Comedor

Asiento suavemente, colocando bien la taza sobre el plato, con la cucharilla al lado, y levantando la silla para apartarla y poder ponerme en pie. No la miro hasta que he terminado la acción completa.

-Si se me ocurre algo que puedas hacer por mí, te lo haré saber -informo, terminando con una sonrisa algo ladina, divertida-. Busca por tu cuenta, de todos modos. No puedo prometerte ningún resultado por mi parte, y eres la interesada.

Camino hacia ella, pero poniendo rumbo a la puerta por la que ha entrado. Al llegar a su lado, desvío un instante la vista hacia su rostro.

-Buenas tardes, Anna -termino, con tono monocorde, rebasándola, abriendo la puerta y saliendo de la habitación.

*se va*

Entro delante y me dirijo a una mesa que no esté ni muy lejos ni muy cerca de la puerta, tomando asiento enseguida.

-¡Un gran vaso de leche con miel! -. Sonrío con cierta malicia. Me apresuro a hurgar en mi bolsillo y saco la nueva pizarra que he conseguido, escribiendo enseguida con tiza.

"Un vaso de leche templada con miel, por favor", escribo, mostrándolo al chico que viene a atendernos cuando llega, con una sonrisa bastante más educada.

Vuelvo el gesto hacia Massen, entonces, prosiguiendo con la conversación que estábamos teniendo.

-Entonces por fin te has dado cuenta de mis capacidades y has venido a agachar la cabeza para pedir que te ayude, ¿no es así? Tendré que aceptar, en mi suma bondad y sabiduría, pero solo para pagar con ello la deuda que tengo contigo.

Y me llevo una mano al vientre para doblarme ligeramente desde el diafragma, muy solemne.

Fruncí el ceño mirando a Jun con una sonrisa un tanto extraña, como planteándome su broma. Acabé por negar, dejando que él mismo pidiera lo que quería.

-Otro para mí. Y unas galletas -indiqué. Así dicho, me apetecía.

Me senté junto a él en una mesa y le dirigí otra sonrisa sarcástica, ladeando la cabeza. Después asentí, absolutamente convencida.

-Eso es justo a lo que me refería -corroboré, correspondiendo a su reverencia con un cabeceo-. Pero, fuera bromas, de verdad creo que podrías ayudarme mucho -. Recuperé entonces mi expresión bromista-. Aunque entiendo que te lo pienses tanto, estando en un nivel tan superior...

Apoyé un codo en la mesa, mirándolo, expectante.

-Tú dirás el cuándo y el cómo, maestro.

Lo que hemos pedido no tarda demasiado en llegar. Me llevo la leche a los labios y bebo un sorbo. La verdad es que hace tiempo de la última vez que tome esto, pero está bueno. Me recuerda a los inviernos con gripe, en cama.

-Por supuesto que te ayudaré. Hay pocas cosas que se me den bien, y tampoco es que sea un gran maestro, pero... -. Extiendo la mano y robo una de sus galletas, mordiéndola con una sonrisa triunfal-. ¡Qué demonios! Me vendrá bien a mí también, ¿no?

Me froto la barbilla con el dorso de la mano, masticando en silencio, con la boca cerrada.

-No estoy tan ocupado como para que me represente un problema la fecha. Mañana mismo si quieres. Ahora incluso, pero es menos aconsejable, ¿no?

Nada, nada. Que elija la interesada.

Cuando lo vi coger una galleta, empujé la bandeja hacia él, poniéndola a la misma distancia de ambos. Entonces cogí yo una y la mojé en la leche, para luego llevármela a la boca. Hacía tiempo que no cenaba algo así, y era una pena.

-Bueno, estaría bien que te sirviera de algo -coincidí-. Y si no, buscaremos otra cosa para ti. Algo que pueda hacer yo. Tú pide por esa boquita. No estoy muy ocupada últimamente, que se diga.

Estaba a punto de preguntar por qué era mal momento aquel, pero decidí morderme la lengua. Pidiendo un favor no era muy conveniente ponerse exigente.

-Claro, mañana está bien. Tampoco quiero cambiarte los horarios.

Tomé una nueva galleta y la hundí en la leche.

