra los ojos algo de más, con sorpresa. Noto las mejillas calientes, y también cierto calor en la garganta y en el esternón. Los labios, entreabiertos, buscan algo que decir.
Todo dura apenas dos o tres segundos. Entonces retrocedo un paso.
Se me nota un puto huevo... No entiendo por qué me pasa esto a mí, que soy una chica dura que no quiere rollos de este tipo. Yo solo quiero colegas. Nada más, joder. Nada más.

-Más quisieras -gruño, con la boca algo pastosa, tratando de seguir pareciendo desafiante y segura.

Quiero largarme de aquí. Quiero largarme de aquí. Joder.

Ni siquiera sé qué borderías le escupo en respuesta a sus palabras. Luego, por suerte, se marcha.

Me apoyo de nuevo contra la barandilla, de espaldas, alzando la vista al cielo, suspirando pesadamente. Esbozo una sonrisa entre amarga y cínica.

-No has dicho nada y ya te han rechazado -murmuro, para mí. Necesito escucharlo de mis labios para que se me grabe en la cabeza-. Mejor así.

Me vuelvo, apoyando esta vez los codos sobre la barandilla, contemplando el suelo, los árboles... Un nuevo suspiro, algo más abatido. Cruzo los brazos sobre la superficie y apoyo la frente en ellos. Tengo un nudo en la garganta y vaya mierda.
Si yo vine aquí para hacerme fuerte. Ni siquiera es tan simpático. Por no hablar de sus sucias aficiones. No creo que tocarlo pueda ser siquiera saludable.

Me yergo, secándome los ojos con la mano. Apenas han sido un par de lágrimas, pero cada una de ellas es una mancha en mi honor, o lo que sea...
Me estiro, llevándome las manos a los riñones y arqueando la espalda, esbozando una gran sonrisa.

Ahora que todo está claro será mucho mejor. Yo no tengo interés en relaciones, y él es la última persona adecuada para tener una relación, de modo que esto es un final feliz. No soy tan estúpida como para dejar que me use como a un pañuelo.

Me largo a comer algo.

*se va*

Contemplaba el campo que rodaba el palacio con una enorme expresión de frustración. Había ido a cuidar un poco a Telma, pero tras una sarta de impropirrios me había ido. Ella no tenía por qué soportarme en aquel estado. ¡No era más que una niña! Pero es que solo con recordar las palabras de Ío la noche anterior me hervía la sangre. ¡Nunca jamás nadie me había llevado la contraria de una manera tan absurda! Ni siquiera aquel tipo, Lyam, y eso que ya había tenido mis discusiones con él. ¡Pero ni siquiera él parecía tener la cabeza tan hueca!

Entre gruñidos y mascullaciones contemplaba el paisaje por hacer algo. Por no ponerme a gritarle a nadie.

*se queda mascullando cosas*

Tras otra tarde de trabajo, estaba pensando en ir a cenar cuando vi una figura un poco más allá. Una figura conocida. Me acerqué, sonriente, hasta el balcón y salí fuera, situándome a su lado. Esperaba no molestarlo.

-Hola, Rick -saludé, contenta-. ¿Cómo va todo?

Con un poco de suerte, él podría darme más información. Poco a poco, iba reuniendo datos acerca de la situación en el palacio. Esperaba resolver mis dudas pronto.

Me alegré cuando, al darme la vuelta, vi allí a la joven Massen. Al menos aquella muchacha era decente y capaz de comprender las cosas que la rodeaban, no como la maldita claritas a la que había conocido la desgraciada noche anterior.
Suspiré, armándome de fuerza, y di una de mis mejores sonrisas para la pequeña piscis.

-¡Hacía tiempo que no os veía, joven Massen! -exclamé, llevándome las manos a la cintura con satisfacción-. ¡¿Cómo te encuentras?! Yo estoy masquiando todavía un mal encuentro que hubo ayer noche.

Y, por supuesto, preparándome para seguir reparando el palacio, aunque parecía que ya estaba prácticamente arreglado. Quedaban, más bien, como detalles.

Sentí que se me congelaba la sonrisa en los labios al oír sus palabras, pese a su tono despreocupado. ¿Anoche? ¿Qué había pasado?

-¿Han vuelto a atacar Brontë? -pregunté, con voz ansiosa y gesto sombrío.

No parecía muy probable, ¿no? Después de todo, si eso hubiera pasado, yo me habría enterado. No estaba de vuelta para ver cómo los ataques contra el ejército pasaban ante mis narices sin que yo hiciera nada por evitarlo.

