Comedor

Asentí, tratando de recuperar la calma, todavía algo nervioso.

-Duras... -repetí, asintiendo de nuevo. ¡¿POR QUÉ A AQUEL RUFIÁN SE LE ACERCABAN TODAS LAS MUJERES?! ¿Qué sería lo siguiente? ¿Madame desmartillos? ¿La zafia de Lester?-. Pues... Podríamos ayudar a reconstruir las termas, que han quedado destrozadas -dije, tras un breve pensamiento.

Aquella chrysos aparición en las termas... ¿Usaría algún tipo de ropa? Mithos... Tenía ganas de volverme para mirarla otra vez.
Por lo que decía, parecía que tenían una relación. Maldito monstruo con suerte. Seguramente una gran desgracia le ocurriría a cambio de tanta suerte. Como el duelo que perdería contra mí. ¡Esa!

Tomé una cucharilla de la mesa y me la llevé a los labios, repasándolos con ella.

-¿Al agua? -pregunté-. El agua caliente. ¿Qué hay en el agua caliente?

Volví la vista a la mesa de atrás y los ojos de hielo volvieron. Di un respingo, sonriendo.

Olí de nuevo el chocolate. Mojé la cuchara, la soplé, la probé. Cerré los ojos, asintiendo. Cuchara. Volví a mojarla y repetí otra vez.

La voz de aquella mujer era como un encantamiento que se metía en mi cabeza. Escuchar a Gerald, hablando a veces, me ponía de mal humor.

-¿Caliente? -repetí de nuevo, atontado-. Sí... Bastante caliente... -. ¡DEHNEL! ¡EN EL COMEDOR! -. El agua caliente está ahora en la tierra y hay que arreglar las termas... -murmuré, con velocidad, tenso, esbozando una sonrisa-. Todavía no he ido allí. ¿Quieres?

"Fera, eres preciosa."
Maldito innoble. Iba a por todas, una y otra, seguidas...

Pero recordaría aquel nombre. Fera, la mujer del bosque.

Mueve los labios a un lado de la boca, juntándolos en una sugerente media sonrisa, al tiempo que alza un instante apenas una ceja. En todo momento lo estudia con detalle, como comiéndoselo con los ojos. Es una presa de lo más interesante.

-Qué duro -murmura, acentuando apenas su habitual tono sugerente, divertida.

Suspira, afligida, desviando un instante la mirada, como perdida en sus pensamientos. Es apenas un momento, y tras él vuelve a clavarle la mirada en las pupilas, casi atravesándolo, desnudándolo hasta de la piel.

-No todo puede ser diversión, pero... para todo se encuentra un momento -responde, evitando el asunto del trabajo. No le gusta alejarse del trabajo para hablar del trabajo. Y menos en un momento en el que su presa pide ser cazada a gritos. Incluso si esta fallara, otra aguarda un poco más allá.

Suelta una risa cantarina, que suena como un río fluyendo, ante su halago. No se sonroja, no se sorprende. Casi parece enternecida por su comentario.

-Amor, no me estás demostrando mucho esa resistencia de la que presumes -señala, juguetona.

Apreté los labios, escondiendo de nuevo la sonrisa tras la taza, con un brillo divertido en los ojos. Se iba. Se le escapaba la cabeza. Me contuve para no mirar de reojo otra vez. Porque los ojos de hielo seguían. Daban cosquilleo.

De nuevo, ascendió la boca de la taza.

-Puedo levantar piedras -sugerí-. Para el agua. Así no se va. El agua caliente.

Llevé la boca a la taza. ¡Shh, Aynestalon, shh!

Escuchar su voz, resonando en aquel lugar... Parecía que solo hablase ella, cuando hablaba, y todo lo demás callaba, menos mi corazón, que zumbaba en los oídos. ¿Y qué dijo? No podía haber dicho otra cosa más acertada. "Qué duro". Y no pude evitar desear que fuese a mí al que le dijese aquello. Podía ver su sonrisa sin mirarla.
Me bebí el vaso de golpe, centrado de nuevo en Massen. En Ayne, Mithos...

¿Levantar piedras? ¿Acaso lo estaba haciendo adrede?

-Por supuesto -dije, con voz pastosa.

Qué curioso... Ella levantaría piedras, pero Lea podía hacer subir la temperatura... Aquello hubiese sido un buen chiste.

-Pues podrías hacerlo mañana, ¿no? Cuando vayamos.