Me termino la galleta y le robo otra, aprovechando que me ofrece. Me la llevo a los dientes, pero no llego a morderla, y solo la atrapo, sintiendo cómo se ablanda un poco por la saliva.

-Bueno, las lecciones de natación habían quedado a medias, y puede que siga interesado... -le hago oír, rotando los ojos como quien no quiere la cosa, partiendo la galleta en dos y quedándome con la mitad en la mano.

Luego asiento, animado. Parece que tengo plan para mañana.

-Iré preparando las cosas mentalmente para dar la talla como profesor -indico, bebiendo un poco de leche para tragar mejor.

La miro un momento, callando. Cuando me doy cuenta, llevo un par de segundos serio. Demasiado para mi gusto, creo.

-¿Y qué has hecho últimamente?-inquiero, recuperando la sonrisa y terminando la galleta.

<<Pareces animada.>>

Llegué a soltar una pequeña risa ante el comentario.

-Vaya, el maestro Jun es una caja de sorpresas... -indiqué, animada-. Estaré encantada de seguir con las clases. Aunque supongo que querrás ponerte bien antes. Y esperar a que haga mejor tiempo. Aunque por mí, cuando quieras, desde luego.

Sonreí y asentí. Por fin un entrenamiento un poco diferente. Aunque mejor no animarme antes de tiempo, no fuera a resultar que se me diera mal el arco. De todas formas, tenía ganas de probarlo.

-Gracias.

Se me borró un poco la sonrisa cuando preguntó. Tomando una nueva galleta, bajé la vista a mi taza y me encogí de hombros, negando.

-No creas. No he hecho gran cosa. Tampoco es que tuviera mucho que hacer, realmente. Por eso quería que me ayudaras, en parte -. Sacudí la cabeza y alcé la vista-. ¿Y tú?

Asiento, con cierto ánimo. Sigue dándome cierta vergüenza, pero ya no por el mismo motivo que en su origen. Si me esfuerzo, estoy seguro de que podré moverme con una mínima soltura en el agua, por lo menos. Y así evitaré ahogarme si alguna vez, escapando de alguien, me caigo a un lago, o algo semejante...

-Pues en cuanto paren un poco las lluvias, allá vamos, que hay que aprovechar el verano mientras dure.

Diciendo eso me siento un poco como un abuelo. Aunque no como el Abuelo, sin embargo. Es más de un abuelo cualquiera.

Su cambio de gesto me hace arrepentirme un poco de haber preguntado, y me centro en mi vaso, poco convencido, asiéndolo con ambas manos y sintiendo el calor en las palmas. El aroma que sube, dulzón, resulta agradable.

-Yo sigo con lo de siempre, pero no progreso mucho... He conocido a un aether, Heylel, y dijo que me ayudaría, pero no estoy seguro de que molestarlo sin tener idea de qué hacer sea buena idea, así que supongo que esperaré un poco a tener algo en mente. Pero es que cuánto más investigo menos sentido tiene todo...

Termino con los codos apoyados en la mesa y los dedos enterrados en el pelo, con cierta frustración.

Asentí, perfectamente conforme, con una sonrisa.

-Genial. Ya te lo recordaré cuando el tiempo mejore. No te creas que voy a dejar correr este asunto fácilmente... -advertí.

Alcé las cejas a la mención del aether, ampliando suavemente la sonrisa.

-Anda, Heylel. No deberías preocuparte por eso. Es un cielo de hombre, dudo que le moleste en absoluto ayudarte -lo animé-. Y, desde luego, tener un aether con el que trabajar te será útil, ¿no? ¿Qué tal está Lluvia, por cierto?

Curiosamente, y pese a que se suponía que dormía en mi habitación, era rarísimo que me la encontrara. Al final, era más útil preguntar por ella a Jun.

Heylel... Ella me había mencionado su nombre hacía mucho, al hablarme de aquellos que me habían salvado, pero casi se me había olvidado que podía conocerlo. Seguía estando un poco perdido por aquellos pasillos, pese al tiempo que llevaba viviendo en ellos.

