Hall/Entrada

No pasó demasiado tiempo hasta que alguien llegó a la entrada. Sonreí al escuchar una voz masculina (tal vez un alumno, tal vez un jefe o tal vez alguien del servicio) y alcé la vista de mis rodillas (las había estado observando desde que me había sentado, como si me fuesen a decir algo).

La sonrisa no tardó en borrarse. En el suelo había un chico pelirrojo y corpulento. Se había desplomado nada más llegar. Con rápidez, me acerqué hasta él. Estaba sangrando. La sangre parecía provenir de su espalda. Miré a los lados, sin saber qué hacer. Evidentemente, no podía cargar con él. Era mucho más corpulento que yo, y yo no tenía demasiada fuerza. Tampoco podía curarle las heridas, porque no tenía ni el conocimiento ni ninguna clase de medicamento. No sabía dónde estaba la enfermería, porque acaba de llegar. Parecía que no había nadie cerca de la entrada que pudiese ayudarme. Si me iba, podría perderme, y, en el peor de los casos, tal vez nadie apareciese en la entrada para ayudar al chico. Pensé que podía gritar. No para despertarle, sino para intentar que alguien apareciese. A lo mejor había alguien cerca y podía oírme. O a lo mejor la sonoridad del Palacio era tan buena que se podía oir desde lejos. ¡Igual había alguien con muy buen oído por ahí!

Sin alejarme demasiado del chico, comencé a gritar pidiendo ayuda.

— Eeeeh... ¿¡Hola!? ¡¿Hay añlguien por ahí?! Eeeh... — tragué saliva —. Ne... ¡Necesito ayuda! ¡Hay...! ... ¡Alguien se acaba de desmayar! Y... ¡Y no sé qué le pasó ni...! ... ¿¡Hay alguien cerca!?

Repetí los gritos, esperando que alguien me escuchase.

Soldado:

La claritas tenía la piel bronceada y unas sinuosas curvas que me dejaron sin respiración. Notaba mi corazón bombear a toda velocidad mientras se acercaba, ya desnuda. Sus labios me sonreían y, aunque estaban cerca, los veía inalcanzables. Con suma dulzura acomodó su cuerpo al mío y...

Un grito.

- ¡Identifícate! -exclamé al instante, adoptando una posición de ataque con mi espada. Sin embargo, estaba solo.

Pronto me di cuenta de lo que pasaba: me había quedado totalmente dormido mientras montaba guardia. Avergonzado, miré a mi alrededor y tuve suerte. Nadíe me había visto.

Me percaté entonces de que los gritos seguían oyéndose y abrí la puerta, encontrándome con una escena de lo más extraña.

- Er...

Un cadáver en el suelo y una chica gritando. La miré a ella, que parecía más dispuesta a hablar.

- ¿Qué ha pasado aquí?

Alguien llegó. No pude evitar sentirme aliviada. Seguro que el hombre que había entrado sabía mejor que yo lo que había que hacer. Pero, claro, antes tenía que explicarle la escena. No era demasiado normal encontrarse a alguien ensangrentado tirado en el suelo. Tragué saliva y clavé mi vista en el recién llegado. ¿Cómo iba a explicarle lo que había pasado? Ni tan siquiera yo lo tenía del todo claro.

— Yo acabo de llegar al Palacio... De hecho, llegué hace escasos minutos... — comencé mi explicación por ahí. No quería que pensase que yo le había hecho eso al chico —. Entré dentro porque no había nadie y, bueno, pensé que debía entrar y... — Negué con la cabeza —. El caso es que estaba aquí sentada, esperando a que llegase alguien, cuando este chico entró. — Me llevé una mano a la nuca. Estaba claramente nerviosa —. Y... Bueno, dijo algo... Me saludó, y creo que iba decir su nombre porque dijo algo que empezaba por R... — Tragué saliva —. Antes de que pudiese decir nada se desmayó. Se desplomó al suelo. Entonces yo me acerqué porque, claro, se había desplomado y vi que estaba sangrando... — Miré al hombre que acababa de llega de reojo —. Y entonces, como no sé dónde está la enfermería, ni tengo la suficiente fuerza para cargar con alguien tan... corpulento, decidí gritar para ver si alguien venía... ¡No le toqué ni nada! No sé qué le pasó. En serio...

