Balcones

Tengo la sensación de que intenta hipnotizarme. Su voz, tan sensual y jodidamente controlada... No me sorprendería que sacase una espiral pendiente de un hilo y que empezase a balancearla delante de mis ojos diciéndome "eres un bismonte" "eres un bismonte" como esos engañabobos de los pueblos. De hecho, al mismo tiempo todas mis alertas están activadas, y quiero escaparme, pero no puedo. Supongo que es ese poder tan enigmático. Aunque escapase... Solo quedaría mal. Ella puede desaparecer y aparecer a placer.

No sé de quién cojones me habla, pero me da igual. Lo que sé es que esta situación es muy rara.

Enarco las cejas, desafiante, frente a su comentario.

-Supongo que soy algo despistada -respondo, no todo lo segura de mí misma que me gustaría.

Joder... Coño...

FdR- Intentando torear a la señora de Brontë

Una nueva risita, esta vez más suave, si eso es posible. Desaparece y aparece a su espalda, esta vez muy cerca. Desde su posición, puede oler perfectamente su perfume. Con un dedo, aparta hábilmente el pelo y repasa la línea del hombro, en una nueva caricia, tan tierna como las anteriores.

Niega lentamente.

-Eso no te conviene, Frikka Njorthrbiartr -murmura apenas, muy cerca de su oído-. Si vas a servir a Brontë, debes hacerlo bien. Y si vas a hacerlo bien, no puedes permitirte el menor despiste.

Apenas termina el roce y desaparece de nuevo, volviendo a su localización anterior, moviéndose con tanta naturalidad como si jamás la hubiera dejado.

Vuelvo la cabeza, aunque el cuerpo sigue paralizado, contemplándola de reojo, a mi espalda. Sí, mantengo la sonrisa porque soy más chula que un ocho, pero empiezo a ponerme visiblemente nerviosa. No soy la diosa de las máscaras, ni nada por el estilo. Soy humana, y, por lo que se ve, las situaciones tensas no son lo mío. Yo soy más de relajarme e ir a mi ritmo.

-Sí, señora... -respondo suavemente, a modo de saludo militar, volviendo a mirar al frente.

Me va a marear de tanto ir y venir. Y ella lo sabe. Seguro que esto la divierte. Pondría la mano en el fuego por ello. Esa sonrisa tan realista no se puede fingir.

Ladea la cabeza, escrutándola. Casi como si no fuera a propósito, enciende los ojos un poco más, intensificando la luz sin dirigirla directamente a la chica. A continuación, la repasa de arriba a abajo, como si la estuviera desnudando con la mirada, haciendo el gesto perfectamente evidente para ella. En todo momento, mantiene la sonrisa.

Por último, vuelve a reducir la luminosidad de su mirada y clava los fríos ojos en los de la chica, obligándola a sostenerle la mirada.

-¿Señora? -pregunta-. No soy tan mayor para esos remilgos, preciosa. Ni tampoco me gustan los títulos. No te he dado mi nombre para que lo tires a la basura...

Esa mirada que me lanza... No puedo evitar, inconscientemente, hacer el amago de cubrirme con los brazos, apenas un poquito. No me sorprendería que tuviese un puto hechizo capaz de ver a través de la ropa. Que no es como si me importase una mierda que me vean desnudas, pero ese afán de disfrute me corta un poco el rollo, la verdad...
Si fuese lesbiana estaría a sus pues, sin duda. Es una mujer de lo más sugerente. Pero lo intenté una vez y salí escaldada. Lo siento, preciosa.

La sonrisa de seguridad a estas alturas debe de ser una puta mueca de seguridad, pero algo hay que tener dibujado en la cara.

-Fera -corrijo, recuperando un poco la compostura.

No suelo estar sin palabras. Cualquiera que me conozca un poco podrá dar fe de ello. Pero es que se me come con jodidas patatas, hostia.

Asiente, satisfecha. Oírla pronunciarlo es música para sus oídos. Así está mucho mejor, sin ninguna duda.

-Suena bien -comenta, como quien remarca un hecho obvio.

Se acerca un paso a ella, dejando apenas distancia entre ambas, e introduce una mano entre su piel y su pelo. En una suavísima caricia, recorre con evidente disfrute su mejilla casi desde la altura de la sien, bajando por la línea de la mandíbula hasta el mentón.

-No te canses demasiado, querida -sugiere, cariñosa-. Ya me encargo yo de vigilar. Tengo un ojo puesto en todo.

Y, sin más, se desvanece ante sus ojos.

