Comedor

La escucho atentamente, no sé si incluso más que antes, aunque me parece un poco complicado. Me siento un poco extraño cuando menciona la posible situación inversa. Asiento levemente a sus palabras porque no le falta razón. Asiento más seguro cuando menciona sus prioridades. Me froto un ojo de nuevo porque me pica.

—No espero más que eso, aclarar las cosas y pasar página. Por lo que sé, tampoco dudo de que ese tema se alargue mucho más. Ventus parecía estar cediendo en las negociaciones. Cuando todo acabe al fin... las cosas seguirán su curso —Añado, conforme y tranquilo.

Bebo un poco de agua, aclarando la garganta. Es de agradecer, realmente. Concuerdo con ella nuevamente y asiento, cerrando un momento los ojos.

—Sí, será mejor que descansemos. También me gustaría seguir hablando ahora que hemos aclarado un poco las cosas... Estaré encantado de volver a tener un momento contigo —Aclaro, relajado y sincero. Me siento muy liviano, casi flotante.

Dicho estos, ambos nos levantamos y nos damos las buenas noches. Dejo que se marche primero para tomarnos nuestro tiempo de descanso tras la conversación. Luego miro mi comida apenas sin tocar y bebo de nuevo, abandonando el lugar.

*se van*

Entro en el comedor con pasos silenciosos, acercándome enseguida a una de las mesas y tomando asiento, recogiéndome un momento el vestido por detrás para evitar que se formen arrugas. Cuando llega uno de los chicos del servicio esbozo una suave sonrisa, mirándolo tras las gafas.

-Buenos días. Me gustaría tomar un té con leche, por favor -pido, con un leve titubeo al principio de la frase.

El muchacho se va y me quedo sola, esperando, repasando la habitación con la mirada, lentamente, escrutándola. Aunque no tarda demasiado en venir y romper mi ensimismamiento.

-Muchas gracias -digo, al recibir la taza.

Desayuno despacio, con calma, pero termino antes de que se enfríe. Luego, me pongo en pie, alisando de nuevo el vestido, y tras despedirme del chico que me ha atendido y de un par más que están con él, salgo del comedor.

Tengo entre las manos una taza que contiene tila y leche tibia. El olor flota en el aire, llenándolo a mi alrededor, con suavidad. El silencio también es agradable, la tranquilidad de la sala casi vacía y los susurros de los pocos que quedan, hablando lo suficientemente bajo como para no molestar a nadie, pero tan alto como para ser escuchados resultando de sus voces un murmullo relajante.

Suspiro y doy el primer sorbo, arrugando la expresión solo un instante. Enseguida tomo el azúcar, frente a mí, y añado una cucharada, pasando a remover despacio, sin que la cuchara suene contra la taza. Tras unas diez vueltas, la extraigo, sacudiéndola sobre la taza para que las gotas de infusión no caigan, y la apoyo delicadamente sobre el plato, evitando el tintineo de nuevo.
Me llevo la taza a los labios, cuidadosa, sorbiendo en silencio.

La repentina aparición de un cuerpo frente a mí me hace dar un respingo, y sin quererlo suelto el asa de la taza, abriendo mucho los ojos, inspirando repentinamente por los labios entreabiertos. Lo siguiente que escucho es el sonido de la cerámica al caer contra el plato y resquebrajarse, y antes de que pueda darme cuenta el líquido templado se derrama sobre la mesa, cayendo hasta mi vestido, junto con varias esquirlas. Enseguida alcanzo una servilleta, apresurándome a evitar más desgracias, sintiendo cómo la infusión traspasa mi ropa y llega a humedecerme las piernas.

-¡Lo siento! -me apresuro a exclamar, haciendo una reverencia de cabeza casi inconsciente, con tono culpable, más agudo que el usual, y los latidos en los tímpanos.

Apenas ha pasado un segundo.
Al alzar la vista analizo finalmente a la extraña que tengo frente a mí, con cierta vergüenza en la mirada por mi situación, y por segunda vez noto cómo los ojos se me abren ligeramente, pero no llego a emitir sonido alguno, si bien detengo la mano con la que frotaba el vestido para secarlo.

