Comedor

Frunzo el ceño. Eres un imbécil, Gerald, pero podías tener un mínimo de consideración. Bien pensado, más vale no esperar nada de ti, y eso no es nada nuevo.

-Que te jodan -respondo, de mal talante.

Algunos no merecen ni la educación.

Sonrío, burlona, cuando pregunta por la caeruleus que se acaba de ir. Sí que está desesperado, que no pierde el tiempo. Eso explica cosas.

-No -contesto, tajante-. Es más de los tuyos, de los que van a lo ajeno como las moscas a la mierda. A lo mejor os llevabais bien y todo, podríais compartir información. ¿Estás celoso porque a ti no ha ido a preguntarte por tu deficiencia mental?

La chica estaba un poco nerviosa, ¿sería por mi presencia? Quizás las próximas veces debería entrar en los lugares públicos de una forma más incógnita, así podría conocer a la gente como uno más. Se llama Frikka, era un nombre muy extraño, nunca lo había oído antes. A lo mejor también tenía otro, como Ungil.

- Mi nombre es Cero Rein - respondí a la pregunta de la caeruleus, evitando añadir cualquier otra cosa. Como había decidido antes, tendría que esconder al máximo mi imagen célebre -. Ya son muchos los que...

Entonces me mordí la lengua. ¡Cero! ¡Aguanta un poco!

- ¿Eres una amiga de Ungil? - Seguramente lo fuera, sino ¿por qué estarían hablando juntos?

Cero Rein...

Miro de reojo a Gerald antes de responder a la estúpida pregunta de Cero Rein. Sin Gerry por aquí, o estando de mala hostia, "Ungil" no suena tan divertido. Vaya forma de amargar a los demás, Gerry. Cabronazo.

Suspiro, apoyando la mejilla en la mano, masticando el bocadillo con desgana, malhumorada.

-¿Amiga de ese estúpido? Más quisiera él...-. Me gusta ese imbécil, que es aún peor. Es que doy vergüenza. Cada vez que lo pienso... Trago y me encojo de hombros-. Bueno, supongo que somos colegas, sí.

Mejor no hablemos de Gerald, por favor. Mejor no.

-Cuéntame algo -mascullo, bebiendo un sorbo de agua. Esbozo una sonrisa. No hay que parecer una cría malcriada-. ¿Llevas mucho aquí, negrito?

Tema más soso no hay...

Suelto un suspiro exasperado, poniendo los ojos en blanco. Tampoco yo le he dicho que venga y está aquí, molestando. Las cosas no siempre pasan porque uno las haga, pero eso no hace más agradable su presencia.

-Vale, vale, relájate -replico-. Ahora vendrás a decirme que tú no venías ya encendido. No me eches ahora la culpa.

No, si encima de tener que aguantarlo, lo tengo que aguantar de mal humor. Pincho un trozo de tomate con saña y me lo llevo a la boca. A su comentario, casi me atraganto de la risa. Al fin, trago y lo miro, burlona.

-¿Me has visto alguna vez llamar a alguien? -pregunto, divertida. Pues sí que parece alterado-. Pero bueno, ¿qué le pasa? No creo que sea tan mayor como para morirse y dejarte su fortuna, tampoco tengas prisa...

Vaya, Frikka y Ungil no eran amigos, ¿por qué estarían hablando juntos entonces? A lo mejor eran rivales que fingían que se odiaban... o algo así... Sin embargo, decía que eran colegas. Sí, seguro, eran rivales a muerte.

Ante su pregunta, comencé a reírme a carcajadas, llenando la sala entera con ellas.

- Llevo aquí tanto tiempo que ya ni me acuerdo ni cuánto llevo - comenté todavía riéndome, con la mano derecha sobre mi barriga.

La miré entonces fijamente.

- Tú no llevas mucho, ¿verdad? - Pregunté todavía mirándola fijamente.

Me levanté entonces rápidamente de la silla, levantando la mano derecha.

- ¡Camarero, por favor, un zumo de tomate! - Exclamé, llenando por segunda veza la sala con mi apuesta voz. De nada, señoritas.

No es nada misterioso. No lo intentes, Cero. Por favor. No lo intentes.

-Yo llevo unos meses -respondo, encogiéndome de hombros, terminándome el bocadillo-. Supongo que no llego a su altura, majestad -. Sonrío, burlona, pero termino resoplando, evitando mirar a los otros dos.

