Lago

Ya va siendo hora de probar algo como esto. No hace gran día para desnudarse, pero es necesario si quiero meterme en el lago, de modo que, aún con reservas, lo hago. La poca ropa que queda no abriga demasiado, de modo que, tras dejar el resto doblado bajo un árbol, comienzo un suave calentamiento para no entrar en el agua en frío.
La cicatriz de la pierna izquierda está mejor, pero sigue ahí, como un recordatorio. Y lo que sí es un recordatorio, desde luego, es la marca de Madame Desmarais, en mi costado, bajo el pecho. Aunque, extrañamente, hace ya bastante que no se me aparece. Considero bastante posible que no se encuentre aquí ahora mismo, aunque no podría explicar el motivo por el que creo esto.

Tras el breve calentamiento, me acerco a la orilla, e, ignorando la baja temperatura del agua, me zambullo limpiamente, tomando una amplia bocanada antes de entrar al agua. Trato de aprovechar el impulso inicial para bucear hacia el centro del lago, y me sorprende que, efectivamente, mi cuerpo responde algo mejor que de costumbre al acto de nadar. Aunque por el momento no me siento especialmente sorprendida. Aunque poco a poco mi escepticismo va menguando.
Puedo nadar, como siempre, pero por más tiempo. Por mucho que descienda, por mucho que no salga a respirar, noto pasar un par de minutos sin que me asole esa típica presión de pulmones, ese ahogo, ese dolor, que me hace desear salir a por más aire. Desde luego, es una sensación que da mucha libertad, porque el mayor problema que tiene uno bajo el agua es esa sensación de fragilidad, de ahogo.

Llegado un momento, sin embargo, sí comienzo a sentir ganas de respirar, y asciendo con patadas fuertes hasta romper la superficie del agua. Inspiro con ganas, sintiendo cómo se llenan los pulmones.
He contado algo más de cinco minutos, creo, pero estaba en movimiento. Si quiero ser correcta, debo comprobar cómo funciona esto en un estado de calma, en el que las necesidades de oxígenos son inferiores.

Procedo, pues, a repetir el proceso, buceando, pero esta vez procuro moverme lo menos posible, contando con calma, de cabeza, los segundos que van pasando. Es obvio que en estas circunstancias el tiempo que se prolonga mi aguante asciende. Tengo que repetirlo varias veces, inmóvil y en diferentes intensidades de movimiento, para calcular mi límite.

Estoy un buen rato, hasta que mi propia fatiga dificulta la veracidad de cada comprobación, y entonces salgo del agua para secarme y vestirme. Tengo que anotar todos los datos para hacer una media y repetir esto un par de veces más. Con lo que saque de aquí quizás pueda arriesgarme al agua, a partir de ahora, con una mayor seguridad.

Desde luego, es un objeto útil.

*se va*

Después de una temporada en la que raramente salir fuera era posible sin encontrarse con lluvia, y en la que tampoco me había sentido con mucho ánimo de salir al aire libre, por fin me animé a acercarme al lago, que había estado evitando desde hacía tanto tiempo. Y era una auténtica lástima, descubrí al llegar, porque a pesar de que seguía nublado y el calor no era excesivo, si era suficiente como para disfrutar de un buen baño en condiciones.

No tardé mucho en quitarme la ropa, ignorando la leve brisa fresca que parecía querer animarme a replanteármelo. Me acerqué al agua despacio, caminando tranquilamente por la orilla, ya con las membranas abiertas. Inspiré hondo, relajada, y me fui aproximando hacia una zona rocosa. Al llegar, trepé por ella con la misma calma que hasta el momento y me situé en lo alto, mirando desde allí el lago. Estaba especialmente bonito aquel día. O quizá, simplemente, lo echaba de menos.

Repentinamente, pegué un gran salto, inspirando profundamente, y me metí de cabeza en el agua, extendiendo al hacerlo las membranas. Una primera sensación de frío pronto dejó paso al agradable contacto con el agua, y me sumergí bien hondo, explorando el fondo del lago, como me gustaba hacer. Después de un buen rato, cuando empezaba a sentir que me quedaba sin aire, ascendí perezosamente, asomando la cara fuera del agua. Suspiré, satisfecha.

*se queda*

Los días de verano no están cumpliendo demasiado bien con la descripción de la estación. Me desagrada bastante, pero parece que, por el momento, las nubes se contienen, y aguanta sin llover. Por ello, decido repetir el reciente etrenamiento, y regreso al lago.