Aguantando la risa, bebí un trago tras otro del chocolate. Ya no importaba el calor. Bebí y bebí sin parar, y cuando por fin me detuve, tenía la boca marrón. Con el índice, me la repasé para recuperar el chocolate, y luego me lamí el dedo. Hmm.

Sonreí, contenta.

-¡Vale! -exclamé.

De un salto, bajé del banco y eché a correr, perdiéndome por los pasillos.

*Se va*

De nuevo, bajó la vista a su mano, acariciándose una uña con el dedo con infinito cuidado, como si se tratase de la más compleja artesanía. Cuando dio por finalizada la eterna caricia, sus ojos se alzaron de nuevo hacia él, con una nueva sonrisa. Cada vez una distinta, pero todas igualmente magnéticas.

-Tu papel es el que tú escojas -canturreó, arrullándolo.

Se inclinó apenas sobre la mesa. En sus ojos pareció brillar una chispa. Tal vez ofensa, tal vez acecho. O, tal vez, un simple efecto de las luces del comedor.

-No es ningún hechizo, Gerald Browen -susurró, paladeando su nombre como el más dulce caramelo-. Es lo que hay ante ti.

Ella se fue y yo la despedí con un gesto, atontado, más concentrado en lo que oía a mi espalda que en la parvus. ¡Qué innoble, por otra parte! Una dama no debía cegar a un caballero de ver a otra dama. Debería disculparme con Ayne cuando la volviese a ver, al día siguiente.

Me llené el vaso de agua y me lo bebí de un golpe. Un chico del servicio vino a recoger mi plato. Parecía también algo distraído. Normal, chaval...

Me quedé quieto, con el vaso y la jarra, mirando al frente, de espaldas a ellos.
Malditos chrysos.

Tras sus palabras, se hace el silencio. Un silencio tal que resulta inquietante. Un silencio artificial que nada consigue romper. Hasta que algo lo hace. De nuevo, su risa. La mirada, helada y ardiente a un tiempo, parece cobrar fuerza, más allá de cualquier expectativa. Alarga una mano hacia él, en un gesto tan lento que parece que no vaya a llegar a su destino.

-Continúa buscando la respuesta -lo anima, aún sabiendo que no la tendrá sin su permiso.

Por fin, la mano lo alcanza, acariciando con suavidad infinita el borde de su mandíbula hasta el mentón, sin que ella deje de clavarle los ojos hasta el alma ni por un instante. Y, cuando la punta de sus dedos alcanza la barbilla, ella se deshace en el aire como un ensueño.

Sin embargo, continúa allí. Tan solo ha cambiado su posición. Con la misma ternura, recorre con el índice la nuca del flamma, subiendo por ella hasta el nacimiento del pelo, sin llegar a hundir en el la mano. Y, llegado este punto, se desvanece de nuevo, esta vez definitivamente.

*Desaparece*

De espaldas a ellos, creí que todo llegaba a su fin. Me preparaba para irme antes que ella, antes de que Gerald quedase libre, y los dos a solas, pero al sentir aquel roce en mi pelo me quedé tieso, paralizado. La dama del bosque había alcanzado a tocarme de verdad... Pide alzar la vista un instante, percibiéndola por el rabito del ojo, sintiendo su aroma extraño de dama del bosque, de aparición. Seguía sin creerme que no fuera de verdad un fantasma.

Cuando desapareció apoyé las manos en la mesa y me levanté veloz, poderoso. Sin mirar a Gerald, me acerqué a la puerta con pasos largos, abandonando aquel lugar antes de que se atreviese a molestarme.

Mithos... De modo que Fera... Pero Fera no tenía aspecto de viuda.
De todos modos daba igual... La nobleza Dehnel me llenaba.

*huye de Gerald*

La jornada, como las anteriores, ha sido agotadora. Por suerte, empiezan a notarse los resultados, y poco a poco todo va volviendo a la normalidad. Los animales están perfectamente, cada vez tienen mejor ánimo, y yo también me encuentro de mejor humor, a pesar del cansancio.

Llego al comedor ya tarde, y me siento en una mesa cerca de la ventana. Con el cielo tan despejado, da gusto cenar en estas condiciones. Cuando una chica se acerca, le pido un plato de carne a la plancha, patatas y un cuenco de ensalada. Voy a necesitar comer en condiciones si no quiero acabar agotada.

