Comedor

Tomé asiento frente a él.

—A ti también.

Un chrysos del servicio se acercó a nuestra mesa. Mientras Gerald pedía, yo pensaba qué podía comer. Lo cierto era que bajo todo aquel cansancio, tenía bastante hambre. Por eso mismo, cuando Gerald me preguntó qué quería, respondí, resuelta:

—Lo mismo.

Me había planteado cenar algo chocolateado, pero aparte de ser poco sano, parecería una glotona. Y yo no quería parecer una glotona.
Asentí a su comentario.

—Sí, lo cierto es que es bastante cansado. —Suspiré. Luego, más burlona, añadí—. Las noches son lo mejor de todas partes.

Porque podía ver mejor.

Zacharyas la escuchó, atento, contemplándola, mientras comía despacio, disfrutando de cada uno de los trozos de lo que una vez había sido un ser vivo. ¿Quién le aseguraba, siquiera, que no hubiese sido una persona antes? Jamás había probado aquello, y sería muy sencillo que no distinguiese el sabor.
Podía comprender lo que ella le decía, al mismo tiempo. Él había vivido, al fin y al cabo, un encierro de dimensiones increíbles. No tenía claro si le hubiese ido tan bien de haber sido otra persona, aunque para él no había sido ningún tipo de experiencia traumática, casi incluso lo contrario.

-Nosotros estuvimos en la cueva del bosque -murmuró, casi hablando solo-. No pudimos salir durante toda la tormenta, y la última noche se derrumbó y nos cerró el paso-. Carraspeó, cayendo en la cuenta, mirándola de nuevo, esbozando una sonrisa afable, que en sus labios quedaba extraña-. Nosotros. Stalon y yo. ¿Conoces a Stalon? -inquirió, casi con, podría decirse, cierto punto de emoción en la voz, como si hablase de degollar animales vivos-. Ayne Stalon.

Bajó la vista y siguió comiendo, pensativo.

Alzo las cejas, con fingida impresión. Aunque, la verdad, resulta de lo más extravagante. ¿En una cueva? Qué horror. Prefiero no imaginarlo, me pongo mala solo de pensar en ello. Y su relato no lo arregla mucho, dando detalles del encierro. Estoy tan concentrada en ese detalle que casi me pasa por alto un detalle. Estoy a punto de preguntar quiénes son "nosotros", pero se me adelanta.

Ladeo la cabeza, mirándolo con curiosidad. Cierto. Conozco ese nombre. Ya casi me había olvidado de ella. Asiento, sonriendo.

-Bueno, no la conozco -respondo-. Pero he oído hablar bien de ella. Supongo que en buena compañía se pasan mejor estos malos tragos.

No sé cómo es esa chica, pero solo por cómo habla de ella parece casi enternecedor. Con lo siniestro que es, no puedo concebir cómo será su amorcito. Aunque, probablemente, no se quede atrás. Mithos los cría...

Zacharyas sorbió un poco de agua, aclarándose un poco la garganta sin necesidad de un nuevo carraspeo, y alzó las cejas extrañado, haciendo que se perdiesen bajo su flequillo, al saber que ella había oído hablar de la parvus. Sin embargo no tardó en sonreír de nuevo y asentir levemente, sin nada que añadir. Le gustaba la soledad, pero, como Lea había dicho, si la compañía no era desagradable no molestaba. Y en aquella situación, de haberse tratado de otra persona molesta, Zacharyas estaba seguro de que podría, incluso, haberla matado sin resultar culpable, al final, acusando del hecho a las rocas que habían caído.
Aunque por otro lado, pensó, los líderes, seguramente, serían capaces de llevar un control de aquel tipo de cosas. Seguramente sería más complicado que matar sin más.

Bajó la vista a su plato, casi vacío, y cortó un nuevo trozo de carne, concentrándose en el cuchillo. No estaba muy afilado. ¿Aquello lo haría mejor o peor para cortarse a sí mismo? Sin duda, sería más fácil traspasar la piel, pensaba, pero al mismo tiempo, por otra parte, sería más tortuoso.

Se llevó la carne a la boca.
En cuanto acabase se iría. Tenía más cosas interesantes que ver, como el lago, esperaba. Seguramente algún animal habría muerto ahogado también.