-Buenas noches -murmuro, al cabo de un segundo, clavando la vista en ella, sin pestañear. Enseguida, de nuevo, una torpe reverencia, mientras percibo por el rabillo del ojo cómo unos chrysos vienen a encargarse del desastre-. Lo haré yo misma -me apresuro a decirles, sintiendo cierto rubor, agobiada-. Lo siento mucho, de verdad. Mis disculpas más profundas. Ha sido un accidente...

Trato, como puedo, de apilar los trozos de la taza sobre el plato.

Contemplo cómo ella se hace cargo de todo, inmóvil, con expresión algo aturdida, pareciendo no saber qué hacer con las manos de pronto. Apenas un pestañeo y la siento a mi lado. Me tenso por un momento, sin quererlo, y vuelvo el rostro hacia ella.

-Lo siento mucho -repito, suavizando algo el tono, mirándola, aunque terminando por bajar la vista al estropicio, mientras otros se encargan de ello. Asiento con suavidad, apretando ligeramente un pliegue del vestido con la mano derecha. A su acción, no puedo contener por completo un estremecimiento, y parece que me cuesta un poco alzar la vista para mirarla antes de hablar. La miro a la cara, pero no exactamente a los ojos, que evito a ratos-. Sí, señora... -murmuro, inspirando suavemente por la nariz y asintiendo con educación, recuperando poco a poco la calma-. Resulta un lugar del que no podría quejarme -añado, alcanzando al fin sus ojos, empequeñeciéndome muy levemente a su lado-. Si puedo hacer cualquier cosa para serviros, hágamelo saber, por favor -termino, inclinando la cabeza de nuevo, como muestra de respeto y sumisión.

Bajo un instante la vista con su risa, fijándola en un punto de la mesa, como tomando fuerzas para alzarla de nuevo. Logro sonreír suavemente, algo tímida, mientras ella habla. Pese a la cercanía de su mano con mi rostro, no desvío la vista hacia ella. La mantengo en sus ojos.

-No soy hábil en el combate, señora -admito, suavizando lentamente la expresión, ganando un aspecto más calmado poco a poco-. No obstante, puedo dominar con bastante precisión la magia, y aprendo rápido -. Vacilo un poco al decirlo, pero no me detengo ni callo-. Además, señora, soy artesana, capaz de diseñar y confeccionar cualquier tipo de prenda que se me pica, incluso armaduras si son sobre cuero o similares-. Inspiro suavemente, alzando levemente el mentón, estirándome, irguiéndome-. Me gustaría, además, si me lo permite, poder crear algo para usted, como obsequio.

El tono suena lo más seguro que puede, determinado, y ahora ya no pestañeo, ni me muevo. Solo la miro, a través de los cristales, en una tensión expectante, manteniendo un gesto que, pese a la sonrisa, parece serio.

Mantengo la misma expresión, con el rostro alzado, sereno, mientras ella habla, al principio. Flaquea a veces, cuando hace referencia al entrenamiento, momento en el que hago amago de bajar la vista sin llegar a hacerlo. Y al superar ese punto, diría que parezco incluso algo más segura, cuando asiento.

-Por supuesto, Señora. Me encargaré de entrenar como es debido. No lo olvidaré -recito, ganando un poco de presencia con el tono, serio, sin despegar los ojos de ella, ya-. He venido aquí a ser de utilidad.

Mantengo un pliegue del vestido suavemente cogido, todavía, sin darme cuenta siquiera, sin poder evitarlo. Sigo su mirada cuando la aparta, hacia la puerta. Una chrysos espera. La contemplo un momento, devolviendo de nuevo la mirada a la señora Twinkle, que no tarda en explicarse. No puedo evitar un amago de sonrisa, y un asentimiento algo más animada, y los ojos se me desplazan de nuevo a la chica, con un brillo de interés inocultable, examinándola.

-Me haré cargo -digo, finalmente, con una nueva reverencia de cabeza a la líder-. Muchas gracias -. Y al instante siguiente contemplo de nuevo a la muchacha, suavizando la sonrisa-. Es una placer.

Noto los latidos en los tímpanos, pero logro mantener el tipo con entereza. Las observo durante un momento más, el conjunto, a ambas, y mi mirada se pierde un momento.Al instante siguiente he vuelto en mí, y dirijo mis ojos a la señora Twinkle, una vez más.