Miré al chico de reojo. ¿Qué le habría pasado al chico "R"?

Soldado:

Me creí lo que la joven me decía. ¿Y por qué no hacerlo? Tartamudeaba mucho y era mona. A mí me gustaban las mujeres monas, así que lo que ella dijera estaba bien.

Observé entonces al inconsciente. De hecho, sí que era corpulento. Demasiado para mi gusto. Yo no destascaba entre los soldados por fuerza. De hecho, ni siquiera estaba seguro de qué hacía en ese lugar cuando siempre quise ser chef...

- Yo me ocupo de esto, señorita. Tranquila -. Le dediqué una sonrisa-. Y supongo que también necesitará un guía, así que... Un segundo...

Raudo, me adentré en el interior del Palacio y regresé a los pocos minutos con dos compañeros, a los que ordené que llevaran al joven a la enfermería. Ellos asintieron refunfuñando -a nadie apetece trabajar a esas horas- y se llevaron al tipo con cierta dificultad adentro.

- En fin, señorita... Ahora que estamos solos... ¿Qué quiere que le enseñe?

Desde luego, ese era mi día de suerte. ¡Tal vez acabase bien casado y todo!

El hombre llamó a otros dos hombres, que se llevaron al chico. Me pregunté qué le habría pasado. Y también me pregunté si se pondría bien. Esperaba que sí. Seguro que había médicos capacitados en el Palacio. Suspiré. Desde luego, aquello no era un comienzo afortunado. Esperaba que el resto de los días fuesen más normales.
Me llevé una mano a la nuca. ¿Cómo se llamaría el chico? Sólo sabía que empezaba por su nombre empezaba por R. Volví a suspirar. Pensé en mi mala suerte. No recordaba que tuviese tan poca fortuna. Negué varias veces con la cabeza, y luego clavé mi vista en el hombre que tenía al lado. Ya no tenía ganas de corretear por el Palacio (la visión del chico R desmayado no había sido nada agradable, la verdad). Le preguté al hombre si podía llevarme a los dormitorios. Tras su asentimiento, me dirigí hacia la butaca donde me había sentado antes y recogí mi enorme mochila, donde guardaba mis pertenencias. Luego volví a ponerme a su altura y comenzamos a andar.

*se van*

Los días aquí son muy monótonos.

Me detengo ante la puerta y muevo el hombro derecho en círculos. Tal vez deba entrenar un poco. Me sentará bien.

Suspiro y entro.

*se va*

Le latía el corazón a una velocidad inusual. No dudó más: abrió la puerta de par en par, entrando con el pecho henchido de valor. Vacío, el Hall estaba vacío, pero era precioso: estaba adornado con cuadros que representaban a las distintas razas de Mithos con unos colores brillantes y llenos de vida; en el suelo, una espesa alfombra reconfortaba a los cansados pies del joven Piscis; al fondo, un par de sillas parecían que estaban esperando a los jóvenes aventureros y a los lados, había dos filas de antorchas, unas más bajas que otras, que le daban a la enorme sala de piedra una calidez increíble.

-...Quizás sea fuego de dragón...-Silvanus se estremeció y puso cara de asco: no le gustaba el fuego.

Estaba tan embelesado con esta nueva visión que uno de sus tirantes se enganchó en una de las antorchas, arrojándola al suelo, y en consecuencia, la alfombra empezó a arder. Silvanus cogió su mochila y empezó a azuzar el fuego hasta que solo quedó una enorme mancha de aceite quemado y alfombra humeante. No se lo podía creer: solo había dado dos pasos dentro de su nuevo hogar y ya había roto algo...
Corrió a sentarse lo más lejos posible de la alfombra quemada y decidió esperar a que pasase alguien a recibirle y, si tenía suerte (y su anfitrión poco olfato) quizás se librara de su primer castigo.

