Comedor

Me detengo por completo, mirándola, con obvia expresión sorprendida. Tras un par de segundos, río, cubriéndome los labios con el nudillo del índice, discreta.

-Tampoco diría exactamente eso -termino por decir, ladeando ligeramente la cabeza. Sin las gafas su imagen es borrosa, a esta distancia-. Me acabas de dar un buen corte -reconozco, riendo de nuevo-. Supongo que podría acostumbrarme a que otros lo traigan, aunque una parte de mí sí se sienta tentada a hacerlo ella misma...

Niego, varias veces, risueña, apartando ese tema. Sorbo de nuevo, mientras habla, y le dedico una nueva sonrisa.

-Una veterana, entonces -concluyo, asintiendo otra vez. Doy un trago más largo, terminándome la taza, y tomo enseguida la servilleta para limpiar cualquier resto que pueda haberme quedado en los labios-. Ya me valdré de tu experiencia si necesito algo, entonces -declaro, con una leve risa y un tono ambiguo que tanto podría tender a la broma como no hacerlo.

Termino por asentir, asertiva, sonriente.

-La verdad es que visto así es cierto. Supongo que el no estar habituada a tantos lujos y atenciones hace que sea un poco incómodo -. Tomo de nuevo las gafas y despliego las patillas, poniéndomelas de nuevo, acomodándomelas con naturalidad-. Al final todo es trabajo -termino, contemplando la taza, pensativa.

Se me dibja una amplia sonrisa a sus palabras, y puedo decir que incluso, sin quererlo, me he ruborizado ligeramente. Río, sutil, cubriéndome los labios como acostumbro.

-Es un placer escuchar eso. Me siento honrada -confieso, algo azorada-. Trataré de no ser un incordio, pero contaré con ello.

Doblo suavemente la servilleta, dejándola de nuevo sobre la mesa, junto a la taza, todo perfectamente ordenada, y me aliso los pliegues de la falta, pulcra.

-Creo que empieza a hacerse tarde. Estoy pensando en retirarme ya -declaro, con tono amable.

Sonrío en todo momento, agradable, correcta, amable, educada. La conversación no dura mucho más. Ante mi intención de irme, ella reacciona de manera similar, y pronto es el momento de despedirse.

-Te buscaré, descuida -informo risueña-. Tengo que darte eso, ¿no?-. Río con suavidad tras mis propias palabras, y de nuevo al ser llamada por tantos nombres-. Un placer haberte conocido, señorita Ayne.

Me levanto cuando ya ha salido, acomodándome la ropa y poniendo yo misma rumbo a la puerta.

Gruñó.
Entró en el comedor con mala cara. Desde que Gerald se había ido con su "mejor amigo" sabe Mithos a qué y a donde, estaba algo más amargado de lo normal. Y aquello le molestaba y le amargaba aún más. ¿Por qué debería importarle que aquel cabeza hueca se hubiese marchado?
¡Bah!
Se sentó de mala gana a la mesa y cuando su cerveza llegó, apoyó la cabeza en la mesa y se quedó en una esquina, dándole vueltas a la jarra sin mucho ánimo.
Su vida estaba tocando fondo. Menuda mierda.

*se queda*

Abrió los ojos de golpe al sentir contacto.- Qué tocas.- Dijo sin inmutarse, de forma tosca y gruñona.- No me toques.- La alejó con un movimiento de hombro y chasqueando la lengua.

Al cabo de unos segundos, bufó y acabó por preguntar. Era demasiado bueno.- Qué quieres, niña.- Dijo sin más, levantando la cabeza y mirándola de arriba abajo.

FDR:

Era nueva. Eso o es que tenía muy poco contacto con las féminas de este lugar y, siendo Errald, podría ser cualquiera de las dos cosas. - Siéntate.- Dijo como si fuera una orden. Ya que había venido a molestarle, ahora que se aguantase.