Pronto estoy servida y comienzo a comer. Esto está en silencio. Es agradable.

*Se queda*

Zacharyas llegó al comedor con el rostro tiznado de ceniza, el pelo revuelto y oliendo un poco a humo, pero estaba muy contento. De hecho, para él ninguna de aquellas cosas eran un motivo para no estarlo. Y, de alguna forma, haber visto a todos aquellos animales ardiendo le había dado hambre, a su manera, así que se dirigió a comedor. Una vez hubo llegado, saludó a Lea con un gesto, dubitativo entonces, sin saber bien si sentarse con ella o no hacerlo. Tras un instante, decidió que no era mala idea, y caminó hasta su mesa, carraspeando al llegar a su lado.

-¿Te incomodaría mi presencia? -preguntó, con una ancha sonrisa de satisfacción, algo oscura.

Pronto tengo compañía. Y, dentro de las posibilidades, no es de la peor. Aunque su aspecto inquieta un poco, Zacharyas es un hombre callado que no se mete en asuntos ajenos. Educado, además. Puedo soportar su aire siniestro a cambio de eso. No es el peor sacrificio.

Le brindo una sonrisa, señalando el asiento con un gesto.

-¡Oh, claro que no! -respondo, animada-. Siéntate. ¿Qué tal el día? Esta carne está buenísima, te la recomiendo.

No es que tenga mucho que decirle, pero no me ha hecho nada. Mientras no moleste, que haga lo que le apetezca.

El mago asintió, siempre dentro de sus gestos, cerrados y algo tensos, como si no supiera desenvolverse todavía, pese a su edad. Tomó asiento frente a ella y, guiado por su recomendación, pidió la carne que le indicaba. El énfasis de la chica lo aturdía un poco, aunque no era, ni de lejos, tanto como el usual en Stalon. No obstante, la diferente relación hacía que le fuese difícil reaccionar de un modo considerado adecuado por él mismo. Y pese a todo, lo intentó. Se había sentado con ella, al fin y al cabo, para no resultar maleducado al ignorar a una persona solitaria.

-Bien -respondió, carraspeando luego-. Ha sido muy estimulante -se le ocurrió decir, y su sonrisa se iluminó un poco más, macabra, cuando recordó la pira de cadáveres. Había dejado las cenizas cerca de la huerta, avisando a los del servicio-. He estado en el bosque.

Se llevó una mano al ceniciento flequillo, del que tiró para cubrirse un poco los ojos, retraído. Comunicarse le seguía resultando difícil, aunque ella parecía amigable, lo que se lo facilitaba.

-¿Tu día ha ido bien? -se le ocurrió preguntar, cuando ya había existido un silencio que hizo que su pregunta resultase hasta artificial.

Pronto llegó la comida, que Zacharyas observó con curiosidad. Bebió primero un sorbo de agua y luego dirigió una mirada a Lea, casi con timidez, podría haberse dicho.

-Que aproveche -murmuró, llevándose el primer trozo a la boca.

Demasiado hecho. Ya no sabía a sangre.

Pronto entró también Gerald, y Zacharyas lo siguió con la mirada mientras masticaba. Tragó justo a tiempo, cuando él puso la mano en la mesa tuvo ganas de clavarle el cuchillo y dejarlo allí.

-Buenas noches -murmuró, alzando la vista hacia Gerald, haciendo un leve gesto de cabeza, una reverencia.

Llegué al comedor, sonriente, con el pelo todavía húmedo. A pesar de que me apetecía estar con Gerald, esperaba que la cena no se alargase demasiado. No lo parecía, pero replantar el jardín cansaba bastante. Mucho más de lo que había esperado. Tras la ducha, había tenido el impulso de irme directamente a la cama, pero como ya había quedado con el chrysos, decidí ignorarlo.

Al entrar en la sala me encontré con que no estábamos solos: en una mesa, alejada de la de Gerald, Lea, la flamma a la que había conocido hacía unos días, cenaba con un caeruleus al que no recordaba haber visto nunca. Me pregunté, mientras me adentraba en la estancia, quién sería, y al pasar por su lado, los saludé animadamente.

—¡Buenas noches!

Y como no quería interrumpir más su conversación, seguí adelante, hasta llegar a la mesa del chrysos. Le sonreí.

—Y buenas noches.

Ladeo la cabeza con fingido interés, asintiendo, dando a entender que sigo sus palabras.