-Parecía muy amable, y aceptó ayudarme sin poner mala cara, pero eso no hace que me sienta bien gastando su tiempo. Él es un guerrero, y yo soy un niño que juega a ser... No sé. Sea como esa, intentaré serle lo menos molesto posible -. Me termino la leche y me paso la lengua por el labio superior para limpiar la que me ha quedado encima-. Lluvia parece más animada poco a poco, pero también la veo muy sola... Me siento un poco como si no estuviese con nadie si no está conmigo, y me siento algo responsable. No sé qué hacer... Quiero ayudarla, pero quizás solo le doy falsas esperanzas e impido que avance, ¿no?

Apoyo las manos sobre la mesa, y el mentón sobre estas, con cierto aire abatido. Quizás el problema del ala no sea el único que tenga, y yo me centre tanto en ello que...

Negué con la cabeza. La verdad era que, oyendo a Jun y pensando en Heylel, hasta les veía cierto parecido en la actitud. Cogí dos galletas juntas y me las llevé a la boca, masticando con fuerza. No, definitivamente estaban mejor con la leche. Revolví con ellas la taza y di un nuevo mordisco. Mejor.

-Es gracioso porque tiene una actitud parecida a la tuya -comenté-. Siempre diciendo que él es un joyero, no un guerrero, y esas cosas. Que tendría que estar en casa con su mujer y su hijo... Eh, espera un momento, ¿cuánto hace de eso? De hecho, Heylel se fue a casa con su familia...

Sacudí la cabeza, frunciendo el ceño. Algo no me cuadraba.

Al ver a Jun decaer ladeé la cabeza. La verdad era que no parecía que Lluvia tuviera muchos amigos. De hecho, no había oído hablar de ella más que a Jun. Jun, que tampoco tenía muchos amigos, por lo visto.

Me eché un poco hacia él, dándole un par de toquecitos con los dedos en la cabeza, como si caminasen por ella.

-Oye, que yo no me quiero meter, pero tampoco te obsesiones. Que mucho dices de ella, pero tú vas a acabar loco con el asunto... Supongo que no es malo que la ayudes, pero también ella tiene que colaborar, ¿no? No se puede ayudar a una persona en su contra... -Me daba la sensación de que estaba empezando a sumirme en mis propias reflexiones. Negué con la cabeza-. Además, seguro que tenerte a ti es algo que aprecia mucho. No te eches las culpas encima de ayudar.

¿Parecido a mí? Quizás sea un hombre amable y tranquilo, y me halaga que diga que puedo parecerme a él en algo, pero aún así parecía tan templado y seguro que me cuesta creer que podamos parecernos un poco.

-Bueno, lo cierto es que también tiene el pelo blanco, ¿no? Sí que nos parecemos un poco -apunto, con gesto divertido, mirando el vaso vacío-. Oh, sí. Lo he visto hace nada, un par de semanas. Y alguna vez en las habitaciones desde entonces.

Alzo la vista al sentir sus dedos sobre la cabeza, y asiento, algo ensismismado. No sé muy bien qué pensar al respecto, pero no deja de tener razón.

-Ella misma dijo una vez algo así como que estar conmigo le llegaba, o así, de modo que supongo que al menos le alegro un poco el día, pero necesito algo más que eso... No puedo pasarme el día con ella, y habrá algún momento en el que no pueda ayudarla aunque esté triste. En la propia misión no pude protegerla, y acabó llorando otra vez, y yo allí, siendo un inútil-. Arrugo la servilleta, arrugando la nariz-. No sé por qué me he volcado con esto, pero tengo la sensación de que no moriré tranquilo si no la ayudo. Pero claro, a lo mejor crear un ala para que pueda volver a volar no soluciona el problema. Ya parecía sola antes, según creo recordar...

Negué con la cabeza.

-Idiota -repliqué, condescendiente. Me encogí de hombros-. Vaya, qué sorpresa... Supongo que habrá vuelto. Lo buscaré, entonces. Me siento un poco mal por no haberlo visto aún...

Le di un nuevo golpecito, esta vez en la frente.

