Comedor

El chico vino y me trajo otro plato, y yo aplaudí. Cogí el tenedor y pinché tres trozos, que me llevé rápidamente a la boca. Solté una exclamación, alabando la comida. El chiquillo daba comida jugosa, pero esta era calentita.

Me arrastré por la mesa un poco más adelante, acercándome a la espalda del sin cara. Sin dejar de mirarlo, fui pinchando trozos y metiéndomelos en la boca. De pronto observé algo.

-Tampoco tienes cara detrás -apunté.

Se dio la vuelta y me cogió comida. Iba a protestar, pero en lugar de eso, me eché a reír. Me acerqué, de todas formas, un poco más el plato, y tomé bocados mayores más rápido. Tenía que comer o se lo comería él.

Fruncí el ceño, extrañada, a su pregunta. Me pasé el tenedor por los labios, repasándolos, con la mirada ausente. Luego volví a clavarlo en la comida y seguí comiendo.

-¿Cuál? -pregunté-. ¿Cuál de todos?

Reí, divertida, mientras seguía pinchando la comida y masticándola. ¿Todos? Todos míos. Como tesoros. Pero eran demasiados tesoros. No podía cuidarlos todos porque no sabía cuáles eran todos. Tenía que buscarlos.

-¿Todos? -pregunté a él directamente-. Pero todos son muchos. Todos no sé. ¿Todos cuáles?

Seguía pinchando comida. No tenía rojo metálico. Se me hacía raro comer sin rojo metálico. Me palpé la lengua con el paladar. Luego agua.

Y se fue. Lo despedí con un gesto, sonriente. Pero no me había dicho cuáles. Tampoco era importante. Tenía otros tesoros.

Seguí comiendo hasta estar llena, y luego me encaramé a otra mesa, en la que había agua. Bebí cuanto quise, encantada, y luego me limpié con la manga.

Por último, salí del comedor y seguí mi camino. El techo estaba igual.

*se va*

Tras terminar de comer nos hemos quedado aquí un rato más. Yo disfruto de un té, por mi parte. Cuidar del sueño irregular de Massen no me agota, pero siempre he tenido un sueño ligero, y cuidar también del suyo hace que no descanse tan bien como me gustaría. Un poco de estimulante en el cuerpo no me vendrá mal, además de que, en sí, disfruto bastante de una infusión de vez en cuando. En este caso, un té rojo con sabor afrutado.
Tras un breve silencio, decido pronunciarme. Le he estado dando vueltas un rato y espero que reciba bien la idea. Si no quiere no la presionaré, por supuesto.

Carraspeo con suavidad.

-Se me había ocurrido que podríamos ayudar a replantar el jardín -murmuro, contemplando un instante la taza y luego, finalmente, mirando a Massen a los ojos.

Yo, con la pierna así, no puedo hacer cosas complicadas, pero eso sí. Y, por otro lado, quizás alguna actividad la distraiga. Aunque puede que prefiera descansar un poco más.

Poco a poco, mi dieta iba volviendo a la normalidad, aunque la desgana y la falta de ejercicio hacían que no comiera demasiado. Al menos, comía. Empezaba a sentirme un poco mal por Alehyss, que apenas se despegaba de mí en todo el día. ¿De verdad no tenía nada más que hacer? Estaba segura de que no era así, pero tampoco me había atrevido a preguntar al respecto.

Acababa de terminar mi cuajada cuando Alehyss habló. Encima, debía de estar aburrida, porque tampoco le daba demasiada conversación. Alcé un momento la vista y luego enrojecí levemente. Replantar el jardín. Claro.

Apenas había prestado atención al palacio desde el fin de la tormenta, pero era evidente que había habido daños en los exteriores. Era algo que sabía a ciencia cierta. Y, probablemente, todos mis compañeros se estaban dedicando a acabar con los problemas mientras yo me pasaba el día sin hacer nada, arrastrando a Alehyss en mi apatía.

Replantar... No sabía del asunto, pero con algunas instrucciones...

Asentí con la cabeza.

-Suena bien.

Menuda cría estaba hecha. ¿Qué más daba como sonase? Seguía formando parte de mi trabajo, y lo estaba descuidando.

Verla responder positivamente me alivia. Por un lado quiero, efectivamente, colaborar un poco, que no me apetece tener a los líderes detrás. Por otro está la simple satisfacción de ver que parece que Massen, poro a poco, despierta.
asiento, en respuesta a su propio asentimiento, dibujando una sonrisa tranquila, casi de alivio, diría.