No he sido la primera, según descubro por la familiar ropa que veo apartada, pero no me preocupa. Yo misma me desvisto hasta quedar con lo justo y, cómo no, el amuleto al cuello, preparado.
Lanzo una larga visual al agua, pero no veo a la que busco. Podría estar en cualquier parte de las profundidades, y también tardar bastante en salir, por lo que no me fuerzo demasiado. Simplemente me ato el pelo en una coleta, aunque los mechones más cortos me caen sobre los pómulos, y hago contacto con el agua, fría.

Primero nadaré un poco, sin más, para calentar los músculos con suavidad. Ya luego continuaré con lo que hice la última vez. Y si ella está interesada, me buscará por sí misma. No tengo dudas al respecto.

Tras la pequeña subida a la superficie, pronuncié un nairea y volví a descender. Sabía que no era muy útil hacer aquel hechizo en las condiciones en las que estaba, pero no me importaba. Después de todo, era más una cuestión de emplear la energía que de utilizarla en condiciones, y más estando sola.

Pronto buceaba de nuevo, pues. Avanzar bajo el agua era muy entretenido, y tenía más ganas de jugar que de otra cosa, pero llevaba mucho tiempo sin entrenar debajo del agua y no quería desaprovechar la oportunidad. Pronto avanzaba, pues, con un aquaerum en cada mano, nadando de aquí para allá y arrastrándolos conmigo, sin soltarlos.

Sentí entonces algo llamativo y me detuve. Pronto entendí que había alguien más en el agua. Presté algo más de atención, y acabé por animarme a acercarme un poco a la fuente de las ondas. No tardé mucho en encontrar el foco: Alehyss. Sonreí. Raramente la encontraba por aquí.

Aún con los aquaerums en las manos, nadé hacia ella, haciendo círculos a su alrededor, hasta ascender junto a ella. Era rápida nadando, al parecer. Me situé a su lado, de espaldas, y nadé a su lado.

No tarda en hacer su aparición, por supuesto. Es envidiable la capacidad natatoria que tienen. Es cierto que tienen sus puntos débiles, como todos, pero el agua es algo que siempre me ha dado respeto. Es demasiado sencillo morirse dentro de ella.

Personalmente, no me hago demasiado de rogar. Apenas he buceado un poco, aún, en el calentamiento improvisado, pero asciendon con ella, tomando aire nada más llegar fuera. Con los pulmones llenos resulta más sencillo mantenerse a flote.

-Buenas tardes -saludo, con una leve sonrisa, contemplándola con curiosidad, nadando en el sitio-. ¿Has estado ocupada? Últimamente se te ve menos.

Enarco las cejas. Recuerdo algo, de pronto, y me pongo ligeramente más seria.

-Heylel ha vuelto, por cierto. No sé si lo sabes.

Sonreí, encogiéndome de hombros y nadando un poco cerca de ella, moviéndome todo el rato. No me gustaba quedarme quieta en el agua. No tenía muy claro por qué, pero no me gustaba. Quizá porque, normalmente, no era lo más recomendable.

-La verdad es que no se puede decir que haya estado haciendo nada de particular -comenté-. Meditación, si quieres. Es cierto que no me he dejado ver mucho, pero supongo que simplemente por el humor.

Miré alrededor. La niebla que había invocado ya no existía. Era curioso, aquel hechizo. Siempre me lo había parecido. No especialmente útil, pero sí muy curioso.

Volví a la realidad al oír a Alehyss, con los ojos bien abiertos.

-¿Ah, sí? -exclamé, contenta-. Pues no, no me había enterado. A mi última carta no contestó, pero se ve que no es bueno estar tanto desaparecida... A ver si lo veo pronto.

La observo moverse, sin hacer comentarios. Mantenerse a flote requiere más energía que desplazarse, pero ni con mis herramientas cuento con la mitad de las capacidades que ella tiene. Estoy en su medio, y eso está claro.

Su humor. Supongo que sigue un poco escéptica con el mundo, por lo que simplemente asiento.

-Supuse que querrías tu propio espacio. A mí me pasa continuamente.

A lo de Heylel tengo más cosas que decir, aunque no me siento especialmente animada al respecto. Ni siquiera con lo que acordamos finalmente. Necesito tiempo, supongo.

-No lleva demasiado aquí, por lo que sé. Estoy segura de que se alegrará de verte. No ha cambiado demasiado -comento, en un tono quizás demasiado monocorde.

Doy un par de brazadas para no entumecerme, dejando que mi cuerpo se detenga de forma natural.