Por Mithos... Qué manera de gritar... Vaya un memo. Pero, literalmente, lo que se decía memo memo.
Coño.

Me hurgué con el meñique en la oreja derecha, haciendo como que un ruido insoportable me molesta. ¿Y no es así?

-¿Vampiro? -inquiero, burlona.

Ni siquiera es gracioso meterse con él. Puta mierda...

-¿Y qué arma usas, Cero? -pregunto, de pronto. No se ve que lleve una encima. Quizás sea pequeña.

¿Majestad? Vaya... No sabía que pensase eso sobre mí. ¿Yo? ¿Un Rivnold? Ojalá fuera uno de ellos, así no tendría ninguna traba para llevar a cabo mis actos de ayuda social.

Volví a reírme ante su comentario, parecía una chica muy humorosa.

- ¿Mi arma? - Extendí entonces mis manos hacia la joven -. El arte de la magia, el poder de luz, esa es mi arma.

Estaría encantado de mostrarle cualquier truquillo, pero los caeruleus siempre habían sido unos quejicas con respecto a nuestros conjuros "lumínicos", o así decía mi padre cuando los imitaba. Entonces no pude evitar reírme un poco, pero lo dejé a los pocos segundos, no fuera a ser que Frikka pensase que estaba loco.

Ella era caeruleus, seguro que su arma era un látigo, o algo peor... Siempre tenían armas y cosas que hacían daño, pero mi madre decía que había que respetar las diferencias de cultura.

- ¿Y tú? Déjame adivinar... - mi mente se paralizó durante varios instnates, no se me ocurría nada, así que acabé soltando la primera arma que se me pasó por la cabeza - ¿Un látigo?

Vaya... Sin arma. Lo peor de todo es que es claritas, así que eso solo implica que mis ojos se hartarían de él en cero coma. Vaya maravilla. Ahora ni siquiera me interesa como compañero de luchas, ni de entrenamiento, ni de nada...

Y lo del látigo... Joder, es hasta humillante. No sé si me ve pinta de dominatrix, o mierdas así. Si soy un puto trozo de pan.

-Una katana -corrijo, girando un poco la espalda para que la vea, colgada, enfundada-. Mi padre aprendió a usarla desde pequeño blablabla y me lo transmitió blablabla. Ya sabes. Historias de legados, familias y todas esas mierdas. Pero es un buen arma.

Pero si quieres aprender a usarla, mejor pregunta al rubiales de la otra mesa. Yo paso de clases particulares...

Tras algunas frases más, el chaval dice que se larga, pero con sus palabras de memo. Los luciérnagas estos siempre acostándose tan pronto.

Sola, sentada, miro el vaso que sostengo entre las manos. ¿En serio soy tan triste? Ni siquiera soy capaz de levantarme y acercarme a charlar, o de irme sin sentirme abandonada. Eres una puta cría, Frikka. Te odio, coño...

Me levanto, apartándome el pelo hasta atrás. Ya me estoy arrepintiendo de lo que voy a decir. ¿Por qué no me morderé la puta lengua?

-¡Que te vaya bien el polvo, Gerry! -exclamo, con una sonrisa sugerente, despidiéndome con una mano, animada, como si estuviese dándole la enhorabuena por sus nupcias-. ¡Buenas noches!

Soy una imbécil. Me doy asco. Me odio.
¿Por qué tengo que ser así? ¿Por qué me arrastro? Esto que hago... No tengo ningún puto derecho...

Pero hundo las manos en los bolsillos, malhumorada, y salgo. Mañana va a aparecer su madre a entrenar. Creo que me voy a ir al pueblo, o a refugiarme en algún sitio a leer y relajarme un poco, que soy más insoportable que mi señora madre.

*se van*

Por un momento tengo el impulso de encogerme de hombros, pero recuerdo a tiempo que no sería muy buena idea. Aunque no sé qué me ha hecho esa mujer, porque ahora me duele menos que antes...

-Ni idea -declaro, con sinceridad-. Es la segunda vez que la veo y la primera que hablo con ella, y no sé nada de que vende o compre. ¿Y a ti desde cuando te interesan los negocios?

Observo su gesto, y vuelvo un momento la vista a sus ruidosos amiguitos. Pues sí que debe haberse cogido un buen cabreo con ellos, la verdad. Pero ya cuando se disculpa empiezo a pensar si no estaré soñando. Primero frunzo el ceño, mirándolo con extrañeza, y acabo por alzar las cejas, incrédula.