-En mi estado no puedo hacer mucho más que eso -comento, como disculpándome, para tranquilizarla, de alguna forma, y que no piense que es ella la causa de mi inactividad. Aunque, de hecho, sí lo es, prácticamente-. En ese caso, podríamos ir a cambiarnos y hacerlo ya -propongo, terminándome el té de un sorbo.

Le vendrá bien.

Me encogí de hombros. Pudiera o no, no estaba haciendo ni eso, y yo tenía la culpa. Quizá debería decirle que podía dejarme sola. Aunque tenía miedo de que lo interpretara como que yo quería estar sola, y de hecho no quería. Me agobiaba un poco la idea, incluso, pero no quería pegarme a ella.

-Eso también hay que hacerlo -apunté.

Yo sí podría hacer otras cosas, probablemente, aunque no sabía muy bien qué tareas había pendientes. Al menos, aquello sería un comienzo. Asentí, conforme. Trabajar me activaría un poco, y seguro que Alehyss estaba harta de no hacer nada. No era su estilo estar inactiva.

Así pues, nos fuimos a cambiar, como ella propuso. Después bajaríamos al jardín. Me pregunté cómo estaría. La última vez que lo había visto estaba destrozado, pero probablemente ya habría habido gente trabajando en él.

*se van*

Antes de seguir moviéndome, no me vendría nada mal algo de comer. Tras ver que Telma no estaba en los establos, pues, decidí ir al comedor a recuperar fuerzas. Estaba algo cansado, pero aquellos días de trabajo no bastaban para agotar a Rick Dehnel lo suficiente, por mucho que madrugase para ir al pueblo.

Pedí algo de comer, algo contundente, y al rato me habían traído costilla y patatas asadas, de modo que me puse a meter mano a los huesos sin descanso, parando de vez en cuando para beber agua o para comer una de aquellas verduras o frutas, o lo que fueran las patatas, que no lo tenía claro.

*se queda cenando*

Desde que había vuelto del oscuro que no era el oscuro, estaba muy muy muuuuy contenta y quería luz y luz. Por eso iba mucho al comedor, donde había comida. Y, aquella noche, había también un gigante rojo al que hacía mucho que no veía. Corrí hacia él y me senté a su lado, inclinándome sobre su plato, absolutamente sonriente.

-¡Pero dónde te habías escondido! -lo reñí, antes de cogerle una costilla y llevármela a la boca-. ¡Qué rico!

Me arrastré en el asiento, acercándome un poco más a él. Qué bien volver a ver el techo con luz. Qué bien volver a ver al gigante rojo.

Ver venir a Ayne, la pequeña a la que hacía mucho que no veía, me arrancó una gran sonrisa, aunque tuve que esperar a tragar para poder saludarla con condiciones. Aquella deliciosa costilla me hacía difícil evitar comer.

-¡Buenas noches, pequeña dama! ¿Cómo te encuentras?-. Su pregunta me hizo enarcar las cejas, pero al entenderla recuperé la sonrisa-. ¡Ah! Durante la tormenta pasé una gran parte del tiempo en los establos. Quizás no me vieras por eso-. Empecé una nueva costilla-. ¡Sírvete! -ofrecí, aunque ya lo había hecho.

Bebí un sorbo de agua y seguí comiendo.

Aplaudí con entusiasmo cuando acercó la bandeja, royendo hasta los huesos el hueso de costilla. Las manos se me pegoteaban y sabían ricas. Como la costilla. Sonreía, contenta. Echaba de menos al gigante rojo, pero ya no.

-Hala, qué raro -exclamé-. Yo estuve en lo oscuro. Muy lejos. Muy oscuro. Aunque no oscuro de todo -expliqué-. Estuve con el chiquillo. Los dos. Estuvimos bien. Pero aquí hay luz en el techo, y también estamos bien.

Acabé la costilla y cogí otra. Hice un gesto de saludo al chico chrysos del otro día. Se acercó a preguntar y le pedí chocolate. No me acordaba del chocolate.

Al ver entrar a Gerald me tensé un poco, pero como se sentó detrás decidí ignorarlo. Podría oírlo comer, pero no lo miraría. Podría ser un hombre ruin, pero no me atacaría por la espalda, porque seguía siendo un guerrero de bien. Y así no tenía que ver aquella sonrisa.
Tenía que avisar a Goco de lo malo que era aquel tipo antes de que siguiese perdiendo su tiempo con él. Y a Inger. ¡A todos!