Da un pequeño respingo cuando el hombre replica y aparta la mano, mirándolo con sorpresa. Parece un hombre muy serio o enfadado, pero le pregunta a ella. Ella lo observa con curiosidad.

-No soy una niña -Le informa con solemnidad. Luego se sienta frente a él cuando se lo pide, o se lo ordena.

-Soy Mion. O Aloe. Como te guste más. ¿Tú vives aquí? Pareces un guerrero, pero no como un soldado -Le dice, buscando conocerlo detrás del ceño fruncido. Le parece curioso, quiere probarlo.

-¿Ah no?- rió con voz ronca. Aquello había tenido gracia. A continuación volvió a su seriedad.- ¿Cuantos años tienes, niña?- dijo apuntándola con su cuchillo, apoyando este a la altura de su pequeña nariz mientras este era agarrado por únicamente dos dedos.

Aloe. Mion. La gente ya no sabía qué nombres ponerle a sus hijos. Mildred, Xiana, Zaharr, Rronda... Nombres de mujer de verdad. Paparruchas. Los padres de hoy en día no tienen ni idea. - Si yo hubiese tenido una hija no le habría puesto ese nombre.- Intentó ahuyentarla con sus borderías, sin embargo las chiquillas de hoy en día parecían bastante cabezonas.
-¿Ves como eres una cría? no soy ni guerrero ni soldado.- Respondió seco, guardando su cuchillo.

Sin embargo las tácticas para alejar a jovencitas de su alrededor no parecieron dar muy buen resultado pues en cuanto se quiso dar cuenta, otra mozuela se le había sentado al lado si preguntar si quiera.
La vio con ceño.- Y tú quién demonios eres.- Bramó, mientras una pequeña vena de su frente se hinchaba.
No le gustaba la gente joven. Era... inmadura. Y llorones. ¡Bah!

Entro en el comedor con calma, abriendo la puerta y mirando primero antes de pasar del todo, cerrándola luego a mi espalda. Hay un grupo de tres personas, un hombre y dos chicas, que ya están juntos. Sonrío suavemente, antes de acercarme unos pasos, pero quedando lo suficientemente lejos como para que no se considere que me estoy entrometiendo.

-Buenas noches -saludo, mirándolos uno por uno, sin abandonar la amable expresión, con las manos sobre el regazo, reposando suavemente.

Tras un par de segundos más, termino por tomar asiento en la mesa de al lado, esperando a que se acerque uno de los chicos del servicio para pedir algo de comer, discreta.

Me acerco al comedor para mi cena. Se me ha hecho algo tarde, pero tengo demasiada hambre como para pasar sin ella.

Al llegar saludo amablemente al servicio. Hoy me atiende una chica que todavía no había visto, pero que recuerdo de haber estado aquí y, al parecer, me recuerda un poco. Antes de pedir nada hablo con ella un rato del desastre de las esporas que me habían contado los chicos por carta y que una de sus mejores amigas había fallecido en medio del incidente. A pesar de que las cosas ahora están prácticamente superadas, siempre es triste tener estas noticias.
Tras al breve charla, dejo que siga con sus qué haceres y pido un plato de carne con verdura y algo de agua para cenar.

Tras esperar la cena en soledad, vuelvo a cruzar un par de palabras con ella cuando me la trae y, tras la despedida definitiva, empiezo a comer.

Al poco de estar comiendo escucho como alguien entra al comedor y al levantar la vista me choco con los ojos opacos de la mismísima Alehyss. No niego que tenga un extraño retortijón en el estómago, una extraña sensación de nerviosismo junto con una de emoción y alegría. La ver muy bien.

Sonrío algo apurado y tímido cuando pronuncia mi nombre y me pongo en pie.