Sus palabras me extrañaron, haciéndome fruncir el ceño. ¡Por Mithos! Yo estaba seguro de que con un ataque habíamos tenido suficiente. Aunque, posiblemente, los fantasmas atormentasen a la pequeña Des. Al fin y al cabo, no era más que una niña. La guerra no estaba hecha para los niños, pero, por desgracia, a veces no quedaba otra opción para ellos que acudir... Y cada uno tenía sus motivos. No iba a juiciarlos.

Negué lentamente, esbozando una sonrisa algo triste.

-No, nada más lejos. Conocí a una mujer desagradable, pero el único ataque que hubo fue contra mis principios.

La miré, entristecido. Me apenaba tanto...

Asentí, despacio, un poco más tranquila. Así que no era eso...

-Entiendo -respondí, volviendo a esbozar una sonrisa-. Bueno, no siempre puede uno llevarse bien con todos. Aunque no debemos pelear si no es contra el enemigo, ¿no? Debemos guardar fuerzas para él.

Bajé la vista. También era importante estar donde estaba el enemigo para atacarlo. Eso era algo que yo no había hecho, y debía corregirlo.

Alcé los ojos de nuevo.

-Rick, ¿qué sabes del ataque? -pregunté-. ¿Sabes si hay alguien herido o ...? -Tragué saliva-. ¿O si están todos bien...?

La miré fijamente, asintiendo ante sus bellas y nobles palabras. la muchacha comprendía, pues, el concepto mucho mejor que aquella mujer. Eso solo demostraba que, muchas veces, la edad no daba el saber y, por decirlo de algún modo, ni siquiera lo acercaba. me agradaba ver que seguía habiendo gente como la joven Massen Dew a milado. Gente que, guiada por un corazón bondadoso, sabía qué buenas decisiones habían de ser tomadas.

-Eso le dije yo, pero ella insistía en generar problemas. Al final, sin embargo, conseguí evitar que pasase a la violencia.

Sus siguientes preguntas me hacen esbozar una sonrisa cansada. Ese suceso tan cercano no se olvidará ni tras diez años...

-Comienza a hacer frío... -murmuré, acercándome a la piscis y poniendo la mano derecha sobre su hombro, invitándola a acompañarme-. Hablemos dentro.

*Se van*

Suspiro, apoyándome sobre la barandilla, contemplando la lluvia con desgana. Últimamente hace más frío, y aunque ayer hizo mejor día parece que no va a dejar de caer la jodida agua del cielo. Todo esto empezó tras el rollo de los niños verdes, además. Es como si... hubiesen invocado al mal tiempo, o algo por el estilo.
Solo de recordarlo se me ponen los pelos de punta...

Meto la mano en el bolsillo y saco el sobre que lleva ahí metido ya unos días. Es la carta que iba a mandar a casa. Me sentía muy convencida al principio, y lo cierto es que debería hacerlo. Eso creo... Pero supongo que me da algo de palo.

Saco el papel del sobre y lo releo, bostezando. La verdad es que soy una puta cutre...

*se queda*

Como a tantos otros, Fera ha escudriñado a aquella chica en ocasiones, aunque nunca ha llegado a acercarse a ella. Es posible que parezca joven, pero no lo es tanto. Es posible que pase desapercibida, pero tiene un encanto especial. No siente predilección por ella, pero eso no la separa de todas las demás. Dispuesta a poner remedio a su falta de relación, apareció junto a ella, sentada sobre la barandilla, perfectamente acomodada.

-¿No llega el sueño, cielo? -pregunta, con voz arrulladora-. ¿O es que sigues sin acostumbrarte a la luz?

Tiene los ojos iluminados, pero apenas un poco, lo suficiente como para verla con claridad sin necesidad de herir sus delicados ojos. Mira hacia fuera, a la luna, pero no tarda en volver la vista a la chiquilla. Tiene un aspecto curioso, que le da cierto encanto.

-¡Hostia!

Me aparto enseguida de la barandilla, sobresaltada, cuando una mujer aparece en ella. Está es la jodida definición de "voluptuosidad", y por la manera de entrar en escena dudo que sea la prima de Gerald, que viene a visitarlo. Así que, si es tan importante como dicen sus aires, quizás haya llegado el momento de agachar un poco la cabeza y no ser excesivamente maleducada.
Quizás. O no. Ya veremos.

Me recompongo, tratando de borrar la mirada de "tía rara" y ponerme un poquito seria. Niego lentamente.

-Soy caeruleus, al fin y al cabo. Trato de madrugar, pero hacen falta guerreros despejados a todas horas, ¿no?-. Menos borde, Frikka... Sonrío, "excesivamente" animada-. Soy Frikka Njorthrbiartr -. Me cruzo de brazos, risueña. Repítelo si puedes, mona.