-Pero bueno, ¿tú estás tonto? Pues sí, la gente lo pasa mal y no todo puede salir perfecto. Pero mira, por mal que pareciera, esa misión salió bien. A lo mejor es que ella tendría que dejar de llorar y ponerse a hacer algo en vez de esperar a que se lo den hecho. Y tú deberías dejar de lamentarte y apreciar que conseguiste que las cosas salieran adelante -Continué el recorrido-. ¿Te vas a deprimir porque no es suficiente con lo que haces? Hay gente que no se contenta con nada. Imagina que Lluvia es de esas personas. ¿Vas a deprimirte porque nada de lo que hagas es suficiente?

Tomé una nueva galleta. Inspiré hondo. Solté el aire.

-Perdona, ya me estoy poniendo con el tonito de siempre -. Negué con la cabeza-. El caso es que lo que tienes que hacer... Perdón. Lo que creo que deberías hacer es encontrar lo que te satisfaga a ti. Dudo que puedas ayudar a nadie si estás tú de capa caída. Yo, desde luego, soy incapaz. Si quieres hacerle un ala, hazle un ala. Pero hazlo por ti, no por ella, o jamás estarás satisfecho -. Cogí la última galleta-. Bueno, esa es mi opinión.

Esbozo una sonrisa, ladeando un poco la cabeza. Voy arrancando poco a poco trozos de la servilleta, dándole forma.

-Mal debería sentirse él, ¿no? Que es él el que lleva aquí medio mes y no te ha dicho nada. Supongo que no habéis coincidido y punto... Le comentaré algo cuando lo vea, si me coincide -se me ocurre comentar, aunque poco convencido, porque me conozco y sé lo que me da palo hacer y lo que no.

Pestañeo abruptamente de nuevo con el golpecito que me da, pasando a mirarla algo más serio.

-No seas tan dura con ella. No me ha obligado a nada, al fin y al cabo. Soy yo el que se obsesiona con esas cosas -. Frunzo el ceño suavemente, irguiéndome un poco-. Pero no me deprimo. Simplemente me frustra quedarme sin caminos, pero buscaré otro y punto. Si lo que busco no existe, quizás sea porque soy yo al que le toca hacerlo.

Cojo el vaso del que he bebido y miro dentro, viendo solo restos de leche algo oscurecida por la miel. Alzo rápido las cejas y la vista hacia ella, con una sonrisa tirando a burlona, y me apresuro a negar.

-Tranquila. Está bien. Creo que encontraré la forma de sentirme satisfecho con algo -. Dejo el trozo de servilleta que queda sobre la mesa. Se parece al prototipo de ala que he dibujado, al último-. Siento que voy por buen camino. No sé explicarlo, pero tengo iniciativa, y es algo que es mío, ¿sabes? Quizás no le solucione la vida con un ala, pero me he propuesto eso, y no me voy a rendir hasta que haga que vuelva a volar. Y si puedo ayudarla con otras cosas por el camino, no dejaré de hacerlo. Pero esto es como...

Es una meta. Es extraño. Quizás sí estoy obsesionado con ello.

Me encogí de hombros. Antes de responder, tomé la taza y me bebí la leche. Bueno, como cena no había estado nada mal.

-Siendo Heylel, dudo mucho que lo hiciera con mala intención. No hemos coincidido y punto. Ya nos encontraremos, que esto no es tan grande... -repliqué, quitándole hierro al asunto.

Me eché un poco hacia atrás, con las palmas hacia él, un tanto molesta por la respuesta.

-Oye, que yo a ella no le he dicho ni pío. Precisamente, te lo digo a ti, que eres el que le da tantas vueltas a la cabeza. Que te relajes, que las cosas son como son. Por lloriquear no va a salirte un ala más bonita. Y ya estás trabajando en ello, no hay motivo para desanimarse -me defendí, algo incómoda.

Me encogí de hombros.

-No veo el problema. Estás bastante seguro del objetivo y vas trabajando en ello. No creo que sea fácil perder un miembro, pero ya se irá recuperando, y más con tu ayuda. De todas formas, no creo que le viniera mal ponerle un poco de ánimo al asunto ella misma, si tan solísima está. Pero en fin, quién soy yo para decir nada -. Hice una mueca. Al final, poco más o menos, yo estaba en las mismas. Aunque tenía a qué aferrarme.