El líder caeruleus había preparado al fin todo lo necesario para pasar un par de días fuera del palacio para llevar a cabo los preparativos para su boda. Acompañado de su fiel Barthemius, quien cargaba con los bártulos que el líder consideraba necesarios, se dirigió a la entrada para llevar a cabo la pequeña empresa que ahora mismo le apremiaba.

-Vamos, Barthemius, no puedo permitirme retraso alguno en mi citación -. Comentó con su habitual sonrisa maleficente. Fue en ese momento cuando se encontró con cierto olor a quemado y a un piscis rubio sentado en el lugar con el rostro lleno de nerviosismo. Piscis, podría haber sido cualquier otra raza, pero era un piscis... Y había destrozado la alfombra.

El líder caeruleus alzó una ceja y contempló la situación durante unos segundos. Luego se aproximó al muchacho con un movimiento sinuoso y su habitual sonrisa.

-Supongo que tu eres el causante de esto... -Comentó acercándose al joven mientras mantenía su gesto lacónico.- ¿Acabas de llegar? ¿Cómo te llamas? -Preguntó quedándose de pie frente al joven. Barthemius suspiró para sí. Hacía unos segundos lo estaba apremiando y ahora se paraba con un chiquillo patoso. Estaba claro que Aren era demasiado estrafalario.

Lo habían descubierto, como no. Silvanus se maldecía una y otra vez, se odiaba. ¡Por Mithos!... ¿como era posible que tuviese tan mala suerte?.
Mientras Silvanus se retorcía en pensamientos autorecriminatorios, noto que había aparecido una sombra a su izquierda. Allí estaba: El personaje más pintoresco que había conocido nunca: lo primero que vio (porque empezó a levantar de abajo arriba la cabeza) fueron unas botas negras y puntiagudas, seguidas de una interminable túnica violeta, cada centímetro que su cabeza subía, sus piernas temblaban sin control. Cuando sus miradas se cruzaron, el pobre Silvanus casi no podía ni articular palabra: aquella cara no le auguraba nada bueno.
-S-s-oy S-Sil-Silvan-nus señor, Silvanus Kettleburn, de Aqua...-lo dijo tocándose instintivamente una de sus orejas-. A-a-acabo de llegar, señor- miró de refilón el agujero de la alfombra y volvió a undir su cabeza en su pecho.

El líder Darvenwish sonrió con mayor amplitud ante la acogida del joven. Como muchos otros, el joven se había sentido intimidado por su presencia y eso era algo que el líder adoraba.

Escuchó el nombre del chico y su ya sabida procedencia con tranquilidad e hincó una rodilla frente a él para que su cara quedase a la altura de la del joven. Para la edad que parecía tener, su comportamiento era más bien infantiloide e inocentón.
El líder caeruleus estiró su derecha y acarició el mentón del piscis para hacer que levantase la cabeza. Una vez sus miradas se cruzaron, la sonrisa del caeruleus se relajó ligeramente.

-No te preocupes, joven Silvanus, un palacio no se derrumba por una antorcha -. Miró al chico con amabilidad y soltó con delicadeza su para para volver a levantarse.

-Si acabas de llegar a este lugar necesitarás un guía. Ahora mismo haré llamar a uno para que te enseñe las estancias del castillo. Te ofreceria a mi buen Barthemius durante un rato, pero desgraciadamente estábamos saliendo en este momento y no tenemos demasiado tiempo -. Con mirada cordial, se dio la vuelta y llamó a un joven del servicio para que le mostrase el palacio al joven y lo llevase a las habitaciones. También pidió que se limpiase el estropicio.