En cuanto a la parvus, lo cierto era que no tenía muy claro qué sitio oscuro me decía, pero asentí de todos modos. Al menos hablaba.

-¿Con Zacharyas? Hace mucho que no lo veo, también. Pero si es por eso, todo tiene sentido -. Sonreí, acabándome la costilla, tomando una última, por gula. ¡Aunque un noble no debía pecar!-. ¿Has estado ayudando con la reconstrucción? No te veo muy llena de barro.

Hablar para no enfadarme. Era una buena manera de ignorar al ojos malvados.

Asentí con entusiasmo. Claro, el chiquillo. Estaba conmigo. Ya no. Pero estaba.

A su pregunta, solté una pequeña risita.

-¡Levanté rocas! -dije, alzando los brazos-. ¡Y aparté rocas! -. Asentí con entusiasmo.

Terminé de roer la costilla y la chupeteé un poquito más, encantada. Luego lo miré de reojo, con una sonrisa pilla. Alcé dos dedos, acercando el uno al otro.

-Un poquito -reconocí.

Entonces llegó mi tazón y solté una exclamación. Pronto había dejado el hueso y le soplaba a la taza, encantada.

A pesar del trabajo continuo que ha dejado la tormenta, incluso ella encuentra un momento para descansar y relajarse. Y, después de tanto trabajo, le apetece jugar hoy. Una vez más.

Aparece directamente en el comedor, sentada en un banco frente al chrysos, con las piernas cruzadas y los codos sobre la mesa. Sobre sus manos, entrelazadas, se apoya el mentón, y un poco más arriba se deja ver una sonrisa torcida en sus carnosos labios. Algo más arriba, los clarísimos ojos opacos estudian al chrysos con cierto aire entre coqueto y divertido.

-¿Has trabajado mucho hoy, cielo? -canturrea con su voz ronroneante.

Ladea ligeramente la cabeza, sin dejar de mirarlo fijamente.

Escuchaba tranquilamente a la pequeña dama cuando una voz me hizo sentir un escalofrío, recorriéndome desde abajo, siguiendo mi columna, y acabando en la nuca. Noté como se me ponían de punta los pelos más cortos y, lentamente, me di la vuelta, rígido. La mujer del bosque... Era la aparición... Estaba allí...

Me volví veloz hacia el frente, de nuevo, clavando los ojos en Ayne.

-¿Duras como rocas? ¿Eh? ¡No! Ah, trabajaste duro... -. Cabeceé violentamente, volviendo en mí-. Es decir... Yo he trabajado mucho. Podríamos trabajar juntos un día.

Mithos... Madame Desmartillos primero, la mujer del bosque después... Qué fogoso día...
¿Qué hacía allí? ¿Estaba siendo engañada por Gerald también?

Traté de esconder una sonrisa detrás de la taza, mirándolo divertida, y luego sonreí.

-Muchas. Eran duras -añadí, volviendo la vista a un lado, disimuladamente.

Soplé la taza y aspiré el hilo que subía. Olía a bien. Probé a dar un sorbito, pero me separé otra vez. Quemaba. Mucho. Como el gigante rojo.

Volví a mirarlo.

-¿Dónde? -pregunté, ladeando la cabeza.

Mantiene la sonrisa mientras espera, paciente, sin dejar de observarlo ni un instante. Tarda un rato en recomponerse, y en todo ese tiempo ella permanece como una estatua de mármol pulido. Es tierno ver cómo reacciona igual que un chiquillo. Pero, por supuesto, ella mantiene cierto recato, apelando a su educación.

Por fin, él vuelve en sí y habla.

-Eso me ha parecido -responde ella con el mismo tono de voz-. A aquellos que trabajan en condiciones es a los que... mejor se recompensa, ¿no?

Apoya ambas manos sobre la mesa y estudia las uñas de la izquierda, perfectamente cortadas, con infinita atención. No abandona su sonrisa, ni deja de escucharlo. Qué chico tan impaciente...

Alza la vista de nuevo, dejando reposar suavemente la mano sobre la mesa y clavando los ojos en los suyos.

-Bueno, tesoro, me desbordan las responsabilidades -lamenta, desviando un momento la vista. De nuevo la clava en él, afianzando la sonrisa-. Pero, ¿sabes, cariño?, me gusta venir a verte cuando encuentro un hueco libre...