Enseguida me siento algo alarmado, y empiezo a negar, veloz. No era mi intención atacarla. Simplemente, bueno...
Me echo el flequillo hacia atrás, cerrando los ojos un momento, como pensando, que es lo que se me da bien. Cuando los abro esbozo una sonrisa más conciliadora.

-Está bien, está bien... -. Cojo la última de las galletas, tendiéndosela, pero sin soltarla yo mismo-. De todos modos, centrarse en una cosa está mal. Si la mente no descansa, no hay forma de pensar claro.

Pongo la mano sobre su hombro, oprimiendo un instante. Empiezo a sentirme algo fatigado por la opresión del cuello, pero es soportable.

-No creas que te dejo de lado, eh. Si puedo ayudarte, también haré lo que pueda -. Frunzo el ceño mientras lanzo esas palabras a su cabeza, esbozando una sonrisa y apartando la mano, al final.

Me estiro, desperezándome un poco. La miro de reojo.

-Al final daba tiempo a entrenar, eh -comento, haciendo un gesto con las manos-. "Entrenar".

Hice un gesto hacia él, cediéndole la galleta. El sabor que me había dejado la leche era demasiado agradable para rechazarlo.

Asentí.

-Eso es verdad -coincidí-. Además de que centrarse en una sola cosa es muy aburrido.

Fruncí el ceño con expresión de extrañeza. Al final acabé por sonreír, negando.

-No, si yo ahora estoy bien... -repliqué, tratando de tranquilizarlo-. Anda, que si tu forma de descansar de los problemas de una persona es encargarte de los de otra... ¿No puedes buscar una afición un poco más descansada? Lee un libro o algo, hombre.

Repetí el gesto que me decía. Tres veces.

<<Voy a olvidarme.>> Comenté.

-No diría tanto. Mejor un día que estemos más centrados. Hoy era para relajarse un rato, que no todo va a ser trabajar.

El abuelo siempre decía que centrarse en una cosa era importante para maximizar los resultados, pero la verdad es que ahora mismo estoy de acuerdo con ella. Un punto medio no está tan mal, supongo.
Me echo hacia atrás en la silla, encogiéndome de hombros con sencillez.

-Eso es lo mejor que puedes decirme. Pero bueno, que si alguna vez no lo estás, que que lo sepas. No he sido el amigo más atento, pero me esfuerzo por mejorar, creo... -. Me meto la galleta entera en la boca. Supongo que lo encuentro gracioso, pero acabo tosiendo, mudo, y echando migas a la mesa como un tonto-. Si ya me paso el día leyendo -digo cuando me he recobrado un poco, con lágrimas en los ojos de la tos y la garganta seca, ardiendo.

Me froto con la manga, secándolos un poco, recuperando la compostura e inspirando profundamente para hacer lo propio con el aire. Lo siguiente que digo lo hago con las manos.

<<Tienes que practicar. Vas a olvidar que soy mudo. Si pierdo el collar, no podremos comunicarnos otra vez.>>

La verdad es que es muy cómodos, pero tiene sus pequeños contras peligrosos.

Me estiro, asintiendo a sus últimas palabras, bostezando sin quererlo, apresurándome a cubrirme la boca con la palma. Luego doy un pequeño golpe con la cabeza en su hombro, algo abatido.

-Venga, vamos a descansar. Los claritas nos marchitamos sin luz, prácticamente... -comento, exagerando un poco el tono melodramático.

Negué una vez más.

-No te preocupes -indiqué, conciliadora.

Aunque pronto tuvo, efectivamente, otros problemas de los que preocuparse. Me erguí hacia él para darle unas palmaditas en la espalda, ayudándolo a no ahogarse.

-Pero mira que eres bruto cuando quieres... -lo reprendí, burlona.

Asentí.

<<No me olvido de todo. Pero soy más torpe.>> Expliqué.

Cuando me dio el golpecito con la cabeza, le pasé una mano alrededor de los hombros, dándole un par de palmaditas. Puse los ojos en blanco.

-Pobre víctima de la oscuridad -ironicé, negando-. Bueno, venga, te dejaré descansar, que ya voy a darte la lata mañana. No te olvides, ¿eh?

Poco más y me habría olvidado yo, de hecho. Pero el caso es que no fue así, y pudimos acordar la hora antes de ir a dormir.