Finalmente, volvió junto al joven piscis y pasó una mano por su pelo antes de hablar con voz aterciopelada.
-Nos veremos pronto espero. Bienvenido - Y, dando la espalda al joven, lo dejó en manos del servicio del palacio para que pudiese instalarse.

*se va*

¿T-t-tenia dos lenguas? Que hombre más raro...¡Pero se había librado! Silvanus se quedó viendo como su ``héroe´´ salía por el umbral de la puerta.
Se levantó y se puso a dar un par de vueltas por el Hall esperando a su guía, entonces vio un espejo y se dirigió a el: llevaba bastante tiempo sin verse y quería saber el aspecto que tenía.

-¿Será imbécil?, ¡me ha despeinado!- Silvanus se apresuró a alisarse un poco el pelo y rápidamente sacó de su mochila marrón su viejo pañuelo y se lo puso en la cabeza con el fin de evitar más toqueteos.

Oyó entonces uno pasos que se acercaban y se apresuró a sentarse otra vez en su silla: no quería meterse en más problemas y quería dar buena impresión.


Apareció entonces un hombre de uniforme y sin hablar, le izo una señal con el brazo, miró el suelo, y entornó los ojos haciendo que el pobre chico se sintiese mal, así que se apresuró a seguirlo sin decir nada, agarrando fuertemente su gran mochila marrón.

*se va*

Tenía que admitir que el hall estaba decorado con bastante buen gusto. Semejaba bastante antiguo, y hasta tenía una alfombra... El lugar estaba vacío, así que iba a tener tiempo de sobra para estudiar a fondo la sala. En algún lugar, la alfombra parecía sospechosamente chamuscada. ¿Es que aquí la gente no sabía ni comportarse? Esperaba no haber acabado en un antro de salvajes; aunque sabía manejarlos perfectamente, nunca habían sido de mi agrado.

Me planteé seriamente el marcharme sin esperar a nadie, pero no podía deambular por los pasillos de un castillo que no conocía... ¿Cómo llegaría a mi cuarto? ¿Y la comida? ¿Y necesitaba saber llegar a aquellas torres... Por lo tanto, y como una chica obediente que era, seguí observando con interés la sala. Había muchas cosas que descubrir.

Llegué al Hall, con el pelo aún mojado y con mi espada en la mano derecha. En los últimos dos días había estado explorando el interior del Palacio y, dado que ya no había más salas que conocer, había decidido ir a dar una vuelta por los exteriores. Quería conocer cómo eran los alrededores del Palacio de Brontë. Por ello, tras darme un buen baño, había acudido al dormitorio de las chicas a recoger mi espada. Todavía no tenía nombre, pero con un poco de suerte pronto se me ocurriría alguno.

Antes de llegar a la puerta, me encontré con una aether. La chica en cuestión tenía el pelo rubio y observaba con curiosidad la sala. No sabía con exactitud cuantos años tenía. No era demasiado alta, pero no aparentaba tener menos de dieciseis años. Ladeé la cabeza ligeramente hacia un lado. Se suponía que tenía que recibirla. Tendría que enseñarle el Palacio, tal y como había hecho el soldado que me había acompañado, así que podía despedirme de explorar los exteriores. O al menos eso creía.

Suspiré. Luego tragué saliva y me acerqué a la Aether.

— Ho... ¡Hola! — Esbocé una tímida sonrisa y me llevé una mano a la nuca—. Acabas de llegar... ... ¿no? Eh... ... ¡Yo soy Inger Nielsen! Y, bueno... Cómo no hay nadie más... O sea, no digo que me importe acompañarte... ... — Negué varias veces —. Encantada de conocerte. Soy Inger Nielsen... Y voy a... eeh... enseñarte los diferentes sitios del Palacio de Brontë... Si quieres, claro...

Tragué saliva. No se me daba bien eso de hablar con la gente. Tampoco se me daban bien las explicaciones. ¡Y ya no digamos hacer de guía para alguien!