-Vaya, el bosque -repito, como sorprendida-. No sabía que se pudiera ir allí todavía. Supongo que estará destrozado, ¿no?

Tomo un trozo de carne y un poco de lechuga y me lo llevo a la boca. A su pregunta, asiento, dándole al gesto cierto toque de entusiasmo, sin perder el gesto agradable.

-Ah, muy bien -respondo, contenta-. Me estoy dedicando a los animales. Los encargados están bastante ocupados con las reparaciones, y alguien tiene que ocuparse de ellos, así que cubro el cargo. La verdad es que me lo paso muy bien.

Pero, por supuesto, la tranquilidad no podía durar para siempre. Trato de ignorar a Gerald cuando aparece, pero, por supuesto, no lo va a permitir. ¿Dejarme en paz por un día? ¿Es eso siquiera posible?

Cuando se interpone entre Zacharyas y yo, me limito a observarlo, sin sonreír, evidentemente, pero sin hacer ningun gesto ni comentario desagradable. No quiero ganarme mala fama, y el caeruleus está delante. No puedo evitar, sin embargo, una mirada escéptica. ¿En paz? ¿Ahora resulta que en paz? ¿Y por qué, si total tiene a otras a las que encandilar? ¿Por qué no me ignora, que es más fácil?

"No creas que voy a estarte esperando." Lo pienso, pero no lo digo. Espero a que dé señal de retirarse, y entonces sí, hablo.

-Buenas noches -. Y es una despedida, no un saludo.

Me vuelvo hacia el caeruleus, con una sonrisa, y trato de aplacar el mal humor que me ha dejado el chrysos. Al poco entra Inger. Así que ella es la víctima de esta noche. Eso explica algunas cosas, la verdad. Unas cuantas, de hecho. Empiezo a sentir algo de pena por Rick. La saludo con una sonrisa, y de nuevo me vuelvo a Zacharyas.

Zacharyas asintió, recordando el aspecto del bosque. Las ramas, rocas y tierra corrida imperaban, y los animales destrozados o árboles caídos no se le quedaban atrás.

-Los animales -repitió, algo ausente, dándose cuenta enseguida de que se refería a los vivos-. Es un buen trabajo.

Tras Gerald entró una caeruleus pelirroja, a la que Zacharyas repitió con voz seca, pero amable, el saludo. No la recordaba de otras ocasiones, pero parecía amable. Su pelo de sangre le pareció hermoso, como si una cascada de la misma le descendiese sobre los hombros. Pero al ver que se dirigía a la mesa de Gerald no inició una conversación con ella. No era especialmente despierto en lo referido a aquellas cosas, pero incluso él era capaz de comprender en qué momento no era bien recibido.

Tras aquello, no habían quedado preguntas ni respuestas en el aire, por lo que Zacharyas comió en silencio durante un rato, degustando únicamente la comida de su plato, ignorando la otra mesa, tanto por respeto como por desinterés, y de alguna forma a la mujer que tenía en frente. Finalmente se le ocurrió un tema de actualidad que, esperaba, no lo hiciese quedar como el ser solitario y asocial que era.

-¿Qué tal pasaste la tormenta?-. Una vez lo hubo preguntado, pensó, no sonaba tan convincente. Era hasta una pregunta extraña.

Comemos un rato en silencio. Es de lo más agradable. Se oyen un poco las voces de la otra mesa, pero están a suficiente distancia para que su conversación no nos envuelva. Miro un momento por la ventana. La noche está preciosa, apenas hay nubes. Ojalá dure este tiempo.

Precisamente me vuelvo para oír una pregunta referida a eso. Supongo que al caeruleus le resulta un poco incómodo tanto silencio. Por mí no tiene que preocuparse, lo prefiero a conversaciones que no llevan a ninguna parte.

Suelto un suave resoplido.

-Bueno, pues un poco como todos, supongo -respondo, mientras sigo cortando la carne-. Personalmente, se me hizo de lo más pesada. En Ignis no es que llueva mucho, pero tampoco había visto llover tanto aquí. Una suerte que no sea lo habitual, no creo que me viera capaz de soportar esos encierros... -De nuevo, dirijo un momento la vista a la ventana antes de volverme otra vez-. Y lo peor fue el último día. Mithos, creí que se nos caía el techo encima.

No menciono las cuadras. Dudo que tenga ningún comentario mordaz al respecto, pero tampoco es lo que me dedico a ir comentando por ahí.