*Se va*

Es como si su ego hubiese tenido un orgasmo, o algo así. Eso me parece. Es de lo más escalofriante. Y para escalofríos los que tengo que contener cuando me acaricia de nuevo. Espero que conozca alguna bollera simpática y que le haga mucho esas cosas, porque se nota que tiene talento, la hostia... Pero a mí que me deje vestida, mejor. Lo prefiero.

-Descuida -respondo sonriente-. Cuento con ello.

Cuando desaparece me quedo inmóvil un par de segundos. Lentamente, introduzco las manos en los bolsillos, y ahí dentro las aprieto, relajando un poco la tensión. Porque, eso sí... Si va a tener un ojo puesto en todo yo no voy a ponerme a jadear asustada como un corratoncillo. Si una quiere parecer dura tiene que mantener su imagen siempre que pueda ser observada.

Me cago en la puta... Aquí dentro no hay uno solo que sea normal.

*huye*

Chi Myeon... Lágrimas acariciaban mis mejillas. Lágrimas que a pesar de ser húmedas, me resultaban cálidas, pues sólo ellas me recordaban a Chi Myeon, mi querida hija. ¿Que será de ella?

Alcé mi mirada hacía la gran bola blanca llamada Luna, y entonces vi la lluvia. No podía sentirla en mi piel, no significaba nada para mí; pero al atravesar la luz lunar, se delataba el llanto de los cielos, que me acompañaba.

Bajé entonces la vista, la luz me cegaba. No estaba acostumbrada a ella. Sin embargo, la oscuridad que inundaba el suelo... era como mirarse a un espejo, a un charco sólo enturbiado por la lluvia, que al mismo tiempo es la que le da la vida.

- Cuídate mucho... - susurré, ¿pero para quién? No lo sabía, eran palabras que se perdían en el viento. Ojalá alguien pudiese encontrarlas, y ser feliz por mí, por Chi Myeon, y por mi hermano.

*Se queda*

El calor de la noche, junto al de la lluvia, lograban transportarme a un lugar parecido al de dónde procedía. Pero entonces, un movimiento brusco se abalanzó sobre mí. Me eché hacia atrás apresurada, cayéndome al suelo sin querer, entre tanto ropaje que llevaba había perdido el poco equilibrio que me quedaba.

Una sombra... Era una sombra la que me hablaba. Voz masculina, penetrante. ¿Habría recibido mi mensaje perdido en el viento?

- Mi nombre... - mis labios sonreían, pero mis ojos todavía miraban hacia aquella oscuridad, sólo que ahora estaba en mí -. Yo no tengo de eso... Lo perdí hace... mucho tiempo.

Levanté la mirada, con peso en los ojos -siempre me había costado mirar hacia arriba-. Podía diferenciar una figura... una persona... pero seguía siendo tan oscuro. ¿Sería una sombra de verdad?

No me esforcé en levantarme, mi cuerpo yacía inerte en el suelo esperando a que la lluvia lo arrastrase consigo.

Todo se hace más oscuro de repente. Aquellas palabras, comenzaron a sonar más lejanas, más distantes. La figura que antes parecía humana, se volvió de repente plena oscuridad. No había duda: era una sombra. Cerré los ojos, mi cuerpo estaba muy cansado, y cada vez más envuelto por el calor envolvente de la lluvia.

- Cuando ya nadie te llama... cuando pierde el sentido ser llamado... - mis labios tiritaban, ¿pero por qué, si las lágrimas me daban el calor que necesitaba?

Mis manos se perdían en el suelo. Buscaban perdidas algo a lo que aferrarse, pero sólo se tropezaban con una realidad oscura. Me imagino una niña pequeña, de unos ocho años. La acaricio, la abrazo.
Para cuando vuelvo a abrir los ojos, la sombra sigue todavía allí, pero no la niña.

- Cuídate...

Aquella sombra seguía ahí, hablando con el vacío, con la oscuridad, que confluían en mí. La muerte...

- La muerte no recuerda nada... sólo perdona... indistintamente - sentía el exhalo de mis propias palabras, que agrietaban mis labios -. No necesita nombres... hace su trabajo... pero nos esquiva a nosotros.

Volví a ver a la niña de ocho años, tan joven. Alcé la mano con las pocas fuerzas que me quedaban, pero no conseguía alcanzarla. Mis lágrimas no cesaban, nunca lo hacían.

- Un nombre... alberga muchas emociones... para los demás... son ellos los que le dan significado... Por muchas veces que diga Chi... Chi Yeon... - cerré los ojos.