—Hola, Alehyss... Gracias. He llegado hace unos días. He visto a un par de personas, pero no conseguía dar contigo. Perdona que no dijese nada en la última carta. Prefería... evitar presiones. Pero no hay ninguna novedad respecto a lo tuyo, tranquila. Gabrielle me seguirá informando para que no tengas problema —Hablo un poco apuradamente ya que no puedo evitar sentirme juzgado por ella de algún modo todavía ahora. La verdad es que me alegro mucho de verla tan... bien, no encuentro otra palabra. Guapa, tranquila, bien. Si no la invito a sentarse es porque todavía no sé si le resultaría grosero o incómodo, así que prefiero esperar.

—Te encuentro muy bien —Anuncio al final.

Su respuesta es muy formal, típic ode su actitud. Aunque, tras haber tenido mejores conversaciones con ella me resulta algo frío e incómodo. Siendo la segunda vez que la veo después de todo aquello, no puedo pedir más.

Cuando toma asiento lo hago yo también. Eso me relaja. También cuando pide la comida. Es una buena señal. Alehyss no es del tipo de persona que se quede por compromiso por más de diez minutos. Supongo que no comerá tan rápido...

Bebo un momento y respiro todavía con cierta tensión por el nerviosismo, sin saber qué más decir. Sonrío algo tirante cuando comenta lo de su corte de pelo.

—No te queda mal. Me alegro de que me lo confirmes... —Añado, algo inseguro.

Intento buscar algo que decir cuando de pronto hace su pregunta y me quedo tieso un momento, como si me acabase de echar una jarra fría encima.

—Oh, no, no... Eso, bueno, fue algo momentáneo. Yo no... ni siquiera me dedico a nada relacionado con Ventus... Yo, he venido por lo que iba a venir desde el principio; la llamada, ya sabes... —Apuro a responder, algo avergonzado. Tomo aire y me concedo un momento. —Pensé que debía estar aquí. Con vosotros. A fin de cuentas también me llamaron... Aunque sea sólo un tiempo. Tenía que venir... de verdad —Miro hacia un lado bajando las alas, apagando el tono hacia mis últimas palabras. Puede que suene hasta ridículo que haya vuelto. Incluso debe de pensar que nunca vine a luchar con los demás; sólo a quedarme aquí resguardado observando o... Prefiero no pensar demasiado en ello.

Cuando llega su comida pretendo seguir comiendo, pero se me ha cerrado un poco el estómago.

Levanto un poco la vista cuando me habla, entre sorprendido e interesado por lo que venga después de esa pregunta retórica. No entiendo bien qué intenta decirme. Realmente, no sé por qué, nunca tuve dudas de que hubiese escuchado la llamada, pero tiene sentido que no lo hubiese hecho si venía a hacer aquello, ahora que lo menciona. De hecho siempre me pregunté qué la habría llevado a ese camino. Ahora parece que ella pone de manifiesto esa pregunta. En cierto modo no deja de sonarme como algún tipo de reproche. Revuelvo un poco mi plato con el tenedor.

—Yo supongo que cada uno hace lo que cree mejor... —Menciono, algo cohibido. —Nunca se sabe si la otras decisiones habrían sido más adecuadas —Añado, apretando luego un poco los labios. Ya tuve un largo tiempo pensando en eso.

Tras mi comentario trata de sonreír y queda en silencio. Yo hago lo propio e intento seguir comiendo. El ligero sonido de los cubiertos, de la mandíbula masticando, me parece atronador y enormemente lento.

Cuando habla parece que han pasado horas, aunque me sorprende. Llevo ya un rato convenciéndome de que soy yo quien debe decir algo para romper el silencio, pues no creía que ella fuese a añadir nada por voluntad propia. Levanto la mirada para prestarle atención y trato de mantenérsela, aunque no puedo evitar desviarla un par de veces. Ya no solo por cómo pueda sentirme. Nunca se me ha dado bien soportar las miradas fijas e intensas.