¡Por fin alguien había aparecido! Hacía mucho que me había cansado de verlo todo. La chica en cuestión era mayor, bastante más que yo, aunque era más o menos de mi altura. Tenía un pelo precioso, pero con respecto a su personalidad... No conseguía articular una frase coherente. ¡Qué desagradable! La gente así me irritaba mucho. ¿Acaso no sabían hablar con más propiedad?

Me acerqué a ella con una sonrisa con el toque justo de disculpa en la cara y le tomé las manos con delicadeza.

— Hola, soy Sanae, y acabo de llegar. Si no te molesta acompañarme... —dije, en respuesta a su ofrecimiento. ¡Por fin tenía un guía! Aunque fuera un poco estresante— Este palacio es bastante grande, y seguro que yo sola acabo perdiéndome... Necesito a alguien que me enseñe cómo llegar a los sitios básicos, si no es molestia.

Todo estaba listo. El líder Darvenwish volvía de su pequeño viaje tras tres días de ausencia, los que se había propuesto. Algo más cansado de lo habitual, no tenía demasiadas ganas de pararse con nada, con lo que entró por el hall junto a Barthemius casi sin mirar a su alrededor.

Pudo distinguir al entrar a un par de chiquillas hablando en el lugar. Una pequeña Aether rubia y una caeruleus pelirroja. Se quedó mirando un momento a ambas muchachas y finalmente al color incandescente de la que pertenecía a su raza. La mezcla de sangres hacía surgir composiciones interesantes según parecía al jefe de raza. Esbozó una sonrisa al pasar y se perdió entre los pasillos sin mediar palabra.

*se va*

La chica me tomó las manos, con cuidado. Alcé una ceja, preguntandome por qué habría hecho eso, pero, antes de poder expresar mis dudas, la aether comenzó a hablar. Tal y como había imaginado, acababa de llegar. Su nombre era Sanae y no mencionó su apellido. Tras escucharla con atención, asentí.

— Claro que no es molestia... — dije —. Se supone... o eso creo, al menos, que alguien tiene que enseñarle a la gente que acaba de llegar el Palacio... — Esbocé un amago de sonrisa—. A mí me lo enseñó un soldado... pero parece que no está en estos momentos... Y, bueno... — Me encogí de hombros —. A ti te lo enseñaré yo... Aunque todavía no lo conozco demasiado... Bueno, con un poco de suerte no nos perderemos...

Dejé escapar una risa nerviosa. Realmente esperaba no perderme. A pesar de que los pasillos eran todos iguales, había estado vagando por ellos desde hacía más o menos cuatro días, por lo que no debería tener problemas para orientarme.

Me giré hacia Sanae. Iba a decirle algo, pero entonces él apareció. Acompañado de un claritas, el jefe de los caeruleus, Aren Darvenwish’s, apareció en el hall.

Bajé la cabeza y clavé mi vista en mis pies. Tragué saliva, nerviosa. Conocía a Aren Darvenwish’s no sólo por ser el "gobernante" de Caligo, sino por todos los comentarios que los amigos de mi hermano Simon hacían. Según ellos, tenía una furia terrible. Con un sólo movimiento, podría hacerte cosas tremendamente dolorosas si le desobedecías.

Esperé así, con la mirada fija en el suelo, hasta que se fue. Por suerte, no permaneció demasiado tiempo allí. Cuando alcé la vista, miré a Sanae, con el nerviosismo pintado en el rostro. Tragué saliva y esbocé una sonrisa nerviosa.

— Perdón por quedarme así... — Me llevé una mano al cuello —. No suelo... ... Es sólo que... ... — Negué varias veces —. Da igual ... Eeh... Creo que primero te enseñaré los dormitorios... Y luego los baños y... el comedor después... A no ser que prefieras otro orden... Claro

Tras decir esto comencé a andar, con lentitud y con la mirada clavada en el suelo, esperando que me siguiese. Aunque quisiese cambiar el orden del trayecto, lo primero que tendríamos que hacer era salir del Hall. Con un poco de suerte, no tendríamso que cruzarnos con el lider Caeruleus. Al menos no ahora.