- Chi Yeon... Chi Yeon... Chi Yeon... - ni si quiera el aliento salía de mi boca, el sonido era vacío -. No significa nada para mí.

La sombra seguía hablando de lo que para ella era la muerte... qué equivocación. ¿Impedimento del destino? Mi mirada se posaba taciturna sobre ella.

- Nuestro destino es la muerte... - parecía que mis palabras habían provocado la desaparición de aquel ente misterioso -. Y sólo ella tiene control sobre el destino.... sobre sí misma.

Y en un abrir y cerrar de ojos, mi cuerpo seguía bañándose bajo la lluvia. Qué calor hacia en aquella noche. Ni si quiera yo sabía cómo había logrado abandonar aquel lugar.

*Se va*

Me apoyé en uno de los balcones, mirando hacia fuera. No veía nada en la noche, pero era mejor así. El dolor de cabeza todavía me duraba, y no sabía si era por la noche en sí o por los golpes. Tenía un par de parches en la cara, uno en el pómulo derecho, otro en la nariz... tapando los golpes más innobles. El ojo derecho tampoco tenía un aspecto demasiado sano, pero prefería ver, aunque la luz me hiciese pensar lo contrario.

Allí se estaba bien. Fresco, con el viento rozándome la cara y yo queriendo caerme rendido en algún lugar. Pero era incapaz de dormir por el estómago. Aunque ya no quedaba nada en él que desperdiciar.

Llevaba un día sin probar bocado, pero el apetito Dehnel no hacía aparición...
Dando tumbos, más fresco, volví dentro.

*se va*

Me asomo a los balcones para poder contemplar la imagen que me ofrecen los exteriores, si bien no llego a abrirlos para evitar que el agua me moje. Aunque por lo que se ve desde que esto empezó, el agua no es lo que más debe preocuparme. A veces puedo localizar algún rayo cruzando el cielo. He vivido en Fulmen desde siempre, yo misma soy chrysos, estoy familiarizada con la electricidad, pero esto...
Llevaba tiempo lloviendo, casi era anormal el tiempo que estaba haciendo, pero este tipo de cambio me resulta demasiado violento.

Me aparto, finalmente, alejándome apoyada en las muletas, volviendo al interior. Hace poco, según me informaron, hubo un ataque en el que murió mucha gente. Reconstruyeron el palacio. Y ahora una tormenta golpea con fuerza contra los cristales. No sé si hilarlo todo será mucho presuponer, por lo que, por ahora, me tomaré esto como si fuesen dos sucesos aislados.

Necesito ver a Madame Desmarais. Pero hoy ha sucedido algo extraño. Al asearme he comprobado, extrañada, que la marca de mi costado está como un poco desvaída. Y quizás eso es lo que más intranquilidad me transmite de todo.

*se va*

Me acerco a uno de los balcones, que hoy está cerrado, por supuesto. Lleva mucho cerrado. No sé cómo ventilan este sitio para que no huela a choto, pero bien hecho, tipos del servicio.
Joder, es que llueve que me da miedo salir a la calle cuando pare y que me llegue por los sobacos. Todo Brontë se convertirá en mi piscina particular. Qué maravilla. Lo estoy deseando.
Vamos a acabar del barro hasta los huevos. Y los que los tengan, quizás literalmente.

Me llevo las manos a la nuca, relajada, malhumorada, contemplando un poco más el espectáculo de rayos y todo lo demás. Esto es una mierda.

*se queda*

A ver. Tengo una teoría. La tormenta no se pasa, ¿no? Eso tiene que ser por algo. ¿Y si quiere conocer a su hijo? O hija, no tengo ningún problema con ese respecto. Las niñas quieren más a sus padres. En cualquier caso, si quiero que pase la tormenta, solo tengo que ir a mostrarle mi avanzado estado de gestación. Se me distingue ya una dulce curva y el bebé me exige ya comer el doble de lo que estoy acostumbrado. Esto va más rápido de lo que esperaba. Aunque sienta miedo, comienzo a notar una cierta alegría cuando pienso en ello. Lo malo es que quizás deba volver a Ignis para presentarle a madre a su nietecito. No sé si un palacio lleno de guerreros es el lugar para criar a un niño.

Divago mientras me acerco a los balcones. En un primer momento quería salir al mirador, pero me han cortado el paso. Casi me pongo hecho una furia cuando he recordado la tormenta y he decidido probar suerte en otro lugar. Qué sorpresa encontrarme allí a otra persona, y no a un chrysos presentando su tripa. Es una muchacha tranquilamente mirando a través de la ventana. Últimamente parece haber gente en todas partes.