*Se van*

Al abrir la puerta, Lyo se coló enseguida, con sus pasitos torpes de pequeño guerrero todavía no preparado para enfrentarse al mal. No en una carrera, por lo menos.

-Eh, tú. Quieto ahí, donde pueda verte -advertí, apresurizándome a cerrar la puerta y a ir tras él, alcanzándolo en tres zancadas-. Te creerás tú que esta es buena hora para que los niños anden por ahí, pero espero que comprendas que debes irte a dormir nada más tomes el biberón -le dije, severo, tendiéndole la mano para que la tomase. Aunque cuando me miró con sus grandes ojos solo pude esbozar una sonrisa-. Venga, ven.

Fui con él a una de las mesas y lo senté sobre mis rodillas, esperando a que algún miembro del servicio se acercase. Llevaba ya tiempo sin ver a Aloe, pero no fue ella, sino un muchacho, el que vino. Una pena, pero de todos modos no estropeaba el tranquilo momento.

-Un biberón templado, por favor. Y para él una manzana. Espera, al revés... -murmuré, contrarizado.

No tardó en marcharse, y ambos, fuertes guerreros, esperamos pacientes.

*se queda*

El chrysos llegó al comedor en pijama, con el pelo todavía húmedo y con una toalla sobre los hombros, húmeda también. Acababa de salir de la ducha, y a pesar de que era bastante tarde y de que estaba relativamente cansado, su estómago le había ordenado que no, que no fuese a dormir y que sí, que fuese así, con esas pintas, al comedor. Antes hubiese ignorado aquel deseo tan nimio (porque realmente era insignificante: ir hasta el comedor solo a tomarse un vaso de leche rozaba lo absurdo e infantil), pero llevaba semanas intentando comer más, así que ahí estaba, abriendo la puerta del comedor.

Lyam bostezó, y se pasó una mano por la frente, echándose un par de mechones que se le habían pegado a la piel hacia atrás. Luego sacudió la mano, cerró la puerta y observó la sala, buscando a algún miembro del servicio. Curiosamente, lo primero que vio fue a Rick Dehnel, y, extrañamente, no apartó la vista nada más verlo, sino que frunció el ceño y ladeó la cabeza hacia un lado.

Porque el flamma tenía un bebé en sus rodillas.

Lyam parpadeó un par de veces. ¿Qué demonios hacía Rick Dehnel, Rick Dehnel el busca terroristas, el conocido por todos por acusar a la gente de ser espía, contrabandista o el mismísimo mal personificado con un bebé? Y es más: ¿acaso Rick Dehnel no estaba saliendo con Inger, Inger Nielsen la casi tartamuda, la caeruleus que se emocionaba hablando de historias? ¿Qué significaba eso? ¿Por qué la gente seguía obcecada en dejar que hubiese niños en un sitio como Brontë, donde te pueden atacar unos bichos chungos de narices o unos mercenarios raros de cojones? No tenía sentido. Nada tenía sentido.

—Dehnel —dijo, acercándose a la mesa del flamma. Alzó las cejas, parpadeó de nuevo—. Rick.

¿Cómo, cómo era posible?

Justo me traían el biberón y la manzana cuando la puerta se abrió, y rápidamente niño y hombre dirigimos los ojos hacia ella. Tomé, al mismo tiempo, el biberón con la derecha, echándome unas gotas junto al pulgar de la mano opuesta.

-Me temo que no puedo responder a tan extraño saludo sin conocer tu apellido, de modo que solo diré "buenas noches, Lyam" -respondí, con una sonrisa, llevándome un momento el biberón a la boca para probar la leche-. Toma, está buena. Pero despacio -dije luego, tendiéndoselo a Lyo, que lo tomó con las manos y se puso a comer él solo. Ofrecí entonces sitio a Lyam con un gesto-. Siéntate aquí si lo deseas, que estamos encantados de tener compañía, ¿a que sí, campeón? -. Tras revolver un poco el corto pelo de Lyo, volví a mirar al chrysos menos ojos de asesino del palacio, ensanchizando un poco la sonrisa-. Este es Lyo. Lyo, este es Lyam, dile hola -. Lyo solo lo miró con sus grandes ojos, sin hacer nada, arrancándome una carcajada-. Discúlpalo, pero traga más que habla, aunque tampoco habla mucho.