-Mira -pronuncio, mirándola, tomando amuleto entre los dedos para enseñarselo-. Lo obtuve en Aqua. Resulta muy útil. Lo he estado probando.

Asentí, sin más. Había hablado mucho con ella últimamente, más que con nadie, y sabía que entendía de lo que hablaba. No había necesidad de insistir en temas que las dos conocíamos y que ya habíamos tratado, y no era que me gustara especialmente regodearme. Bueno, a veces sí, pero no era lo habitual.

Por otra parte, el asunto de Heylel no parecía gustarle demasiado. Lo entendía, aunque me daba algo de pena. De todas formas, dudaba que me lo hubiera mencionado por nada más que por informarme. En lo que a ella respectaba, no creía que le hiciera especial ilusión.

-No creo que las cosas sean como antes esta vez -me atreví a insinuar, de todas formas.

Me acerqué, curiosa, cuando me enseñó su amuleto. Abrí mucho los ojos. Sí, sabía lo que era. Eran bastante habituales en el ejército. Leen tenía uno, si mal no recordaba. Aunque su posesión estaba bastante controlada.

-Caray -me admiré-. Menuda joya. ¿Cómo lo conseguiste? ¿Qué tal es?

La miro de reojo. Me atrevo a esbozar una sonrisa, que resulta algo tensa.

-Espero que las cosas no sean como la última vez. No pueden serlo, para bien o para mal -zanjo.

La verdad es que me sorprende que no necesite más que verlo para reconocerlo. Quizás no me he informado suficiente. No contaba con portar un objeto único, pero tampoco un objeto que encuentres en cualquier mercadillo. Y, sin embargo, al llamarlo joya ella misma reivindica su rareza.

-Te mencioné que fui a cumplir una misión a Aqua, ¿no? Fui con Lyam. Estuvimos een una tribu bastante curiosa, y tras cumplir con nuestro cometido recibí esto -. Ladeo la cabeza, curiosa-. ¿Surtiría el mismo efecto en ti? ¿Aumentaría tus capacidades? -inquiero.

De nuevo, asentí. Parecía que lo mejor era dejar el tema. De todas formas, teníamos algo muy interesante de que hablar. Examiné el amuleto de cerca, oportunidad que nunca antes había tenido.

-Pues menudo pago, ¿eh? -comenté-. No son precisamente comunes, y son muy útiles. Creo que los primeros en fabricarlos fueron las tribus de la costa. En el sur no hay tantos. El ejército se los da a los oficiales de rango que van mucho en misiones a las islas, sobre todo.

Sonreí a su pregunta, asintiendo. Y tenía que ser una auténtica maravilla.

-Sería un poco absurdo fabricarlos si no les podemos sacar partido, ¿no crees? -comenté-. Y debe ser una maravilla -. Me quedé un momento en silencio, evitando mirarla-. ¿Puedo... probar?

Parece que está muy informada, más que que se trate de algo común. Ladeo la cabeza, curiosa, tumbándome boca arriba sobre el agua, relajada, flotando.

-Te veo toda una experta... -comento, con una sonrisa entretenida.

Tanto que llega a sorprenderme que hable de ello sin conocimiento de causa. Casi hubiera apostado por que ya había tenido alguno entre sus manos.

Me mantengo completamente seria, serena.

-Lo siento, Massen. Es algo demasiado valioso como para dejarlo sin más -respondo, perfectamente calma, pero segura. Sin embargo, termina por escapárseme una sonrisa, y recupero la posición vertical para sacarme el amuleto y tendérselo-. Adelante.

Eso la vuelve mucho más superior a mí aquí, de pronto. Y eso que ya lo era.

Me encogí de hombros.

-Es que a Leen le dieron uno el otoño pasado -expliqué-. Estaba como loco dándonos todos los detalles. Si te digo la verdad, nunca antes había visto uno, apenas había oído hablar de ellos, de hecho. Por supuesto, él lo tenía como oro en paño. No dejaba acercarse más de la cuenta.

Tampoco la miré cuando respondió. Era de esperar. Tampoco iba a quejarme o... Alcé la vista con cierta timidez. Iba a...

-Te lo devolveré en seguida -balbuceé, tomándolo como si fuera la cosa más delicada del mundo.

Y, con una última sonrisa, tomé aire y me sumergí, sin esperar más.