-¡Buenas! ¿Tú también eres una madre de la tormenta?

Me encuentro de mal talante, con las manos caladas en los bolsillos, sin demasiada alegría, a punto de largarme de aquí, cuando veo a un flamma bastante ornamentado. Alzo una ceja, entre curiosa y escéptica, y presto atención a su pregunta, por ser educada.
¿Para qué?
Recalco mi gesto escéptico. Este sitio está lleno de locos, de verdad.

-¿Madre de la tormenta? -inquiero, desganada-. Si tuviera una hija, créeme, no tocaría los cojones tanto como la tormenta esta -añado, señalando al exterior con la barbilla, sin molestarme en sacarme las manos de los bolsillos.

Lo miro. ¿Pretende parecer muy fiero con esos metales por la cara? Porque...
Bueno, un poco lo parece. Tal vez debería ponerme unos pinchos para asustar más...

La chica es tan brusca que me arranca una carcajada. La verdad es que sí, la tormenta está durando más de lo que esperaba... ¿Y si mi bebé sale igual de toca-pelotas? ¿Qué haré? ¿Qué hacen los bebés en su tiempo libre? Trato de disimular mi confusión tras una descarada sonrisa falsa.

- La verdad es que ya empieza a ser aburrido ver todo el día lo mismo... Quiero salir a respirar aire fresco- me acerco a la ventana y apoyo la cabeza contra el cristal-. Soy Narbe, por cierto. Yo sí que seré padre de la tormenta- comento acariciándome toscamente la barriga. Ay, mi pequeñin...

Lo miro de reojo. "Empieza a ser aburrido" es como un poco muy optimista. Al menos el chaval no pierde la ilusión. Que sea feliz viviendo así, si es que puede.

-Yo diría que ya lleva bastante dando por culo y que podría parar -mascullo, encogiéndome de hombros-. Pero acepto tu versión.

Apoya la cabeza en el cristal y vuelvo la cara hacia él. Lo va a llenar de huellas... Aquí la gente no tiene cabecita, eh. Jo-der.
Carraspeo. Habrá que ser educada, mínimo.

-¿Y cómo te...? -. Pero se me adelanta-. Narbe -repito, asintiendo -. Yo soy Frikka-. ... Va, Frikka-. Frikka Njorthrbiartr, es decir. Frikka. Como prefieras.

Me doy un capirotazo en la frente, malhumorada. Eso sí que no. Vaya mierda de día.

-¿Qué es un "padre de la tormenta"? -inquiero, mirándolo mientras alzo una ceja, algo escéptica.

Venga, va. Sorpréndeme.

Hago dibujitos con la yema del dedo en el vaho del cristal. Mira, un solecito, como el que espero que salga pronto... Y un árbol al que aún le quedan hojas, por si en el exterior aún queda alguno de esos.

- Frikka Apellidobonito Apenascomplicado, entendido- me alejo del cristal sonriendo y me acerco a ella-. Preferiré Frikka, sí.

- No sé si es algún secreto de hombres... Nadie sabe decirme nada, igual debería guardarlo yo también...- dudo un poco, antes de que se me ilumine en la mente-. ¡Ya sé! Seguro que si tú lo adivinas no pasa nada. Mira, ¿no notas nada?- acto seguido le tomo la mano y la apoyo en mi vientre. Tiene cara de avispada, seguro que sabe rápido de qué va el asunto.

Me rasco la barbilla con el índice, apartando la vista un instante. Al menos al no intentar pronunciarlo no la ha cagado. He visto intentos peores.

-La gente suele preferir Frikka -murmuro, asintiendo, poniendo los ojos en blanco un momento-. No sabéis apreciar un apellido bonito de verdad -añado, dibujando una leve sonrisa, burlona.

Abro mucho los ojos, ofendida, cuando me coge la mano. Este tío se merece un capón de los buenos. Maldito imbécil.
Palpo su barriga con desgana, sin mirarlo. Esto es algo incómodo. ¿Es alguna técnica de ligue o algo así? Porque alguien debería darle algunas clases, joder. A una chica no se la obliga a esto...

-Noto que si hicieras abdominales más a menudo estaría un poco más duro -murmuro, apartando la vista a la vez que la mano. Siento cierta vergüenza ahora mismo. Me siento como indefensa.

Mierda. He dicho "duro" y no he hecho un chiste.
Lo miro de nuevo, de mal talante.

-¿Qué tengo que notar? ¿Padre de la tormenta? ¿Tienes gases?