Y tras mi charla, me llevé la manzana a la boca y di un buen bocado.

-¿Qué? ¿Tomando un baño rivitelizante antes de irte a dormir? -inquiricé, apoyando el codo sobre la mesa, muy heroico.

Lyam arrugó el entrecejo y observó al bebé. Luego observó al flamma, después al bebé de nuevo, y finalmente volvió a mirar a Rick. Parpadeó. Definitivamente no lo entendía.

—Buenas noches —repitió. Miró de nuevo al bebé, que acaba de coger el biberón, y esbozó una pequeña sonrisa—. Hola, campeón.

Tras unos segundos de duda, en los que simplemente observó cómo el bebé comía, el chrysos aceptó la oferta del flamma y se sentó frente a ellos, todavía con la mirada fija en el bebé. Ladeó la cabeza hacia la derecha, parpadeó de nuevo, y finalmente preguntó:

—¿De dónde ha salido...? —Negó con la cabeza—. Quiero decir, Dehnel —lo miró, frunciendo el ceño—, ¿qué haces con un bebé? No pretendo ofender, pero es un poco... Raro.

Bajó la vista al pequeño, Lyo, al parecer. Curvó los labios, y le tendió el índice derecho.

—Hola. —Ensanchó la sonrisa—. ¿Qué tal, campeón?

Por supuesto, no esperaba que el pequeño respondiese. Aquella era una de esas típicas preguntas que los adultos le hacen a los niños, como si estos pudiesen entender lo que decían. Si el chrysos lo pensaba, aquel comportamiento era bastante estúpido, pero le daba bastante igual.

Sin alzar la vista, respondió a la pregunta del flamma:

—Yo lo dejaría en un baño a secas —murmuró. Movió la mano que había acercado al bebé. Sonrió—. Y juraría que era rivitalizante no existe, pero a saber.

Lyam tomó asiento a mi... ¡a nuestro lado!, como debía ser. Solo los cobardes se asustaban de un niño, y los cobardes no tenían cabida en un noble sitio como Brontë.

-Pues verás... -. Puse una mano en el hobro de Lyam, dando una suave palmada con gesto divertido-. Ha salido de donde todos los bebés salen: del interior de una hermosa dama -expliqué, jucoso, divertido-. Aunque si lo que preguntas es por la dama en cuestión, déjame decirte que se llama Cassandra, y si quieres algo de ella disculpa, pero no se encuentra en palacio ahora mismo-. Di un nuevo mordisco a la manzana, más grande. Lyo, por su parte, bebía leche a ratos, sin perder de vista a Lyam-. Y lo estoy cuidando, por supuesto. Él solo no puede, y la madre confió en mí para esta tarea. Al fin y al cabo, los pequeños son el futuro -respondí, poético, acariciando el suave pelo de Lyo con cariño.

Un par de mordiscos más y me había acabado la manzana. La verdad era que hasta sentía hambre, pero no era momento de cenar. Ya lo había hecho, de todas formas, y no tanto ejercicio como para quemar una cena dos veces.

Lyo, por su parte, seguía a Lyam con la mirada, pero no decía nada. Solo bebía, muy callado, y con los ojos muy abiertos.
Se me escapó una nueva risa, más suave.

-¡Pero hombre! Dile algo a Lyam, que te está hablando -. Miré de nuevo al chrysos-. Mira que está acostumbrado a estar con la gente del servicio, eh. Pero a veces se pone así de tonto. Es que a estas horas...

Pestañeé, confuso de pronto, mientras él hablaba. ¡Vaya error más terrible! Si mi madre me escuchase... Qué vergüenza.

-¿He dicho rivitalizante? Será que tampoco yo descanso mucho últimamente... Creí que había dicho rivitelizante, lo siento. O revi... -. Negué suavemente, frotándome la cara con la mano-. ¡Cuéntame, Lyam! ¿Ha sido tu vida satisfactoria últimamente? Se te ve sano. ¿Quizás mis consejos han funcionado?