Me sentía, de pronto, vigorosa y rapidísima. Descendí a gran velocidad, nadando por el fondo, y di una buena vuelta. Era increíble lo que hacía aquello. ¿Cómo era posible? Pude incluso meterme en zonas donde no solía ser fácil acceder, ya fuera por la profundidad o por cualquier otro motivo. Incluso me parecía percibirlo todo con mayor claridad.

Exploté al máximo el tiempo que podía disfrutar de aquella sensación y, cuando no aguantaba más, di una fuerte patada al suelo y ascendí rápidamente. Más rápidamente que nunca. Parpadeé, sorprendida de encontrarme tan pronto en el exterior. Luego miré a Alehyss con una sonrisa radiante y nadé hasta ella.

Muy a mi pesar, le tendí el colgante.

-Qué maravilla -admiré.

Creo que somos suficientemente cercanas como para que no se tome las formalidades tan en serio, aunque no me desagradan su respeto ni su educación. Simplemente dejo que lo tome, despreocupada.

-Disfrútalo.

Lo de "en seguida" resulta ser un eufemismo. Es impresionante su capacidad. Ya sin el amuleto me supera a mí con él.
Me dedico a hacer tiempo nadando, primero lenta y luego más ágilmente, probando mi resistencia y aguante sin el objeto, sintiéndome inevitablemente más torpe.
No llega a la hora, pero cuando regresa ya me estoy planteando el salir del agua: empieza a oscurecer, hace algo de fresco y no es mi elemento. Me detengo, sin embargo, y la contemplo con cierta satisfacción.

Me pongo el colgante al cuello cuando me lo devuelve. Ya me había acostumbrado a ir sin él y el cambio es notable, para bien.

-Resulta muy útil -coincido. Miro de nuevo el artefacto, dudosa-. Creo que voy a salir ya. Si piensas quedarte algo más, puedes tenerlo sin problemas, y dármelo más tarde en las habitaciones.

No me había dado cuenta de cuánto hacía que me había sumergido hasta que ella lo mencionó. Y, de hecho, a partir de ese momento me empecé a sentir algo culpable. Después de todo, probablemente hubiera venido a practicar ella y yo estaba acaparando.

Negué con decisión.

-No, no -declaré-. De hecho... me parece que que te vayas es una excusa perfecta para irme contigo. Que sino soy capaz de pasarme aquí hasta mañana, y tampoco es cuestión.

Comencé a nadar hacia la orilla. Aún recordaba aquella noche que me había quedado hasta tarde en el lago y luego no había sabido volver. Claro que sería muy raro que eso me volviera a pasar, pero no quería correr riesgos.

Asiento, conforme, dejando ir una risa suave. Puedo imaginarla perfectamente en esa situación. Yo, por mi parte, no soy capaz de entender cómo a alguien puede gustarle tanto el agua. Me resulta un medio de lo más torpe.

-En ese caso, salgamos ya -propongo, poniendo rumbo a la orilla antes de que se haga de rogar-. Por supuesto, si alguna vez quieres usarlo, pídemelo. A menos que vaya a utilizarlo concretamente, no tengo problema alguno con dejártelo.

Ella lo disfrutará más que yo. Por desgracia para Massen, me es útil, por lo que regalárselo no es una opción, pero ella tampoco espera tal cosa.

Cuando salimos, nos secamos y nos vestimos. Ya casi no se ve nada, por lo que me encargo de alumbrar el camino de vuelta para ambas.

*se van*

Tres botes eran poquísimos. Definitivamente, estaba perdiendo facultades. Rebusqué en el pequeño saquito y saqué otra piedra, acariciándola un momento antes de lanzarla. Cuatro. No dejaban de ser pocos, pero era una mejora. Resultaba un tanto decepcionante que cuatro fueran una mejora. Tomé una piedra más. Debía de estar al caer. Y esperaba que fuera rápido, no tenía todo el día.

Los botes de las piedras en el agua eran el único sonido a mi alrededor, si dejaba de lado el susurro del bosque un poco más allá. Esperar me aburría. Lanzar piedras me aburría. Hasta el lago me aburría, y eso no era precisamente normal en mí.

Me descalcé, tiré los zapatos un poco más allá y metí los pies dentro del agua. No podía tardar mucho más.

*se queda*

La tormenta la había mantenido alejada de Brontë algún tiempo, y asuntos posteriores habían alargado su ausencia. Sin embargo, el interés que suponía para ella todo aquel asunto hacía inevitable que volviera por allí. Y así lo hizo, tras citar a la chiquilla con sus métodos de carteo habituales.