El caeruleus parece comprender, sin más. Ni siquiera tiene la curiosidad de preguntar quién me ha hablado de ella. Resulta de lo más extraña esa falta de preocupación, pero tampoco le doy mucha importancia. Es evidente que no es una persona al uso.

De nuevo, el silencio. Tan agradable...

Termino el resto de la cena. Después, pido un postre, que tampoco tardo en tomar. Por último, dedico una sonrisa al caeruleus y me despido.

No me paro a dar las buenas noches a la otra mesa. Sospecho que estarán ocupados, y no me apetece en absoluto llamar su atención. Así pues, en un momento, he dejado el comedor.

*Se va*

Sonreí.

—Vale, vale, vale. Así que mi opinión no cuenta por caeruleus. —Ensanché la sonrisa—. Qué malvado.

Para mí, el mejor momento del día siempre era la noche. Era el momento en el que podía ver y en el que más poderosa me sentía respecto a los demás. También era un momento silencioso, salvo en Caligo, donde la mayoría del mundo estaba durmiendo o simplemente simplemente descansando. Era relajante; apenas se oían ruidos de noche, apenas había algo que capturase tu atención más allá de aquello en lo que tú querías centrarla. Sin duda, era mejor que el día, o la tarde.

—En Caligo ayudaba en la herrería, entrenaba con mi hermano, leía... —Alcé la vista—. También paseaba con mis amigas, y charlábamos de tonterías, muchas veces de chicos. —Lo miré. Sonreí—. Pero la mayor parte del tiempo lo pasaba en casa.

FdR: Rol pausado

Zacharyas terminó de comer prácticamente a la vez que Lea, pero se quedó algún minuto más, enfrascado en sus pensamientos, sin prestar atención a ninguno en particular, bebiendo a ratos, más como reflejo por tener el vaso delante que porque tuviese sed. Luego, percatándose de que estaba molestando, de alguna forma, se puso en pie.

El mago se despidió de Gerald y de su acompañante con una ligera reverencia. Luego, como una sombra, caminó hasta la puerta envuelto en sus capas oscuras, abriéndola relajado y perdiéndose entre los pasillos de Brontë, camino del exterior, en dirección al lago.

*se va*

Reí.

—Vale, vale. Entiendo.

Suspiré. Luego bebí, todavía observándole, atenta a sus palabras. Cuando terminó de hablar, fruncí el ceño. Por supuesto que estudiaba. Tal vez no tanto como otros, pero sí había estudiado; a fin de cuentas, sabía leer, escribir y tenía nociones sobre cómo funcionaba el mundo, la geografía de este, las leyes físicas que lo regían, las grandes obras que habíamos producido y el funcionamiento de la magia. No era, sin duda, una experta, pero sí sabía lo básico para poder desenvolverme.

—Claro que estudiaba. Estudié en una escuela normal, y después continué mi formación en casa, al llegar a la adolescencia.

Medité unos segundos mi respuesta. ¿Qué hubiese sido de no haber venido a Brontë? Probablemente hubiese seguido en la herrería, ayudando a mis padres. Aunque no estaba segura de querer ser Inger la herrera. No me veía como una herrera, aunque en Caligo lo fuese. Era extraño.

—Supongo. —Bajé la vista—. Imagino que hubiese seguido en la herrería. —Me encogí de hombros—. Nunca me lo planteé, realmente.

Cuando vine a Brontë no era tan mayor; tampoco ahora me consideraba mayor. Cuando llegué no había pensado en ello porque había supuesto que tendría más tiempo para decidir qué quería hacer con mi futuro, una vez el mundo fuese un lugar seguro no sólo para mí, sino para todas las personas que me importasen y para aquellas a las que no conocía personalmente. Ahora me quedaba menos tiempo para decidirlo, pero todavía tenía muchas cosas que hacer como Inger la guerrera, así que tampoco me preocupaba demasiado. Realmente, lo único que quería ser en el futuro era una persona feliz; el resto poco me importaba.

—Tal vez te mencionaría como el chico después de Rick —respondí, burlona—. Pero no estoy segura...

Sonreí. Cuando el chico de servicio llegó con nuestros platos, le di las gracias, y tras observar el plato unos segundos, empecé a comer.