De entrada sigo sin comprender bien qué pretende decirme. Sus palabras, o más bien "ciertas" palabras me hacen sentir incómodo, culpable e incluso entristecido por lo tajantes o crueles que me suenan. Supongo que para ella es mera franqueza. De todos modos no me gusta referirme a ella como "espía" o como "traidora" o incluso como "delincuente". Aunque fuese así. No puedo asumirla de esa forma. Hago algún que otro intento de quitar peso a sus palabras, algún balbuceo, algún "bueno, yo no diría...", pero siempre callo para que siga hablando.

Cuando parece que acaba mi primera intención es decirle que nunca la tomé como mala persona. Es posible que sea parte de mi incapacidad para juzgar a la gente. Siempre pensé que estaba presa por algo, que tal y como era, lo atormentada que a veces parecía al pedirme que le hablase de mí, sólo podía estar sometida. Da igual que no fuese así y realmente da igua lque sí lo fuese. Al conocerla no pude juzgarla.

La escucho hablar de nuevo sin tener tiempo a decir nada y levanto la vista. Ahora vuelvo a quedarme estático por sus palabras, en shock. Pero no un shock frío como el de antes, sino algo que me estalla dentro. El escucharla decir algo como eso me hace sentir vulnerable de alguna forma. Rompe cualquier tiempo de barrera que pudiese sentir hasta ahora. Cuando me doy cuenta estoy haciendo muecas con la cara en cortos espasmos antes de que empiecen a bajarme algunas lágrimas. Bajo la cabeza y me froto los ojos con las mangas de la ropa, pero parece que no se quite la capa borrosa de mis ojos. no puedo evitar ciertos gemidos y siento la espalda algo temblorosa.

—Nunca quise que te pasara nada malo... —Digo gimoteando entre lágrimas. —Yo no quería esa responsabilidad, no podía con ella... —Confieso, aunque dudo que haya mucho más que confesar. —Yo sólo quería ayudaros a todos... Quería que todo estuviese bien... —Al final acabo poniéndome el brazo en los ojos porqu no consigo dejar de llorar. Ni siquiera Masslow llora de esta manera tan urgente cuando es hace daño, menudo padre estoy hecho... Noto las alas cerrándose en torno a mis brazos, abrazándome. Sin embargo, siento alivio por una vez. Alivio de verdad. Como si estuviesen llevándose la amargura.

Tras la explosión inicial y cuando ella retoma la situación, me siento un poco más tranquilo. Puede que haya sido repentino, pero realmente me ha resultado increíble escuchar sus palabras. Saber que, al menos, no me odia.

Agarro la servilleta cuando me la tiende y me sueno un momento, enjugándome las últimas lágrimas. Era algo que necesitaba expulsar sin duda.

—S-sí, sí, lo siento... Yo, es que... P-perdona. Sí, hice lo que me pidieron y no es que vaya a decir que me arrepienta, pero yo nunca tuve la intención de venir aquí para engañar a nadie. Llegué a pensar que no sería para tanto el hecho de servir como rastreador, por así decirlo. Mantener la vista sobre un delincuente, avisar de si hacía algo extraño... Siempre imaginé que me encontraría a una despiadada mujer con apariencia monstruosa que no sería difícil de delatar porque emitiría maldad... pero al conocerte era incapaz de asumir que fuese cierto, supongo. A pesar de que el hecho de conocerte fuese obligado en ese sentido, quiero que sepas que la relación que luego tuve contigo no lo fue. Por eso... Sólo pude pensar que me repudiarías sin más. Estabas en tu derecho, en parte. Podías pensar "se hizo pasar por mi amigo y luego hizo que arrestaran a los que me importaban". No busco que olvides eso y todo vuelva a ser como antes porque es imposible, me basta con saber que eres consciente de que no me hice pasar por tu amigo —Cuando termino de hablar, el rastro que queda de mi llorera son los ojos algo hinchados y mis mangas algo mojadas.

La miro pasándome la servilleta por la nariz un par de veces.

—Me alegro de verdad de que sea así. Siempre confié en que lo fuera realmente... No por mí, quiero decir; al verte pensaba que merecías estar tranquila —Añado, algo apocado pero mucho más tranquilo y relajado.