Para cuando llegó al lago, Massen la esperaba sentada en una roca. La observó un momento desde la distancia, enternecida. Podía creerse adulta, pero unos meses sin verla eran suficientes para que Allie comprobara que su hija aún estaba creciendo. Se acercó lentamente, con tanta tranquilidad que nadie hubiera dicho que su presencia era furtiva.

-Buenas noches, mi niña -saludó, sonriente, acercándose a abrazarla-. Cuánto te he echado de menos... Todo va bien, ¿verdad? Qué orgullosa estoy de ti...

En el momento en que percibí que se acercaba, y con más prisa aún cuando habló, recogí la bolsa de piedras y me puse en pie sobre la roca, mirándola desde arriba. Ya volvía con aquel aire de madre protectora, por supuesto. Como si fuese a afectarme en lo más mínimo. Como si no se le viera la mentira a la legua, por más que sonriera como si de verdad le importara en algo. No entendía por qué tanto recato, si ambas sabíamos que me estaba utilizando. Lo que yo no acababa de entender era para qué.

-Buenas noches, Allie -saludé, seca, dejándome abrazar pero sin corresponder, tensa-. No, no todo va bien. Aunque ya deberías saberlo. Sí, seguro que lo sabes, ¿verdad? Pero a ti te da lo mismo. Desapareciste durante la tormenta como si se te hubiera llevado el viento, y los que no pudieran refugiarse, problema suyo.

Quizá estaba siendo algo dura. No, de hecho, no. Ni un mísero comentario hacia Minta. Tampoco era que tuviera derecho. A ella le daba igual, después de todo.

Carraspeé, desviando la vista.

-En fin, acabemos con esto. ¿Qué quieres?

Todo lo que Massen recibió a cambio de sus palabras fue un abrazo más intenso. La sonrisa de Allie se había borrado con su mención. Sí, claro que ella estaba al corriente. Entrar en Aqua era un riesgo, claro, pero tenía sus medios. Aún así, decidió no profundizar mucho en el tema. No era bueno para la niña.

-Hubiera querido que Minta hubiera formado también parte de esto -suspiró tras soltarla, con gesto algo ausente-. Era una niña tan alegre... Sé que voy a echarla de menos. Y por eso, cielo, tenemos que acabar con esto antes de que vuelva a pasar algo tan horrible. Y tú debes ser fuerte por todos ellos.

Tras rebuscar un momento en la bolsa que llevaba, sacó una pequeña caja de madera y se la tendió a su hija con gesto serio. La caja, perfectamente pulida y barnizada, tenía la forma de un pequeño ataúd. Demasiado pequeño como para contener siquiera un bebé.

-La parvus se ha roto -indicó. Y, con solo esas palabras, quedaba de manifiesto que no iba a dar mucha más información-. No ha sido culpa tuya. Era inevitable que sucediera, será mejor que no le des vueltas. Guárdala en esa caja y dale un entierro digno. Sé cuidadosa con ella, te lo pido de corazón. Y también con las demás. Lo has hecho muy bien hasta ahora. Asegúrate de que no les pase nada.

No añadí nada. ¿Para qué? ¿Para escuchar más cuentos? Prefería evitar los sermones, a ser posible. Si no me los había dado con cinco años, no iba a dejar que me los diera ahora. Haberse interesado cuando tocaba, no cuando le apetecía.

Participar, participar... ¿Participar en qué? ¿En su circo? Suerte que había tenido de no tener que hacerlo. Las hipocresías tan descaradas de Allie me estaban dando náuseas. Desde el mismo momento en que hablaba de Minta como una niña, mejor era no oír más. Su ignorancia y desinterés quedaban de manifiesto.

Me mantuve seria, sin dejar que la menor expresión surgiera en mi cara cuando me dio el ataúd. Un ataúd en miniatura. Para la muñeca parvus. Pero qué... ¿Y si todo aquello no era más que una patochada de una pobre enferma mental? A ver, haciendo cálculos... Tendría algo menos de edad que la vieja caeruleus. ¿Tendrían demencia senil? A lo mejor era eso. Aunque prefería no entrar en detalles.

-Oye, Allie... ¿No se te está yendo esto de las manos...? -sugerí, con voz muy suave, para no asustarla. No iba a arriesgarme a que de verdad estuviera mal de la cabeza y le diera una crisis o algo así-. ¿No es mejor dejarse de muñecas y de... toda... esta... cosa...?