Me encogí de hombros. Realmente no sabía qué decirle. Todavía no sabía cómo quería que fuese mi vida futura, salvando el detalle de que quería ser feliz. Así que ¿qué más podía decirle? Si esperaba encontrar grandes aspiraciones, se sentiría decepcionado; siempre me había considerado una persona bastante simple.

—No lo sé. —Lo miré. Volví a encogerme de hombros—. De pequeña quería ser princesa, ahora simplemente quiero ser feliz. No tengo grandes aspiraciones.

No aspiraba, por ejemplo, a controlar una gran empresa, ni a vivir grandes aventuras. Tampoco esperaba recorrer el mundo entero, aunque me gustase viajar, ni tampoco quería que el mundo me recordase como la gran Inger Nielsen, ni que nadie hiciese estatuas en mi honor ni escribiesen odas sobre mí, no quería ser política, llevar a un país y su gente, y que se me recordase como una gran gobernadora, como la gran Inger Nielsen cuyas políticas evitaron decenas de guerras y salvaron a cientos de habitantes. Me gustaba escribir, pero carecía del talento suficiente como para poder ser Inger la escritora, y nunca sería una gran artista por mucho que me esforzase en practicar.
Y no me importaba. Mientras pudiese ser feliz, tener una familia normal, sin complicaciones, con lo suficiente para vivir y disfrutar de la vida, me bastaba.

—Digamos que no me gustan las perillas —respondí, burlona, a su segundo comentario. Era cierto: no me gustaban.

Mientras comía, escuchaba las palabras del chrysos. Por lo que decía, era evidente que ambición no le sobraba, es más, tal vez tuviese demasiada. O un gran afán por ser el mejor en todo, que también era posible.

—¿Cuáles son esas otras ambiciones? —pregunté, curiosa. Al final, que quisiese ser el mejor de todos era algo que no me importaba demasiado; yo no era quién para decidir si sus ambiciones eran demasiado elevadas o no. Eso era cosa suya.

Bebí agua. Cuando respondió a mi comentario sobre su aspecto, sonreí. Y luego negué: tampoco me gustaban las patillas.

—Prefiero el no vello en la cara —respondí, divertida. Me encogí de hombros—. Lo siento.

Reí, divertida. Y luego, ya sólo sonriendo, me incliné hacia delante, acercándome a él.

—Buena suerte entonces.

Y me aparté, ensanchando la sonrisa, volviéndola más burlona. Volví a bajar la vista al plato, corté un pedazo de carne, y suspiré.

Cuando volvió a hablar, volví a reír, negando con la cabeza. Mal gusto, claro, claro. Falso todo. Los hombres sin barba era más atractivos. O al menos a mí me lo parecían.

—No es mal gusto. —Lo miré, sonriente—. Hay hombres con barba que pueden ser atractivos, pero los que no tienen vello facial lo son mucho más.

fdr. gracias inger por tu incondicional apoyo, dice lyam

Cerré los ojos cuando me salpicó, y fruncí el ceño, pero para cuando me separé ya sólo sonreía. Me pasé la mano derecha por donde estaban las gotas.

—No te creo —murmuré, jocosa.

No creía que tuviese tan poca disposición como la que él decía, ni tampoco que fuese a cambiar de opinión por algo así. Continué comiendo, mientras escuchaba su respuesta a mi segundo comentario. A los hombres sin barba se les llama críos, no hombres, repetí, y no pude evitar imaginarme a mi hermano arqueando una ceja y murmurando un ¿disculpa?, fingiendo estar más ofendido de lo que realmente estaba.

Negué con la cabeza.

—Eso lo dirás tú, listillo.

Me encogí de hombros.

—Pues ya sabes: ve con una de esas doncellas. —Lo miré, sonriente, burlona—. Seguro que lo están deseando.

Ensanché la sonrisa. Luego, bebí agua. A su siguiente comentario, respondí frunciendo el ceño y negando con la cabeza, sin borrar la sonrisa.

—Me refería a que para gustos, colores. —Ensanché la sonrisa—. Aunque con esa actitud seguro que no te llevarás bien con los chicos sin barba.

O no. Yo no era un chico, así que no sabía cómo pensaban ni si aquello podía molestarles. A mí sí me molestaban según qué comentarios sobre mi físico, pero cada persona era un mundo, y si eran del sexo diferente, un mundo extraño y complicado, muchas veces sin sentido y con muchas peleas de a ver quién es el más macho de los dos.