-Cumpliré con sus expectativas -informo, con seriedad, sin poder ocultar un temblor suave al final de la voz.

No retrocedo cuando se acerca un poco más, aunque me tenso ligeramente, tratando de evitar apartar la vista. Los dedos se me crispan suavemente sobre el vestido, asiéndolo con algo más de fuerza, mientras su mano me acaricia el hombro. Pero asiento a sus palabras sin titubear.

-Por supuesto -susurro, afirmando.

Desaparece, y una vez más se me abren los párpados, con sorpresa, pero evito aspavientos. Vuelvo suavemente el rostro un poco, para reajustarlo a su nueva posición. Espero, de nuevo, a que hable, sin interrumpirla. Asiento de nuevo, antes de verlas desaparecer a ambas.

-Buenas noches -digo, educada, aunque ya no estén presentes, haciendo igualmente la reverencia de despedida.

Relajo un poco el cuerpo, suelto al fin la mano y contemplo la mancha en la tela de mi vestido sin variar mi expresión. Poco a poco, siento que me invade un leve rubor, y luego una breve sonrisa que me apuro por esconder, incluso un amago de risa muda nerviosa, solo con el aire. Me quito las gafas y me froto la cara un momento, terminando por suspirar más relajada.
Despacio, me levanto, risueña, sin poder contener la sonrisa pese a todo, y me apresuro a ir hacia la puerta, con pasos más largos y veloces de lo acostumbrado.

Abro la puerta despacio, con cuidado, y al entrar en la sala puedo ver a la señorita Lester en una de las mesas. Sin quererlo, mi mirada cae un instante, y aferro inconscientemente la tela de mi vestido con la mano derecha, pero enseguida la alzo de nuevo y me dirijo a ella con pasos educados, haciendo una leve reverencia antes de alcanzarla.

-Buenas tardes -saludo, componiendo una sonrisa educada, acomodándome las gafas, calándolas sobre los ojos. La mirada se me desplaza un instante a la taza de su plato, pero vuelve enseguida a sus ojos-. Estaba interesada en hablar contigo, si no resulta inconveniente.

La miro fijamente, en una tensión controlada, tratando, sin lograrlo, de no arrugar la tela de mi prenda, pero sin dejar de mirarla y sin borrar la sonrisa educada en ningún momento.

Noto cómo me observa, sin poder evitar presionar un poco más la tela que tengo entre los dedos, pero no borro la sonrisa.

-Verás... He estado pensando en lo que me dijiste la última vez que nos vimos -. Titubeo un instante antes de seguir-. Sé que no tengo ningún derecho a pedir algo como esto, pero realmente me sentiría muy agradecida si pudieses ayudarme a entrenar. Como bien has apuntado en su momento, no es algo a lo que esté acostumbrada...

Aprieto los labios suavemente al terminar de hablar, sin dejar de mirarla, con una mezcla de expectación y nerviosismo y la sonrisa algo rígida.

La sonrisa se me tensa un instante, y no puedo evitar descender la vista a la mesa mientras habla, apretando un poco más la tela. Inspiro suavemente por la nariz, llenando los pulmones, como si estuviese preparándome para sumergirme.

-Yo...

La miro, sintiendo la sonrisa tirante, acomodándome las gafas de nuevo, con la mano algo nerviosa, tensa. Sin poder evitarlo, recorro la sala con la vista un momento, encontrándome con algún miembro del servicio. Termino por volver a ella, alzando suavemente las cejas en un gesto que se parece a un amago de súplica.

-Entiendo lo que dices. Supongo que, en ese caso, será mejor que busque otra forma de proceder. Disculpa las molestias ocasionadas -murmuro, bajando levemente el tono y la cabeza mientras hablo.

Pestañeo un par de veces a más velocidad, con cierta sorpresa, relajando ligeramente el gesto y el cuerpo, mirándola con ojos curiosos. Termino por esbozar una sonrisa educada, tímida, y asentir un poco.

-Inger, ¿cierto? Trataré de buscarla. Muchas gracias -digo, haciendo una suave reverencia-. Espero poder corresponder a tu favor algún día -termino, con una sonrisa bastante más relajada que las anteriores, calándome las gafas sobre los ojos con suavidad, desde la patilla izquierda.