*se van*

Atravieso el hall casi a la carrera. El corazón me late con prisa. Estoy nerviosa, y no suelo estarlo, pero en esta ocasión es normal. Sin duda, estoy a punto de llegar tarde.

Espero equivocarme. Espero equivocarme...

Él odia que la gente llegue tarde.

*se va*

Llegué hasta el hall sonriente. La verdad, la espalda apenas me dolía y mi buen humor había regresado al irse la fatiga. El ungüento del tal Silvanos había funcionado; tendría que agradecérselo nuevamente. Lo haría, sin duda. Agradecer era de nobles.

Abrí la puerta que daba al exterior e inspirñe profundamente. Aire fresco. Me encantaba.

En dos o tres pasos estaba fuera.

*sale*

Después de mi pequeño planeo entro de nuevo al castillo. Es hora de que descanse un poco, además ahora ya he desentumecido todo el cuerpo.

*se va*

Abandoné el palacio sin pararme a pensar en mi aspecto. Había dejado a Värdjas en el dormitorio, craso error, y ni siquiera llevaba camiseta, aunque no tenía frío, en parte porque el clima no se correspondía con ello y en parte porque mi piel era gruesa y dificultaba el paso del mismo.

A ver si era lo suficientemente gruesa...

*se va*

Entré en lo que parecía ser el hall, o recibidor. Muchos adornos decoraban los muros y losas de piedra que formaban el curioso habitáculo. Muchas sillas y sillones se disponían por toda la sala, además de otros muchos objetos cuya existencia descocnocía hasta ese momento.

La claridad era bastante amplia, pues numerosas ventanas hacían una fila por toda la pared, hasta llegar a la esquina del cuarto.

Giré mi cabeza para todos lados, había escalera y puertas, y no sabía por donde debía ir. Tampoco había nadie esperando para poder guiarme, así que, aunque perdida, lo mejor era investigar un poco por mi cuenta.

Tras varios segundos de cavilación y dudas decidí subir lo que eran las escaleras principales.

*Subí*

Entré y había una estancia vacía que parecía ser el recibidor. No había nadie por allí, pero no estaba segura de si podía adentrarme por el palacio sin permiso, así que decidí esperar por allí.

*Se queda y espera*

Camino hasta el hall para salir a dar una vuelta por el bosque y estirar las alas. Entonces encuentro a una claritas de pelo castaño esperando en la entrada. Seguramente acabe de llegar, pues aun lleva el equipaje.

-Hola, ¿acabas de llegar? -Pregunto con curiosidad, sin sacarme las manos de los bolsillos. -Soy Heylel -.Le digo con una sonrisa.

FdR: Menos mal es estaba ò.o si hubieras llegado y no hubiera nadie conectado podrías haber entrado por tu cuenta XD

Estaba sumergida en mis pensamientos cuando me sobresaltaron al hablarme.

Lo miré sorprendida, pero me habló de una forma muy amigable.

"Oh... encantada. Yo soy Hewina. Hewina Astaldë. Llegué hace un rato.", dije sonriente, aunque en realidad llevaba esperando mucho más que un rato.


FdR: perdón >.< esque cuando postee había gente D=

Sonrío a la claritas y muevo un poco las alas.

-Un placer, Hewina. Si quieres puedo acompañarte para que vayas localizando los istios del Palacio -.Me ofrezco. Recuerdo que cuando llegué en la puerta estaban Blues y Cero y fue un momento algo extraño y, por qué no decirlo, aburrido, así que intentaría mejorar la visita.

FdR: Tengo que largarme~~ en tu post pon que se van los dos y si quieres seguir roleando tu llegada puedes ir a las habitaciones y decir que Heylel te enseñó los sitios por encima XD