Suelta una risa cristalina. En apenas un momento, ha desaparecido, para aparecer de nuevo al otro lado de la caeruleus, acercándose así a ella de nuevo. Ladea la cabeza, mirándola con curiosidad. No es tan joven como parece, pero sí inexperta. Sería divertido acercarla a la realidad...

-O, venga, tesoro -repone, divertida, con voz cariñosa-. Tampoco eres tan caeruleus, ¿eh? No veo por qué no ibas a poder cambiar tu horario. Y no tienes que preocuparte de hacer guardias, preciosa. El palacio está custodiado día y noche. Incluso cuando tú duermes, Frikka Njorthrbiartr.

De nuevo, se desvanece, apareciendo esta vez de pie, de nuevo al otro lado, con el cuerpo mirando al interior del palacio y los codos apoyados en la barandilla. Alarga una mano con suma delicadeza, acariciando con infinita ternura un mechón de pelo azul de la chica.

-Ciertos incompetentes hacen que no siempre esas guardias sean efectivas, por supuesto -matiza, y por primera vez hay un deje de rabia en su voz-. Pero no es algo que esté en tu mano solucionar, así que no debes pensar demasiado en ello.

Cuando desaparece la busco con la mirada, algo tensa, y me tieso todavía más al sentirla a mi espalda. Manteniendo la compostura, me vuelvo hacia ella, frunciendo ligeramente el ceño, más con extrañeza que con desaprobación. Que pueda pronunciar mi apellido de ese modo me arranca una sonrisa.
¿Ves? ya me has caído bien.

Me llevo las manos a la cintura, sacando pecho.

-El sol de la mañana me molesta de todos modos, así que prefiero aprovechar un poco más las noches.

De modo que sabe más de mí de lo que... le haya dicho jamás, porque es la primera vez que la veo. Vaya. Qué divertido.

De nuevo, se teletransporta. Cuando me doy cuenta está tomando mi pelo. Tengo que girarme para encararla de nuevo.

-Con permiso -. Carraspeo, intentando ser un poco políticamente correcta-. Podríamos igualar esta conversación dando el nombre de las dos.

Asiente, cerrando un momento los ojos, permitiendo que se perciba algo de luz a través de los párpados, dándoles un tono rojizo. Vuelve a abrirlos, mirándola con seriedad.

-Por supuesto -asiente, manteniendo su tono-. Lo entiendo a la perfección. De hecho, ya es bastante llamativo tu esfuerzo. Algunos no lo ven, pero yo soy capaz de apreciar lo que supone.

Suelta una risa argentina ante su comentario. Oh, pero qué falta de modales. A algunos los ha estudiado con la suficiente atención como para olvidar que ellos no tienen por qué saber lo mismo de ella. Debería corregir esa manía suya de dar las cosas por hecho.

-Lo siento, amor, a veces no sé dónde tengo la cabeza -se disculpa, desapareciendo un momento después. Aparece de nuevo a su espalda, apoyada contra el cristal de la ventana que da al pasillo, con los brazos cruzados bajo el pecho y el cuerpo ligeramente ladeado-. Fera Twinkle. Es un placer tener invitados como tú en casa.

Esbozo una sonrisa de satisfacción. Por fin alguien que se da cuenta de lo difícil que me resulta levantarme a esas horas intempestivas, imitando a todos los incapaces de ver en la oscuridad. Están tan acostumbrados a sus horarios que ni siquiera se plantean el hacer lo contrario. Y eso que vivir de noche es maravilloso. Despertarme antes del atardecer es tan... tan... Cojones...

Esta tía es un poco rara. Tiene ese aire de seductora inalcanzable. No sé... Mítica que va calentando y luego no cumple. Personalmente, las prefiero a las fulanas que tienen un callo en las rodillas del tamaño de mi puño.

Me vuelvo de nuevo, contemplando su nueva posición, escuchando sus palabras. Así que "Fera Twinkle".

-Así que eres la dueña de esto -comento, divertida, haciendo alusión al palacio con un gesto de manos-. Sí que tiene que poner eso de tener un patrimonio grande.

Al final todos son iguales. Quieren las cosas cuanto más grandes mejor, da igual si son hombres o mujeres. La puta avaricia...

Esboza media sonrisa, desviando un momento la mirada. Una vez más, desaparece, y aparece de nuevo a su lado, esta vez más cerca de lo que ha estado hasta el momento. La mira fijamente, y acaba por negar con la cabeza.

-En realidad... -suspira, desviando de nuevo la vista-. No, cielo, si te digo la verdad, yo no tengo absolutamente nada. No todas las ramas de una buena familia pueden llevarse un buen bocado. Son las consecuencias de intentar mantener intacto un patrimonio grande. Pero créeme, preciosa, es mejor así. Estoy encargada de controlar la situación aquí en ausencia de un Campbell. No es algo terrible. Y aquí me he criado, así que sigue siendo mi casa.