-¿Seguro que no te vendría bien otra cerveza? -sugiero-. O, no, déjalo, quizás el problema sea precisamente el exceso de alcohol... ¿Qué te pasa hoy, chispitas? Sí que estás alterado...

No, aquí lo que de verdad importa es ¿y yo para qué pregunto?

Giro la cabeza al escuchar el grito de la caeruleus. Mithos, pero qué escandalosos son esos dos... Al menos parece que ya se van y se acaba el dolor de cabeza... Hago una mueca, volviéndome a Gerald.

-Vale, da igual, supongo que eso ya lo responde.

Oh, míralo, qué atento con su niñita. El pobrecito egocéntrico está frustrado porque ha dejado de ser por un momento el centro de atención. Vaya un drama más terrible, me pregunto si se recuperará de un trauma así...

-No todo se puede controlar -respondo, con cierta resignación. Tampoco que tú hayas venido a molestar.

Por suerte, no parece de humor para quedarse, y menos después de lo que dice su protegida. Una protegida con bastantes malas pulgas, por lo que veo, pero lo cierto es que tengo que agradecérselo.

-Igualmente -replico a sus últimas palabras, con algo de mala intención.

Al final el comedor ha quedado vacío, y con tanto jaleo yo estoy aún más cansada. Lo ideal será que me vaya a dormir cuanto antes; esta noche me conviene dormir en condiciones. Termino la ensalada y me retiro yo también.

*Se va*

Bueno, para alguien como yo ya va siendo hora de cenar. Ya no hay luz desde hace rato. Si el abuelo me viese por ahí a estas horas, como si nada, seguramente me reprendería. Aunque tampoco es como si a estas horas soliese estar en cama...
Ni una ni otra. Ya no soy un crío.

Al sentarme veo venir a la chica de siempre y compongo una sonrisa, animado. Por lo menos tendré compañía. No es que me moleste estar solo, pero algo de compañía nunca viene mal...

La saludo con una mano, alzándola al verla llegar. Me apresuro a tomar la pizarra para comunicarme, que por ahora ninguno de los dos controla eso de hablar mentalmente, y aquí hago poca gente que sepa comunicarse mediante signos.
Aunque Lluvia ha mejorado.

Ensancho la sonrisa, asintiendo, haciéndole ver que estoy bien. Si aquí se preocupan por mí hasta personas como ella, que no tienen motivos. Al fin y al cabo, apenas hemos hablado tres o cuatro veces, y seguro que ve pasar a guerreros de verdad todos los días, mucho más increíbles que yo, a los que tiene cosas más importantes que preguntar. Yo, como mucho, la aburriré sobre lo que he leído de encantar objetos, que ni yo mismo entiendo bien del todo, ahora mismo.

"He estado ocupado estudiando, pero como bien", le escribo, sonriendo de lado.

Lo siento por ella. Yo no soy uno de esos que puede decir que estuvo usando un hacha para vencer a los enemigos del palacio... Ni siquiera podría matar al que, seguramente, mató a algunos de sus amigos si estuviera frente a mí... Ni siquiera al que cortó el ala a Lluvia...

Su pregunta me hace pensar un instante. Finalmente, me encojo de hombros, señalándola con la mano abierta, la palma hacia arriba. Lo que ella quiera me valdrá. No he venido aquí a hacerme el exquisito.
Aunque sin mucha cebolla, espero. Y sin pimiento... Y espero que la carne no tenga esos trozos de grasa que...

Me trae algo simple, rico, y charlamos un rato más, sobre banalidades. Luego, al acabar, la ayudo a recoger, por mucho que insista en que es su trabajo. Finalmente, me despido.

*se va*

Entré en el comedor. Estaba decorado de una forma un poco... Como fuese. No podía creerme que en un lugar imponente, heroico y de guerra como aquel celebrasen aquel día como meras doncellas. Con el ceño fruncido, me senté en una de las mesas, sombrío, pero tratando de disimularlo. Pronto un chico se me acercó y pedí animadamente que me trajese algo de comer.

-Trae lo que tengas por ahí -gruñí.

Esperé, incómodo, hasta que la comida estuvo en la mesa. Había un chico y una chica del servicio compartiendo un par de alimentos. Mientras comía, los miré, algo anheloso. Luego, entre desanimado y algo fatigado, una vez hube acabado, salí del comedor.