La mujer avanzó de nuevo hacia ella, completamente seria, y apoyó ambas manos en sus hombros. Buscó sus ojos, con una repentina autoridad a la que parecía extrañamente difícil rebelarse. Parecía tremendamente preocupada.

-Escúchame bien, Massen -habló, con voz tenue-. Esto no es ninguna tontería. Siento tener que pedirte ayuda, pero es la única forma que encontré de seguir adelante. De verdad necesito tu ayuda. Y de verdad es importante tu tarea. Para ambas. Debes hacer lo que te he pedido. Entierra la muñeca. Sé discreta. Protege las demás. Te traeré un nuevo muñeco parvus pronto, ¿de acuerdo? Pero por ahora debes cuidar esas. Es esencial.

La soltó entonces, aunque no le devolvió el espacio que había entre ambas hasta conseguir un asentimiento por su parte. Solo entonces sonrió.

-Todo irá bien, mi niña -aseguró-. Cuanto menos sepas, más segura estarás. Eres una guardiana excelente. Sé que puedo contar contigo. Estaremos en contacto -. Parecía que ya iba a marcharse, pero entonces añadió algo más-. Hay más muñecas que las tuyas en Brontë. No las necesitas. Mantente alejada de ellas. Si las encuentras, trátalas con mucho cuidado. Y, sobre todo, aléjate de sus propietarios.

Y, entonces sí, sin entretenerse más, se despidió de ella. Pronto Massen pudo verla perderse entre los árboles. Entonces quedó sola.

*Se va*

Podría haber continuado con la discusión, pero era evidente que no me habría llevado a ninguna parte. Senil o no, tenía claro lo que quería. Y, después de todo, yo no tenía ningún motivo racional para negárselo. ¿Qué más daría si enterraba o no a la muñeca? Si eso la hacía feliz, ¿a mí qué me importaba? Así pues, cedí.

No tardó mucho más en despedirse. Muy propio de ella. En cuanto obtenía lo que quería, desaparecía hasta la vez siguiente. En realidad, sí tenía un motivo racional para negárselo, bien pensado. El simple hecho de que no tenía ningún motivo para contentarla. Pero seguía siendo lo mismo; lo ideal era no llevar la contraria.

Y, bien pensado, ¿qué sabía ella de la muñeca parvus? ¿Por qué estaba tan segura de que se había roto? Llevaba desde el incidente con la vieja caeruleus sin sacar ninguna de las muñecas. Las revisaba de cuando en vez, y siempre las encontraba en perfecto estado, al fondo de mi baúl, tal y como las había dejado.

Por otra parte, estaba aquel asunto de las otras muñecas. Otras muñecas y otros propietarios. Solo me venía a la cabeza la vieja caeruleus. Parecía saber qué eran mejor que yo. Por otra parte, su aspecto ambicioso parecía indicar que no tenía ninguna. ¿O quizás había conseguido una? ¿O quizás era otra cosa?

-Maldita seas, Allie -mascullé-. Podías ser un poco más específica, ¿no?

Dejé la bolsita de piedras junto a la roca, sin preocuparme más por ella. Después, me calcé y volví al palacio cargada con el ataúd. Tenía algo que comprobar.

*Se va*

Camino con gesto huraño y las manos en los bolsillos junto a la orilla del lago. La verdad es que estoy que no me reconozco desde hace un tiempo, ya (y no me es difícil imaginar desde cuándo). Las cosas han sido... raras, por llamarlas de algún modo. Y tengo siempre la sensación de que hay algo que quiero, algo que me falta para sentirme satisfecha, pero sigo vagando día tras día con esa sensación a cuestas.
Para colmo, ayer, con Errald... Fue una jodienda. A ratos quiero saber más y a ratos solo no incordiarlo ni cargar con más problemas.
Y luego está Narbe. No he vuelto a preguntar por él por miedo a que alguien me hubiese visto siendo... Bueno, no sé... Rara... Algo... No sé por qué lo hice, la verdad.

Me agacho en un punto para recoger un par de piedras para lanzarlas y ver cuánto rebotan en la orilla, pero al girar la cara... ¿Es que no puedo encontrarme a la gente de pie? A ver si va a haber una epidemia de gente tumbada, o algo.

Lanzo la piedra hacia la derecha de la cabeza de Follow, sin intención de darle, pero sí de sobresaltarlo un poco, si es que no me ha visto, que con lo animal que es a veces...

-¿También estás enfermo? -inquiero, acercándome a él, lanzando y atrapando otra piedra varias veces, sin hacerle mucho caso-. ¿O te has quedado sin cama?