Mientras habla, alarga de nuevo la mano hacia ella, esta vez ascendiendo desde la base de su cuello hasta la mandíbula, en un gesto que, en sus formas, parece natural hacer. Acaricia la piel de la chica apenas con la punta de los dedos, y es una caricia cuidada, sugerente. Según llega a la mandíbula, vuelve a tomar un mechón de pelo cerúleo, extendiéndolo hacia sí y observándolo con curiosidad.

-Qué rasgos tan maravillosos -murmura, más para sí que para ella.

Qué vida más triste. Solo se ha criado en una casa gigante con una familia rica. Voy a llorar de la pena, desde luego. Aunque, bueno... Tampoco diría que se esté quejando demasiado. La verdad es que esta tipa es un poco bastante rara.

-Es una choza chula... -dejo caer, con una sonrisa divertida.

Controla las formas, Frikka, que es tu superior. Al menos no seas simple, joder. Luego te quejarás si nunca te llegan a tratar como una guerrera seria. Primero demuestra, luego presume. Ese es el orden correcto, y no otro.

Su ir y venir me está poniendo nerviosa. Y su caricia... me hace estremecerme un instante. Sin darme cuenta me ha dejado enhiesta. Empieza a darme unas vibraciones que, espero, no se corroboren...
Su último comentario me desarma un poco. ¿A qué cojones ha venido esta tía?

-Yo no diría tanto... -murmuro, entre tensa y sumisa. ¿Dónde se ha ido tu arrojo, Frikka? Defiéndete un poco.

La media sonrisa se ensancha un poco más, al tiempo que ella asiente.

-Ya lo creo que lo es -replica, e incluso hay algo de orgullo en su voz, aunque no es más que un deje.

Se estremece de pronto, y vuelve a mirarla como si la viera por primera vez, con los ojos muy abiertos, seria. Deja deslizarse el mechón entre sus dedos, de forma que vuelve a su posición original. Con un pequeño impulso, se alza hasta sentarse en la barandilla.

-Disculpa. Te estoy molestando -comenta, aunque no parece que le importe lo más mínimo. Lentamente, se inclina hacia la chica, mirándola fijamente, acercando su rostro al de ella-. Oh, claro que lo son -la contradice. Desvía un momento la mirada y de nuevo clava los ojos en ella, traspasándola con la mirada-. De hecho, tú no lo sabes -indica-, pero hay otra como tú en esta choza tan chula. Solo que, en su caso, el agua predomina... -Se alza de nuevo, negando con la cabeza y desviando la vista al paisaje-. Sois muy exóticas -paladea.

Asiento lentamente mientras habla. Tengo que seguir hablando. Tengo la sensación de que si no sigo hablando se me comerá como un ave de rapiña a un corratón de esos. Y cualquiera pensaría que soy una esquizofrénica, pero tiene un punto en la mirada que, la verdad, me está poniendo el pelo de la nuca de punta.

-¿Una mestiza de piscis y caeruleus? -inquiero, con un tono raro en la voz. No me importa mucho, pero bueno. Algo es algo. Carraspeo-. Admito que no soy muy buena reconociendo mestizos si los rasgos no son muy obvios -. Me llevo las manos a la nuca, fingiendo más tranquilidad de la que realmente siento-. Supongo que paso un poco de la gente.

Me da un poco igual. Ahora mismo estoy más preocupada por buscar una forma de ponerme a la defensiva si parecer cobarde.

Asiente, sin demasiado interés. Y a esa la tiene bien sujeta. Cassandra Babineaux, tal vez compense mantener con ella alguna conversación. Aunque, visto lo visto, estará ocupada con su retoño. En fin, ni que eso fuera un impedimento.

La mira de reojo.

-Oh, cielo, esta es una piscis de pura cepa, puedes estar segura -afirma, con teatral seriedad. De nuevo, baja de la barandilla, situándose a corta distancia de la caeruleus-. Precisamente por eso sois tan maravillosas. No tenéis absolutamente nada en común. Eso es lo que os hace tan perfectas.

De nuevo, extiende la mano hacia ella, amagando una nueva caricia. A medio camino, sin embargo, crispa la mano y la recoge, situándola tras su espalda, de nuevo en la barandilla. Sonríe, mostrando los dientes, y la punta de su lengua roza un instante el borde de uno de sus colmillos superiores.

-Deberías prestar más atención, tesoro -apunta-. A tu alrededor hay cosas muy... atrayentes.