Asentí al escuchar su último comentario. Nos habían dejado solos, y pronto me iría yo. Estaba bastante cansada y quería dormir.

—Y pronto me iré yo.

A pesar de que al final me había quedado con Frikka, de nuevo pasé el día con Alehyss. Poco a poco íbamos distanciándonos de nuevo, dedicándonos cada una a lo nuestro. A lo largo del día, había salido de nuevo a trabajar un poco, pero habíamos quedado después para cenar. Me daba pena que se acabara todo aquello de pasar tanto tiempo juntas, pero me sentía menos culpable si Alehyss hacía un poco su vida.

A la hora de cenar, ya que habíamos quedado, llegamos juntas al comedor. Tras sentarnos en una mesa, no tardamos en pedir la cena. Yo, con los días, iba teniendo cada vez más apetito, especialmente debido al trabajo. También estaba de mejor humor, aunque la situación de Frikka me tenía un poco callada, sumida en mis pensamientos. Tantas cosas de golpe...

Miré por la ventana. No hacía mal tiempo. Después de la tormenta, la primavera empezaba a asomar.

-Parece que todo vuelve a su cauce -comenté, más como una reflexión en voz alta que otra cosa.

Me encuentro muy satisfecha con mi mejora física. Hoy he pasado gran parte del día haciendo ejercicios de rehabilitación, recuperando flexibilidad y fortaleciendo la pierna izquierda. Aún no me he propuesto correr, pero ya la doblo sin dolor y no renqueo al caminar. Estoy de un humor bastante bueno, debido a eso, en parte.

Tras quedar con Massen para la cena, me gusta llevar un control sobre su ánimo, nos sentamos y pedimos.
Asiento, a su afirmación, sin entusiasmo ni desgana. Poco a poco todo vuelve a su sitio. Es lo mejor que puede pasar.

-¿Cómo te ha ido el día? -comienzo, suave-. ¿Está mejor tu amiga?

Desde mi cama no se escuchaba la conversación, y tampoco puse el oído, pero lo cierto es que ayer, si bien no dije nada, noté a Massen al marcharse. Y el hecho de que no volviese, junto con el tono de sus voces, fue bastante revelador. No es que busque un desglose de los problemas de la otra chica, pero no me gustaría que por quejarse a Massen acabe volviendo a hacerla sentirse agobiada por lo suyo, que no es poco.
Ese es otro tema que quiero vr si soy capaz de tocar, por cierto...

Suspiré a su pregunta. No era ninguna sorpresa que Alehyss sospechara algo; a fin de cuentas, me había mudado de cama en mitad de la noche. Aún así, me sentaba un poco mal, encima de que la tenía preocupada, haberme marchado así.

Me encogí de hombros, esbozando una sonrisa resignada. No era un asunto fácil.

-No lo sé -respondí en un murmullo-. Tiene aguante, pero... Supongo que con algo de tiempo.

La verdad, me hubiera gustado hablar de ello; suponía desahogarse. Pero no era asunto mío, y dudaba mucho que Frikka volviera a dirigirme la palabra si iba contando sus asuntos personales por ahí. Tampoco quería herirla, ni mucho menos.

La cena estuvo servida pronto, y no tardé en empezar a limpiar mi merluza.

-¿Qué tal el día? -pregunté, por cambiar de tema.

Asiento, conforme. Es suficiente para mí. Si quisiera saber más, preguntaría directamente. No me interesan los problemas de terceros, ahora mismo. Hay demasiados terceros con problemas. Y segundos, que están por delante. Y yo misma.
Me limito, pues, a tomar mi sopa de verdura en silencio. Ella pregunta, entonces. Alzo la vista. Esbozo una ligera sonrisa.

-Bien -respondo, dejando la cuchara en el plato y extendiendo la mano para coger algo de pan. Solo por hoy-. He estado haciendo ejercicios. La pierna responde bien. Lo que empieza a preocuparme es que todavía no he recuperado mi arma. Supongo que todo será cuestión de pedirla -termino, casi hablando sola en la última frase.

También debo hablar con Corbin. Tengo especial interés en entrenar cuerpo a cuerpo con él, tras ver su estilo de lucha. Aunque deberé dejarle claro, desde el principio, qué tipo de entrenamiento deseo. No quiero que pase lo de la última vez.