En días como aquel era imposible no pensar en Inger. Inger, la cálida Inger. Incluso después de aquel tiempo, e incluso después de lo sucedido con Lea...
No. Seguía sin comprender aquello que había sucedido en el bosque, aquello que había hablado con Gerald... Y en días como aquel echaba en falta a la caeruleus más que nunca.

*se va*

Entro en el comedor, seria. Me encuentro con algunos corazones pegados en una de las paredes, y no puedo evitar murmurar por lo bajo mientras me acerco a una de las mesas. Lo que me faltaba... Romanticismo por doquier. No hay nada que odie más que las cosas como esta.
Para empezar, el corazón humano no tiene esa forma.

Un chico se me acerca, contento, pero al ver cómo lo miro su sonrisa se borra. Así mucho mejor. No me apetece participar en esta clase de ceremonia de celebración de la estupidez de las personas.

Cuando me trae la comida me quedo, silenciosa, alimentándome.

*se queda*

FdR- Su día menos favorito del año.

Una voz animada me obliga a girarme un poco. Aunque, como ha pasado en los pasillos, no necesito verlo para reconocerlo. Es alguien que destaca bastante, en conjunto.
Me llevo una mano al pelo, al que él hace ilusión. Después de tanto tiempo me he hecho a la idea, pero a veces me olvido de que llevo más de un mes fuera de palacio, por lo que aquí son pocos los que lo han visto. Finalmente, tras tomar un mechón, algo apática, esbozo una sonrisa, irónica.

-No podía dejar pasar un día tan especial. Compréndelo -respondo, algo más seca de lo que pretendía en un principio.

Supongo que tanto tiempo lejos de estos muros, en misión oficial, me han hecho perder parte de esa chispa que siempre he tenido.
Basta de sarcasmos por hoy.

Paso, pues, a responder a su pregunta, vagamente.

-Llevo algo más de un mes fuera.He estado de misión. He tenido que ir hasta Ignis, y no he regresado hasta esta mañana.

Lo miro, interesada. El viaje de ida, más la vuelta, más la estancia en casa del médico... Eso hace mucho tiempo muerto en Brontë. Quizás pueda aprovechar su aparición para informarme de las novedades.

Contemplo las muletas, apoyadas en la pared, de reojo. Siempre que lo veo tras un combate termino quedando como una incompetente.

Asiento, sin mucha convicción. Y serán mías por una temporada, me temo. De haber reposado en vez de dedicarme a viajar quizás ya podría notar alguna mejora más, pero, por otro lado, volver era lo más importante.
Su segundo comentario me arranca una sonrisa, haciéndome volver la vista hacia el chrysos, insinuante.

-¿Todas las mujeres indispuestas? -inquiero, entretenida-. Creí que yo era especial -murmuro, sin esforzarme demasiado en fingir algún tipo de malestar emocional-. ¿Qué otras fingieron haberse roto algo para rechazarte?- pregunto, apoyando el codo sobre la mesa y la mejilla sobre la palma.

Recordar la paliza me hace recordar cosas incluso más desagradables que la paliza, pero evito que se refleje en mi expresión, manteniéndola relajada.

-Digamos que durante algunas horas pudo verse a través de mi pierna -murmuro, poco entusiasmada con mis propias palabras.

*pausado hasta la vuelta de Gerald*

Esbozo una sonrisa, entretenida, escuchando su opinión sobre las mujeres. Es, admito, bastante acertada, según se mire. Aunque muchas de ellas se sentirían ofendidas si la oyesen.
Yo, personalmente, considero que tengo la autoestima lo suficientemente alta como para no ofenderme por esos comentarios. Me resultan indiferentes. Puedo compartirlos, incluso.

-No me cabe la menor duda -replico, divertida. Su siguiente comentario no hace sino ensanchar mi sonrisa, haciéndome alzar las cejas, al mismo tiempo, escéptica-. No sé si esa es una buena forma de venderse, Gerald.

En contraposición a todos aquellos que dicen que el tamaño no importa, sí importa. Y en algunos caso, aunque sea más extraño, puede importar por exceso, y no por defecto.

No necesito que se compadezca de mis heridas, ni siquiera que las aprecie. Yo, sinceramente, me conformo con atenderlas cuando es preciso e ignorarlas cuando no.

-Ahora -comienzo, con cautela- necesito que me pongas un poco al día. He escuchado que han pasado cosas desagradables -. Bajo la voz, tratando de no sonar frívola.